en las "banlieues" francesas y barrios periféricos madrileños
Blog Re-linking de Cecilia Eseverri Mayer *
El 14 de octubre de 2008 Abdoulaye Fofana llegó a su casa, situada en el bloque 5 de la cité de Les Bosquets, a eso de las 22 horas para ver el partido que jugaban Francia-Túnez con unos amigos. Cruzó el salón, saludó a su madre, a su hermana y a sus dos hermanos pequeños y se encerró en su cuarto para encender la tele. Al rato escuchó un golpe fuerte que venía de la entrada. Salió para ver qué pasaba y vio que dos policías habían entrado en su casa tras haber roto la cerradura de la puerta. Le preguntaron su apellido. Adboulaye les contestó y ellos dijeron: “no es él” y se dieron la vuelta para irse por donde habían venido. El joven les siguió hasta la salida y les preguntó: “¿rompen la puerta de nuestra casa y se van como si no hubiera pasado nada?”. Entonces se dieron la vuelta de nuevo, le miraron y uno de ellos dijo: “¡a este nos lo llevamos!”.
“Me cogieron y empujaron a mi madre que gritaba desesperada. Me bajaron por las escaleras hasta el portal dándome porrazos. Yo recuerdo que no paraba de gritar. Sólo oía gritos. Mis hermanos pequeños me seguían, gritaban y lloraban… ¡Fue horrible!… Me llevaron a comisaría y estuve desde el martes hasta un viernes encerrado. Yo pensé: ya está, ¡me meten en el trullo! Me acusaban de haber tirado proyectiles contra un coche de policía y de haber pegado a uno de los dos policías”.
Abdoulaye participó con otros 15 jóvenes (8 chicas y 7 chicos de entre 18 y 25 años) en la Intervención Sociológica que organicé durante el invierno de 2014 en el barrio de Les Bosquets. En ese momento tenía 25 años y trabajaba como animador en el patio de un instituto. Relató estos hechos durante la sesión número 5 dedicada al análisis de la relación entre los jóvenes y la policía. El invitado era un policía nacional “de los buenos”, como decían los jóvenes, uno de los pocos que ha escogido la prevención como prioridad de intervención en los barrios. En concreto, trabajaba en el Centre de Loisirs et de la Jeunesse de la Police Nationale, el único centro de prevención de la delincuencia que hay en la banlieue norte de París. En Madrid, en el barrio de San Cristóbal de los Ángeles, también reuní durante el verano de 2014 a un grupo de 15 jóvenes (9 chicas y 6 chicos) con dos agentes tutores, miembros de la policía municipal y encargados de crear un vínculo entre la policía y el ciudadano.
En París, el agente de policía terminó la sesión confesando a los jóvenes su sorpresa por la violencia de los relatos de los jóvenes: 6 de los 7 jóvenes presentes en la sala habían sido maltratados físicamente por las fuerzas del orden en la calle, cuando les pedían la documentación, cuando volvían solos a su casa por la noche, cuando les paraban mientras conducían su coche o cuando pasaban el rato en el centro comercial del barrio con sus amigos. Por una vez, la situación se invertía y quien bajaba la cabeza y permanecía en posición reflexiva era el agente. Según él, las causas de esa agresividad por parte de la policía eran fundamentalmente dos. La primera es la idea enraizada de que en las banlieues aumentaba cada año la delincuencia y que los jóvenes son cada vez más violentos, por lo que los agentes deben actuar en grupo, ser contundentes y agresivos para evitar conflictos. Este nuevo paisaje hiperviolento parece dudoso cuando en el distrito 93, Seine-Saint-Denis, hubo 20 asesinatos en 2013, 4 más que en 2012 pero los mismos que en 2008 y 7 menos que en 2009. Además, en Francia desde hace 10 años los crímenes descienden de manera estable, como lo muestra este informe de la Documentation Francaise.
La segunda causa que nos explica el policía invitado es el cambio que supuso la nueva política securitaria implantada por Nicolas Sarkozy cuando era ministro del interior. “Se trataba de una policía que actuaba bajo el lema “la mejor prevención es la sanción”. Una política de tolerancia cero que tiene una consecuencia directa en la actuación cotidiana de los agentes ya que, a partir de 2003, estos tuvieron que demostrar su eficacia a través del número de multas, controles de identidad, registros y detenciones que realizaban a diario. Una cuantificación que recrudece el acoso hacia los jóvenes en la calle, acorta los tiempos en las investigaciones policiales y hace aumentar el porcentaje de falsos culpables. En estas circunstancias, el hecho de ser arrestado o maltrato por la policía se convierte para los jóvenes en un riesgo cotidiano. “Recuerdo un colega que salió de casa una mañana para ir a hacer un stage de profesor de fútbol y como llevaba las mismas zapatillas que uno al que estaban buscando, se lo llevaron directo a la cárcel”, cuenta un joven que trabaja por temporadas en el aeropuerto de Roisy.
Todos los jóvenes del grupo de Les Bosquets dicen no confiar en la policía y temer su violencia. Las chicas permanecen calladas buena parte de la sesión y finalmente dicen que a ellas no les paran ni les molestan, pero hablan de experiencias que también les marcaron en el pasado. “En mi casa entraron cuando yo tenía 9 años de pronto en el salón buscando a un tal Ndiaye. Buscaban al vecino de abajo que se apellida igual que mi familia porque también es senegalés. Uno de los policías encontró el Corán de mi padre y lo tiró al suelo y escupió encima. Me dio mucho miedo”, cuenta una joven de 24 años y estudiante de contabilidad. Desde que Sarkozy acabó con la policía de proximidad, la policía nacional ha roto completamente su relación de confianza con la ciudadanía, un vínculo que según Le Goff (2010:98) es algo fundamental para el buen funcionamiento de la democracia. Un hecho que indica el grado de desconexión entre las fuerzas del orden y la policía fue lo que pasó antes de los atentados de Charlie Hebdo. Dos meses antes del ataque, un matrimonio, de origen tunecino, vecinos de los hermanos Kouachi en Gennevilliers, decidió entrar por la fuerza en su apartamento mientras estos hablan salido a comprar. Llevaban tiempo oyéndoles rezar sin parar y estaban seguros de que tramaban algo. Efectivamente, en el piso encontraron un arsenal, pero tuvieron la mala suerte de ser sorprendidos por los Kouachi que les arrinconaron y les amenazaron de muerte si iban a la policía. La pareja guardó silencio hasta el día siguiente de los atentados, cuando llamó a un periodista del Canadiense De Globe and Mail para relatar lo sucedido. Sorprendentemente, los medios franceses no se hicieron eco de esta noticia, la cual revela que la confianza en la policía es muy escasa en determinados entornos.
En los suburbios de Madrid no se puede decir que el vínculo esté completamente dañado entre los jóvenes de origen inmigrante y la policía. Los jóvenes de San Cristóbal no dicen sentir desconfianza y miedo hacia la policía. Tampoco hacen una diferencia tan clara entre el trato de la policía cuando se la cruzan en el centro de Madrid o en San Cristóbal, como sí denuncian los jóvenes en París. Las violencias policiales en España, como también lo indica el último informe de Admitía Internacional, las sufren sobre todo los militantes de movimientos sociales y los inmigrantes indocumentados. “Cuando vemos un coche de policía sabemos que nos van a parar, por la pinta que llevamos… Somos negros y llevamos roba ancha, gorra, pantalones caídos. No falla. Pero como tenemos papeles no suele pasar nada”, cuenta un joven de 19 años y de origen maliano.
Los jóvenes hacen una distinción clara entre la policía nacional y la policía municipal. De los segundos valoran su trato y su cercanía— “son como policías de barrio”— y su talante de diálogo y de ayuda a los vecinos. Los agentes tutores invitados les explican durante la reunión que el objetivo de la policía municipal es conocer la diversidad de vecinos que hay en cada distrito, sus problemas y dificultades para prevenir posibles conflictos. En algunos municipios de la Comunidad de Madrid se está tratando de gestionar la diversidad de otra forma. En Fuenlabrada se ha implantado un Servicio de Asistencia a las Víctimas por Delitos de Odio y los agentes cuando realizan controles de identidad entregan a las personas una recibo donde se les explican sus derechos y obligaciones. Esto ha reducido los controles a la mitad y ha creado una relación mucho más cercana con la comunidad y las minorías étnicas. Los agentes visitan las mezquitas, las sinagogas y las iglesias como parte de su rutina. El 27 de enero pasado, el delegado del área de Salud, Seguridad y Emergencias del Ayuntamiento de Madrid, Javier Barbero, anunció que se pondrá en marcha el mismo servicio en toda la ciudad de Madrid.
A pesar de estos cambios, los jóvenes no creen que la policía pueda cambiar de mentalidad fácilmente. Según ellos, los agentes nacionales seguirán siendo agresivos, represivos y sobre todo racistas. Kawtar, una joven de 21 años y camarera en un restaurante explica una situación en la que dice haberse sentido humillada por la policía.
“Un día me atacaron en el restaurante en el que trabajo, una tía con una navaja y me hicieron un corte en un mano. Vino una ambulancia, me curaron y luego vino la policía nacional. Uno de ellos me pidió el DNI y se lo di. Entonces me dijo: “¡ah, que eres mora!”. Y me molestó, sabes, porque si te doy el DNI español es que soy española y no tiene por qué venir a decirme que si soy mora… ¡no viene a cuento!”.
Una prueba de que las cosas no han cambiado mucho es la reacción de uno de los agentes tutores al relato de Kawtar. El agente no entiende por qué la joven se siente ofendida y le pregunta por qué se enfada tanto si seguramente se trate de un apelativo que oye a diario. La joven le explica que eso para ella significaba un desprecio, un insulto, una discriminación: “no es lo mismo que me llame mora mi mejor amiga a que me lo llame la policía, ¿no cree agente?”, explicaba con determinación. Finalmente, los agentes aconsejan a Kawtar no sobrerreaccionar en esos casos, no darle importancia y sobre todo evitar la confrontación con la policía. En otras palabras, le explican que es mejor no señalar ni denunciar el racismo.
En esa sala, excepto Kawtar, nadie denunciaba claramente el racismo, sino al contrario, le la mayoría le restaba importancia. Dicen haber vivido situaciones parecidas, pero las aceptan como otra característica más del paisaje. Esta resignación podría ser propia del hecho de tener que ser los primeros en romper el silencio y de denunciar un maltrato que podría estigmatizarles aún más. Un silencio que sí rompieron los jóvenes franceses en los suburbios hace 35 años, tras la muerte de Ahmed Boutelja que fue disparado por un policía tres veces por la espalda en una banlieue de Lyon. El Movimiento Beur en los años 90, las reivindicaciones desde las asociaciones locales a finales de los 90, la creación de organizaciones políticas con representantes en instituciones locales como ACLe Feu después de las revueltas de 2005 y hoy organizaciones políticas como Les Indigènes de la République o el Collectif contre l’Islamophobie en France (CCIF) muestran que el racismo ya no puede esconderse y que ya no hay marcha atrás. Los jóvenes franceses de origen magrebí y subsahariano “han dejado de bajar la cabeza”, como explica un adulto de origen argelino que vivió su juventud en Les Bosquets. “Nosotros tratábamos de pasar desapercibidos, ocultabamos que éramos árabes, musulmanes. Hoy los jóvenes reivindican sus orígenes, su religión, su color de piel. Han dejado de estar acomplejados y denuncian la violencia de la policía”.
Fue lo que hizo Abdoulaye tras ser arrestado. Tuvo la suerte de que su vecino, el realizador de televisión Ladj, llegaba a su casa en el momento en que la policía le daba los últimos golpes y grabó lo sucedido. El caso fue muy mediático, el video distribuido y la denuncia de Abdoulaye hizo que la violencia tuviera consecuencias: ambos policías fueran inhabilitados y condenados a cuatro meses de prisión. El 2 de febrero en Aulnay-sous-Bois (Seine-Saint-Denis) Théo, un joven de 22 años, fue maltratado e incluso sodomizado por un policía con una porra. La policía francesa de nuevo se ha equivocado, pero ya no hay silencio. La denuncia tanto mediática, como de los movimientos sociales y en general de los ciudadanos individuales a través de las redes sociales se oye a un volumen tan alto que será difícil para la justicia mirar hacia otro lado. La violencia policial en las banlieues continuará si la policía en estos barrios sigue comportándose como un ejercito en una zona de combate, pero las víctimas parece que ya no se volverán a callar. En España la confianza se está construyendo poco a poco en ciudades como Madrid. Veremos si está tendencia se consolida en futuro.
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