Irene V. Intebi,
Presidenta de ISPCAN
Gobierno de Cantabria
Consejería de Sanidad y Servicios Sociales
Colección Documentos Técnicos (5)
1.- El creciente consenso de que los niños y las niñas deben ser socializados primariamente a través del cariño y no mediante severos métodos disciplinarios de crianza, como los golpes y la humillación, que producen trastornos en el desarrollo.
2.- La autoridad parental no es absoluta. En muchos casos, los progenitores –por diversos motivos- no están en condiciones de evaluar y/o de decidir qué es lo mejor para sus hijos e hijas además de no tener autoridad irrestricta sobre ellos.
La aceptación de estas premisas creó la base del concepto de maltrato infantil y de la noción de que los profesionales y las autoridades públicas tienen derecho y obligación de intervenir en los grupos familiares en función del interés de los niños y las niñas.
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“Se considera abuso sexual infantil (ASI) a involucrar a un niño/a en actividades sexuales que no llega a comprender totalmente, a las cuales no está en condiciones de dar consentimiento informado, o para las cuales está evolutivamente inmaduro/a y tampoco puede dar consentimiento, o en actividades sexuales que trasgreden las leyes o las restricciones sociales.
El abuso sexual infantil se manifiesta en actividades entre un/a niño/a y un/a adulto/a, o entre un/a niño/a y otra persona que, por su edad o por su desarrollo, se encuentra en posición de responsabilidad, confianza o poder. Estas actividades
-cuyo fin es gratificar o satisfacer las necesidades de la otra persona- abarcan pero no se limitan a: la inducción a que un/a niño/a se involucre en cualquier tipo de actividad sexual ilegal, la explotación de niños/as a través de la prostitución o de otras formas de prácticas sexuales ilegales y la explotación de niños/as en la producción de materiales y exhibiciones pornográficas”. Organización Mundial de la Salud (OMS)- Octubre 2001
El problema de las agresiones sexuales hacia los/as niños/as no suele ser comprendido en todas sus dimensiones por el común de la gente. Se tiende a creer que les ocurre a quienes viven en condiciones de marginalidad, con carencias económicas y que los/as agresores/as son personas desconocidas, con bajos niveles educativos, adictos/as al alcohol o a las drogas. Frente a este tipo de fenómenos – y al de la violencia que se origina en el seno de una familia, en general-, la sociedad se defiende mediante ciertas estrategias (la minimización, la indiferencia, la intolerancia, la tendencia a pensar que le ocurre a personas muy diferentes a uno mismo) que generan más prejuicios y obstaculizan la comprensión.
En lo que respecta a las agresiones sexuales, el recorrido ha sido más complejo. Por un lado, si bien la sociedad –y los/as profesionales- se horroriza y reclama el castigo de los/as responsables cuando no cabe duda de que han ocurrido, por el otro se muestra incrédula y tiende a buscar justificaciones ante las sospechas.
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