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Educar para conseguir un empleo el día de mañana
es olvidar que la sociedad está formada
por algo más que economía y mercados.
Obviar que además de buenos trabajadores,
necesitamos buenos ciudadanos, buenas personas, hijos, compañeros, amigos, padres y madres…
Cuando
hace algún tiempo le pregunté a un chico de 11 años, en un barrio popular del
extrarradio madrileño, por qué hacía todos los días los deberes y se esforzaba
con los estudios, su respuesta me impresionó tanto (siempre me tomo muy en
serio las opiniones de los niños) que no he conseguido olvidarla. Dijo con un
tono afectado, como si estuviera explicando algo que todo el mundo sabe:
“porque si no hago esas cosas, de mayor seré mendigo y tendré que dormir en
un banco”.
Precisamente
este invierno se ha instalado en un antiguo banco cerca de mi casa (no del
mobiliario público, sino de la empresa financiera), un señor de larga barba
blanca y pantalón a jirones, con sus plásticos, sus botellas y sus cajas.
Confieso que al verle por primera vez, además de preguntarme si sería un
afectado de las hipotecas, estuve tentada de interrogarlo acerca de su
infancia: ¿de pequeño solía usted hacer los deberes? ¿O prefería salir a jugar
y divertirse?. Finalmente, no me atreví; me resultaba penoso, cruel y hasta
kafkiano imaginar la absurda escena, mi estúpida pregunta y el rostro
atribulado del “sintecho”, quizás balbuceando una respuesta…. Se mire como se
mire, verse privado de un hogar, de un domicilio, es un castigo excesivo,
totalmente desmesurado, por no pagar una deuda… o no cumplir con un deber…
Después,
me pareció probable que, siendo niño, el pobre hombre conociera aquella época
“feliz”, cuando disfrutábamos de una cierta “benevolencia” adulta: la sabiduría
de la espera, el conocimiento de lo que puede y no puede exigirse a una
criatura, la aceptación de la infancia como una etapa distinta.... Un
tiempo en que no existía la presión académica porque lo esencial era aprender a
leer, escribir y calcular.
Antes que organismos internacionales como la UNESCO
y la OCDE se empeñaran en vincular el rendimiento escolar con el éxito
profesional y la competitividad de las naciones... Una relación que, por
cierto, no está clara e incluso ha sido desmentida por diversos estudios...
Educar
para conseguir un empleo el día de mañana es olvidar que la sociedad está
formada por algo más que economía y mercados. Obviar que además de buenos
trabajadores, necesitamos buenos ciudadanos, buenas personas, hijos,
compañeros, amigos, padres y madres…
La
generación y promoción de unos valores sociales, de manera holística e
integrada, no es algo que pueda dejarse exclusivamente a la familia y menos aún
a la iniciativa privada: es en la esfera de lo común, de lo colectivo y de lo
público donde se definen las cosas que son importantes para un grupo humano.
Si
la “huelga de deberes”, recientemente convocada por CEAPA, ha sido o no un
acierto, dependerá de cómo se ha vivido en cada casa y en cada centro, en cada
relación familia-escuela. ¿Hemos convertido una vez más a la infancia en un
campo de batalla? ¿Los alumnos se han visto atrapados entre dos fuegos (¡Haz
los deberes!, ¡No hagas los deberes!)?
O bien, ¿hemos sabido escuchar, abrir un
debate saludable y permitirles participar con sus ideas?. ¿Nos limitamos
a buscar culpables? ¿Acusamos a los padres de sobreprotectores, de inmiscuirse
en la labor docente y faltar al respeto? ¿O somos capaces de atender una
llamada a la sensatez, la disensión y el diálogo? ¿De aprovechar la
ocasión para manifestar públicamente juntas, familias y escuelas, nuestro
rechazo a un sistema cada vez más inhumano, exigente e intransigente? ¿A una
“cultura” que crea exclusión y desigualdades, que no respeta las diferencias
individuales?. ¿A una educación centrada en la repetición sumisa en lugar de la
creación gozosa, en la obligación más que en la pasión, el interés y la
motivación?.
La cuestión de los deberes es pues una excelente oportunidad para repensar la escuela, sus fines, sus métodos y su capacidad de relacionarse con el entorno. A apostar definitivamente por el bienestar, la salud y la felicidad de nuestros niños y niñas, unas sensaciones que, a fin de cuentas, están en la base de cualquier aprendizaje auténtico.
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