Hay una característica nueva de la forma de vivir, sentir,
pensar e incluso actuar en la actualidad,
es que está desconectada de lo que nos precede, nos sustenta
y nos sirve de guía y de base de sustentación.
...la anomia como marco referencial sin referencias.
Hay varios fenómenos sociales -que no particularmente individuales o
casuales-, que han emergido y están extendiéndose en los últimos tiempos
y que, seguramente, tienen que ver con nuestras conexiones afectivas,
comunitarias, familiares, amistosas. Los seres humanos somos seres
conectados a unas formas de vida, a unos grupos familiares, a un
territorio, a un grupo laboral o profesional, etc…
Durante la infancia y la adolescencia ensayamos estas funciones
vitales y nos vamos conectando a destinos previstos o a proyectos
personales por desarrollar. Casi siempre tienen que ver con modelos
cercanos aderezados de otros que nos vienen vía productos culturales,
fiestas, celebraciones, tradiciones.
Pero una característica nueva de la forma de vivir, sentir, pensar e
incluso actuar en la actualidad, es que está desconectada de lo que nos
precede, nos sustenta y nos sirve de guía y de base de sustentación.
Creo que, en gran parte, esto ocurre por el enorme auge que ha tomado la
anomia como marco referencial sin referencias. Anomia es (según el DLE)
“trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre” y
“conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o
de su degradación”.
Bajo este paraguas anómico discurre gran parte de nuestras vidas,
donde se han desdibujado y degradado muchos de los principios, fórmulas y
objetivos de una óptima y positiva convivencia.
Las calles no deben ser el reino del más fuerte, los centros
escolares territorios de competitividad y hegemonía, los hogares lugares
de cohabitación sin convivencia efectiva, los lugares de trabajo
puestos aislados sin verdadera comunicación, etc…
No siendo esto, estaríamos en conexión social y humana. Pero vemos
que predominan ahora los mensajes mediáticos y en las redes, de personas
singulares, especiales, que se diferencian de lo común y general, para
elevarse por encima con un sentido enorme de exclusividad, que es lo que
les concede el estatuto de triunfo o victoria. Actitudes antisociales,
hechas de cachitos de particularidades salidas no se sabe de dónde. Lo
contrario al sentido de ciudadanía, que contiene la idea incluyente de
bien común, que me incluye a mí también, la idea de derecho y deber que
viene a remplazar las de privilegio y discriminación, propias de
sociedades autoritarias y excluyentes.
La cultura de las pantallas alimenta todas estas cuestiones que están
regidas por la anomia: yo, en solitario, me fabrico un mundo sin normas
que me molesten a mí, degrado las propuestas de bien común, invento
lenguajes, situaciones, aventuras o sucesos deseados inventados. Cambio
hasta mi rostro y mis gestos, hago una performance de cualquier
necedad o tontuna. Sin necesidad de preparación. Si estoy al otro lado,
me trago todo esto como promesa de éxito, porque sólo se traga el
producto final, no el proceso.
La anomia y la carencia de conocimiento y experiencia de los
procesos, está criando y educando seres humanos muy exigentes y
demandantes, sin raíces, sin paciencia, sin voluntad, con caprichos y
deseos irrefrenables, con la convicción de que son derechos de su
persona, aunque colisionen con derechos de otras personas.
El problema más grave, a mi entender, es que todo esto es
incompatible con los aprendizajes de todo tipo, que requieren de tiempo,
método, repetición, voluntad, atención. Para llegar a conocer algo y
manejarlo con destreza, hay que cumplir el paso por estos peldaños. Los
niños, niñas y jóvenes pegados a las pantallas no pueden tener estas
experiencias de aprendizaje. Les parece que todo es automático, les
abona el narcisismo espontáneo, les presenta un mundo exógeno lleno de
facilidades y resultados mágicos e inmediatos.
Difícil que estas generaciones encajen con la educación reglada o la
educación familiar, que contienen necesariamente normas de
funcionamiento, para que se sustenten con solvencia y dignidad. Si la
mayor parte de niños, niñas y jóvenes exigen horarios a su medida para
dormir, comer, salir, entrar, estar, colaborar,.., asignaturas
atractivas y evaluaciones excepcionales (eso no me gusta), comidas y
alimentos a la carta , estímulos continuos en sus aprendizajes para la
vida, amistades virtuales, conexiones continuas que desconectan del
entorno material, imágenes que lo explican todo en un instante,
audiovisuales vertiginosos llenos de ruidos y efectos especiales donde
no logras saber lo que ocurre, y modelos de influencers youtubers
de los que no saben más que lo que presentan frente a la pantalla. Si
la verdad vale menos que la mentira y un corte de pelo o un maquillaje
cotiza en el mercado del éxito virtual y económico…. ¿cómo seguimos
esperando que las niñas, niños y adolescentes puedan progresar en
aprendizajes escolares o familiares?
Decimos que la escuela está obsoleta y en gran parte es verdad. Que
en ella faltan recursos materiales y personal con buena formación para
una profesión tan difícil. Que los métodos están anticuados. Que las
administraciones educativas no tienen un interés especial en mejorar los
planes de estudios, que las pedagogías quedan en los departamentos
universitarios .
Todo eso es cierto y verdad. Pero quién educará a quienes educan?
Unas generaciones analógicas que tienen que educar a varias
generaciones digitales lo tienen difícil, aunque siempre siempre
creeremos que cuando se quiere se puede.