“Les vamos a enseñar con actos que pueden pensar por sí mismos, que pueden tener sus propias ideas“
médica, psiquiatra
y psicoterapeuta
Imagínense al cerebro como una computadora (lamentablemente hoy entendemos más de computadoras que de cerebros…) Si ustedes quieren instalar un procesador de texto como el Word o un programa para hacer presentaciones como el Powerpoint , antes tienen que instalar Windows. Si no, no corren. Necesitan un soporte que les permita funcionar.
En nuestro cerebro es igual. La “instalación de software” se va haciendo como en capas, un programa basándose en el anterior. Es necesario un buen hardware que sostenga y buenos “programas básicos” y no dejar de hacer “actualizaciones” que son las que permiten ir complejizando la función.
Por ejemplo, no podemos lograr que un niño instale la aplicación “lenguaje hablado”, si antes no se fueron cargando otras. Es necesario que tenga los circuitos cerebrales especializados en el lenguaje, que le interese la comunicación y que además reciba una buena estimulación del entorno. Cuando finalmente podemos entablar una conversación con un niño, ya pasó por mil etapas sucesivas que lo fueron llevando de a poco a tener esa posibilidad. No existe la chance de que agarremos a un niño de 5 años que nunca ha tenido contacto con el lenguaje y que le enseñemos a hablar inmediatamente.
Lo mismo, igualito, sucede con otras habilidades y capacidades. Muchos padres y madres llegan tarde a darse cuenta que el “programa” que quieren cargar en su hijo no tiene el soporte que lo haga viable. Por ejemplo:
a) No es posible que el adolescente integre “de una” la idea de cuidarse, si antes y desde hace mucho tiempo, no fuimos de a poco incorporándole la capacidad de hacerlo. ¿Cómo va a tener internamente lo necesario para acordarse de usar preservativo en el momento indicado, si de chico no le enseñamos a renunciar a la playa al mediodía por el sol o a usar siempre cinturón de seguridad en el auto o a cruzar sólo en las esquinas y con la luz verde? Estas no son las cosas que se aprenden con discursos ni amenazas, sino con experiencias de vida reales y sostenidas.
b) No es posible que alguien ejerza su derecho a decir que no o a elegir algo recién cuando llega a la adolescencia, si en su casa nunca se le dio esa oportunidad o se le castigó cada vez que se opuso a algo. Es necesario respetar en serio a un hijo a cualquier edad. Esto implica muchas veces tener que aceptar algo que no habías considerado, demorar alguna salida o cambiar algún menú. Por supuesto que no vamos a hacer todo lo que el niño quiera pero todos sabemos que hay muchas cosas negociables o flexibilizables. Pueden decir que no al fútbol aunque sus papis sueñen con gritar sus goles, siempre y cuando elija otra actividad física. Pueden decir que no a determinado corte de pelo que nos gusta a nosotros pero no a ellos o a la polenta o el yogur. Y cuando no pueda respetarse su “no” o su elección, le explicaremos los motivos y le haremos saber que podemos entenderlo y que valoramos su opinión aunque no parezca lo mejor en ese momento.
Les vamos a enseñar con actos que pueden pensar por sí mismos, que pueden tener sus propias ideas y que serán respetados aún en el disenso.
c) No es posible que alguien sea responsable de sus actos en la adolescencia si de chico siempre tuvo a alguien que le sacara las castañas del fuego. No hay mejor manera de aprender que lo que hacemos trae consecuencias que vivirlo en carne propia. Si haga lo que haga todo sigue igual, pronto aprenderá (equivocada y peligrosamente) que siempre tendrá a alguien que le solucione cualquier problema. Si se gasta la semanada el primer día, lo verdaderamente educativo y saludable es que viva las consecuencias que trae la imprevisión o la impulsividad. Si estropea por descuido deliberado sus objetos no lo ayuda nada que salgamos corriendo a arreglárselos o sustituírselos.
d) No es posible que alguien sepa entretenerse saludablemente si desde chico, y muchas veces sin darnos cuenta, le fuimos enseñando que festejar es excederse, transgredir y alterar el reloj biológico. No es imposible enseñarles desde chiquitos a divertirse sin cometer excesos. Para festejar y pasarla bien, no es necesario una fiesta rimbombante ni aplastar tortas en la cara o huevos en la cabeza. No parece una buena idea que les enseñemos desde chiquitos a festejar “no durmiendo” o forzando peligrosamente los ritmos vitales. ¡Ojo con las pijamadas! Que se hayan vuelto populares no significa que sean inocuas.
e) No es posible que alguien sepa valorar los pequeños placeres de la vida, la naturaleza o el silencio si los criamos corriendo, en el barullo y el exceso de objetos materiales. Si les enseñamos desde chicos a saber disfrutar de cada pequeña cosa, a entretenerse con creatividad y a estar abiertos y atentos al mundo que los rodea, no nos lamentaremos cuando crezcan de su superficialidad o hastío vital.
Y así podría seguir con muchos otros ejemplos. Nada sucede porque sí. Siempre me sorprende cuando escucho a los adultos quejarse porque los jóvenes hacen tal o cual cosa. Esos jóvenes no nacieron por generación espontánea ni se criaron en un tubo de ensayo. La oportunidad de formarlos la aprovechamos en su momento….o la perdimos.
¡No se distraigan madres y padres de hijos chicos! El futuro empezó ayer y está en sus manos.
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