Ninguna persona experta podía prever que el llamado de un grupo de niñas, niños y adolescentes
a “evadir” el pago del pasaje del metro -como una forma de protesta por su alza-
iba a llevarnos a esto, a algo que todavía no sabemos muy bien qué es,
porque aún tiene múltiples lecturas e interpretaciones.
Situación de Chile,
y de la Infancia y Adolescencia chilenas,
por nuestra socia Iskra
Pavez Soto*,
Asociación GSIA.
Ya se ha
dicho hasta el cansancio que la crisis chilena no se venía venir, ninguna
persona experta podía prever que el llamado de un grupo de niñas, niños y
adolescentes a “evadir” el pago del pasaje del metro -como una forma de
protesta por su alza- iba a llevarnos a esto, a algo que todavía no sabemos muy
bien qué es, porque aún tiene múltiples lecturas e interpretaciones.
Hay
teorías de la conspiración que lanzan hipótesis respecto a que esta crisis fue
planificada y financiada por grupos de ultraizquierda (comandados por China, Rusia,
Cuba o Venezuela) o grupos de ultraderecha (Estados Unidos, Brasil).
Otras
voces dicen que esta generación millenial encendió la mecha de algo que venía fraguándose
hacía años en lo más profundo de nuestra sociedad: una mezcla de malestar,
injusticia, dolor, rabia, indignación por la desigualdad, aunque tuviéramos acceso
al crédito y al consumo, había una herida que seguía sangrando y no cicatrizaba,
por más bonos y celulares que tuviéramos.
Algunos
intelectuales de nuestro país dicen que solo se trata de un puñado de
millenials o centenialls rebeldes y desobedientes, una generación egocéntrica,
narcisista, irresponsable y exigente que nació en democracia, creció con las
marchas estudiantiles, oyendo a diario el discurso de los derechos y que le
perdió el miedo a toda autoridad; incluso a los militares (lo que no ha
impedido que igual hayan matado a personas chilenas e inmigrantes y que hayan
vulnerado sus derechos cuando son detenidos).
Este grupo de niñas, niños y
adolescentes empezaron a jugar a ser héroes, anarquistas o terroristas, tal
como lo habían visto en los videojuegos, películas de Hollywood o series de
Netflix, lo cierto es que vestidos con sus uniformes escolares nos hicieron
despertar. Una niñez y adolescencia que no tiene derecho a voto, pero sí responsabilidad
penal y, quizás, prontamente (porque se acaba de aprobar una ley) toque de
queda por edad…
Dicen otros
intelectuales que estas protestas (como las marchas, los cacerolazos o inclusos
los saqueos) son prácticas confusas de interpretar, porque representan a una
masa de personas no organizadas, sin lideresas identificadas, es inorgánica, no
tienen un petitorio claro, conocido y único, no se sabe bien contra qué se protesta:
el sistema económico, la clase política, Piñera, una nueva Constitución, por
obtener una tajada más grande de esta torta o todas las anteriores.
¿Estamos
frente a una simple revuelta popular, catarsis colectiva o será una revolución
que nos hará forjar un nuevo contrato social (que siempre es sexual) en esta comunidad
imaginada llamada Chile?.
No lo vimos
venir porque las señales eran pequeños detalles y como suele suceder en estos
tiempos, apurados y cansados, nadie se fija en los detalles.
Claro, sabíamos
que más de la mitad de las niñas y los niños en Chile sufría algún tipo de
maltrato intrafamiliar, según cifras de la UNICEF, pero la mortalidad infantil
había bajado; también conocíamos el caso de niñas y niños de clases altas que desde
los ¡tres años! tenían que asistir a clases de reforzamiento (tipo
preuniversitario) por las tardes para entrenarse y así aprobar las pruebas de
selección de ciertos colegios para obtener una educación privada de calidad, porque
la educación pública agoniza hace años. Ciertamente, nos dolía ver que no
podían respirar las niñas y los niños de Quintero y otras tantas “zonas de
sacrificio” donde las empresas mineras o forestales producían, contaminaban y
exportaban para mantener a Chile en los mejores rankings económicos internacionales.
También nos entristecía ver que las niñas y los niños inmigrantes sufrían de
bullying en las escuelas o que las niñas y los niños chilenos más vulnerabilizados
se murieran en los centros paupérrimos del SENAME, que casi parecían cárceles.
Getty Images BBC |
También las
estadísticas mostraban que a las mujeres técnicas y profesionales no les
alcanzaba el sueldo para llegar a fin de mes y cada vez más usaban la tarjeta
de crédito para comprar ¡comida en el supermercado!.
También se podían observar
los cuerpos explotados de las mujeres inmigrantes que limpiaban los baños, barrían
las calles, vendían superocho en las esquinas o trabajaban jornadas eternas
como temporeras o “nanas” (empleadas domésticas).
En ocasiones, las noticias mostraban
que el hospital público San José colapsaba y sabíamos que las mujeres más
pobres morían esperando una hora médica para operarse. Luego, se hablaba sobre
los suicidios de algunas mujeres ancianas que habían criado hijas e hijos,
nietas y nietos o que habían trabajado toda una vida y a cambio recibían una
pensión que no les alcanzaba para comprar sus remedios, de no más de $120.000
(165 U$, aproximadamente) de parte de una empresa multimillonaria llamada AFP.
A veces en
la radio alguien decía que el 50% de la población chilena ganaba menos de $400.000
mensuales (550 U$ aproximadamente), también se comentaba que iban a subir las
cuentas de agua y luz, que teníamos que pagar un medidor inteligente, la gente
reclamaba por los tag y la bencina, el costo de la vida subía otra vez, tal
como decía Juan Luis Guerra.
Al mismo tiempo, era una burla ver que los casos
de corrupción política o de las Fuerzas Armadas, la evasión de impuestos o la colusión
de las grandes empresas no iban a recibir ninguna sanción con penas de cárcel, solo
clases de ética y la iglesia católica se revelaba pedófila hasta en sus más
nobles pastores.
Las
instituciones tradicionales, diría la sociología clásica, se desmoronaban y la
sociedad: las personas, quedábamos huérfanas de autoridades legítimas, a merced
de nuestras pulsiones, rabias, miedos y dolores más profundos, pero también con
la libertad, autonomía y responsabilidad de reflexionar y decidir sobre
nosotras mismas y nuestro destino. El Chile moderno que parecía un oasis, era solo
un espejismo.
Es evidente
que la mayoría de las demandas de esta revuelta aluden a la posibilidad de
crear un verdadero Estado de Bienestar feminista en Chile, que promueva una
sociedad justa, en el amplio sentido de ese concepto. Ya veremos, siguiendo los
aportes de Esping-Andersen, cómo se proveerá dicho bienestar y qué agencias
(estado, mercado y sociedad-familias) serán las encargadas y qué rol jugará
cada actor, según sus intereses y los grupos de poder.
Chile puede dar el
salto, de verdad, si quiere medirse con la vara de los países OCDE o llamados
desarrollados.
*Iskra Pavez Soto. Doctora en Sociología (Universitat Autónoma de Barcelona), Experta en Políticas Sociales de Infancia (Universidad Complutense de Madrid), Diplomada en Estudios de Género (Universidad de Chile) y Trabajadora Social (Universidad Tecnológica Metropolitana).
http://www.ubo.cl/cie/proyectos-y-publicaciones/iskra-pavez-soto/
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