8 de marzo, 15 de marzo, 31 de marzo.






Debería  ser obligado para todas y todos cuidar lo que nos han legado, 
y transmitirlo así a las futuras generaciones.

Las adolescentes europeas no quieren un mundo sin futuro.
Exigen la intervención radical para detener el cambio climático.
Un mundo imperante, el urbano, que consume al mundo, 
consume a la naturaleza, la vida rural, la vida misma...
y no deja nada bueno a las generaciones futuras.

Una de las razones por la que las mujeres cada vez tienen más complicado seguir adelante en el medio rural en un sistema-mundo cada vez más hostil, es la globalización de las miserias medioambientales: El futuro caos que se nos viene encima, si en menos de 10 años no paramos el cambio climático. 


Las jóvenes no quiere un mundo sin SU futuro.

Por eso las chavalas de 12 años y + han convocado una movilización global por el futuro para el día 15 de marzo. 

Será la primera gran Huelga promovida desde y por la juventud: LLevan en ello más de 6 meses:




Es necesario hablar de otros modelos económicos, tenemos que legislar de otro modo, tenemos que asumir que el modelo establecido invisibiliza una parte de la vida, la que permite que esta exista, que se reproduzca. Cuando lo más básico, lo que todas las personas deberíamos tener interiorizado, cae en lo más profundo, podríamos decir que hemos tocado fondo.

En la Europa Vacía también se ha tocado fondo, por eso también la España Vaciada se  moviliza el día 31 de marzo para revolverse contra sin SU futuro.

SIEMPRE OS ACORDARÉIS DE NOSOTRAS…

Por María Andrés y Lara Barros









Cuando algo nos falta, es cuando nos damos cuenta de quién había detrás, en este caso, favoreciendo que la vida siguiera su curso, tejiendo la red que la sostiene y generando un ambiente plácido, respetuoso y generoso. Eso que muchas veces damos por sentado que se hace solo, que viene de serie, porque así ha sido siempre y se da por supuesto. En este sentido, si nos paramos a escuchar, sentiremos que este 8 de marzo el mundo rural también reclama y pide huelga, porque se queda solo, porque se están yendo  quienes más necesita, nosotras las mujeres…

Nosotras, que durante tanto tiempo hemos sido capaces de sostenerlo, de mantenerlo vivo, de cuidarlo y disfrutarlo, de disfrutar cuidándolo y de hacerlo porque es, simplemente, de sentido común, por que es algo que no nos tendríamos que preguntar quién y por qué se hace. Debería  ser obligado para todas y todos cuidar lo que nos han legado cuidado, y transmitirlo así a las futuras generaciones.

Lo peor de todo es que esta sea, precisamente, una de las razones por la que las mujeres cada vez tenemos más complicado seguir adelante en el medio rural, de tanto poner la vida en el centro, en un sistema-mundo cada vez más hostil, a veces nos agotamos, no podemos más, nos damos por vencidas… y nos vamos. Somos nadadoras contra corriente, sostenemos con nuestros cuerpos la avalancha de una economía en la que el capital se pone por encima de la vida.

Por eso, es necesario hablar de otros modelos económicos, tenemos que legislar de otro modo, tenemos que asumir que el modelo establecido invisibiliza una parte de la vida, la que permite que esta exista, que se reproduzca. Cuando lo más básico, lo que todas las personas deberíamos tener interiorizado, cae en los más profundo, podríamos decir que hemos tocado fondo.

¿Cuál es el problema en reconocer que en el trabajo del campo casi nunca hay una persona sola? ¿Cuál es el problema en reconocer que nunca hay solo un titular de una explotación agrícola o ganadera? ¿Cuál es el problema en decir que no es cierto que cuanta más producción haya, más beneficio exponencial, que en el campo esas cuentas no salen?, ¿Cuál es el problema en reconocer que es nuestra obligación que las futuras generaciones puedan disfrutar de algo que nosotras y nosotros hemos disfrutado? Esa es la pregunta que muchas mujeres nos hacemos…








Cuando hablamos de visibilizar a las mujeres en el medio rural, no sólo hablamos de ponernos cara y reconocer nuestra labor, hablamos de asumir e interiorizar las formas de hacer que las mujeres hemos desarrollado a lo largo del tiempo. Claro que es importante que las mujeres seamos la cabeza visible de una ganadería extensiva, pero es quizá más importante reconocer que hacen falta manos extras para sacar ese trabajo adelante,  que no es cierto que porque te compres 200 ovejas y te des de alta en la seguridad social, ya tienes negocio propio y sueldo, que en el campo dos más dos, muchas veces no son cuatro… El individualismo que tan bien parece funcionar en las ciudades, o así nos lo venden, en el campo no vale de nada, sólo significa desamparo y abandono. Necesitamos redes, apoyos, reconocimiento, comunidad, sino la lucha es demasiado dura.

¿Cómo lo hacemos?
Hemos de integrar la mirada femenina, como buenas gestoras, ya que hemos sido durante muchos años las encargadas de cuidar a las personas más vulnerables, pequeñas y mayores, al tiempo que trabajábamos en el negocio familiar, aportando cosas muy importantes relacionadas con la mejora de la rentabilidad de la producción; por nuestra realidad como cuidadoras, éramos las encargadas de hacer las ventas puerta a puerta, de transformar parte de la producción y sacarle un valor añadido. 
Y necesitamos incorporar la mirada feminista, para  reivindicar lo que la economía de los cuidados aporta a la economía, para visibilizar a las mujeres rurales, como a todas las demás, y reconocer todo el valor de su trabajo. Para desarrollar un nuevo escenario equitativo y justo en el que compartamos toda esta labor tanto hombres como mujeres, trabajando además por la igualdad de oportunidades, de derechos, de participación pública…
Necesitamos depurar los conceptos de la economía clásica, para integrar la economía de los cuidados dentro de la viabilidad de los proyectos. 
Ser capaces de entender algo tan básico como que el cuidado de la tierra, de los animales, de la alimentación, la salud… es parte imprescindible de  las contabilidades de nuestras granjas, porque sin él, simplemente, no existirían.

Por eso, este 8 de marzo, reivindicamos que necesitamos revisar la legislación, toda esa legislación que excluye el trabajo de cuidados, reproductivo, y que no reconoce que casi nunca hay una  sola persona titular de explotación; hasta el 2012, las mayor parte de las mujeres ganaderas, si teníamos la suerte de cotizar, legalmente sólo podíamos ser consideradas “ayuda familiar”, es decir, la costilla de Adán, sin la titularidad de la explotación, de las tierras, de los ingresos que generamos… en una situación de vulnerabilidad y dependencia total. Desde ese año existe una Ley de Titularidad Compartida, pero apenas son 115 expedientes los aprobados a día de hoy en todo el estado, porque ¿quién se ha enterado? ¿Qué medios se han puesto en marcha para difundir y facilitar este proceso?

Luego está toda esa legislación ligada a las normativas sanitarias que excluyen cualquier tipo de pequeña industria u obrador de transformación, porque este tipo de actividades no se conciben como algo viable o rentable y hacen que el control sanitario se mida desde el modelo de la gran industria, que  tiene que ser hiperproductiva, más allá de que sea o no segura desde el punto de vista alimentario o ambiental.


Queremos sacar de la legislación fiscal el concepto productivista, porque hay cosas que podemos querer seguir haciendo, simplemente para que no se pierdan y que nunca nadie más las haga y puede que sólo generen una economía de apoyo, pero no por ello debemos impedir que se puedan hacer o que se tengan que hacer al margen de la legislación. 
Lo que no se reconoce o se visibiliza, se pierde.

Por ejemplo, querer seguir manteniendo un cultivo tradicional como es el azafrán a pequeña escala, o querer tener un pequeño rebaño, incluso una pequeña quesería artesana o de campo, no es posible fiscalmente en España como una actividad extra o puntual. Si queremos hacerlo legalmente, es lo mismo desde el punto de vista legal tener 10 cabras que 200, transformar tres mil litros de leche que tres millones de litros. Esta realidad hace que muchos proyectos tengan muchas dificultades para instalarse en el medio rural y que tengan dificultades para ser reconocidos como proyectos profesionales del sector agrícola o ganadero. La profesionalidad parece estar ligada a la cantidad de producción, al tamaño. En cambio, conseguir gestionar un proyecto tanto en la parte productiva como en la reproductiva, combinarlo con los cuidados de las personas más vulnerables y querer tener una explotación dimensionada al tiempo real que le podemos dedicar, no es una actividad profesional ¿de verdad alguien lo puede entender?

Por eso, no sólo necesitamos acceder a la titularidad de las explotaciones, sino que necesitamos cambiar el modelo productivo para que no sólo nuestras granjas sino también nuestras vida, puedan ser viables.

Cuando hagamos todo eso, estaremos reconociendo a las mujeres rurales, las pastoras, las campesinas, las queseras, las cabreras, las panaderas, las tenderas… Cuando entendamos que el mundo puede funcionar de otra forma, que hay alternativas, las habremos escuchado.  








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