Los
expertos afirman que, por el momento,
los datos no justifican la alarma sobre
el uso de pantallas
y llaman a no juzgar los dispositivos
sino el uso que se
hace de ellos.
Llevamos una temporada de fiebre aterradora sobre los efectos perversos para la infancia y la adolescencia de las pantallas y la realidad y/o su digitalización que se muestra a través ellas... . Ahora en la palestra están los efectos del porno en la violencia sexual; unos echan la responsabilidad en la inmigración; otros al porno por el fácil acceso de los niños a los pantallas, smartphones, redes, tiktokes...
Danos acceso a un artículo que, tras contrastar y comparar más de 100 investigaciones, no justifica tanto terror como el que se hace circular para crear opinión pública angustiada.
El artículo completo de los investigadores internacionales, que da pie a este post, y se puede leer on line aquí
Daniel Mediavilla.
En el siglo XVI, la invención de la
imprenta facilitó el acceso a los libros y, con ellos, al conocimiento. Sin
embargo, muchos eruditos de la época se alarmaron ante los efectos de la nueva
tecnología. Conrad Gessner, que elaboró una lista todos los libros publicados
en el primer siglo tras la invención de la imprenta, decía
en 1545 que la abundancia de libros era
confusa y dañina para la mente y pedía a reyes y príncipes que tomaran medidas
para controlar el guirigay. Más recientemente, en el siglo XIX, se temía que la
escolarización agotaría los cerebros infantiles, y, a principios del XX, que la
radio distraería a los niños de la lectura. En 1985,
Neil Postman, director del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, acusaba a la televisión de empujar a la sociedad a
la “estupidez colectiva” y de crear un futuro en el que los ciudadanos vivirían
en un marco de libertades formales inútiles porque nadie las podría ejercer por
puro desconocimiento.
Ahora, algunos expertos advierten de
que las pantallas de los dispositivos electrónicos han creado la primera
generación de hijos menos inteligentes que sus padres y esos padres se organizan para
restringir el uso de dispositivos electrónicos entre los escolares. Sin
embargo, pese a la alarma generalizada, no existen estudios abundantes y de
calidad que ayuden a entender el problema. En un editorial de
2019, la revista médica The Lancet afirmaba que “nuestra
comprensión de los beneficios, daños y riesgos de nuestro rápidamente cambiante
paisaje digital es dolorosamente escaso”. Hoy, la revista Nature Human Behaviour publica una
revisión de estudios sobre este asunto con conclusiones poco dramáticas. En un
trabajo que recoge los resultados de 2.451 estudios y casi dos millones de
participantes menores de 18 años, los autores concluyen que el uso de pantallas
se asocia con riesgos y algunos beneficios, pero que, en cualquier caso, los
efectos son pequeños.
Los resultados muestran que la habilidad
para leer y escribir y el aprendizaje en general empeora ligeramente cuando se
pasa más tiempo frente a pantallas, que los anuncios de comida basura en los
medios digitales favorecen que los niños la consuman o que el uso de redes
sociales incrementa levemente el riesgo de depresión. Había algunos efectos
positivos, que más que de las propias pantallas dependen de la utilización que
se haga de ellas. Ver televisión con los padres aumentaba la capacidad de
lectura y escritura y el uso de pantallas para programas educativos de realidad
aumentada tenía efectos positivos en el aprendizaje.
“No creo que el tamaño de los efectos
que hemos encontrado en este artículo apoyen [que las pantallas] supongan una
preocupación tan grande”, afirma Taren Sanders,
investigador de la Universidad Católica de Australia y primer autor del
artículo. “Encontramos efectos, como la relación entre depresión y uso de redes
sociales que eran algo preocupantes, pero en la mayor parte de casos no
encontramos grandes efectos que nos harían pensar que este debería ser la
preocupación número uno [para los padres]”, añade. “Eso no significa que para
algunos niños no sea un gran problema, pero de media, probablemente, no es lo
que más influye en la vida de los chicos”, concluye. La correlación más fuerte
encontrada en todos los estudios es de 0,2, la misma que otros estudios han
hallado entre la inteligencia y una mayor estatura.
Entre los principales efectos negativos,
el uso de redes sociales mostró una relación
fuerte con conductas arriesgadas,
abuso de sustancias o sexo sin precauciones. Los autores apuntan a que las
propias compañías sugieren que sus productos pueden tener efectos negativos
para la salud mental de los jóvenes, especialmente de las adolescentes. Entre
los efectos positivos, se destacan las intervenciones que emplean pantallas
para promover el aprendizaje o los hábitos saludables, aunque insisten en que
el beneficio puede no deberse tanto a la pantalla como el empleo que se le da.
“Yo soy padre de un niño de dos años y
trato de no contagiarme de esta histeria, porque sé que no hay justificación
científica”, afirma Borja del Pozo, investigador de la Universidad de Cádiz y
coautor del estudio. “Ni los efectos negativos son tan grandes, ni toda
pantalla es mala, es más complejo que eso”, añade. Guías con recomendaciones de
uso de pantalla como la de la OMS son muy restrictivas, pese a que no se hayan
encontrado pruebas sólidas del daño de las pantallas, por miedo a que la falta
de evidencia se deba a que hay daños que no se están midiendo bien. “Con este
metaanálisis hemos visto que los efectos de la pantalla dependen de qué se
mira, con quién y con qué objetivo. Si se miran contenidos educacionales
acompañados de los educadores, el efecto es positivo”, afirma Del Pozo. En el
artículo sugieren que estas guías adviertan frente al uso excesivo de las redes
sociales, pero consideren adaptar sus recomendaciones para promover el uso de
aplicaciones educativas o videojuegos.
Pese a no encontrar datos que
justifiquen la alarma, Sanders reconoce que el campo de investigación cambia
rápido y es difícil para los investigadores seguir los cambios tecnológicos y
de contenido. “Las redes sociales tienen a las mentes más brillantes del mundo
pensando continuamente en cómo hacer que permanezcamos 30 segundos más en
Facebook, así que no es sencillo para los investigadores mantenerse a la par”,
concede.
Los ejemplos históricos muestran una
tendencia a preocuparse por los efectos de las nuevas tecnologías en la mente
humana, pero, en opinión de Sanders ese no es motivo para descartar sin más los
riesgos potenciales de tecnologías tan potentes como los móviles.
“Históricamente, nos preocupamos por las novedades y, cuando aprendemos más
sobre ellas, nos adaptamos y las integramos en nuestras vidas”, afirma. “Esto
no quiere decir que no debamos preocuparnos, sino que debemos parar, respirar y
mirar a las pruebas antes de ponernos demasiado nerviosos con el tiempo de
exposición a las pantallas”, concluye.
Luisa Fassi, una investigadora de la
Universidad de Cambridge que no ha participado en el estudio, también cree que
la información que aportan los estudios hasta el momento sugiere que es
necesario una toma de posiciones “más matizada”. “Si aún no hay evidencias,
deberíamos esperar antes de hacer grandes declaraciones porque es podría
generar pánico y una restricción de la tecnología con efectos negativos”,
opina. “En este asunto las pruebas no son claras, así que entiendo que los
responsables de las políticas públicas lo tengan difícil para decidir”. Fassi
considera que los padres tienen derecho a preocuparse y que es necesario que
los investigadores analicen los efectos de una tecnología tan poderosa. Sin
embargo, al tratarse de unos dispositivos omnipresentes, es difícil establecer
relaciones de causa-efecto. Una persona que puede tener peor salud mental o
peores notas en clase por el efecto de las pantallas o puede refugiarse en las
pantallas ante determinadas situaciones difíciles. El campo, con un interés
social creciente, aún tiene mucho trabajo por hacer para evaluar cómo afecta el
uso de qué pantallas y en qué circunstancias a la salud o el aprendizaje de
niños y jóvenes.
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Como es costumbre, el mundo adulto sigue escudando su intervención no en el "perverso" producto, servicio... que llega a través de las pantallas, sino en que eso no llegue a las personas menores porque lo dicen ellos...
Si es malo puede ser igual de malo para un niño que para un adulto (ambos pueden ser "inmaduros" para usarlos); y poner como barrera una edad no deja de ser una escusa, cuando sobre la "madurez" de muchos de ellos, se puede poner en duda en todo momento.