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«El liderazgo en el sistema de protección», Renovando desde dentro, nº 21.

«El liderazgo en el sistema de protección»

En las conversaciones a ratos escépticas, a ratos rabiosas y a ratos esperanzadas que tenemos en este grupo de Renovando desde dentro hablamos a menudo de liderazgo. No siempre lo nombramos así, pero es sobre lo que giran algunas de nuestras charlas. Constatamos a diario la compartimentalización del sistema de protección producida por una multiplicidad de factores: la distribución competencial, la división de identidades profesionales, la falta de criterios técnicos comunes o las diferentes herramientas de evaluación e intervención.

Sin embargo, también somos testigos a menudo, y también de vez en cuando partícipes, de procesos de cambio espectaculares que surgen de pequeñas colectividades dentro del sistema de protección. Gente increíble que desarrolla programas con un nivel de calidad en su intervención que, como bien sabemos los que tenemos acceso a espacios internacionales, coloca a nuestro país como referente en procesos de cambio y mejora en la atención a los niños, niñas y adolescentes en situaciones de riesgo y desamparo, tanto en la innovación de los planteamientos técnicos como en el rigor técnico y humano en su aplicación.

¿Y qué tienen en común todas esas pequeñas colectividades? Que cuentan con un liderazgo institucional y técnico entusiasta, eficaz, legítimo y cuidadoso. Por eso, cuando hacemos estudios comparativos entre diferentes ámbitos de actuación, zonas geográficas o metodologías de trabajo, nos encontramos con que el factor diferencial más importante son las personas. Las personas adecuadas en puestos clave. Personas con legitimidad, rigor, entusiasmo y conocimiento suficientes para ejercer de líderes. Son las personas líderes que hay dentro del sistema de protección: en la dirección de un centro de acogida residencial, en la coordinación técnica de un equipo educativo, en la coordinación de un programa de tratamiento, como concejales de servicios sociales municipales o en una consejería autonómica. Son personas con liderazgo y que deciden usar ese liderazgo de forma rigurosa y legítima.
Pepa Horno

¿Existe un liderazgo en el sistema de protección?. 

Como en ocasiones anteriores en este espacio, cuando planteamos un concepto comenzamos por definirlo. Un artículo como éste no es lugar para el desarrollo teórico de un concepto que ha sido objeto de análisis técnico exhaustivo en diferentes ámbitos. Pero quise al menos buscar un punto de partida. Así que fui al diccionario de la Real Academia y busqué la palabra “liderazgo”. Allí lo definen como: “condición de líder”. Primer punto interesante. Me encuentro con un anglicismo genérico válido para masculino y femenino, pero que me lleva por un momento a la realidad del sistema en el que trabajamos (y de tantos otros aún). Un sistema que está mayoritariamente feminizado, desde servicios sociales municipales hasta los técnicos referentes de acogimiento familiar o acogimiento residencial o los programas de preservación familiar, por no hablar de los equipos educativos de los diferentes programas de intervención. Sin embargo, los roles de liderazgo técnico e institucional del sistema de protección en sus diferentes niveles competenciales están desproporcionadamente ocupados por hombres. Aunque mi propósito en este artículo es otro, me parece importante mencionarlo como elemento de contexto...




Niños migrantes fueron alojados en refugios de EEUU donde los maltrataron por años, acusa demanda

MCALLEN, Texas. EE.UU. —  A medida que se acumulaban las acusaciones de abusos sexuales en el mayor proveedor de alojamiento para niños migrantes no acompañados en Estados Unidos, los funcionarios continuaban colocando más niños a su cuidado en un sistema que carece de una supervisión adecuada, afirman defensores de los derechos de los migrantes.



Los Angeles Times

JAIMIE DING y VALERIE GONZALEZ

Associated Press

Jul. 20, 2024



ARCHIVO - Edificios que albergan a menores en los terrenos de Southwest Key Campbell,
 un refugio para niños que han sido separados de sus padres, 28 de junio de 2018, en Phoenix. 
(Carolyn Kaster / Associated Press)


Una demanda presentada el miércoles por el Departamento de Justicia alega que los empleados de Southwest Key Programs Inc. abusaron sexualmente y acosaron a los niños a su cargo durante al menos ocho años. En ese tiempo, la organización sin ánimo de lucro acumuló miles de millones de dólares a través de contratos con el gobierno y siguió albergando a miles de niños migrantes que entraban en Estados Unidos sin compañía de un familiar adulto.


El viernes seguía sin quedar claro cuántos niños se encuentran actualmente en los refugios de Southwest Key, y los funcionarios federales no respondieron a preguntas sobre si se tomaría alguna medida en respuesta a la demanda. Quienes critican la situación, afirman que refleja un sistema que ha carecido de transparencia durante años.


“El punto central de esta demanda es que existe un patrón y una práctica”, dijo Leecia Welch, subdirectora legal de Children’s Rights. “Si están presentando esta querella de que vieron un patrón y práctica de acoso sexual y la vulneración de estos niños mientras seguían colocando niños en Southwest Key durante el mismo periodo, es por eso que tengo semejante desconcierto”.


Southwest Key, que opera con subvenciones del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos (HHS por sus iniciales en inglés) a través de la Oficina de Reasentamiento de Refugiados (ORR), cuenta con 29 albergues para niños migrantes —17 en Texas, 10 en Arizona y dos en California— con capacidad para más de 6.300 niños.


El HHS no respondió a las solicitudes de comentarios enviadas por correo electrónico en las que se preguntaba si los niños seguirán siendo acogidos allí. Un portavoz del Departamento de Justicia declinó hacer comentarios más allá del anuncio de la demanda el jueves. Southwest Key no respondió a una solicitud adicional de comentarios enviada por correo electrónico el viernes.


“La ORR siguió otorgando contratos a Southwest Key a pesar de conocer algunos de estos problemas, por lo que en este momento no hay otro lugar para poner a todos estos niños”, dijo Diane de Gramont, abogada del National Center for Youth Law. “Y estaríamos extremadamente preocupados si los niños luego terminaran en instalaciones de la Patrulla Fronteriza por períodos más largos porque la ORR no tenía suficientes camas para ellos”.


La Patrulla Fronteriza debe transferir al HHS la custodia de los niños no acompañados en las 72 horas siguientes a su detención, y el HHS entrega la mayoría a sus padres o familiares cercanos tras breves estancias en Southwest Key o en refugios gestionados por otros proveedores contratados.


El Young Center for Immigrant Children’s Rights, una organización sin ánimo de lucro que aboga por los niños migrantes, pidió que los niños bajo custodia sean entregados inmediatamente a sus familiares y tengan acceso a abogados, así como a “tribunales independientes que atiendan sus denuncias por daños”.


Abusos previos cometidos en algunos refugios de Southwest Key llevaron a su clausura, como ocurrió con dos grandes instalaciones de Arizona que cerraron en 2018. El estado revocó sus licencias por no realizar adecuadamente la verificación de antecedentes de sus empleados, y una investigación más exhaustiva reveló varios casos de abusos físicos y sexuales, y acusaciones del gobierno de El Salvador.


El abuso refleja el importante papel que juega la supervisión estatal, algo que ahora falta en estados como Texas y Florida, donde los gobernadores republicanos revocaron las licencias estatales de las instalaciones que albergan a niños migrantes.


Los críticos afirman que no existe un sistema equivalente para denunciar e investigar el maltrato y el abandono infantil a través de la ORR, que supervisa el alojamiento de los niños migrantes.


“Si se produce un incidente de maltrato cuando el estado está allí, hay una línea directa clara a la que cualquiera puede llamar”, dijo de Gramont. “Hay una investigación obligatoria... hay una serie estricta de pasos que se supone que deben darse en ese contexto”.


Algunos expertos también se preguntaron por qué la querella se presentó como una demanda civil en la que no se responsabilizaría penalmente a nadie.


Daniel Hatoum, abogado del Civil Rights Project de Texas, cuya experiencia incluye la defensa de niños sometidos al trabajo de empresas contratistas que trabajan en el ámbito de la inmigración, dijo que una demanda penal podría surgir más tarde.


“La responsabilidad corporativa puede ser mucho más difícil para el Departamento de Justicia que la responsabilidad civil y, especialmente, la responsabilidad penal individual”, dijo. En la demanda civil se solicita un juicio con jurado y una indemnización por daños y perjuicios para las víctimas de los presuntos abusos.


La demanda del Departamento de Justicia se presenta menos de tres semanas después de que una jueza federal accediera a la petición de la dependencia de levantar la supervisión judicial especial del cuidado de los niños migrantes no acompañados en el HHS, conocida como el acuerdo Flores. Dicho acuerdo daba a los abogados que representan a los niños migrantes amplia autoridad para visitar las instalaciones de custodia y realizar entrevistas con el personal y otros migrantes, así como registrar quejas ante el tribunal.


El gobierno del presidente Joe Biden argumentó que las nuevas salvaguardias federales hacían innecesaria la supervisión especial 27 años después de su inicio. En un documento judicial, Toby Biswas, funcionario del HHS, pintó un panorama optimista de las numerosas protecciones de la nueva normativa para los menores no acompañados, así como de la rendición de cuentas independiente sobre las condiciones de su custodia.


En cambio, los defensores vieron un vacío en la supervisión.


Carrie Van der Hoek, subdirectora del Programa de Defensores de la Infancia del Young Center en Texas, dijo en una declaración jurada en la que se opone a la terminación del acuerdo Flores que su personal informó de aproximadamente 10 casos de presunto abuso y abandono al Departamento de Servicios de Familia y Protección (DFPS por sus silgas en inglés) del estado desde que Texas revocó las licencias en 2021.


“Cuando hicimos estos informes, en algunos casos, los funcionarios del DFPS nos dijeron que no investigarían la queja porque el DFPS no tenía jurisdicción sobre las instalaciones de la ORR”, dijo Van der Hoek. “En otros casos, no recibimos ninguna respuesta y no tuvimos conocimiento de ninguna acción tomada por el DFPS o cualquier otra agencia estatal para investigar el informe”.


Van der Hoek también dijo que si un niño llamara a los teléfonos preprogramados en la Oficina de Reasentamiento de Refugiados, instalaciones que les permiten llegar a la línea directa estatal para denuncias de abuso y abandono infantil, obtendrían la misma respuesta.


Biswas dijo que comenzaron a realizar “revisiones en profundidad” de las denuncias de abuso en las instalaciones de Texas desde marzo de 2022, y que comenzará sus propias investigaciones de presuntos abusos y abandono infantil en Texas “o en cualquier otro estado si deja de realizar tales inspecciones” a partir de julio de este año. 

Saber quiénes somos: El papel de la psicoterapia dentro del sistema de protección a la infancia. Renovando desde Dentro, nº20.

 

Pepa Horno Goicoechea
Saber quiénes somos: El papel de la psicoterapia 
dentro del sistema de protección a la infancia. 
Renovando desde Dentro, nº20.


Durante todos los artículos que hemos ido publicando desde este grupo de trabajo, hemos ido abordando diferentes aspectos del sistema de protección a la infancia. Nuestro propósito ha sido siempre generar una reflexión crítica sobre el mismo, así como propuestas de mejora que sean a la par rigurosas y eficaces. En ese mismo marco, considero necesaria una reflexión sobre el papel de la psicoterapia dentro del sistema de protección.

Porque la psicoterapia tiene un cuerpo técnico común desarrollado desde la investigación clínica y los diferentes modelos psicoterapéuticos, pero debe también atender algunas especificidades según el ámbito en que se desarrolla. Por necesidad, no puede ser la misma actuación la que se desarrolle con personas con enfermedades crónicas o degenerativas, por ejemplo, que la que se realice con niños, niñas y adolescentes que han sido objeto de diferentes medidas de protección dentro del sistema de protección a la infancia.

Mi propósito en este artículo es proporcionar elementos de reflexión crítica sobre el rol de las y los profesionales de la psicología dentro del sistema de protección. Somos y debemos ser una de las piezas claves de la intervención que realiza, o pretende realizar, el sistema con los niños, niñas y adolescentes a los que atiende. Y debemos recordar siempre, pero más aún cuando trabajamos en el sistema de protección a la infancia, que toda la intervención que se realiza con el niño, niña o adolescente es terapéutica y la intervención psicoterapéutica no es más que una pequeña parte de dicha intervención. Nuestro trabajo nunca será eficaz si no lo realizamos de forma coordinada con las familias biológicas, acogedoras y adoptivas en el caso del acogimiento familiar, y con los equipos educativos y las familias biológicas y colaboradoras en el caso de acogimiento residencial. No olvidemos que el objetivo último de esa intervención debe ser aliviar el sufrimiento de estos niños, niñas y adolescentes. Y escribo este artículo en primera persona del plural desde la plena consciencia del rol que puedo ejercer yo misma en este ámbito.

Quiénes somos: los diferentes roles de los profesionales de la psicología dentro del sistema de protección

Los profesionales de la psicología pueden ejercer diferentes roles dentro del sistema de protección y muchos de ellos no están relacionados con la psicoterapia. Pueden ser técnicos del sistema, con diferentes grados de responsabilidad sobre la gestión y la toma de decisiones respecto a la intervención que se realiza. Pueden estar ejerciendo roles de acompañamiento a los niños, niñas y adolescentes y sus familias, tanto dentro de los equipos educativos de acogimiento residencial como en los equipos técnicos de los programas de acogimiento familiar. Pueden estar contratados específicamente como psicólogos o psicólogas dentro de los equipos de intervención, tanto en acogimiento residencial como en acogimiento familiar, además de en los equipos de preservación familiar e intervención en riesgo medio y grave. Y por último, pueden ser parte de los equipos de intervención psicoterapéutica creados en varias comunidades autónomas para atender de forma individualizada a los niños, niñas y adolescentes que están en acogimiento residencial, en acogimiento familiar o en programas de preservación familiar. Por lo tanto, como profesional de la psicología se pueden ejercer roles muy diversos dentro del sistema de protección a la infancia. En este artículo me parece clave detenerme en tres de ellos por la relevancia que pueden tener para la vida de los niños, niñas y adolescentes.

El profesional de la psicología dentro de la estructura del sistema

El primero es el rol de técnico referente. Suele ser la persona responsable de todo el proceso del niño, niña o adolescente, definiendo su itinerario dentro del sistema de protección, las diferentes medidas que se asumen y los recursos a los que se le deriva. Se puede llamar técnico referente o responsable de caso, entre otras nomenclaturas. Este rol por lo general lo ocupan profesionales de la psicología o de trabajo social. Esa elección se justifica desde la necesidad de un conocimiento técnico específico para lograr que el itinerario que el sistema de protección propone para cada niño, niña y adolescente sea definido desde tres elementos clave:

El enfoque de derechos del niño, que establece que cualquier decisión que se tome sobre la vida del niño, niña o adolescente ha de ser tomada desde su interés superior y el respeto a sus derechos humanos. Sobre este aspecto, sólo recomiendo volver a la lectura del artículo de Marta Llauradó sobre el interés superior del niño1 o al de Antonio Ferrandis sobre el proceso de toma de decisiones dentro del sistema de protección2, entre algunos otros que se han publicado desde este grupo. No es necesario ser redundante.
El conocimiento del desarrollo evolutivo del niño, niña o adolescente que garantice la cobertura de sus necesidades básicas en cada etapa del desarrollo. Es necesario lograr que los itinerarios sean individuales, adaptados a la edad, características y circunstancias de cada niño, niña y adolescente.
El enfoque de protección integral, que establece como objetivo último de la intervención el desarrollo pleno del niño, niña o adolescente, que va más allá de impedir que sufra ninguna forma de violencia. En este desarrollo pleno se contemplan aspectos claves como su protagonismo en su propio desarrollo y en la toma de decisiones que le afectan directamente. Sobre este aspecto, también Javier Romeu ha escrito en este grupo3.
Yo añadiría un cuarto elemento que debería guiar la toma de decisión de los técnicos referentes: la consciencia. Las decisiones que se toman a la hora de definir las actuaciones del sistema de protección, teniendo en cuenta que van a definir la vida de los niños, niñas y adolescentes de una forma radical, deberían ser tomadas al menos desde la consciencia. La prisa, la urgencia, la falta de plazas o de recursos, o la conflictividad o “no colaboración” de la familia no deberían ser criterios técnicos que definan las actuaciones. Sobre este criterio ya escribí en el marco de este grupo un artículo para operativizar la consciencia como criterio de toma de decisiones4.

El profesional de la psicología dentro de los equipos de intervención directa

El segundo rol es el de psicólogo dentro de los recursos de atención directa, sea en acogimiento residencial, siendo parte de los equipos de atención directa, sea en acogimiento familiar, adopción o en preservación familiar, siendo parte de los equipos técnicos de acompañamiento a las familias acogedoras, adoptivas o biológicas.

Respecto a este segundo rol, hay una clave fundamental que debe definir su rol profesional. Estos profesionales no están ahí para realizar psicoterapia individual con los niños, niñas y adolescentes ni con sus familias. Están para acompañar y guiar a quienes son y han de ser sus modelos vinculares y referentes afectivos: las familias, tanto acogedoras y adoptivas como biológicas, o los equipos educativos, en el caso de los centros de protección. Su rol no es tratar de sacar tiempo para realizar sesiones individuales con los niños, niñas y adolescentes. Su rol es sostener y acompañar a los equipos y las familias y tratar de que las decisiones que estos toman tengan coherencia, rigor técnico y sean lo más ajustadas posibles a las necesidades de los niños, niñas y adolescentes y la sintomatología que presentan, derivada del sufrimiento que están viviendo.

Los profesionales de la psicoterapia que trabajan con niños, niñas y adolescentes saben que la clave de la intervención es lograr un cambio significativo en las pautas relacionales de sus modelos vinculares, que casi siempre son sus familias. Un cambio al que llegan las figuras vinculares desde su ajuste a las necesidades de cada etapa del desarrollo evolutivo, desde su propia autorregulación emocional y su consciencia y desde la comprensión adecuada de la sintomatología que presenta el niño, niña o adolescente como manifestación de su dolor.

Cuando intervenimos con un niño, niña o adolescente que vive con su familia, siempre entenderemos que las sesiones de psicoterapia son una pequeña parte del proceso psicoterapéutico que en realidad se realiza a través de sus figuras vinculares. De hecho, ahí surge un límite técnico en el proceso psicoterapéutico con niños, niñas y adolescentes y es que la presencia de una figura vincular segura externa a la relación psicoterapéutica es condición imprescindible para abordar determinados aspectos del proceso psicoterapéutico. Y es no sólo un límite técnico sino ético también por la vulnerabilidad y el riesgo en el que dejamos al niño o niña si logramos su conexión interna y su consciencia del daño vivido y no garantizamos que esa noche, cuando vaya a dormir y todos sus fantasmas le invadan, habrá una persona que le acompañe. Alguien que le abrace y le diga que todo va a ir bien, que no va a estar solo y que está a salvo.

Pues ese razonamiento, que resulta evidente cuando se trabaja con niños, niñas y adolescentes que viven con sus familias, es igual de válido o más para el contexto del sistema de protección, es decir, para realizar psicoterapia con niños, niñas y adolescentes que viven en centros de protección, con familias de acogida o adoptivas o con familias biológicas en situación de riesgo moderado o grave. El proceso psicoterapéutico no es lo que ocurrirá en la hora de sesión clínica sino que la mayor parte de la intervención la vamos a desarrollar con las figuras vinculares de los niños, niñas y adolescentes, es decir, con las familias acogedoras, adoptivas o biológicas y con los educadores que hayan sido capaces de construir vínculo con ellos.

Y recordemos que por el hecho de ser parte del equipo educativo del centro no se es modelo vincular del niño, niña o adolescente, del mismo modo que ser nombrado educador o educadora tutor del niño o niña tampoco garantiza la creación del vínculo afectivo. A veces, la figura vincular va a ser otro profesional del equipo educativo. Porque la creación de un vínculo afectivo conlleva presencia y permanencia, afectividad expresa, sensibilidad y disponibilidad. Y son condiciones que no siempre los profesionales están dispuestos o preparados para ofrecer.

Pero, además, tengamos presente que para poder crear un vínculo afectivo necesitamos conocer la historia de vida de la otra persona, de hecho en el proceso de psicodiagnóstico inicial de un proceso psicoterapéutico es lo primero que vamos a recabar: datos de su historia de vida, más allá de la sintomatología actual. Esta historia de vida en el sistema de protección a la infancia implica al menos conocer el contenido del expediente de los niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, cuántos profesionales de los equipos educativos intervienen sin haber leído esos expedientes y cuántas veces las familias acogedoras y adoptivas se quejan de la escasa información que reciben sobre la historia de vida de los niños, niñas y adolescentes. Todos sabemos que en esos expedientes sólo está una pequeña parte de su vida, pero como mínimo poder conocerla. Queremos que familias y equipos se conviertan en modelos vinculares positivos para los niños, niñas y adolescentes, y como tales, en parte de su proceso psicoterapéutico. Pero les obligamos a hacerlo sin proporcionarles la información sobre su historia de vida. Y tampoco les incorporamos en muchas ocasiones a las sesiones del proceso psicoterapéutico ni hay devolución alguna de lo que en ellas se trabaja y los avances realizados. La intervención psicoterapéutica con niños, niñas y adolescentes exige incorporar a la familia o al equipo dentro de las sesiones, realizando sesiones conjuntas o estableciendo tiempos al comienzo o al final de las sesiones.

Por lo tanto, el rol de los profesionales de la psicología que forman parte de los equipos técnicos de los centros de protección y los programas de acogimiento familiar es guiar a los equipos educativos y las familias acogedoras y adoptivas, no realizar intervención psicoterapéutica individualizada. Se trata de que garanticen la comprensión adecuada de la sintomatología que presenta el niño o niña por parte de la familia o del equipo, el rigor técnico de sus intervenciones y la coherencia de las mismas. Además, deben contribuir a crear espacios de regulación emocional de las familias y de los equipos educativos, de forma que su acompañamiento y sostén emocional permita a las figuras vinculares del niño o niña ejercer su rol como tales, que es terapéutico en sí mismo.

En los procesos de supervisión que realizo como parte de mi trabajo con equipos educativos de los centros de protección les recuerdo constantemente que su trabajo es terapéutico en sí mismo. Son ellos quienes mentalizan las experiencias emocionales y sensaciones corporales del niño, niña o adolescente, no el psicólogo en la sesión de psicoterapia que tiene semanal, quincenal o mensualmente en muchos casos. Es el equipo o la familia acogedora o adoptiva quien posibilita la ruptura de la disociación y la sostiene cuando llega. Son esos profesionales, esas familias, quienes desde la mirada consciente al dolor del niño, niña o adolescente posibilitan su sanación e integración. Como les trato de explicar siempre, los equipos educativos en los centros de protección no están allí sólo para educar, están para lograr que los niños y niñas duerman. Y dormir cuando traen historia de dolor y trauma es muy complicado. Pero si no logramos que el niño, niña o adolescente duerma, las sesiones de psicoterapia que realicemos no van a funcionar, como tampoco podrá rendir en la escuela, relacionarse con otros niños y niñas o afrontar la convivencia. Están ahí para cobijarlos cuando lloren o tengan miedo, para recibirles cuando vuelvan de una fuga abrazándolos, para sostener las crisis disociativas cuando lleguen. Y todo eso es parte del proceso psicoterapéutico, sólo que tiene lugar fuera de la sesión y la consulta.

Por lo tanto, este segundo rol que cubren los psicólogos y psicólogas dentro del sistema de protección es un rol en segundo plano. Un rol de acompañamiento a los equipos educativos y las familias acogedoras y adoptivas. Ese rol puede incluir, y de hecho lo hace, el trabajo de psicoeducación en formato grupal con los niños, niñas y adolescentes. Por ejemplo, se pueden trabajar temas sobre la regulación emocional, las adicciones, la conexión interna, la sexualidad y la prevención de violencia, entre muchos otros. Pero siempre entendido como psicoeducación, diferenciando la psicoeducación del trabajo específico sobre la historia de trauma que requiere un espacio psicoterapéutico individual y especializado. Y ese espacio de psicoterapia individual debe quedar fuera del centro y de la familia, en un formato técnico diferenciado que preserve, además, la confidencialidad del contenido tratado en dicho espacio psicoterapéutico.

El profesional de la psicología en la intervención psicoterapéutica individual

Y ése es el tercer rol de los profesionales de la psicología dentro del sistema de protección: la intervención psicoterapéutica individualizada, sobre la que voy a detenerme en varios aspectos clave.

Cómo derivamos: criterios de derivación al proceso psicoterapéutico dentro del sistema de protección

Antes de entrar al modelo de intervención psicoterapéutica que se desarrolla dentro del sistema de protección, es necesario detenerse por un momento en la derivación que se realiza de los niños, niñas y adolescentes a un proceso de psicoterapia. Es necesario dejar claro que la derivación de los niños, niñas y adolescentes a psicoterapia no se realiza en muchos casos por petición del propio niño o niña, sino por tres motivos generalmente:

El criterio técnico de los profesionales que lo atienden, sean sus técnicos referentes o los equipos educativos que intervienen directamente con ese niño o niña. Entre esos criterios técnicos se incluye, lógicamente, el que el niño, niña o adolescente pida ayuda directamente, pero no es el único criterio. Existen otros criterios que tienen que ver con la angustia o dificultades que presentan las familias o los equipos técnicos y educativos para atender al niño, niña o adolescente; con las problemáticas asociadas que presenta el niño, niña o adolescente; con la edad misma del niño, niña o adolescente; o con la disponibilidad de recursos de psicoterapia especializados o sencillamente disponibles o medianamente cercanos a su domicilio, sea con su familia acogedora, con su familia biológica o en un centro de protección.
La gravedad de la sintomatología que presenta el niño, niña o adolescente. Esa gravedad es evaluada por los profesionales que lo atienden. Por lo tanto, la formación técnica de los profesionales de los equipos educativos y técnicos se vuelve clave a la hora de la detección temprana y la derivación adecuada de los niños, niñas y adolescentes al proceso psicoterapéutico. La falta de una formación adecuada impide la identificación de los indicadores de disociación, especialmente los indicadores internalizadores en los niños, niñas y adolescentes, que son los que suponen mayor gravedad y peor pronóstico. Su desconocimiento lleva a los equipos educativos muy a menudo a calificarlos erróneamente como niños, niñas y adolescentes que “han entrado bien en dinámica”.
La disponibilidad de recursos existentes dentro del sistema para atender a cada niño, niña o adolescente. Esta variable es especialmente relevante cuando se trata de niños, niñas y adolescentes que presentan alguna característica diferencial que requiere una especialización aún mayor de los profesionales que van a atenderle. Ejemplos claros pueden ser cuando presentan un problema de adicciones (dentro de ellas se incluyen realidades que van mucho más allá de las drogas y alcohol), cuando ha habido autolesiones o intentos autolíticos o cuando los profesionales tienen constancia de que han sido víctima de abuso o explotación sexual infantil. Pero este factor también se vuelve clave para poblaciones consideradas técnicamente como grupos vulnerables, no porque lo sean, sino porque la incapacidad del sistema para atender sus características individuales vulnera su derecho a la igualdad de trato y no discriminación. Hablamos de niños, niñas y adolescentes con cualquier tipo de discapacidad sensorial, física o psíquica, que no hablan la lengua oficial o de con identidades y orientaciones sexuales minoritarias, entre algunos otros.
La derivación inadecuada genera unos objetivos erróneos y no legítimos en el proceso psicoterapéutico. Objetivos no legítimos son “que el niño o niña se porte bien” o “que esté más tranquilo” o “que no tenga tantas crisis”. Son objetivos necesarios para las familias y los equipos educativos, pero quizá no son los más urgentes ni los más relevantes en la intervención psicoterapéutica. Quizá una intervención técnicamente bien enfocada tarde más tiempo en reducir las situaciones de crisis, pero permita al niño, niña o adolescente comprender qué dispara esas crisis, por qué le suceden y desculpabilizarle ayudándole a entender la relación de la crisis con los modelos de crianza en los que creció o las experiencias que ha vivido.

Una derivación adecuada y un encuadre bien formulado generan objetivos legítimos en la intervención psicoterapéutica que se irán trabajando de forma conjunta entre el profesional de la psicología y la familia biológica, acogedora o adoptiva o el equipo educativo. Objetivos legítimos como flexibilizar los mecanismos disociativos, empezando por los indicadores corporales. Y es entonces cuando comprenderemos que garantizar los cuidados básicos primarios se convierte en el primer objetivo, el más básico, el nuclear porque nos permite que los niños, niñas y adolescentes logren dormir y comer bien. Porque sólo si duermen bien podrán lograr otro tipo de procesos de mentalización, regulación emocional e introspección. Objetivos legítimos como securizar el modelo vincular del niño, niña o adolescente y trabajar la integración de su historia de vida, por muy dolorosa que sea. Y entonces comprenderemos las visitas familiares como parte de la intervención psicoterapéutica o el ser capaz de abrazar a un adolescente cuando vuelve de una fuga como parte de la intervención psicoterapéutica.

Dónde estamos: la necesidad de salir del despacho y trabajar con los equipos educativos

La consciencia tiene tres vertientes clave: la consciencia interna sobre el proceso interno que estamos viviendo; la consciencia sobre la persona a la que acompañamos, en este caso el niño, niña o adolescente, su historia de vida y su dolor; y la consciencia sobre el entorno donde desarrollamos la intervención.

Uno de los elementos de consciencia que como profesionales del ámbito de la psicoterapia debemos hacer es que nuestra consulta es, demasiado a menudo, un refugio para nosotros, es nuestro entorno seguro, donde nos sentimos a salvo. No es tanto el entorno óptimo para el niño, niña o adolescente sino para nosotros como psicoterapeutas.

Porque ésta es una de las diferencias clave cuando se realiza psicoterapia en el sistema de protección: es necesario buscar el entorno óptimo para el niño, niña o adolescente y por el nivel de daño y disociación que presentan los niños, niñas y adolescentes con los que trabajamos, muy pocas veces ese entorno óptimo será, al menos en su comienzo, nuestro despacho o consulta. Por eso, debemos ser capaces de flexibilizar el encuadre físico del proceso psicoterapéutico sin convertirnos necesariamente en educadores de calle. Pero sí debemos estar dispuestos a salir a la calle, caminar, ir a tirar canastas a una pista o al centro donde vive el niño, niña o adolescente durante el tiempo que sea necesario para generar el vínculo psicoterapéutico de forma que el niño, niña o adolescente pueda disminuir la sintomatología disociativa que puede dificultar el proceso psicoterapéutico. No siempre será necesario, a menudo tan sólo con introducir técnicas de trabajo corporal en la propia consulta, trabajo a través del juego, de la arteterapia etc. podemos lograrlo. Pero es necesario que contemplemos la posibilidad. Del mismo modo que, si hay un ingreso hospitalario, seamos capaces de desplazarnos al hospital y realizar allí las sesiones para mantener el vínculo psicoterapéutico.

Y, por supuesto, desplazarnos a los centros o a los hogares de las familias acogedoras y adoptivas o a un parque, tiene que ver también con la posibilidad de trabajar el modelaje de las intervenciones cotidianas que los equipos educativos y las familias desarrollan cuando lo consideremos necesario y no exista (como ocurre en demasiados casos) la figura del psicólogo o psicóloga dentro del equipo del centro o del programa de acogimiento familiar con quienes podamos coordinarnos para que realicen ellos esta función.

Cuándo estamos: los turnos de tarde y las transiciones de los niños, niñas y adolescentes

Una de las pruebas más claras que existen dentro del sistema de que la toma de decisiones no se realiza desde el interés superior del niño, sino desde otro tipo de criterios, es cuando constatamos de forma reiterada cómo se saca del colegio a los niños, niñas y adolescentes del sistema de protección porque tienen sesión de psicoterapia o reunión con su técnico referente.

Son los horarios y las condiciones laborales de los profesionales, sobre todo cuando los equipos psicoterapéuticos están constituidos por funcionarios públicos, los que determinan el horario en que pueden ir a psicoterapia. Cuando viven en sus familias van a las sesiones por las tardes y son los profesionales los que ajustan sus horarios de trabajo a las necesidades del niño, niña o adolescente. En el sistema de protección, que debería más que nadie primar las necesidades de los niños, niñas y adolescentes cuyo desarrollo pleno se ha comprometido a garantizar, se hace al contrario.

Y existen otras muchas situaciones en las que las necesidades de los niños, niñas y adolescentes quedan condicionadas a otros criterios de decisión por parte del sistema. Situaciones que suponen un riesgo para su desarrollo por ser potencialmente traumáticas o por ser vivencias de duelo. Situaciones en las que, sin embargo, de nuevo la presencia de un acompañamiento psicoterapéutico viene condicionada también a los horarios y disponibilidad del profesional. Sólo dejaré indicadas tres que me parecen especialmente relevantes.

La primera, las transiciones de los niños, niñas y adolescentes de un recurso a otro, de una medida a otra, o la entrada y salida del propio sistema, es decir, el día que se ven forzados a salir de su hogar, sus amigos, su colegio para ir a vivir a un centro o el momento en que cumplen dieciocho años y se ven fuera del sistema y sin que éste haya podido garantizar un acompañamiento emocional adecuado. Una de las habilidades básicas de la afectividad consciente como competencia profesional es saber cuidar los comienzos y los cierres de cada proceso5. Estos comienzos y cierres marcan el significado afectivo de una experiencia. Y las transiciones dentro del sistema además son en sí mismas vivencias de duelo para las que es necesario ofrecer una figura vincular al niño, niña o adolescente que le pueda acompañar y sostener emocionalmente.

La segunda serían las hospitalizaciones, sobre todo si conllevan operaciones quirúrgicas. El sistema de salud ya ha incorporado la necesidad de la presencia de una figura vincular que acompañe a cualquier niño, niña o adolescente de forma continuada durante el tiempo que dura la hospitalización. Es una medida universal, aplicable a cualquier niño, niña o adolescente. Todavía más si cabe para aquellos que vienen del sistema de protección a los que la enfermedad y la vulnerabilidad física y emocional les conecta con su historia personal de trauma y abandono. Son situaciones en las que la ausencia de su familia biológica puede adquirir un valor traumático.

Y un último ejemplo son los cierres abruptos de procesos psicoterapéuticos por cambios de profesionales de referencia, que a menudo se realizan sin permitir cierres adecuados a esos procesos o sin poderse planificar para garantizar la continuidad del proceso con otro profesional, obligando a los niños, niñas y adolescentes a comenzar de nuevo con otro profesional sin ninguna continuidad ni del proceso ni del vínculo generado. Es importante recordar que un mal cierre, o directamente la imposibilidad de realizar un cierre, se vive como un abandono. Y justamente en el sistema de protección trabajamos con niños, niñas y adolescentes con heridas profundas de abandono. Incluso cuando se realiza un buen cierre, el profesional tendrá que sostener el coste emocional que supone la vivencia de abandono por parte de muchos de los niños, niñas y adolescentes a los que atiende y sus familias. Pero nuestra responsabilidad es, al menos, haber garantizado ese cierre afectivo del proceso psicoterapéutico.

Cómo miramos: la exigencia de la actualización técnica del modelo psicoterapéutico

De todos los retos que tiene la psicoterapia en el sistema de protección, y probablemente en este caso también fuera de él, el más acuciante es el de la actualización técnica. Es imprescindible para garantizar el rigor técnico y la eficacia de la intervención. El avance en el conocimiento de la psicología del trauma y la neurociencia de los últimos años obliga a los profesionales de la psicoterapia a realizar un cambio de mirada clave que se puede resumir de forma breve en dos saltos cualitativos.

El primero es saber ver que en la mayoría de los casos es necesario comprender los trastornos de conducta como indicadores de disociación producto de la historia de trauma que el niño, niña o adolescente ha vivido. La conducta de una persona, no sólo de los niños, niñas y adolescentes del sistema de protección, siempre es la manifestación de su dolor y de su historia de vida. Una persona puede presentar problemas de conducta por muchos motivos: ansiedad, inseguridad, baja tolerancia a la frustración… pero cuando esos problemas de conducta se convierten en una pauta rígida y continuada que se puede calificar como trastorno de conducta negativista desafiante o un trastorno de conducta pueden no ser sino respuestas de supervivencia, que fueron adaptativas y útiles para sobrevivir al peligro, pero que se vuelven desadaptativas y problemáticas en un entorno de seguridad.

Y el segundo salto es comprender el trauma y la disociación como un problema de salud mental. Los profesionales, en este caso tanto de la psicoterapia como de la psiquiatría, deben entender que la salud mental incluye todo un capítulo de trastornos resultado de vivencias traumáticas y los mecanismos disociativos que la persona puso en marcha para sobrevivir a esas vivencias. Podríamos cuestionar incluso si la mayoría de los trastornos mentales no tienen un origen traumático, pero eso no importa ahora mismo, basta con asumir que una parte de los trastornos mentales son resultado de historia de trauma y forman parte de los problemas de salud mental que deben ser abordado de forma conjunta por los profesionales de la psiquiatría y la psicoterapia. Desde este grupo, hemos escrito varios artículos sobre trauma, entre los que recomiendo la lectura de éste de F. Javier Romeo6, que resume las claves que debemos conocer sobre el tema. Pero el salto es comprender que si un trastorno (o un síntoma del mismo) tiene origen traumático no significa que no sea un problema de salud mental, muy al contrario, y romper de una vez con el paradigma biologicista de la salud mental que aún impera por desgracia en muchas escalas del sistema sanitario y de protección.

Este cambio de mirada técnica supone una revolución en muchos sentidos dentro del ámbito de la salud mental, tanto para los profesionales de la psiquiatría como para los de la psicoterapia. Después hay diferentes modelos de trabajo psicoterapéuticos en los que no es éste el lugar para entrar. Pero todos ellos han de contemplar dos elementos a los que los avances de la psicología del trauma y la neurociencia nos obligan.

El primero es incorporar metodologías de trabajo corporal en el trabajo psicoterapéutico. Existe un procesamiento corporal de la experiencia traumática que queda anclado en el cuerpo, generando una memoria corporal del trauma que debemos abordar del mismo modo que abordamos las secuelas emocionales, cognitivas o sociales del trauma. Un modelo psicoterapéutico actualizado técnicamente verá siempre como imprescindible incluir técnicas de trabajo corporal en el proceso psicoterapéutico, tanto dentro de las sesiones como fuera de ellas.

Y en ese sentido, es necesario que los profesionales del ámbito de la psicoterapia cambien su perspectiva sobre la psicomotricidad, que es una técnica de trabajo esencial sobre todo en el trabajo psicoterapéutico con niños y niñas menores de ocho años. La psicomotricidad lleva camino de lograr un cuerpo técnico suficiente para ser reconocida como disciplina en sí misma desde el conocimiento existente hoy en día sobre el desarrollo sensorio motriz y neurológico del niño o niña. Pero mientras eso llega, los profesionales que realizan psicoterapia con niños y niñas del sistema de protección deben contemplarla como una de las posibles técnicas de trabajo para integrar la memoria corporal del trauma con la que carga el niño o niña, que se hace visible en su conducta y de la que él o ella, sobre todo en el caso de niños muy pequeños, puede no ser consciente.

El segundo elemento es entender la psicofarmacología como una herramienta de apoyo del proceso psicoterapéutico, no como un proceso psicoterapéutico en sí mismo. Es necesario entender que los psicofármacos no tienen poder curativo en sí mismos si no vienen acompañados de un proceso psicoterapéutico. El uso que se hace dentro del sistema de protección de la psicofarmacología daría para escribir otro texto entero, pero no podemos acabar este apartado sin indicarlo. No se puede limitar el cuidado de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección a la psicofarmacología ni utilizar ésta únicamente para regular su conducta. Cualquier modelo psicoterapéutico actualizado técnicamente y riguroso tenderá a utilizar la psicofarmacología como una herramienta de apoyo especialmente en situaciones de crisis. Nada más y nada menos.

Qué necesitamos: condiciones imprescindibles para ejercer nuestro rol con rigor profesional

Los profesionales de la psicología en general dentro del sistema de protección y en particular aquellos que desarrollan intervención psicoterapéutica necesitamos acompañamiento técnico y sostén emocional para realizar nuestro trabajo con rigor técnico y calidez humana. El coste emocional del trabajo en el sistema de protección es evidente. Es necesario que el sistema contemple procesos de supervisión técnica y acompañamiento emocional para los profesionales de la psicología que deben brindar a su vez ese acompañamiento a las familias biológicas, acogedoras y adoptivas y a los equipos educativos para que puedan cumplir su parte del proceso psicoterapéutico: lograr la securización del modelo vincular de los niños, niñas y adolescentes siendo modelos vinculares alternativos; reducir y flexibilizar los mecanismos disociativos que los niños, niñas y adolescentes han desarrollado para poder sobrevivir, especialmente los corporales, así como incrementar su capacidad de autorregulación emocional.

Por eso merece la pena terminar este artículo haciendo referencia a qué necesitamos las y los profesionales de la psicología y la psiquiatría para lograr un proceso psicoterapéutico riguroso, cálido y eficaz.

Rigor profesional en nuestro modelo técnico. Desarrollar nuestro trabajo con rigor técnico es un elemento de seguridad que les debemos a las personas a las que atendemos, pero también a nosotros mismos. Contar con la actualización técnica necesaria y la formación específica que requiere nuestro trabajo son condiciones imprescindibles para cualquier trabajo, pero más aún si se trabaja con personas y especialmente si estas personas vienen con historias de gran sufrimiento, como es este caso. Y esa formación inicial no sólo es necesaria en titulación académica, sino en especialización en psicología del vínculo, psicología del trauma, enfoque de derechos y psicología sistémica. Pero sobre todo es necesaria una formación específica sobre cómo funciona el sistema de protección a la infancia, cuáles son las condiciones de nuestro trabajo y también sus limitaciones. Y por eso, la formación inicial debe ser complementada con la actualización técnica y los espacios de supervisión individual a lo largo de toda la práctica profesional.
Incluir el trabajo corporal. Uno de los retos a los que se enfrenta la psicoterapia en todos sus ámbitos es incluir el procesamiento corporal de toda experiencia junto con el procesamiento emocional y el cognitivo. Tanto en la definición rigurosa de un modelo técnico actualizado como en los espacios de trabajo personal, los profesionales de la psicoterapia deben incorporar metodologías de trabajo corporal.
Un posicionamiento correcto. Es fundamental volver al comienzo de este artículo y saber que, aunque todos seamos profesionales de la psicología, nuestro posicionamiento y funciones dentro del sistema de protección pueden ser muy diferentes. Delimitar las funciones del puesto es fundamental, como en cualquier otro trabajo.
Trabajo personal. El trabajo como psicoterapeuta en cualquier contexto conlleva un coste emocional muy alto que ha de ser atendido7. Como profesionales debemos buscar espacios de supervisión técnica que garanticen la calidad de nuestro trabajo, pero también espacios de crecimiento personal que nos permitan sostener el dolor y la impotencia que nos genera a menudo las historias de vida de las personas con las que trabajamos y más aún si estas personas son niños, niñas y adolescentes del sistema de protección. Espacios en los que podamos integrar nuestra historia de vida personal de forma que podamos colocarnos adecuadamente dentro del proceso terapéutico y nos proporcionen la flexibilidad suficiente para poder ajustarnos a las necesidades de las personas con las que trabajamos que son, cada vez y en cada caso, únicas y diferentes.

Referencias
1Llauradó Miravall, M. (2024). Artículo 18 (abril 2024): ¿De qué hablamos cuando hablamos de “el interés superior del niño”? Más allá de las palabras. https://renovandodentro.wordpress.com/2024/04/12/articulo-18-de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-el-interes-superior-del-nino-mas-alla-de-las-palabras-por-marta-llaurado-miravall/

2Ferrandis Torres, A. (2021). Artículo 3 (noviembre 2021): Cuidar la toma de decisiones. ¿Mantener en el hogar o separar para proteger? https://renovandodentro.wordpress.com/2021/11/22/articulo-3-cuidar-la-toma-de-decisiones-mantener-en-el-hogar-o-separar-para-proteger-por-antonio-ferrandis-torres/

3Romeu Soriano, F. J. (2022). Artículo 7 (mayo 2022): De la infantoflexia a la participación infantil. Microhistorias sobre proteccionismo ilustrado. https://renovandodentro.wordpress.com/2022/05/23/articulo-7-de-la-infantoflexia-a-la-participacion-infantil-microhistorias-sobre-proteccionismo-ilustrado-por-f-javier-romeu-soriano/

4Horno Goicoechea, P. (2021). Artículo 2 (octubre 2021): Definiendo la consciencia. https://renovandodentro.wordpress.com/2021/10/18/articulo-2-definiendo-la-consciencia-por-pepa-horno/

5Horno, P. (2018). La afectividad consciente como competencia profesional en Aldeas Infantiles SOS América Latina y el Caribe. San José de Costa Rica: Aldeas Infantiles SOS. http://www.espiralesci.es/guia-la-afectividad-consciente-como-competencia-organizacional-en-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe-de-pepa-horno/

6Romeo Biedma, F. J. (2023). Artículo 14 (marzo 2023): Las heridas que pasamos por alto. Doce claves sobre el trauma. https://renovandodentro.wordpress.com/2023/03/22/articulo-14-las-heridas-que-pasamos-por-alto-doce-claves-sobre-el-trauma-por-f-javier-romeo-biedma/

7Horno Goicoechea, P. (2023). Artículo 15 (junio 2023): El coste emocional de trabajar en el sistema de protección. https://renovandodentro.wordpress.com/2023/06/01/articulo-15-el-coste-emocional-de-trabajar-en-el-sistema-de-proteccion-por-pepa-horno-goicoechea/

Estrategia Estatal para un nuevo modelo de cuidados en la comunidad: Proceso de Desinstitucionalización

que propone medidas para transformar los sistemas de apoyo y cuidado a las personas 
que viven situaciones de dependencia, vulnerabilidad o exclusión.

La Estrategia tiene una duración desde el 2024 hasta el 2030



¿A quién va a beneficiar?
Esta Estrategia entiende que 
la cultura asistencial afecta a grupos de población diversos
que comparten la característica de necesitar apoyos.

Estos grupos de población son:
        Personas mayores.
        Personas con discapacidad.
        Niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo o de desamparo y personas jóvenes extuteladas.
        Personas en situación de sinhogarismo.
        Otros grupos de población institucionalizados. 

Un nuevo modelo de cuidados y apoyos en la comunidad
Implica superar la arraigada cultura asistencialista y avanzar hacia modelos de cuidados y apoyos centrados en el respeto y en la garantía de los derechos y dignidad de las personas.
Tiene dos pilares:
    El enfoque centrado en las personas, donde los cuidados y apoyos se centren en la voluntad y preferencias de las personas.
    El enfoque comunitario, donde las personas puedan elegir dónde, cómo y con quién vivir, en igualdad de condiciones con las demás personas, sin verse obligadas a vivir con arreglo a un sistema de vida específico

¿Qué se persigue?
La Estrategia servirá para transformar el modelo de apoyos y cuidados
poniendo en el centro los derechos y el proyecto de vida de cada persona.
De modo participativo se definirá un marco común de trabajo para:
Cambiar la cultura de atención a las personas que necesitan apoyos
Para lograr un enfoque personalizado, comunitario y garante de derechos. Por ejemplo: que los y las jóvenes que han estado en el sistema de protección tengan apoyos y acompañamiento para poder desarrollar un proyecto de vida elegido.
Contribuir a mejorar y transformar la tipología de centros y servicios existentes potenciando también los servicios y apoyos en la comunidad y de base familiar.
Por ejemplo, a través de la asistencia personal o con recursos de vivienda con apoyos en la comunidad.
eventos publicos
Mejorar las políticas de apoyos y cuidados, basadas en la atención personalizada, continuada, integral y coordinada.
Por ejemplo: que las personas tengan el apoyo de un gestor de casos que coordine a los profesionales de atención sanitaria y de servicios sociales.
Promover entornos comunitarios más inclusivos,
accesibles y acogedores con la diversidad.
Por ejemplo: haciendo que los entornos donde las personas viven, tanto las viviendas como los barrios o los medios de transporte, sean accesibles.

¿Quién ha participado en la elaboración de la Estrategia?
Espacios de participación
El diseño de la Estrategia se ha realizado de forma participativa.
Hemos querido que se escuche la voz de personas con experiencia directa:
• Profesionales de las entidades que dan apoyos y cuidados
• Personas de la Administración pública
• Gente de universidades
• Ciudadanía en general
• Y en especial personas expertas por experiencia, que tienen vivencias personales propias o a través de sus familias relacionadas con la institucionalización
icono espacios de participacion

El Consejo Asesor es un órgano consultivo que enriquece y fortalece el desarrollo de la Estrategia
con su conocimiento y capacidad de movilización de actores.
Este órgano cuenta con una composición diversa de actores, necesaria para el abordaje de la complejidad de la temática, legitimando de este modo los resultados y favoreciendo la apropiación de la Estrategia por los agentes relevantes.
El Consejo Asesor ha participado en todo el proceso de elaboración de la Estrategia aportando desde sus áreas de experiencia visiones complementarias al enfoque general de la Estrategia.





«‘No me pesa, es mi hermano’: los hermanos en el sistema de protección», Renovando desde dentro, nº 17.

 «‘No me pesa, es mi hermano’:
los hermanos en el sistema de protección», 

 Artículo 17: febrero 2024
Introducción
El cuento de Hansel y Gretel1, que tan sugerente resultaba para Bruno Bettelheim, ha sido recientemente versionado por Elvira Lindo, siempre tan sensible y acertada para los temas relacionados con la infancia2. En esta adaptación radiofónica, la fraternidad y lealtad mutua de los hermanos resulta ser su única protección frente a una familia disfuncional, el abandono, y el posterior maltrato perverso en el lugar donde creyeron refugiarse.

Esta referencia nos sirve para introducir nuestra preocupación por el modo en que el sistema de protección puede debilitar o incluso extinguir los vínculos entre los hermanos y hermanas, pese a que teóricamente su finalidad es asegurar el derecho a vivir en un entorno familiar afectuoso y seguro y preservar la familia.

Deberíamos ser más conscientes de que puede haber mecanismos y modos de actuación, frecuentemente inadvertidos o implícitos, que
.- facilitan la pérdida de la propia identidad y conciencia de su origen, en vez de ayudar a construirla a partir de su historia;
.- debilitan los vínculos fraternos de los niños, niñas y adolescentes protegidos, en vez de preservarlos como un elemento primario de protección.

Identidad, historia y vínculos
Poder responder la pregunta “¿Quién soy?” implica haber ido construyendo un sentido de singularidad y de permanencia gracias a las creencias, emociones y pensamientos sobre la persona que somos y los atributos que nos diferencian de los demás.

“Quién soy, de dónde vengo, cuáles son mis raíces…” son experiencias universales que forman parte de la construcción de la identidad personal. Junto a la experiencia de ser aceptado, valorado y reconocido como parte de un grupo, la identidad se construye también sobre aspectos en los que reconozco cómo son los míos, cómo nos relacionamos, cómo nos vestimos, cómo celebramos, a qué damos prioridad, cómo expresamos los afectos…

Quienes se sienten parte de un sistema familiar comparten en diversa medida un conjunto de normas, pensamientos, conductas, modos de relacionarse y de comportarse, y también experimentan lealtad hacia ese universo y sus componentes. Las relaciones entre los hermanos a veces se resquebrajan cuando alguno siente que el otro traiciona los valores de esa lealtad y fidelidad que integran nuestra idiosincrasia familiar. A veces actuamos por no decepcionar o por agradar a algún familiar significativo. Mantener esa lealtad nos permite sentirnos parte de los nuestros y desempeñar el rol que se nos ha asignado. Lo cual tiene aspectos positivos, pero también puede acabar siendo limitante y restrictivo, si impide al individuo diferenciarse, es decir, tomar sus propias decisiones, determinar su orientación, incluso su renuncia a pautas culturales o modos de comportamiento que no desea. Afortunadamente, al crecer podemos descubrir que hay modos distintos y que algunas de nuestras tradiciones pueden ser francamente criticables y merecedoras de abandonarse… pero incluso las diferencias, disensiones o rechazos se edifican sobre los elementos de esta primera socialización.

Este proceso de construcción de la identidad personal y familiar se desdibuja cuando el niño, con objeto de salvaguardar sus derechos, es separado de su familia, se debilitan sus referencias, y no se le ofrece un marco consistente en el que continuar construyendo su noción de sí mismo. Hay que tener presente que la familia es un sistema, con su red de relaciones, normas, roles y jerarquías, en cuyo seno el individuo evoluciona, se desarrolla y adapta.

¿Necesitamos a los hermanos3?
Pese a todas sus posibles insuficiencias, la familia de origen constituye el primer grupo social de pertenencia. Desde muy temprano el niño construye la noción de formar parte de un sistema y conforma su primer grupo social de referencia sobre el que desarrolla su propio marco de valores, normas y creencias. Obviamente, la edad va modificando la fuerza de estas referencias, a veces hasta hacerlas desaparecer, pero constituyen el punto de partida de la propia identidad.

Lo habitual es que la convivencia con los hermanos se desarrolle dentro del hogar familiar. Fuera de la casa, los hermanos acuden a clases diferentes, a veces colegios diferentes, probablemente a actividades de ocio diversas; y a partir de la adolescencia se integran en grupos diferentes de socialización secundaria. La convivencia diaria se convierte en la principal experiencia donde se construyen los vínculos entre los hermanos; y si no es así, los vínculos se mantienen porque al menos se comparten momentos significativos juntos. Por importante que sea la genética, lo que nos hace sentirnos vinculados a los hermanos no es asumir que compartimos ADN sino haber crecido juntos, haber establecido relaciones que satisfacen nuestras necesidades.

Es cierto que a los hermanos no se los elige, sino que nos vienen dados por las circunstancias. Nuestra relación con ellos puede ser tan significativa para comprender quienes somos como la relación con los padres. En condiciones normales suele ser la primera relación entre iguales que se experimenta y sirve de aprendizaje para otras relaciones sociales. Con todos sus vaivenes puede ser fuente de seguridad mutua y de afecto. Tiene su parte de afectividad y compañerismo y también su parte de rivalidad, molestias y roces. Implica, casi por definición, emociones contradictorias. Aunque nada irrite más a los padres que las inevitables y frecuentes peleas y rivalidades entre hermanos, entre los beneficios de convivir con unos hermanos pueden estar el aprendizaje de la negociación, de la cesión y del acuerdo. De hecho, corre el tópico de que los hijos únicos sufren un déficit de socialización al carecer de esa experiencia de competir/compartir con hermanos la atención de las figuras de cuidado, los juguetes, los espacios, los tiempos…

Tener hermanos también puede ayudarnos a comprender las limitaciones de los padres, a interpretar sus conductas, u ofrecernos apoyo cuando uno de los dos o ambos son negligentes o agresivos… Las explicaciones que los hermanos comparten o se dan unos a otros les permiten situarse ante los padres, otros hermanos, abuelos, etc.; y también elaborar un relato sobre su propia vida y la historia del sistema familiar.

Quien ha experimentado una intensa complicidad con un hermano puede haber disfrutado de la primera amistad incondicional que le ofrece la vida. Lo cual no siempre ocurre, pero cuando es así, tiene un valor incalculable.

Valorar sin mitificar
No se pretende hacer un canto a la fratría como favorable por definición y universalmente benigna, del mismo modo que no lo hacemos de la familia nuclear: si fuera así, no habría que proteger a ningún niños, niña o adolescente ni tutelarlo.

Es en la infancia cuando es bueno tener hermanos cercanos, cuando necesitamos el roce con ellos. Después, a lo largo de la vida, habrá que elegir, moderar o filtrar las relaciones con nuestros hermanos, como hacemos con otras relaciones familiares o personales. Quienes trabajamos con familias adultas sabemos que, con la edad, muchas relaciones entre hermanos se han enfriado o resultan inexistentes, o deliberadamente fueron abandonadas.

Conocemos relaciones entre hermanos que han podido ser tóxicas o abusivas. Hay casos donde alguno de los hermanos se identifica o se alinea con el progenitor maltratador frente a sus hermanos y se convierte en una nueva figura de maltrato. Otros casos de maltrato son provocados –o coparticipados– por unos hermanos contra otros hermanos menores o más vulnerables, sin que los progenitores hayan sido conscientes o protectores. Pensemos en los casos en que alguno de los hermanos, sea por agresividad, envidia o resentimiento, puede llegar a ser perjudicial para el desarrollo de la personalidad de otros. O en sentido contrario, las situaciones en que uno de ellos es señalado como una especie de delator porque motivó la intervención protectora y los demás le culpan, marginan o incluso agreden.

Por mucho que la rutina o la experiencia nos hagan encontrar parecidos entre personas y situaciones, no hay dos sistemas familiares idénticos y cada uno de los niños, niñas y adolescentes son únicos e irrepetibles. La familia disfuncional, ya sea negligente o maltratadora, puede presentar mayor conflictividad entre hermanos, con sintomatología tanto internalizante como externalizante. Pero en otras ocasiones ocurre lo contrario: se produce un fenómeno de amortiguación, de apoyo entre los hermanos frente a sus progenitores deficitarios, donde los hermanos mayores protegen y ayudan a los hermanos menores, explican las dificultades, ayudan a clarificar la situación. La familia disfuncional puede suponer mayores conflictos, rivalidad y enfrentamiento, y mayores perjuicios cuanto más tiempo se prolongue la situación; pero también puede darse una compensación de protección entre hermanos que favorezca su resiliencia, y que esta relación tenga cierta función terapéutica frente al trauma.

Servicios familiares que deshacen familias

Cuando los niños, niñas o adolescentes entran en el sistema de protección se dispara el riesgo de que pierdan de vista a sus hermanos porque las instituciones no se esfuerzan para mantener la convivencia entre ellos y su relación. En una residencia puede ocurrir porque resulta más manejable agrupar a los niños, niñas y adolescentes por edades, como ocurre en la escuela. Entre familias acogedoras, porque parece dejarse a criterio subjetivo de las familias velar por la relación, sin un criterio y plan de trabajo técnico.

También oímos que a veces se proponen ubicaciones y actividades diferentes, o incluso separaciones permanentes “porque los hermanos se llevan fatal”. Que unos hermanos “se lleven fatal” no es motivo para separarlos. Recuerdo el caso de dos hermanos preadolescentes cuyos educadores de la residencia recomendaron separar en dos familias acogedoras diferentes, dada la conflictiva convivencia entre ellos. El día en que el primero de ellos conoció a la familia que le iba a acoger y salió a merendar con ella, en vez de comerse el helado del menú infantil lo guardó para su hermano “porque a él le encanta este helado”. Los acogedores, que creían que los hermanos “no se soportan uno a otro” y por ello iban a ser separados, no daban crédito ante este gesto de delicadeza. Así es muchas veces la relación cotidiana entre unos hermanos, y hay que esforzarse por interpretarla correctamente.

“Son tan distintos”… ¡Por suerte! La diferenciación es parte de la función fraterna. En las decisiones de la vida cotidiana no se trata de forzar actividades de ocio idénticas, por ejemplo, para un futbolero compulsivo y un sedentario ajedrecista, sino de encontrar el espacio y el tiempo para que convivan… aunque sea para pelearse, para compartir su impresión sobre cómo estaba mamá en el último encuentro, o sus miedos respecto al futuro…

Nuestra población, de por sí, está amenazada de carecer de los vínculos y redes de apoyo que disfrutan el resto de las personas cuya familia no se ha resquebrajado. De hecho, la intervención protectora se produce porque hay una familia disfuncional, porque la familia extensa no es capaz de compensar o proteger, porque el ejercicio de las responsabilidades parentales es negligente o perjudicial. La relación entre hermanos se convierte en el elemento decisivo para mantener vínculos primarios y elementos de identidad. Y sin embargo, un posible efecto iatrogénico4 de la protección es la debilitación, ya sea en la residencia o en la familia acogedora, de la intensidad de las relaciones entre hermanos.

Encontramos ejemplos de todos los escenarios posibles: hermanos que siguen en casa mientras otros están en residencia o familia acogedora, hermanos separados en familias distintas, hermanos en la residencia mientras otros salen con una nueva familia, hermanos adoptados mientras otros están acogidos y otros están en una residencia… Seamos conscientes de que la coordinación no brotará espontáneamente: los técnicos tienen que esforzarse para que los hermanos que no conviven no se sientan separados, para que la intervención comparta un planteamiento común para el sistema familiar, para que los proyectos individuales (que pueden ser distintos) se armonicen y revisen conjuntamente. O se trabaja coordinadamente en estos supuestos o la intervención protectora romperá los vínculos entre hermanos.

La preservación de la relación entre hermanos es en nuestra legislación un criterio orientativo de la actuación administrativa. Es un criterio vinculado al derecho del niño a sus relaciones familiares, y por tanto deben ponerse todos los esfuerzos por evitar la separación en entornos distintos y, cuando se esté planteando la posibilidad, justificar que tal separación resulta idónea. La “carga de la prueba” recaerá sobre la conveniencia de ser separado.

Inevitablemente se producirán separaciones entre hermanos dada la gran complejidad de situaciones familiares que encontramos, y no sería realista defender a todo trance el mantenimiento absoluto de la convivencia. La propia legislación adopta un enfoque posibilista respecto a ello y permite los acogimientos en familias distintas o las adopciones abiertas manteniendo la relación entre hermanos, pero estas decisiones deberían ser excepcionales y siempre debidamente justificadas:
.- sólo deberían considerarse separaciones deseables aquellos casos en que el niño, niña o adolescente vulnerable deba ser protegido de sus propios hermanos o de un conjunto familiar encubridor de abuso o maltrato, para evitar que este se reitere o mantenga;
.- las separaciones aceptables podrían ser aquellas en las que se fracasa en la búsqueda suficiente (en tiempo y en esfuerzo) de una alternativa común, en cuyo caso es obligado un plan de reducción de daños que clarifique el modo en que se mantendrá viva la relación entre hermanos;
.- las separaciones de hermanos inaceptables serían aquellas que se plantean por rigidez en los recursos disponibles, por razones de las instituciones o los equipos pero ajenas a los niños, niñas y adolescentes, o por motivos de descoordinación o dejadez.

Acompañar realidades fraternales complejas
En la familia disfuncional pueden verse multiplicados la desatención o el maltrato, sea físico o emocional. Pero al igual que un hermano puede ser protector ante un supuesto de bullying escolar, también puede darse esta protección en el entorno familiar. Como en la mencionada revisión del cuento de Hansel y Gretel, el apego entre hermanos puede cubrir las necesidades afectivas y de cuidado cuando los padres fallan. Pese a las experiencias tan duras que hayan podido vivir, unos hermanos que comparten un pasado común, que se ayudan a recodar su infancia, que elaboran conjuntamente una narrativa sobre lo que les ha ocurrido, pueden ser de ayuda para desarrollar resiliencia y para no verse únicamente como victimas sino como sujetos activos. Cada caso tiene sus particularidades según las edades de los protagonistas, según el lugar que ocupan en la fratría, según la intensidad de convivencia previa que han compartido. No sería lo mismo cuando ni siquiera saben de su existencia.

Como ocurre a muchos primogénitos, sobre uno de los hermanos puede recaer mayor responsabilidad o una expectativa de cuidar de los otros5. Es posible que, como mayor, sea el que más tiempo haya convivido con los progenitores, y se identifique más con ellos. No hay por qué negar ese plus de primogenitura… sabiendo que es un niño, niña o adolescente y que no puede ni asumir más responsabilidad que la que le corresponde, ni lastrar su futuro por una responsabilidad excesiva (por ejemplo, los adolescentes que abandonan tempranamente los estudios por un trabajo precario con tal de ingresar dinero para ayudar a sus hermanos).

En otros casos en que los niños, niñas y adolescentes son víctimas de violencia de género en el seno de su familia, uno de los hermanos puede identificarse más con la víctima mientras que otro se identifica más con el agresor, lo que debe ser conocido y debidamente interpretado.

Hay hermanos mayores que viven como una traición la mayor identificación de los pequeños con figuras sustitutas posteriores (educadores y acogedores) y hay que ayudarles a que se liberen de ese rol de vigilantes de las esencias de la identidad familiar.

Los celos y rivalidades entre hermanos (“el listo”, “el torpe”, “el guapo”…) hacen mella en la propia identidad. ¡Cuántos adultos siguen acomplejados por haberse sentido el patito feo de su familia! Pero la solución no es perder de vista a los hermanos sino descubrir los valores propios. Algunas familias disfuncionales provocan entre los hermanos relaciones también disfuncionales. El preferido, el hijo de ambos frente al hijo previo, el que “más se parece a mí”… Algunos niños, niñas y adolescentes valorados por determinados atributos pueden hacer de ese rasgo el núcleo de su identidad. O encasillan al “rarito”, al “vulnerable”, al discapacitado en su papel. La conciencia del afecto diferencial de los progenitores merma considerablemente la autoestima.

Como repetimos en este blog, todo esfuerzo por escuchar y comprender los sentimientos de los niños, niñas y adolescentes será poco. Quienes acompañan grupos de hermanos deben saber manejar la hostilidad aprendida, heredada o mimética que manifiestan. A veces, debido al sufrimiento de verse rechazado por los padres, se desplaza a un hermano la hostilidad y se le convierte en chivo expiatorio. Ocurre también cuando uno de los hermanos es quien ha denunciado el maltrato, o indirectamente ha posibilitado el descubrimiento de la situación de desprotección, de modo que se convierte en el “niño síntoma” al que se separa de la familia mientras los demás miran para otro lado o incluso le recriminan haberse ido de la lengua o no haber contribuido a ocultarlo. En estos casos sin duda será necesaria una intervención profesional específica para que los hermanos interpreten adecuadamente su historia de desprotección y no responsabilicen precisamente a la víctima.

Querríamos que entre los hermanos se crease siempre una relación de complicidad y atención mutua, un sentimiento de deberse cuidado entre ellos. En las familias quebradas puede ser más difícil comprender y resituarse, pueden acentuarse las diferencias, puede encontrarse mayor dificultad para aceptar diferentes necesidades, o multiplicarse los reproches, celos y rivalidades por una menguada atención paterna o materna. Saber escuchar y acompañar esas emociones es también parte de nuestro trabajo.

Algunas llamadas de atención sobre los hermanos en protección

1.- Mantener el esfuerzo por no sacar a los niños de su casa
No nos cansaremos de recordar el principio de necesidad en el sistema de protección infantil, es decir, que la decisión de sacar al niño de su entorno es una medida extraordinaria que sólo debe tomarse cuando no sea posible garantizar su bienestar por ningún otro medio. Desgraciadamente, el desmantelamiento silencioso de los servicios de prevención y atención primaria en favor de otras prioridades políticas amenaza con devolvernos décadas atrás, cuando la única medida de protección era la separación y el internamiento. Antes de cualquier otra consideración, hay que asegurarse de que no estamos separando a niños, niñas y adolescentes de sus progenitores y familias… o a grupos de hermanos entre sí cuando hay otras maneras de modificar las circunstancias y evitar los riesgos, manteniendo la convivencia con los suyos.

2.- Facilitar la convivencia entre hermanos
Aunque implique esfuerzo, hay que facilitar a los niños, niñas y adolescentes acogidos fuera de su familia la convivencia con sus hermanos, aunque se produzca cierto nivel de conflicto entre ellos. Independientemente de la tendencia a integrarse en el grupo de sus iguales en edad, los niños, niñas y adolescentes deben tener tiempo y espacio con sus hermanos, en el que unos oigan a los otros hablar de sus padres y de su historia, resignifiquen sus experiencias, compartan expectativas e impresiones, etc. No se trata de sobre-responsabilizar a los mayores, pero sí de permitir que sus roles naturales en el sistema familiar se ejerzan y desarrollen, y se teja esa red vincular que puede acabar siendo su principal red de apoyo cuando la protección externa finalice. Debemos encontrar sitio para ellos en la misma institución o en la misma familia, y facilitar con creatividad tiempos y espacios comunes. Y si no se consiguiera un espacio común para toda la fratría, la alternativa debe incluir un plan de “reducción de daños” a través de oportunidades flexibles para encontrarse, disponer de tiempos juntos, y visitarse en sus respectivos lugares de convivencia.

3.- Los adultos de referencia deben conocer la realidad de los hermanos
Quienes conviven con los niños, niñas y adolescentes (sean educadores profesionales o acogedores familiares) se convierten durante un tiempo en depositarios de su historia y les acompañan en la construcción de esa comprensión de sí mismos que llamamos identidad. Por tanto, con toda la reserva y prudencia que implica el respecto a la intimidad y confidencialidad en materia tan delicada, deben conocer bien su historia, los motivos del acogimiento, y la dinámica familiar de la que provienen. Y si sus hermanos no están presentes, saber de ellos y poder responder a sus preguntas. Los adultos que dan continuidad a sus días tienen que ayudar a los niños, niñas y adolescentes a entender los motivos de su situación con explicaciones claras. Asegurarse de que no haya reparto de culpas entre hermanos. Facilitar una interpretación compartida de su situación. Por qué estamos aquí, por qué no podemos vivir con los nuestros, y qué es probable que nos depare el futuro. Tendrán que
.- ser capaces de responder de modo comprensible para su edad y que los niños, niñas y adolescentes sientan que pueden preguntar;
.- reconocer que no sabemos todas las respuestas y aceptar incertidumbres;
posibilitar tiempos de convivencia de calidad los hermanos (hay algunos encuentros que parecen diseñados para hacer de la relación familiar una tortura);
.- poder hablar de los celos y las rivalidades y ayudar a los niños, niñas y adolescentes a reconocer emociones y expresarlas;
.- no sobrecargar a los mayores de responsabilidades que hagan sentir a sus hermanos como una carga familiar;
.- asegurarse la coordinación con los educadores, técnicos o terapeutas u otros agentes que intervienen con los hermanos: aunque el hermano no sea “responsabilidad mía” o “mi caso” sí es “mi problema” no facilitar la pérdida de sus vínculos.

4.- Necesitamos familias que acojan hermanos
El lento despegue del acogimiento familiar en España parece lastrado por el escaso número de familias que inicialmente se postulan para acoger niños mayores, grupos de hermanos, o niños, niñas y adolescentes con especiales necesidades. Hemos llegado a asumir con naturalidad que las familias cruzan el mundo para adoptar unos hermanos completamente desconocidos, pero no consideran que su proyecto familiar contemple acoger unos hermanos de similar edad en su misma localidad.

Necesitamos otras estrategias de reclutamiento, selección y capacitación de familias. Hay que salir a buscarlas, y que quienes están considerando hacer ofrecimientos abiertos a grupos o especiales necesidades sientan que son bienvenidos, no que se les recibe con sospecha o exceso artificial de exigencias burocráticas.

Nuestros procedimientos pueden estar contaminados de la perversa filosofía implícita de que existe un “derecho al niño” y manejamos los ofrecimientos como si fueran solicitudes administrativas para presentarse a unas oposiciones. Hay equipos que tardan meses o años en poder convocar a una familia cuyo ofrecimiento es valioso porque se considera que hay que seguir un orden de lista y trabajar con decenas de familias cuya expectativa es la de “un niño lo más pequeño posible y sin familia” y cuyo ofrecimiento probablemente nunca será necesario.

La idoneidad para acoger o para adoptar no es una cuestión solo de “sí o no”, sino esencialmente “para qué”, y por tanto hay que avanzar en la definición de ofrecimientos y competencias diversas, para las diversas situaciones familiares.

5. Las familias necesitan formación y acompañamiento
Más importante que la mera selección inicial es el acompañamiento posterior de la familia que se ha embarcado en un desafío como el acogimiento o la adopción de hermanos. Supervisión adecuada, posibilidad de formación permanente, conciencia de participación… Las familias aceptan mejor la incertidumbre si tienen confianza en los técnicos.

En la formación inicial y permanente de las familias hay que incorporar seriamente el respeto a los orígenes y la importancia de las relaciones entre los hermanos. Preparar a los futuros acogedores para la coparentalidad y el respeto a la realidad de los niños, niñas y adolescentes. Parte de sus competencias será favorecer el encuentro y la relación con personas significativas, sean sus hermanos u otros allegados.

También tenemos presentes los casos en que las adopciones o acogimientos experimentan dificultades, crisis o incluso interrupciones debido al conflicto entre el recién llegado con los hijos anteriores. Las relaciones con los hermanos de acogida pueden ser un desafío que requiera especial sensibilidad de parte de técnicos y adultos acogedores.

En los casos en que sea inevitable colocar a los niños, niñas y adolescentes en familias distintas, será necesario incorporar al proceso de identificación de familias una mínima afinidad entre ellas que facilite el contacto futuro, asegurando en lo posible su compatibilidad. Colocar a hermanos en dos familias incompatibles entre sí por sus tradiciones, creencias, valores o prioridades es una crónica de una muerte anunciada para el vínculo fraterno. Las familias deben ser informadas previamente, con claridad y constancia por escrito, de los contactos y relaciones que se van a mantener, como prevé la ley. La improvisación, los cambios de criterio o la falta de información suficiente al inicio pueden comprometer el buen funcionamiento de la acogida.

6.- ¿Quién dijo que sería barato?
Como señalan los estudiosos de la crisis de natalidad en España6, las familias no tienen los hijos que querrían, entre otras razones, por dificultades económicas y dificultades de conciliación. Idénticos obstáculos impedirán plantearse acoger un grupo de hermanos, mientras los programas de protección siguen estrellándose contra el muro de no encontrar familias. A lo mejor hay que empezar a compensar económicamente de modo adecuado este esfuerzo.

Parte de la simpatía política que despertó inicialmente el acogimiento familiar se basaba en su supuesto menor coste. Sin embargo, siguen sin ponerse a disposición del sistema de protección los recursos financieros y humanos necesarios para políticas estables a medio plazo, dependiendo siempre de presupuestos provisionales. Hay que invertir suficientemente para permitir a familias modestas la acogida de grupos de hermanos y para acompañar la relación entre hermanos durante el acogimiento.

7.-Revisar la toma de decisiones
Algunas decisiones que se toman sobre los niños, niñas y adolescentes (“Sacar de la familia ¿a todos o a algunos? ¿juntos o separados? ¿familias de acogida diferentes? ¿adoptar por separado?…”) son muy complejas y sus consecuencias probablemente irreversibles. Hay que esforzarse por conocer, tanto preguntando como observando, los sentimientos y necesidades de los niños, niñas y adolescentes en sus relaciones con los hermanos y tenerlos en cuenta.

Fundamentar bien la toma de decisiones desde un enfoque de derechos que considere qué es lo más beneficioso para el niño, niña o adolescente (su superior interés como derecho, como principio, como norma de procedimiento) es fundamental. Como hemos dicho, la solución habitual debería ser mantener juntos los hermanos, y en caso contrario planificar el modo de mantener viva la relación. Solo en casos excepcionales será necesario alejarlos por el perjuicio que suponga su convivencia.

Y para los adolescentes que crecen en el sistema de protección, es responsabilidad de la institución la búsqueda creativa de alternativas convivenciales futuras según se van emancipando de la tutela pública.

8.- Hermanos no biológicos
Por último, dejaremos esbozada una cuestión. Las biografías de los niños, niñas y adolescentes que pasan por el sistema de protección se tejen y entretejen con las de otros niños, niñas y adolescentes. Muchas de las experiencias de convivencia, apoyo, rivalidad, imitación, complicidad… que los demás hermanos experimentan en el seno de la familia de origen, en nuestro caso se producen en el grupo de la residencia o con los hermanos de acogida. Tenemos hermanos “de vínculo sencillo” (solo comparten padre o madre), familias reconstituidas donde crecen como hermanos sin serlo genéticamente, niños, niñas y adolescentes que han crecido como si lo fueran en residencias o familias… Esas relaciones son también dignas de respecto y de consideración. Hay que evitar que las historias de la infancia de los niños, niñas y adolescentes protegidos parezcan una lista de “desaparecidos en combate”. Acabemos con esa hipótesis del “corte limpio” que dificulta la relación del niño, niña o adolescente con los miembros de la residencia o la familia en la que estuvo, y acaba abruptamente con vínculos significativos para ellos.

Allá va la despedida

La maravillosa canción «He Ain’t Heavy, He’s My Brother» (“No me pesa, es mi hermano”) fue grabada por The Hollies en 1969, con un veinteañero y desconocido pianista de estudio llamado Elton John. Entre las innumerables versiones posteriores, son excelentes las de Neil Diamond, Al Green o Cher.

No todo el mundo conoce la relación de esta canción con nuestro trabajo. Esta frase era el lema y logotipo de la histórica “Ciudad de los Muchachos” fundada en 1917 por el famoso Padre Flanagan, pionero de la protección infantil, al que en Europa conocemos gracias a las películas de Spencer Tracy (“Forja de hombres”, 1938 y “La Ciudad de los Muchachos”, 1941). La leyenda dice que fue una niña que cargaba a su hermano la que contestó a los adultos que pretendían sustituirla: 
“No me pesa, es mi hermano”.

La letra de la canción dice más o menos así:

El camino es largo / Y da muchas vueltas / Que nos llevan quién sabe dónde/ Pero yo soy fuerte/ Suficientemente fuerte para cargar con él / No me pesa, es mi hermano / Y así vamos / Yo me encargo de su bienestar / No supone una carga / Llegaremos / Porque sé / Que no me estorba/ No me pesa, es mi hermano/ Si algo me pesa/ Me pesa la tristeza/ De que no todos los corazones / Estén llenos de la alegría/ De quererse / Es largo, largo el camino/ Y sin retorno/ Y mientras vamos hacia allí/ ¿Por qué no compartir?/ 
Y la carga/
No me pesa nada/ 
No me pesa, es mi hermano / 
No me pesa, es mi hermano“ 
(Scott & Russell, 1968).

Pues eso.

1.- https://cadenaser.com/especial/cuento-de-navidad-hansel-gretel/
2.- Ya en su primera novela para adultos “El otro barrio” (Elvira Lindo, 1998) retrataba admirablemente a los adolescentes en conflicto y el sistema tutelar de menores.
3.- A lo largo del artículo utilizaremos el término “hermanos” para referirnos a los miembros de la fratría, sea cual sea su género. El término inglés “siblings” se refiere indistintamente a “sisters” y “brothers”, pero en castellano carecemos de una alternativa similar.
4.- En medicina se denomina iatrogenia a los daños no deseados causados como efecto secundario por una intervención que pretende mejorar la salud.
5.- Recordemos a la niña de la etnia uitoto que a sus 13 años mantuvo con vida a sus tres hermanos pequeños durante 40 días en la selva colombiana tras un accidente de avioneta en el que murieron los adultos, en el verano de 2023.
6.- https://documentos.fedea.net/pubs/eee/eee2021-04.pdf