Los monstruos están en casa.

Su madre y el hombre que la acompañaba la pusieron, mojada, sobre las bateas sanitarias del estado. 
Dijeron que se había ahogado en una pileta. 
APe.



Bianca tenía que cargarse la mochilita al hombro y llegar al jardín esta tarde. Tenía cuatro años. Y una vida chiquita condicionada por el espacio y el tiempo en que le tocó caer. Un tiempo horrible donde la crueldad crece como las malezas en el cemento. Una tierra descompuesta por el desprecio al otro. Donde se legitima la muerte para alimentar la propia vida. Individual y preminente. Donde el poder se ejerce sobre la debilidad y se mata a una nena de un golpe en la cabeza a la hora de la comida. Y se la lleva con actuados amores de familia a una emergencia sanitaria. Mojada y muerta. 

Un tiempo donde el monstruo es parte de la familia.
Y no tiene cara de monstruo. A veces parece mamá, otras parece papá.

Para Bianca el infierno tenía nombres que deberían ser amigables. Su madre Viviana y su semi padre Federico. Bianca vivía en una casa humilde, donde tenía que sentirse segura por mandato. Porque a los niños los cuidan dentro de sus casas.

Para qué hay mamás y papás o sucedáneos si para estar segura hay que salir de casa.
Pero en tiempos y espacios donde la policía mata por la espalda en lugar de proteger, donde el estado divide a filo de cuchilla dónde viven los privilegiados y dónde mueren los otros, las niñas y los niños son violados en los rincones de sus hogares, los bañan con agua helada, los sellan de moretones, los marcan con cigarrillos y un buen día les asestan un golpe en la cabeza a la hora de la comida porque lloraron.

Como a Bianca, de cuatro años, que hoy tenía que calzarse la mochilita e irrumpir, triunfal, en el jardín de Cañuelas donde se sentiría como la nena más deslumbrante del planeta.
Pero en casa estaban los monstruos. Que no son monstruos sino tristes muñecos de trapo de estos días. Cuando el capitalismo y el patriarcado muestran sus garras actualizadas, recargadas y dispuestas a resistir. Encienden piras sacrificiales para las mujeres y, cuando pinta, comienzan con las nenas en campos de tortura montados en los cuartos azules y rosas de los unicornios.

Ahí estaba Bianca y ya no está.

Su madre y el hombre que la acompañaba la pusieron, mojada, sobre las bateas sanitarias del estado. Dijeron que se había ahogado en una pileta. Pero fue femicidio.

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