Estado Mundial de la Infancia 2016, UNICEF

Una oportunidad justa para cada niño


    Un niño sonriendo. Detalle de la portada del informe Estado Mundial de la Infancia 2016

28 de junio, 2016 — Un informe de UNICEF sobre la situación de los niños del mundo, presentado este martes, pronostica un sombrío panorama para aquellos más pobres, en el caso de que los gobiernos, las empresas y otros sectores no aceleren los esfuerzos para responder a sus necesidades.

El estudio, basado en tendencias actuales, prevé que 69 millones de menores de cinco años mueran de enfermedades prevenibles, 167 millones vivan en la pobreza y 750 millones de mujeres se hayan casado de niñas para el año 2030, el plazo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

El director ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake, alertó que existe una opción, invertir en esos niños ahora para evitar que el mundo no quede estancado, más desigual o dividido.

El informe reconoce que se han hecho progresos en este campo, pero advierte que éstos no han sido equitativos ni justos, ya que los más pobres tienen el doble de probabilidades de morir antes de cumplir cinco años y de quedar gravemente desnutridos, en comparación con los más ricos.

UNICEF subrayó que existe evidencia de que invertir en los más vulnerables puede generar beneficios inmediatos y a largo plazo. Para ello, puso como ejemplo los réditos de los programas de transferencia de dinero que permite a los niños permanecer más tiempo en la escuela y acceder a niveles más altos de educación.

Por último, subraya que la inequidad no es una cuestión inevitable ni insuperable. Sugiere poner en marcha soluciones integradas y formas innovadoras de afrontar el problema, además de inversiones más equitativas con el involucramiento de las comunidades, para ayudar a igualar la situación de la infancia.
Las vidas y el futuro de millones de niños están en peligro. 
Debemos tomar una decisión: invertir en los niños que están quedando marginados o enfrentar las consecuencias de un mundo aun más dividido e injusto.


Desamparo por sobreprotección patológica de los padres.


Una adolescente, de 13 años, y su hermano, ya mayor de edad, 
sufrían aislamiento social y baja escolarización. 
El Gobierno de Cantabria declara el desamparo, asume su tutela 
el Juzgado lo ratifica.


La Vanguardia (EUROPA PRESS)

La Audiencia Provincial de Cantabria ha desestimado el recurso de unos padres contra la resolución que les niega la patria potestad sobre su hija, de 13 años de edad, debido a que permanecen los factores de riesgo que motivaron la declaración de desamparo, en enero de 2013, y que se basan en una actitud de "sobreprotección patológica".

El tribunal de apelación confirma así la sentencia del Juzgado de Primera Instancia número 11 de Santander, cuya titular rechazó devolver la patria potestad a los padres pero acordó ampliar el régimen de visitas: podrán verse no sólo los fines de semana, sino también una semana en Navidad, otra en Semana Santa y dos periodos de diez días en época estival, tal y como propuso el Ministerio Fiscal.
En su sentencia, la Audiencia explica que se observa una mejoría en el desarrollo integral de la menor desde que vive en el entorno residencial dependiente de la administración. Sin embargo, el programa de intervención familiar al que debían someterse los padres ha fracasado.

"Los progenitores no son ni han sido conscientes del problema que les aqueja, ni menos del efecto que puede producir en la menor", señala la sentencia, que añade que "no tienen intención de erradicar o disminuir los factores de riesgo que llevaron a la declaración de desamparo".

Por ello, entiende que no ha quedado eliminado el riesgo, "al contrario, se mantiene", por lo que consideran que la ampliación de las visitas acordada por la juez de instancia "ha equilibrado perfectamente los intereses en juicio, para permitir una respuesta adecuada a las necesidades derivadas del desarrollo integral de la menor".

SOBREPROTECCIÓN Y AISLAMIENTO
En enero de 2013, el Instituto Cántabro de Servicios Sociales declaró a la menor y a su hermano en situación de desamparo, asumiendo su tutela y suspendiendo la patria potestad, resolución confirmada posteriormente tanto por el Juzgado de Familia como por la Audiencia Provincial.
El hijo mayor ya ha alcanzado la mayoría de edad, por lo que actualmente las medidas de protección e intervención sobre él han cesado.
Las circunstancias que llevaron a esta decisión son, según relata la sentencia de instancia, un "ambiente familiar caracterizado por la normalización del aislamiento social, la falta de autonomía de sus miembros y la exageración de los síntomas de enfermedad física".
Junto a ello, se advirtió "negligencia en la atención de las necesidades de carácter emocional y social de los menores, inadecuadamente atendidas por la sobreprotección patológica que los padres ejercen sobre sus hijos y que impide su normal desarrollo".
"Los menores son expuestos a situaciones de aislamiento en el entorno físico y social, constatando como indicadores de daño psicológico en los menores la incapacidad para desarrollar relaciones con iguales, falta de habilidades sociales para desenvolverse adaptativamente, actitudes de recelo, desconfianza y hostilidad en las relaciones sociales, baja escolarización, etc", señala la sentencia.
En el caso de la niña, un informe de salud mental apuntaba además a un retraso madurativo, "con importante inhibición, lenguaje con problemas de expresión y articulación, impresionando el retraso global".
Además, existía un "pronóstico negativo de las posibilidades de capacitación parental y mejoría de la dinámica familiar", al existir por parte de los padres "nula conciencia del problema y resistencias al cambio".
Ante esta situación, la juez de instancia confirmó la situación de desamparo y condicionó la devolución de la patria potestad "a la sumisión a un programa educativo orientado a erradicar o minorar significativamente los factores de riesgo".

PROFUNDO RECELO DE LOS PADRES
Desde entonces, los menores han permanecido en una residencia dependiente de la administración y, según los informes psicopedagógicos realizados, han experimentado "avances y buena integración escolar y social, que han corregido en gran medida el desfase curricular que registraban a su ingreso", además de una "mejora de su autoestima".
No obstante, los informes apuntan a la "presencia de indicadores negativos" cuando salen al domicilio familiar, lo que da lugar a una "reelaboración de sus vivencias, que son revisadas y acomodadas a la visión de sus progenitores".
Sobre los padres, la sentencia detalla que las sesiones de intervención familiar se desarrollaron "en un clima de tensión, con actitudes y conductas oposicionistas por los padres y quejas reiteradas sobre el trato que reciben sus hijos".
Además, según señala la sentencia, hacen partícipes a los menores "de los conflictos entre ambas partes y estado de los procedimientos judiciales pendientes entre ambos, provocando en los menores un conflicto de lealtades, con malestar emocional".

CONVENIENCIA DEL ACERCAMIENTO
El equipo psicosocial del Juzgado de Familia informó acerca de la conveniencia de un acercamiento entre la menor y sus padres.
Según explicó en su informe, la menor dice querer vivir con sus padres, con quienes tiene un "potente vínculo afectivo". Sin embargo, el fracaso del programa de intervención familiar "por la nula conciencia de los progenitores sobre los riesgos de la hiperprotección dispensada a la menor", impide revocar la declaración de desamparo inicial.
"El superior interés de la menor exige de una colaboración sincera entre el entorno familiar, que ésta valora muy positivamente, y el residencial", añade la juez, que considera que "yerran los progenitores al persistir en su actitud obstruccionista, no colaboradora y victimista".
Por todo ello, entiende que en interés de la menor no cabe la devolución de la patria potestad, pero sí estima conveniente aumentar los contactos con su núcleo familiar, "con estancias cortas y no prolongadas en el tiempo, que pudieren comprometer los avances obtenidos"

“La Declaración de Moscú sobre los Derechos del Niño (1918): un aporte desde la historia oculta de los Derechos de la Infancia”.

Quienes deben disponer de los Derechos del Niño son los niños mismos 
y no cualquier persona adulta.

Socio de la Asociación GSIA,

El objetivo central de la Declaración fue fortalecer la posición de niñas y niños en la sociedad y lograr la igualdad de sus derechos frente a las personas adultas, independientemente de la edad de los niños. 
Este objetivo está en franca oposición a la visión dominante de la época de que lo primordial es proteger a la niñez de los peligros de la vida urbana y del trabajo asalariado. 



La Declaración de Moscú sobre los Derechos del Niño y la Niña fue elaborada por un grupo de pedagogos comprometidos durante la Revolución Rusa de 1917-1918 y fue la manifestación de una corriente emancipadora en la historia de los Derechos de la Infancia. Analizando fuentes originales rusas, el autor presenta de manera pormenorizada la Declaración. Explicando su trasfondo político y pedagógico y comentando sus efectos y su significado e importancia históricos, llega a la conclusión de que la Declaración constituye un aporte importante a la teoría y práctica de los Derechos del Niño que merece más atención de la que generalmente se le brinda. 

Desde los inicios del siglo xx, paralelamente a las gestiones para llegar a acuerdos internacionales para la protección de niñas y niños, en algunos países europeos nacieron movimientos que comprendían los derechos de los niños en un sentido emancipador y luchaban de manera explícita porque la niñez tuviera derechos de autodeterminación. 

Estos movimientos fueron el fundamento para empeños en pro de una mayor participación (política) para niños y para que éstos sean reconocidos/as como ciudadanos plenos con igualdad de derechos (véase Gaitán & Liebel, 2011, pp. 15-28). 

Una de sus manifestaciones es la Declaración de Moscú sobre los Derechos del Niño que surgió en el transcurso de la Revolución Rusa (1917/18). La quiero presentar con este texto, revelando las interrelaciones políticas y pedagógicas y valorando su importancia y significado.

Buscando los orígenes de la Declaración de Moscú llegamos a un grupo de pedagogos comprometidos que se llamaba “Educación libre para Niños”. Durante cierto tiempo, el grupo formaba parte del así llamado movimiento Prolet’cult que había surgido en el marco de la Revolución. Sus objetivos fueron una revolución cultural y una “cultura proletaria” autónoma que acompañara y estabilizara la revolución socioeconómica (véase Mally, 1990). Ahora bien, la “cultura proletaria” no se refería solamente a las artes –pintura, música, arquitectura o el cine cuyos inicios remontan precisamente a aquella época– sino que incluía también las áreas de la educación y las ciencias. 

La Declaración de los Derechos del Niño surgió a pocos meses del estallido de la Revolución de Octubre en la primera Conferencia de Organizaciones Culturales y Educativas Proletarias (Moscú-Prolet’cult) celebrada del 23 al 28 de febrero de 1918 en Moscú e iba mucho más allá de todo lo que hasta aquel momento se había entendido como derechos de la infancia en Europa. 

El objetivo central de la Declaración fue fortalecer la posición de niñas y niños en la sociedad y lograr la igualdad de sus derechos frente a las personas adultas –independientemente de la edad de los niños. Este objetivo está en franca oposición a la visión dominante de la época de que lo primordial es proteger a la niñez de los peligros de la vida urbana y del trabajo asalariado. 

La Declaración no definía las responsabilidades de padres y madres, de la sociedad y del Estado frente a los niños en el sentido de asistencia y manutención sino que la idea fundamental era crear condiciones de vida y de acción que ofrecieran a niñas y niños una vida digna y la posibilidad de desarrollar de manera libre sus necesidades, fuerzas y capacidades. 

Comprendía a niñas y niños no como seres incapaces o aún-no competentes que todavía no cuentan, que no valen sino en el futuro (es decir cuando sean adultos) sino como seres con capacidades específicas que merecen ser reconocidos por la sociedad ahora, en el presente (sobre estos conceptos véase Casas, 1998; Gaitán, 2006). 

De hecho, la Declaración señala de manera explícita que quienes deben disponer de los Derechos del Niño son los niños mismos y no cualquier persona adulta –una idea insólita y poco común, no sólo en aquella época sino hasta hoy. 
La Declaración nunca llegó a ser oficialmente reconocida y no tardó en perderse en las catacumbas de la historia. El “Comité para la Educación de los Niños y Jóvenes” creado en la misma conferencia de Prolet’cult  la había rechazado, calificándola de “inaceptable” porque “habla con la lengua del derecho natural que es refutado por el marxismo y que tiene características anti-colectivas” (cit. sg. Pridik, 1921, p. 42)....


 Declaración de Moscú sobre los Derechos del Niño

 1. Independientemente del grupo social al que pertenecen sus padres, todo niño que nace tiene el derecho de existir, es decir que se le deben garantizar ciertas condiciones de vida que dependen de sus necesidades higiénicas y que son necesarias para la sobrevivencia y el desarrollo de su organismo y para que pueda enfrentarse con éxito a las influencias contrarias a la vida. 

2. La garantía de las condiciones de vida necesarias para la higiene de la infancia será responsabilidad de los padres, de la sociedad en su conjunto y del Estado. El rol de cada uno de estos factores y la relación entre ellos en todo lo que concierne la garantía de estas condiciones para los niños será determinado por normas legales correspondientes.

3. Todo niño, independientemente de su edad, es una personalidad determinada y bajo ninguna circunstancia deberá ser considerado propiedad ni de sus padres, ni de la sociedad, ni del Estado. 

4. Todo niño tiene el derecho de elegir a sus educadores más próximos y de separarse de sus padres y alejarse de ellos si es que éstos resultaran ser malos educadores. El niño tiene el derecho de abandonar a sus padres a cualquier edad, siendo que el Estado y la sociedad deberán asegurar que un cambio de este tipo no signifique un empeoramiento de la situación material del niño. 

5. Todo niño tiene el derecho al desarrollo libre de todas las fuerzas, capacidades, habilidades y talentos que en él se encuentren, es decir que tiene el derecho a una educación y formación que esté acorde a su individualidad. La puesta en práctica de este derecho se garantizará mediante el acceso a cualquier edad a las instituciones educativas y formativas correspondientes, en las que el niño encuentre las mejores condiciones para desarrollar de manera armónica todas las facetas de su naturaleza y de su carácter. 

6. Ningún niño podrá ser obligado por la fuerza a asistir a una institución educativa o formativa. La educación y formación en todos sus niveles serán un asunto de libre decisión del niño. Todo niño tiene el derecho de abandonar la educación y formación si ésta no corresponde a su individualidad.

7. Desde muy temprana edad, todo niño participará en el trabajo productivo necesario para la sociedad en la medida en la que lo permitan sus fuerzas y capacidades. Dicha actividad, no sólo no deberá dañar la integridad física del niño o constituir un obstáculo para su desarrollo mental, sino que deberá ser compatible con todo el sistema de educación y formación. La participación del niño en el trabajo productivo necesario socialmente es para poner en práctica uno de los derechos más importantes del niño: el de no sentirse como parásito, sino de ser partícipe y constructor de su vida y de darse cuenta de que su vida no sólo tendrá un valor social en el futuro sino que lo tiene ya en el presente. 

8. A cualquier edad, el niño tiene las mismas libertades y los mismos derechos que las personas adultas y mayores de edad. Y si es que uno u otro de sus derechos no sea ejercido por el niño, el único motivo permisible para ello será que todavía el niño no tiene las fuerzas físicas y mentales necesarias para hacerlo. Desde el momento en que llegue a tener estas fuerzas, la edad no podrá ser obstáculo para el uso de estos derechos. 

9. La libertad está en poder hacer todo lo que no signifique un perjuicio para el desarrollo físico y mental del niño y no implique ninguna desventaja para otras personas. Así, los únicos límites para el ejercicio de los derechos naturales del niño serán aquellos determinados por las leyes de su propio desarrollo físico y mental normal y aquellos que garantizan a los demás miembros de la sociedad el uso de los mismos derechos. 

10. Determinados grupos de niños, en sus interrelaciones entre ellos y con las personas adultas que los rodean, pueden ser sometidos a ciertas reglas que prohíban aquellos actos o acciones que dañan a la sociedad en su conjunto. Todo lo que no esté prohibido por estas reglas, no podrá constituir obstáculo para que el niño lo haga. Ningún niño debe ser obligado a algo que no esté establecido por esta regla. 

11. Todos los niños tienen el derecho de participar en la redacción de las normas que regulan su vida y sus actividades. Estas reglas serán la expresión de su voluntad en general. 

12. Nadie –ni los padres, ni la sociedad, ni el Estado– podrá obligar al niño a ser instruido en una determinada religión o a participar en sus ritos: la educación religiosa deberá ser completamente libre. 

13. Ningún niño podrá ser perjudicado o intimidado a causa de sus ideas, pero la manifestación de estas ideas no deberá vulnerar los mismos derechos de otros miembros de la sociedad, tanto de niños como de adultos. 

14. Todo niño podrá expresar libremente su opinión y sus pensamientos, ya sea en forma verbal o escrita, al igual que los adultos, es decir solamente con las restricciones que dicta el bienestar de la sociedad y de las personas que la conforman; éstas deben hacerse comprensibles para el niño y ser definidas por la ley con exactitud. 

15. Al igual que las personas adultas, todo niño tiene el derecho de conformar asociaciones, círculos y otros grupos sociales similares con otros niños o con personas adultas. Las restricciones al respecto tendrán que ver exclusivamente con el bienestar del niño y de su normal desarrollo físico y mental y serán definidas con exactitud por las leyes correspondientes. 

 16. Ningún niño puede ser privado de su libertad o sometido a algún castigo. Las infracciones y las faltas que el niño comete se corregirán con ayuda de instituciones educativas correspondientes y por la vía de la ilustración y la sanación, pero no mediante castigos u otras medidas de carácter represivo. 

17. El Estado y la sociedad velarán por todos los medios por que ninguno de los derechos de los niños aquí mencionados sufra ninguna restricción. Protegerán estos derechos de todo ataque y obligarán a todos aquellos que no cumplan con sus obligaciones para con los niños, a hacerlo.
 



Publicación relacionada
Manfred Liebel
Las Monografías del Experto en Políticas Sociales de Infancia-UCM, nº 1, Noviembre 2006

Terrorismo de Estado y libros para niños.


¿Escribir novelas, cuentos, poesías, libros informativos, ensayos que recreen la violencia, que la expliquen, que la transformen con una metáfora, que la nombren?

¿No era que debíamos proteger a los menores del mal en el mundo? 
¿Darles historias felices, amables, justas?

¿Y si la realidad que escuchan, ven y sienten es otra? 




La composición interiores 2
Ilustración de Alfonso Ruano para 
“La composición” de Antonio Skármeta 
(Ekaré, 2000).leyenda
“Me siento destrozada… ahorita fue mi hijo, mañana puede ser otro niño inocente y no sabemos hasta cuándo va a terminar tanta violencia”. 
Roberta Evangelista Hernández era la madre de David Josué García Evangelista, “El Zurdito”, un jugador de futbol de 15 años de edad asesinado por miembros de la policía municipal de Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014.

Esa noche, la policía mató también a Víctor Manuel Lugo, el chofer del autobús donde viajaban Los Avispones, equipo de futbol de Tercera División al que pertenecía El Zurdito; a Blanca Montiel Sánchez, una mujer que viajaba en un taxi, porque tenía una urgencia, hacia casa de su hermana; y a tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa: Julio César Ramírez Nava, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fontes. Esa noche desaparecieron también 43 jóvenes, la mayoría en su primer año de estudios. 
No llevaban ni dos meses de clases.

“Fue el Estado”, “Fue el Estado”, gritan. 
Y el Informe Ayotzinapa realizado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, GIEI, lo confirma: Antes de los hechos los normalistas tuvieron seguimiento tanto de la policía federal, como de la estatal y del ejército, que tenían conocimiento de que se trataba de estudiantes de Ayotzinapa en actividades de boteo y toma de autobuses. 

Las policías municipales de Iguala y Cocula acorralaron, persiguieron, torturaron, intentaron atropellar, dispararon a quemarropa y atacaron por casi tres horas a los estudiantes. La policía federal, estatal y el ejército lo permitieron. En Argentina no temen llamarlo, oficialmente: “Terrorismo de Estado”. 

Empezamos a correr hacia atrás, pero desde Iguala venían unas tres o cuatro patrullas municipales, por lo que decidí meternos así hacia un sitio de árboles, espinas y nos escondimos hacia una colina, dice uno de los estudiantes sobrevivientes en el Informe del GIEI.

Cuesta hablar de El Zurdito, el único menor de edad que murió aquella noche, que había jugado su primer partido de la temporada y ganado 3 a 1. Cuesta escribir de estos crímenes en México. Los tenemos de frente, recién empezamos a reconocerlos, a ver las caras, a poner los nombres, pero cuesta. Cuando hice memoria y busqué ejemplos de publicaciones para un público infantil y juvenil que abordaran los crímenes que comete el Estado no encontré mucho en México (¿les viene alguno a la mente?), pero sí en Chile y en Argentina. ¿Comparar el terror y el arrebato de las dictaduras de Pinochet y Videla con la violencia en México? No la forma pero, quizá sí, las cifras: Del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa al de Enrique Peña Nieto existen, hoy, 22 mil 322 personas en el estatus de “no localizadas”. 
Según Amnistía Internacional un total de, por lo menos, 90 mil personas fueron desaparecidas en Guatemala, Honduras, El Salvador, Perú, Bolivia, Colombia, Brasil, Chile y Argentina durante sus gobiernos militares. 
Cuesta hablar. Pero cuando la poeta chilena María José Ferrada se enteró que existía un registro de niños desaparecidos y ejecutados en la dictadura de Augusto Pinochet, escribió un libro. Un año tardó en confirmar la lista de 34 nombres: 32 niños ejecutados, algunos de apenas 1, 3, 4 meses de nacidos, los mayores de 13 años de edad; un niño, Sergio Arturo Gómez Arriagada, de 11 años, todavía desaparecido; y uno más, Pablo Athanasiu, encontrado por las Abuelas de la Plaza de Mayo en 2013, víctima de la Operación Cóndor: robado a sus padres chilenos y apropiado por militares argentinos. 34, 43.
Cuesta hablar. Ponerse en el lugar de esos niños y niñas, recuperar sus voces. Pero la escritora Mariana Osorio Gumá, quien vivió la dictadura chilena cuando era niña y consiguió escapar a México con su familia, y las escritoras argentinas Paula Bombara y Raquel Robles, hijas de desaparecidos, lo hicieron desde las voces de niñas pequeñas que vivieron el horror de aquella época. Sus libros, Tal vez vuelvan los pájaros, El mar y la serpiente y Pequeños combatientes, respectivamente, llegan a jóvenes lectores porque comparten con ellos la mirada y, con ellos, cualquiera que los lee.
¿Cómo contar una verdad así de grande y dolorosa? ¿Es necesario hablar a niños, niñas y jóvenes de otros niños, niñas y jóvenes torturados, desaparecidos y asesinados? 
Mar, la protagonista de Tal vez vuelvan los pájaros tiene una respuesta: 
Siempre eso: ya lo entenderás cuando crezcas. A veces pienso que los grandes creen que soy un pedazo de empanada frita. No sé por qué es tan difícil explicarme por qué sería un problema que los papás de mis amigos tengan ideas distintas a las nuestras. ¿Y que es eso de derechista?.


Espero que con esta primera entrega de la lista, y las respuestas de muchos de estos escritores, lo entendamos tan bien como Mar, y que, poco a poco, perdamos el miedo y empecemos a escribir sobre el tema, a conversar estas lecturas con niños, niñas y jóvenes, a nombrar al terrorismo de Estado, así: Terrorismo de Estado. Sí, es necesario.


Niños

María José Ferrada. Ilustraciones de Jorge Quien. Grafito Ediciones, 2013. 



Los describió vivos, haciéndose preguntas, con sueños, deseos, voces familiares. Y, al final, los nombres completos que erizan la piel y hacen leer dos veces el libro, para resignificar cada palabra leída: Alicia Marcela Aguilar Carvajal, ejecutada; 6 años; Jaime Ignacio Rojas Rojas, ejecutado; 9 años;  Sergio Arturo Gómez Arriagada, detenido desaparecido; 11 años. Y está también Pablo Athanasiu, que se salvó. La fuerza del libro no solo radica en la belleza de cada poema, en la intimidad que María José Ferrada crea para cada niño, cada niña, y al mismo tiempo la universalidad de sus juegos, de sus pensamientos; la fuerza está, sobre todo, en que los escribió vivos. En su libro, esos niños y niñas viven


Dice María José Ferrada: 

La verdad no imaginé un lector. Era tan fuerte la imagen de los niños que habían sido detenidos y ejecutados, que no cabía nada más. Si lo escribí para alguien fue para ellos. Y de ahí en adelante para todos los que somos responsables –niños y adultos- de pensar nuestra historia para que cosas como estas no vuelvan a suceder.

Yo creo que se puede hablar de todo con los niños, pero creo que en ciertos libros, como éste, sería recomendable que hubiera un adulto que pudiera responder a las preguntas que el niño pueda tener al finalizar el libro.
Y no se trata de darle al niño una respuesta definitiva, los adultos muchas veces no tenemos respuestas, pero el niño es capaz de comprender eso, entender que en nuestra fragilidad intentamos acompañarlo.
Lo que me preocupó fue la gente cercana a esos niños. Hay dolores que son muy fuertes y no sabes si el otro quiere o no hablar de ellos. Pero también sentí que era importante conocer esa historia que ha sido tan olvidada.
El mundo es un lugar muy bello y un lugar que también puede ser muy duro. La literatura debe abordar ambas caras si quiere ser sincera.


Tal vez vuelvan los pájaros
Mariana Osorio Gumá. Ediciones Castillo, 2014. 
Tiene ocho años pero debe portarse como grande: Si llegan los milicos a buscar a papá o a este cabro, o lo que sea, ni una palabra. No puedes decir que estuvimos quemando cosas, ni que vino el tío Andrés, ni nada de lo que hayas oído o visto. ¿Te queda claro? Tienes que portarte como grande, Mar.
Un día, el mundo de Mar, se pone negro, “pero muy negro”. A su alrededor todo es revuelo, susurros, llantos y movimientos sin explicación, pero le dicen que no se preocupe. Entonces, se preocupa de verdad: ella sabe que cuando un adulto dice eso, la cosa va en serio. La capacidad de Mar para atravesar el dolor (la de Mariana Osorio para describirlo), sin embargo, es más fuerte. Va y viene, se esconde, se calla, toma la mano de su mamá, cuida a su hermano, dice adiós, inventa palabras, recuerda cuentos y juega todo lo que puede. Y en esa realidad contada en primera persona, definida por las decisiones que toman otros, y ante el desconsuelo de esperar a un padre que no vuelve a la hora prometida (una casa que no vuelve, un barrio, un país, una nana y unos amigos que no vuelven a su vida), ella demuestra que también puede decidir algo para sí misma y nos hace cómplices: no hablará más, no dirá una palabra hasta que su papá regrese. Y tal vez, con él, los pájaros (lo que me recuerda aquel cuento desgarrador de Esteban Valentino: Los pájaros mudos).
Esta novela es extraordinaria, “fuera del orden o regla natural o común”, es la única que encontré escrita y editada en México para incluir en este listado. Y hasta México llegan sus protagonistas exiliados que, cuando rompen una piñata, oyen: —¡Duro, Lalo! ¡Pégale duro, como si fuera un milico de los que se llevaron a tu papá! ¡Duro, duro!
Y la piñata se fue al traste. Le sacó la cresta completa. Y los dulces salieron volando, pero él se quedó de piedra, como estatua, con el palo en la mano y mirando fijo, como hipnotizado, a los cabros que se peleaban por las golosinas. Y tuvo que venir su tía a abrazarlo, se lo llevó al baño para lavarle la cara, que la tenía roja de rabia, mocos y lágrimas.

Dice Mariana Osorio Gumá:
Por supuesto que se puede y se debe hablar sobre el tema (desaparecidos, ejecutados, violencia) a lectores menores (es decir, niños, jóvenes). El asunto es cómo se hace. Hablar de esos temas a través de una ficción, indirectamente se convierte en una manera de sensibilizar la humanidad que habita a cada quien. Y la humanidad es algo que se construye a través del cultivo del alma y la sensibilidad.

Mi apuesta con este libro fue hacerlo a través de una ficción. Considero que es la ficción la que puede dar cuenta de manera más profunda de hechos que son muy difíciles de nombrar. Ponerle palabras al horror, al terror, al dolor, la pérdida y la desgarradura de una guerra a través de una historia literaria, lo hace mucho más accesible y permite que el lector elabore los dolores propios y se aproxime o sensibilice con los ajenos, a través de personajes inventados. Y también es una manera de nombrar la esperanza, el anhelo de la libertad, la posibilidad de conseguirla a través de las herramientas que se tengan a mano. Una de las más destacadas, desde mi punto de vista, es la imaginación. Como la de Mar: a quien de cierto modo salva su propia imaginación y el anhelo y esperanza de libertad.


El mar y la serpiente
Paula Bombara. Grupo Editorial Norma, 2005.
He leído una y otra vez sus primeras páginas, no solo porque me gustan su sonido, su ritmo, el carácter determinado de la niña que habla, si no porque me parece excepcional la manera en que la autora establece el conflicto, las voces de los personajes (sobre todo la de la protagonista) y el camino que habrá de tomar la novela en tan poco tiempo. Lo hace, además, cortando la prosa en renglones pequeños, pero sin que se corte nada, con una fluidez como de pensamiento que lo lleva a uno hasta el final. Cambiará el tono en la segunda y tercera parte, como cambia la protagonista, pero aquel arranque se queda grabado como un tesoro: ¿y si fuéramos capaces de recordar a detalle lo que pensábamos, sentíamos y hacíamos cuando teníamos 3, 4 años? La propia protagonista, en esa segunda y tercera parte, dice que no se acuerda de todo aquello terrible que pasó, tal vez solo tenga miedo a recordar. 

Mamá viene a mi pieza. Tiene el bolso verde. Abre los cajones y saca ropa. ¿Vamos a lo de los abuelos?
Papá no está.
¡Dale, vamos!, dice mamá.
¿Y papá?, digo.
Cuando vuelva nos va a buscar a lo de los abuelos. Mamá está seria. Apurada.
Mamá tiene los ojos con agua. Pero no llora.
Mentira. 
Llora. Pero para adentro.
Mamá se ríe de mentira. Dice, ¿por qué me mirás tanto?
Mamá guarda ropa y juguetes en el bolso verde. 
Me pone una campera. Tengo calor.
Digo, tengo calor. 
Dice, para después.
Dice Paula Bombara:
Creo que es necesario hablar/escribir a los niños sobre todo aquello que ellos preguntan, sobre lo que no comprenden, sobre lo que ven que ocupa el pensamiento de los adultos que viven con ellos. Sea el origen de la vida, la existencia de dios, el amor, el sexo, la violencia o la muerte (y muchos etc). Estoy convencida de esto porque sé que si no ponemos palabras en esas preguntas, a veces vociferadas y otras veces silenciosas, los niños las buscarán solos. Esa búsqueda solitaria de respuestas es mucho más dura, difícil y confusa. 
Como los acontecimientos políticos y sociales se conversan en los medios de comunicación, los niños tienen contacto con lo que sucede en su ciudad, en su país (porque escuchan y sienten, aunque los adultos pensemos que no les interesa) y comprenden, muchas veces, sólo retazos, tomando elementos de su propio imaginario para unirlos en un relato que les dé respuesta.
Yo siempre intento hablar/escribir desde mi humanidad, poniendo en juego todo lo que haga falta, ser lo más clara posible, usando palabras sencillas y contra preguntando para cerciorarme de que lo que conté fue comprendido. Intento salirme del lugar de “la que sabe” porque la realidad es que no sé lo que está sucediendo en el interior de ese niño, esa niña en particular. Respondo, pregunto, escucho. Dialogo intentando siempre escoger palabras que acorten distancias, comparaciones cercanas a ellos, claridad. Y claro, también puedo equivocarme. Si me percato de eso, me disculpo y vuelvo a empezar.


Diario de un hada
Florencia Ordóñez. Malasaña Ediciones, 2015.
Cuando el mundo estalla en pedazos, lo percibimos por partes. En mi casa lo primero que estalló fue una jarra de leche. Era la jarra que mi madre sostenía entre las manos cuando llegaron Ellos, los hacedores de muerte. Sobresaltada por los gritos de esos seres oscuros, dejó caer la jarra al suelo y se precipitó a trancar la puerta. Fue inútil. Ya estaban ahí. Mientras la apresaban me lanzó una mirada que lo decía todo. Tenía esa clase de mirada capaz de atravesar las paredes y las conciencias. Era una de las razones por las que era llamada bruja. Quizás también fue una de las razones por las que se la llevaron.
Este arranque brutal se corresponde con su desarrollo. La novela, contada desde la voz de una niña, va recogiendo los trozos de vidrio y con ellos cuenta pequeñas historias, con personajes clásicos, mientras la protagonista avanza en su búsqueda. En el camino habrá brujas, princesas, sirenas y niños que se pierden. Una comparación del terror de los cuentos de hadas clásicos: el abandono de Hansel y Gretel, la pérdida de la infancia de Alicia o Wendy, la permanencia de la fantasía de Peter… con el miedo y la necesidad de invisibilidad que rodea una niñez en medio de una dictadura. Y una nueva historia en ese universo de personajes reconocibles. Su autora, vivió muchas de esas experiencias y emociones de chica y, aunque dice que al principio solo quería escribir una historia para ella, terminó contando la de toda una generación.

Dice Florencia Ordóñez:

La infancia no es un paraíso como algunos creen: el miedo, el conflicto, la muerte, la política, también son cosas que atraviesan las infancias. Sí, me parece que hay que hablar. Sobre todo cuando hablamos de violencias que tienen continuidad en el presente. Trabajo en un ex centro clandestino de detención donde todos los días vienen niños y jóvenes. Ellos no piden protección, lo que manifiestan es que quieren saber qué pasó. Me parece que es bueno escucharlos. El humor es una vía, la poesía y la fantasía también lo son.



¿Quién soy?
Textos: Paula Bombara, Iris Rivera, María Teresa Andruetto, Mario Méndez. Ilustraciones: Irene Singer, María Wernicke, Istvansch, Pablo Bernasconi. Calibroscopio, 2013.
Cuatro cuentos que retoman los casos reales de cuatro nietos recuperados. Un proyecto bien concebido para ser leído por niños y niñas, una carta, una invitación a saber, a preguntar y a encontrar a más nietos: la última historia, como cientos, no ha concluido: la protagonista busca a su mellizo, robado, como ella, cuando era un bebé. El texto informativo que cierra el libro y las experiencias de los procesos de escritura que narran los autores (un “detrás de cámaras” que encantará al lector) dan una dimensión de documento testimonial que enriquece el libro.


El relato de Maria Teresa Andruetto es el de unos hermanos, Marcelo y Victoria, que son separados de muy chicos y a los que les cuelgan un cartel que dice “Mis padres no pueden cuidarme…”. Son dos hermanos pero hay muchas voces, tres por lo menos: la de Marcelo, la de Victoria y la de la escritora que cuenta. Y así, con fragmentos de historias, como la memoria, uno va descubriendo qué pasó. Algunos momentos son clarísimos, hay nombres, sabores, un color, uno más, un abrazo, una certeza; otros son como una voz pequeña, que tiembla y duda, que no sabe dónde ni por qué ni los nombres, solo sabe que suena.
En el fondo de sus ojos hay un secreto: no sabe dónde nació, ni quiénes son sus padres. No recuerda dónde la tuvieron encerrada, ni el auto en el que la llevaban, ni la cara del hombre que la dejó en Rosario. No sabe si tiene hermanos o abuelos o primos. Y si los tiene, no sabe cómo se llaman. Tal vez vivió en la montaña. O en una ciudad inmensa. O en un país lleno de frío. O junto a un mar donde era verano siempre. ¿De quién vienen estos ojos oscuros, estas ganas de ser maestra, esta boca grande?.

Dice María Teresa Andruetto:
Tu pregunta pone en la mesa una cuestión central de la literatura. ¿Debe el arte ocuparse de lo social, de lo político y de la desnuda vida sucediendo allá afuera de los libros con su horror, con su dolor? ¿O debe en cambio poner los ojos en un lugar ideal que nos haga ensoñar, que nos aparte de lo real? ¿Arte por el arte o arte comprometido con lo social?
Tuvo distintos momentos y aspectos esa pregunta y distintos modos de resolverse en cada época, corriente estética y escritor. Por mi parte creo que (la frase es de Oscar Masotta) un escritor es una conciencia dialogando con el mundo y entonces ese mundo, de mil maneras metaforizado, aparece. Pero para que una obra alcance su forma estética (porque de eso se trata) no podemos hacer que lo social aparezca en nosotros como un mero mandato que nos hacemos o recibimos de otros, de modo que las ficciones de mayor calidad son siempre resultado de esa tensión entre lo monstruoso y su metaforización.
Como nos lo recordaba Italo Calvino, Perseo no puede matar de frente a la medusa, debe hacerlo mirando su reflejo en el espejo, porque mirada directo a los ojos, la medusa nos vuelve de piedra, nos convierte en insensibles. Entonces, es como escribir algo que, atravesado por lo que allá fuera sucede, sea también nuestro, tan completamente social como íntimo, algo que no nos deje inertes (ni a quien escribe ni a quien lee), algo que supere al siempre potente testimonio de las víctimas o de sus familiares. No puedo menos que pensar en algunas frases que el padre de uno de los estudiantes mexicanos desaparecidos dijo, no puedo citarlas de memoria, pero tenían la potencia de un párrafo de Rulfo o, para decirlo mejor, Rulfo alcanzó con sus ficciones la potencia de las voces del pueblo mexicano.

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Adolfo Córdova

Según Poleke, hoy en día se puede “tener a un papá que no es tu papá
O a un papá que es tu papá pero vive en otro lugar. 
O un papá que existe, pero no sabes dónde. 
O un papá de probeta al que no conoces. 
O a un papá de probeta que sí conoces, pero a quien no llamas papá porque así le dices al marido de tu mamá. 
O un papá de probeta que no es el marido de tu mamá, pero a quien de todas maneras llamas papá. 
O un papá del que sabes dónde está, pero al que no puedes ir a ver porque está prohibido. 
O tienes dos papás a los que les gustan los chicos. 
O dos papás que son mujeres”.

En esta entrada hay por lo menos seis tipos de papás más. Está el papá poeta de Poleke, divorciado y vuelto a casar. Hay dos padres que viajan con sus hijas buscando mejores oportunidades: uno va hacia el Norte, con un coyote; otro emprende una viaje en automóvil entre bosques y desiertos. Hay una niña que pierde un diente y un papá en casa que la ayuda a resolver sus miedos. Y dos más: uno que le escribe a su hija una larga historia de vida, como un poema, y otro que la llama por teléfono desde lejos, ansioso de reencontrarse con ella.
Ya habíamos visto aquí cómo resulta más común encontrar relatos de padres ausentes, regañones y tiranos que relaciones positivas. Si la búsqueda es de padres e hijas, el panorama no es más abundante, pero tampoco es pobre. Aquí una prueba. 
Para celebrar a los padres que se quedan o que vuelven, pero que sí están.


1. Dos conejos blancos.  Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, Ediciones Castillo.
Aunque proliferen los libros álbum, todavía no es tan común encontrar propuestas donde el texto y la imagen dialoguen como en este libro, en dos niveles lectura tan claramente trazados. En uno, el del texto, una niña narra en primera persona su vida viajando con su padre. Mira y cuenta: cinco vacas, cuatro gallinas, cincuenta pájaros, un niño; perros que pasan, autos que pasan; la gente que vive en las vías del tren, las nubes. Todo, menos los soldados. Ella hace preguntas: ¿Para dónde vamos? Su papá no responde, está alerta, pensativo, silencioso. No responde, pero las ilustraciones sí. En ese otro nivel está el viaje que reconocemos y que empezamos a encontrar en más libros para niños: el de los migrantes de sur a norte.
Ya en el magnífico Migrar (Ediciones Tecolote, 2011) compartíamos la mirada de un niño que deja su casa y se sube La Bestia para llegar a Estados Unidos. Dos conejos blancos es un libro hermano, pero aquí no es la voz de la niña la que da orden y tiempo a la narración, son las imágenes, llenas de sombras y cielos, las que nos llevan. Los paisajes se abren y se cierran; los personajes suben y bajan, corren, se tallan los ojos, trabajan, juegan, pero están juntos, la hija y el padre. Él la sostiene y si se aleja la llama enseguida, porque el entorno es amenazante. Rafael Yockteng no lo maquilla, aunque tampoco dramatiza de más. Y el final no es conclusivo, porque es difícil decir qué pasará en estas historias (Según el Instituto Nacional de Migración, cada año unos 40 mil niños y niñas migrantes son repatriados desde Estados Unidos a México. Alrededor de 18 mil viajan solos), pero no es desesperanzador. El lector, sabe, por lo menos, que son dos, y están juntos.

Igual que Buitrago y Yockteng que, a estas alturas, parecen una de las parejas creativas más sólidas en la producción de libro álbum en Iberoamérica; dos conejos, también ellos, sensibles a la relación de padres e hijas en contextos complejos. Basta recordar a la entrañable Eloísa rodeada de bichos (Eloísa y los bichos, Babel Libros, Ediciones Tecolote, 2011) o Camino a casa (FCE, 2008, Premio A la Orilla del Viento) que, muy anticipadamente en México, aborda, de manera sutil (se revela en las páginas finales), la desaparición de un padre y su sustitución alegórica con un enorme león.

2. Hermano Lobo.   Carla Maia de Almeida. Ilustraciones: António Jorge Gonçalves. Traducción: Jerónimo Pizarro. Ediciones El Naranjo. 
La de Bellota es una voz que no se olvida. Una voz dividida en dos: Bellota, de ocho años, que viaja en auto, en presente, con su padre, tras la pista de un nuevo hogar; y Bellota, una joven de unos 15 años, que recuerda y cuenta cómo su familia empezó a desmoronarse. Esa voz es nostálgica pero llena de descripciones de las dinámicas familiares inteligentes y divertidas. Cada miembro de la familia es un personaje en la voz de Bellota, no es su madre ni sus hermanos mayores, son Blanche, Miss Kitty y Fósil, miembros de una tribu apache, liderada, apenas, por Alce Negro o el Hombre de Hielo (inofensivo), su padre. Y Malik, el perro, casi un hermano, y Conejo Volador, un muñeco de peluche.
El viaje de la Bellota de ocho años también tiene humor y momentos bellísimos de calma y descanso al lado de su padre. El roadtrip, al ella que titula la “Gran Travesía por el Desierto de la Muerte”, es una búsqueda desesperada por el paraíso perdido, una casa vieja, que el padre recuerda idílica. Mientras él busca dónde dormir, qué comer, por dónde continuar el viaje, Bellota recuerda al resto de su familia, pero también observa, escucha y conoce a su papá. Son sólo ellos dos en el auto, ella elabora una historia propia a su lado y una historia para su padre. De pronto es una narración que parece remontarse a los orígenes del hombre y que condensa el espíritu incansable y desesperado del padre de Bellota. Quiere proteger y mantener a su familia, lo intenta “con todas sus fuerzas y coraje”, pero parece que nadie lo nota… salvo ella, que está dispuesta a quererlo siempre. 
Yo sabía que el Hombre de Hielo no era peligroso cuando se transformaba, porque Conejo Volador me había contado historias acerca de él: 
“Hace muchos, muchos años, un hombre había salido a cazar buscando comida para alimentar a la familia. Era invierno. Había nieve y hielo por todos lados y la mayor parte de los animales se refugiaba en sus cuevas y lugares de abrigo. Ya había caminado muchos kilómetros y estaba exhausto. Entonces avistó los cuernos de un venado tras los árboles y comenzó a correr tras el animal sin advertir que se encontraba demasiado cerca del glaciar. La idea de llevar carne para muchos días lo dejaba ciego, tan ciego como la nieve que le caía sobre los ojos. Y el hombre dejó de ver…”. 


3. Escalera al cielo.   Andrés Acosta. Ilustraciones: Richard Zela. SM Ediciones.
Tú, desde antes estabas tú, no aquí, de este lado; / vivías dentro, muy dentro de mamá y desde entonces / yo soñaba contigo. A lo lejos te vi, caminabas distraída / junto a un río y caíste a las aguas de vertiginosos / remolinos que arrastraron tu pequeño cuerpo / cual muñeca de trapo. Veloz me adentré en el río, / aferré una raíz, las piernas temblando, / y cuando pasabas frente a mí te tomé de la mano. / Te arranqué de las aguas, de los helados brazos / de la muerte. Estabas desmayada. / Tus ojos cerrados para el mundo. / El mundo, cerrado para ti. Oprimí tu pecho / y brotó un chorro de agua / y también salieron burbujas y pequeñas piedras / y plantas y un pez que regresó contento al río.
Uno de los relatos en verso más conmovedores y potentes que he leído. Si no es habitual la poesía para niños, menos un proyecto de esta naturaleza, que revela, en 60 páginas, renglón a renglón, como si fueran peldaños, el testimonio de un padre que le habla a su hija. El tono es entre mítico y realista. La hija de este hombre nace extraña: El médico dijo, es una niña. El médico dijo, / que ha roto antes de tiempo su cordón umbilical. / Habrá problemas, el médico dijo. / Nadabas sola, extraviada dentro del saco amniótico, / desconectada. Eras una niña astronauta, / perdida en el espacio interior de tu madre. 
El autor va y viene entre las metáforas y los acontecimientos concretos de esta niña que va creciendo, cada vez más extraña, para mantener la tensión y construir una voz paterna atenta, amorosa, comprensiva… y, de verdad, memorable. Andrés Acosta se apoya, sutilmente, en otros peldaños, algunos versos de sus “padres” literarios: Borges, Elliot, Gorostiza, Paz, Villaurrutia, Sabines, Girondo, Nezahualcoyótl… Es un gesto más bien simbólico, porque apenas retoma una línea o un par de palabras, pero refuerzan ese sentido mítico del libro: contar una voz que es la de muchos padres.


4. Dientes.   Antonio Ortuño y Flavia Zorrilla. Petra Ediciones.
Encima: esta es la historia de Natalia, una niña que pierde su primer diente cuando se cae de la bicicleta. Debajo: la historia de una primera pérdida íntima, un pequeño rasgo familiar de la muerte, y la ansiedad que eso puede generar en una niña.

Y entonces, cuando Natalia piensa cómo vencer, con la ayuda de su conejo, al compañero que la molesta en la escuela y que tiene dos perrotes, aparece el papá. Es sobre todo él quien escucha a Natalia y la ayuda a resolver sus problemas. Buscan en un libro sobre el cuerpo humano cuánto falta para que le salga un nuevo diente. Al parecer no mucho, pero más que encontrar una respuesta, se abren más preguntas y aumenta el miedo: el papá le cuenta que se le caerán TODOS los dientes. Y más: ella ve una de las imágenes del libro: ¡es una calavera! Él la consuela: “… mi papá dice que todos tenemos una calavera dentro. Hasta él. A la mía le falta un diente pero volverá a salirle”.
Desde la cotidianidad de Natalia, se abre un mundo ilustrado que se encoge y crece todo el tiempo. Perros gigantes, papá gigante, conejo gigante al ataque y la propia Natalia, una superhéroe conejo, más alta que los edificios, dispuesta a vencer lo que la hace sentir amenazada; con poquito de ayuda y toda su imaginación puesta en marcha. El texto fluye sin adornos. Logra, en su sencillez y búsqueda de una voz infantil, transportarnos al complejo mundo de Natalia, con ilustraciones en rojos, negros y amarillos, llenas de detalles, objetos ocultos y personajes de ojos grandes y expresivos que vuelven trascendente la experiencia del libro.


5. Vamos a ver a papá.  Lawrence Schimel y Alba Marina Rivera, Ediciones Ekaré.
El día preferido de la protagonista es el domingo. Ese día se levantan temprano su mamá, su abuela y ella. Esperan juntas en la cocina, silenciosas. Mientras la mamá y la abuela toman café, y el perro, Kike, un trozo de pan remojado, ella toma sólo un vaso de leche. Entonces, ¡al fin!, ¡suena el teléfono! 

Es el papá de la niña. Llama todos los domingos porque ese día es más económico. Hace más de un año que se fue. Esta llamada es diferente a las otras, porque anticipa un reencuentro que la niña ni soñaba. Su vida y sus emociones cambiarán a partir de ahí, y nosotros, con ella, nos conmoveremos cada vez más.
Aunque no está presente físicamente, el papá es el centro de esta historia, como un sol lejano. La añoranza de la niña da paso a una mudanza que revela el ciclo interminable de las despedidas y las llegadas. Con mucha sensibilidad y atención a su lector, Lawrence Schimel ordena las emociones contradictorias de la niña y nos las muestra a través de diálogos capaces de hablarnos. Va del interior al exterior, la niña habla con ella misma y se pregunta: “¿Encontraré nuevos amigos?”, luego lo conversa con su mejor amiga, cómplice, igual que nosotros. Y ante el desconcierto y la incertidumbre, un contrapunto de humor, en dosis justa, que es el perro Kike, y las ilustraciones de Alba Marina Rivera, que construyen escenarios acogedores entre miradas tristes y texturas difuminadas.
Hacia el final del libro ya estamos más cerca del padre. Atrás quedan los domingos de levantarse temprano, con la abuela y Kike, pero no el cariño, ese es el verdadero centro de la historia.


6. Poleke.   Guus Kuijer. I lustraciones de Agata Raczynska.
La vida de Poleke no es sencilla, pero se la toma con gracia. Este personaje es uno de los más descarados y divertidos que he leído recientemente. Niña poeta, de 11 años, de padres divorciados y a la que acaba de dejar su novio. Con un sentido del humor que provoca carcajadas, este fantástico autor, ganador del Premio Memorial Astrid Lindgren 2012, consigue conectarnos desde la primera palabra con Poleke y querer más y más páginas de ella con nosotros.

Poleke es movida principalmente por el amor a su papá y la llegada de un nuevo “papá” a su vida, el futuro marido de su madre, que para colmo de males ¡es su profesor!
Por lo general, el profesor Wouter me parece bastante simpático, pero no a las ocho de la noche en mi casa, a solas con mi mamá. 
El suyo, dice, es un “PC” (Papá Complicado), que es mejor que un PMC (Papá Muy Complicado) como el de Caro, su mejor amiga.
Antes todavía se veían algunos papás normales, que volvían a casa por la tarde, veían televisión y bebían cerveza. Papás como esos ya no existen, creo.
Con todo, Poleke quiere mucho a su papá.
Mi Papá Complicado es un papá maravilloso. Esa es la pura verdad. Es poeta, como yo. La diferencia entre él y yo es que yo escribo y él no. Es un poeta sin poemas. Es poeta porque así nació. Se nota enseguida en su aspecto, su manera de hablar, de caminar. ¿Captas? Una vez escribió un pequeño poema para mí: 
Siempre habrá aire / para mi castillo / y siempre habrá un nido / para mi Poleke.
¡Tan bello! Casi se me salen las lágrimas. ¿Sabes por qué? Por ese “mi” que escribió antes de “Poleke”. Eso me conmovió.
Su franqueza es cautivadora. También sorprende su actualidad, la naturalidad con la que se mueve en un entorno multicultural, con preferencias sexuales diversas y familias compuestas. No puede contar con su papá para, por ejemplo, hablar de sus problemas amorosos, pero tiene a sus abuelos.  Y así, poco a poco irá transformando la idealización en la que tenía a su papá, por hacerse un retrato más real, lo que la vuelve un personaje más humano para nosotros. Y quizá ese sea el único defecto del libro: es tan profundo lo que consigue Kuijer que sentimos que termina demasiado pronto. ¿Un consuelo? Volver a leerlo.


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