“Hemos criado niños bilingües, trilingües algunos;
niños que
nadan como peces, que juegan al fútbol como ases,
que practican todo
tipo de gimnasia, que bailan lo que les pongas,
que hacen robótica, que
tocan instrumentos, que juegan al ajedrez…
Hemos criado a toda una
generación desarrollando capacidades a golpe de extraescolares.
Pero…
¿Son felices?”.
Luis Aretio, Psicólogo en Sevilla.
Nada nos gusta más que ver a nuestros hijos felices, y sí, son ellos quienes eligen hacer extraescolares; algunos porque les gusta, muchos porque no tienen más remedio, otros porque los parques están vacíos, otros, también muchos, porque los padres no saben muy bien qué hacer con ellos ya que nadie les enseñó qué es eso de dedicar tiempo a los hijos, y se auspician como chóferes increíbles que traen y llevan a sus más o menos talentosos hijos de un lado para otro buscando una creatividad más o menos vistosa.
Muchos no saben quién los recoge cada día, si será su padre, su madre, los abuelos, o algún vecino que amablemente se ofrece desde la empatía con ese “tú no te preocupes” que salva tantas vidas. Muchos llegan a casa y aún no hay nadie; una llamada, “ya estoy aquí”, a lo que le sigue en muchos casos un “muy bien, pues ponte a estudiar que yo llegaré para la cena”.
Familias ausentes por sus obligaciones (no siempre) y niños distanciados de un contacto tan necesario como vital. Son los hijos de un contexto a veces de exigencia y rivalidad, donde vales en la medida que destacas y te esfuerzas más por ganar que por disfrutar. Son reflejo de las expectativas más narcisistas, el postureo social en su versión más cruel; porque si ellos triunfan será porque alguien los ha “preparado” muy bien, y se nos llena la boca ensalzando sus gloriosas gestas mientras coleccionamos medallas falsas victoria tras victoria.
Es bueno, muy bueno, que los niños tengan actividades de todo tipo para su esparcimiento, ocio y desarrollo; lo que no son nada buenos son los excesos; y no tenemos medida. En los entrenamientos de fútbol de las categorías infantiles están prohibiendo la entrada a los ¿adultos? por desproporcionados, por violentos y por ordinarios. Un ejemplo tan denigrante como la mismísima prohibición en sí, porque es duro que nuestros hijos sepan que no nos sabemos controlar y ni mucho menos respetar.
Si no ganan en algo buscamos la pega en los monitores, en los jueces, o discutimos las reglas a viva voz por supuesto delante de ellos, para que vean cómo los defendemos desde nuestro pedestal de súper madres y súper padres. Faltaría más. Algunos abuelos también deberían ser conocedores de los límites humanos de sus nietos; que sí, que son poderosos, pero eso no implica que puedan con todo ni con todos. «Abuelos y abuelas, sus nietos son maravillosos, pero no para los demás, lo tienen que entender, cada quién tiene nietos a los que adular, no es nada personal».
Tenemos niños muy preparados, muy ocupados y muy estresados. Tenemos lo que hemos decidido tener, pero pensemos más en su felicidad que en la nuestra, porque la infancia es demasiado breve como para saturarla de tanta actividad.
No es magia, es educación.
Luis Aretio
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