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«‘No me pesa, es mi hermano’: los hermanos en el sistema de protección», Renovando desde dentro, nº 17.

 «‘No me pesa, es mi hermano’:
los hermanos en el sistema de protección», 

 Artículo 17: febrero 2024
Introducción
El cuento de Hansel y Gretel1, que tan sugerente resultaba para Bruno Bettelheim, ha sido recientemente versionado por Elvira Lindo, siempre tan sensible y acertada para los temas relacionados con la infancia2. En esta adaptación radiofónica, la fraternidad y lealtad mutua de los hermanos resulta ser su única protección frente a una familia disfuncional, el abandono, y el posterior maltrato perverso en el lugar donde creyeron refugiarse.

Esta referencia nos sirve para introducir nuestra preocupación por el modo en que el sistema de protección puede debilitar o incluso extinguir los vínculos entre los hermanos y hermanas, pese a que teóricamente su finalidad es asegurar el derecho a vivir en un entorno familiar afectuoso y seguro y preservar la familia.

Deberíamos ser más conscientes de que puede haber mecanismos y modos de actuación, frecuentemente inadvertidos o implícitos, que
.- facilitan la pérdida de la propia identidad y conciencia de su origen, en vez de ayudar a construirla a partir de su historia;
.- debilitan los vínculos fraternos de los niños, niñas y adolescentes protegidos, en vez de preservarlos como un elemento primario de protección.

Identidad, historia y vínculos
Poder responder la pregunta “¿Quién soy?” implica haber ido construyendo un sentido de singularidad y de permanencia gracias a las creencias, emociones y pensamientos sobre la persona que somos y los atributos que nos diferencian de los demás.

“Quién soy, de dónde vengo, cuáles son mis raíces…” son experiencias universales que forman parte de la construcción de la identidad personal. Junto a la experiencia de ser aceptado, valorado y reconocido como parte de un grupo, la identidad se construye también sobre aspectos en los que reconozco cómo son los míos, cómo nos relacionamos, cómo nos vestimos, cómo celebramos, a qué damos prioridad, cómo expresamos los afectos…

Quienes se sienten parte de un sistema familiar comparten en diversa medida un conjunto de normas, pensamientos, conductas, modos de relacionarse y de comportarse, y también experimentan lealtad hacia ese universo y sus componentes. Las relaciones entre los hermanos a veces se resquebrajan cuando alguno siente que el otro traiciona los valores de esa lealtad y fidelidad que integran nuestra idiosincrasia familiar. A veces actuamos por no decepcionar o por agradar a algún familiar significativo. Mantener esa lealtad nos permite sentirnos parte de los nuestros y desempeñar el rol que se nos ha asignado. Lo cual tiene aspectos positivos, pero también puede acabar siendo limitante y restrictivo, si impide al individuo diferenciarse, es decir, tomar sus propias decisiones, determinar su orientación, incluso su renuncia a pautas culturales o modos de comportamiento que no desea. Afortunadamente, al crecer podemos descubrir que hay modos distintos y que algunas de nuestras tradiciones pueden ser francamente criticables y merecedoras de abandonarse… pero incluso las diferencias, disensiones o rechazos se edifican sobre los elementos de esta primera socialización.

Este proceso de construcción de la identidad personal y familiar se desdibuja cuando el niño, con objeto de salvaguardar sus derechos, es separado de su familia, se debilitan sus referencias, y no se le ofrece un marco consistente en el que continuar construyendo su noción de sí mismo. Hay que tener presente que la familia es un sistema, con su red de relaciones, normas, roles y jerarquías, en cuyo seno el individuo evoluciona, se desarrolla y adapta.

¿Necesitamos a los hermanos3?
Pese a todas sus posibles insuficiencias, la familia de origen constituye el primer grupo social de pertenencia. Desde muy temprano el niño construye la noción de formar parte de un sistema y conforma su primer grupo social de referencia sobre el que desarrolla su propio marco de valores, normas y creencias. Obviamente, la edad va modificando la fuerza de estas referencias, a veces hasta hacerlas desaparecer, pero constituyen el punto de partida de la propia identidad.

Lo habitual es que la convivencia con los hermanos se desarrolle dentro del hogar familiar. Fuera de la casa, los hermanos acuden a clases diferentes, a veces colegios diferentes, probablemente a actividades de ocio diversas; y a partir de la adolescencia se integran en grupos diferentes de socialización secundaria. La convivencia diaria se convierte en la principal experiencia donde se construyen los vínculos entre los hermanos; y si no es así, los vínculos se mantienen porque al menos se comparten momentos significativos juntos. Por importante que sea la genética, lo que nos hace sentirnos vinculados a los hermanos no es asumir que compartimos ADN sino haber crecido juntos, haber establecido relaciones que satisfacen nuestras necesidades.

Es cierto que a los hermanos no se los elige, sino que nos vienen dados por las circunstancias. Nuestra relación con ellos puede ser tan significativa para comprender quienes somos como la relación con los padres. En condiciones normales suele ser la primera relación entre iguales que se experimenta y sirve de aprendizaje para otras relaciones sociales. Con todos sus vaivenes puede ser fuente de seguridad mutua y de afecto. Tiene su parte de afectividad y compañerismo y también su parte de rivalidad, molestias y roces. Implica, casi por definición, emociones contradictorias. Aunque nada irrite más a los padres que las inevitables y frecuentes peleas y rivalidades entre hermanos, entre los beneficios de convivir con unos hermanos pueden estar el aprendizaje de la negociación, de la cesión y del acuerdo. De hecho, corre el tópico de que los hijos únicos sufren un déficit de socialización al carecer de esa experiencia de competir/compartir con hermanos la atención de las figuras de cuidado, los juguetes, los espacios, los tiempos…

Tener hermanos también puede ayudarnos a comprender las limitaciones de los padres, a interpretar sus conductas, u ofrecernos apoyo cuando uno de los dos o ambos son negligentes o agresivos… Las explicaciones que los hermanos comparten o se dan unos a otros les permiten situarse ante los padres, otros hermanos, abuelos, etc.; y también elaborar un relato sobre su propia vida y la historia del sistema familiar.

Quien ha experimentado una intensa complicidad con un hermano puede haber disfrutado de la primera amistad incondicional que le ofrece la vida. Lo cual no siempre ocurre, pero cuando es así, tiene un valor incalculable.

Valorar sin mitificar
No se pretende hacer un canto a la fratría como favorable por definición y universalmente benigna, del mismo modo que no lo hacemos de la familia nuclear: si fuera así, no habría que proteger a ningún niños, niña o adolescente ni tutelarlo.

Es en la infancia cuando es bueno tener hermanos cercanos, cuando necesitamos el roce con ellos. Después, a lo largo de la vida, habrá que elegir, moderar o filtrar las relaciones con nuestros hermanos, como hacemos con otras relaciones familiares o personales. Quienes trabajamos con familias adultas sabemos que, con la edad, muchas relaciones entre hermanos se han enfriado o resultan inexistentes, o deliberadamente fueron abandonadas.

Conocemos relaciones entre hermanos que han podido ser tóxicas o abusivas. Hay casos donde alguno de los hermanos se identifica o se alinea con el progenitor maltratador frente a sus hermanos y se convierte en una nueva figura de maltrato. Otros casos de maltrato son provocados –o coparticipados– por unos hermanos contra otros hermanos menores o más vulnerables, sin que los progenitores hayan sido conscientes o protectores. Pensemos en los casos en que alguno de los hermanos, sea por agresividad, envidia o resentimiento, puede llegar a ser perjudicial para el desarrollo de la personalidad de otros. O en sentido contrario, las situaciones en que uno de ellos es señalado como una especie de delator porque motivó la intervención protectora y los demás le culpan, marginan o incluso agreden.

Por mucho que la rutina o la experiencia nos hagan encontrar parecidos entre personas y situaciones, no hay dos sistemas familiares idénticos y cada uno de los niños, niñas y adolescentes son únicos e irrepetibles. La familia disfuncional, ya sea negligente o maltratadora, puede presentar mayor conflictividad entre hermanos, con sintomatología tanto internalizante como externalizante. Pero en otras ocasiones ocurre lo contrario: se produce un fenómeno de amortiguación, de apoyo entre los hermanos frente a sus progenitores deficitarios, donde los hermanos mayores protegen y ayudan a los hermanos menores, explican las dificultades, ayudan a clarificar la situación. La familia disfuncional puede suponer mayores conflictos, rivalidad y enfrentamiento, y mayores perjuicios cuanto más tiempo se prolongue la situación; pero también puede darse una compensación de protección entre hermanos que favorezca su resiliencia, y que esta relación tenga cierta función terapéutica frente al trauma.

Servicios familiares que deshacen familias

Cuando los niños, niñas o adolescentes entran en el sistema de protección se dispara el riesgo de que pierdan de vista a sus hermanos porque las instituciones no se esfuerzan para mantener la convivencia entre ellos y su relación. En una residencia puede ocurrir porque resulta más manejable agrupar a los niños, niñas y adolescentes por edades, como ocurre en la escuela. Entre familias acogedoras, porque parece dejarse a criterio subjetivo de las familias velar por la relación, sin un criterio y plan de trabajo técnico.

También oímos que a veces se proponen ubicaciones y actividades diferentes, o incluso separaciones permanentes “porque los hermanos se llevan fatal”. Que unos hermanos “se lleven fatal” no es motivo para separarlos. Recuerdo el caso de dos hermanos preadolescentes cuyos educadores de la residencia recomendaron separar en dos familias acogedoras diferentes, dada la conflictiva convivencia entre ellos. El día en que el primero de ellos conoció a la familia que le iba a acoger y salió a merendar con ella, en vez de comerse el helado del menú infantil lo guardó para su hermano “porque a él le encanta este helado”. Los acogedores, que creían que los hermanos “no se soportan uno a otro” y por ello iban a ser separados, no daban crédito ante este gesto de delicadeza. Así es muchas veces la relación cotidiana entre unos hermanos, y hay que esforzarse por interpretarla correctamente.

“Son tan distintos”… ¡Por suerte! La diferenciación es parte de la función fraterna. En las decisiones de la vida cotidiana no se trata de forzar actividades de ocio idénticas, por ejemplo, para un futbolero compulsivo y un sedentario ajedrecista, sino de encontrar el espacio y el tiempo para que convivan… aunque sea para pelearse, para compartir su impresión sobre cómo estaba mamá en el último encuentro, o sus miedos respecto al futuro…

Nuestra población, de por sí, está amenazada de carecer de los vínculos y redes de apoyo que disfrutan el resto de las personas cuya familia no se ha resquebrajado. De hecho, la intervención protectora se produce porque hay una familia disfuncional, porque la familia extensa no es capaz de compensar o proteger, porque el ejercicio de las responsabilidades parentales es negligente o perjudicial. La relación entre hermanos se convierte en el elemento decisivo para mantener vínculos primarios y elementos de identidad. Y sin embargo, un posible efecto iatrogénico4 de la protección es la debilitación, ya sea en la residencia o en la familia acogedora, de la intensidad de las relaciones entre hermanos.

Encontramos ejemplos de todos los escenarios posibles: hermanos que siguen en casa mientras otros están en residencia o familia acogedora, hermanos separados en familias distintas, hermanos en la residencia mientras otros salen con una nueva familia, hermanos adoptados mientras otros están acogidos y otros están en una residencia… Seamos conscientes de que la coordinación no brotará espontáneamente: los técnicos tienen que esforzarse para que los hermanos que no conviven no se sientan separados, para que la intervención comparta un planteamiento común para el sistema familiar, para que los proyectos individuales (que pueden ser distintos) se armonicen y revisen conjuntamente. O se trabaja coordinadamente en estos supuestos o la intervención protectora romperá los vínculos entre hermanos.

La preservación de la relación entre hermanos es en nuestra legislación un criterio orientativo de la actuación administrativa. Es un criterio vinculado al derecho del niño a sus relaciones familiares, y por tanto deben ponerse todos los esfuerzos por evitar la separación en entornos distintos y, cuando se esté planteando la posibilidad, justificar que tal separación resulta idónea. La “carga de la prueba” recaerá sobre la conveniencia de ser separado.

Inevitablemente se producirán separaciones entre hermanos dada la gran complejidad de situaciones familiares que encontramos, y no sería realista defender a todo trance el mantenimiento absoluto de la convivencia. La propia legislación adopta un enfoque posibilista respecto a ello y permite los acogimientos en familias distintas o las adopciones abiertas manteniendo la relación entre hermanos, pero estas decisiones deberían ser excepcionales y siempre debidamente justificadas:
.- sólo deberían considerarse separaciones deseables aquellos casos en que el niño, niña o adolescente vulnerable deba ser protegido de sus propios hermanos o de un conjunto familiar encubridor de abuso o maltrato, para evitar que este se reitere o mantenga;
.- las separaciones aceptables podrían ser aquellas en las que se fracasa en la búsqueda suficiente (en tiempo y en esfuerzo) de una alternativa común, en cuyo caso es obligado un plan de reducción de daños que clarifique el modo en que se mantendrá viva la relación entre hermanos;
.- las separaciones de hermanos inaceptables serían aquellas que se plantean por rigidez en los recursos disponibles, por razones de las instituciones o los equipos pero ajenas a los niños, niñas y adolescentes, o por motivos de descoordinación o dejadez.

Acompañar realidades fraternales complejas
En la familia disfuncional pueden verse multiplicados la desatención o el maltrato, sea físico o emocional. Pero al igual que un hermano puede ser protector ante un supuesto de bullying escolar, también puede darse esta protección en el entorno familiar. Como en la mencionada revisión del cuento de Hansel y Gretel, el apego entre hermanos puede cubrir las necesidades afectivas y de cuidado cuando los padres fallan. Pese a las experiencias tan duras que hayan podido vivir, unos hermanos que comparten un pasado común, que se ayudan a recodar su infancia, que elaboran conjuntamente una narrativa sobre lo que les ha ocurrido, pueden ser de ayuda para desarrollar resiliencia y para no verse únicamente como victimas sino como sujetos activos. Cada caso tiene sus particularidades según las edades de los protagonistas, según el lugar que ocupan en la fratría, según la intensidad de convivencia previa que han compartido. No sería lo mismo cuando ni siquiera saben de su existencia.

Como ocurre a muchos primogénitos, sobre uno de los hermanos puede recaer mayor responsabilidad o una expectativa de cuidar de los otros5. Es posible que, como mayor, sea el que más tiempo haya convivido con los progenitores, y se identifique más con ellos. No hay por qué negar ese plus de primogenitura… sabiendo que es un niño, niña o adolescente y que no puede ni asumir más responsabilidad que la que le corresponde, ni lastrar su futuro por una responsabilidad excesiva (por ejemplo, los adolescentes que abandonan tempranamente los estudios por un trabajo precario con tal de ingresar dinero para ayudar a sus hermanos).

En otros casos en que los niños, niñas y adolescentes son víctimas de violencia de género en el seno de su familia, uno de los hermanos puede identificarse más con la víctima mientras que otro se identifica más con el agresor, lo que debe ser conocido y debidamente interpretado.

Hay hermanos mayores que viven como una traición la mayor identificación de los pequeños con figuras sustitutas posteriores (educadores y acogedores) y hay que ayudarles a que se liberen de ese rol de vigilantes de las esencias de la identidad familiar.

Los celos y rivalidades entre hermanos (“el listo”, “el torpe”, “el guapo”…) hacen mella en la propia identidad. ¡Cuántos adultos siguen acomplejados por haberse sentido el patito feo de su familia! Pero la solución no es perder de vista a los hermanos sino descubrir los valores propios. Algunas familias disfuncionales provocan entre los hermanos relaciones también disfuncionales. El preferido, el hijo de ambos frente al hijo previo, el que “más se parece a mí”… Algunos niños, niñas y adolescentes valorados por determinados atributos pueden hacer de ese rasgo el núcleo de su identidad. O encasillan al “rarito”, al “vulnerable”, al discapacitado en su papel. La conciencia del afecto diferencial de los progenitores merma considerablemente la autoestima.

Como repetimos en este blog, todo esfuerzo por escuchar y comprender los sentimientos de los niños, niñas y adolescentes será poco. Quienes acompañan grupos de hermanos deben saber manejar la hostilidad aprendida, heredada o mimética que manifiestan. A veces, debido al sufrimiento de verse rechazado por los padres, se desplaza a un hermano la hostilidad y se le convierte en chivo expiatorio. Ocurre también cuando uno de los hermanos es quien ha denunciado el maltrato, o indirectamente ha posibilitado el descubrimiento de la situación de desprotección, de modo que se convierte en el “niño síntoma” al que se separa de la familia mientras los demás miran para otro lado o incluso le recriminan haberse ido de la lengua o no haber contribuido a ocultarlo. En estos casos sin duda será necesaria una intervención profesional específica para que los hermanos interpreten adecuadamente su historia de desprotección y no responsabilicen precisamente a la víctima.

Querríamos que entre los hermanos se crease siempre una relación de complicidad y atención mutua, un sentimiento de deberse cuidado entre ellos. En las familias quebradas puede ser más difícil comprender y resituarse, pueden acentuarse las diferencias, puede encontrarse mayor dificultad para aceptar diferentes necesidades, o multiplicarse los reproches, celos y rivalidades por una menguada atención paterna o materna. Saber escuchar y acompañar esas emociones es también parte de nuestro trabajo.

Algunas llamadas de atención sobre los hermanos en protección

1.- Mantener el esfuerzo por no sacar a los niños de su casa
No nos cansaremos de recordar el principio de necesidad en el sistema de protección infantil, es decir, que la decisión de sacar al niño de su entorno es una medida extraordinaria que sólo debe tomarse cuando no sea posible garantizar su bienestar por ningún otro medio. Desgraciadamente, el desmantelamiento silencioso de los servicios de prevención y atención primaria en favor de otras prioridades políticas amenaza con devolvernos décadas atrás, cuando la única medida de protección era la separación y el internamiento. Antes de cualquier otra consideración, hay que asegurarse de que no estamos separando a niños, niñas y adolescentes de sus progenitores y familias… o a grupos de hermanos entre sí cuando hay otras maneras de modificar las circunstancias y evitar los riesgos, manteniendo la convivencia con los suyos.

2.- Facilitar la convivencia entre hermanos
Aunque implique esfuerzo, hay que facilitar a los niños, niñas y adolescentes acogidos fuera de su familia la convivencia con sus hermanos, aunque se produzca cierto nivel de conflicto entre ellos. Independientemente de la tendencia a integrarse en el grupo de sus iguales en edad, los niños, niñas y adolescentes deben tener tiempo y espacio con sus hermanos, en el que unos oigan a los otros hablar de sus padres y de su historia, resignifiquen sus experiencias, compartan expectativas e impresiones, etc. No se trata de sobre-responsabilizar a los mayores, pero sí de permitir que sus roles naturales en el sistema familiar se ejerzan y desarrollen, y se teja esa red vincular que puede acabar siendo su principal red de apoyo cuando la protección externa finalice. Debemos encontrar sitio para ellos en la misma institución o en la misma familia, y facilitar con creatividad tiempos y espacios comunes. Y si no se consiguiera un espacio común para toda la fratría, la alternativa debe incluir un plan de “reducción de daños” a través de oportunidades flexibles para encontrarse, disponer de tiempos juntos, y visitarse en sus respectivos lugares de convivencia.

3.- Los adultos de referencia deben conocer la realidad de los hermanos
Quienes conviven con los niños, niñas y adolescentes (sean educadores profesionales o acogedores familiares) se convierten durante un tiempo en depositarios de su historia y les acompañan en la construcción de esa comprensión de sí mismos que llamamos identidad. Por tanto, con toda la reserva y prudencia que implica el respecto a la intimidad y confidencialidad en materia tan delicada, deben conocer bien su historia, los motivos del acogimiento, y la dinámica familiar de la que provienen. Y si sus hermanos no están presentes, saber de ellos y poder responder a sus preguntas. Los adultos que dan continuidad a sus días tienen que ayudar a los niños, niñas y adolescentes a entender los motivos de su situación con explicaciones claras. Asegurarse de que no haya reparto de culpas entre hermanos. Facilitar una interpretación compartida de su situación. Por qué estamos aquí, por qué no podemos vivir con los nuestros, y qué es probable que nos depare el futuro. Tendrán que
.- ser capaces de responder de modo comprensible para su edad y que los niños, niñas y adolescentes sientan que pueden preguntar;
.- reconocer que no sabemos todas las respuestas y aceptar incertidumbres;
posibilitar tiempos de convivencia de calidad los hermanos (hay algunos encuentros que parecen diseñados para hacer de la relación familiar una tortura);
.- poder hablar de los celos y las rivalidades y ayudar a los niños, niñas y adolescentes a reconocer emociones y expresarlas;
.- no sobrecargar a los mayores de responsabilidades que hagan sentir a sus hermanos como una carga familiar;
.- asegurarse la coordinación con los educadores, técnicos o terapeutas u otros agentes que intervienen con los hermanos: aunque el hermano no sea “responsabilidad mía” o “mi caso” sí es “mi problema” no facilitar la pérdida de sus vínculos.

4.- Necesitamos familias que acojan hermanos
El lento despegue del acogimiento familiar en España parece lastrado por el escaso número de familias que inicialmente se postulan para acoger niños mayores, grupos de hermanos, o niños, niñas y adolescentes con especiales necesidades. Hemos llegado a asumir con naturalidad que las familias cruzan el mundo para adoptar unos hermanos completamente desconocidos, pero no consideran que su proyecto familiar contemple acoger unos hermanos de similar edad en su misma localidad.

Necesitamos otras estrategias de reclutamiento, selección y capacitación de familias. Hay que salir a buscarlas, y que quienes están considerando hacer ofrecimientos abiertos a grupos o especiales necesidades sientan que son bienvenidos, no que se les recibe con sospecha o exceso artificial de exigencias burocráticas.

Nuestros procedimientos pueden estar contaminados de la perversa filosofía implícita de que existe un “derecho al niño” y manejamos los ofrecimientos como si fueran solicitudes administrativas para presentarse a unas oposiciones. Hay equipos que tardan meses o años en poder convocar a una familia cuyo ofrecimiento es valioso porque se considera que hay que seguir un orden de lista y trabajar con decenas de familias cuya expectativa es la de “un niño lo más pequeño posible y sin familia” y cuyo ofrecimiento probablemente nunca será necesario.

La idoneidad para acoger o para adoptar no es una cuestión solo de “sí o no”, sino esencialmente “para qué”, y por tanto hay que avanzar en la definición de ofrecimientos y competencias diversas, para las diversas situaciones familiares.

5. Las familias necesitan formación y acompañamiento
Más importante que la mera selección inicial es el acompañamiento posterior de la familia que se ha embarcado en un desafío como el acogimiento o la adopción de hermanos. Supervisión adecuada, posibilidad de formación permanente, conciencia de participación… Las familias aceptan mejor la incertidumbre si tienen confianza en los técnicos.

En la formación inicial y permanente de las familias hay que incorporar seriamente el respeto a los orígenes y la importancia de las relaciones entre los hermanos. Preparar a los futuros acogedores para la coparentalidad y el respeto a la realidad de los niños, niñas y adolescentes. Parte de sus competencias será favorecer el encuentro y la relación con personas significativas, sean sus hermanos u otros allegados.

También tenemos presentes los casos en que las adopciones o acogimientos experimentan dificultades, crisis o incluso interrupciones debido al conflicto entre el recién llegado con los hijos anteriores. Las relaciones con los hermanos de acogida pueden ser un desafío que requiera especial sensibilidad de parte de técnicos y adultos acogedores.

En los casos en que sea inevitable colocar a los niños, niñas y adolescentes en familias distintas, será necesario incorporar al proceso de identificación de familias una mínima afinidad entre ellas que facilite el contacto futuro, asegurando en lo posible su compatibilidad. Colocar a hermanos en dos familias incompatibles entre sí por sus tradiciones, creencias, valores o prioridades es una crónica de una muerte anunciada para el vínculo fraterno. Las familias deben ser informadas previamente, con claridad y constancia por escrito, de los contactos y relaciones que se van a mantener, como prevé la ley. La improvisación, los cambios de criterio o la falta de información suficiente al inicio pueden comprometer el buen funcionamiento de la acogida.

6.- ¿Quién dijo que sería barato?
Como señalan los estudiosos de la crisis de natalidad en España6, las familias no tienen los hijos que querrían, entre otras razones, por dificultades económicas y dificultades de conciliación. Idénticos obstáculos impedirán plantearse acoger un grupo de hermanos, mientras los programas de protección siguen estrellándose contra el muro de no encontrar familias. A lo mejor hay que empezar a compensar económicamente de modo adecuado este esfuerzo.

Parte de la simpatía política que despertó inicialmente el acogimiento familiar se basaba en su supuesto menor coste. Sin embargo, siguen sin ponerse a disposición del sistema de protección los recursos financieros y humanos necesarios para políticas estables a medio plazo, dependiendo siempre de presupuestos provisionales. Hay que invertir suficientemente para permitir a familias modestas la acogida de grupos de hermanos y para acompañar la relación entre hermanos durante el acogimiento.

7.-Revisar la toma de decisiones
Algunas decisiones que se toman sobre los niños, niñas y adolescentes (“Sacar de la familia ¿a todos o a algunos? ¿juntos o separados? ¿familias de acogida diferentes? ¿adoptar por separado?…”) son muy complejas y sus consecuencias probablemente irreversibles. Hay que esforzarse por conocer, tanto preguntando como observando, los sentimientos y necesidades de los niños, niñas y adolescentes en sus relaciones con los hermanos y tenerlos en cuenta.

Fundamentar bien la toma de decisiones desde un enfoque de derechos que considere qué es lo más beneficioso para el niño, niña o adolescente (su superior interés como derecho, como principio, como norma de procedimiento) es fundamental. Como hemos dicho, la solución habitual debería ser mantener juntos los hermanos, y en caso contrario planificar el modo de mantener viva la relación. Solo en casos excepcionales será necesario alejarlos por el perjuicio que suponga su convivencia.

Y para los adolescentes que crecen en el sistema de protección, es responsabilidad de la institución la búsqueda creativa de alternativas convivenciales futuras según se van emancipando de la tutela pública.

8.- Hermanos no biológicos
Por último, dejaremos esbozada una cuestión. Las biografías de los niños, niñas y adolescentes que pasan por el sistema de protección se tejen y entretejen con las de otros niños, niñas y adolescentes. Muchas de las experiencias de convivencia, apoyo, rivalidad, imitación, complicidad… que los demás hermanos experimentan en el seno de la familia de origen, en nuestro caso se producen en el grupo de la residencia o con los hermanos de acogida. Tenemos hermanos “de vínculo sencillo” (solo comparten padre o madre), familias reconstituidas donde crecen como hermanos sin serlo genéticamente, niños, niñas y adolescentes que han crecido como si lo fueran en residencias o familias… Esas relaciones son también dignas de respecto y de consideración. Hay que evitar que las historias de la infancia de los niños, niñas y adolescentes protegidos parezcan una lista de “desaparecidos en combate”. Acabemos con esa hipótesis del “corte limpio” que dificulta la relación del niño, niña o adolescente con los miembros de la residencia o la familia en la que estuvo, y acaba abruptamente con vínculos significativos para ellos.

Allá va la despedida

La maravillosa canción «He Ain’t Heavy, He’s My Brother» (“No me pesa, es mi hermano”) fue grabada por The Hollies en 1969, con un veinteañero y desconocido pianista de estudio llamado Elton John. Entre las innumerables versiones posteriores, son excelentes las de Neil Diamond, Al Green o Cher.

No todo el mundo conoce la relación de esta canción con nuestro trabajo. Esta frase era el lema y logotipo de la histórica “Ciudad de los Muchachos” fundada en 1917 por el famoso Padre Flanagan, pionero de la protección infantil, al que en Europa conocemos gracias a las películas de Spencer Tracy (“Forja de hombres”, 1938 y “La Ciudad de los Muchachos”, 1941). La leyenda dice que fue una niña que cargaba a su hermano la que contestó a los adultos que pretendían sustituirla: 
“No me pesa, es mi hermano”.

La letra de la canción dice más o menos así:

El camino es largo / Y da muchas vueltas / Que nos llevan quién sabe dónde/ Pero yo soy fuerte/ Suficientemente fuerte para cargar con él / No me pesa, es mi hermano / Y así vamos / Yo me encargo de su bienestar / No supone una carga / Llegaremos / Porque sé / Que no me estorba/ No me pesa, es mi hermano/ Si algo me pesa/ Me pesa la tristeza/ De que no todos los corazones / Estén llenos de la alegría/ De quererse / Es largo, largo el camino/ Y sin retorno/ Y mientras vamos hacia allí/ ¿Por qué no compartir?/ 
Y la carga/
No me pesa nada/ 
No me pesa, es mi hermano / 
No me pesa, es mi hermano“ 
(Scott & Russell, 1968).

Pues eso.

1.- https://cadenaser.com/especial/cuento-de-navidad-hansel-gretel/
2.- Ya en su primera novela para adultos “El otro barrio” (Elvira Lindo, 1998) retrataba admirablemente a los adolescentes en conflicto y el sistema tutelar de menores.
3.- A lo largo del artículo utilizaremos el término “hermanos” para referirnos a los miembros de la fratría, sea cual sea su género. El término inglés “siblings” se refiere indistintamente a “sisters” y “brothers”, pero en castellano carecemos de una alternativa similar.
4.- En medicina se denomina iatrogenia a los daños no deseados causados como efecto secundario por una intervención que pretende mejorar la salud.
5.- Recordemos a la niña de la etnia uitoto que a sus 13 años mantuvo con vida a sus tres hermanos pequeños durante 40 días en la selva colombiana tras un accidente de avioneta en el que murieron los adultos, en el verano de 2023.
6.- https://documentos.fedea.net/pubs/eee/eee2021-04.pdf



España duplica la media mundial de niños viviendo en centros de atención residencial

Casi medio millón de niños de Europa y Asia Central vive en ese tipo de hospicios, que incluyen instituciones a gran escala, revela un informe de la agencia para la infancia. En el caso de España, pese a haber disminuido a esa población, para 2022 había 210 menores de edad por cada 100.000 en esas residencias, frente a un promedio global de 105 por cada 100.000. 


Noticias ONU

Naciones Unidas

18 Enero 2024


La tasa de niños y niñas que viven en centros de acogimiento residencial en Europa y Asia Central duplica el promedio mundial con 232 por cada 100.000 menores de edad, frente a 105 por cada 100.000 en el resto del planeta, indicó un nuevo estudio del Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF), divulgado este jueves.


En España, esa proporción fue de 261 por cada 100.000 niños en 2018, y disminuyó a 210 por cada 100.000 en 2022, precisa el documento.



© UNICEF/Kateryna Bonda Una adolescente y un niño 

de ocho años abrazan a sus padres adoptivos en Ucrania.


UNICEF cifró en 456.000 el total de niños viviendo en hospicios, incluidas instituciones a gran escala en Europa y Asia Central.


La especialista de la división de Protección en UNICEF España, Almudena Olaguibel, explicó que el informe saca a la luz los números aún altos de niños viviendo en sistemas de protección, además de que expone los retos de Europa para garantizar el derecho de los niños y adolescentes “a vivir en familia, incluidos los que tienen alguna discapacidad, los que son víctimas de violencia y los migrantes no acompañados o separados de sus familias”.


Europa occidental casi triplica la tasa mundial


Europa occidental tiene la tasa más alta de niños en centros de acogida residencial, con 294 por cada 100.000, casi el triple de la media mundial. Esta mayor proporción se debe en parte al aumento en los últimos años del número de menores de edad no acompañados y separados de sus familias que buscan asilo en Europa. 


UNICEF destacó que hace falta buscar medidas alternativas que tengan en cuenta las experiencias de vida y de tránsito migratorio, y los derechos y necesidades específicas de este colectivo para que le ofrezcan soluciones estables y fuera de un entorno de institucionalización.


El estudio reporta que pocos avances en el caso de los niños con discapacidad, que representan entre el 4% y el 86% de los niños internados en hospicios de los países que han informado sus datos.


Los niños que viven en instituciones a gran escala suelen sufrir abandono emocional y mayores índices de abuso y explotación, lo que los expone a problemas de salud mental, angustia psicológica y traumas. Además, pueden tener dificultades para entablar relaciones positivas durante la infancia y la edad adulta, lo que los hace sentirse aislados y solos, advierte la publicación. 


Asimismo, señala que los niños acogidos en instituciones pueden sufrir retrasos cognitivos, lingüísticos y de otro tipo en su desarrollo, y que es más probable que entren en conflicto con la ley, lo que perpetúa los ciclos de institucionalización, sobre todo cuando han vivido en esos centros desde muy pequeños. 


El caso de España


El informe subraya la disminución que logró España en tan sólo cuatro años de 261 a 210 niños por cada 100.000 y considera al país como un modelo para otras naciones europeas con estructuras de gobierno similares, ya que logró el avance pese a los sistemas de asistencia divergentes entre sus comunidades autónomas.


UNICEF encomió la estrategia española para la “desinstitucionalización” de los niños y su integración a la vida en comunidad, que tiene como objetivo que ningún menor de seis años viva en centros de protección ahora, y que ninguno menor de diez años lo haga para 2030.

Ese plan busca que el 70% niños viva con familias y que ningún centro albergue a más de 30 niños.


Apoyo a las familias biológicas y de acogida


La agencia de la ONU en España defiende un enfoque preventivo que apoye a las familias biológicas para evitar la separación y que, por otro lado, promueva un modelo respaldado de familias de acogida.


El ingreso a un hospicio debe ser siempre la última opción, por el menor tiempo posible y garantizando que se trate de entornos familiares, pequeños, con profesionales formados con capacidades y recursos para ofrecerles cuidado y protección acorde a sus necesidades, incluyendo el cuidado de su salud mental y bienestar emocional, apunta la estrategia española.


UNICEF España confía en que el informe contribuya a conseguir la aprobación e implementación efectiva de la estrategia, lo que requerirá de la acción concertada de los gobiernos autonómicos y el gobierno nacional, bajo el liderazgo del nuevo Ministerio de Juventud e Infancia.


“El momento es ahora, los niños no pueden esperar. España ha asumido compromisos muy concretos a nivel internacional y europeo que tienen que materializarse en cambios reales en la vida de los niños y niñas”, enfatiza el documento.


Cierre de instituciones e inversión en prevención


Para disminuir la cantidad de niños viviendo en centros de protección a nivel regional, UNICEF solicitó el cierre sistemático de las instituciones a gran escala que alojan y educan a los niños y su sustitución por centros de acogida de alta calidad basados en la familia y la comunidad.


Además, pidió que se invierta en mecanismos para la detección precoz y la intervención temprana en situaciones de riesgo con el fin de evitar la separación familiar, formar un personal capacitado y contar con servicios sociales y de apoyo familiar. 


“La mejor forma de proteger a los niños y niñas de la institucionalización es prevenir la necesidad de separarlos de sus familias”, afirmó UNICEF. 

Las niñas y adolescentes migrantes no acompañadas. Revista Sociedad e Infancias, UCM, monografía Vol. 7 Núm. 1 (2023)

 Las niñas y adolescentes migrantes no acompañadas: 
un reto para el Sistema de Protección de Menores.

Alma Pilar Martín-González, Chabier Gimeno.
Monografías de la Revista Sociedad e Infancias,
Vol. 7 Núm. 1 (2023): La infancia migrante como nuevo actor global.
ISSNe: 2531-0720;  https://dx.doi.org/10.5209/soci.87256


Resumen. 

La presente investigación es un análisis del colectivo de Niñas y Adolescentes Migrantes No Acompañadas acogidas en el Sistema de Protección de la Infancia y Adolescencia de la Comunidad Autónoma de Aragón (España). 
Este colectivo está especialmente invisibilizado debido a la conjugación de su condición de menores de edad, personas migrantes y mujeres. La escasez numérica de detecciones y acogidas de este perfil dificulta la intervención especializada y adecuada a las necesidades que presentan. 
A través del análisis de los expedientes de niñas y adolescentes migrantes no acompañadas acogidas en Aragón en el periodo 2011-2021, se establecerán unos perfiles específicos de este colectivo según sus motivos migratorios, que permitirán detectar sus diversas vulnerabilidades y necesidades específicas. 
Se incluirá la perspectiva de las profesionales que han intervenido con estas chicas, con el objetivo de proponer recomendaciones de mejora de la intervención, orientadas y adecuadas al perfil estudiado. 
La investigación pretende impulsar la visibilización y empoderamiento de las niñas y adolescentes como agentes emergentes en los proyectos migratorios con características específicas, contribuir en su estudio ante la escasez existente de investigaciones y datos concretos, e incorporar recomendaciones de mejora en la intervención con estas niñas y adolescentes que garanticen su protección ante sus necesidades específicas.




«Las heridas que no vemos. Doce claves sobre el trauma», Renovando desde Dentro, nº 14,


F. Javier Romeo Biedm
Renovando desde Dentro, nº 14


¿Qué tienen en común a nivel psicológico los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección (en acogimiento residencial o familiar)? Hay niños tímidos y niños arriesgados, hay niñas pasivas y niñas agresivas, hay adolescentes distantes y adolescentes emocionalmente dependientes. Y si vamos a temas técnicos, pueden tener distintos estilos de apego, diferentes formas de relacionarse, diversas reacciones emocionales. Como personas adultas nos formamos en muchos temas, comentamos con familias y profesionales, leemos libros aquí y allá, y, si no hemos tenido suerte, no habremos sabido casi nada sobre el trauma.

Igual que en medicina no se puede tratar lo que no se conoce (más allá de aliviar los síntomas), en la intervención con niños, niñas y adolescentes necesitamos comprender bien el trauma para entender y acompañar a estos niños, niñas y adolescentes. En este artículo exploraremos doce claves sobre el trauma, sobre esas heridas invisibles, con reflexiones que nos ayudan a verlas cuando intervenimos con niños, niñas y adolescentes dentro del sistema de protección. Algunas de estas ideas están recogidas en Acompañando las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia1 y en el resto de publicaciones sobre trauma que elaboré para Aldeas Infantiles SOS en América Latina y el Caribe2, pero aquí las desarrollo de forma más práctica, con la experiencia de los talleres que he impartido en estos años. Otras las formulo aquí por escrito por primera vez. En cualquier caso, son aspectos que me recuerdo a mí mismo en cada intervención y espero que supongan una mirada enriquecedora para quienes lean estas líneas.

Y una aclaración más antes de empezar: tengo en mente, por lo que he visto en mis formaciones y cuando acompaño en psicoterapia, que habrá personas adultas que por primera vez pondrán palabras a sus propias vivencias de trauma. Nunca es tarde para cultivar la consciencia, y conocernos y comprendernos mejor nos ayudará a estar presentes de manera más consciente con los niños, niñas y adolescentes.

Una definición práctica del trauma es fundamental para la intervención
Es fundamental tener unas ideas claras sobre qué es el trauma. La definición que a mí me resulta más práctica es la siguiente:

“Hay trauma cuando se producen tres condiciones:

1) Sucede una situación de tensión.

2) Esa tensión supera la capacidad del sistema nervioso de la persona.

3) El sistema nervioso encuentra una respuesta que permite sobrevivir en el momento, pero que deja una huella, una marca en su funcionamiento”.

(Romeo, 2020a, 8; basado en Romeo, 2019, 9)
El primer elemento, que partamos de que suceda una situación de estrés, pone el foco en la tensión emocional, es decir, en el sistema nervioso. El trauma ya no reside en ciertos eventos predeterminados (aunque ciertas experiencias adversas sean posibles causas), sino que dependerá de la vivencia de cada persona. Hay algo externo que es real, pero la clave está en la vivencia individual. De hecho, hay muchas situaciones de tensión que no son traumáticas (presentarse a un examen, preparar un viaje…), e incluso algunas son muy positivas, tanto que se buscan intencionadamente (actuar delante de público, participar en una competición deportiva, invitar a una cita…). La emoción que puede describir mejor esa tensión es el terror, el miedo desbordante ante una situación dañina o incomprensible. Y esta palabra, “terror”, o su versión más cotidiana, “miedo”, es lo que vamos a identificar en las experiencias del niño, niña o adolescente.

El segundo elemento explica por qué unos eventos (o el mismo hecho para distintas personas) desencadenan una respuesta de trauma: la clave está en que la tensión desborde las capacidades del sistema nervioso de la persona para gestionarla. Y esas capacidades son variables incluso dentro de la misma persona: no se recibe una situación igual con hambre que sin ella; habiendo dormido bien o después de una noche en vela; en una casa conocida y segura que después de haber pasado por varios alojamientos sin explicaciones; con apoyo emocional o desde la soledad y la falta de comprensión. Lógicamente, el sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes está todavía en desarrollo, así que puede haber situaciones que resulten neutras o incluso positivas para una persona adulta, pero que superen a los niños, niñas y adolescentes. Y también hay muchas diferencias entre las capacidades del sistema nervioso según la edad (no es lo mismo los cinco años, que los diez o que los quince, incluso en una misma persona) y las experiencias vitales previas.

Puede haber situaciones que generen tensión que desborde la capacidad emocional y que, sin embargo, no se constituyan en trauma. Ante esas situaciones podemos tener un desbordamiento emocional (expresiones de miedo, tristeza, rabia…) que, bien gestionadas y acompañadas, no causen trauma. Falta, pues, un tercer elemento: la respuesta que desarrolla el sistema nervioso para sobrevivir deja una huella, una marca, una “herida” en su comportamiento. El sistema nervioso puede recurrir a distintos mecanismos que ayudan a sobrellevar la situación en el momento (agresividad, huida, desconexión…), pero que aplicados en otros momentos pueden afectar negativamente a la vida de la persona. Esa es la herida que no vemos: esos comportamientos que desde fuera parecen sin sentido (miedo ante cosas cotidianas, respuestas violentas incomprensibles desde la superficie y que tienen que ver con un dolor profundo y oculto, sumisión ante situaciones claramente dañinas) y que siguen operando, una y otra vez, en la vida diaria de la persona.

La práctica totalidad de los niños, niñas y adolescentes que tienen medidas de protección sufren alguna forma de trauma
Con la comprensión del trauma que hemos visto en el punto 1, resulta evidente que podemos hablar de trauma en la inmensa mayoría de los niños, niñas y adolescentes que viven con medidas de protección (acogimiento en familia extensa o ajena y acogimiento residencial). Han sufrido situaciones adversas en sus familias de origen, tan severas que han sido identificadas y han conllevado medidas de protección. Pueden haber padecido malos tratos físicos y psicológicos, abusos sexuales y negligencia, con múltiples eventos de cada tipo y, habitualmente repetidos en el tiempo. Por un episodio puntual no se suele producir una retirada de tutela, e incluso en esos casos que son suficientemente graves y que parecen aislados en una primera impresión, la situación no se ha producido en el vacío, sino en un marco emocional que ya era dañino.

A esto se añade que el propio proceso de protección puede haber sido traumático, incluso con las mejores intenciones: el niño, niña o adolescente sale de su familia, de su casa, de su entorno conocido, a menudo sin previo aviso, y se va a vivir a un espacio nuevo con personas desconocidas. Para mí es evidente que eso genera una tensión emocional que puede causar un desbordamiento emocional. Si no, imaginémonos qué nos ocurriría como personas adultas en una situación similar… Veremos algunas ideas al respecto en el punto 9.

¿Por qué no digo que el cien por cien de los niños, niñas y adolescentes en protección sufren trauma? Por prudencia, porque puede ser que haya algún caso en el que no se produzca, aunque no conozco muchas situaciones posibles.

Y sabiendo que el trauma es tan frecuente, nos hemos de esforzar también en que haya mucha más formación al respecto, especialmente en el sistema de protección de infancia. Hace cuarenta, treinta, veinte años no existían tantos conocimientos sobre el trauma y cómo abordarlo, pero a estas alturas tener una formación completa es una responsabilidad de cada persona adulta (y de cada entidad) que interviene con niños, niñas y adolescentes.

No todo es trauma: los niños, niñas y adolescentes son mucho más que su trauma
Con la definición propuesta podemos comprender que el trauma es algo mucho más frecuente de lo que nos pensamos, más amplio que lo que nos habíamos formado para ver. Pero eso no significa que todo lo que les sucede a los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección sea trauma. Ni que el trauma sea lo que les defina. Veámoslo por partes.

El impacto del trauma puede ser devastador en el sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes, en sus vivencias cotidianas y en sus relaciones. Pero no es lo único que hay. Siempre que me llega un caso me recuerdo a mí mismo la importancia de ver a la persona completa, y así se lo intento transmitir a las familias y a los equipos profesionales. ¿Qué cantante le gusta a este niño, niña o adolescente? ¿Qué deportista? ¿Qué se le da bien? ¿Cuál es su comida favorita? ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre? ¿Qué cosas positivas podemos decir de su personalidad, de su trato, de sus relaciones? El niño, niña o adolescente tiene muchos aspectos positivos, constructivos e incluso sanos, a pesar del trauma que sufre. Y necesitamos poner el foco también en ellos, porque son los que le van a servir para empezar a mejorar en el día a día. Si descubrimos su estilo de música favorito, podemos utilizar esas canciones para que se despierte o para bailar (con nuestra compañía) al acabar el día. Si conocemos sus personajes preferidos, podemos apoyarnos en esas series o películas para animarle a que pruebe nuevas experiencias, como hacen sus protagonistas. Y, sobre todo, si conseguimos que le llegue nuestro aprecio e incluso nuestra admiración, a lo mejor puede ir empezando a cuidarse de una manera más empática y cálida. Así pues, el niño, niña o adolescente es mucho más que su trauma, en positivo. Acompañamos a personas completas, no “casos” y desde luego no “traumas personificados”, ni “historias clínicas”, ni, como hemos comentado en el grupo de Renovando desde Dentro, “traumas con piernas”. Recordarlo es fundamental para un proceso sanador.

Al mismo tiempo, no todo lo que afecta negativamente al niño, niña o adolescente es trauma. También puede tener muchas otras dificultades diferentes del trauma, aunque el trauma tenga un impacto especialmente negativo en esos aspectos. Si el niño, niña o adolescente se ha pasado años dedicándose a sobrevivir (encontrar comida, evitar agresiones…), es probable que no vaya al día en los estudios. Necesitará algún tipo de adaptación o de apoyo para alcanzar un nivel satisfactorio, y eso no es trauma. Si tiene algún tipo de enfermedad, posiblemente el trauma empeorará los síntomas, pero hay que tratar la enfermedad. Si ha pasado por varios centros de protección y ha aprendido que crear vínculos solo le causa dolor, porque al cabo de un tiempo se le vuelve a cambiar de sitio, eso impacta en su trauma, pero hay que abordarlo desde la estabilidad y el trabajo consciente para potenciar las redes afectivas sanas (como veremos en el punto 11).

El trauma reside en el cuerpo, y su sanación también
Leí la frase “El trauma se encuentra en el sistema nervioso, ¡no en el suceso!” por primera vez en el libro de Peter Levine y Maggie Kline El trauma visto por los niños3, pero he visto la idea después con otras formulaciones por diferentes especialistas. Así, por ejemplo, Stephen Porges aporta una visión muy técnica desde la Teoría Polivagal4 y describe en detalle los procesos fisiológicos que intervienen en la creación de una vivencia de trauma dentro del sistema nervioso. El mensaje es que tendemos a pensar que el núcleo del trauma está en el hecho traumático, mientras que la realidad es que reside en el sistema nervioso.

¿Y dónde está el sistema nervioso? En el cuerpo. Si nos hemos formado para trabajar con palabras, como nos ocurre a quienes nos hemos formado en Psicología, en Educación Social y en otras disciplinas sociales, puede resultarnos complicado comprender la dimensión fisiológica del trauma, y mucho más acompañarlo desde ahí. Nos podemos quedar en “la mente”, “el comportamiento” o “las emociones”, olvidando que todo eso reside en el cuerpo.

Esta comprensión conlleva una clave fundamental para la intervención: si el trauma está en el cuerpo, tendremos que intervenir también desde el cuerpo. Y esto no significa que la intervención tenga que ser a nivel de medicación como forma de “acompañar al cuerpo” (o al menos no de manera prioritaria), sino que ha de estar orientada a abordar la dimensión corporal del trauma en toda su amplitud. Por eso hay toda una serie de prácticas fundamentales que tenemos que desarrollar de manera sistemática: darles a los niños, niñas y adolescentes comida que sea sana y a la vez que les guste; ofrecerles mucho contacto físico seguro (desde abrazos y besos hasta dejar que se nos acurruquen viendo una película o en un tiempo siesta); ayudarles a regular la temperatura (con la ropa adecuada, o con edredones y mantas cuando duermen); facilitarles actividades de conexión corporal (deporte, baile, teatro…); fomentar la música en los distintos espacios, no solo para escucharla sino también para crearla…

Para visibilizar en el artículo la dimensión corporal del trauma iremos haciendo paralelismos entre las heridas y los daños físicos. Así, podremos dirigir una mirada más consciente hacia esas heridas que pasamos por alto, las del trauma.

El evento traumático cesa en algún momento, el trauma continúa
Esta idea se deduce de la anterior: si el trauma reside en el cuerpo, entonces no se va, permanece. Sin embargo, es frecuente ver respuestas adultas (incluso de profesionales) que se impacientan ante las manifestaciones de trauma. “¿Por qué no se le va el trauma a este niño, niña o adolescente ahora que le hemos dado un entorno seguro? ¿No ha terminado ya la causa del trauma?”, dicen de una u otra manera. “Ya nadie le pega, ya no sufre abusos, ya tiene unas condiciones de vida saludables, ¿por qué no mejora?”. Está bien que hayamos eliminado las situaciones que les causaban trauma originariamente, pero el trauma no desaparece por sí solo (otro mito que perdura todavía en muchos ámbitos).

De nuevo volvemos a la analogía de la medicina. Está bien que no se siga causando más daño en una fractura, pero si no hay una intervención para colocar bien el hueso, un tiempo de reposo para que suelde y después una rehabilitación para que los músculos y las articulaciones de la zona recuperen la máxima movilidad posible, es claro que no podemos decir que la actuación ha sido la adecuada. En el mismo sentido, está bien que un niño, niña o adolescente ya no sufra malos tratos por parte de su familia, pero si no le proporcionamos experiencias que le ayuden a colocar las relaciones de humanas, periodos amplios de procesamiento de sus emociones y de reconstrucción interior y una serie de vivencias en red para que pueda relacionarse de manera más sana y segura, resulta evidente que no habremos abordado el trauma, solo habremos evitado que se añadan nuevos elementos traumáticos por parte de su familia de origen.

Hay un tipo de trauma que sufre especialmente este tipo de incomprensión, y no solo en niños, niñas y adolescentes con medidas de protección: el abuso sexual infantil. Aunque hay muchos avances entre profesionales y a nivel institucional y social, todavía se sigue escuchando demasiado la recriminación “Ya lo has contado muchas veces, ¿por qué no pasas página?”. Se hace este comentario incluso hacia personas adultas que luchan por cambios en la protección de infancia a nivel legislativo y social. La respuesta es que no pasan página porque no pueden (¡ya les gustaría!), porque el trauma perdura sin una intervención integral.

Existe el trauma por carencia
Un descubrimiento que he hecho después de haber cerrado las publicaciones citadas es el trauma por carencia, también llamado trauma por déficit, trauma por omisión o trauma por negligencia. En muchos casos el trauma se produce por una situación que resulta estresante por lo que sucede (una agresión, un accidente, un abuso, un maltrato continuado…). Sin embargo, retomando la definición del punto 1 podemos comprender que la situación de tensión también puede estar causada por lo que no sucede, por aquellos elementos básicos de bienestar que no aparecen en la vivencia del niño, niña o adolescente. Cuando el sistema nervioso infantil o adolescente no experimenta ciertas vivencias (seguridad física y emocional, afecto, calidez, ternura, pertenencia, sentido y muchas otras), puede desequilibrarse por esa carencia. Esto se comprende mejor a través de otras carencias, de tipo físico.

Por ejemplo, vemos con claridad que cuando un niño, niña o adolescente ha pasado mucha hambre su sistema nervioso se descompensa y encuentra un comportamiento para sobrevivir: comer cada vez que tenga oportunidad. Esa sensación grabada en su cuerpo en el pasado hace que no exista una vivencia de seguridad de que haya comida suficiente en el futuro. De hecho, eso es lo que subyace también en el comportamiento de acumulación de alimentos: sabemos que ciertos armarios y que los bajos de algunas camas se convierten en despensas improvisadas (y poco salubres).

El mecanismo es similar ante las carencias emocionales. Si no ha habido afecto, el niño, niña o adolescente se puede ir al extremo de intentar verificar el afecto en el presente cada pocos momentos (desde la dependencia) o a desconfiar de cualquier forma de afecto (desde la evitación). Si no ha recibido cuidados, el niño, niña o adolescente puede haber aprendido a blindarse ante cualquier situación de riesgo potencial (desde la inmovilidad y la inacción o con comportamientos obsesivos) o puede haber perdido la medida del riesgo (exponiéndose a situaciones peligrosas sin consciencia). Si no ha sentido que se le valora, el niño, niña o adolescente puede haber desarrollado una baja autoestima y dificultades para sentir compasión respecto a sí, o puede haberse enrocado en un narcisismo destructivo, en el que nadie más le importa.

Hay que destacar una palabra clave en esta forma de trauma: el abandono, la vivencia del niño, niña o adolescente de que se le ha dejado a solas, sin apoyos, sin protección, sin presencia. Puede haber sido un abandono físico, cuando la figura de cuidado se va: en una separación o divorcio conflictivo, por entregar al niño, niña o adolescente en adopción…. Pero también causa mucho daño el abandono emocional: la madre, el padre, la abuela o el tío (o los equipos educativos de la residencia) están y se ocupan de las necesidades materiales, pero no están presentes a nivel afectivo. La vivencia de abandono marca especialmente a muchos niños, niñas y adolescentes con medidas de protección. Otras formas de maltrato tienen un impacto muy negativo, pero suponen “ver” a la persona, aunque sea para agredirla física, psicológica o sexualmente, y pueden conllevar la culpabilidad (que se verbalizan como “Me pegan porque soy malo”, “Abusan de mí porque soy débil”, “Me humillan porque tengo defectos”…). En el abandono, el niño, niña o adolescente tiene la vivencia de “Nadie me ve, no existo”, cuestionando su vida y su realidad, y eso causa un daño aún mayor.

Y, como hemos visto, la respuesta de supervivencia se puede mantener por mucho tiempo, incluso cuando las circunstancias externas han cambiado. Se le puede estar proporcionando afecto, cuidado y valoración al niño, niña o adolescente, y sin embargo su sistema nervioso no es capaz de procesarlo, de recibirlo y de aceptarlo. Esto requiere una intervención más profunda y con una dimensión corporal, porque mientras el sistema nervioso viva en carencia nada de lo que digamos (y muy poco de lo que hagamos) conducirá a un cambio, si no hay una vivencia que transforme la experiencia.

Los indicadores de internalización indican un daño mayor que los indicadores de externalización
El trauma conlleva consecuencias en múltiples niveles (físico, psicosomático, emocional, cognitivo, comportamental, sexual, social y relacional…), que son manifestaciones del daño recibido por el sistema nervioso de la persona. Esas consecuencias o indicadores se pueden expresar hacia fuera (externalización) o hacia dentro (internalización) en cada una de esas dimensiones. Así, por ejemplo, la respuesta emocional de rabia se puede dirigir hacia fuera (y la persona se comporta de manera agresiva) o hacia dentro (y la persona se causa daño, mediante autolesiones o prácticas dañinas). O, respecto a las normas, se puede manifestar el daño con una respuesta desproporcionada hacia fuera (oposición a las reglas y desafíos constantes a las figuras de autoridad) o hacia dentro (sumisión y obediencia ciega, incluso en contra de su bienestar). Una de las claves fundamentales durante la formación de profesionales y familias que acompañan a niños, niñas y adolescentes con trauma (ver Horno, Romeo y Echeverría, en prensa5) es enseñarles a ver que, contrariamente a lo que habitualmente se interpreta, la internalización refleja un grado mayor de daño que la externalización.

La externalización, dentro de la incomodidad que supone para el niño, niña o adolescente y para su entorno, conlleva dos elementos protectores: 1) el malestar se vuelca hacia fuera y 2) el comportamiento es tan llamativo que hace que las personas adultas respondan rápidamente. En un hogar, en una residencia, en una clase, en un equipo deportivo, el niño, niña o adolescente que externaliza los problemas recibe más atención, y es más probable que se atiendan sus necesidades profundas, esas que ha expresado de manera inadecuada pero real.

Sin embargo, la internalización es más dañina por lo opuesto: 1) el niño, niña o adolescente dirige su malestar hacia su propia persona (y a veces hacia su propio cuerpo) y 2) es mucho más difícil de detectar porque no impacta negativamente a quienes le cuidan (el impacto de la externalización en las figuras de cuidado es inmediato). De hecho, a menudo la interiorización se malinterpreta como “¡Qué niño, niña o adolescente más amable! Seguro que no necesita nada porque está muy bien”. En algunos equipos de protección se utilizan frases como “Se ha adaptado bien a las rutinas”, “Ha entrado en el dinámica del centro” u otras similares que indican falta de comprensión de la internalización. Atención: lo sano y natural en la infancia y adolescencia es tener dificultades (proporcionadas) de vez en cuando (conflictos, enfados, tristeza…). El niño, niña o adolescente que nunca ha causado un problema no está bien, sino que probablemente tenga un daño mucho mayor que el que está continuamente peleando. Necesitamos mirar continuamente a todos los niños, niñas y adolescentes para detectar todos los indicadores posibles, prestando una especial atención a la internalización y abordándola de manera prioritaria.

La disociación: el “olvido necesario” que afecta desde la sombra
Una de las formas más extremas que tiene el sistema nervioso para lograr la supervivencia de la persona es la disociación. Este proceso consiste en separar (“di-sociar”, esto es, “des-asociar”) la vivencia emocional traumática de la consciencia, relegándola a niveles más profundos e inconscientes. Con eso la persona consigue no sentirse desbordada psicológicamente (y fisiológicamente), y deja de recordar conscientemente los hechos. Es, en apariencia, un “olvido necesario” para sobrevivir, pero no es real: la memoria emocional no desaparece, simplemente queda apartada de la consciencia, pero sigue afectando desde la sombra. Y mucho. Primero, porque el daño intenta volver a la consciencia para ser sanado, y eso genera una enorme tensión interior. Y segundo, porque mientras busca resolverse, la parte disociada conduce a comportamientos que no tienen sentido ni para la persona afectada ni para quienes conviven con ella, y eso puede causar más aislamiento y rechazo por parte de su entorno.

Los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección han sufrido muchas situaciones extremas en sus entornos de origen (por eso se ha optado por proporcionarles otros entornos donde vivir). Sus sistemas nerviosos tenían que conjugar el miedo o la rabia ante los tratos inapropiados que recibían con la sumisión o adaptación ante quienes les tenían que cuidar (¿cómo iban, si no, a comer, a vestirse, a tener un sitio donde dormir…?). Y eso tiene un coste que todavía están pagando: se disocian en momentos de tensión, o tienen partes disociadas que aparecen desbocadas en ciertos momentos, dejando al propio niño, niña o adolescente y al resto de personas con el desconcierto ante la reacción.

La disociación es un aspecto del trauma que solo ahora empezamos a comprender. Es importante destacar, por ejemplo, que la disociación no es voluntaria, y que las acciones que realiza el niño, niña o adolescente no están bajo su control. Igual que no nos enfadamos cuando un niño vomita o cuando una niña tiene fiebre, sino que nos preocupamos y buscamos el remedio (a veces tras una consulta al médico), debemos mirar con curiosidad y delicadeza los indicadores de disociación (ver Romeo, 2019, 43-46). Y es útil tener en cuenta la disociación en niños, niñas y adolescentes que aparentemente están recibiendo todos los cuidados necesarios, que tienen múltiples diagnósticos e intervenciones y, sin embargo, no mejoran. Es probable que se estén intentando abordar solo los aspectos conscientes, y esos cuidados no le llegan a la parte disociada, que sigue empeorando.

Hagamos que la intervención de protección no cause nuevos traumas
La iniciativa “Renovando Desde Dentro” nace, en gran parte, de la preocupación por muchas intervenciones de protección que hemos visto los miembros del grupo. Hemos contemplado actuaciones que pretendían proteger a niños, niñas y adolescentes con las mejores intenciones y que, sin embargo, han causado un daño mayor. Con los conocimientos actuales sobre el trauma es fundamental mejorar nuestra formación como familias y profesionales y actualizar los programas de intervención incorporando una perspectiva de la psicología del trauma.

De hecho, la mayoría de nuestros artículos6 están dedicados a abordar las consecuencias de los traumas previos o a evitar traumas nuevos. Por ejemplo, sabemos que incorporar a la familia de origen en los procesos de protección reduce el conflicto de lealtades y hace la salida menos traumática. Es evidente que dar protagonismo a los niños, niñas y adolescentes en sus propios procesos es imprescindible para que se empoderen y puedan empezar a superar las limitaciones que les ha causado el trauma hasta entonces. La consciencia como profesionales nos ayuda a entrelazar los distintos niveles de intervención. Y a veces la mejor actuación es la que permite que los niños, niñas y adolescentes se queden con su familia, con los apoyos externos necesarios.

Recurriendo de nuevo a la analogía de las fracturas de huesos, hay situaciones en las que basta con una inmovilización temporal con una escayola o una férula, y sería desproporcionado realizar una intervención quirúrgica. Y hay otros casos en los que un vendaje es claramente inapropiado y pueden ser necesarias varias operaciones, incorporando prótesis o clavos para reconstruir un hueso que está muy dañado, asumiendo que los beneficios a largo plazo son mayores que los daños reales de la intervención (con cortes de herramientas, grapas y suturas). En traumatología (de huesos) están establecidas la toma de decisiones y las actuaciones adecuadas en cada proceso, y toca ir incorporando esa proporcionalidad en la intervención en “traumatología de las heridas del alma”.

Los niños, niñas y adolescentes necesitan comprender en qué consiste el trauma que sufren y reconocer sus consecuencias
Las personas llevamos mejor las situaciones cuando las comprendemos. Cuando tenemos una enfermedad física normalmente estamos con tensión hasta que tenemos el diagnóstico. Incluso aunque el diagnóstico sea grave, nos da tranquilidad saber qué nos sucede, en vez de tener una nebulosa de posibilidades negativas. Cuando empecé a trabajar con niños, niñas y adolescentes en riesgo social hace ya muchos años aprendí una cosa fundamental: si antes de curarles los raspones y arañazos o de darles los medicamentos que se les habían prescrito les avisaba de cómo iba a ser el proceso, lo llevaban mucho mejor. Si les decía “Te voy a limpiar la herida y te puede escocer”, resulta que les picaba menos. Si les avisaba de que la medicina que había recetado la doctora sabía mal, se la tomaban con mayor tranquilidad.

Con el trauma pasa algo similar en todas las edades. El trauma conlleva una sensación de pérdida de control, de tener un mundo interno hostil, con comportamientos inconvenientes, emociones descontroladas y, cuando hay disociación, la vivencia de inseguridad constante dentro del cuerpo propio. Poner nombre a esas experiencias, saber que son consecuencias normales (e incómodas, sin edulcorar la realidad) de lo que se ha vivido, y aprender a sobrellevarlas mejor son parte integral del proceso de sanación y crecimiento.

Por eso es imprescindible ayudar a los niños, niñas y adolescentes a que puedan nombrar sus vivencias de una manera consciente y segura. De hecho la guía amigable Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales7 que escribí para trabajar con quienes acompañan en el día a día tiene como objetivo secundario servir de apoyo para las conversaciones con los niños, niñas y adolescentes, con un lenguaje claro y sencillo y con ilustraciones que explican visualmente los mensajes más complejos.

Evidentemente, dar espacios para que los niños, niñas y adolescentes expresen sus vivencias no implica que cualquiera asuma hacer psicoterapia sin la formación, el encuadre y los conocimientos necesarios. No se trata de abrir puertas que no sepamos cerrar. Consiste más bien en ayudarles a que entiendan qué les pasa, cómo les afecta el trauma y qué pueden hacer para llevarlo mejor, entre otras cosas pedir ayuda. Estoy convencido de que con unas narrativas más proactivas y protectoras respecto al trauma ya estamos paliando parte de sus efectos más dañinos. Esas narrativas o relatos ayudan a estructurar la vivencia, a ver que las reacciones inapropiadas que les surgen tienen sentido en una historia más amplia, y que se pueden ir integrando, poco a poco, de una manera que les dé más seguridad en sus capacidades y en su valía como personas. Esto se puede hacer desde la familia (de origen, de acogimiento o de destino), desde el acompañamiento social y desde las actividades educativas y de ocio y tiempo libre, si se comprende bien al niño, niña o adolescente y se adaptan los mensajes a su realidad específica. Por eso la atención en protección de infancia debe basarse en un buen conocimiento del niño, niña o adolescente, para poder adecuar también estas conversaciones sobre el trauma y sobre la intervención.

Para abordar bien el trauma hace falta un equipo (profesional) y una red (afectiva)
Con todo lo que hemos visto, si el trauma afecta a tantos aspectos de la persona, resulta evidente que la intervención en trauma debe ser multidisciplinar y en todos los ámbitos de la vida de los niños, niñas y adolescentes.

Utilizando el símil de la herida física, para limpiar un rasponazo basta con un botiquín sencillo y una persona que sepa utilizarlo, pero para reconstruir un hueso con múltiples fracturas hace falta todo un equipo para realizar la operación y múltiples profesionales (especialistas en enfermería para las curas, en traumatología para valorar la evolución y proponer ajustes, en fisioterapia para la rehabilitación…) y la persona va a necesitar ayuda para muchas funciones básicas durante un tiempo considerable. Del mismo modo, ante un disgusto ocasional basta la escucha empática, pero ante un trauma consolidado es necesario contar con dos tipos de apoyos coordinados: un equipo profesional que diagnostique y plantee la intervención en los distintos niveles (psicológico, social, educativo, relacional, legal…) y una red afectiva de personas que vayan a estar en el día a día, tanto para los aspectos prácticos cotidianos como para sostener emocionalmente el proceso.

El sistema de protección debe garantizar ambos aspectos: una intervención profesional sólida en el trauma y la facilitación de que el niño, niña o adolescente pueda reconstruir su red afectiva basada en el buen trato y el afecto. Para conseguir lo primero es necesaria más formación en trauma en todos los equipos que intervienen en infancia y adolescencia, y en especial para quienes trabajan con niños, niñas y adolescentes con medidas de protección. Para alcanzar lo segundo es imprescindible poner en el centro de la intervención las relaciones sanas existentes o posibles y potenciarlas al máximo, permitiendo la normalidad de que los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección puedan ir a dormir a casa de sus amistades y recibirlas en donde viven (incluidas las residencias), de que puedan participar en los viajes escolares y sociales (incluidas las vacaciones con las familias de acogida) con unos permisos ágiles y seguros, de que escojan las actividades de ocio y tiempo libre en las que quieran participar, en resumen, que puedan retomar una socialización saludable y similar a la de otros niños, niñas y adolescentes de su edad.

Abordar el trauma es mucho más que llevar al niño, niña o adolescente a psicoterapia
El punto anterior describe las personas que son necesarias para abordar el trauma en niños, niñas y adolescentes: profesionales y red afectiva (familias, amistades, figuras afectivas…). En este apartado vamos a ver las acciones fundamentales para que estos niños, niñas y adolescentes puedan ir sanando, dentro de lo posible, sus vivencias de trauma.

En muchos casos va a ser necesaria la psicoterapia, y en algunos casos hasta medicación. Vamos a contar con especialistas de la psicología y de la psiquiatría que ayuden a diagnosticar y plantear el tratamiento de las heridas (traumas) de los niños, niñas y adolescentes. Pero esa no es la única acción. De hecho, sin el resto de actuaciones, la intervención clínica será insuficiente. Retomando la analogía de la herida física, si una persona se ha roto un hueso y necesita una reconstrucción quirúrgica, resulta evidente que no por eso va a dejar de comer, de asearse, de descansar o de hablar de sus preocupaciones, y también es claro que va a necesitar que otras personas le ayuden y le apoyen en esas cuestiones. Como psicoterapeuta infantil y juvenil siempre les insisto a las familias cuando llegan a terapia que yo veo al niño, niña o adolescente una hora a la semana, pero que ellas le atienden las otras 167 horas, y que por eso es imprescindible que se comprometan también con la terapia.

En el sistema de protección a veces se tiende a centrar el peso de la intervención en especialistas (que a menudo ni siquiera están en el centro residencial o en la familia de acogida). Sin embargo, lo recomendable es que haya un equilibrio, con un peso suficiente a la intervención en la vida cotidiana. Caminar es un ejercicio muy recomendable para muchas situaciones de salud, se puede decir incluso que es “terapéutico” sin que sea “terapia” (al menos no conozco ninguna “caminoterapia”, por el momento). Del mismo modo, la integración del trauma tiene una parte que se puede hacer en psicoterapia (cuando y como sea conveniente, a lo mejor una vez que hay una seguridad emocional como para abrir temas complejos), y otra parte muy importante que se elabora en el día a día: con las rutinas de levantarse y acostarse, con las conversaciones durante las comidas, las meriendas, mientras se hacen las tareas, cuando se ve la televisión o se comparten juegos… Esta es una invitación, volviendo a la imagen de la operación y de las actividades de apoyo, a que no dejemos “sin comida” (emocional) y “sin apoyo cotidiano” a los niños, niñas y adolescentes con la excusa de que “ya está su terapeuta trabajando su trauma”.

En este sentido, hay mucho que recorrer en el sistema de protección. Con todas las mejores intenciones (no abrir puertas que no se sepan cerrar, como decíamos antes) los equipos de protección pueden delegar todas las funciones de apoyo en especialistas fuera del centro o de la familia. Necesitamos retomar las funciones de cuidado en la vida diaria. Y parte de eso implica flexibilizar también algunos aspectos del sistema de protección, para que la vivencia de los niños, niñas y adolescentes con esas medidas no sea incompatible con la normalidad: si para poder ir a una fiesta de pijamas es necesaria una autorización de una consejería autonómica y el proceso tarda tres semanas, estamos condenando al niño, niña o adolescente a quedarse fuera de las dinámicas de clase. Si, “por protección de los otros niños, niñas y adolescentes que viven en la residencia” no se permiten visitas en el centro, el niño, niña o adolescente no va a poder participar en los trabajos en grupo, en las meriendas o ni siquiera celebrar su cumpleaños con personas de fuera del centro de protección. Si se retiró al niño, niña o adolescente de su familia de origen porque “no le permitía un desarrollo apropiado para la edad”, ¿está facilitando el sistema de protección ese desarrollo o está causando un daño similar?. Soy consciente de que se están realizando mejoras en muchos equipos, y espero eso que anime a otros a seguir avanzando en una protección integral, la que garantiza el desarrollo pleno.

Y una reflexión final respecto a la intervención, tanto en psicoterapia como en la práctica educativa de los equipos y de las familias: ¿tiene que expresarse todo verbalmente, en especial el trauma? No necesariamente. Sin profundizar mucho, citaré la No-talk Therapy 8de Martha Straus, una terapia “sin palabras” o “no hablada”, que se basa en crear la relación terapéutica a través de muchos otros medios (incluyendo “palabras o hablar” sobre otras cosas que no sean el trauma). Del mismo modo, en los centros residenciales o en las familias de acogida o adoptivas se puede acompañar el trauma en el día a día sin mencionarlo, o dejando que sea el propio niño, niña o adolescente quien saque el tema cuando quiera, y que esas interacciones sean terapéuticas (aunque no sean terapia).

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Hemos visto varias ideas sobre el trauma en la infancia y adolescencia, en especial cómo afecta a los niños, niñas y adolescentes que tienen medidas de protección. Para concluir de una manera práctica podemos utilizar algunas preguntas que nos ayuden a ver (reflexión) y a acompañar (acción) esas heridas que, sin identificarlas, pasamos por alto:

¿Qué cambios son necesarios en los programas de intervención con niños, niñas y adolescentes con medidas de protección para incorporar el trauma como un elemento fundamental en la toma de decisiones?
Revisando las vidas de los niños, niñas y adolescentes que acompañamos, ¿cuántos de sus traumas conocemos?
¿Qué modificaciones tenemos que hacer en nuestras intervenciones para acompañar el trauma desde una dimensión corporal?
¿Qué ocurre si intentamos identificar no solo los traumas “por acción”, sino que incorporamos también a nuestra mirada los traumas por carencia? ¿Descubrimos muchos traumas nuevos?
¿Cómo podemos incorporar a nuestros programas de protección una mirada más atenta a los indicadores de internalización?
¿Qué claves utilizamos desde los programas de intervención para abordar la disociación y sus consecuencias en los niños, niñas y adolescentes , en especial su impacto con sus personas más cercanas?
Con cada decisión que tomamos en la intervención con niños, niñas y adolescentes, ¿estamos facilitando el proceso hacia la sanación del trauma o estamos causando daños nuevos?
¿Qué prácticas traumatizantes (y, en muchos casos, revictimizantes) tenemos que empezar a eliminar de nuestras intervenciones con niños, niñas y adolescentes? ¿Cuáles son sus opiniones sobre ellas?
¿Somos capaces de explicar el trauma de una manera compasiva y sencilla? Si no, necesitamos practicarlo.
¿Qué aspecto tendrían las intervenciones profesionales de protección si incorporasen siempre una explicación breve sobre el trauma y una relación entre el trauma y las consecuencias que vive el niño, niña o adolescente?
¿Facilitamos la creación de redes y una vida normalizada como objetivo prioritario para los niños, niñas y adolescentes con trauma, o más bien les encerramos en una burbuja de medidas para evitar problemas a nuestras instituciones?
1Romeo, F. J. (2019). Acompañando las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). http://www.espiralesci.es/manual-acompanando-las-heridas-del-alma-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo/

2Romeo, F. J. (2020a). Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/las-heridas-del-alma-una-guia-sobre-trauma-para-familias-y-profesionales-f-javier-romeo-aldeas-infantiles-sos-america-latina-y-el-caribe/

Romeo, F. J. (2020b). Tejer una red para sanar las heridas del alma. Gestión de Caso con abordaje de trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/tejer-una-red-para-sanar-las-heridas-del-alma-gestion-de-caso-con-abordaje-de-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo-para-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe/

Romeo, F. J. (2021). Enseñando a ver las heridas del alma. Cómo facilitar formaciones sobre trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/ensenando-a-ver-las-heridas-del-alma-como-facilitar-formaciones-sobre-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo-para-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe/

3Levine, P. A., y Kline, M. (2016). El trauma visto por los niños. Despertar el milagro cotidiano de la curación desde la infancia hasta la adolescencia. Barcelona: Eleftheria. Capítulo 1 (4% de la versión digital).

4Porges, S. (2017). La Teoría Polivagal. Fundamentos neurofisiológicos de las emociones, el apego, la comunicación y la autorregulación. Madrid: Pléyades.

5Horno, P., Romeo, F. J., y Echeverría, A. (en prensa). Aprendiendo la mirada consciente. Sistematización de la metodología de formación y supervisión en los centros de protección. [UNICEF España].

6Se pueden consultar recogidos en: https://renovandodentro.wordpress.com/todos-los-articulos/

7Romeo, F. J. (2020a). Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/las-heridas-del-alma-una-guia-sobre-trauma-para-familias-y-profesionales-f-javier-romeo-aldeas-infantiles-sos-america-latina-y-el-caribe/

8Straus, M. B. (1999). No-Talk Therapy for children and adolescents. Nueva York: Norton