Por Kepa Paul Larrañaga *
Responsable de Vocalía de TICs de GSIA
La fábricas de objetos navideños
comienzan fabricando bombillas ‘led’
y luego consumen, a propósito,
toneladas de kilovatios por afán.
Encarecidamente.
Generamos propósitos de objetos. Angostamos su uso. Sustituimos cosas por otras.
Hay
(y los conozco) quienes compraron libros para ‘oler papel’. Por
supuesto, no estoy en contra de los instantes perfumados de lo nuevo. Es
otra forma de concebir que el deseo pretende a la novedad. Desenvolver
papeles, cintas y lazos donde ponga: “tú eres merecedor del cariño, por
eso te lo compro”.
Entusiasmado por el olor de los libros,
pude clasificar el fetiche del aroma, entendiendo otro nuevo olor. Esta
es la clave, los olores. Los olores del papel. Y como ‘en barrica’ hay
contenedores de objetos que fecundan ‘impactos mentales’: los lugares
donde estuvieron ubicadas las bibliotecas, las manos de los lectores, el
tamaño de las letras (para leer más o menos distante), las hojas
seleccionadas, las veces que se han leído… Creo que existen menos
lectores que libros. Éstos, los libros, han sabido contener relatos pero
aquéllos, los lectores, confundieron los relatos con ser dictados. Es
el eufemismo de la ‘educación’ de los más niños: repetir palabras sin
más conexión que decir o pronunciar en silencio. Pero, ¿cómo conservamos
lo dicho en el espacio de lo decible? A veces, como un mal recuerdo.
Procedemos de una tradición de exégetas
cuando la glosa era de otros, cuando la Universidad pudo mantener su
propia jurisdicción, aunque ésta, a su vez, cayó en la exégesis
monopolizada. Para que uno sólo al dictado, haya definido los ‘espacios
educativos’.
Aprender a leer se convirtió en el
ejercicio de ocultar las palabras. Pero la lectura debe de ser como los
olores de los libros, dicha y resonante. En nuestra pretérita cultura
oral todo se interpretaba para resonar en el ‘pathos’ del público, y
sentir los diferentes tonos de las palabras y de las ‘cosas’. Pero la
‘lectura conceptual’ aprende a conversar sólo consigo misma pensando que
por repetir aprende sin otro. La educación es compañía, una grata
compañía. Desde la lectura del gesto de los labios hasta la pléyade de
sonidos posibles donde pronunciar una sola primera consonante.
Debemos aprender y educar a reprogramar
conocimiento para orientarlo a otros objetos. Por esto -y descifrando lo
dicho- la memoria es saber experimentar algo, contraponiendo objetos.
Ubicar. Pero, si se fijan, la mayor parte de los objetos están
programados, están porque los objeto-máquinas ‘se suponen que hacen lo
que deben hacer’ o ¡no!. Si no observen lo pluriempleados que se
encuentran los fabricantes de ‘smartphones’ y demás artilugios sin otro
destino que la felicidad de la Navidad, intentando convencer a los
pluri-consumidores para que elijan la bandera de quien quieran que les
espíen. Los objetos estrictamente programados siempre tuvieron ‘puertas
traseras’. ¡Elijan, elijan!… bonitos ‘smartphones’ que les asegura un
confortable servicio de su espía favorito incluido.
No les quiero aburrir con su ‘James Bond’
particular. Para esto no escribo. Quería anunciarles, simplemente, que
la libertad siempre ha tenido como vecina su vigilancia. Pared con
pared.
‘Orientarse a objetos’ es reprogramar el
uso del objeto, transformándolo. Relatar a ‘viva voz’ es reprogramar el
relato en un nuevo espacio. Conjugar la ‘orientación a objetos’ y el
‘relato’ es sentirse incluido con los ‘hacedores’ de las cosas. Para
poder llamar al después,
su-saber-del-recuerdo-en-ese-genuino-espacio-hecho. Aprender no es la
suma de sus letras o palabras. Aprender es entender cómo suena la
articulación de las palabras y las letras: rehaciendo los actos,
desmenuzando complejos. Y proponerlo en público a sabiendas. Frente a
los adversarios.
Habrá que leer en público, sin vergüenza.
Imitando la algarabía de los niños cuando se juntan para pintar libros.
Por esto, no necesitamos tantos objetos, sólo los necesarios para
aprender a convertirlos en otros. Yo así es como aprendí y he aprendido.
Leyendo en voz alta. Escuchando las noticias y pistas de sus entornos.
Sobre lugares inhóspitos, frugales, sin cuerpo.
Aunque también tienen esa otra posibilidad, no la mía, comprar objetos. Y
si entre éstos incluyeran algún libro, lo podrán utilizar de podio para
elevar la altura de la pantalla del ordenador para cuando deseen leer
mejor.
* Kepa Paul Larrañaga, Netólogo y experto en TIC y derechos de infancia, es especialista en ‘Gestión estratégica y liderazgo social’ por el Programa del Departamento de Gestión Pública del IESE. Actualmente dirige un curso sobre derechos de la infancia de la Fundación Internacional O’Belen (FIOB), y otras acciones formativas de ICADE-Universidad Pontificia Comillas y Aranzadi-Lex Nova. Es miembro del Grupo de Trabajo Público-Privado de Menores e Internet’de Red.es para la Agenda Digital española.
Del 26 al 28 de noviembre, ha estado en Salamanca para impartir el workshop titulado ‘Las aplicaciones tecnológicas en el fortalecimiento de los derechos de los niños, niñas y adolescentes’. Dicha actividad se enmarca dentro del Seminario Internacional ‘Políticas de Ciudadanía e Inclusión Social de la Infancia y de la Juventud’ de REDidi.
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