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La nueva Ley de Infancia y Adolescencia de Castilla y León priorizará a las familias de acogida

 El borrador del anteproyecto busca garantizar la atención integral de los menores de edad y prevenir las causas que sean un "obstáculo", "limitación" o "impedimento" para su pleno desarrollo e integración socio familiar

La Razón 25. Castilla y León

R. Travesi

Valladolid Creada: 12.10.2023 13:33

La consejera de Familia e Igualdad de Oportunidades, 

Isabel Blanco, visita un centro de acogida de menores  Ical


La futura Ley de Atención a la Infancia y a la Adolescencia en Castilla y León priorizará a las familias de acogida en detrimento de los recursos residenciales, ya que el texto recoge que no se acordará el acogimiento residencial para los niños menores de tres años, “salvo en los supuestos de imposibilidad, debidamente acreditada, de adoptar la medida de acogimiento familiar o cuando esta medida no convenga a su interés superior, en atención de sus circunstancias personales, familiares y sociales”. Una limitación que también se aplicará a los menores de seis años cuyo acogimiento residencial será por el plazo “más breve posible”.


El borrador de anteproyecto, consultado por la Agencia Ical, recoge que la Junta podrá prestar a los acogedores “apoyos” y “ayudas”, además de recibir una compensación económica por los gastos de manutención de la persona menor y otros gastos extraordinarios que se generen durante el acogimiento. También, el anteproyecto del texto recoge que la administración autonómica impulsará campañas de sensibilización para fomentar el acogimiento familiar y evitar la institucionalización de los menores de edad, sin olvidar las actuaciones de captación y formación de familias acogedoras.


Además, se dará prioridad a la promoción del acogimiento de los menores con menos posibilidades de ser acogidos, por su edad, discapacidad u otras circunstancias especiales. Por otro lado, deja claro que el acogimiento residencial , como forma de ejercer la guarda, “solo” se acordará en casos en los que se acredite que no es “posible” ni “viable” un recurso de protección de naturaleza familiar. De no haber otra opción, el acogimiento residencial tendrá carácter provisional y la menor duración posible.


La Junta procurará, como hasta ahora, que todos los hermanos puedan alojarse y ser atendidos en el mismo centro, con el ánimo de fomentar su convivencia y su relación filial. El acogimiento familiar de menores con necesidades especiales, por razón de discapacidad, toxicomanías, problemas de salud mental o enfermedades crónicas de carácter grave dispondrán de servicios especializados, debiendo garantizarse una calidad y nivel de las prestaciones asistenciales, educativas y terapéuticas adecuados y adaptados a sus necesidades.


También se destaca que el centro deberá proporcionar el estilo de vida más “normalizado” y “adecuado” a las circunstancias del niño o adolescente, lo que obligará a que mantenga la “proximidad” al entorno familiar y social, “ a fin de no alterar ni interferir en sus relaciones y actividades anteriores, siempre que no sea contrario a su interés”. Para ello, la entidad pública de protección promoverá modelos de acogimiento residencial con núcleos reducidos de menores que convivan en condiciones similares a las familiares.


Este criterio de prevalencia de las medidas familiares frente a las residenciales se mantiene para los casos de protección cuando hay una separación de su familia biológica. No en vano, el borrador reitera que se procurará evitar el ingreso de los menores de 12 años en centros y, cuando no sea posible, se tratará de que no permanezcan más tiempo del que se fije reglamentariamente.


Por último, la Junta podrá optar por la concertación de plazas con entidades públicas y privadas para llevar a cabo “adecuadamente” la media del acogimiento residencial. A efectos de asegurar la protección de los derechos de los menores, la administración deberá realizar la supervisión de los centros semestralmente y siempre que así lo exijan las circunstancias.


El texto, según Ical, tiene un apartado para los centros específicos para menores con problemas de conducta, cuya finalidad será la integración social, lo que obliga a elaborar un plan de intervención individualizado. El ingreso en estos dispositivos, que requerirá una autorización judicial, se limitará al tiempo necesario para abordar la problemática y “solo” será posible cuando la intervención no pueda realizarse a través de otros recursos de protección.


En cuanto a los menores de 14 años no sujetos al sistema de responsabilidad penal, los que hayan cometido delitos contra la libertad sexual o de violencia de género, la Junta se compromete a desarrollar programas formativos en igualdad y de respeto a la libertad sexual.


El anteproyecto expone en el título preliminar que la futura ley busca garantizar la atención integral de los menores de edad que pasa, por ejemplo, por regular las actuaciones y medidas dirigidas a prevenir las causas y los factores que puedan suponer “obstáculo”, “limitación” o “impedimento” para su pleno desarrollo e integración socio familiar. También, establecer el marco jurídico de actuación para la atención de los niños y adolescentes que se encuentren en situación de riesgo o desamparo así como la protección, tutela y ejecución de medidas penales impuestas por los jueces. Otro de los objetivos es fijar los cauces para la colaboración con las familias, las entidades del tercer sector y canalizar la participación social en todas las actuaciones de promoción, prevención y protección de los menores de edad pero también fijar las competencias de las entidades locales en relación a la atención y protección a la infancia y la adolescencia.


Identidad de género y orientación sexual


En el apartado de los derechos, el borrador precisa que los menores de edad tienen derecho a su identidad de género y a la expresión de su orientación sexual, sin ninguna discriminación. En este sentido, añade que las administraciones públicas de Castilla y León adoptarán las medidas “necesarias” para garantizar su derecho al reconocimiento de su identidad de género y al libre desarrollo de su personalidad, de conformidad con la normativa vigente.


Además, los menores extranjeros residentes en la Comunidad tendrán derecho a los recursos públicos que faciliten su atención e inclusión social, lingüística y cultural, respetando su propia identidad y al margen de su situación administrativa así como la asistencia sanitaria, de salud mental infanto-juvenil y de rehabilitación. De ahí que apunte que las administraciones públicas deben prestar el servicio de atención inmediata y primera acogida a los menores migrantes no acompañados, de acuerdo a la normativa y la ley.


Lo mismo ocurre con las víctimas de violencia de género y de trata que deberán recibir las atenciones necesarias para su recuperación e inclusión social y los que tengan necesidades especiales o dificultades de inserción social para que se les preste una formación educativa y profesionales para lograr una inclusión plena.


«Las heridas que no vemos. Doce claves sobre el trauma», Renovando desde Dentro, nº 14,


F. Javier Romeo Biedm
Renovando desde Dentro, nº 14


¿Qué tienen en común a nivel psicológico los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección (en acogimiento residencial o familiar)? Hay niños tímidos y niños arriesgados, hay niñas pasivas y niñas agresivas, hay adolescentes distantes y adolescentes emocionalmente dependientes. Y si vamos a temas técnicos, pueden tener distintos estilos de apego, diferentes formas de relacionarse, diversas reacciones emocionales. Como personas adultas nos formamos en muchos temas, comentamos con familias y profesionales, leemos libros aquí y allá, y, si no hemos tenido suerte, no habremos sabido casi nada sobre el trauma.

Igual que en medicina no se puede tratar lo que no se conoce (más allá de aliviar los síntomas), en la intervención con niños, niñas y adolescentes necesitamos comprender bien el trauma para entender y acompañar a estos niños, niñas y adolescentes. En este artículo exploraremos doce claves sobre el trauma, sobre esas heridas invisibles, con reflexiones que nos ayudan a verlas cuando intervenimos con niños, niñas y adolescentes dentro del sistema de protección. Algunas de estas ideas están recogidas en Acompañando las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia1 y en el resto de publicaciones sobre trauma que elaboré para Aldeas Infantiles SOS en América Latina y el Caribe2, pero aquí las desarrollo de forma más práctica, con la experiencia de los talleres que he impartido en estos años. Otras las formulo aquí por escrito por primera vez. En cualquier caso, son aspectos que me recuerdo a mí mismo en cada intervención y espero que supongan una mirada enriquecedora para quienes lean estas líneas.

Y una aclaración más antes de empezar: tengo en mente, por lo que he visto en mis formaciones y cuando acompaño en psicoterapia, que habrá personas adultas que por primera vez pondrán palabras a sus propias vivencias de trauma. Nunca es tarde para cultivar la consciencia, y conocernos y comprendernos mejor nos ayudará a estar presentes de manera más consciente con los niños, niñas y adolescentes.

Una definición práctica del trauma es fundamental para la intervención
Es fundamental tener unas ideas claras sobre qué es el trauma. La definición que a mí me resulta más práctica es la siguiente:

“Hay trauma cuando se producen tres condiciones:

1) Sucede una situación de tensión.

2) Esa tensión supera la capacidad del sistema nervioso de la persona.

3) El sistema nervioso encuentra una respuesta que permite sobrevivir en el momento, pero que deja una huella, una marca en su funcionamiento”.

(Romeo, 2020a, 8; basado en Romeo, 2019, 9)
El primer elemento, que partamos de que suceda una situación de estrés, pone el foco en la tensión emocional, es decir, en el sistema nervioso. El trauma ya no reside en ciertos eventos predeterminados (aunque ciertas experiencias adversas sean posibles causas), sino que dependerá de la vivencia de cada persona. Hay algo externo que es real, pero la clave está en la vivencia individual. De hecho, hay muchas situaciones de tensión que no son traumáticas (presentarse a un examen, preparar un viaje…), e incluso algunas son muy positivas, tanto que se buscan intencionadamente (actuar delante de público, participar en una competición deportiva, invitar a una cita…). La emoción que puede describir mejor esa tensión es el terror, el miedo desbordante ante una situación dañina o incomprensible. Y esta palabra, “terror”, o su versión más cotidiana, “miedo”, es lo que vamos a identificar en las experiencias del niño, niña o adolescente.

El segundo elemento explica por qué unos eventos (o el mismo hecho para distintas personas) desencadenan una respuesta de trauma: la clave está en que la tensión desborde las capacidades del sistema nervioso de la persona para gestionarla. Y esas capacidades son variables incluso dentro de la misma persona: no se recibe una situación igual con hambre que sin ella; habiendo dormido bien o después de una noche en vela; en una casa conocida y segura que después de haber pasado por varios alojamientos sin explicaciones; con apoyo emocional o desde la soledad y la falta de comprensión. Lógicamente, el sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes está todavía en desarrollo, así que puede haber situaciones que resulten neutras o incluso positivas para una persona adulta, pero que superen a los niños, niñas y adolescentes. Y también hay muchas diferencias entre las capacidades del sistema nervioso según la edad (no es lo mismo los cinco años, que los diez o que los quince, incluso en una misma persona) y las experiencias vitales previas.

Puede haber situaciones que generen tensión que desborde la capacidad emocional y que, sin embargo, no se constituyan en trauma. Ante esas situaciones podemos tener un desbordamiento emocional (expresiones de miedo, tristeza, rabia…) que, bien gestionadas y acompañadas, no causen trauma. Falta, pues, un tercer elemento: la respuesta que desarrolla el sistema nervioso para sobrevivir deja una huella, una marca, una “herida” en su comportamiento. El sistema nervioso puede recurrir a distintos mecanismos que ayudan a sobrellevar la situación en el momento (agresividad, huida, desconexión…), pero que aplicados en otros momentos pueden afectar negativamente a la vida de la persona. Esa es la herida que no vemos: esos comportamientos que desde fuera parecen sin sentido (miedo ante cosas cotidianas, respuestas violentas incomprensibles desde la superficie y que tienen que ver con un dolor profundo y oculto, sumisión ante situaciones claramente dañinas) y que siguen operando, una y otra vez, en la vida diaria de la persona.

La práctica totalidad de los niños, niñas y adolescentes que tienen medidas de protección sufren alguna forma de trauma
Con la comprensión del trauma que hemos visto en el punto 1, resulta evidente que podemos hablar de trauma en la inmensa mayoría de los niños, niñas y adolescentes que viven con medidas de protección (acogimiento en familia extensa o ajena y acogimiento residencial). Han sufrido situaciones adversas en sus familias de origen, tan severas que han sido identificadas y han conllevado medidas de protección. Pueden haber padecido malos tratos físicos y psicológicos, abusos sexuales y negligencia, con múltiples eventos de cada tipo y, habitualmente repetidos en el tiempo. Por un episodio puntual no se suele producir una retirada de tutela, e incluso en esos casos que son suficientemente graves y que parecen aislados en una primera impresión, la situación no se ha producido en el vacío, sino en un marco emocional que ya era dañino.

A esto se añade que el propio proceso de protección puede haber sido traumático, incluso con las mejores intenciones: el niño, niña o adolescente sale de su familia, de su casa, de su entorno conocido, a menudo sin previo aviso, y se va a vivir a un espacio nuevo con personas desconocidas. Para mí es evidente que eso genera una tensión emocional que puede causar un desbordamiento emocional. Si no, imaginémonos qué nos ocurriría como personas adultas en una situación similar… Veremos algunas ideas al respecto en el punto 9.

¿Por qué no digo que el cien por cien de los niños, niñas y adolescentes en protección sufren trauma? Por prudencia, porque puede ser que haya algún caso en el que no se produzca, aunque no conozco muchas situaciones posibles.

Y sabiendo que el trauma es tan frecuente, nos hemos de esforzar también en que haya mucha más formación al respecto, especialmente en el sistema de protección de infancia. Hace cuarenta, treinta, veinte años no existían tantos conocimientos sobre el trauma y cómo abordarlo, pero a estas alturas tener una formación completa es una responsabilidad de cada persona adulta (y de cada entidad) que interviene con niños, niñas y adolescentes.

No todo es trauma: los niños, niñas y adolescentes son mucho más que su trauma
Con la definición propuesta podemos comprender que el trauma es algo mucho más frecuente de lo que nos pensamos, más amplio que lo que nos habíamos formado para ver. Pero eso no significa que todo lo que les sucede a los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección sea trauma. Ni que el trauma sea lo que les defina. Veámoslo por partes.

El impacto del trauma puede ser devastador en el sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes, en sus vivencias cotidianas y en sus relaciones. Pero no es lo único que hay. Siempre que me llega un caso me recuerdo a mí mismo la importancia de ver a la persona completa, y así se lo intento transmitir a las familias y a los equipos profesionales. ¿Qué cantante le gusta a este niño, niña o adolescente? ¿Qué deportista? ¿Qué se le da bien? ¿Cuál es su comida favorita? ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre? ¿Qué cosas positivas podemos decir de su personalidad, de su trato, de sus relaciones? El niño, niña o adolescente tiene muchos aspectos positivos, constructivos e incluso sanos, a pesar del trauma que sufre. Y necesitamos poner el foco también en ellos, porque son los que le van a servir para empezar a mejorar en el día a día. Si descubrimos su estilo de música favorito, podemos utilizar esas canciones para que se despierte o para bailar (con nuestra compañía) al acabar el día. Si conocemos sus personajes preferidos, podemos apoyarnos en esas series o películas para animarle a que pruebe nuevas experiencias, como hacen sus protagonistas. Y, sobre todo, si conseguimos que le llegue nuestro aprecio e incluso nuestra admiración, a lo mejor puede ir empezando a cuidarse de una manera más empática y cálida. Así pues, el niño, niña o adolescente es mucho más que su trauma, en positivo. Acompañamos a personas completas, no “casos” y desde luego no “traumas personificados”, ni “historias clínicas”, ni, como hemos comentado en el grupo de Renovando desde Dentro, “traumas con piernas”. Recordarlo es fundamental para un proceso sanador.

Al mismo tiempo, no todo lo que afecta negativamente al niño, niña o adolescente es trauma. También puede tener muchas otras dificultades diferentes del trauma, aunque el trauma tenga un impacto especialmente negativo en esos aspectos. Si el niño, niña o adolescente se ha pasado años dedicándose a sobrevivir (encontrar comida, evitar agresiones…), es probable que no vaya al día en los estudios. Necesitará algún tipo de adaptación o de apoyo para alcanzar un nivel satisfactorio, y eso no es trauma. Si tiene algún tipo de enfermedad, posiblemente el trauma empeorará los síntomas, pero hay que tratar la enfermedad. Si ha pasado por varios centros de protección y ha aprendido que crear vínculos solo le causa dolor, porque al cabo de un tiempo se le vuelve a cambiar de sitio, eso impacta en su trauma, pero hay que abordarlo desde la estabilidad y el trabajo consciente para potenciar las redes afectivas sanas (como veremos en el punto 11).

El trauma reside en el cuerpo, y su sanación también
Leí la frase “El trauma se encuentra en el sistema nervioso, ¡no en el suceso!” por primera vez en el libro de Peter Levine y Maggie Kline El trauma visto por los niños3, pero he visto la idea después con otras formulaciones por diferentes especialistas. Así, por ejemplo, Stephen Porges aporta una visión muy técnica desde la Teoría Polivagal4 y describe en detalle los procesos fisiológicos que intervienen en la creación de una vivencia de trauma dentro del sistema nervioso. El mensaje es que tendemos a pensar que el núcleo del trauma está en el hecho traumático, mientras que la realidad es que reside en el sistema nervioso.

¿Y dónde está el sistema nervioso? En el cuerpo. Si nos hemos formado para trabajar con palabras, como nos ocurre a quienes nos hemos formado en Psicología, en Educación Social y en otras disciplinas sociales, puede resultarnos complicado comprender la dimensión fisiológica del trauma, y mucho más acompañarlo desde ahí. Nos podemos quedar en “la mente”, “el comportamiento” o “las emociones”, olvidando que todo eso reside en el cuerpo.

Esta comprensión conlleva una clave fundamental para la intervención: si el trauma está en el cuerpo, tendremos que intervenir también desde el cuerpo. Y esto no significa que la intervención tenga que ser a nivel de medicación como forma de “acompañar al cuerpo” (o al menos no de manera prioritaria), sino que ha de estar orientada a abordar la dimensión corporal del trauma en toda su amplitud. Por eso hay toda una serie de prácticas fundamentales que tenemos que desarrollar de manera sistemática: darles a los niños, niñas y adolescentes comida que sea sana y a la vez que les guste; ofrecerles mucho contacto físico seguro (desde abrazos y besos hasta dejar que se nos acurruquen viendo una película o en un tiempo siesta); ayudarles a regular la temperatura (con la ropa adecuada, o con edredones y mantas cuando duermen); facilitarles actividades de conexión corporal (deporte, baile, teatro…); fomentar la música en los distintos espacios, no solo para escucharla sino también para crearla…

Para visibilizar en el artículo la dimensión corporal del trauma iremos haciendo paralelismos entre las heridas y los daños físicos. Así, podremos dirigir una mirada más consciente hacia esas heridas que pasamos por alto, las del trauma.

El evento traumático cesa en algún momento, el trauma continúa
Esta idea se deduce de la anterior: si el trauma reside en el cuerpo, entonces no se va, permanece. Sin embargo, es frecuente ver respuestas adultas (incluso de profesionales) que se impacientan ante las manifestaciones de trauma. “¿Por qué no se le va el trauma a este niño, niña o adolescente ahora que le hemos dado un entorno seguro? ¿No ha terminado ya la causa del trauma?”, dicen de una u otra manera. “Ya nadie le pega, ya no sufre abusos, ya tiene unas condiciones de vida saludables, ¿por qué no mejora?”. Está bien que hayamos eliminado las situaciones que les causaban trauma originariamente, pero el trauma no desaparece por sí solo (otro mito que perdura todavía en muchos ámbitos).

De nuevo volvemos a la analogía de la medicina. Está bien que no se siga causando más daño en una fractura, pero si no hay una intervención para colocar bien el hueso, un tiempo de reposo para que suelde y después una rehabilitación para que los músculos y las articulaciones de la zona recuperen la máxima movilidad posible, es claro que no podemos decir que la actuación ha sido la adecuada. En el mismo sentido, está bien que un niño, niña o adolescente ya no sufra malos tratos por parte de su familia, pero si no le proporcionamos experiencias que le ayuden a colocar las relaciones de humanas, periodos amplios de procesamiento de sus emociones y de reconstrucción interior y una serie de vivencias en red para que pueda relacionarse de manera más sana y segura, resulta evidente que no habremos abordado el trauma, solo habremos evitado que se añadan nuevos elementos traumáticos por parte de su familia de origen.

Hay un tipo de trauma que sufre especialmente este tipo de incomprensión, y no solo en niños, niñas y adolescentes con medidas de protección: el abuso sexual infantil. Aunque hay muchos avances entre profesionales y a nivel institucional y social, todavía se sigue escuchando demasiado la recriminación “Ya lo has contado muchas veces, ¿por qué no pasas página?”. Se hace este comentario incluso hacia personas adultas que luchan por cambios en la protección de infancia a nivel legislativo y social. La respuesta es que no pasan página porque no pueden (¡ya les gustaría!), porque el trauma perdura sin una intervención integral.

Existe el trauma por carencia
Un descubrimiento que he hecho después de haber cerrado las publicaciones citadas es el trauma por carencia, también llamado trauma por déficit, trauma por omisión o trauma por negligencia. En muchos casos el trauma se produce por una situación que resulta estresante por lo que sucede (una agresión, un accidente, un abuso, un maltrato continuado…). Sin embargo, retomando la definición del punto 1 podemos comprender que la situación de tensión también puede estar causada por lo que no sucede, por aquellos elementos básicos de bienestar que no aparecen en la vivencia del niño, niña o adolescente. Cuando el sistema nervioso infantil o adolescente no experimenta ciertas vivencias (seguridad física y emocional, afecto, calidez, ternura, pertenencia, sentido y muchas otras), puede desequilibrarse por esa carencia. Esto se comprende mejor a través de otras carencias, de tipo físico.

Por ejemplo, vemos con claridad que cuando un niño, niña o adolescente ha pasado mucha hambre su sistema nervioso se descompensa y encuentra un comportamiento para sobrevivir: comer cada vez que tenga oportunidad. Esa sensación grabada en su cuerpo en el pasado hace que no exista una vivencia de seguridad de que haya comida suficiente en el futuro. De hecho, eso es lo que subyace también en el comportamiento de acumulación de alimentos: sabemos que ciertos armarios y que los bajos de algunas camas se convierten en despensas improvisadas (y poco salubres).

El mecanismo es similar ante las carencias emocionales. Si no ha habido afecto, el niño, niña o adolescente se puede ir al extremo de intentar verificar el afecto en el presente cada pocos momentos (desde la dependencia) o a desconfiar de cualquier forma de afecto (desde la evitación). Si no ha recibido cuidados, el niño, niña o adolescente puede haber aprendido a blindarse ante cualquier situación de riesgo potencial (desde la inmovilidad y la inacción o con comportamientos obsesivos) o puede haber perdido la medida del riesgo (exponiéndose a situaciones peligrosas sin consciencia). Si no ha sentido que se le valora, el niño, niña o adolescente puede haber desarrollado una baja autoestima y dificultades para sentir compasión respecto a sí, o puede haberse enrocado en un narcisismo destructivo, en el que nadie más le importa.

Hay que destacar una palabra clave en esta forma de trauma: el abandono, la vivencia del niño, niña o adolescente de que se le ha dejado a solas, sin apoyos, sin protección, sin presencia. Puede haber sido un abandono físico, cuando la figura de cuidado se va: en una separación o divorcio conflictivo, por entregar al niño, niña o adolescente en adopción…. Pero también causa mucho daño el abandono emocional: la madre, el padre, la abuela o el tío (o los equipos educativos de la residencia) están y se ocupan de las necesidades materiales, pero no están presentes a nivel afectivo. La vivencia de abandono marca especialmente a muchos niños, niñas y adolescentes con medidas de protección. Otras formas de maltrato tienen un impacto muy negativo, pero suponen “ver” a la persona, aunque sea para agredirla física, psicológica o sexualmente, y pueden conllevar la culpabilidad (que se verbalizan como “Me pegan porque soy malo”, “Abusan de mí porque soy débil”, “Me humillan porque tengo defectos”…). En el abandono, el niño, niña o adolescente tiene la vivencia de “Nadie me ve, no existo”, cuestionando su vida y su realidad, y eso causa un daño aún mayor.

Y, como hemos visto, la respuesta de supervivencia se puede mantener por mucho tiempo, incluso cuando las circunstancias externas han cambiado. Se le puede estar proporcionando afecto, cuidado y valoración al niño, niña o adolescente, y sin embargo su sistema nervioso no es capaz de procesarlo, de recibirlo y de aceptarlo. Esto requiere una intervención más profunda y con una dimensión corporal, porque mientras el sistema nervioso viva en carencia nada de lo que digamos (y muy poco de lo que hagamos) conducirá a un cambio, si no hay una vivencia que transforme la experiencia.

Los indicadores de internalización indican un daño mayor que los indicadores de externalización
El trauma conlleva consecuencias en múltiples niveles (físico, psicosomático, emocional, cognitivo, comportamental, sexual, social y relacional…), que son manifestaciones del daño recibido por el sistema nervioso de la persona. Esas consecuencias o indicadores se pueden expresar hacia fuera (externalización) o hacia dentro (internalización) en cada una de esas dimensiones. Así, por ejemplo, la respuesta emocional de rabia se puede dirigir hacia fuera (y la persona se comporta de manera agresiva) o hacia dentro (y la persona se causa daño, mediante autolesiones o prácticas dañinas). O, respecto a las normas, se puede manifestar el daño con una respuesta desproporcionada hacia fuera (oposición a las reglas y desafíos constantes a las figuras de autoridad) o hacia dentro (sumisión y obediencia ciega, incluso en contra de su bienestar). Una de las claves fundamentales durante la formación de profesionales y familias que acompañan a niños, niñas y adolescentes con trauma (ver Horno, Romeo y Echeverría, en prensa5) es enseñarles a ver que, contrariamente a lo que habitualmente se interpreta, la internalización refleja un grado mayor de daño que la externalización.

La externalización, dentro de la incomodidad que supone para el niño, niña o adolescente y para su entorno, conlleva dos elementos protectores: 1) el malestar se vuelca hacia fuera y 2) el comportamiento es tan llamativo que hace que las personas adultas respondan rápidamente. En un hogar, en una residencia, en una clase, en un equipo deportivo, el niño, niña o adolescente que externaliza los problemas recibe más atención, y es más probable que se atiendan sus necesidades profundas, esas que ha expresado de manera inadecuada pero real.

Sin embargo, la internalización es más dañina por lo opuesto: 1) el niño, niña o adolescente dirige su malestar hacia su propia persona (y a veces hacia su propio cuerpo) y 2) es mucho más difícil de detectar porque no impacta negativamente a quienes le cuidan (el impacto de la externalización en las figuras de cuidado es inmediato). De hecho, a menudo la interiorización se malinterpreta como “¡Qué niño, niña o adolescente más amable! Seguro que no necesita nada porque está muy bien”. En algunos equipos de protección se utilizan frases como “Se ha adaptado bien a las rutinas”, “Ha entrado en el dinámica del centro” u otras similares que indican falta de comprensión de la internalización. Atención: lo sano y natural en la infancia y adolescencia es tener dificultades (proporcionadas) de vez en cuando (conflictos, enfados, tristeza…). El niño, niña o adolescente que nunca ha causado un problema no está bien, sino que probablemente tenga un daño mucho mayor que el que está continuamente peleando. Necesitamos mirar continuamente a todos los niños, niñas y adolescentes para detectar todos los indicadores posibles, prestando una especial atención a la internalización y abordándola de manera prioritaria.

La disociación: el “olvido necesario” que afecta desde la sombra
Una de las formas más extremas que tiene el sistema nervioso para lograr la supervivencia de la persona es la disociación. Este proceso consiste en separar (“di-sociar”, esto es, “des-asociar”) la vivencia emocional traumática de la consciencia, relegándola a niveles más profundos e inconscientes. Con eso la persona consigue no sentirse desbordada psicológicamente (y fisiológicamente), y deja de recordar conscientemente los hechos. Es, en apariencia, un “olvido necesario” para sobrevivir, pero no es real: la memoria emocional no desaparece, simplemente queda apartada de la consciencia, pero sigue afectando desde la sombra. Y mucho. Primero, porque el daño intenta volver a la consciencia para ser sanado, y eso genera una enorme tensión interior. Y segundo, porque mientras busca resolverse, la parte disociada conduce a comportamientos que no tienen sentido ni para la persona afectada ni para quienes conviven con ella, y eso puede causar más aislamiento y rechazo por parte de su entorno.

Los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección han sufrido muchas situaciones extremas en sus entornos de origen (por eso se ha optado por proporcionarles otros entornos donde vivir). Sus sistemas nerviosos tenían que conjugar el miedo o la rabia ante los tratos inapropiados que recibían con la sumisión o adaptación ante quienes les tenían que cuidar (¿cómo iban, si no, a comer, a vestirse, a tener un sitio donde dormir…?). Y eso tiene un coste que todavía están pagando: se disocian en momentos de tensión, o tienen partes disociadas que aparecen desbocadas en ciertos momentos, dejando al propio niño, niña o adolescente y al resto de personas con el desconcierto ante la reacción.

La disociación es un aspecto del trauma que solo ahora empezamos a comprender. Es importante destacar, por ejemplo, que la disociación no es voluntaria, y que las acciones que realiza el niño, niña o adolescente no están bajo su control. Igual que no nos enfadamos cuando un niño vomita o cuando una niña tiene fiebre, sino que nos preocupamos y buscamos el remedio (a veces tras una consulta al médico), debemos mirar con curiosidad y delicadeza los indicadores de disociación (ver Romeo, 2019, 43-46). Y es útil tener en cuenta la disociación en niños, niñas y adolescentes que aparentemente están recibiendo todos los cuidados necesarios, que tienen múltiples diagnósticos e intervenciones y, sin embargo, no mejoran. Es probable que se estén intentando abordar solo los aspectos conscientes, y esos cuidados no le llegan a la parte disociada, que sigue empeorando.

Hagamos que la intervención de protección no cause nuevos traumas
La iniciativa “Renovando Desde Dentro” nace, en gran parte, de la preocupación por muchas intervenciones de protección que hemos visto los miembros del grupo. Hemos contemplado actuaciones que pretendían proteger a niños, niñas y adolescentes con las mejores intenciones y que, sin embargo, han causado un daño mayor. Con los conocimientos actuales sobre el trauma es fundamental mejorar nuestra formación como familias y profesionales y actualizar los programas de intervención incorporando una perspectiva de la psicología del trauma.

De hecho, la mayoría de nuestros artículos6 están dedicados a abordar las consecuencias de los traumas previos o a evitar traumas nuevos. Por ejemplo, sabemos que incorporar a la familia de origen en los procesos de protección reduce el conflicto de lealtades y hace la salida menos traumática. Es evidente que dar protagonismo a los niños, niñas y adolescentes en sus propios procesos es imprescindible para que se empoderen y puedan empezar a superar las limitaciones que les ha causado el trauma hasta entonces. La consciencia como profesionales nos ayuda a entrelazar los distintos niveles de intervención. Y a veces la mejor actuación es la que permite que los niños, niñas y adolescentes se queden con su familia, con los apoyos externos necesarios.

Recurriendo de nuevo a la analogía de las fracturas de huesos, hay situaciones en las que basta con una inmovilización temporal con una escayola o una férula, y sería desproporcionado realizar una intervención quirúrgica. Y hay otros casos en los que un vendaje es claramente inapropiado y pueden ser necesarias varias operaciones, incorporando prótesis o clavos para reconstruir un hueso que está muy dañado, asumiendo que los beneficios a largo plazo son mayores que los daños reales de la intervención (con cortes de herramientas, grapas y suturas). En traumatología (de huesos) están establecidas la toma de decisiones y las actuaciones adecuadas en cada proceso, y toca ir incorporando esa proporcionalidad en la intervención en “traumatología de las heridas del alma”.

Los niños, niñas y adolescentes necesitan comprender en qué consiste el trauma que sufren y reconocer sus consecuencias
Las personas llevamos mejor las situaciones cuando las comprendemos. Cuando tenemos una enfermedad física normalmente estamos con tensión hasta que tenemos el diagnóstico. Incluso aunque el diagnóstico sea grave, nos da tranquilidad saber qué nos sucede, en vez de tener una nebulosa de posibilidades negativas. Cuando empecé a trabajar con niños, niñas y adolescentes en riesgo social hace ya muchos años aprendí una cosa fundamental: si antes de curarles los raspones y arañazos o de darles los medicamentos que se les habían prescrito les avisaba de cómo iba a ser el proceso, lo llevaban mucho mejor. Si les decía “Te voy a limpiar la herida y te puede escocer”, resulta que les picaba menos. Si les avisaba de que la medicina que había recetado la doctora sabía mal, se la tomaban con mayor tranquilidad.

Con el trauma pasa algo similar en todas las edades. El trauma conlleva una sensación de pérdida de control, de tener un mundo interno hostil, con comportamientos inconvenientes, emociones descontroladas y, cuando hay disociación, la vivencia de inseguridad constante dentro del cuerpo propio. Poner nombre a esas experiencias, saber que son consecuencias normales (e incómodas, sin edulcorar la realidad) de lo que se ha vivido, y aprender a sobrellevarlas mejor son parte integral del proceso de sanación y crecimiento.

Por eso es imprescindible ayudar a los niños, niñas y adolescentes a que puedan nombrar sus vivencias de una manera consciente y segura. De hecho la guía amigable Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales7 que escribí para trabajar con quienes acompañan en el día a día tiene como objetivo secundario servir de apoyo para las conversaciones con los niños, niñas y adolescentes, con un lenguaje claro y sencillo y con ilustraciones que explican visualmente los mensajes más complejos.

Evidentemente, dar espacios para que los niños, niñas y adolescentes expresen sus vivencias no implica que cualquiera asuma hacer psicoterapia sin la formación, el encuadre y los conocimientos necesarios. No se trata de abrir puertas que no sepamos cerrar. Consiste más bien en ayudarles a que entiendan qué les pasa, cómo les afecta el trauma y qué pueden hacer para llevarlo mejor, entre otras cosas pedir ayuda. Estoy convencido de que con unas narrativas más proactivas y protectoras respecto al trauma ya estamos paliando parte de sus efectos más dañinos. Esas narrativas o relatos ayudan a estructurar la vivencia, a ver que las reacciones inapropiadas que les surgen tienen sentido en una historia más amplia, y que se pueden ir integrando, poco a poco, de una manera que les dé más seguridad en sus capacidades y en su valía como personas. Esto se puede hacer desde la familia (de origen, de acogimiento o de destino), desde el acompañamiento social y desde las actividades educativas y de ocio y tiempo libre, si se comprende bien al niño, niña o adolescente y se adaptan los mensajes a su realidad específica. Por eso la atención en protección de infancia debe basarse en un buen conocimiento del niño, niña o adolescente, para poder adecuar también estas conversaciones sobre el trauma y sobre la intervención.

Para abordar bien el trauma hace falta un equipo (profesional) y una red (afectiva)
Con todo lo que hemos visto, si el trauma afecta a tantos aspectos de la persona, resulta evidente que la intervención en trauma debe ser multidisciplinar y en todos los ámbitos de la vida de los niños, niñas y adolescentes.

Utilizando el símil de la herida física, para limpiar un rasponazo basta con un botiquín sencillo y una persona que sepa utilizarlo, pero para reconstruir un hueso con múltiples fracturas hace falta todo un equipo para realizar la operación y múltiples profesionales (especialistas en enfermería para las curas, en traumatología para valorar la evolución y proponer ajustes, en fisioterapia para la rehabilitación…) y la persona va a necesitar ayuda para muchas funciones básicas durante un tiempo considerable. Del mismo modo, ante un disgusto ocasional basta la escucha empática, pero ante un trauma consolidado es necesario contar con dos tipos de apoyos coordinados: un equipo profesional que diagnostique y plantee la intervención en los distintos niveles (psicológico, social, educativo, relacional, legal…) y una red afectiva de personas que vayan a estar en el día a día, tanto para los aspectos prácticos cotidianos como para sostener emocionalmente el proceso.

El sistema de protección debe garantizar ambos aspectos: una intervención profesional sólida en el trauma y la facilitación de que el niño, niña o adolescente pueda reconstruir su red afectiva basada en el buen trato y el afecto. Para conseguir lo primero es necesaria más formación en trauma en todos los equipos que intervienen en infancia y adolescencia, y en especial para quienes trabajan con niños, niñas y adolescentes con medidas de protección. Para alcanzar lo segundo es imprescindible poner en el centro de la intervención las relaciones sanas existentes o posibles y potenciarlas al máximo, permitiendo la normalidad de que los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección puedan ir a dormir a casa de sus amistades y recibirlas en donde viven (incluidas las residencias), de que puedan participar en los viajes escolares y sociales (incluidas las vacaciones con las familias de acogida) con unos permisos ágiles y seguros, de que escojan las actividades de ocio y tiempo libre en las que quieran participar, en resumen, que puedan retomar una socialización saludable y similar a la de otros niños, niñas y adolescentes de su edad.

Abordar el trauma es mucho más que llevar al niño, niña o adolescente a psicoterapia
El punto anterior describe las personas que son necesarias para abordar el trauma en niños, niñas y adolescentes: profesionales y red afectiva (familias, amistades, figuras afectivas…). En este apartado vamos a ver las acciones fundamentales para que estos niños, niñas y adolescentes puedan ir sanando, dentro de lo posible, sus vivencias de trauma.

En muchos casos va a ser necesaria la psicoterapia, y en algunos casos hasta medicación. Vamos a contar con especialistas de la psicología y de la psiquiatría que ayuden a diagnosticar y plantear el tratamiento de las heridas (traumas) de los niños, niñas y adolescentes. Pero esa no es la única acción. De hecho, sin el resto de actuaciones, la intervención clínica será insuficiente. Retomando la analogía de la herida física, si una persona se ha roto un hueso y necesita una reconstrucción quirúrgica, resulta evidente que no por eso va a dejar de comer, de asearse, de descansar o de hablar de sus preocupaciones, y también es claro que va a necesitar que otras personas le ayuden y le apoyen en esas cuestiones. Como psicoterapeuta infantil y juvenil siempre les insisto a las familias cuando llegan a terapia que yo veo al niño, niña o adolescente una hora a la semana, pero que ellas le atienden las otras 167 horas, y que por eso es imprescindible que se comprometan también con la terapia.

En el sistema de protección a veces se tiende a centrar el peso de la intervención en especialistas (que a menudo ni siquiera están en el centro residencial o en la familia de acogida). Sin embargo, lo recomendable es que haya un equilibrio, con un peso suficiente a la intervención en la vida cotidiana. Caminar es un ejercicio muy recomendable para muchas situaciones de salud, se puede decir incluso que es “terapéutico” sin que sea “terapia” (al menos no conozco ninguna “caminoterapia”, por el momento). Del mismo modo, la integración del trauma tiene una parte que se puede hacer en psicoterapia (cuando y como sea conveniente, a lo mejor una vez que hay una seguridad emocional como para abrir temas complejos), y otra parte muy importante que se elabora en el día a día: con las rutinas de levantarse y acostarse, con las conversaciones durante las comidas, las meriendas, mientras se hacen las tareas, cuando se ve la televisión o se comparten juegos… Esta es una invitación, volviendo a la imagen de la operación y de las actividades de apoyo, a que no dejemos “sin comida” (emocional) y “sin apoyo cotidiano” a los niños, niñas y adolescentes con la excusa de que “ya está su terapeuta trabajando su trauma”.

En este sentido, hay mucho que recorrer en el sistema de protección. Con todas las mejores intenciones (no abrir puertas que no se sepan cerrar, como decíamos antes) los equipos de protección pueden delegar todas las funciones de apoyo en especialistas fuera del centro o de la familia. Necesitamos retomar las funciones de cuidado en la vida diaria. Y parte de eso implica flexibilizar también algunos aspectos del sistema de protección, para que la vivencia de los niños, niñas y adolescentes con esas medidas no sea incompatible con la normalidad: si para poder ir a una fiesta de pijamas es necesaria una autorización de una consejería autonómica y el proceso tarda tres semanas, estamos condenando al niño, niña o adolescente a quedarse fuera de las dinámicas de clase. Si, “por protección de los otros niños, niñas y adolescentes que viven en la residencia” no se permiten visitas en el centro, el niño, niña o adolescente no va a poder participar en los trabajos en grupo, en las meriendas o ni siquiera celebrar su cumpleaños con personas de fuera del centro de protección. Si se retiró al niño, niña o adolescente de su familia de origen porque “no le permitía un desarrollo apropiado para la edad”, ¿está facilitando el sistema de protección ese desarrollo o está causando un daño similar?. Soy consciente de que se están realizando mejoras en muchos equipos, y espero eso que anime a otros a seguir avanzando en una protección integral, la que garantiza el desarrollo pleno.

Y una reflexión final respecto a la intervención, tanto en psicoterapia como en la práctica educativa de los equipos y de las familias: ¿tiene que expresarse todo verbalmente, en especial el trauma? No necesariamente. Sin profundizar mucho, citaré la No-talk Therapy 8de Martha Straus, una terapia “sin palabras” o “no hablada”, que se basa en crear la relación terapéutica a través de muchos otros medios (incluyendo “palabras o hablar” sobre otras cosas que no sean el trauma). Del mismo modo, en los centros residenciales o en las familias de acogida o adoptivas se puede acompañar el trauma en el día a día sin mencionarlo, o dejando que sea el propio niño, niña o adolescente quien saque el tema cuando quiera, y que esas interacciones sean terapéuticas (aunque no sean terapia).

* * *

Hemos visto varias ideas sobre el trauma en la infancia y adolescencia, en especial cómo afecta a los niños, niñas y adolescentes que tienen medidas de protección. Para concluir de una manera práctica podemos utilizar algunas preguntas que nos ayuden a ver (reflexión) y a acompañar (acción) esas heridas que, sin identificarlas, pasamos por alto:

¿Qué cambios son necesarios en los programas de intervención con niños, niñas y adolescentes con medidas de protección para incorporar el trauma como un elemento fundamental en la toma de decisiones?
Revisando las vidas de los niños, niñas y adolescentes que acompañamos, ¿cuántos de sus traumas conocemos?
¿Qué modificaciones tenemos que hacer en nuestras intervenciones para acompañar el trauma desde una dimensión corporal?
¿Qué ocurre si intentamos identificar no solo los traumas “por acción”, sino que incorporamos también a nuestra mirada los traumas por carencia? ¿Descubrimos muchos traumas nuevos?
¿Cómo podemos incorporar a nuestros programas de protección una mirada más atenta a los indicadores de internalización?
¿Qué claves utilizamos desde los programas de intervención para abordar la disociación y sus consecuencias en los niños, niñas y adolescentes , en especial su impacto con sus personas más cercanas?
Con cada decisión que tomamos en la intervención con niños, niñas y adolescentes, ¿estamos facilitando el proceso hacia la sanación del trauma o estamos causando daños nuevos?
¿Qué prácticas traumatizantes (y, en muchos casos, revictimizantes) tenemos que empezar a eliminar de nuestras intervenciones con niños, niñas y adolescentes? ¿Cuáles son sus opiniones sobre ellas?
¿Somos capaces de explicar el trauma de una manera compasiva y sencilla? Si no, necesitamos practicarlo.
¿Qué aspecto tendrían las intervenciones profesionales de protección si incorporasen siempre una explicación breve sobre el trauma y una relación entre el trauma y las consecuencias que vive el niño, niña o adolescente?
¿Facilitamos la creación de redes y una vida normalizada como objetivo prioritario para los niños, niñas y adolescentes con trauma, o más bien les encerramos en una burbuja de medidas para evitar problemas a nuestras instituciones?
1Romeo, F. J. (2019). Acompañando las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). http://www.espiralesci.es/manual-acompanando-las-heridas-del-alma-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo/

2Romeo, F. J. (2020a). Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/las-heridas-del-alma-una-guia-sobre-trauma-para-familias-y-profesionales-f-javier-romeo-aldeas-infantiles-sos-america-latina-y-el-caribe/

Romeo, F. J. (2020b). Tejer una red para sanar las heridas del alma. Gestión de Caso con abordaje de trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/tejer-una-red-para-sanar-las-heridas-del-alma-gestion-de-caso-con-abordaje-de-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo-para-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe/

Romeo, F. J. (2021). Enseñando a ver las heridas del alma. Cómo facilitar formaciones sobre trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/ensenando-a-ver-las-heridas-del-alma-como-facilitar-formaciones-sobre-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo-para-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe/

3Levine, P. A., y Kline, M. (2016). El trauma visto por los niños. Despertar el milagro cotidiano de la curación desde la infancia hasta la adolescencia. Barcelona: Eleftheria. Capítulo 1 (4% de la versión digital).

4Porges, S. (2017). La Teoría Polivagal. Fundamentos neurofisiológicos de las emociones, el apego, la comunicación y la autorregulación. Madrid: Pléyades.

5Horno, P., Romeo, F. J., y Echeverría, A. (en prensa). Aprendiendo la mirada consciente. Sistematización de la metodología de formación y supervisión en los centros de protección. [UNICEF España].

6Se pueden consultar recogidos en: https://renovandodentro.wordpress.com/todos-los-articulos/

7Romeo, F. J. (2020a). Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/las-heridas-del-alma-una-guia-sobre-trauma-para-familias-y-profesionales-f-javier-romeo-aldeas-infantiles-sos-america-latina-y-el-caribe/

8Straus, M. B. (1999). No-Talk Therapy for children and adolescents. Nueva York: Norton

«Familias ayudando a familias: el eslabón perdido», Renovando desde Dentro, nº 13.


Marta Llauradó,
Renovando desde Dentro, nº 13.


Una familia en apuros

Laura[1] es una mujer venezolana, con residencia legal en España, viuda y madre de dos niños pequeños. Su marido murió después de una larga enfermedad coincidiendo con el deterioro de la economía del país. La emigración se vislumbró ante ella como la única posibilidad de no sucumbir a la pobreza. Desde el principio, tuvo claro que no iba a emigrar sin sus hijos. Tras un largo y difícil periplo, con diversos cambios de localidad y de domicilio, consiguió su permiso de residencia y de trabajo, y un contrato temporal en una empresa por el que está obligada a trabajar muchos fines de semana.

La familia vive en Barcelona, en una habitación alquilada. Laura tiene una hermana viviendo en la misma ciudad, cuyos horarios de trabajo por turnos y su propia vida personal no siempre le permiten ocuparse de sus sobrinos y , en ocasiones “no le quedaba otra” que dejarlos solos y trabajar con un ojo en la pantalla de su móvil.

Su trabajadora social le habló del Servicio de Familias Colaboradoras (SFC)[2]. Este servicio del ayuntamiento de Barcelona dispone de un banco de familias (personas) voluntarias que se ofrecen para dar un apoyo a familias en situación de vulnerabilidad que por distintas razones tienen dificultades para atender a sus hijos e hijas pequeños.

Laura tenía muchas dudas. Una madre del colegio de sus hijos, que también es atendida por los Servicios Sociales, la inquietaba. “Me coloca una cabeza grandísima, diciéndome que me van a quitar a los niños, que te lo pintan todo muy bonito y que presiente eso”. “A mí me dio tanto nervio que le dije a la trabajadora social: ‘No, tranquila. Ya veo con mi hermana cómo hago’”.

Sus hijos siguieron quedándose solos en algunas ocasiones y fue entonces cuando la trabajadora social le dijo a Laura que tenía que acudir al SFC sí o sí, porque en el caso de que los niños sufrieran algún percance debían estar protegidas, tanto ella, como madre, como la trabajadora social, por la responsabilidad que tiene de ofrecer este recurso.

“María, es que tengo miedo”, le dijo Laura a la trabajadora social.

Su principal miedo era que en la familia colaboradora hubiera una persona que pudiera tener una conducta abusiva con sus hijos, hasta el punto de que ya los iba advirtiendo de cómo detectarlo, cómo avisar y cómo salir corriendo. “Este es un miedo que tenemos la mayoría de las madres, una figura masculina desconocida que se quede a solas con nuestros hijos”.

Entre tanto, conoció a una familia atendida por el SFC, que le habló así del servicio: “Para mí es una bendición. Adriana ha estado ya en dos familias porque la primera tuvo que dejar de colaborar por atender otras necesidades”. A Laura esta idea de discontinuidad no le gustaba para sus hijos, pero la familia la tranquilizó: “Las dos familias han sido magnificas”, y siguió apartando sus temores.

Finalmente, decidió cerrar oídos a los comentarios negativos y aceptó la mediación del SFC. Por teléfono le informaron de las condiciones del servicio y de las características de la familia seleccionada para colaborar en su caso. “Cuando me dijeron que era Mónica, una mujer que vivía sola, me sentí muy aliviada”.

Una familia dispuesta a arrimar el hombro

Mónica es la persona que colabora con Laura. Se ofreció al SFC, deseosa de hacer un voluntariado social que para ella tuviera algún sentido. Tras un proceso de valoración psicosocial y de una visita a su domicilio por parte de las responsables del servicio fue admitida en el banco de familias colaboradoras. Aunque vive fuera de Barcelona, su disponibilidad horaria y sus circunstancias personales le permitieron aceptar la propuesta de cuidar a los dos hijos de Laura los fines de semana en los que esta tenía que trabajar.

Primero, tuvo una reunión en la oficina del SFC con la coordinadora y la familia al completo. Tras las oportunas presentaciones, se les explicó a los niños lo que iba a pasar y con quién, y se les pregunto por sus gustos, preferencias, rutinas, etc. A continuación, ambas familias plantearon sus condiciones, para finalmente acordar que Mónica recogería a los niños los viernes a la salida de la escuela y los llevaría a su casa para devolverlos el domingo a una hora y lugar convenidos. De este modo, llegaron a la firma de un acuerdo de colaboración por un periodo de seis meses, el tiempo máximo contemplado por el servicio, aunque renovable si continua la necesidad de apoyo.

Unos días después, Mónica propuso que Laura fuera con los niños a su casa, para conocerse mejor y para que pudiera tener un idea tranquilizadora de las condiciones en las que iban a estar sus hijos. También para que los niños se sintieran acompañados ante esta novedad en sus vidas. A partir de ese momento, los niños van solos a casa de Mónica, donde disfrutan de un tiempo de ocio en el campo: participan en algunas tareas, van en bicicleta, juegan a la pelota, ven la televisión, juegan a videojuegos…, y realizan salidas a la playa, a comprar, al cine, etc. Tanto Mónica como los niños se comunican con Laura en distintas ocasiones, ya sea para informar de alguna incidencia, mandar fotos o para darse las buenas noches o los buenos días.

Transcurridos los primeros seis meses de forma satisfactoria, Laura y Mónica se han sentado de nuevo en la mesa del SFC y han renovado el acuerdo para los siguientes seis meses.

La percepción del servicio por parte de Laura ha cambiado totalmente, tanto es así que cuando la mamá recelosa sigue con su discurso, Laura le dice: “Deja de ser tan obtusa. Tú no sabes la ayuda que te aporta el SFC. Te quitarías todas las dudas si solicitaras el SFC. Yo siento su apoyo cien por cien y estoy muy tranquila. Es una persona ideal. No me esperaba ver cómo la barrera de lo extraño desaparece”.

Esta es una de los cientos de historias que ha albergado el SFC desde su inició en 1984. En ella quedan reflejadas muchas de las características del Servicio. Como he dicho ya, su finalidad es ofrecer un apoyo temporal a familias en situación de vulnerabilidad que por distintas circunstancias (conciliación de la vida laboral y familiar, enfermedad, formación, respiro…) no pueden atender todo el tiempo a sus hijos e hijas pequeños.

Esta colaboración interfamiliar se apoya en cuatro principios básicos: proximidad, temporalidad, complementariedad y voluntariedad.

La proximidad entre las dos familias facilita la colaboración por razones prácticas y evita la desubicación de los niños de sus entornos habituales. Por su parte, el servicio se mantiene próximo a las dos familias, realizando un seguimiento y estando siempre disponible para atender cualquier duda o incidencia que pueda surgir a lo largo de la colaboración.

El principio de la temporalidad implica que la colaboración, ya sea por horas, por días concretos o por periodos de convivencia, es tan temporal como lo es la necesidad de apoyo por parte de la familia usuaria, con una duración máxima de seis meses, renovable por otros seis meses si la necesidad persiste.

El principio de la complementariedad implica que la familia colaboradora atiende solo aquellas necesidades de los niños que no pueden ser atendidas por su propia familia, en un marco de confianza mutua, basado en una relación fluida y colaborativa entre ambas familias.

Por último, el principio de la voluntariedad implica que las familia colaboradoras sean personas que se ofrezcan voluntariamente al servicio, sin recibir una prestación económica a cambio.

El Servicio se caracteriza también por su flexibilidad. La franja horaria en las que las familias usuarias necesitan este apoyo es tan diversa (determinadas horas, días o periodos de convivencia) como lo puede ser la disponibilidad de las familias voluntarias. De este modo, el servicio puede ajustarse a múltiples circunstancias.

Las familias usuarias llegan al servicio derivadas desde otros servicios del ámbito educativo, social o sanitario cuando se detecta una necesidad o se recibe una demanda de apoyo. El SFC les facilita el contacto con una familia colaboradora próxima a su domicilio (el caso de Laura y Mónica es poco frecuente en este sentido) cuya disponibilidad y circunstancias encajen con su demanda concreta de apoyo. Ambas familias, tras conocer la necesidad de una y la disponibilidad de la otra, acuerdan por escrito los términos de esta colaboración.

Este servicio tiene especial relevancia en los entornos de las grandes ciudades donde las condiciones y el ritmo de vida, la diversidad social y cultural, y el anonimato implican que no se den las relaciones de apoyo entre vecinos o, incluso, entre familiares que, de forma natural, se dan en núcleos de población más pequeños. En definitiva, este servicio provoca artificialmente el encuentro entre dos familias , en un marco garantista para ambas, que permite superar la barrera del miedo a lo desconocido.

Por otra parte, esta colaboración abre la puerta (o no) a una relación más sólida, de forma que, una vez finalizada la colaboración, la familia usuaria puede continuar contando con el apoyo de su familia colaboradora, si así lo desean , al margen del SFC.

“En la mayor parte de los casos se trata de una madre sola, una realidad familiar que no necesariamente está desestructurada… La mediación que realiza el SFC es muy importante porque da garantías a una y otra familia… Irene, la mamá con la que colaboro, alucinó cuando se enteró de que a las familias colaboradoras se les exigía un certificado de delitos de naturaleza sexual… Empiezas como vecina y puedes acabar siendo familia”. (Carolina, una familia colaboradora).

El perfil mayoritario de los usuarios de este servicio es el de una familia emigrante monoparental, encabezada por la madre, con serias dificultades económicas y que no cuenta con suficientes personas de confianza que puedan apoyarla en momentos en los que, por razones diversas, sus hijos pueden quedar desatendidos.

Alisha, nacida en Bangladesh y con residencia legal en España, tiene un hijo de seis años. Víctima de violencia de género, vive con unos familiares en un piso de cuarenta metros cuadrados, mientras espera (desespera) que le sea concedida una vivienda social. Desde hace un año se recupera de una grave enfermedad. Le preocupaba ver a su hijo encerrado durante los fines de semana, sin espacio para jugar y sin poder socializar con otros niños realizando actividades lúdicas. Los Servicios Sociales la derivaron al SFC.

Mis familiares me decían: ‘¿Te lo van a raptar o qué?’. Sí, tenía miedo. Un hijo único… Pero pensé que si firmaba un contrato no iba a pasar nada malo. El miedo desapareció en el momento en que conocí a la familia colaboradora. Son superamables y muy buenas personas. Tienen un niño y mi hijo está encantado de pasar con ellos los fines de semana alternos. Que él disfrute me hace disfrutar”.

“Con su carácter extrovertido, Alisha nos dio pie a establecer una rápida comunicación. Es una persona muy implicada en el bienestar de su hijo. El proceso de su enfermedad le llegó a afectar bastante y estuvimos pendientes para hacerle más fácil la entrega y la recogida del niño… El hacer calmoso de Kiran ha contagiado a mi hijo y a nosotros mismos”. (Lluïsa y Pau, la familia colaboradora de Alisha).

En la actualidad el banco de familias colaboradoras está constituido por 86 familias y se realiza una media de cien colaboraciones por año. La demanda es muy superior, indicando la necesidad de captar nuevas familias, objetivo en el que las profesionales del servicio dedican no pocos esfuerzos. Por otra parte, no tengo noticia de la existencia de un servicio similar en otros municipios españoles, salvo en Manresa, cuyo ayuntamiento ofrece el servicio “Fer de tiets (Hacer de tíos)”[3] con similares características.

La vida de las familias con hijos e hijas menores de edad tiene una dimensión relacional no exenta de carencias (soledad, enfermedad, estrés, obligaciones laborales, cuidado de otros familiares…) que van a determinar que los padres y madres no estén siempre disponibles para atender las necesidades de sus hijos e hijas y a tener que recurrir a apoyos externos.

En este sentido , las administraciones han articulado algunos servicios profesionales de apoyo. En Cataluña, por ejemplo, se ha creado el servicio CONCILIA, que atiende a niños y niñas de familias con pocos recursos económicos, fuera del horario escolar, en un lugar concreto y en una franja horaria determinada que no siempre se ajusta a la necesidades de las familias.

Sin embargo, tanto a los servicios de atención y protección de la infancia y la adolescencia como a la sociedad misma se nos escapa la importancia que para las familias con dificultades tiene la existencia de una red social de apoyo entre iguales. Quizás porque se les supone y la damos por hecha. Quizás porque pensamos que ya existen servicios profesionalizados que se ocupan de ello o porque “vete tú a saber quién es esta gente”.

La red social de apoyo ha demostrado ser fundamental para la estabilidad familiar y más, si cabe, en los momentos difíciles. Esta red la constituyen normalmente los parientes, los amigos, los vecinos, quienes de una forma natural y espontánea, sienten a la vez la necesidad y el deseo de arrimar el hombro, en una suerte de reciprocidad en la que el alivio de una es también la satisfacción de la otra. Estas relaciones naturales de apoyo mutuo se va forjando a lo largo del tiempo con la convivencia, con los relatos comunes y con las avenencias y las simpatías.

Un pez fuera del agua

Aunque la ausencia de red social se puede dar por diversas circunstancias, afecta en mayor grado a las familias inmigrantes o desplazadas de su lugar de origen y, entre ellas, a las familias monoparentales. Su aislamiento social puede verse agravado por la precariedad laboral y económica en la que malvivan. Por otra parte, la atención a sus hijos se convierte en un lastre para desarrollar sus proyectos laborales y de formación, y las mantiene en una vulnerabilidad crónica.

Las familias que han decidido salir de su país o de sus entornos de origen, huyendo casi siempre de la pobreza, a la que puede haberse sumado la violencia familiar o social, lo hacen porque vislumbran un futuro mucho más prometedor y liberador para ellas y para sus hijos, pero no deja de ser un salto al vacío. Tienen que empezar de cero, en ocasiones desconociendo el idioma o en la mas absoluta soledad.

Con el pretexto de controlar los flujos migratorios, las políticas de los países de destino no se lo ponen fácil. Su regularización está sujeta a que tengan un precontrato de trabajo que tarda años en llegar, viéndose obligadas a sobrevivir en la economía sumergida. Mientras la regularización no llega, no pueden acceder a los servicios sociales, con la excepción de la “gratuidad” de los servicios sanitarios y de los servicios de educación obligatoria.

Con la regularización no terminan sus dificultades en lo que se refiere al acceso a la vivienda, a unos ingresos suficientes y estables, y a las condiciones laborales que se ven obligados a aceptar, propias de los sectores en los que suelen encontrar empleo (hostelería, limpieza, cuidado de personas…). Su supervivencia es un constante y frágil equilibrio en el que cualquier incidente, cualquier pago inesperado, cualquier enfermedad, las puede llevar al traste.

El informe Abriendo ventanas. Infancia, adolescencia y familias inmigradas en situaciones de riesgo social publicado por UNICEF España[4] aborda la citada problemática a la que se enfrentan estas familias y las consecuencias que su no resolución tiene sobre sus hijos e hijas en todos lo ámbitos. En él se subraya (p. 151) como factor de riesgo la ausencia de redes familiares extensas y considera como factor protector la existencia de estas y de redes sociales con familias autóctonas en el lugar de residencia.

Aunque ese informe no distingue entre hogares biparentales y monoparentales, hay que añadir el dato de que, según un informe de 2021[5], ocho de cada diez familias monoparentales (cerca de   1,5 millones) están encabezadas por la madre, con un riesgo de pobreza veinte puntos superior (47,3 %) al riesgo medio estatal (27,4 %). No es de extrañar, por tanto, que las familias demandantes del SFC sean mayoritariamente familias monomarentales de origen extranjero.

Una pregunta y algunas posibles respuestas

¿Cómo ha sido posible que un servicio como el SFC, que lleva más de treinta y cinco años proporcionando algo tan importante (así lo reconocen numerosos informes sobre las familias en situación de dificultad) como es una red social de apoyo en la propia comunidad, no tenga apenas réplica en los 63 municipios españoles con más de 100.000 habitantes?

Desde la reflexión que esta pregunta ha suscitado entre los integrantes del grupo Renovando desde dentro, puedo apuntar algunas razones:

- Los servicios sociales, en lo que respecta a la atención a la infancia y a la adolescencia, están estructurados de tal forma que los ayuntamientos tienen atribuidas unas facultades determinadas y la administración autonómica otras, con una nítida separación entre ambas. De este modo, se ha llegado a consolidar una forma de intervención en la que los servicios sociales de base, al no disponer de otros recursos, ejercen una labor exclusiva de vigilancia. Cuando la situación de los menores es insostenible son derivados a los servicios especializados del sistema de protección de la Comunidad Autónoma. No existe o ha desaparecido en la filosofía de los servicios sociales la protección de los menores desde la propia comunidad, la protección de proximidad. Sin embargo, desde la lejanía, el sistema de protección autonómico, a través de un complejo entramado institucional, acude con toda la caballería.
- El soporte a las familias con hijos e hijas menores de edad que se articula desde los ayuntamientos es, en su mayor parte, de tipo económico, siendo una tarea ingente la gestión o tramitación de los mismos, dada la diversidad de estos apoyos (ingreso mínimo vital, ayudas por hijo o hija a cargo y por discapacidad, para el pago del alquiler y de los suministros, para los alimentos, becas comedor, etc.) y la letra pequeña de los mismos. En su diseño no están contempladas las redes sociales de apoyo ni otras soluciones creativas, dentro de la propia comunidad, a los problemas cotidianos de las familias.
- La lógica del mercado ha alterado las relaciones sociales hasta el punto en el que han desaparecido formas colaborativas que tradicionalmente han sido tablas de salvación en momentos de crisis personal, familiar o social. “Hoy por ti, mañana por mí. ¡No me debes nada, faltaría más!”. Todo se ofrece a cambio de dinero y bajo la ley de la oferta y la demanda. Esto explica, en parte, el auge de la especialización que hace a los profesionales y no a los ciudadanos responsables exclusivos de tales tablas de salvación.

Por último, no quiero acabar este apartado sin mencionar un aspecto que ha sido apuntado por las dos familias usuarias entrevistadas y que condiciona su percepción de los servicios sociales: el miedo a perder el control sobre sus hijos. Leyendas o no, muchas familias temen a los servicios sociales, que son vistos más efectivos controlando que ayudando, llegando, en algunos casos, a la desidia. “La asistenta social del distrito anterior solo me atendió por teléfono y nunca me habló del SFC”, explica Laura como familia usuaria.

El miedo también afecta a la comunidad autóctona en la que se asientan estas familias. Se trata tanto de un miedo real a lo desconocido, a lo extraño, como de una excusa para no acercarse a ellas: el antes mencionado “vete tú a saber quién es esta gente”.

No podemos esperar que este apoyo interfamiliar se produzca de forma espontánea. La dilatada experiencia del SFC nos demuestra que, por raro que nos parezca, la artificialidad inicial de esta colaboración es solo eso: inicial.

La creación del SFC significó un trabajo previo de análisis de las necesidades y de los recursos, de los pros y los contras, de los beneficios y de los riesgos, hasta llegar a la configuración de un modelo que corresponsabiliza a la sociedad en el cuidado de los niños, niñas y adolescentes a través del apoyo interfamiliar.

El modelo está listo para que, con las necesarias adaptaciones, pueda ser implementado, por parte de las administraciones locales, en las grandes ciudades, especialmente en aquellas con importantes porcentajes de población inmigrada.

Las familias usuarias de este servicio podrían ser la punta del iceberg de una demanda subyacente, que hoy por hoy no tiene a quién dirigirse, pero cuya atención puede significar acceder a un nivel de seguridad más alto del que muchas familias andan faltas y que, sin duda, mejoraría la atención que reciben sus hijos e hijas.

[1]Se han utilizado nombres ficticios para proteger la identidad de las personas que han sido entrevistadas.

[2]https://ajuntament.barcelona.cat/infancia/es/canal/servei-de-families-collaboradores (página en castellano) y https://ajuntament.barcelona.cat/infancia/ca/canal/servei-de-families-collaboradores (página en catalán).

[3]http://www.manresa.cat/web/menu/4360-atencio-a-la-infancia-adolescencia-i-familia (página web en catalán).

[4]Quiroga, V.; y Alonso, A. (2011). Abriendo ventanas. Infancia, adolescencia y familias inmigradas en situaciones de riesgo social. S.l.: UNICEF (España) y Fundació Pere Tarrés. https://www.unicef.es/publicacion/abriendo-ventanas-infancia-adolescencia-y-familias-inmigradas-en-situaciones-de-riesgo

[5]Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. (2021). Madre no hay más que una: monoparentalidad, género y pobreza infantil. https://www.comisionadopobrezainfantil.gob.es/es/madre-no-hay-m%C3%A1s-que-una-monoparentalidad-g%C3%A9nero-y-pobreza-infantil.

«La presentación entre la familia biológica y la familia de acogida. Una necesidad a corto, medio y largo plazo», Renovando desde Dentro, nº12


Antes de empezar quiero pedir disculpas, porque la herramienta que voy a presentar parte de la experiencia en acogimiento familiar y en adopciones abiertas. Pondré muchos ejemplos de casos de acogimiento familiar, con el propósito de transmitir como mensaje que la mesa del cambio requiere que primero todos y todas sus protagonistas se conozcan, se pongan cara, como primer paso para poder más adelante empezar a pensar juntos en cómo ayudar a los chicos y chicas.

Un mini-ejemplo real de hace menos de un mes y medio …

Hola Alberto, buenas noches. Te agradecemos mucho tus palabras porque no estamos habituados a que nadie nos explique ni cómo está nuestra hija ni mucho menos cómo nos sentimos nosotros.

Te voy a dar una alegría. Hoy la visita ha sido estupenda. María nos ha hablado de José y Marián (la familia de acogida con la que está empezando a salir poco a poco) y estaba muy orgullosa de la tarta en forma de corazón que les ha preparado. Ha sido muy natural y no se ha agobiado como otras veces. Le hemos dicho que nosotros mañana les íbamos a conocer y que, como ella, teníamos un poco de mariposas en el estómago.

Se ha sentido relajada y hablando con normalidad, lo que nos ha dado paz y cierta tranquilidad en la visita. Le hemos visto muy bien creo que se sintió a gusto ayer. Y eso para mí es todo.

Este mensaje de una madre biológica que no puede cuidar de su hija viene a dar continuidad a las preguntas que en el artículo de hace un año “Diseñando la mesa del cambio” [1]escribía…

Quiénes deben participar en la intervención especialmente planteando si las familias negligentes y/o desprotectoras pueden y deben participar en el cambio de sus hijos e hijas.
Cómo debe ser esa intervención: si se debe priorizar el trabajo individual con los chicos y chicas, o si se debe privilegiar la participación tanto de las familias que han generado el daño como las familias de acogida y adoptivas.
Y qué papel deben tener los profesionales que participan en esa mesa.

El mensaje de esta madre biológica, que podría ser cualquier madre de cualquier sistema de protección que no puede cuidar de su hija, sorprende porque transmite que hay otra mirada posible en el sistema de protección, una mirada que no se centra en lo que los profesionales deben hacer, sino en cómo ayudar a que los chicos y chicas atendidos puedan contar con la implicación, colaboración y participación de sus familias: tanto las de acogida, las adoptivas, las biológicas como los referentes técnicos emocionales de muchos chicos y chicas en centros de acogida.

Sus palabras transmiten cuestiones clave que debemos plantearnos y sobre las que queremos reflexionar en este artículo:

- La necesidad de que los padres y madres biológicos puedan tener información acerca de cómo están sus hijos e hijas, fotos y mensajes en momentos clave que les ayuden a sentir que siguen formando parte de su vida, aunque no vivan juntos. ¿Qué información reciben las familias de origen sobre sus hijos e hijas a lo largo de la intervención de protección?
- La importancia de que los chicos y chicas sepan que no deben elegir entre familias, porque las familias (de origen, de acogida o adoptivas) pueden pensar de manera conjunta o al menos de manera compartida, las soluciones para ayudar en las dificultades, miedos o inseguridades de cualquier chico o chica. ¿En cuántas ocasiones se plantea la búsqueda de soluciones a síntomas que muestran el miedo, el conflicto de lealtades y el sufrimiento no resuelto de manera conjunta con las familias de origen? Sin ellas, es difícil reparar todo el dolor que esconden las conductas difíciles de muchos chicos y chicas.
- La urgencia de que los espacios de visitas se conviertan en espacios donde poder hablar de la vida del chico o chica, donde se pueda manejar el conflicto de lealtades y donde se pueda explicar la historia de vida. Aún no se pueden juntar las dos familias de María, pero en breve lo van a hacer e incluso planificarán cómo poder contar la historia de lo que ha pasado para que reciba un mensaje coherente. ¿Podemos confiar en que esto lo pueden hacer las familias de origen o están dispuestas a participar en esto las familias adoptivas o de acogida, por el bienestar del chico o la chica?
- ¿Creemos posible que sean los propios padres y madres biológicos quienes presenten a sus hijos e hijas a las familias de acogida y esto dé paso a iniciar el proceso de acoplamiento?
Esta madre nos decía lo siguiente un par de semanas más tarde, habiendo participado en la presentación con la familia de acogida y habiendo entendido la necesidad de que ambas familias realicen gestos continuos que ayuden a María a sentir el permiso de sus dos familias para vivir tranquila este paso…

😉😉😉😉 muchísimas gracias por irnos contando estos momentos tan importantes para nuestra hija. Por lo que parece la niña va bien y se va poco a poco adaptando a la familia de acogida. A nosotros como padres nos da muchísima paz.

Hemos pensando en comprar nosotros un pijama divertido y alegre para su primera noche en casa de José y Marián así como el Gusiluz que creemos le puede ayudar por las noches. La idea es que se lo podáis dar a José y Marián y lo dejen en su casa así para que mi hija tenga eso preparado.

Eso lo haríamos encantados.

La presentación con ellos fue un día muy positivo y de comienzo de una fase distinta y de respeto. Nuestra hija no merece menos. Aquí nos va a tener la familia para todo.

Era la propia madre la que había respondido a la pregunta que solemos hacer a las familias que acogen: ¿cómo podría la familia de origen ayudar a la estabilidad de tu acogimiento familiar en situaciones de crisis? Ya lo veis, algo tan complicado y tan sencillo como que María descubra al llegar a su casa un pijama que le han regalado sus padres y que ha llegado de manos de su familia de acogida.

La presentación entre las familias de acogida y las familias de origen es una intervención imprescindible para que cualquier medida de protección contribuya a reparar dolor. Todas las medidas de protección generan dolor y sufrimiento, y es esta presentación la que minimiza uno de los talones de Aquiles del acogimiento familiar o la adopción, como es el conflicto de lealtades.

¿Qué buscamos con esta intervención?

Unos meses antes esta madre biológica hacía esa misma pregunta: “¿Para qué esa presentación?, ¿Qué aporta…?”. Y le respondíamos que sus beneficios eran muchos, pero que sobre todo buscábamos que al finalizar la misma pudiéramos hacer una foto de ambas familias juntas con los o las profesionales que intervienen en el centro, para que el niño o la niña pueda visualizar a todas las personas que van a hacer todo lo posible por mejorar su situación.

Y es una pregunta oportuna porque estos encuentros generan mucho miedo de entrada en ambas familias: cómo le va a ver la otra parte, qué reacción van a tener cuando nos vean (rechazo, culpa, rabia…). Y esa pregunta me hace recordar una escena en que un padre biológico con muchos descontroles y muy violento participó en la presentación de la familia que iba a acoger a su hija de manera permanente, y fue vestido con sus mejores galas, hizo lo posible por estar muy educado, tanto que no paraba de sudar y de pedir perdón. Sólo quería que su hija supiera que había estado ahí y que se había portado bien con su nueva familia…

En el fondo buscamos que los chicos y chicas sepan que los mayores (sus familias y el equipo de profesionales) somos capaces de buscar todas las vías de encuentro, comunicación y diálogo necesarias para minimizar su dolor y su sufrimiento.

Una madre biológica hace un año le decía a su hija de 6 años en acogimiento familiar permanente en el intercambio de la visita con su acogedora delante: “Yo he hecho muchas cosas mal y voy a hacer lo posible por arreglarlas, pero quiero que te portes bien con Nekane, ella es tu mamá todo el tiempo y yo soy tu mamá en las visitas”. El gesto de la niña cambió.

Este gesto, este cambio es lo que buscamos, porque las consecuencias de una presentación bien hecha, impactan en los chicos y chicas en protección, en sus cuerpos, en su mirada y en lo que sienten.

¡Esto no puede ser posible! No vamos a conseguir con padres y madres complicadas lo que no se logra ni en los divorcios más funcionales.

Esta frase se repite muchas veces entre los profesionales y es un prejuicio de muchas familias. Nadie cree que esto sea posible. Las familias de origen participan en esta presentación por sus hijos e hijas. Y no requiere un gran trabajo convencerles de sus beneficios, porque cuando se les transmite que eso va a dar tranquilidad a sus hijos e hijas, como para la madre de María, dicen  “Eso para mí es todo”.

No sé si a lo largo de mis 25 años de intervención en casos de acogimiento familiar he podido participar en muchos milagros, pero puedo decir que esto es una práctica sistematizada, estructurada y ritualizada, que permite que esto se lleve a cabo en todos los casos, no solo con los padres y madres biológicas colaboradoras o sencillos (es decir los que no van a dar problemas), sino en todos los casos, independientemente del tipo de maltrato que hayan vivido los chicos y chicas.

Es decir, la presentación sigue siendo buena y necesaria, aunque haya sospecha de que un padre biológico haya podido tener conductas abusivas con su hijo o hija, o le haya maltratado físicamente. Porque el conflicto de lealtades es igual de intenso y contenerlo es igual de prioritario en todos los tipos de maltrato infantil.

Al menos considero imprescindible que se intente técnicamente desde antes de empezar la acogida y, si no se consigue, se mantenga el esfuerzo a lo largo de la medida para lograrlo. Es posible que en algunos casos no se consiga, pero son los mínimos.

Si la pregunta es en qué casos de acogimiento familiar en familia ajena debe favorecerse esta presentación, mi respuesta es que hay que intentarlo en todos los casos. Algunas aclaraciones:

- Independientemente del tipo de maltrato previo. Porque una cosa es que esta herramienta ayude a disminuir el conflicto de lealtades y otra es el proceso emocional de reparación y elaboración del daño vivido de cada chico o chica. Esta presentación no interfiere. Ayuda.
- A veces se considera que, si hay algún tipo de orden de alejamiento entre el chico o la chica y su familia de origen, tampoco sería deseable. Pero tenemos que explicar que las órdenes de alejamiento son de los padres o madres biológicos respecto al chico o la chica, no respecto a la familia de acogida ni respecto a los profesionales, argumento en que se ampara a menudo la ausencia de intervención con los padres y madres biológicos en estos supuestos.
- Las familias biológicas que colaboran presentan problemáticas muy graves, pero la capacidad de expresar frases como las recogidas aquí es porque, como suele señalar coloquialmente mi compañero Javier Múgica, las familias no son 100 % buenas ni malas, y lo que hacen lo hacen por sus hijos e hijas. Las familias biológicas a menudo quieren a sus hijos e hijas y son capaces de participar en estos espacios solo por evitarles sufrimiento.
- Intentarlo debe implicar ser capaz de planteárselo a todos los casos; en muchos se consigue antes de empezar el acoplamiento, pero, cuando no es posible, seguimos intentándolo, porque las familias biológicas también necesitan tiempo para desatascarse y entender lo que se les propone.

No es cuestión de términos, pero las palabras sí importan

¿Qué debemos buscar en la participación de una familia biológica en el acogimiento familiar? Su aceptación de la medida, suimplicación, la colaboración o su consentimiento formal.

- Consentimiento: cuando la intervención busca este, normalmente los esfuerzos se dirigen a que dejen por escrito su aceptación.
- Aceptación de la medida: cuando se habla de aceptación se entiende la capacidad para reconocer la imposibilidad de cuidar de los propios hijos e hijas, y asumir la medida de acogimiento familiar como una medida necesaria y beneficiosa.
- Colaboración en el acogimiento: cuando se trabaja desde esta perspectiva, no se necesita tanto que los padres y madres consientan el acogimiento ni que lo acepten emocionalmente, ya que se considera que es un objetivo que se logra a largo plazo. Sino que se busca que la familia biológica participe dando mensajes que no interfieran en el acogimiento, ayuden a sus hijos e hijas reconociendo que no pueden cuidarles, y faciliten la presentación de la familia de acogida en un primero momento.
Pero la colaboración implica necesariamente una actitud positiva y favorable de la familia de origen a lo largo de la acogida. Por eso, si bien este es el objetivo que se persigue con las familias de origen, los y las profesionales debemos tomar otro término como referencia: la implicación de la familia de origen.

La implicación supone todas aquellas estrategias que son dirigidas o fomentadas por los equipos profesionales y que favorecen esta colaboración. Presentamos algunas de estas medidas, respecto a las cuales la madre de María se mostraba sorprendida porque no se había sentido así atendida en muchos momentos:

- No dar ningún paso con el chico o la chica hasta informar a la familia biológica y buscar su participación y colaboración.
- Fomentar que la familia biológica valide al profesional que va a preparar a sus hijos o hijas para cualquier decisión.
- Dar explicaciones claras a las familias de origen y realistas, destacando su papel en la estabilidad emocional de sus hijos o hijas.
- Ofrecer una explicación sencilla que puedan trasladar a sus hijos e hijas de por qué no pueden cuidarles y en qué situación van a estar (acogimiento familiar, residencial, adopción…).
- Preparar a la familia de origen ante eventuales o posibles preguntas de sus hijos e hijas que se les haga difíciles poder responderlas.
- Trabajar la disponibilidad a conocer a la familia de acogida que va a cuidar de sus hijos e hijas, para que les trasladen directamente las características de estos y así evitar una triangulación compleja que sostiene el conflicto de lealtades a largo plazo.
- Ofrecerles ejemplos y pautas de cómo dar permiso emocional a sus hijos e hijas (el ejemplo del pijama de los padres de María…).
- Ayudarles a transmitir a sus hijos e hijas una explicación adecuada y realista de su actitud inicial cuando no están de acuerdo con el acogimiento. Porque se puede no estar de acuerdo e incluso oponerse judicialmente a las medidas establecidas por los equipos técnicos, y colaborar en el acogimiento de sus hijos e hijas. El ejemplo de María es uno de ellos.
- Y el más importante de todos, mantener informados a los padres y madres biológicos a lo largo de toda la intervención. Por ejemplo, una madre que el día de Reyes recibe un mensaje con la foto de su hija abriendo los regalos de su familia biológica en casa de su familia de acogida o la posibilidad de que algo tan sencillo y a la vez tan complejo como organizar los regalos de Navidad, se haga de manera compartida entre ambas familias.
Ambos son ejemplos de cuestiones sencillas, fundamentales para muchos chicos y chicas, que, cuando no se buscan soluciones entre las familias y los equipos técnicos, los chicos y chicas terminan asumiéndolas. Entonces hablamos de chicos y chicas parentalizados, y en la práctica son chicos y chicas que buscan soluciones cuando los mayores han renunciado a la posibilidad de establecer canales de comunicación centrados exclusivamente en las necesidades de los niños, niñas y adolescentes acogidos.

Porque la familia de origen puede no estar de acuerdo con una medida de protección y al mismo tiempo puede colaborar y ayudar a minimizar el daño de su hijo o hija. Pero lo que no se puede hacer es exigir a una familia de origen que colabore y que a nivel técnico no se promueva y se busquen todas las estrategias y recursos creativos para favorecer su implicación, aunque cueste técnicamente.

Pero ¿por qué la insistencia en una técnica tan específica como la presentación?

Porque la presentación entre la familia de acogida y de origen, evita el proceso de dilución o disolución familiar que tanto ha denunciado Jorge Colapinto[2]. La dilución del proceso familiar se basa en la tendencia de los equipos técnicos a centralizar todas las decisiones de las familias en cualquier medida de protección, cuando los profesionales deben ser quienes ayuden a construir la red de relaciones que deberán funcionar cuando el sistema de protección haya dejado de intervenir por ejemplo tras la mayoría de edad.

La presentación pone en el centro del tablero a las dos familias y sitúa a los equipos técnicos con una función clave que es establecer inicialmente las reglas de la comunicación (que siempre es una, todo lo que se aborde debe estar relacionado con lo único que tienen en común, que es el niño o la niña) y luego favorecer una comunicación donde se ayude a la traducción de las emociones subyacentes.

Suelo contar como un recuerdo emotivo cómo hace ya casi diez años una chica que había atendido y que había estado en acogimiento familiar, me invitó a su boda y me explicó que el motivo era que quisiera que me sentara entre su madre de acogida y su madre biológica. Sin duda fue una boda diferente, pero tenía sentido en el proceso de ayudar a construir una red de relaciones entre dos familias en situaciones diferentes, que se han vivido como competencia y con miedo a que una le quite a la otra el niño o la niña. Porque son familias condenadas a entenderse con el tiempo para ayudar a que la fragilidad y vulnerabilidad de estos chicos y chicas no les haga más daño cuando tengan que gestionar sus dos familias ellos solos.

La presentación entre ambas familias ayuda a transmitir que no hay familias mejores y peores, sino que ambas son necesarias. Permite huir de una tendencia a establecer prejuicios morales contra la familia de origen y a tener una visión heroica de las familias de acogida y adoptivas. Todas son necesarias para construir ese canal de comunicación de mínimos que facilite la vida y la reparación del daño y del sufrimiento en todos ellos.

Una intervención profesional práctica que prioriza el encuentro continuo entre ambas familias

Es necesario huir de idealizaciones de esta práctica. Esta metodología es pragmática porque tiene como objetivo minimizar el impacto doloroso de cualquier medida de protección, entre otras cosas. Por eso necesitamos clarificar qué se busca y qué no se busca en esta relación con intermediación profesional continua…

- No se busca crear relaciones de afecto entre ambas familias, sino de colaboración y cordialidad… Pero no descartemos que estos lazos se generen a medio y largo plazo, momento en el que la intermediación profesional deberá ser menor.
- No se trata de conseguir una relación abierta. La relación entre ambas familias requiere de límites que con el tiempo se puedan ir diluyendo y que se vaya facilitando que ambas familias puedan buscar soluciones de manera más autónoma. Este paso requiere tiempo.
- No busca tampoco fomentar la empatía ni el apoyo mutuo entre ambas familias, sino fomentar una colaboración centrada en el chico o la chica exclusivamente. La comprensión mutua ayuda sin duda.
A modo de ejemplo, hace muchos años un niño acogido les dijo a sus acogedores si podían regalarle a su madre el sofá que ellos iban a cambiar, porque la madre no tenía apenas dinero para uno nuevo. El equipo técnico dijimos que no, porque el límite de su relación se centraba en las necesidades del niño y el sofá no tenía que ver nada con eso. Este límite debe ser muy claro al principio y diluirse conforme las familias han comprendido los límites de la comunicación y de la relación entre ambas.
- Implica mantener espacios de encuentro continuados entre ambas familias (en los intercambios de las visitas, en reuniones cada dos o tres meses para planificar por ejemplo cómo trabajar la historia de vida, abordar dificultades del chico o la chica…).
- Requiere ofrecer estrategias de respuesta para posibles encuentros casuales informales entre ambas familias en la calle, en la playa, en un partido de fútbol, en un centro comercial o en la Cabalgata de los Reyes Magos, ejemplos todos ellos donde se han producido estos encuentros. Si estos encuentros no han sido organizados con ambas familias presencialmente, cuando llegue el momento, es altamente posible que se genere una situación incómoda para las personas adultas y de alta angustia para el chico o la chica.
- Facilitar que sea la familia biológica quien cuente la historia del niño, niña o adolescente y que sea la familia de acogida la que ayude a dar continuidad a la misma, o que participe transmitiendo a la familia de origen dudas que pueden tener los chicos y chicas.
- Garantizar una transmisión continuada de información sobre el niño o la niña ayudándole a transmitir que el mayor gesto de respeto hacia la otra familia es trasladarle la información real de lo que vive el niño o niña. En este caso son los acogedores quienes transmiten al principio de la visita cómo ha estado el chico o chica desde la última visita y son los padres y madres biológicos quienes transmiten a la familia de acogida todo lo que han hecho en la visita.
- Implica un trabajo de estructuración de límites, normas de relación y de gestión del régimen de visitas que favorezca actitudes de flexibilidad por todas las partes.
- Y, sobre todo, supone ayudar a comprender a todas las personas que participan (familias y profesionales) que ambas familias son necesarias.

Cómo se prepara a las familias para este encuentro

La presentación forma parte de un modelo de intervención global, integral y continuado que tiene como base un modelo teórico específico y propio. No es necesario llevar a cabo la preparación de la familia de acogida ajena porque una familia de acogida que no está dispuesta a conocer a los padres y madres biológicos no debería participar en un acogimiento familiar y porque en la formación previa se trabaja con ejemplos y dinámicas concretas.

Por su parte la preparación de la familia biológica se lleva a cabo desde que se propone que su hijo o hija vaya a vivir con una familia de acogida y de manera continua a lo largo de toda la acogida. Esta preparación implica trasladar firmeza y determinación al tiempo que trasladar la importancia de su implicación para la tranquilidad de su hijo o hija. A menudo cuando empezamos a preparar a una familia biológica le decimos: “El acogimiento lo vamos a poner en marcha sí o sí, pero podemos hacerlo contigo o sin ti; preferimos hacerlo contigo” y, a continuación, les explicamos los pasos clave y cómo pueden participar y colaborar.

Esta preparación implica una intervención muy intensiva durante tres semanas como mínimo, intentando que en esa tercera semana se pueda llevar a cabo la presentación entre las familias. Se explica a las familias todo el ritual, su papel, cómo se les va a ayudar, trasladando desde la convicción que son figuras relevantes para sus hijos e hijas. Si la figura profesional no se cree este mensaje, será difícil que pueda gestionarla adecuadamente. No nos pagan por juzgar a las familias, sino por buscar soluciones al dolor y sufrimiento que sus familias de origen han generado.

Un modelo de intervención sistematizado, ritualizado y de sentido común

Me maravilla cuando me dicen que esta intervención que hacemos es maravillosa porque nunca olvidaré que el día que me planteé dejar a mi hijo pequeño con alguien que le cuidara porque yo no podía hacerlo. Sencillamente estuve un rato largo con esa persona, lo que facilitó que mi hijo se fuera de mis manos a las de ese otro amigo, sin problema confiado y tranquilo. Este es el sentido común que intentamos promover con el siguiente modelo de trabajo: que los chicos y chicas pasen de manos a manos en todos los procesos y cambios de medidas. Aunque los ejemplos no son iguales, la acción genera el mismo impacto: tranquilidad a las personas menores de edad y eso es lo que vale.

La presentación entre la familia de origen y la de acogida se intenta llevar a cabo en todos los casos de familia ajena antes de que se inicie el acoplamiento. Esta presentación se prepara durante varias semanas con ambas familias y se organiza hasta el más mínimo detalle.

Esto supone que no se activa la presentación del niño o la niña a la familia de acogida (salvo contadas excepciones) sin que se hayan conocido ambas familias y sin que se haya intentado que sea la propia familia de origen quien presente a su hijo o hija a la familia de acogida. Esta segunda presentación daría para otro artículo y la experiencia habla de su gran potencial a nivel emocional. 

Suena bonito, pero la realidad y las numerosas fotografías que hemos venido haciendo a lo largo de los años, muestran que el sistema de acogida requiere que en la mesa estén ambas familias y el equipo técnico con el niño o la niña.

La propia presentación requiere en torno a un espacio de 45 minutos.

- Se inicia con un saludo formal entre ambas partes, sentados en torno a una mesa redonda, con la participación de dos profesionales (uno que se centre más en atender a la familia de acogida y la otra profesional a la familia biológica) que van a hacer una presentación inicial que ayude a clarificar los límites de la relación entre ambas y los beneficios para el niño o niña de dicho encuentro.
- A continuación, se pide que sea la familia de origen la que traslade información relevante sobre su hijo o hija (salud, hábitos, dificultades, estrategias que le ayudan)…
- … Para ir dando paso a una conversación en la que es la familia de acogida la que pregunta y la familia de origen la que aporta información y sugiere.
- Y finaliza el ritual con una foto conjunta que será utilizada para trabajar con el niño o niña y que ambas familias van a tener diluyendo el miedo a la reacción o rechazo de la otra parte.

En muchos de estos encuentros es común ver cómo el equipo técnico empieza en la mesa dirigiendo la conversación y termina poco a poco echando el cuerpo hacia atrás y dejando a ambas familias compartir información. Todos los gestos técnicos ponen en el centro de la reunión al niño o niña y el esfuerzo de ambas familias, generando un proceso de dilución de los profesionales necesario. Porque cuando podemos conseguir esta comunicación, el conflicto de lealtades no es una prioridad técnica y podemos enfocarnos en reparar el daño concreto que las experiencias adversas en sus familias de origen generaron.

Presentar a ambas familias no significa tener que promover la reunificación. Esta presentación es independiente de la modalidad de acogida (excepto en los acogimientos de urgencia), del tipo de maltrato que ha originado la situación de desprotección y de la familia de acogida. Sin embargo, no es posible llevarlo a cabo cuando la familia de acogida mantiene una visión muy negativa, crítica o cargada de prejuicios de la familia de origen. En nuestra forma de trabajar, este modelo de intervención implica evaluar la disposición a esta colaboración en la familia de acogida también. Por tanto, es un modelo que condiciona el tipo de valoración psicosocial previa al acogimiento o la adopción, la intervención a lo largo de la medida y en especial todo el trabajo de historia de vida y de reparación traumática.

Y después de esta presentación, ¿qué más se hace?

La presentación solo es el primer paso de una forma de relación que va a promover entre otras acciones a lo largo de toda la acogida que…

- Ambas familias se encuentren en los intercambios de las visitas y compartan la información sobre el niño o niña.
- Que se puedan organizar encuentros entre ambas familias cuando hay que hacer frente a situaciones de crisis del acogimiento, conductas complejas o pensar en cómo abordar la historia de vida, o responder a preguntas importantes de la persona menor de edad.
- Favoreciendo que en temas tan pequeños como los regalos de Navidad, cumpleaños, etc.,  se promuevan formas colaborativas que eviten la confusión cuando una persona menor de edad debe celebrar su cumpleaños en diferentes días con sus dos familias, recibe los mismos regalos por no haber sido posible una comunicación entre las partes…

Porque se puede trabajar para que las familias biológicas aprendan a cuidar de sus hijos e hijas en la distancia cuando se encuentran con medidas de protección a la infancia.

Sentido y sensibilidad

El título de esta película, que emociona a mi mujer desde hace años, está a la base de lo que quiero transmitir: este modelo de intervención REQUIERE…

- SENTIDO, porque es una intervención que requiere una visión en la que nadie sobra y todas las partes son necesarias para reparar el daño y sufrimiento. Esto no supone ni una visión edulcorada ni ingenua de la familia biológica, porque el foco está en lo que el niño o niña necesita para poder superar sus vivencias y recuerdos dolorosos.
- Y SENSIBILIDAD, porque es una intervención que no se debe improvisar, muestra una estrategia continuada de la necesidad de intermediar en la comunicación y relación entre ambas familias. Los gestos son claves para transmitir la importancia de ambas familias y este proceso solo se puede llevar a cabo cuando uno mismo como profesional está convencido o convencida.

Un ejemplo transferible a todas las medidas de protección

Si bien hemos hablado del acogimiento familiar en familia ajena, esta herramienta se puede trasladar con matices y con la misma eficacia a los acogimientos en familia extensa, los procesos de mediación de orígenes en adopción, las adopciones abiertas, los acogimientos referenciales o de fin de semana y vacaciones, los acogimientos familiares especializados, el papel de la familia de origen cuando un chico o chica se incorpora a un centro de acogida…

En el fondo, más que una técnica concreta, este proceso materializa un modelo de intervención en el que se busca que el chico o la chica cuente con una red bien tejida entre sus familias y los profesionales, para que con el tiempo oriente su vida y decida lo que más le ayude, pudiendo saber que cuenta con el apoyo de todos los referentes emocionales, familiares y profesionales que han participado en su proceso.

Vuelvo a traer a Colapinto con esta frase que ya puse en mi artículo anterior: “Una vez que el valor de la conexión familiar es reconocido, las ‘intervenciones’ no son tan complicadas de diseñar”[3]. Pero para ver cómo valoramos esa conexión familiar, debemos preguntarnos:

- ¿Qué información transmitimos tanto a las familias de origen, las de acogida, adoptivas, etc., a lo largo de la intervención de protección? Cuanta más información, más capacidad y autonomía de las familias para pensar conjuntamente.
- ¿En cuántas ocasiones se plantea la búsqueda de soluciones a síntomas o problemas graves de los chicos y chicas con la participación e implicación de ambas familias?
- ¿Qué importancia doy a promover esta relación pensando en la mayoría de edad de los chicos y chicas que atendemos?
- ¿Puedes imaginarte que las dos familias de un chico o chica acogido o adoptado, o la familia de origen y los profesionales con importante referencia emocional para un menor en un centro de acogida, colaboren y faciliten explicaciones sobre su historia de vida pensadas conjuntamente?
- ¿Creemos posible que sean los propios padres y madres biológicos quienes presenten a sus hijos e hijas a las familias de acogida o a los equipos técnicos de los centros de acogida y esto dé paso a iniciar la medida de protección?
- ¿Qué procesos deberíamos cambiar técnicamente y en los protocolos para que este tipo de presentación ayude a minimizar el daño que toda medida de protección genera?

Y para terminar y tomando como referencia al personaje del Principito de Antoine de Saint-Exupéry diré, después de toda la extensión de este artículo, una frase que resume mi experiencia con esta metodología de trabajo y el impacto que he observado de la misma en muchos chicos y chicas y sus familias: LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS. Porque el impacto de una presentación se siente, se incorpora a la memoria corporal y permite un conocimiento más profundo de los chicos y chicas a través del conocimiento previo de sus padres y madres. Y eso, para cualquier niño, niña o adolescente, al igual que para la madre del principio LO ES TODO. Quiero dar especialmente las gracias a Javier Múgica, que fue el primer profesional que abogó por esta técnica hace más de 25 años y que el tiempo nos ha ayudado a perfeccionarla, afinarla y generalizarla en nuestros equipos técnicos. Con mucho cariño, Javi. Este artículo también es tuy

[1]Rodríguez González, A. (2022). Artículo 4 (enero 2022): Diseñando la mesa del cambio. ¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños por desprotección infantil? https://renovandodentro.wordpress.com/2022/01/19/articulo-4-disenando-la-mesa-del-cambio-que-tipo-de-intervencion-es-mas-eficaz-en-la-reparacion-de-danos-por-desproteccion-infantil-por-alberto-rodriguez/

[2] Colapinto, J. (1998) La dilución del proceso familiar en los servicios sociales: Implicaciones para el tratamiento de las familias negligentes. Redes: revista de psicoterapia relacional e intervenciones sociales, 1(2), pp. 9-36. Recuperado de: https://www.colapinto.com/files/Dilucion_Proceso.pdf

[3] Minuchin, P., Colapinto, J., y Minuchin, S. (2013). Pobreza, institución y familia. Barcelona: Amorrortu