Movilizaciones estudiantiles y nuevos horizontes de transición ecosocial.



El pasado viernes, las movilizaciones con motivo de la Huelga Global por el Clima (el 15M Climático) desbordaron todas las expectativas. Algunos nos habíamos aventurado a imaginar la posibilidad de llevarnos una sorpresa. Pero lo que se vivió en más de 2.000 manifestaciones a lo largo de más de 120 países de todo el mundo, fue algo que nadie podía prever. No solo por los datos de participación: 10.000 personas en Madrid, 150.000 en Australia, 30.000 en Roma, 10.000 en Londres… sino, sobre todo, porque pocas son las ocasiones en las que es la juventud la que lidera un movimiento global guiado por la exigencia de políticas a la altura de la actual situación de emergencia climática. Un movimiento, por otro lado, que no ha hecho más que empezar: Fridays For Future planea continuar convocando acciones los viernes, Extinction Rebellion tiene programada una acción internacional para el 15 de abril, y para 2020 hay planeadas múltiples acciones por una escalada de acción a largo plazo por la justicia climática y el cambio del sistema.

Este movimiento, que algunos incluso comienzan a calificar como la última esperanza del planeta, está despertando tanto entusiasmo entre quienes aún creen que es posible hacer algo para evitar el colapso civilizatorio hacia el que nos dirigimos, como miedo entre aquellos que ven peligrar sus privilegios. Siguiendo la analogía con la que Jorge Riechmann ilustra el desafío que supone la actual crisis ecosocial, si la humanidad viaja a bordo del Titanic, una gran parte de los pasajeros aún no entiende por qué tendría que renunciar a disfrutar de la música de la orquesta, mientras que la otra parte es consciente del inminente choque y une fuerzas para activar los frenos de emergencia. Pero, ¿y la tripulación? Como explica Douglas Rushkoff, los más ricos vienen preparándose desde hace tiempo construyendo sus propios botes salvavidas para abandonar el barco. Decimos que no hay planeta B, pero… ¿y si lo hubiera pero no tuviésemos botes salvavidas para toda la humanidad?.



La rápida expansión del movimiento estudiantil por el clima es posiblemente la mejor noticia en un momento de la historia en el que lo que menos tenemos es tiempo: apenas una década para acometer los profundos cambios que nos permitan mantener la temperatura media global por debajo del 1,5ºC que la comunidad científica ha fijado como umbral. Por no hablar de la urgencia de detener la extinción masiva de especies: la tasa actual de extinción de especies es entre 1.000 y 10.000 veces superior a la natural, con 150 especies de animales que se extinguen al día, lo que nos está conduciendo a pasos agigantados hacia la sexta gran extinción masiva de especies en la historia de nuestro planeta.

Precisamente por eso, no es descabellado afirmar que en el devenir de este movimiento estudiantil en los próximos meses nos jugamos buena parte de nuestro futuro. Un movimiento joven y fresco que debemos cuidar entre todas, sobre todo frente a quienes intentarán desactivar la emergente voluntad de cambio. Ahora que los medios de comunicación han empezado a escucharnos (y a tratar de desprestigiarnos y dividirnos), ahora que los partidos políticos empiezan a escenificar su simpatía hacia las marchas por el clima, ahora que las empresas reforzarán sus campañas de 'greenwashing', ahora más que nunca debemos mantener la altura de miras que nuestros gobiernos no han sabido tener.

Pero, ¿cómo proyectar una hoja de ruta que nos permita estar a la altura de tan imponente responsabilidad? Ninguna brújula nos marcará el rumbo a seguir. Solo nuestra mejor intuición y nuestra humilde y sincera voluntad de conseguir un mundo más justo y sostenible pueden llevarnos a donde queremos ir. De la mano de esto, para que la lucha estudiantil por el clima vaya en aumento, esta tiene por delante el reto de desplegar una estrategia que logre interpelar y movilizar a cada vez más agentes sociales, políticos y económicos.
En primer lugar, necesitamos articular un movimiento capaz de volver a tomar las plazas, de autoorganizarse en los colegios, institutos, universidades, barrios, empresas… y de escapar tanto de las lógicas jerárquicas rígidas como de la “tiranía de la falta de estructuras” señalada por la feminista estadounidense Jo Freeman. Las alianzas juegan en este punto un papel fundamental. Es preciso converger con plataformas de docentes e investigadores; con grupos de investigación como EmerCiv, que viene desarrollando desde hace tiempo diagnósticos y propuestas en torno a la emergencia climática como las recomendaciones al hilo de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética; con espacios para el común, cuya defensa debe estar en el centro de nuestra agenda, como es el caso de la Ingobernable; y con el conjunto de movimientos críticos como son el feminismo, el antirracismo, el antiespecismo, la lucha por los derechos LGTBQ, por el derecho a la vivienda… Pues en esencia, como nos ha enseñado el enfoque interseccional, todos deben aspirar a ser una misma lucha: la lucha por la sostenibilidad de la vida, de una vida digna que valga la pena ser vivida.

Por otro lado, precisamos crear sinergias con los tejidos de las economías transformadoras: sectores cooperativistas, economía social y solidaria, economía de los cuidados, economía ecológica… Es este tejido el que está anticipando aquí y ahora el modelo de sociedad del futuro: iniciativas agroecológicas, de generación de energía renovable, de gestión sostenible de residuos, de cuidado de las personas, de finanzas éticas, etc. Estas iniciativas deben, por tanto, constituir un pilar fundamental del movimiento para avanzar hacia una economía post-crecimiento e impulsar la transición ecosocial que necesitamos.

Paralelamente, requerimos de una dinámica comunicativa orientada a marcar la agenda informativa y el marco interpretativo de la información. Necesitamos aprender a comunicar el colapso, convertirnos en noticia y generar presión en los medios de comunicación para que informen sobre la urgencia de la crisis ecosocial y las alternativas que podemos impulsar.

Por último, la dinámica institucional nos exige un esfuerzo por convertir lo ecológicamente necesario en políticamente posible (ver Emilio Santigo Muiño). Partiendo de que las políticas ambientales han sido hasta el momento insuficientes, cuando no inexistentes, debemos ser capaces de generar nuevas visiones y propuestas que vayan más allá del 'Green New Deal' que hoy por hoy constituye el planteamiento de la nueva izquierda. Este nuevo movimiento social por el clima debe aspirar a desbordar las agendas reformistas de las fuerzas políticas atrapadas en la lógica electoral y arrastrarlas hacia posiciones más transformadoras (recientemente he sintetizado una aproximación a una propuesta en mi trabajo sobre gobernanza ambiental). Volvemos en este punto a la necesidad de establecer alianzas con think thanks cuyas propuestas deben ser la base de nuestra reflexión política, como es el caso del Foro Transiciones, que en su último informe Ciudades en Movimiento ofrece un análisis de los avances y retrocesos de las políticas municipalistas ante las transiciones ecosociales. Pero nuestro papel, no podemos olvidar, debe ser el de pensar con las luces largas, desde nuestros propios retos generacionales, y aventurarnos a trazar nuevas rutas y alumbrar nuevos horizontes, con el anhelo de que algún día las movilizaciones por el clima desemboquen en un nuevo proceso constituyente en clave ecosocial.

Solo hay un motor que puede hacer que la lucha de la juventud por el clima lo cambie todo: el motor de la búsqueda genuina de una nueva utopía, la utopía de la revolución ecosocial que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro. Pues ese es el único combustible realmente inagotable: el combustible de los sueños.

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