Blog de Román Belmonte.
Corren tiempos difíciles
en los que las ideologías y los ismos se abren paso. Prejuicios,
demagogias e intereses flotan en el aire, por lo que ha llegado la hora de
hablar de un tema que, a pesar de estar estrechamente relacionado con
la política y la sociedad, nos atañe a todos, más todavía a los
que sugerimos lecturas y literatura. Es el momento de hablar de
censura.
Aunque se figura un tema
bastante escabroso en el que es difícil ser imparcial y ortodoxo,
aquí les traigo una serie de apuntes sobre ciertos aspectos
relacionados con esta, que bien pueden abrir nuevas ventanas desde
donde mirar la realidad o simplemente exponer desde mi punto de vista
puntos tratados por otros, quedando abiertos todos
ellos a sus comentarios y aportaciones.
Ha
sido uno de los libros más censurado alrededor del mundo por ser una
obra perturbadora que incita al desequilibrio mental y las tendencias
homicidas.
Todos somos censores
Antes de meterme en
harina con un tema que suscita interés y polémica, he querido abrir
esta caja de Pandora parafraseando las palabras de Perry Nodelman en
su artículo homónimo que les recomiendo a manos llenas y que pueden
leer aquí.
De
acuerdo con Nodelman, la censura en los libros para niños no
es llevada a cabo de manera exclusiva por agentes gubernamentales que
adornan su brazo con la cruz gamada o la hoz y el martillo, no.
Censores somos todos (o podemos serlos, dejemos la duda en el aire).
Sólo basta ser humano, tener una educación determinada, unas
preferencias o pertenecer a un grupo social concreto, y por tanto,
desechar otras ideas por el mero hecho de ser diferentes.
Por ello y a pesar de la
libertad que todos nos presuponemos, debemos interiorizar que
cualquiera, desde la bibliotecaria de su barrio, pasando por el
librero, el maestro de sus hijos, ustedes o yo mismo, somos censores.
Censuramos a nuestra madre para que no vaya cascando las miserias
familiares, censuramos a nuestros hijos a la hora de elegir libros
infantiles, censuramos al vecino cuando apunta alguna inconveniencia,
o al locutor de radio de turno por no poner entera la canción que
nos gusta.
Pero, ¿por qué
censuramos? Por el mero hecho de ser humanos y adscribirnos a unas
normas, estereotipos y razón social, nos pasamos el día con la
censura a cuestas sin darnos cuenta. Son las diferencias en cuanto a
ideas y estereotipos las que condicionan la censura. Lo que James
Moffett define como “agnosis”, el deseo de no saber, esa cualidad
del adulto que se hace más patente cuando de él depende el
hecho de seleccionar libros para los niños y que deben mostrar la realidad
que más le conviene. Si a ello añadimos que la literatura infantil
es un territorio frágil, indefenso ante el control de los adultos,
la cosa es mucho más llamativa y afianza más el concepto de que la
infancia es una etapa a rebosar de oprimidos, en este caso niños,
menospreciados por razones de edad (y otras muchas cosas).
Fue
censurado en los Emiratos Árabes por incitar a la brujería. En Tejas
(EE.UU.) y Toronto (Canadá) hubo quien fue a los tribunales para que se
eliminara de sus páginas la batalla contra los Muggles.
El individuo y la
sociedad. La censura individual y la censura colectiva
Aunque todos somos
censores según lo dicho, debemos hablar de la censura desde dos
perspectivas, las que se refieren a las dos realidades de nuestra
condición, la personal y la social. Generalmente el ser humano
tiende a comportarse de manera diferente cuando está solo y cuando
se encuentra acompañado. Las relaciones que el hombre establece con
sus iguales pueden modificar las ideas y conductas que este tenga
cuando se encuentra sólo, incluidas las preferencias sobre la
literatura infantil.
No me pregunten sobre las
bases antropológicas que llevan a esta situación pues las
desconozco. Lo único que he apuntado durante mis numerosas charlas y
encuentros sobre libros para niños es que las personas modifican sus
preferencias en torno a los libros dependiendo de las opiniones
vertidas por los demás, de los prejuicios que surjan en el momento y
los estereotipos de moda en el instante. Esa socialización de la ideas a la que
apelaba Foucault se hace más palpable cuando hablamos de censura.
Es por esto que me atrevo
a definir dos grupos de censura, aquella que realiza el individuo por
sí mismo, con sus preconcepiones y su experiencia, cuando se encuentra solo ante un libro, y
aquella que lleva a cabo el mismo individuo cuando se halla en un
grupo de personas.
En
1931 fue censurado en Hunan, China, porque en esta obra los animales
hablaban, algo inadmisible ya que ponía a los animales al mismo nivel
del hombre.
La censura
gubernamental e institucional: el poder traducido
Desde España solemos
mirar la censura hacia cierta dirección ya que todavía hacen mella
en nuestra sociedad los cuarenta años de dictadura franquista, algo
que también ha sucedido en países como Italia, Alemania o Chile en
los que las dictaduras de derechas han ejercido una opresión
ideológica más que palpable. Pero, ¿es la censura exclusiva de
los gobiernos conservadores? El NO debe ser rotundo pues existen
casos de territorios gobernados por regímenes comunistas en los que
la censura literaria es el pan de cada día, algo que se puede
constatar en lugares como China, Rusia, Corea del Norte, Cuba o
Venezuela.
Seguramente también
estén pensando que la censura es patrimonio de los totalitarismos,
pero un servidor sigue negándolo ya que existen democracias de
dilatada trayectoria como los Estados Unidos, Francia o Inglaterra en
las que también hay ejemplos de censura literaria. Más bien
podríamos aclarar que en los totalitarismos (unas veces despóticos,
otras no tanto) la visibilidad de estos instrumentos censores ha sido
mayor y ha alcanzado identidad como daño colateral a unas acciones mucho
más deleznables y como instrumento propagandístico que ha rodeado
la relación entre oprimidos y opresores.
Resumiendo, la censura
gubernamental o institucional es un medio de poder que se pone en
práctica en mayor o menor medida dependiendo del interés de quien
ostenta dicha hegemonía, proceda esta de siglas diferentes,
religiones varopintas o sindicatos de cualquier índole. Si desean definiciones más académicas les remito a este artículo de Raquel Merino Álvarez o a este otro de Roberto Martínez Mateo.
Este
libro fue censurado en Dakota del Norte (EE.UU.) por contener "imágenes
perturbadoras". Asimismo muchos sectores polemizaron porque incitaba a
los niños a la desobediencia y violencia. Incluso se llegó de decir que
alguno de sus poemas "glorifican a Satanás, el suicidio, el canibalismo o
la pura pereza"
Cada época, cada
sociedad, tiene sus propios tabúes, llámense erotismo, sexismo,
nacionalismo, progresismo, o maltrato animal. Unos demonios que el poder y sus
medios utilizan a su antojo para contentar a sus partidarios,
menospreciar a sus detractores y capar ideológicamente a todos (no
sea que la líen). Es así como la censura se balancea sobre un
finísimo hilo que, unas veces nos deja caer a un lado y otras, al
otro; algo que el hecho histórico constata de manera fehaciente.
Como
hay poco espacio y
no tengo tiempo para enumerar todos los libros infantiles que han
sido censurados en diferentes países y sociedades a lo largo del
tiempo, les invito a echar un vistazo a las imágenes que acompañan estos
apuntes (todos ellos han sido censurados en diferentes lugares del
planeta) y a tres títulos que recogen
innumerables ejemplos de libros infantiles que se han visto afectados
por las censuras gubernamentales e institucionales: Prohibido leer. La censura en la literatura infantil yjuvenil contemporánea (edición de Pedro C. Cerrillo y César
Ortiz Torremocha, 2016, Ediciones UCLM), Literaturas y Poder. La censuras en la LIJ (Angel Luis Luján y César Sánchez Ortiz, 2016, Ediciones UCLM), y Niños, niggers, Muggles. Sobre literatura infantil y censura de Elisa Corona Aguilar (2012, Deléatur).
Este
libro fue acusado de "minar la autoridad paterna" o "incitar a los
niños a huir de casa y vengarse de los adultos", mensajes frecuentes en
las obras de Dahl.
El espectáculo de la
censura: medios de comunicación y redes sociales
Cuando
hablamos de medios de comunicación y redes sociales seguro que nos
vienen a la cabeza todo tipo de opiniones. Medios de poder,
altavoces y micrófonos intervenidos, amarillismo, modas, demagogia y
un largo etcétera de cuestiones poco deseables son las que
despiertan la prensa escrita, la digital, la televisión o la radio.
Todas manipulan la información y la traducen a su antojo. La 1, la CNN, Al Jazeera o TV3, da igual
que estén de un lado o de otro: muy pocas veces ostentan
independencia (a no ser que sean minoritarias... y ni aún así...).
Lo
más inesperado viene cuando tenemos que hablar de redes sociales,
unas que se suponen plurales y populares, también se adscriben a movimientos y partidismos, por
ejemplo léanse Twitter o Linkedin, una de corte progresista y otra
más conservadora, en las que sus usuarios vomitan todo tipo de ideas
e improperios incendiarios.
Por
otro lado todos estos medios de masas tienen papeles fundamentales en
la censura que pueden reunirse en dos claras tendencias, o bien
promueven la censura, o bien aúpan lo censurado. Todo ello con
salvedades y grises, claro está.
Sobre los mecanismos
censores me limitaré a remitirles a los paripés propagandísticos
de las diversas facciones que intervienen en cualquier conflicto
político y que incluso han
provocado en ocasiones la modificación de la intención de voto de
unos y otros.. No hay más que decir.
Este
libro de Dahl fue censurado en Colorado (EE.UU.) por presentar una
"pobre filosofía de vida". Asimismo los entrañables Oompaloompas fuero
percibidos como una ofensa hacia los afroamericanos.
Sobre lo de la promoción,
hay más chicha que embutir... Desde los comienzos de la literatura
infantil ha existido la censura, y curiosamente y muy a pesar de los
adultos censores, la popularidad de estas obras ha crecido entre los
niños, su éxito ha subido como la espuma y se han vendido millones
de ejemplares de obras como las de Roald Dahl.
Por todos es sabido
(incluidos medios de comunicación y gurús de las redes sociales)
que en este mundo capitalista donde el escándalo vende, estar en el
candelero da una mayor visibilidad a las obras literarias, es decir,
conlleva una publicidad la mayoría de las veces gratuita que tiene sus
consecuencias en la adquisición del producto por parte del
consumidor, más todavía cuando los padres y maestros (opresores en
este caso) están implicados en ello.
Campañas de prestigio
basadas en la censura (esto es de traca) y ejercida desde ciertos sectores de
la opinión pública se han convertido en una herramienta de doble
filo para el consumo literario, y son comparables con las maniobras
publicitarias de sagas como Crepúsculo o Los juegos del
hambre. ¡No todo tenía que ser negativo en esto de la censura!
“Censura
y polémica, victimismo y negocio” ¿Quién se atreve a escribir
este libro?
Esta
obra fue censurada en dos ocasiones en Estados Unidos en las décadas de
los años 30 y 60. En los 30 se relacionó con la brujería y el
esoterismo y en la de los 60 por constituir una metáfora del comunismo.
Nuevas formas de
censura colectiva. El buenismo, las minorías y lo políticamente
correcto.
Siguiendo con el hilo del
epígrafe anterior continuo con la tormenta que desató hace dos
veranos el libro 75 consejos para sobrevivir en el colegio de María Frisa. Yo estaba haciendo de las mías
por las playas españolas y preferí mantenerme un poco al margen
(¡Tampoco voy a estar en todos los fregaos!) aunque seguí con
detenimiento todos los comentarios que se vertían sobre la
innecesaria polémica. Unos hablaban de autopromoción, otros de
literatura ofensiva, y algún otro de victimismo. Eso sí, en el
fondo, todos se referían a lo mismo: censura.
Lo que más me llamó la
atención de esta polémica fue que era bastante paradójico que un
libro que pretendía ser humorístico (N.B.: Lo siento por todos
aquellos que blandieron la espada subversiva de la LIJ o que citaron
a Barrie o Sendak para justificar este libro. Me pareció un exceso),
se tornara incómodo.
Algo por el estilo sucede
con Twain y Huckleberry Finn, con esa parte de la comunidad
afroamericana que ha censurado este libro por considerar que Jim recibe
por parte de Huck un trato ofensivo y vejatorio (la palabra con
connotaciones despectivas “nigger” se lee una y otra vez en esta
obra), y que no deja de ser un personaje elaborado a base de los
clichés racistas de la época. Me parece extremista y descabellado
que lo realmente interesante de un libro tan excepcional sean las
formas y no que Huck deje a un lado sus prejuicios de blanco supremacista y
reconozca a Jim como un verdadero amigo, un compañero de viaje a
pesar del color de su piel.
Como ya dije en este otro post, la dictadura de la piel fina ha cambiado la percepción
que tenemos del mundo. Lo políticamente correcto nos aboca a un
ejercicio censor que tiene que ver con lo preestablecido más que con
nosotros mismos. Todo ello nos conduce a unas de esas paradojas
modernas sobre las censuras. La doble moral, los dobles raseros, lo
desvirtuada que se siente la sociedad con el ser y el parecer y que
nos lleva a una perdida de sentido crítico por culpa de la
imposición política, de los discursos morales erróneos.
No somos censores por
nuestros propios prejuicios, sino que los somos porque otros se
empeñan en censurar aquello que podría ser censurado y de paso
lapidar a un tercero que probablemente se ha censurado a sí mismo
como producto de otros prejuicios e intentaba ser crítico en primera
instancia... Nota: Si no se lían con este trabalenguas, les animo a leer los
juegos de palabras que con más razón que un santo Perry Nodelman
apuntó en este otro artículo que
tiene mucho que decir sobre censura y objetividad.
Fue
censurado en muchos países por considerar que trataba temas de
corrupción política, los sentimientos anti-belicistas y poner sobre la
mesa el debate de la colonización. Por esta razón muchos lo camuflaron
como libro de viajes.
Libreros,
bibliotecarios, influencers... ¿literatura infantil realmente libre?
A
veces me pregunto si el papel de blogueros, booktubers,
bookstagramers, libreros, bibliotecarios y otros monstruos es
esencial para que lo diverso se mantenga en la LIJ. No he tratado
pocas veces este asunto en post como este o este otro,
pero dejando a un lado las cuitas de los enteraos en libros
infantiles, sí me atrevo a añadir que, a juzgar por las
recomendaciones de final de año tan socorridas a la hora de
recomendar libros, no parece que la cosa sea muy plural ya que
existen muchas coincidencias entre unos criterios y otros.
La
cosa cambia cuando los seguimos, nos siguen con más detenimiento y observamos
que muchos de ellos, de nosotros, saltamos con algún título sobre
el que nadie se había percatado. Es ahí cuando la censura colectiva
se hace menos evidente y me atrevo a pensar que muchos son, somos
necesarios, sobre todo porque diluimos el llamado sesgo y abrimos más
puertas que las que cerramos. Seguramente yo esté harto de libros
sobre emociones, compendios comportamentales y obras edulcoras,
mientras que otra colega se pirre por este tipo de títulos. Todos
están presentes y el público puede ojearlos y decidir, según su
propio criterio, cuáles censura y cuáles no.
Libro
censurado hoy en día en Estados Unidos por hacer alusiones a familias
con progenitores homosexuales, el matrimonio igualitario y la adopción
por parte de estas parejas.
Un
lugar aparte merecen los enfrentamientos o guerras personales sobre
el criterio de este booktuber o esta bloguera, sobre este o aquel
libro. Es tal la fuerza que tienen algunos influencers que son
capaces de denostar y degradar un libro que en principio parecía
honesto a las cotas literarias más bajas. Como ejemplos me gustaría
citar El monstruo de los
colores de Anna Llenas y
Por cuatro esquinitas de
nada de Jerôme
Ruillier. Aunque en principio son dos libros que nacían de una idea
honesta, sin mucha pretensión, y con cierto fundamento artístico
-que es lo que se les presupone a los álbumes-, la desvinculación
de estos libros de la esfera literaria por parte de educadores y
padres para llevarlas a un terreno más didáctico y pedagógico, ha
supuesto un encasillamiento de los mismos dentro de los llamados
“libros de valores”, unos que muchos especialistas y críticos
aborrecen por desmarcarse de sus criterios y cánones. Se establece
así un prejuicio que impide ver la obra de una manera global para
pasar a ser censurado por quienes deberían ser abiertos y plurales.
Los puntos sobre las
íes o la censura escolar
Aunque clásicamente la
escuela ha sido la institución más criticada por ejercer la censura
en lo que a la literatura infantil se refiere, algo que se desprende
en obras como el Aprender a leer de Bruno Bettelheim y Karen
Zelan, o el Como una novela de Pennac, tan aplaudidas desde los
ámbitos más liberales del fomento lector, creo que es una acusación
bastante extrema por dos causas principales.
Hasta
200 libros infantiles fueron retirados en 2019 de una biblioteca
escolar de Cataluña por ser considerados "tóxicos" y "reproducir
patrones sexistas". Entre ellos estaban cuentos tradicionales como La Cenicienta o Caperucita roja.
En primer lugar la
escuela es una institución dependiente del estado, es decir, una
extensión del poder y que por tanto sigue las directrices que desde
los diferentes gobiernos se dispensan. A pesar de que a los docentes
se nos presupone una libertad de cátedra, existen numerosas formas
de control gubernamental, administrativo y jurídico, como leyes,
decretos y órdenes que nos dicen qué tenemos que enseñar y qué
deben saber nuestros alumnos. Seguramente a todos ustedes se les
ocurrirán ejemplos de doctrina, bulos históricos y contenidos
modificados o simplemente borrados de muchos libros, un
intervencionismo que huele cuando nos ponemos a indagar en libros de
texto o acudimos a las aulas de nuestras escuelas, institutos o
universidades.
Libro
censurado en muchos lugares de Estados Unidos hoy día por presentar a
una niña transgénero, lo que incitaría a conductas impropias e impuras.
En segundo lugar también
hay que hablar de las presiones sociales que la Escuela sufre por
parte de otras instituciones o grupos sociales, entre las que cabe
apuntar a las asociaciones de familiares de alumnos (en nuestro país
conocidas como AMPAS) y a progenitores que, a título individual,
denuncian las selecciones literarias que muchos maestros realizan
para sus alumnos.
Desde Roald Dahl hasta el Donde viven los monstruos que da título a este espacio, han sido señalados como obras que incitan a comportamientos poco deseables, a la rebelión y subversión de los niños y Dios-sabe-qué más cosas deleznables. Les conmino a que visiten el lugar que la ALA (American Librarian Association) llamó Frequently Challenged Books y construyó hace mucho tiempo para hacer visibles aquellos libros “prohibidos” o “peligrosos” y llamar así la atención sobre la censura que pervive en muchas instituciones, sobre todo las educativas.
Desde Roald Dahl hasta el Donde viven los monstruos que da título a este espacio, han sido señalados como obras que incitan a comportamientos poco deseables, a la rebelión y subversión de los niños y Dios-sabe-qué más cosas deleznables. Les conmino a que visiten el lugar que la ALA (American Librarian Association) llamó Frequently Challenged Books y construyó hace mucho tiempo para hacer visibles aquellos libros “prohibidos” o “peligrosos” y llamar así la atención sobre la censura que pervive en muchas instituciones, sobre todo las educativas.
Fue
censurado en los Estados Unidos desde la década de los años 70 hasta
bien entrado el siglo XXI por grupos feministas y educadores por
presentar situaciones poco deseables, como niños sentados en la taza del
water, adultos alcohólicos o fumadores.
Este tira y afloja que
gobiernos y progenitores ejercen sobre la Escuela fomenta una censura
institucional derivada del miedo, ese que coarta muchas veces a los
docentes en la realización de actividades que puedan derivar en
temas escabrosos y pongan en duda su profesionalidad como enseñantes.
No obstante y para que no me tachen de corporativismo he de reconocer que en la Escuela al igual que en cualquier otra institución existe la opción personal de censurar aquello que no se atiene a la corrección esperada (N.B.: Estoy harto de que censuren mis pantalones cortos en verano mientras mis compañeras lucen piernas gracias a hermosos vestidos. Todo ello amenizado con cuarenta grados centígrados)
No obstante y para que no me tachen de corporativismo he de reconocer que en la Escuela al igual que en cualquier otra institución existe la opción personal de censurar aquello que no se atiene a la corrección esperada (N.B.: Estoy harto de que censuren mis pantalones cortos en verano mientras mis compañeras lucen piernas gracias a hermosos vestidos. Todo ello amenizado con cuarenta grados centígrados)
Este libro sigue encabezando la lista de libros censurables en Estados Unidos por su lenguaje ofensivo, racista y obsceno.
Editores, autores y
autocensura
¿Por qué muchos autores
de literatura juvenil edulcoran sus obras para hacerlas más
comerciales? ¿Por qué existe cierta ausencia de personajes malvados
en los cuentos infantiles actuales? ¿Por qué se ha desterrado al
mal y los villanos de las historias dirigidas a los niños? ¿Por qué
los cuentos populares no son aptos para las nuevas generaciones de
niños pero sí para todas las anteriores? Sencillamente porque la
compra-venta del producto cultural será más difícil a tenor de la
censura.
Ciñéndome
al estricto proceso creativo y de edición (dejo a un lado las modas,
las tendencias, las denominaciones que buscan encasillar lecturas,
las clasificaciones por edades que dirigen la industria editorial o
las traducciones como mecanismo censor), hablaré del fino tul con el
que se viste la autocensura. Bordado de palabras como “objetividad”,
“criticismo”, “provocación”, “lirismo”, “compromiso”,
“privilegio”, “humor”, “juego” o “poesía”...
¿Relativas? ¿Absolutas? ¿Necesarias? Todo depende del equilibrio que los creadores impriman a la obra y del prisma con
el que se miren, algo que, a mi juicio depende del receptor final, el
lector, que no necesita arengas ni disculpas, sino un poco de
honestidad. ¿Libre, libertino o libertario? Es simplemente un
extraño columpio sobre el que descansa la retórica. ¡Que más da!
Censurado en EE.UU. por contener un lenguaje ofensivo y vulgar, así como por poner en entredicho el llamado sueño americano.
Mientras que en nuestro
país la censura gubernamental deja un poco de lado la literatura
infantil, la industria editorial es la encargada de poner freno a
diferentes publicaciones que pueden “tentar” a niños y jóvenes,
que pueden “ofender” a padres y profesores, y que pueden “poner
en peligro” el orden social.
No
son pocos los autores
que han denunciado el trato censor que muchas editoriales dan a sus
creaciones, más si cabe cuando entran en juego aquellos grupos
editoriales en los que la Iglesia (católica en nuestro caso, protestante
en otros) y otras religiones meten mano. Todo empieza con palabras como
“aborto”, “cocaína”,
“puta”, “felación” o “cabrón”. Aunque son palabras que
abundan en los pasillos de cualquier colegio o instituto, están mal
vistas en la Literatura, no sólo por malsonantes, sino porque pesan.
La disección de una sola palabra puede tener cientos de
connotaciones, y si está inmersa en un contexto más amplio, miles.
A pesar de que muchos
autores necesiten comer, hay que darse cuenta de que si se
autocensuran, estarán provocando el fallecimiento prematuro de su
arte y, sobre todo, que se desencadene la autocensura de otros, los mismos
que leen sus libros con la esperanza de hallar algo de libertad, de
pensamiento crítico y poder identificar sus experiencias
personales con las de alguien más. Algo que poco tiene que ver con
el arte incendiario y venenoso que
usan muchos para abrirse hueco entre los lectores, porque esa
realidad que a menudo se confunde con lo subversivo nada tiene que
ver con Cortázar ni con el excelso capítulo 68 de Rayuela.
Este
es uno de los libros más cuestionado en Estados Unidos hoy día por
incitar al satanismo y la violencia y poseer un lenguaje ofensivo.
“Luke, soy tu padre.”
Familia y censura
En los tiempos que corren
donde el superpaternalismo, la hiperalfabetización o el
sobreproteccionismo son algunos de los pilares que sostienen la
educación familiar, la censura es un arma más que fehaciente para
construir hijos adecuados, intentos de niños modélicos. Chavales de
proporciones aúreas que con estereotipos y prejuicios muy marcados
se enfrentan a las miserias del mundo, a personajes infumables, a
jetas y pillos, arribistas y trepas, mafiosos, asesinos, violentos y
malhechores. También a encrucijadas inimaginables, diferencias
lingüísticas, sociales, de raza, sexo o religión, es decir, al
cúmulo de circunstancias que forma cualquier vida.
Por todo esto, cuando una
madre, un padre o un hermano censura, está capando una elección
que, al fin y al cabo, es en lo que consiste la supervivencia. Sin
embargo, la tónica general es la de establecer pautas y
comportamientos afines a los progenitores de tal manera que inculcar
prevalezca sobre educar, es decir, la censura como herramienta de
instrucción familiar.
Lo que nos quedaría por
dilucidar es si la censura es positiva o negativa en dicho proceso.
¿Obligar a leer es censura? ¿Por qué es bueno leer? ¿El hecho de
que tu leas te capacita para saber que va a ser bueno para mí? ¿Leer
obras que tu detestes me hace peor persona? Generalmente,
cuando un hijo disiente del modus operandi de sus progenitores y toma
un camino diferente suele tener problemas en el seno familiar ya
que, en cierto modo, reta a la autoridad familiar. Si a ello añadimos
sentimientos y emociones, el enfrentamiento está servido. Y la censura se eleva a N.
Fue censurado en Argentina durante la dictadura militar de Videla por alentar a los niños a una "ilimitada fantasía".
Yo, censor
Cuando cojo un libro
entre las manos y leo ciertas palabras, empiezo a retorcerme en el
sillón y, aunque no suelo abandonar la lectura (“Soy fuerte, soy
valiente. Soy fuerte, soy valiente”), me da por pensar que otros se
recitarán lo mismo mientras me leen a mi, censor de tres al cuarto.
Aunque ustedes piensen
que soy hombre de pocos filtros y menos pelos en la lengua, les
confieso que yo también me censuro, y no pocas veces. Todo empezó
cuando en una ocasión una mujer muy sabia (de más, diría yo) me
dijo que la gente no estaba preparada para oír lo que tenía que
decir. Me quedé callado y seguí dándole vueltas al jabón (es otra
de mis aficiones, para enjuagarme de vez en cuando el cerebro, no sea
que se llene de mugre). Y aquí sigo, pensando más de lo que escribo
(¿Para qué? ¿Para que me censuren una vez más? Basta).
Y mientras estoy en esas
del victimismo, veo pasar a un chico de unos veinte años, largo y
seco como un ajo. Viste un top gastado, roquis azules, plataformas
rosas y, como capa, nuestra bandera rojigualda. Los gitanillos de mi
barrio se arrancan por el gran Peret. Una lo llama para que haga como
que baila. Cuánta guasa... Me sonrío. Casi una carcajada. Y
convengo conmigo mismo que lo mejor que podemos hacer contra la
censura es tomarnos la vida con cierta ligereza. Y que si no lo
hacemos, no hay de qué preocuparse: de hedonistas y bizarros está
el mundo lleno.
Toda la obra de Sendak es controvertida, prueba de ello es que las imágenes que abren y cierran estos apuntes pertenecen a dos obras censuradas en Estados Unidos. La cocina de noche fue censurada por presentar aun niño totalmente desnudo, mientras que Donde viven los monstruos fue tachado de promover la incorrección política e incitar a la brujería y la invocación de sucesos sobrenaturales.
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