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Se espera que el rápido cambio demográfico transforme la oferta de parientes en todo el mundo

Proyecciones del parentesco humano para todos los países.
 
Los cambios en el tamaño y la composición de las redes de parentesco son importantes porque los familiares brindan un importante apoyo informal mediante el intercambio de recursos y tiempo, incluso en entornos con sistemas de bienestar avanzados. 
Pero la oferta de parientes no es igual a la disponibilidad de parientes. Por ejemplo, proyectamos que los bisabuelos serán más comunes en el futuro, pero es posible que sean demasiado mayores y frágiles para brindar apoyo. En el futuro, las personas enfrentarán demandas cada vez mayores de cuidados informales por parte de familiares en todo el mundo, aunque con variaciones regionales significativas. Nuestros hallazgos respaldan los llamados a una mayor inversión en cuidado infantil y cuidado de personas mayores para aliviar la carga de las personas que envejecen con menos recursos familiares de los que depender.
Diego Alburez-Gutierrez,  Iván Williams and Hal Caswell
Ed. Cyrus Chu, Academia Sinica (Taiwan), Taipei, Taiwan.
https://doi.org/10.1073/pnas.2315722120


Resumen
Los demógrafos han intentado durante mucho tiempo proyectar cambios futuros en el tamaño y la composición de las poblaciones, pero han ignorado lo que estos procesos significarán para el tamaño, la composición y la distribución por edades de las redes familiares. Las estructuras de parentesco son importantes porque la solidaridad familiar –una fuente crucial de cuidado informal para millones de personas en todo el mundo– está condicionada a que los familiares estén vivos. Aquí presentamos proyecciones innovadoras de parientes biológicos para el período 1950 a 2100 y discutimos lo que implican para la disponibilidad de cuidado informal. 

En general, proyectamos que el número de parientes vivos de las personas disminuirá dramáticamente en todo el mundo. Mientras que una mujer de 65 años en 1950 podría esperar tener 41 parientes vivos, se proyecta que una mujer de 65 años en 2095 tendrá sólo 25 [18,8 a 34,7] parientes (intervalos de proyección inferior y superior del 80%). Esto representa una disminución global del 38% [15 a 54]. También se espera que cambie la composición de las redes familiares: el número de abuelos y bisabuelos vivos aumentará notablemente y el número de primos, sobrinos y nietos disminuirá. Las redes familiares envejecerán considerablemente, ya que proyectamos una brecha de edad cada vez mayor entre los individuos y sus parientes debido a una fertilidad más baja y tardía y una esperanza de vida más larga. En Italia, por ejemplo, se espera que la edad promedio de la abuela de una mujer de 35 años aumente de 77,9 años en 1950 a 87,7 años [87,1 a 88,5] en 2095. 

Los cambios proyectados en la oferta de parientes ejercerán presión sobre la ya existente sistemas institucionales de apoyo social al límite, a medida que más personas envejecen con redes familiares más pequeñas y mayores.

Las tasas demográficas proyectan largas sombras sobre las poblaciones y las estructuras familiares. Consideremos el caso de Focal, una niña nacida hoy. La probabilidad de que tenga uno o más abuelos vivos se ve afectada por las edades a las que su abuela y su madre dieron a luz y por las tasas de supervivencia experimentadas por sus abuelos. El número de primos que tiene Focal depende de la fertilidad y supervivencia de sus tías y tíos, quienes son los padres de esos primos. Estos tíos y tías son, a su vez, descendientes de la generación de los abuelos. El comportamiento demográfico futuro también influye. El número de nietos que pueden asistir al funeral de Focal, suponiendo que ella muera en la vejez, está condicionado por las tasas futuras de fertilidad (que afectan la reproducción de Focal y de sus hijos) y de supervivencia (que afectan la supervivencia de los hijos y nietos de Focal).

Se espera que las redes familiares desempeñen un papel esencial en el contexto del envejecimiento de la población mundial, lo que provocará mayores tasas de dependencia y una mayor presión sobre los sistemas de seguridad social. Esto se debe a que la solidaridad familiar (es decir, el intercambio de tiempo, recursos emocionales y financieros dentro y entre generaciones) está condicionada por la disponibilidad del parentesco. En pocas palabras, los familiares deben (como mínimo) estar vivos para poder brindar apoyo. A pesar del gran interés social en el tema, por ejemplo, ref. 2, sabemos sorprendentemente poco sobre las estructuras de parentesco contemporáneas en todo el mundo, y sabemos aún menos sobre cómo pueden desarrollarse en los años venideros.

Se espera que cuatro cambios demográficas principales den forma a las estructuras de parentesco futuras: descensos en la mortalidad en edades muy tempranas y en edades avanzadas y una fertilidad más baja y retrasada. Las reducciones de la mortalidad infantil y en la niñez conducen a una mayor disponibilidad de descendencia y, con el tiempo, a cohortes más grandes de hermanos y primos. Una vida más larga aumenta la prevalencia de familias multigeneracionales y la duración de los períodos durante los cuales se superponen las vidas de abuelos y nietos...

Tendencias significativas sobre la disponibilidad de parientes biológicos a nivel mundial. 
Primero, se espera una importante disminución en el número de familiares vivos debido a la baja de los nacimientos. Por ejemplo, una mujer de 65 años tendría en promedio 25 parientes en 2095, en contraste con los 41 que habría tenido en 1950. 
Segundo, se proyecta que las estructuras familiares serán cada vez más “verticales”, por lo que parientes de generaciones similares -como los primos- se volverán progresivamente más escasos. 
Tercero, habrá un envejecimiento significativo dentro de las redes de parentesco. Puede que uno alcance a conocer a sus bisabuelos, pero eso no implica que estos estén en condiciones de colaborar en el cuidado de los miembros más jóvenes de la familia; lo más probable es que se dé la situación inversa.

¿Qué nos dice esto? Que estamos en la cima de una transformación profunda en la composición de las redes familiares y que esta inversión demográfica plantea desafíos significativos: ¿Quién cuidará de nosotros cuando seamos mayores? ¿Cómo se sostendrán los sistemas de salud y seguridad social para absorber el impacto de este cambio? A propósito de la actual discusión previsional, por ejemplo, debemos considerar el hecho de que la disminución en la tasa de natalidad pone en riesgo la sostenibilidad del sistema. Tanto en un modelo de reparto con componente solidario, como en uno de capitalización individual, sin una base joven y amplia de trabajadores no habrá cómo financiar las pensiones de los adultos mayores.

Estamos ante un fenómeno complejo que excede lo estadístico, evidenciando desafíos sociales, económicos y culturales... 

Adiós al fenómeno de los abuelos en la puerta del cole...
El caso de los abuelos es un buen ejemplo. Cuando los abuelos se involucran con sus nietos, facilitan la participación de los padres en el mercado laboral. Este apoyo de los abuelos puede ser beneficioso para los padres, los nietos y los propios abuelos, aunque el cuidado de otros también puede afectar el bienestar de los abuelos . Un gran número de estudios han estudiado los efectos (principalmente positivos) de brindar y recibir apoyo informal también para otros tipos de familiares .
El tamaño y la estructura de las familias están cambiando drásticamente y lo harán aún más en los próximos años. “El número de parientes que tiene una persona disminuirá un 35% hacia finales de siglo; la probabilidad de que un bebé tenga hermanos o primos será muy baja y, en cambio, es fácil que tenga a sus cuatro abuelos y cinco o seis bisabuelos vivos, aunque eso no quiere decir que vayan a ayudar en su cuidado, porque la diferencia de edad entre generaciones va en aumento y la dependencia ligada al envejecimiento también”, explica Diego Alburez-Gutierrez, científico del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica, uno de los autores del estudio...

Fuentes
Adíos a los abuelos a la puerta del colegio, La Vanguardia

Los menores y mayores: las afueras de la ciudadanía. La misión de los nietos, vídeo.

Ha sido así como, junto a las carencias de un sistema público de salud que ha sufrido durante años el maltrato de políticas neoliberales, hemos ido comprobando cómo nuestro modo de vida, incluso más allá de las prioridades políticas e institucionales, había situado en un lugar muy secundario el bienestar, la voz y el peso social de las personas mayores.

 Un colectivo, cada vez más numeroso de acuerdo con la evolución demográfica, que no hemos sabido integrar no solo en las políticas públicas sino incluso en nuestro orden cotidiano de tiempos y necesidades. Salvo en la labor que muchos abuelos y muchas abuelas han realizado para permitir que mujeres y hombres, y muy singularmente las primeras, pudiéramos conciliar vida laboral y familiar, en el resto de los escenarios las personas mayores habían ido desapareciendo, como si desde el momento en que dejan de ser "productivos" ya no tuvieran nada que aportar a la sociedad, como si ya solo fueran un estorbo y solo merecieran algún titular en la batalla campal que los partidos han tenido a costa de sus pensiones. El estado que ahora ha empezado a hacer visible de muchas residencias, la soledad a la que tantos y tantas están condenados o la angustia que les ha tocado vivir en medio de una pandemia amplificada en su dramatismo por unos medios con frecuencia instalados en el morbo, deberían ser las urgentes señales de alerta sobre una parte de la ciudadanía, cada vez más numerosa, que debería ser parte del reconocimiento, la redistribución y la participación. Un mandato que, aunque sea con la limitada fuerza jurídica de los principios rectores de la política social y económica, está presente en nuestra Constitución cuando en su art. 50 mandata a los poderes públicos para que promuevan "su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio". Una lección que todos deberíamos aprender, de tal manera que empezáramos a proyectar nuestras vidas, es decir, nuestros espacios y nuestros tiempos, sin expulsar de ellas a quienes entendemos que nada pueden aportar a las máquinas que mueven el mundo.

En el otro extremo, y así lo estamos detectando en los debates que en estos últimos días se están abriendo sobre la necesidad de que puedan salir a la calle o en la enorme controversia que están generando las medidas relacionadas con el curso escolar, nos encontramos con los niños y con las niñas. Esos sujetos de derechos a los que el ordenamiento nunca sabe bien cómo tratar, y a los que con frecuencia olvidamos también en un mundo de adultos en el que la mayoría de edad parece ser una barrera mágica que nos permite configurar versiones distintas de la dignidad. 
Las personas menores de edad, que son objeto de una limitadísima atención en nuestra Constitución (art. 39.4), a pesar de los tratados internacionales y de la sucesivas leyes que en nuestro país hemos aprobado teniendo presente su interés superior, siguen siendo considerados ciudadanía de segunda, absolutamente invisibilizados entre unas políticas excesivamente paternalistas y otras que no tienen presente la compleja y diversidad realidad de quienes no hayan llegado a la mayoría de edad. Todo ello además en el contexto de unas sociedades en las que tenerlos se mueve entre el lujo que representan para una mayoría y la satisfacción de un supuesto deseo, el de ser padres y madres, que una vez satisfecho no siempre se traduce en un ejercicio corresponsable de educación y cuidados.

De alguna manera, pues, las personas menores y las mayores nos están poniendo delante del espejo el rostro más cruel no solo de unas políticas públicas y de unos gobiernos cegados por las leyes del mercado, sino también el de nosotros mismos. Tan centrados durante todo este tiempo en nuestro presente de acomodados demócratas que fácilmente olvidamos el niño que fuimos, de la misma manera que no quisimos pensar en el mayor que irremediablemente, y si tenemos la suerte de que ningún virus nos mate, llegaremos a ser. Sin habernos dado cuenta de que sin unos ni otros reducimos la democracia a un simulacro en el que la igualdad y la dignidad apenas si son cínicos argumentos en manos de los que un día, aunque nos pese, también llegaremos a viejos.

Paco Salinero.