Relatos ilustrados de adolescentes migrantes

La Fundación Terre des Hommes Italia lleva seis años trabajando en el puerto de Pozzallo (RG) con el Proyecto Faro de atención psicológica y psicosocial a los menores extranjeros y familias con niños migrantes. 
Estas son algunas de las cientos de historias que han recopilado entre los menores que atraviesan el Mediterráneo de forma irregular. 

Texto, fotografía e ilustración aliados para reflejar las vivencias de chavales 
que lo han arriesgado todo, hasta la vida.

Claudia Bellante, Mirko Cecchi y Michela Nanut


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Del 1 de enero al 25 de octubre de 2017, más de 14.000 menores no acompañados desembarcaron en las costas italianas, el 13% de todos los migrantes que llegaron sin autorización por mar. Se trata de un fenómeno cada vez más importante que ha crecido a lo largo del tiempo, reflejando una migración predominantemente individual de jóvenes casi adultos que suelen llegar desde el continente africano. Al mismo tiempo, aumenta el número de niños y niñas alojados en los centros de recepción: el 30 de septiembre 2017 había más de 18.000, el 43% de ellos solo en Sicilia, suspendidos en un limbo donde muchos sienten que están perdiendo el tiempo, entre un curso de italiano y la espera de un documento que puede tardar meses. La Fundación Terre des Hommes Italia lleva seis años trabajando en el puerto de Pozzallo (RG) con el proyecto Faro de atención psicológica y psicosocial a los menores extranjeros y familias con niños, siguiendo los casos más vulnerables en los meses y años siguientes. Estas son algunas de las cientos de historias que el equipo de Terre des Hommes ha recopilado:
A., de Nigeria, llegó a Italia en agosto de 2016 a los 17 años. Dejó su país a la muerte de su padre para escapar de un matrimonio forzado con su tío. "Tenía 50 años, recuerda, una exesposa y otros hijos. Dije que no, me enojé y mi mamá lo entendió. La partida fue repentina, una tarde recibí una llamada y una voz me dijo que fuera a Benin City. Desde allí salimos. La persona que me había comprado en Benin estaba de acuerdo con un libio que me llevó al gueto de Saba, donde estuve seis meses porque nunca tuve suficiente dinero para irme. Salir de ahí es aún más peligroso. Una vez fui a buscar agua, estaba con otra chica, vinieron los chicos de Asma Boys y nos secuestraron, nos llevaron a un edificio abandonado e hicieron con nosotras lo que quisieron".


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B., de Gambia, llegó a Italia en julio de 2016, a los 14 años. Abandonó la escuela y su país cuando su padre murió para ir a buscar trabajo y apoyar a su madre. "Le dije a mi mamá: 'Intentaré ir a Senegal, tal vez allí encuentre algo que hacer,' pero ella dijo que no, así que le insistí: 'Si me quedo aquí no tengo ninguna posibilidad, terminaré vendiendo drogas. Y yo soy musulmán, esto no está permitido".
"Mi libro favorito es: 'Things fall apart', de Chinua Achebe, dice B., pero desde que llegué aquí solo he leído: 'Yo hablo italiano".

"Estoy muy preocupado, agrega, porque no tengo un tutor. Comencé a asistir a la escuela secundaria aquí, en Sicilia, pero cuando cumpla 18 años me trasladarán a un centro para adultos que podría estar en cualquier parte y podría verme obligado a dejar de estudiar, una vez más".



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C., de Gambia, llegó a Italia en julio de 2017 a los 17 años. "Pertenezco a parte pobre de la población de mi país y mis padres provienen de dos tribus diferentes: fula y mandinga".
"Cuando mi abuelo murió, dejó 40 vacas a mi padre. Él las confió a un señor de la tribu Fula para que las cuidara, le dijo que no vendiera una en concreto porque era "sagrada", pero el hombre la vendió y se fue, y las otras vacas murieron, una después de la otra. Fue así como mi padre perdió su riqueza y siempre bromea con mi madre, que viene de la misma tribu de ese hombre".
El viaje de C. duró casi tres años. En Libia fue secuestrado, encarcelado y torturado varias veces. "A veces tengo miedo", confiesa. "pero luego me digo a mí mismo: 'está bien, mantén la calma, estás aquí, estás a salvo'. He visto a gente actuar como en el cine: disparar, torturar, he visto todo esto suceder en la realidad". “Hay días en los que me siento “suspendido”, como cuando estaba en Gambia, que no hago nada. El tiempo pasa. Estoy acostado, no voy a la escuela, estoy tirando mi tiempo a la basura. Veo a otros chicos que han llegado hace uno o dos años y tengo miedo de que me espere lo mismo".


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D., de Guinea, llegó a Italia en enero de 2017, a la edad de 17 años. "Me fui de casa con poca ropa, pero cuando llegué ni siquiera tenía zapatos", explica D. "Mi vida aquí ya ha cambiado, estoy tranquilo, estoy mejor, pero para estudiar tengo que ir a Francia. Estoy guardando el dinero: aquí en el centro nos dan 10,50 euros por semana y, a veces, trabajo afuera ayudando a un vidriero".
"Quiero ir a Niza -lo dice en inglés, 'Nice'-, y se ríe. "Tengo amigos allí".
"Tarde o temprano quiero ver el desierto otra vez porque es otro mundo, no hay nada, estudié en la escuela lo que era el desierto pero nunca había estado allí. Le gustaría volver en cinco o diez años, cuando en Libia terminen "estas cosas bastardas". Le gustaría ir con su familia.
"Dormía allí, en la arena, sin una manta. Hacía frío, cero grados, pero la arena estaba caliente porque había 70 grados durante el día. Estuvimos cuatro días en el desierto, tuvimos suerte, muchos mueren o se pierden. Dios nos ayudó".


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M., de Nigeria, llegó a Italia en junio de 2017, a los 16 años. "Estoy aprendiendo italiano porque creo que es útil, puedo decir: buenos días, nos vemos mañana, soy M., soy de Nigeria, tengo 17 años, me gusta la manzana, mi abuela me llamó ayer". "Cuando a mi abuelo dejó de pagar la pensión, el dinero se agotó y tuve que abandonar la escuela", explica M. "Quería estudiar música y arte. Sé cantar y toqué en algunos espectáculos de la iglesia, quería ser actriz. Me fui a la ciudad a trabajar como mucama pero no ganaba lo suficiente, mis abuelos lloraban porque no podian ayudarme. Un chico con el que salía me preguntó si quería ir al extranjero porque tenía una hermana con su marido en Francia y dijo que se podía hacer. Me metieron en una casa donde me hicieron el Juju, me dijeron que era para protegerme. La deuda que había contraído para el viaje era de 35,000 euros, pregunté cuánto era en moneda nigeriana, pero me dijeron que no me tenía que importar. Después de tres días comenzamos el viaje. Ya no oí a mi novio, se había ido y mi teléfono no funcionaba. Estuve en Libia durante siete meses y medio, comencé a cocinar en el gueto donde estaba en Sabratha y me gané algo de comer, no pensé que sería una prostituta, pero me gritaron, me maltrataron, y lo hice. Yo no quería hacerlo". “Mi abuela es como mi madre para mí, es muy vieja, tiene un bastón, no puedo explicarle todo, podría tener un ataque al corazón. Ya no tengo miedo aquí porque creo en Dios".



6R., de Nigeria, llegó a Italia en julio de 2016, a los 16 años. "Un día lllovió mucho, mi hermana y yo estábamos en la escuela y cuando volvimos nuestra casa se había derrumbado y nuestros padres habían muerto. La casa se construyó con dinero prestado, y la deuda tenía que pagarse. La gente a la que mi padre había pedido el préstamo me amenazaba constantemente, pero yo no sabía cómo pagar, así que un día seguí a un amigo que se iba a Libia. No sabía que iba a llegar hasta a Italia. Solo me fui, porque de lo contrario me hubieran matado". Antes de llegar a Libia, R. nunca había visto el mar. "Cuando llegó el momento de irnos, los traficantes me empujaron en el bote, me golpearon y me hicieron volar un diente. En un momento, el agua comenzó a entrar; yo no sé nadar, estaba petrificado. Hasta que un barco italiano nos salvó. Estaba tan feliz de no estar muerto... ".


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S., de Nigeria, llegó a Italia en septiembre de 2016, a los 17 años. La madre de S. la abandonó cuando ella tenía 10 años, aí que se quedó sola con su padre y su hermana menor. A los 16, S. salió de Nigeria por primera vez y siguió a una amiga a Mali. La mujer le había prometido un trabajo en una tienda con el que podría ayudar a su padre, que había quedado discapacitado después de un accidente. Pero el trabajo que S. encontró una vez allí era la prostitución. “Yo quería volver pero no tenía dinero. Ella me golpeó, me encerró en una habitación durante un mes. Y entonces tuve que hacerlo. Cuando regresé a mi casa, mi padre me preguntó lo que había pasado y no le dije nada, pero los vecinos se reían de mí, no pude resistirme y me fui de nuevo".
S. viajó sola a Italia, pagando con el dinero ganado en Mali y sin el control de ninguna Madame. "Cuando veo a otras chicas [víctimas de la trata] cada vez tengo un flashback y les digo: 'Créeme, te está mintiendo. Si vas con ellos va a ser esclava para siempre, tu vida será miserable, sin sentido..."
En el centro donde vive, S.controla las llamadas telefónicas que hacen las chicas con sus familiares para saber si las presionan para que se prostituyan y respeten al Juju. Y todos los miércoles va al hospital donde ayuda a los inmigrantes nigerianos recién llegados a hacerse entender.
S. tiene una cicatriz profunda en el brazo, marcada a fuego: "Un hombre en Mali me la hizo para vengarse. Me dijo: 'si algún día tienes hijos tendrás que explicar por qué tienes este signo, tendrás que contar tu historia".


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W., de Marruecos, llegó a Italia en agosto de 2016, a los 17 años. "Vengo de una ciudad en el centro de Marruecos, es pequeña pero más grande que donde vivo ahora", explica W. "Me fui porque un día discutí con mis hermanos, y me enteré de que mis padres eran en realidad mis abuelos. Todavía estoy en contacto con ellos y nos queremos, pero ya no quería estar con mi familia. En Libia estuve encerrada en una habitación durante un mes y medio, pero no me maltrataron. Llegué a Italia gracias a la ayuda del hijo de mis vecinos en Marruecos, que ya había venido aquí hace tres años, y me explicó cómo hacer un Facebook.”
“Éramos muchos en el barco, yo iba sola y dos mujeres sirias que viajaban con un niño pequeño se ocuparon de mí y me protegieron".


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