Mostrando entradas con la etiqueta Psicología. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Psicología. Mostrar todas las entradas

«Las pérdidas ambiguas de los niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección», Artículo 6. Renovando desde dentro.

Artículo 6: 
«Las pérdidas ambiguas de los niños, niñas y adolescentes 
en el sistema de protección»
por Marta Llauradó Miravall.

Introducción

Cuando perdemos algo que es emocionalmente importante para nosotros, ya sea una persona querida, una casa, un trabajo… experimentamos sentimientos dolorosos –tristeza, añoranza, rabia, impotencia, falta de concentración, bloqueo– que van evolucionando a lo largo de un proceso que llamamos duelo. No todos los duelos ni la intensidad de las emociones que los acompañan son iguales. Coincidiremos en que la intensidad máxima corresponde a la pérdida de una persona muy próxima y muy querida –un hijo, una pareja, un hermano, un padre… El dolor que nos genera es como un agujero frío en el corazón cuyo cierre nos parece imposible.

Sin embargo, aun en estos casos es posible superar el duelo de forma saludable cuando aceptamos la pérdida, integrándola en nuestro relato vital. En este momento dejamos de intentar retener lo perdido y empezamos a sentir que somos capaces de poner toda nuestra atención en otras relaciones y en nuevos proyectos. El recuerdo persiste, pero no invade. Los rituales sociales (funeral, despedida) o los documentos acreditativos (trabajo, casa) ayudan a reconocer esta pérdida al señalar el punto final de esa pertenencia o de ese vínculo.

No obstante, las pérdidas pueden no ser tan claras. Pensemos en las personas desaparecidas en una guerra o en un desastre natural, en las personas secuestradas, en los emigrantes y refugiados desaparecidos intentando cruzar las fronteras… Una verdadera lista negra que tiende a crecer y que afecta a millones de personas. Al no existir pruebas que permitan darlos por muertos, sus familiares sufren su ausencia mientras se aferran a la esperanza de encontrarlos con vida. Con el tiempo, la esperanza se puede reducir a encontrar al menos sus restos. Solo en estos dos supuestos, el reencuentro o la certificación de su muerte, las personas sienten que podrían continuar de nuevo con sus vidas, liberadas de esta incertidumbre que las paraliza. Mientras tanto, las informaciones intermitentes hacen que la experiencia, de por sí traumática de la pérdida, sea una experiencia continuada. Por otra parte, al tratarse de una pérdida no reconocida socialmente, los afectados la viven en una dolorosa soledad.

El 24 de agosto del 2019 Blanca Fernández Ochoa salió de casa y no volvió. Cuatro días después la familia denunció su desaparición y once días después apareció su cuerpo sin vida en un pico de la sierra madrileña de Guadarrama. La hermana de Blanca hizo entonces la siguiente declaración pública: ”Lo importante no es el cómo, sino que ya no está y ahora toca empezar una nueva vida” . Esto no era posible durante los días que duró la búsqueda, una auténtica montaña rusa marcada por la incertidumbre y por repetidas esperanzas y sus consiguientes hundimientos. A pesar del fatal desenlace, para la familia de Blanca este periodo de incertidumbre fue relativamente corto, teniendo en cuenta que se podría haber alargado mucho más, incluso años, dejándola con un duelo permanentemente abierto.

Por otra parte, también experimentan pérdidas no cerradas los familiares de enfermos aquejados por enfermedades mentales degenerativas (Alzheimer, demencias) o de personas en estado de coma. Están y no están. No es posible relacionarse con ellas, al menos de la forma en que lo hacían antes de la enfermedad.

Las personas afectadas experimentan una “Pérdida Ambigua”, concepto desarrollado por Pauline Boss, una terapeuta familiar estadounidense que ha trabajado con familiares de enfermos de alzheimer, de soldados desaparecidos, de las víctimas del 11-S y con personas afectadas por duelos migratorios. Ella es la autora del libro La pérdida ambigua. Cómo aprender a vivir con un duelo no terminado[1].

De acuerdo con su teoría, existen dos tipos de Pérdida Ambigua:

.- Cuando los miembros de la familia están físicamente ausentes, pero psicológicamente presentes, como ocurre en el caso de personas desaparecidas.
.- Cuando los miembros de la familia están físicamente presentes, pero psicológicamente ausentes, como ocurre en el caso de personas mentalmente enfermas.

Los límites de la familia se desdibujan con miembros que no están física o psicológicamente del todo presentes pero siguen siendo parte.

Las personas afectadas por una pérdida ambigua pueden experimentar un bloqueo y una alteración en todos los órdenes de la vida, especialmente los relacionales, pero también en los proyectos, ya que todo pasa a depender de una incertidumbre. Por otra parte , la impotencia, el enfado, la culpa (“Debería haber hecho o dicho…”), la negación de lo hechos (“Estáis exagerando, tiene ratos buenos…”), son emociones que se asocian a la pérdida ambigua y que pueden llevar a la depresión. Boss señala el duelo por la pérdida ambigua como uno de los más devastadores al mantenerse repetida e indefinidamente, con síntomas semejantes a los del trastorno por estrés postraumático.

Sin embargo, los adultos con suficiente madurez emocional pueden desarrollar estrategias que les permitan seguir adelante, aceptando que la ambigüedad de la pérdida forma parte (y solo una parte) de sus vidas. Estas estrategias dependen de sus recursos personales, sociales, asistenciales, económicos, y culturales. Después de un tiempo de bloqueo llegan a un punto de inflexión en el que deciden ACTUAR o bien iniciando su propia búsqueda o bien encontrando un sentido a la pérdida.

En la película El intercambio [2](Eastwood, 2008), basada en hechos reales, la señora Collins (Angelina Jolie) no dejará de buscar a su hijo desaparecido a lo largo de toda su vida, pero el haber contribuido a esclarecer los hechos, a demostrar la ineptitud de unos mandos policiales y a ayudar a otras familias envueltas en el mismo caso le devuelve la esperanza necesaria para continuar con su vida.

Asociarse con otros afectados es otra acción estratégica común entre las personas afectadas por una pérdida ambigua , que ofrece soporte y refuerzo para conseguir avances en la investigación o cambios en la sociedad que impidan que estas desapariciones físicas o psicológicas se repitan. Con este objetivo, surgen asociaciones tales como las de familiares de enfermos de Alzheimer o de personas desaparecidas en conflictos armados o en sociedades con altos niveles de violencia.

Las pérdidas ambiguas durante la infancia

Llegar a convivir con la pérdida ambigua de una persona querida puede ser mucho más difícil para un niño o niña (divorcio, emigración de los padres, desamparo). Su falta de madurez y de autonomía le impiden desarrollar las estrategias (aceptación y acción) utilizadas por los adultos.

Fuera del sistema de protección, tanto si la pérdida es definitiva como ambigua, los niños, niñas y adolescentes llevan a cabo el duelo en su propio entorno y en compañía de otros familiares: figuras de apego principales (el otro progenitor) y secundarias (hermanos, abuelos…). Estas personas, así como los objetos, el espacio físico y las rutinas cotidianas, juegan un papel balsámico durante el proceso de duelo en la medida en que se muestren inalterables y sinceramente empáticos.

El periodista Xavier Sardà en su libro autobiográfico Mierda de infancia[3] narra la experiencia de perder a su madre a los ocho años de edad. Mientras el padre y los hermanos mayores se reorganizaban, Xavier y su hermano de cuatro años fueron acogidos, durante un curso escolar y sin demasiadas explicaciones, por unos parientes lejanos que vivían en otra localidad. Los dos niños sufrieron simultáneamente una doble pérdida: una definitiva (la madre) y una ambigua (su padre, sus hermanos mayores y su entorno). Sardà recuerda lo que pensaba en aquel entonces: “…Desearía estar ahora en cualquier otra casa, donde viven sin pensar en otros mundos” (p. 55). No he encontrado un mejor ejemplo de lo que supone una ausencia física y su abrumadora presencia psicológica en la cabeza de un niño o niña. Más adelante, cuando regresa a su familia y a su barrio, siente al mismo tiempo la ausencia de la madre y el alivio de la compañía de los suyos: “Aquí estamos; más solos, pero más unidos que nunca” (p. 102).

Cabe pensar que gran parte de los niños, niñas y adolescentes que, para su protección, han sido separados de su familia y del entorno correspondiente podrían estar experimentando el primer tipo de pérdida ambigua. Todo aquello que les era familiar (padres, parientes, amigos, maestros, mascotas, casa, escuela, objetos, incluso nimiedades para los adultos, como los sabores preferidos…) está físicamente ausente, pero psicológicamente presente. Un auténtico universo psicológico. El duelo por estas pérdidas ambiguas puede ser más doloroso para ellos al encontrarse en un entorno extraño y en ausencia de las personas que les son familiares. Los niños, niñas y adolescentes saben que su mundo, el único mundo que conocen, sigue existiendo y que continúa sin ellos.

Después de la publicación del libro de Pauline Boss, la pérdida ambigua y su manifestación en los niños, niñas y adolescentes que están en el sistema de protección y en los jóvenes ex-tutelados han sido objeto de consideración por parte de investigadores y de profesionales estadounidenses del ámbito de la familia y del cuidado alternativo.

Describiré sucintamente los resultados de dos estudios realizados con niños, niñas y adolescentes acogidos y con jóvenes ex-tutelados, basados en las propias opiniones y sentimientos expresados por los participantes en entrevistas semiestructuradas. En el primero de ellos, los investigadores pretendían saber si los síntomas de malestar emocional que presentaban estos niños, niñas y adolescentes se correspondían con los de un duelo por pérdida ambigua. En el segundo, se analizaron las implicaciones de su pérdida ambigua en su concepto de familia al salir del sistema de protección por mayoría de edad.

A continuación veremos dos propuestas para evitar o reducir las pérdidas ambiguas cuando los niños, niñas y adolescentes se encuentran en situaciones de riesgo o de desamparo, y algunas de las recomendaciones ofrecidas por los expertos para ayudar a estos niños, niñas y adolescentes a reducir la ambigüedad de estas pérdidas.

La pérdida ambigua en niños, niñas y adolescentes acogidos

Robert E. Lee y Jason B. Whiting[4] encontraron todos los síntomas asociados a la pérdida ambigua en una muestra de 23 niños y niñas entre 7 y 12 años, a los que se pidió que relataran su experiencia de ser acogidos, y en otra muestra de 182 niños y niñas entre 2 y 10 años, a los que se pidió que interpretaran unos dibujos que mostraban idílicas escenas de un cachorro de perro con su familia.

Algunos describían así su pérdida ambigua: “Estaba a punto de llorar cuando estábamos hablando de mi madre…No creo que la vaya a ver nunca. Ellos dijeron que la iba a ver, pero…” (p. 419).

Otros estaban indignados con su propia madre: “Me enojo cuando pienso que podría haberme cuidado mejor” (p. 420), con sus actuales cuidadores: “Te quitan a tus padres. Arruinan tu vida”  (p. 420) o con el juez que dictó la sentencia: “Dijo que me escucharía y nunca lo hizo. ¡Yo quería arrestar al juez!” (p. 420).

Otros mostraban confusión acerca de las razones por las cuales habían sido separados de su familia y sobre lo que sucedería en el futuro: “Creces con tus padres de acogida, piensas que son tus verdaderos padres y una vez que vas volviendo a tus verdaderos padres piensas ‘¿Qué diablos? ¿Quiénes son?’ Es difícil para un niño pequeño” (p. 420).

Las especulaciones sobre su futuro mostraban su incertidumbre y falta de control: “Tú tienes que seguir moviéndote, moviéndote y moviéndote hasta que finalmente alguien te para. Toda esa mierda” (p. 420).

Los conflictos de relación fueron reconocidos por muchos de ellos: “…Luego me fui porque la gente no podía tratar conmigo” (p. 421), así como el sentimiento de culpabilidad: uno de los niños cuya madre estaba en la cárcel pensaba que no volvería a verla hasta que “no mejore mi comportamiento” (p. 421), y la negativa a hablar sobre lo sucedido: algunos niños no quisieron ser entrevistados o decidieron no responder a determinadas preguntas (p. 421). Las idílicas imágenes de la familia perruna les sugerían tristeza, enfermedad y muerte, además de ver conflictos en todas ellas (pp. 421-425).

Jae Ran Kim, en su artículo “Ambiguous Loss Haunts Foster and Adopted Children”[5], añade otros síntomas de pérdida ambigua observados en estos niños, niñas y adolescentes: entumecimiento emocional, mal humor, falta de concentración, ambivalencia, indecisión, extrema sensibilidad a las pequeñas pérdidas cotidianas…, así como síntomas físicos tales como cambios en los patrones de alimentación, del sueño, incontinencia, etc.

Aplicando el marco teórico de la Pérdida Ambigua, muchas de las manifestaciones de malestar emocional (la ira intensa, sumisión, autosuficiencia emocional), podrían ser normativas y reactivas a una pérdida (experimentada como un abandono) no resuelta, propias de un duelo abierto que en los niños, niñas y adolescentes se convierte en una aterradora combinación de culpa, impotencia, ansiedad y miedo a ser abandonados de nuevo.

La pérdida ambigua en los jóvenes ex-tutelados

Un sueño no realizado, cuyo alcance es considerado vital, puede ser experimentado como una pérdida ambigua. La mayoría de nosotros hemos tenido la suerte de crecer en el seno de una familia razonablemente estable en su dimensión relacional, física y legal. Como consecuencia, asociamos la palabra hogar a un lugar y a unas personas con las que, desde nuestra más tierna infancia (desde la fase intrauterina), mantenemos vínculos inquebrantables (pase lo que pase) e incuestionables. La imagen es tan tentadora, ofrece tanto abrigo y seguridad que es natural que sea el sueño no realizado de aquellos niños, niñas y adolescentes que por los azares de la vida se han visto en algún momento desprovistos de estas figuras protectoras y, en consecuencia, se han sentido solos y en la intemperie.

Gina Miranda Samuels, en su artículo  de 2009 “Ambiguous Loss of Home”[6], trata de interpretar los relatos de una muestra de jóvenes ex-tutelados que habían salido del sistema de protección por mayoría de edad. A estos jóvenes se les preguntó cómo se sentían con respecto a su ideal de familia y el significado que para ellos tenía pertenecer a una familia.

En todos ellos encontró una misma idea de familia: una familia “real” y un lugar llamado “casa”. Al tratar de definir una familia “real” se referían a unas personas que las habrían cuidado desde siempre y con las que mantendrían lazos perdurables e inquebrantables. Y “casa” era para ellos el lugar habitado por estas personas y al que ellos tendrían libre acceso (llave) y libre disposición (abrir la nevera, cocinar, reír y comer juntos…). Evidentemente, estos jóvenes estaban hablando de un sueño anhelado, pero inalcanzable para ellos.

Mientras estuvieron acogidos, transitaron dos o más veces entre distintos recursos residenciales y familiares. Los repetidos intentos de vinculación y posterior desvinculación les desesperanzaban. Uno de los jóvenes entrevistados manifestaba lo siguiente: “…más que un sentido de hogar, tienes un sentido de supervivencia” (p. 1233). Su hogar ideal se iba alejando hasta convertirse en un quimera. A pesar de ello, siguieron pensando en que la clave estaba en regresar con su familia biológica al alcanzar la mayoría de edad. El último cartucho. Su libertad les permitiría ACTUAR por sí mismos e ir en busca de aquellas personas con las que construir una auténtica familia. De ahí su “lealtad vigilante”, rechazando sustituciones por miedo a traicionar a su familia de origen o a su irrecuperabilidad en caso de adopción.

Para ejecutar su plan, muchos de ellos trataron de conectar con su familia biológica. Sin embargo, en no pocos casos la realidad con la que se encontraron fue decepcionante. Más que la soñada conexión relacional, se producía un desencuentro porque las dificultades de los padres persistían y porque la concepción de vínculo familiar se adquiere durante la infancia temprana, cuando el niño o la niña es totalmente dependiente de los cuidados y del afecto de sus cuidadores.

Estos jóvenes daban una especial relevancia a la dimensión relacional de la identidad familiar, que es distinta y, a veces, independiente de las dimensiones física y legal. El sistema de protección se propone proporcionar al niño una familia estable en sus dimensiones física y legal (reunificación o adopción), y estaría prestando menos atención a la dimensión relacional.

Por otra parte, Samuels deduce que para estos jóvenes la separación de su familia biológica y su ubicación en diferentes hogares de acogida fue una experiencia traumática que conllevó sucesivas pérdidas ambiguas que no llegaron a tener ningún sentido para ellos.

¿Como evitar o reducir las pérdidas ambiguas sin comprometer la seguridad de los niños, niñas y adolescentes?

A pesar de los esfuerzos en sanarla, la herida de las pérdidas, tanto definitivas como ambiguas, en edades tempranas puede ser profunda y su manifestación extemporánea e inesperada. Su inmadurez emocional los hace demasiado vulnerables a las pérdidas de tal magnitud. Más que adaptables, los niños son “afectables”, como dice Francisco González Sala[7].

Escribe Sardà sobre su hermano pequeño, años después de la muerte de su madre y de la emancipación de los hermanos mayores:“Juan anda con gente perdida en el mismo laberinto mental. De libro. Juan, el que de niño parecía tan tranquilo, el que sonreía por todo[…]. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer?” (p. 238). Juan morirá a los 26 años en su “laberinto”.

La significativa correlación entre experiencias infantiles de pérdida de referentes y las dificultades emocionales de diversa gravedad en la edad adulta nos debe llevar a la conclusión de que la mejor pérdida es la que no se produce y que toda prevención es poca.

Excluyendo los casos graves de abuso sexual (6%) y de maltrato físico (16%) según el Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia. Número 23. Datos 2020 del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030[8], la mayor parte del maltrato que justifica que el niño sea alejado de su núcleo original es la negligencia por parte de sus progenitores, muchas veces atrapados en múltiples dificultades fuertemente entrelazadas entre sí. Es para este 78% de los casos para quien es necesario encontrar respuestas a la pregunta formulada.

La preservación familiar y el acogimiento familiar (con o sin parentesco) en la propia comunidad de origen, tal como lo propone Javier Múgica[9] dentro del manifiesto Siete Retos del grupo Renovando desde dentro, tienen la ventaja adicional de evitar que los niños sufran estas pérdidas ambiguas o sólo las estrictamente necesarias para su seguridad.

1- Evitar la separación. Apostar por la Preservación Familiar y la protección comunitaria

Las dificultades de las familias no vienen solas. Acostumbran a ser como una bola de nieve. La primera debilita para la siguiente. Si estás enfermo, si estás solo, si no tienes formación, si tienes un modelo de apego inseguro o fuiste victima de maltrato durante la infancia, si no tienes papeles, si no tienes fuente de ingresos suficientes, si no tienes un lugar seguro donde vivir… eres carne de cañón, tú y tu familia. Atender todas estas necesidades que dificultan el cuidado adecuado de los hijos es un compromiso del Estado que asume al ratificar la Convención sobre los Derechos del Niño (Artículo 4).

Sin embargo, para intervenir con la familia se espera a que se encuentren en situación de riesgo extremo y que alguien lo denuncie. Pequeñas intervenciones, que no tienen porque ser siempre técnicas ni formales, pueden llegar a tiempo para que un pequeño cambio, una pequeña ayuda, una mínima concienciación por parte de los padres, restablezca el equilibrio (concepto de Iñigo Martínez de Mandojana).

Desde los centros escolares se puede generar confianza y crear complicidades entre los docentes y los padres. En la película Hoy empieza todo [10](Tavernier, 1999), su protagonista, un empático, pero desbordado maestro infantil, se culpabilizará eternamente por no haber atendido a una madre, cuya problemática ya conocía, en el momento en el que ella se lo pidió.

Desde los centros de salud primaria se pueden detectar malestares emocionales en los niños, niñas y adolescentes y en sus familias que pueden mejorar con el simple hecho de compartirlos con el médico. No hay por que esperar a que te deriven a un servicio de salud mental.

Desde la propia red social (familia y vecinos) se pueden establecer relaciones informales de apoyo mutuo con ganancias logísticas y relacionales. En el acogimiento familiar se habla con gran solemnidad de crear una “Cultura del Acogimiento” centrada en sensibilizar a la sociedad sobre las necesidades de los niños, niñas y adolescentes tutelados. Teniendo en cuenta la importancia de la prevención, se hace necesario crear una cultura del acogimiento más amplia en la que toda la comunidad esté comprometida, “una cultura de vecindario” en la que el apoyo entre vecinos reduzca la necesidad de intervenciones profesionales. Sin embargo, se tiende a profesionalizar todo. En épocas no tan lejanas los niños y niñas iban libremente de una casa a otra; ahora van a actividades extraescolares y los ayuntamientos están abriendo servicios de canguro con profesionales contratados. Como indica Alberto Rodríguez en su artículo “Diseñando la mesa del cambio.¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños por desprotección infantil”, citando a Colapinto: “intervenciones especializadas pueden diluir el papel de la familia”[11]… y el de la comunidad.

2. Separar y dejar en el entorno. Apostar por el acogimiento en familia extensa y en la comunidad de origen

Llegado el punto en que hay que aceptar la imposibilidad de reparar el sistema familiar o que no se dispone de más tiempo para garantizar la seguridad física o psicológica del niño, niña o adolescente, se recurre en primer lugar a aquellos familiares (abuelos, tíos, hermanos mayores de edad, etc.) que puedan cuidarlo. El empleo masivo de estos acogimientos (en España hay 17.000 niños, niñas y adolescentes en Acogimiento Familiar, de los cuales 12.000 (70%) están en familia extensa) se ha producido por diferentes razones: regularizaciones de situaciones de hecho, mayor predisposición por parte de los familiares y menor coste económico.

Por encima de estas razones, hay que poner en valor su demostrado impacto positivo en los niños, niñas y adolescentes así acogidos, en los que se observan mejores resultados de salud mental y bienestar en general, así como una menor probabilidad de cese del acogimiento. Desde la perspectiva de la pérdida ambigua, la bondad del acogimiento en familia extensa residiría en la continuidad relacional, social y cultural que se ofrece a los niños, niñas y adolescentes en situación de desamparo (como explica Leandrea Romero-Lucero[12]). De este modo, los niños, niñas y adolescentes no se ven a sí mismos apartados ni estigmatizados, como si fueran ellos los autores de algún delito, y no experimentan otras pérdidas más que las estrictamente necesarias. Las mejores oportunidades que pretenden ofrecer otros tipos de acogimiento pueden no compensar los riesgos psicológicos que conllevan las otras muchas pérdidas.

Sin embargo, el apoyo que reciben estas familias es manifiestamente mejorable. No se trata de equipararlo a los apoyos que recibe el acogimiento en familia ajena con un mejor estatus social, sino de adecuarlo a sus necesidades económicas, de formación, de orientación y de acompañamiento que obviamente son superiores a las de aquellas. Estos parientes, sin llegar a ser negligentes, comparten muchas de las dificultades y limitaciones de los progenitores que han causado el maltrato, que, a su vez, se pueden ver incrementadas por el hecho de estar acogiendo a estos niños. Cuidar al cuidador o cuidadora es también una forma cuidar al niño, niña o adolescente.

¿Cómo reducir la ambigüedad asociada a la pérdida ambigua experimentada por los niños, niñas y adolescentes acogidos?

Las siguientes recomendaciones, recogidas en la literatura, podrían ayudar a los niños, niñas y adolescentes que por su seguridad han sido separados de su familia y de su entorno para ser ubicados en un acogimiento residencial o en familia ajena. No se trata de un catalogo de intervenciones terapéuticas, sino de una serie de consideraciones a tener en cuenta por todas aquellas personas intervinientes en el sistema de protección, sean o no profesionales.

El primer paso para ayudar a estos niños, niñas y adolescentes es identificar, reconocer y dar valor a sus pérdidas ambiguas.

El segundo paso es ponerse en su piel. Monique Mitchell, en su libro The neglected transition: Building a relational home for children entering foster care[13], antes de abordar cualquier aspecto de la transición desde la familia biológica al hogar de acogida, le pide al lector que piense cómo se sentiría en las mismas circunstancias o que recuerde su experiencia o la de alguien conocido. Más que empatía, se requiere compasión, entendida como activadora y moduladora de la intervención.

El tercer paso, el más importante, es dar adecuadamente a los niños toda la información posible. A diferencia de las pérdidas definitivas, que no requieren mayor información, las pérdidas ambiguas son un mar de dudas y de preguntas. El no saber nos crea una ambigüedad paralizante, que impide avanzar en cualquier dirección conocida o desconocida. En tales circunstancias todos pagaríamos lo que fuera por saber por qué, para qué, quién, cómo, dónde y cuándo. Desde el momento en que se le comunica a un niño, niña o adolescente que va a tener que alejarse temporalmente de su familia, no solo experimentará las pérdidas ya mencionadas, sino que iniciará un viaje hacia lo desconocido, al encuentro de lugares y de personas extrañas y, para ellos, inimaginables. El niño necesita saber el porqué de la separación, pero también lo que va a ser de él a continuación. Los niños, niñas y adolescentes pueden estar entumecidos por el impacto o no ser conscientes de lo que los angustia y, en consecuencia, no demandar esta información que tanto necesitan. Quizás lo hagan más adelante, incluso años más tarde. De nuevo, se hace necesaria la compasión, el ponerse en el lugar del niño, niña o adolescente para sentir lo que sienten, aunque no lo expresen, y adelantarse a sus preguntas con toda la información de la que se disponga. Con honestidad, afecto, respeto, flexibilidad y… compromiso. Ser adecuada y oportunamente informado puede reducir el miedo y la ansiedad que sienten, facilitando así el acceso a dar significado (sentido) al cambio y a la esperanza que les animará a continuar.

Por otra parte, cabe señalar, desde mi punto de vista, otros elementos clave en este proceso de acompañamiento:

.- Proporcionar una persona o familia con la que pueda establecer una vinculación segura y estable. No se trataría de minimizar, sino de evitar nuevas pérdidas que seguirán siendo ambiguas.
.- Redefinir el concepto de familia. Gina Samuels[14] escribe en relación a la pérdida ambigua del concepto de familia experimentada por los jóvenes cuando se encontraban tutelados: “la apuesta del Sistema de Protección por proporcionar una familia sustituta impidió una identidad dual inclusiva de múltiples lazos familiares y lealtades” y que para conseguir esta identidad dual “Es necesario concebir un tipo de familia que vaya más allá de los lazos de sangre sin que estos sean anulados”.
Incluso, cuando no es posible la reunificación, se podría proporcionar un sentido de continuidad y de permanencia relacional al mantener y valorizar las relaciones sanas con otros referentes secundarios (parientes, amigos, vecinos, maestros) mediante visitas, eventos, actividades, como indica Javier Múgica[15] en el anterior artículo publicado en este blog. A su vez, el modelo de intervención propuesto por Alberto Rodríguez[16] en su artículo puede ofrecer también ventajas adicionales en este sentido. Sentar a la familia de origen en la mesa de trabajo con el objetivo de que reconozca el maltrato causado, para así desculpabilizar al niño, podría también facilitar la continuidad relacional entre ellos.

…………………………………………………………………..

Para concluir

He abordado la pérdida ambigua en los niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección en un modo genérico y desde entender el concepto de pérdida ambigua como toda pérdida que produce ambigüedad en sus diversos grados. Cada profesional decidirá sobre la entidad de estas pérdidas y los tratamientos oportunos para paliar sus efectos.

No obstante, acabaré parafraseando a Jordi Ripoll[17]: las consecuencias de una determinada intervención con un niño deben ser contempladas desde el principio ético de la no maleficencia; ante todo no hacer daño. Este principio obliga a la prevención de aquellos daños que no por ser considerados colaterales, son menores.
___________
[1]Boss, P. (1999). La pérdida ambigua. Cómo aprender a vivir con un duelo no terminado. Barcelona: Gedisa.

[2]Eastwood, C. (Director). (2008). El intercambio [Película]. Estados Unidos: Imagine Entertainment, Malpaso Productions, Relativity Media.

[3]Sardà, X. (2012). Mierda de infancia. Barcelona: Ediciones B.

[4]Lee, R. E., y Whiting, J. B. (2007). Foster Children’s Expressions of Ambiguous Loss. The American Journal of Family Therapy, 35(5), 417-428. Recuperado de: http://dx.doi.org/10.1080/01926180601057499

[5]Kim, J. R. (2009). Ambiguous Loss Haunts Foster and Adopted Children, publicado en la página web de NACAC (The North American Council on Adoptable Children), recuperado de: https://nacac.org/resource/ambiguous-loss-foster-and-adopted-children/

[6]Samuels, G. M. (2009). Ambiguous loss of home: The experience of familial (im)permanence among young adults with foster care backgrounds. Children and Youth Services Review, 31(12), 1229–1239. Recuperado de: http://dx.doi.org/10.1016/j.childyouth.2009.05.008

[7]González Sala, F. (noviembre, 2021). Del tránsito a la ruptura: claves a tener en cuenta [Ponencia]. V Congreso “El Interés Superior de la Infancia y Adolescencia” en Madrid. Recuperado de: https://www.acogimientoisn.org/ES/pages/Dia-11

[8]Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030. (2021). Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia. Número 23. Datos 2020. Madrid: Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030. Recuperado de: https://www.mdsocialesa2030.gob.es/derechos-sociales/infancia-y-adolescencia/PDF/Estadisticaboletineslegislacion/Boletin_Proteccion_23_Provisional.pdf

[9]Múgica, J. (2021). RETO 2: “Van de un sitio para otro y viven sin conexiones a los suyos, a su entorno y origen”. Por una protección a la infancia comunitaria, ligada y pegada al entorno afectivo, familiar, social, cultural y a la comunidad. En Rodríguez González, A. (Coord.) y Múgica Flores, J. (Coord.). Renovando desde dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la infancia en España. Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/ Pp. 7-8.

[10]Tavernier, B. (Director). (1999). Hoy empieza todo [Película]. Francia: Les Films Alain Sarde, Little Bear, TF1 Films Production.

[11]Rodríguez, A. (2022). Artículo 4: “Diseñando la mesa del cambio.¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños por desprotección infantil?”. En Renovando desde dentro. Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/2022/01/19/articulo-4-disenando-la-mesa-del-cambio-que-tipo-de-intervencion-es-mas-eficaz-en-la-reparacion-de-danos-por-desproteccion-infantil-por-alberto-rodriguez/ P. 6.

[12]Romero-Lucero, L. (2020). Addressing Ambiguous Loss Through Group Therapy. The Family Journal, 28(3),         257-261. https://doi.org/10.1177/1066480720929691

[13]Mitchell, M. B. (2016). The neglected transition: Building a relational home for children entering foster care. Oxford (Reino Unido): Oxford University Press.

[14]Op. cit., 1236.

[15]Op. cit.

[16]Op. cit.

[17]Ripoll, J. (2012). La separació infant-família i la proposta de mesura com a recurs de protecció infantil en l’Acolliment d’Urgència i Diagnòstic: qüestions ètiques. Girona: Fundació Universitat de Girona: Innovació i Formació / Fundació Campus Arnau d’Escala. Recuperado de: http://hdl.handle.net/10256/8021

La pseudociencia neurocientífica de Débora Gª Bello o los Adolescentes son unos irresponsables(?).


Fernando Cervera Rguez.*,
Por medio de JuanJo Monterrosa.
Recientemente, la química y divulgadora científica Deborah García Bello publicó en su blog de la cadena televisiva La Sexta un artículo que acusaba a los jóvenes de tener la corteza prefrontal subdesarrollada. El resumen es que no se puede esperar gran cosa de los jóvenes durante la pandemia por su poco desarrollo cerebral y que por eso se contagian, ya que no pueden actuar de manera responsable. El fragmento en concreto está a continuación [1].

Fragmento de la publicación

A pesar de que la categorización de algo como pseudociencia es bastante compleja, hay un elemento que es muy importante para poder afirmar que estamos frente a una afirmación pseudocientífica. En concreto, se trata de que algo que no es ciencia se intente hacer pasar por ciencia. Es decir, la mitología no es ciencia, pero tampoco es pseudociencia. Tampoco es pseudociencia cometer errores hablando de temas científicos. Ahora bien, lo que tenemos aquí es muy diferente.

La neurociencia es uno de los campos más fecundos para la charlatanería. Sin ir más lejos, los predatory journals —revistas que parecen científicas, pero que solo piden dinero para publicar en ellas— son un problema creciente en el sector [2]. Al final, ponerle el prefijo neuro a las cosas vende bien. Ya sea el neuromárketing, el neurotraining o el neurobrain (valga la “redundancia”). De esto ya han avisado numerosas personas dentro del sector [3]. El motivo de esta lacra es complejo, pero supongo que recurrir a los misterios del cerebro tiene cierto efecto legitimador frente a discursos vacíos.

La historia de amor del cerebro con las tonterías chovinistas viene de lejos. Desde los intentos de la frenología de justificar la clasificación social en función de la forma de cráneo, pasando por los intentos de relacionar los test de Coeficiente Intelectual con supremacías raciales o religiosas [4] [5] o terminando por el supuesto cerebro de reptil que todos llevamos dentro [6]. No es raro que los discursos vacíos y que aspiran a una superioridad moral recurran al cerebro. Y en esos casos entramos en el campo fértil de la pseudociencia, ya que intentar justificar posiciones ideológicas con cháchara neurocientífica encaja bastante bien en la definición.

Cabe decir que es obvio que existen diferencias en el cerebro humano en las diferentes etapas de su desarrollo, pero hay que añadir que el viejo truco de echar la culpa a los jóvenes de ciertos comportamientos por esas diferencias es un mito construido a base de simplificaciones y prejuicios desfasados [7]. 
Asumir que la corteza prefrontal del cerebro causa el comportamiento de los adolescentes es una falacia. De hecho, sabemos que la genética, el ambiente y el propio comportamiento del dueño del cerebro, lo moldean con el tiempo. Además, dentro de él se almacena información y códigos de conducta individuales, así que el papel de la educación es vital para entender el comportamiento, así como las posibilidades que da el entorno. Es decir, no es lo mismo tenerse que levantar para trabajar, tener que pagar una hipoteca y las facturas de la luz, que no tener responsabilidades y además tener un entorno social que comparte esa sensación de libertad.

El inicio del mito del cerebro adolescente comenzó —más o menos— con el psicólogo G. Stanley Hall en 1904 en su libro Adolescence. En él se defendía que, así como las membranas interdigitales de los fetos humanos correspondían a la etapa evolutiva de nuestros ancestros anfibios, el comportamiento rebelde de la adolescencia era un reflejo de los humanos en su etapa previa a la civilización. La idea de que la ontogenia —desarrollo embrionario— repite la historia evolutiva, es bastante vieja. No obstante, en la actualidad sabemos que no existe una tendencia natural a que esto sea así, sencillamente los fetos poseen algunas cualidades vestigiales porque la evolución trabaja sobre las piezas que ya tiene, así que es normal que en los momentos intermedios de la construcción de un ser vivo, las estructuras biológicas recuerden a las de algunos de sus antepasados. Pero a pesar de que esto ya era bastante comprendido décadas después de que Hall publicara su libro, su interpretación errónea del comportamiento adolescente siguió en vigor incluso hasta el día de hoy.

Ahora bien, gracias a enfoques modernos como el de los antropólogos Alice Schlegel y Herbert Barry, que publicaron en 1991 su libro Adolescence: An Anthropological Inquiry, sabemos que en las 186 sociedades preindustriales que estudiaron, el 60% de ellas no contaba con una palabra para definir a los adolescentes, ya que estos pasaban el tiempo con los adultos y sus responsabilidades. Otros estudios, como los del matrimonio de antropólogos Beatrice y John Whiting, han sugerido —de manera muy acertada— que los problemas típicos de adolescentes comienzan a registrarse en las culturas a partir de la influencia de la vida occidental como la escolarización masiva por edades o la cultura de masas enfocada al público juvenil.

En resumidas cuentas, el comportamiento adolescente no se debe a diferencias en el cerebro, sino que está fuertemente influido por la cultura y el contexto en el cual viven los adolescentes, por ejemplo la ausencia de responsabilidades, pasar tiempo con gente de su edad —lo que les facilita desarrollar una cultura común—, las posibilidades de ocio que les ofrece el mercado y así un largo etcétera. Achacar el comportamiento en los menores de 25 años a diferencias cerebrales, no solo es tirar por tierra cien años de estudios en la materia, sino que además es un ejercicio de chovinismo basado en la edad que recurre a terminología neurocientífica para parecer legítimo sin serlo. Es decir, pseudociencia.

En el contexto actual de pandemia lo fácil es señalar a un grupo y echarle la culpa de todo. Sin embargo, obviar que la cantidad de ingresados en hospitales depende de variables claras como la edad o estar vacunado, pero de otras menos claras y de sociología complicada, no ayuda a resolver ningún problema. Tampoco sirve de nada crear barreras desde las cuales mirar con superioridad a los menores de 25 años, porque en primer lugar esas barreras solo reafirman a los colectivos en sus decisiones sin hacerles recapacitar, pero además son clasificaciones artificiales que, si se construyen con argumentos vacíos y pseudocientíficos, ni siquiera sirven como ejercicio de reflexión teórica.

Referencias:

* Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Actualmente tiene una empresa biotecnológica donde realiza labores científicas y de divulgación. Adicionalmente, ha escrito contenidos para varias plataformas, como tubiologia.com o naukas.com, y es redactor de la Revista Plaza. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador y vocal de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.

La base de la empatía en la adolescencia son las relaciones seguras en el hogar.

 Los adolescentes con relaciones familiares más seguras obtienen una ventaja en el desarrollo de la empatía, según un  nuevo estudio que rastrea a los adolescentes hasta la edad adulta.

En contraste con los mitos populares sobre los adolescentes obsesionados por sí mismos, las investigaciones existentes muestran que la adolescencia es una etapa clave del desarrollo para el crecimiento de la empatía: la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona, comprender y resonar con sus emociones y preocuparse por su bienestar.
La empatía es una habilidad que se desarrolla con el tiempo y tiene importantes consecuencias para las interacciones sociales, las amistades y las relaciones con los adultos de los adolescentes.

El apego familiar se examinó como un predictor del apoyo empático de los adolescentes a los amigos en un estudio longitudinal de múltiples métodos de 184 adolescentes estadounidenses (58% caucásicos, 29% afroamericanos, 13% otros) seguidos desde los 14 a los 18 años. El apego a los 14 años predijo una mayor capacidad de los adolescentes para brindar apoyo empático durante las interacciones observadas con amigos de entre 16 y 18 años ( promedio de B  = .39). El apoyo empático de los adolescentes fue generalmente estable durante este período, y los adolescentes menos seguros tardaron más en desarrollar estas habilidades. Además, la seguridad del apego de los adolescentes predijo el grado en que los amigos pedían su apoyo ( B promedio = .29), que se asoció con la capacidad de respuesta de los adolescentes a tales llamadas. La investigación sugiere que el apego seguro predice la capacidad de los adolescentes para brindar apoyo empático en amistades cercanas.

Entonces, 
¿cómo aprenden los adolescentes esta habilidad fundamental? .


Jessica A Stern,...
UVa · Department of Psychology,

*Este estudio fue apoyado por subvenciones del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano y el Instituto Nacional de Salud Mental (9R01 HD058305-11A1 y R01-MH58066) a Joseph P. Allen. La preparación de este manuscrito fue financiada por el Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano Eunice Kennedy Shriver de los Institutos Nacionales de Salud con el número de concesión F32HD102119 otorgado a Jessica A. Stern. El contenido es responsabilidad exclusiva de los autores y no necesariamente representa las opiniones oficiales de los Institutos Nacionales de Salud.

Importancia de la Atención Temprana en el Desarrollo Integral de la Infancia. Encuentro AIDDDIA

 Encuentro Interdisciplinar, Panel de personas expertas.

Organiza AIDDDIA*
Apoyan 
Universidad de las Palmas de Gran Canaria,
Ágora, centro de formación.

Día 10 de Julio, 
10 - 12 h (GMT +1).




*AIDDDIAAgrupación Interdisciplinar en Defensa de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes.  


El amigo imaginario.

Es bueno tener un amigo imaginario 
si no te aleja de las interacciones sociales con niños reales.
Neurociencia,
El blog de José R. Alonso.

El amigo imaginario es «un personaje invisible o un objeto personificado que toma parte en las conversaciones de los niños o juega con ellos durante un periodo largo de tiempo, de al menos varios meses». Las relaciones no son idénticas, con los objetos personificados la relación suele ser jerárquica, mientras que con los amigos imaginarios es una relación igualitaria. Los compañeros suelen valorar mejor al niño que tiene un amigo imaginario que al que tiene un objeto personificado. Aunque los niños que los han creado pueden describirlos con un enorme detalle, suelen entender que sus amigos imaginarios no son reales. Algunos niños pueden «verlos» mientras que otros solo «sienten su presencia». Originalmente, los compañeros imaginarios fueron descritos como criaturas sobrenaturales y espíritus que intentaban conectar a las personas con sus vidas pasadas (Klausen and Passman, 2007). Pueden ser personas, pero también pueden tomar la forma de otros personajes como animales o entes abstractos como fantasmas, monstruos, robots, extraterrestres o ángeles.

Dos tercios de los niños menores de siete años tienen un amigo imaginario. La investigación ha mostrado que inicialmente las niñas son más propensas que los niños a desarrollar amigos imaginarios, pero una vez que llegan a la etapa escolar, los niños y las niñas tienen la misma probabilidad de tener un compañero imaginario. Las investigaciones han reiterado a menudo que no hay un «tipo» específico de niño que cree un amigo imaginario, aunque los niños primogénitos tienen más probabilidades de tener un amigo imaginario que los nacidos después. Se cree que es debido a que el niño pequeño sin un hermano con el que jugar necesita socializar, por lo que crea un amigo imaginario para desarrollar sus habilidades sociales.

Los amigos imaginarios sirven muchos propósitos diferentes: en algunos casos es simplemente algo divertido y que permite diferentes juegos, pero también puede ser una forma de expresar los miedos o de explorar emociones sobre el misterioso mundo de los adultos.  Los amigos imaginarios también pueden ayudar a los niños a afrontar dificultades reales. 

Los psicólogos infantiles han encontrado claras pruebas de que los amigos imaginarios proporcionaban apoyo mental a niños que tenían una problemática muy dura, desde aquellos que estaban en sistemas de protección a la infancia a los que tenían que soportar las profundas heridas causadas por la guerra y los conflictos.

Diversos estudios han encontrado que los niños con amigos imaginarios tienen una mayor capacidad de mentalización que los niños que no los tienen; es decir, son mejores para entender el estado mental de otras personas, comprender lo que sienten o lo que piensan y para ponerse en su piel. Tienen de media mejor vocabulario, mayores habilidades lingüísticas y retienen los conocimientos más rápidamente que los que no los tienen, lo que puede deberse a que estos niños tienen más práctica lingüística que sus compañeros al mantener «conversaciones» con sus amigos imaginarios. En la última década, los estudios psicológicos han ido acumulando pruebas de que los amigos imaginarios ayudan a los niños a comunicarse mejor, a ejercitar su imaginación y, sobre todo, a resolver problemas. De hecho, algunos niños incluso tienen amigos imaginarios específicos en función de cada situación para ayudar a resolver problemas concretos. Estos niños también son mejores a la hora de interpretar las emociones, lo que incluye el reconocimiento de las emociones básicas, comprender el impacto de la situación en las emociones y tener un mejor control de las expresiones emocionales. En resumen, es bueno tener un amigo imaginario si no te aleja de las interacciones sociales con niños reales.

Los niños con amigos imaginarios son mejores en pruebas donde se evalúa la comprensión de las falsas creencias (Lin et al., 2020). Una explicación plausible es que el juego con su amigo imaginario puede mejorar las habilidades de simulación de los niños. Durante ese juego, el niño y su compañero ficticio deben cambiar sus papeles e imaginar los procesos mentales internos del otro. Este proceso de simulación puede extenderse a las predicciones sobre las acciones de otra persona y facilitar el neurodesarrollo, incluida la comprensión de falsas creencias. La otra explicación plausible es que el juego de simulación, incluido el juego con el amigo imaginario, ayuda a los niños a distinguir entre el mundo interno, psicológico y personal, y el externo, real y social.  En el juego de simulación, los niños atribuyen a un objeto una identidad real y una identidad fingida (por ejemplo, una zanahoria es también un micrófono). El proceso de juego con el amigo imaginario puede ayudar a los niños a desarrollar la comprensión de las falsas creencias de los demás.

Para muchos, el amigo imaginario desaparecerá al hacerse mayor, a otros los acompañará siempre. Agatha Christie, en la autobiografía que escribió a los 70 años, contaba que aún seguía hablando con sus amigos imaginarios y lo mucho que la ayudaban. La animaban a terminar los agotadores últimos capítulos de las novelas, la empujaban a ser mejor persona e incluso le hacían compañía en los momentos de soledad. Kurt Cobain dirigió su nota de suicidio a Boddah, su amigo imaginario de la infancia. Es posible que nuestra pasión por las historias de ficción, en las novelas, el cine o incluso cuando soñamos despiertos tenga que ver con esta vida interior de nuestro cerebro que construye mundos con solo pensarlos. De hecho, los escritores de ficción adultos suelen hablar de que sus personajes adquieren vida propia, lo que puede ser un proceso análogo al de los amigos invisibles de los niños. Además, los escritores de ficción son más propensos que la media a haber tenido amigos imaginarios cuando eran niños (Taylor et al., 2002). Quizá es porque su cerebro aprendió a crear seres y a darlos vida.

Pensaba en qué amigos imaginarios recuerdo y me sale el tigre Hobbes de las tiras cómicas de Calvin y Hobbes, los monstruos dDonde viven los monstruos de Maurice Sendak y Jojo Rabbit, la película donde un niño tiene a Hitler de amigo imaginario, pero parece que es menos común en la creación en español. ¿Se te ocurre algún ejemplo? ¿Y tuviste algún amigo imaginario?

Para leer más:

  • Klausen E, Passman RH (2006) Pretend companions (imaginary playmates): the emergence of a field. J Gen Psychol 167 (4): 349–364.
  • Lin Q, Zhou N, Wan Y, Fu H (2020) Relationship between Chinese children’s imaginary companions and their understanding of second-order false beliefs and emotions. Int J Psychol 55(1): 98-105.
  • Taylor M, Hodges SD, Kohányi A (2002) The Illusion of Independent Agency: Do adult fiction writers experience their characters as having minds of their own?”. Imagination, Cognition and Personality 22 (4): 361–380.
* José R. Alonso: Neurobiólogo. Catedrático de la Universidad de Salamanca. Escritor.
 

Comienza la recogida de datos para el HBSC-España 2022.

A principios de mayo ha comenzado el contacto con los centros educativos, 
para su participación en la nueva edición del HBSC 2022 el próximo curso 2021/2022 .

Pero qué es HBSC-España?.

El Estudio Health Behaviour in School-aged Children (HBSC) o Estudio sobre las conductas saludables de los jóvenes escolarizados es un proyecto auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el que participan casi 50 países occidentales.
En el marco de este proyecto, cada cuatro años se realiza una recogida de datos con el objetivo principal de obtener una visión global de los estilos de vida de los adolescentes y disponer así de herramientas útiles para el debate sobre la promoción de la salud en esta población. En este estudio, siguiendo las directrices de la OMS, se entiende por salud el estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad. Por este motivo el cuestionario recoge datos relativos a diferentes ámbitos: relaciones familiares, relaciones con los iguales, contexto escolar, ajuste psicológico, alimentación y dieta, consumo de sustancias y actividad física.

 En la edición 2018 participaron 48 países, todos con un mismo objetivo: obtener una visión global de los estilos de vida de los y las adolescentes, y disponer así de herramientas que permitan el diseño de estrategias de intervención orientadas a la promoción de su salud.
El trabajo deviene en multinformes con desarrollos internacionales, nacionales, autonómicos e incluso con entrega a cada Centro Educativo participante de sus resultados particulares.




Partners: OMS, Universidad de Sevilla, Ministerio Sanidad.




HBSC 2018

La última edición del estudio Health Behaviour in School-aged Children ha tuvo lugar en 2018. A partir de un muestreo aleatorio polietápico estratificado por conglomerados, la muestra española estuvo compuesta de un total de 40.495 adolescentes escolarizados y escolarizadas con edades comprendidas entre los 11 y los 18 años.
En esa edición presentaron los datos en tres formatos: como informes, como infografías y como tablas dinámicas

"Podemos conseguir muy buenos resultados con nuestros niños sin utilizar castigos ni recompensas"

Entrevista a Jane Nelsen*, educadora.
La autora de 'Cómo educar con firmeza y cariño', obra clave de la educación respetuosa, 
cuenta en esta entrevista las claves de la disciplina positiva.



Jane Nelsen (Utah, EEUU, 1937) es la mayor referente internacional en disciplina positiva, una corriente educativa basada en el respeto mutuo. Su libro Cómo educar con firmeza y cariño, que escribió en 1981 y fue revisando y ampliando a lo largo de los años, es la obra clave de esta corriente. Traducido a varios idiomas, la edición revisada fue publicada en España por Medici en 2007. 
En sus páginas puede encontrarse una guía completa para educar desde el respeto mutuo, favoreciendo la autoestima de niños y niñas con el objetivo de formar personas independientes.

Nelsen establece los principios fundamentales de esta corriente: firmeza y disciplina a la vez, sentido de pertenencia, educación a largo plazo, respeto mutuo y autoconfianza.

Es educadora y psicóloga, y a sus 84 años continúa en activo y asegura haber pasado bien la pandemia. “Ya me han vacunado, me encuentro bien. Este último año he disfrutado de poder bajar el ritmo y de estar en contacto con mucha gente de todo el mundo gracias a Internet”, cuenta al principio de la entrevista. Atiende a las preguntas de elDiario.es a través de videoconferencia desde Los Ángeles, donde vive actualmente.

Entrevista.

Su libro Cómo educar con firmeza y cariño es un referente internacional para hablar de disciplina positiva. ¿Cómo, cuándo y por qué empezó a escribirlo?
Es una historia interesante, porque tengo siete hijos, a los que suelo llamar los de antes, durante y después de aprender disciplina positiva. Quería ser una buena madre pero no sabía cómo. Me movía entre los dos extremos: ser demasiado autoritaria y ser demasiado permisiva. No me sentía bien siendo autoritaria, con castigos y recompensas, y entonces empezaba a ser demasiado permisiva, con lo que los niños se volvían demasiado demandantes y consentidos. Estaba frustrada, como les ocurre a muchos padres.
Entonces decidí ir a una clase en la universidad sobre desarrollo infantil que estaba basada en el trabajo de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs [quienes formularon, a principios del SXX, las primeras teorías sobre crianza democrática]. En esa clase el profesor nos dijo: “No voy a enseñaros un montón de teorías, sino solamente una y sus aplicaciones prácticas, que realmente funciona para enseñar a los niños autodisciplina, responsabilidad y cooperación”. Pensé que aquello sonaba fenomenal. Empecé a aprender mucho sobre esta forma de educar, de manera firme y amable a la vez, y quise compartirlo con otra gente.

Según usted, la clave para educar bien es ser amables y firmes a la vez. ¿Cómo se consigue eso?
Combinar ambas cosas puede ser complicado para aquellos padres que se mueven entre ambos extremos, pero es fundamental ser amables y firmes a la vez. La amabilidad es importante para demostrar que respetamos al niño, mientras que la firmeza es importante para demostrar que nos respetamos a nosotros mismos y entendemos las necesidades de la situación. Los métodos autoritarios carecen habitualmente de amabilidad, y los métodos permisivos carecen de firmeza.
Uno de los puntos principales es pensar cuál es el desafío y cuál la solución, al contrario que en un modelo autoritario, donde pensaríamos cuál es el problema y cuál es el castigo, o en un modelo permisivo, en el que dejaríamos a los niños decidirlo todo. Es un enfoque completamente diferente.

Para usted, educar solo con firmeza o solo con cariño es igual de peligroso. ¿Cuáles son los riesgos de ambos extremos?
Un comentario muy típico de algunos padres es el de: “Bueno, a mí me castigaban y no salí tan mal”. Lo que intento explicarles siempre es que, efectivamente, hemos salido bien, pero no sabemos cómo habríamos salido si hubiéramos sido tratados con respeto y hubiéramos sentido un amor incondicional por parte de nuestros padres. A mí me castigaban cuando era pequeña, y es cierto que salí bien, pero yo no creo que mi madre disfrutase haciéndolo. Y yo tampoco disfrutaba haciéndolo con mis hijos. En esa clase de la que te hablaba, me encantó aprender que podemos conseguir muy buenos resultados con nuestros niños sin utilizar castigos y recompensas.
A otra gente le gusta la disciplina positiva porque no quieren castigar a sus hijos, y a veces se van al otro extremo y se convierten en demasiado permisivos. Y nos encontramos con los niños decidiéndolo todo: a dónde se va la familia de vacaciones, qué programa quieren ver en la televisión… Muchos padres tienen un concepto equivocado de la amabilidad, se vuelven demasiado permisivos porque no quieren ser punitivos. Algunos creen erróneamente que están siendo amables cuando complacen a sus hijos, o cuando los rescatan y protegen de cualquier decepción. Pero esto no es ser amable: es ser permisivo. Ser amable entraña ser respetuoso con el niño y con uno mismo. No es respetuoso consentir a los niños.

Defiende que la dignidad del niño o niña debe ser respetada. ¿Cree que la sociedad actual respeta a la infancia?
Alguna gente dice que la disciplina positiva es otra forma de manipular a los niños para que hagan lo que los adultos queremos, y eso no es verdad. No puede ser entendida así. Los padres tienen que entender que es una metodología que se basa en la dignidad y el respeto, en animar a los niños a hacer las cosas bien. Una de mis frases más conocidas es: ¿Cuándo tuvimos la genial idea de que para conseguir que los niños hagan las cosas mejor tenemos que hacerles sentir mal? La ciencia ha demostrado que los niños hacen las cosas mejor cuando se sienten mejor. Alfred Adler fue uno de los primeros en decir que todo el mundo merece ser tratado con dignidad, incluso los niños. Se trata de respeto mutuo.

También es importante que el niño se sienta parte de la comunidad y que tenga confianza en sus propias capacidades. ¿Por qué?
Dos necesidades básicas de los seres humanos son el sentido de pertenencia y sentirse importantes. Alguna gente cree que estos dos conceptos son lo mismo, pero no. Tenemos que querer a los niños para que se sientan parte de la comunidad, pero para sentirse importantes tienen que contribuir en algo. A mí me encanta la idea de que los niños tienen que sentir la conexión antes que la corrección.
Los niños se sienten bien cuando sienten que forman parte de su comunidad, se sienten importantes cuando son capaces de hacer cosas por sí mismos. Por eso es tan importante decirles: “Sé que puedes hacerlo, voy a apoyarte, pero no lo voy a hacer por ti”. Al principio los niños protestarán, pedirán que lo hagas por ellos, pero cuando lo consigan se sentirán bien porque lo han logrado. Y también, si hay algo que no quieren hacer, se sentirán mejor si validamos sus sentimientos: “Sé que querías tener ese juguete y no puedes tenerlo en este momento”. Es mucho mejor eso que hacerles sentir vergüenza, culpabilidad o dolor cuando quieres que hagan algo.

En realidad, estas herramientas funcionan no solo para la crianza, sino que son habilidades que van a utilizar a lo largo de su vida adulta.
Exacto. Lo que nos encontramos muchas veces es que los padres que llegan a nuestros talleres vienen pensando en adquirir herramientas para criar a sus hijos y acaban diciendo: “Creía que quería cambiar a mis hijos pero soy yo el que tiene que cambiar primero”. Tenemos que aprender nuevas habilidades para enseñárselas a nuestros hijos. Además, hay mucha gente que nos dice que todo lo que aprenden con la disciplina positiva funciona también para sus relaciones de pareja, en sus trabajos, con sus jefes, en otros entornos fuera de la familia. Como se basa en principios básicos para motivar a la gente a ser mejores, funciona en todos los aspectos de la vida.

También propone pequeños cambios, que parecen sutiles pero no lo son tanto, a la hora de abordar diferentes situaciones con los niños. ¿Puede ponernos algunos ejemplos?
Por ejemplo, cuando no quieren lavarse los dientes, podemos decirles: “Sé que no quieres lavarte los dientes, sé que puede ser molesto, y lo vamos a hacer juntos. ¿Hacemos una carrera hasta el baño?”. Esto en lugar de decir: “Tienes que hacerlo o te voy a castigar”. Otro ejemplo, para validar los sentimientos de los niños: lo que tenemos que enseñarles es que lo que sienten siempre está bien, pero lo que hacen no siempre lo está. Decirles: “Puedes estar enfadado pero no por eso puedes pegar a tu hermana pequeña”. Y ofrecerles opciones: “Está bien que te sientas enfadado, pero piensa qué puedes hacer que no haga daño a otras personas”. O si han sacado un sobresaliente, en lugar de celebrar eso, decirles: “Sé que te has esforzado mucho para lograrlo, debes estar orgulloso por ello”. 

¿Y qué pasa si fallamos en el proceso, qué ocurre cuando hay errores?
Tenemos que entender los errores como oportunidades para aprender. Este es un principio muy básico de la disciplina positiva. Los niños no se tienen que sentir mal si fallan en algo, no tienen la presión de ser perfectos, así que pueden ser más creativos. No tienen que sentir vergüenza si cometen un error, sino que pueden aprender de él. Y esto funciona también para los padres: la disciplina positiva no hace a tus hijos perfectos, pero a ti tampoco como padre. Una de las habilidades que los padres aprenden con la disciplina positiva es a disculparse con sus hijos cuando cometen un error.

¿Cómo ha afectado la crisis del coronavirus a la convivencia familiar? ¿Se hace más difícil aplicar los principios de la disciplina positiva durante un confinamiento?
Esta crisis ha hecho que muchas cosas sean un poco más difíciles, pero también ha traído beneficios. A muchas familias les ha ayudado, por ejemplo, a establecer rutinas, a implicar a los niños en esas rutinas para hacerlas juntos. Y a otras la disciplina positiva les ha ayudado a sobrellevar la situación, por ejemplo a través de las reuniones familiares. Yo siempre recomiendo que, al menos una vez a la semana, las familias se sienten y hagan una reunión en la que resolver problemas, buscar soluciones y favorecer la colaboración. La crisis de la COVID-19 ha sido una oportunidad para hacer que los niños se impliquen, que contribuyan y que aprendan a ayudarse unos a otros: cómo hacemos para mantener la casa limpia entre todos, para hacer las comidas, para hacer los deberes, etc…

Tiene siete hijos, 22 nietos y 18 bisnietos. ¿Funcionaron estos principios en su casa, para criar a su familia?
¡Sí, claro! Estos principios funcionaron y yo disfruté mucho más de ser madre de esta forma. Mis hijos han sido siempre mi fuente de inspiración, he aprendido mucho de ellos. A veces incluso me decían: “¡Mamá, eso no parece muy de disciplina positiva!”. Aprendieron a ser respetuosos, a permitirse cometer errores. Aprendieron los principios universales de la disciplina positiva, que son la clave para que funcione en tantos países, ya que fija los principios básicos de la mayoría de la gente: el amor, la dignidad, el respeto, la responsabilidad, la contribución a la familia y a la sociedad.

* Jane Nelsen: Es educadora y psicóloga, y a sus 84 años continúa en activo y asegura haber pasado bien la pandemia. Además de su obra clave, ha escrito otros 18 libros y ha sido coautora de una lista interminable de artículos y ensayos.  Tiene siete hijos, 22 nietos y 18 bisnietos. ¿Funcionaron estos principios en su casa, para criar a su familia?