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El trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) no es un síndrome exclusivo de la infancia, o sencillamente no lo es.

Nos llega la noticia sobre un estudio realizado en el Reino Unido 
acerca del surgimiento del TDAH en adultos.

“cerca de un 70% de los adultos jóvenes con TDAH de nuestra investigación no cumplían los criterios para el trastorno en las evaluaciones llevadas a cabo en la infancia..."




El trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) no es un síndrome exclusivo de la infancia. Es decir, si bien existe una creencia generalizada de que el TDAH en la edad adulta es una continuación del trastorno surgido en la niñez, la realidad es que también puede desarrollarse una vez superada la etapa infantil e, incluso, la adolescencia. 

Así lo muestra un estudio llevado a cabo por investigadores del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King’s College de Londres (Reino Unido) y publicado en la revista JAMA Psychiatry.


Como explica la doctora Jessica Agnew-Blais, directora del estudio, “cerca de un 70% de los adultos jóvenes con TDAH de nuestra investigación no cumplían los criterios para el trastorno en las evaluaciones llevadas a cabo en la infancia. Y los adultos con este TDAH ‘tardío’ presentan un alto nivel de síntomas, discapacidad y otros problemas de salud mental”.

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TDAH tardío
En el estudio, los investigadores contaron con la participación de 1.100 parejas de gemelos. Los síntomas del TDAH durante la infancia fueron medidos a la edad de 5, 7, 10 y 12 años a través de la información aportada por sus madres y profesores. Posteriormente, y una vez cumplieron la edad de 18 años, los participantes fueron nuevamente evaluados para detectar la posible presencia de síntomas del TDAH y de problemas de salud mental.
De acuerdo con los resultados, cerca de un 70% de los adultos con TDAH no cumplían los criterios para que el trastorno se hubiera desarrollado en la infancia.
Es más; el hecho de que el estudio fuera llevado a cabo con gemelos permitió establecer las bases genéticas del trastorno, mostrando que la probabilidad de heredar el TDAH ‘adulto’ era menor que la del TDAH ‘infantil’, así como que tener un gemelo con TDAH en la niñez no suponía un mayor riesgo de desarrollar la forma ‘tardía’.
Como concluye la doctora Agnew-Blais, “en torno a un 4% de los adultos padece TDAH, pero el porcentaje de afectados que, ya en la edad adulta, es diagnosticado o recibe tratamiento es relativamente bajo. Por tanto, es crucial que adoptemos un enfoque más centrado en el desarrollo para entender el TDAH y tengamos presente que la ausencia de un diagnóstico en la niñez no debería evitar que los adultos con TDAH reciban atención”.

.- Título de estudio: Evaluation of the Persistence, Remission, and Emergence of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder in Young Adulthood
.- Autores: Jessica C. Agnew-Blais, ScD1; Guilherme V. Polanczyk, MD, PhD2; Andrea Danese, MD, PhD1,3,4; Jasmin Wertz, MSc1; Terrie E. Moffitt, PhD1,5,6; Louise Arseneault, PhD1

.– ¿Quieres consultar (en inglés) el estudio publicado en la revista ‘JAMA Psychiatry’?

Escuela y amistades del alumnado extranjero.

Redes de Amistad de alumnado extranjero en los Institutos, 
causas institucionales e impactos académicos.





Acceso


La integración social del alumnado recién llegado requiere de un marco real de contacto intercultural y es en los institutos donde adolescentes autóctonos y extranjeros encuentran espacios de convivencia. Ahora bien, incluso en los centros escolares más heterogéneos se observan dinámicas de exclusión social y es que la conformación de los centros educativos donde conviven perfiles de alumnos diferenciados es un requisito indispensable pero no suficiente para una sociedad más cohesionada. Hace falta, además, asegurar que la heterogeneidad de los centros se traslada a las redes relacionales más cercanas, es decir, al conjunto de iguales en que se agrupan los chicos y chicas, especialmente en el caso del alumnado extranjero.


Este post sintetiza la presentación hecha en el XII Congreso de la Federación Española de Sociología en Gijón el 1 de julio y se enmarca en mi tesis doctoral. Se quiere dar cuenta de las dinámicas relacionales que tienen lugar a los institutos de educación secundaria y que generan procesos de integración o exclusión social, analizando el impacto de las estructuras organizativas de los centros educativos sobre el nivel de interculturalidad de las redes relacionales del alumnado extranjero. En este post abordamos, en concreto, cómo la organización del aula ordinaria impacta sobre la conformación de unas redes relacionales más o menos interculturales.


Con una muestra de 664 alumnos escolarizados en los grupos-clase de 4º de ESO de ocho institutos del área metropolitana de Barcelona, los resultados del análisis ponen de manifiesto el impacto de la organización de los grupos-clase ordinarios sobre la cohesión relacional en los institutos. Los grupos-clase han sido analizados en función de tres variables: ratio o número de alumnos, porcentaje de alumnado extranjero y nivel de aprendizaje (es decir, si el grupo es heterogéneo en cuanto a los ritmos de aprendizaje o, por el contrario, es identificado como grupo de rendimiento avanzado o grupo de refuerzo).


Algunas de las principales conclusiones son:
  1. Existencia de una mayor cohesión siempre dentro del grupo-clase de referencia, de forma que podemos afirmar que las amistades se establecen principalmente dentro de los límites del aula.
  2. Se observa un mayor cierre relacional y cierta separación respecto del resto de grupos-clase del instituto por parte del alumnado que pertenece a los grupos de aprendizaje homogéneo, es decir, por parte de los alumnos que pertenecen a los grupos de rendimiento avanzado o a los grupos de refuerzo, mientras que el alumnado de los grupos heterogéneos mantiene vínculos de amistad con alumnos fuera de su grupo con mayor frecuencia.
  3. El incremento del número de alumnos del aula y del porcentaje de alumnado extranjero en ella supone la reducción de la cohesión relacional dentro del grupo.
  4. El grado de contacto con alumnado autóctono por parte del alumnado extranjero se ve altamente influido por el porcentaje de extranjeros que hay en el aula y el número total de alumnos del grupo, pero no por la adscripción a un grupo de nivel heterogéneo, grupo de refuerzo o grupo avanzado.

A pesar de no tener efecto estadístico sobre el nivel de interculturalidad de las amistades del alumnado extranjero, como muestra la siguiente imagen, las fronteras entre grupos-clase de nivel son extremadamente claras, produciendo importantes fracturas relacionales que afectan tanto a autóctonos como extranjeros. Así, el alumnado extranjero de la derecha de la red (triángulos) se encuentran separados del resto de alumnos y, a la vez, presentan una fractura interior entre aquellos que asisten a los grupos avanzados (rojo y amarillo) y aquellos otros que pertenecen a grupos de refuerzo (azules).

Podemos incidir mejorando las redes relacionales?

El debate no explícito que daba origen esta tesis gira en torno a la existencia (o no) de cierta capacidad por parte de los responsables de los centros educativos (y, por extensión, los responsables públicos) para impulsar un mayor contacto entre la población autóctona y extranjera.

Las redes relacionales de los centros educativos muestran, en todos los casos, una mayor proximidad relacional entre el alumnado que comparte un mismo origen o el hecho de haber pasado por un proceso migratorio, de forma que es innegable el papel que juega la procedencia en la conformación de los grupos de amistad. Ahora bien, dicho esto, estas mismas redes ponen de manifiesto que el grado de repliegue relacional varía en función de diversas variables, sobre las que es posible intervenir en algunos casos y, por lo tanto, modificar.

En este sentido es posible afirmar que sí que hay margen de acción por parte de los responsables educativos. Son varios -y a veces contrapuestos- los intereses que los equipos docentes tienen que gestionar en el día a día, lo que dificulta la atención a las diferentes (múltiples y variadas) necesidades que afloran en el marco escolar. Sin embargo, la previsión de los impactos que las decisiones organizativas tienen a nivel relacional podría reducir la necesidad de intervención posterior. Este es un punto de especial relevancia para la práctica política.

"Es ridículo atosigar a los niños con exámens y notas", Entrevista a

Christopher Clouder*,  Pedagogía Waldorf

    

“ES RIDÍCULO ATOSIGAR A LOS NIÑOS CON EXÁMENES Y NOTAS”
En las escuelas Waldorf los alumnos son quienes marcan los ritmos. Aprenden a leer pasados los seis años, no tienen exámenes y reciben una sólida formación musical y artística. 
Su rendimiento académico cuando se incorporan a la universidad está, dicen, por encima de la media. 
Así lo afirma Christopher Clouder, pedagogo y escritor.




¿El hecho de que existan pedagogías alternativas significa que la educación tradicional falla?

Creo que el sistema convencional ya ha cumplido su ciclo. Procede del siglo XIX y estamos en el XXI. Nuestros hijos esperan algo distinto de la educación. No critico el sistema actual, no digo que esté todo mal, pero sí creo que hay que evolucionar. 

¿De qué modo?

Para empezar, hay que incidir más en la autoexploración. En vez de seguir programas rígidos, los maestros deberían tratar de ser más auténticos. También hay que redefinir la relación que mantenemos en clase con los alumnos. Lo resumiría diciendo que la educación debe quedar al servicio de los niños, y no al revés. Necesitan que se les estimule la creatividad, el coraje y el trabajo en equipo tanto o más que asimilar determinados conocimientos. ¡Piense que casi todo lo que uno puede preguntarse está ya disponible en internet! 

Hay quien asegura que dejar demasiada libertad al niño puede ser contraproducente para su educación.

Más que darles libertad, lo que hacemos es respetarlos. Los niños son sensatos. Saben lo que es bueno para ellos, lo que es sano. Eso no se debe confundir con hacer que asuman responsabilidades desde muy temprano. Nosotros somos los adultos: les escuchamos, pero somos quienes decidimos. Lo ideal es que los pequeños sean cocreadores de su entorno. Es muy importante que disfruten su niñez, un periodo que cada vez acortamos más: la pubertad se ha avanzado dos años y medio en el último siglo. 

Algunos expertos consideran ridículo compartimentar el conocimiento en asignaturas. ¿Qué opina usted?

Creo que lo que hacemos es triste. Estamos creando un entorno competitivo para los niños desde bien pequeños, cuando para ellos lo natural es cooperar en vez de competir. Es una lástima que la obsesión del sistema sea convertir a los niños en unidades económicamente operativas en el menor tiempo posible. Eso va contra su derecho a desarrollarse como persona. Le puedo asegurar que, aunque no se le presione con plazos, un niño aprende, y lo hace rápido. Atosigarles con exámenes y notas desde pequeñitos es ridículo. 

Mucha gente no concibe una escuela sin exámenes.

En los centros Waldorf los niños pasan pruebas: se les ponen retos y deben hacerlo cada vez mejor. No se trata de competir con los demás, sino con uno mismo. Ese espíritu de autosuperación dura para toda la vida. Los exámenes propiamente dichos tienen sentido cuando son más mayores. 

El arte y la música tienen mucha importancia en la pedagogía Waldorf. ¿Por qué?

Porque es una parte importantísima del desarrollo personal. Aportan armonía. Cuando se les deja solos, los niños dibujan, cantan, saltan, se mueven. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué? El movimiento genera sinapsis en el cerebro, estimula las conexiones neuronales. Todas las artes implican movimiento. En los últimos años se ha demostrado, además, que los niños con una educación artística rica tienen mejor salud mental, menos abandono escolar, menos propensión al consumo de drogas y mejores resultados académicos.


*Christopher Clouder: Especialmente popular en su Alemania natal y en los países escandinavos, también es conocido por convencer a muchas estrellas de Hollywood. Christopher Clouder (York, 1946) es uno de los máximos expertos en este método. Dirigió durante 12 años el Comité Europeo Educativo Steiner Waldorf. Desde 2009 encabeza la Plataforma para la Innovación en Educación de la Fundación Botín. 

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Menores que emigran solos.

Desalambre de Diario.es 

ha venido publicando esta serie de artículos sobre 
Menores que emigran solos.
Acceso a los dos primeros artículos
El último artículo es una entrevista a Daniel Ventura
Consejero de Asuntos Sociales de Melilla 

Melilla, por encima de sus posibilidad con los menores no acompañados
Ventura, en una imagen de archivo EFE
El Consejero ofrece su punto de vista sobre la situación de los menores extranjeros: "No vamos a convertir esto en la ciudad de los niños, nos da igual si son repatriados o si los enviamos a otras comunidades".

Sobre el vídeo en el que se ve a dos policías golpeando a varios menores detenidos, Ventura cree que "son acciones por parte la Policía": "No veo ninguna cosa extraordinariamente digna de denunciar".




En Melilla viven en la calle entre 30 y 90 niños, según la ONG Harraga. Antes que permanecer en el centro de menores prefieren exponerse al frío y a las enfermedades, a las agresiones y a los abusos, mientras una parte de la población los percibe como un riesgo para la seguridad. A veces, mueren: tres chicos fallecieron en el último año intentando alcanzar alguno de los barcos que zarpan con destino a la Península.
Daniel Ventura, consejero de Asuntos Sociales de Melilla, explica que el problema es endémico y tiene un origen: "Marruecos no atiende a sus hijos". El día que se realiza esta entrevista cifra en 550 los menores no acompañados en la ciudad, casi todos marroquíes: 482 en los centros y entre 30 y 70 de ellos en la calle.
Según Ventura, la ley no ofrece soluciones para esta cifra sin precedentes. "Si la ley no nos permite que esos niños se hagan mayores en las condiciones que manda tendré que culpabilizar a la ley, porque no es suficientemente buena para atender las necesidades específicas de Melilla", protesta el consejero, que desde que asumió el cargo, hace algo más de un año plantea dos alternativas: "Nos da igual si son repatriados o si los enviamos a otras comunidades. En su opinión, no caben opciones distintas a la expulsión: "Esta ciudad tiene 12 kilómetros cuadrados y no vamos a convertirla en la ciudad de los niños", asegura. 

¿Qué alternativas existen?
Hemos mantenido reuniones al más alto nivel del Gobierno de la nación, con el ministro de Exteriores y el de Interior, con la secretaria de Inmigración, Marina del Corral, con representantes de la Fiscalía General del Estado... Esto no corresponde a una persona o un ministerio, es un problema transversal, corresponde al Gobierno de la nación, de la ciudad y a la ciudadanía. Hay discrepancias entre lo que dice la ley, la ética y la moral y los recursos actuales. No podemos hacer lo que nos gustaría hacer por los niños. Se cubren las necesidades básicas, escolarización, tarjeta sanitaria, etc., pero no tenemos la capacidad para atender lo que la legislación nos marca.

¿Qué quiere decir eso?
La ley dice que tienes unos plazos. Está hecha para algo que está dentro del sentido común. A Málaga llega un menor de manera puntual, no llegan todos los días 40. No se ha hecho pensando en las condiciones de ciudades como Ceuta y Melilla. La ley y la ética nos dicen que tenemos que atenderlos, y eso es lo que pensamos. La pregunta es si los vamos a atender tal y como nos marca la ley y como nos gustaría.

¿Por qué no se redistribuyen los niños en centros de la península?
El Gobierno de la ciudad no está dispuesto a que esto se convierta en un cuello de botella. Cuando hablamos de inmigración hablamos de algo transitorio, pero cuando hablamos de menores la ley nos obliga a atenderlos hasta que sean adultos. No están de paso. Si no hay repatriación, la segunda opción, sin que esto se convierta en efecto llamada, es derivar a los niños a otras Comunidades Autónomas que se puedan hacer cargo y darles la atención.

El tema de los menores es recurrente en la ciudad. Hay un sector de la población que cree que generan inseguridad y delincuencia. ¿Se corresponde con la realidad?
No, en absoluto. Las redes sociales han criminalizado mucho a los menores extranjeros. Los que escriben la noticia no son periodistas sino cualquier persona con un seudónimo que tiene un auditorio que le sigue. Ese es uno de los problemas. Después hay una parte en los medios de comunicación.

En abril se difundió un vídeo en el que dos policías golpeaban a varios menores detenidos. Se dijo que se iba a abrir una investigación. ¿En qué ha quedado el expediente?
Se abrió la investigación por seguridad ciudadana. Cuando un funcionario lo hace mal debe pagar por ello. Pero me parece igual de importante que si un menor lo hace mal también tiene que tener consecuencias. Esos cuatro niños estaban apedreando a los coches que pasaban por la carretera, pero a nadie le importa si los niños hubieran matado a alguien que pasaba por la calle, y eso es lo que me molesta, ese desequilibrio. Buscamos el sensacionalismo, vender periódicos.

En ese vídeo se ve a dos agentes dando patadas. Tiene interés público.
Sólo lo vi una vez. Yo veo acciones por parte de la Policía, no veo ninguna cosa extraordinariamente digna de denunciar. Se abrió una investigación por seguridad ciudadana, que es quien tiene competencia. Podrían haber cometido algún tipo de falta y si ha sido así, quien corresponda lo diga y ponga la sanción. Pero a mí, como tutor, también me preocupa el comportamiento de esos niños, porque la ley no me protege para corregirles.

Save the Children publicó un informe en junio en el que se habla de un caso de un niño que trató de denunciar una agresión y no pudo.
No entiendo por qué Save the Children no pone una denuncia. No entiendo que hagamos informes o artículos con cosas que son gravísimas. Nos estamos acostumbrando a escuchar cosas que son muy graves y no hacemos nada. ¿Tiene noticias de esto? Vaya al juzgado y ponga una denuncia.

La ONG afirma que no pudo poner tal denuncia porque el tutor legal es la ciudad.
Eso no es cierto. A Fiscalía llegan denuncias, también de los menores, sin tutor, con acompañante y sin acompañante. El menor, cuando pasa por una situación extrema, si es real termina en el juzgado. ¿Qué dice Save the Children? ¡Que estamos tapando delitos! Eso es muy grave. Estamos perdiendo el norte… 

Es habitual que los niños denuncien malos tratos de uno o dos de los educadores del centro La Purísima.
Es verdad que yo he escuchado muchísimas veces esos nombres. Está puesto en conocimiento de la Fiscalía y los trabajadores no me dicen que esté pasando nada. Cuando llegué lo primero que le dije al director es que no quiero que se toque a un niño para nada, pero para nada, ni por supuesto que se le esté insultando, y ante cualquier cosa que pase quiero que se ponga en conocimiento de Fiscalía.

¿Y se ha hecho?
La fiscal ha pedido el nombre de algún trabajador, son cosas que han terminado allí, y en un año no he visto ninguna resolución que diga "se condena a tal trabajador". Cuando un nombre se ha repetido demasiadas veces en cuanto a determinados comportamientos, que desconozco si son ciertos o no, he pedido a la dirección que esa persona la aparten de esas atribuciones.
Cada trabajador tiene que hacer su parte de trabajo como marcan las normas, y cuando alguien no haga, no porque se equivoque sino porque lo haga mal a conciencia, quiero que acabe en el juzgado. Sea quien sea. Si lo hace con conciencia, una mala gestión o un mal trabajo, tiene que terminar en el juzgado porque lo que prima es el interés superior del menor.

En ese centro hay más niños de lo que se había previsto en el contrato. ¿Puede la ciudad exigir a la concesionaria que contrate más personal?
No, porque entra con un contrato que dice cuáles son las condiciones técnicas. Se hizo con base a lo que conocíamos en ese momento y se hace prorrogable. Las condiciones han cambiado y ahora los pliegos tendrán que cambiarse. A partir de agosto del año pasado se ha producido un crecimiento del número de menores.
Pero en febrero se ha renovado la concesión sin contemplar ese aumento.
Porque no ha dado tiempo a sacar el pliego nuevo. Ahora lo sacaremos: ¿será lo adecuado? No. Porque Melilla son 12 kilómetros cuadrados, los menores siguen entrando y saliendo y podemos atender un número determinado, porque el espacio que tenemos es el que es. Solución: o se repatrian a su país de origen o van a la Península a otras Comunidades Autónomas.

¿Es cierto que duermen tres en una cama?
No han estado durmiendo como deben, yo soy el primero que dice que no pueden dormir dos en una cama o en un colchón. Pero ¿qué hacemos si llegan más? Pues tendremos que acogerlos y lo haremos. Y si vienen 2.000, lo haremos también.

¿Qué se hace con los menores de la calle para que vuelvan al centro?
Hemos puesto educadores de calle en octubre del año pasado con un proyecto piloto. En diciembre lo hicimos intentando buscar un equilibrio con la opinión pública, que la gente tuviera algo más de seguridad y que los educadores de calle los derivaran si fuera necesario. Este año queremos hacer algo estable, y estamos buscando la fórmula económica. Esto no es un tema policial: si la policía los recoge y los lleva al centro a los diez minutos están otra vez en la calle.

¿Por qué cree que ocurre eso?
Esos niños vienen de la calle, porque por diferentes motivos los han echado de su casa. Tienen problemas de abusos sexuales, maltrato físico y psicológico… Son niños que buscan el apoyo de otros niños, se identifican e intentan protegerse unos a otros. El concepto de normas no lo entienden. Tienen su propio sistema marcado por su grupo, saben quién es el líder. Y lo peor es que están afectados por el consumo de psicotrópicos y muchos son adictos. Ha habido niños a los que con 12 años hemos tenido que mandarlos a centros de trastornos de conducta. Su único objetivo es marcharse a la Península.

¿Y por qué? Cuando cumplen 18 pueden marcharse con un permiso de residencia temporal sin necesidad de tirarse al agua.
Como lo hace la mayoría. Ese es el camino ideal. Pero el otro grupo, de 40, 50 o 30, viene con ideas equivocadas que se van transmitiendo de uno a otro. Hoy hablaba con niños del centro y me decían que esos niños intentan convencerlos para que salgan del centro. "¿Y por qué no os vais?", les pregunto. Y me responden: "Porque esos niños están con el pegamento, pegando palos a la gente, de chaperos…" Yo espero que la Policía llegue a dar con las personas que están abusando de estos chavales.

En el último año han fallecido al menos tres niños que habían pasado por el centro. ¿Qué responsabilidad tiene la ciudad por esto?
Somos tutores legales, y somos como los padres en la medida que marque la ley. Tu hijo se sube a un poste eléctrico y se electrocuta. ¿Eres responsable?.

Los padres salen a buscar a un hijo que se escapa de casa. ¿Lo hace la ciudad?
Cada día recibimos ingresos y bajas de los niños del centro. Cuando hay una baja le decimos a Policía y a la Fiscalía que un niño se ha marchado. Esto se hace todos los días, y lleva un montón de procedimientos y comunicaciones. Yo he tratado con muchas familias y si un niño de 14 años te dice que se va de casa, se va de casa. Y hará eso cada vez que le dé la gana. No crea que lo que pasa en el centro de menores es muy diferente a lo que pasa en algunas familias.

La escuela de Berlín que pone de cabeza el sistema educativo alemán

Sin notas ni horarios, los alumnos eligen las asignaturas y se motivan a sí mismos.
Los excelentes resultados académicos que consigue el Evangelical School Berlin Centre (ESBC) hacen afirmar a muchos que el mismo enfoque debería implementarse en toda Alemania.
Un estudiante graba la imagen de la canciller Angela Merkel, de visita en una escuela de Berlín.
Un estudiante graba la imagen de la canciller Angela Merkel,
de visita en una escuela de Berlín. 
EFE


Anton Oberländer es un orador persuasivo. El año pasado, cuando él y un grupo de amigos estaban escasos de dinero para un viaje de campamento a Cornwall, se las ingenió para convencer al operador ferroviario estatal de Alemania de que le diera algunos pasajes gratis. La empresa se quedó tan admirada ante el descaro de Oberländer que lo invitó para que diera un discurso motivacional ante sus 200 empleados.

Anton tiene 14 años. 
La confianza que tiene en sí mismo este adolescente de Berlín se debe, en gran parte, a una institución educativa única en su tipo que ha vuelto del revés las convenciones de la educación tradicional. En el colegio de Oberländer no se dan calificaciones hasta que los alumnos cumplen los 15 años, no hay horarios y la enseñanza no se dicta de la forma tradicional. Los alumnos eligen qué asignaturas quieren estudiar para cada clase y cuándo quieren hacer el examen.
El plan de estudios de la escuela parece la pesadilla de un padre sobreprotector. Las asignaturas fijas se limitan a Matemáticas, Alemán, Inglés y Ciencias Sociales y se complementan con cursos más abstractos como “Responsabilidad” y “Desafío”. Para el curso de Desafío, a los estudiantes de entre 12 y 14 años se les otorga la suma de 150 euros y se los envía en una aventura que deben planear totalmente solos. Algunos eligen hacer kayak; otros trabajan en una granja. Anton se fue de excursión por la costa sur de Inglaterra.

La motivación como objetivo
La filosofía detrás de estas innovaciones es simple. Según la directora de la escuela, Margret Rasfeld, la existencia de Internet y de los teléfonos inteligentes han transformado la manera en que los jóvenes procesan la información y, en un mundo donde los requisitos del mercado laboral están cambiando, el conocimiento más importante que una escuela puede transmitir a sus alumnos es la habilidad para motivarse.
“Miren a los niños de tres o cuatro años: llenos de confianza”, dice Rasfeld. “Muy a menudo, los niños no ven la hora de empezar el colegio. Pero de manera frustrante, la mayoría de las escuelas se las arregla, de una forma u otra, para acabar con toda esa confianza”.
Según Rasfeld, lo que la Evangelical School Berlin Centre (ESBC) intenta hacer es nada menos que “reinventar lo que significa la escuela”. “La misión de una institución educativa progresista debería ser preparar a los jóvenes para sobrellevar el cambio o, mejor aún, lograr que vean con buenos ojos el cambio. En el siglo XXI, el trabajo de las escuelas debería ser desarrollar personalidades fuertes”.
Según Rasfeld, hacer que un alumno le preste atención a un maestro durante 45 minutos y, después, castigarlo por hablar con un compañero durante el ejercicio no solo queda totalmente desfasado con los requisitos actuales del mundo laboral sino que, además, es contraproducente. “Nada genera más motivación en los alumnos que descubrir, por sus propios medios, el significado de lo que está explicando”.
A los estudiantes de la escuela de Rasfeld se les alienta a pensar en otras formas de demostrar las habilidades que aprendieron: como programar un videojuego en lugar de sentarse a hacer un examen de Matemáticas. Oberländer, que nunca había estado tres semanas fuera de casa hasta que se embarcó a Cornwall como parte de su curso de Desafío, aprendió más inglés en su viaje que en varios años en el colegio.
El sistema educativo federal de Alemania, donde cada uno de los 16 Estados planifica su propio plan de estudios, tiene una tradición de permitir los modelos de “enseñanza libre”. Pero a diferencia de las escuelas Sudbury, Montessori o Steiner, la institución de Rasfeld intenta que la autodeterminación arraigue en los estudiantes dentro de un sistema de reglas relativamente estricto. Los alumnos que se distraen durante las clases tienen que regresar a la escuela el sábado por la mañana para ponerse al día, un castigo conocido como “silentium”. Según Rasfeld, “cuanto mayor es la libertad, mayor es la estructura que hace falta”.

Resultados académicos
La razón principal por la que la ESBC se está ganando la reputación de ser la escuela más fascinante de Alemania es por los resultados sorprendentes conseguidos con su filosofía experimental. Año tras año, la institución de Rasfeld termina con las mejores calificaciones entre las gesamtschulen (institutos de educación integrada) de Berlín, donde se incluyen los tres modelos del sistema educativo alemán. Los que salieron de la ESBC el año pasado lograron una calificación promedio de 2.0, equivalente a un 8 en España, y eso que antes de entrar en el colegio, al 40% de esos alumnos le habían aconsejado no presentarse a los exámenes abitur, el equivalente alemán al examen de selectividad. Cuando la institución abrió sus puertas en 2007 contaba con 16 alumnos, ahora opera a plena capacidad con 500 estudiantes y tiene largas listas de espera para los aspirantes.

Dado el éxito que ha tenido en el boca a boca, no es ninguna sorpresa que ya haya gente pidiendo que el enfoque de Rasfeld se aplique a escala nacional. Pero algunos profesionales de la educación se preguntan si los métodos de la ESBC son fácilmente exportables. En Berlín la escuela puede atraer a los aspirantes más prometedores, de familias acomodadas y progresistas, dicen.

Rasfeld no acepta esas críticas, y asegura que el objetivo de la escuela es formar una mezcla heterogénea de estudiantes con diferentes orígenes. Pese a que hay una cruz en el salón de actos principal y a que cada día empieza con una ceremonia religiosa, sólo el 33% de los alumnos están bautizados. El 30% de los estudiantes proviene de familias de inmigrantes y un 7% viene de hogares donde no se habla alemán. 

Aunque la ESBC es una de las 5.000 escuelas privadas de Alemania, las cuotas se basan en un estudio socioeconómico y son bastante más bajas con relación al promedio del Reino Unido, donde las cuotas oscilan entre los 720 y los 6.636 euros al año. En la ESBC, alrededor del 5% de los estudiantes está exento de pagar.
Sin embargo, incluso Rasfeld admite que no es fácil encontrar maestros capaces de ajustarse a los métodos de enseñanza de la institución. A veces, dice, es más difícil que lograr lo mismo de los alumnos. 

Rasfeld tiene 65 años y está a un paso de su jubilación, en julio, pero aún tiene proyectos ambiciosos. Un “laboratorio de innovación educativa” manejado por cuatro personas y con sede en la institución ha estado desarrollando material de enseñanza para escuelas que quieran seguir los pasos de la ESBC. Cerca de 40 escuelas en Alemania están en proceso de adoptar algunos o todos los métodos de Rasfeld. Recientemente, una de las escuelas del distrito Weissensee de Berlín permitió que un alumno hiciera una excursión a través de los Alpes como proyecto de su curso de Desafío.

Como dice Rasfeld, “esto recién está comenzando”: “En la educación, solo se puede crear cambios desde la base; si las órdenes vienen desde arriba, las escuelas se resistirán. Los ministerios son como grandes buques petroleros y cambiarles el rumbo demanda mucho tiempo. Lo que necesitamos es un gran número de pequeñas lanchas que demuestren que se pueden hacer las cosas de una forma diferente”.
Traducción de Francisco de Zárate

Los niños nacen siendo científicos


En esta entrevista el físico teórico Michio Kaku, es enfrentado al problema de la falta de interés de los niños por la ciencia y las matemáticas, problema al que responde recordando una pregunta que su hija le hizo hace algunos años, la cual lo hizo cuestionar el objetivo de la educación contemporánea..

Según Kaku, todos los niños nacen siendo científicos en potencia, hasta que la sociedad y la educación formal aplastan su curiosidad



Es un “deber” hablar de los deberes, Mesa Redonda.

Los Deberes Escolares a Debate.

Miércoles 8 de Junio
17/18,30 hrs
Casa de las Asociaciones
Avda, del Deporte
Rivas Vaciamadrid

¿Sirven los deberes? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Qué tiempo dedican niños y niñas a realizar los deberes?

Los chicos y chicas del Foro Inf.Rayuela están trabajando este curso sobre el Derecho al Ocio y al Tiempo Libre (art. 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño).
 Han llegado a la conclusión de que tienen muchas dificultades para disfrutar de este derecho por dos motivos fundamentales: las extraescolares y los deberes.

Para poder debatir e intercambiar ideas, han organizado una mesa redonda donde participarán representantes de las familias, del profesorado, del foro infantil y del Gobierno Municipal y se abrirá un debate con el público asistente.


Información e inscripciones a partir del 30 de mayo enviando un mail a foroinfantil@rivasciudad.es indicando nombre y apellidos, o en los centros de infancia presencial o telefónicamente, hasta completar aforo.


CMRI Bhima Sangha 91 281 73 73; CMRI Rayuela 91 322 23 15

Brechas de género en la infancia


nenesEn San Francisco asistí a una (otra) sesión muy interesante sobre “brechas de género en la infancia”, en la que presentaron dos de las personas más relevantes de mi área (economía laboral/pública aplicada): Raj Chetty (Stanford) y David Autor (MIT).

La idea principal de sus resultados es que en EEUU, el haber crecido en un entorno desfavorecido (en una familia pobre, con una madre soltera, en un barrio “chungo” o en un colegio muy malo) está asociado con resultados negativos a medio y largo plazo (lo que ya sabíamos), pero mucho más para los niños que para las niñas. A los niños de familias de nivel socio-económico bajo les va peor en la vida que a las niñas, en muchas dimensiones. Ambos estudios concluyen con el mensaje de que a los niños les afectan más las malas condiciones (familiares o del barrio y el colegio) durante la infancia que a las niñas, en términos de resultados a largo plazo. Esto les lleva a afirmar que las brechas de género en la edad adulta tienen sus raíces en la infancia.
Chetty y sus coautores se centran en mostrar cómo las “brechas de género” en la edad adulta varían mucho a lo largo de la distribución de la renta de los padres. Entre niños/as de familias pobres, la brecha en, por ejemplo, tasas de empleo, incluso se invierte (los hombres procedentes de familia pobre tienen tasas de empleo inferiores a las mujeres).
Autor y coautores estudian dimensiones como las tasas de graduación de la educación secundaria, los resultados en tests estandarizados, los problemas de comportamiento en el colegio, y la criminalidad juvenil. Analizan pares de hermanos niño-niña (para controlar por características familiares), y tratan de entender la medida en que la desventaja relativa de los niños de origen pobre se debe a factores prenatales o a un impacto diferencial del entorno socioeconómico durante la infancia, decantándose por esta última hipótesis (ya que los hermanos de familias pobres no difieren de sus hermanas en términos de salud al nacer).
El tema me pareció muy interesante, así que he aprovechado para intentar realizar este tipo de análisis con datos españoles. La dificultad estriba en encontrar bases de datos con resultados en la edad adulta (tipo empleo o salarios), y que también incluyan información sobre el nivel educativo o de renta de los padres o el barrio en el que creció una persona. Finalmente, me he centrado en resultados educativos de personas jóvenes (que aún viven con sus padres): el nivel de estudios alcanzado por personas de 16 a 20 años en la Encuesta de Población Activa (EPA), y los resultados en los tests estandarizados PISA a los 15 años (de los que ya hemos hablado muchas veces, por ejemplo aquí).
La figura 1 muestra los datos de la EPA (2º trimestre de 2015), por separado para hombres y mujeres. El tamaño muestral es 8.144 personas. El eje vertical muestra la proporción de jóvenes que han completado la educación secundaria obligatoria en el momento de la encuesta, y el eje horizontal agrupa a las personas según el nivel educativo de sus padres.
Figura 1. Proporción de jóvenes que han completado la ESO, según el nivel educativo de los podres (EPA 2015, edades 16-20)

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Lo primero que destaca del gráfico es algo que ya sabíamos (ver aquí y aquí): los resultados educativos de los hijos están muy relacionados con el nivel de formación de los padres. Mientras que el 95% de los hijos de padres universitarios ha completado la ESO, la cifra cae al 77% entre aquellos cuyos progenitores no tienen un título de educación secundaria de primera etapa. Se trata de una escandalosa brecha de 18 puntos porcentuales.

Pero también destaca cómo la brecha de género varía con la distribución de nivel educativo de los padres. Entre los hijos de universitarios, la brecha es casi inexistente (menos de 1 punto a favor de las niñas), mientras que ésta es mucho mayor entre niños con padres de baja formación (ver figura 2). La brecha de género alcanza los 5 puntos en familias en que los padres no han completado el bachillerato.
Por tanto, los datos parecen ir en la misma dirección que los de EEUU: la procedencia familiar parece afectar más a los niños que a las niñas, al menos en cuanto a las tasas de graduación de la educación secundaria. Esto queda confirmado en un análisis de regresión con variables de control y medidas alternativas de desventaja socioeconómica de las familias.
Figura 2. Diferencia entre las tasas de graduación de la ESO de hombres y mujeres, por nivel educativo de los padres (EPA 2015, edades 16-20)

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Para intentar entender mejor los mecanismos, he mirado también los datos de PISA (años 2000-2012). En general, las niñas obtienen mayor puntuación en las pruebas de lectura, y los niños en las de matemáticas. Estas brechas, sin embargo, no varían significativamente con el nivel socioeconómico de la familia (algo que también encuentran Autor y coautores para EEUU). Es decir, parece que a nivel cognitivo (a los 15 años) la procedencia familiar no está asociada a los resultados de manera diferencial por género.

Si el origen de la brecha educativa no es cognitivo, ¿qué puede ser entonces? Donde sí se observa una brecha de género decreciente con el nivel socioeconómico en los datos de PISA es en variables de comportamiento. Los chicos de familias desfavorecidas muestran actitudes mucho más negativas hacia la escuela y repiten curso con más frecuencia, y este gradiente no es tan pronunciado entre las chicas.
Parece ser entonces que, también en España, el entorno familiar ejerce una influencia importante sobre los resultados educativos, pero esto es así especialmente para los niños. Es probable que esto tenga consecuencias más a largo plazo, en términos de mercado laboral y renta, y también sobre los resultados de la siguiente generación. No sabemos bien a qué se debe esta brecha de género en la infancia, pero seguramente merece la pena prestarle más atención.

El rol del Estado ante las dinámicas familiares y las trayectorias escolares de los niños, niñas y adolescentes latinoamericanos.


Diálogo con 
Juliana Martínez Franzoni. 
SITEAL.


La incorporación de la mujer al trabajo, 
genera que los niños y adolescentes tengan menos presión 
para tener que trabajar, o tal vez esclavizarse 
para acopiar recursos de subsistencia para el conjunto familiar.

Juliana Martínez Franzoni señala que la desigualdad en las trayectorias laborales entre las mujeres no ha cambiado sustancialmente. 
Si bien en esta década y en algunos países se registra que las mujeres del quintil de menores ingresos aumentaron su participación laboral, la brecha con las mujeres de mayores ingresos se mantuvo. 
Por lo general, la incorporación de las mujeres pobres al mercado laboral fue acompañada del acceso a programas de transferencias condicionadas. Estos programas han logrado que disminuya la presión para que los niños y adolescentes generen ingresos. 
Juliana Martínez Franzoni enfatiza en que para reducir la presión de la familia hacia la incorporación temprana de niños, niñas y adolescentes al mercado laboral es fundamental que la población adulta y en particular las madres, logren acceder al trabajo formal protegido.

Juliana Martínez Franzoni es Profesora asociada de la Universidad de Costa Rica,  Profesora visitante de la Red DesiguALdades, Integrante del Comité Académico del Comparative Research Programme on Poverty (CROP) con base en la Universidad de Bergen e Investigadora visitante del Centro Interdisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas (CIEPP) de  Buenos Aires, Argentina.  Sus investigaciones actuales versan sobre la arquitectura del universalismo en la política social y los determinantes sociopolíticos de las políticas públicas para la conciliación de vida familiar y laboral en América Latina. Ha sido consultora independiente de organismos como PNUD, CEPAL, UNRISD, UNICEF y organismos estatales de varios países de la región latinoamericana.  Entre sus publicaciones más recientes cabe mencionar: (2016) The Quest for Universal Social Policy in the South: Actors, Ideas and Architectures, con Diego Sánchez-Ancochea; (2016) “Regímenes de Bienestar en América Latina: tensiones entre universalización y segmentación”, con Diego Sánchez-Ancochea; (2015) "Maternalism, Co-responsibility, and Social Equity: A Typology of Work –Family Policies", con Merike Blofield y (2014) “Incorporation and Regionalism in Latin America”, con Diego SánchezAncochea.   

Madres inadecuadas

Sobre el embarazo adolescente, o más bien sobre la mujer joven embarazada, recaen muchos prejuicios.

 Por Malvina Silba – 







Pero si encima esa piba es pobre, el discurso es más fulminante: hasta se la acusa de querer ese hijo por un plan social. Contra eso, un informe con preguntas y contextos, que también habla del deseo.

“Frente a las imágenes ‘ideales’ preexistentes, la madre adolescente aparece quebrando lo esperado, cuestionando el saber acumulado sobre el tema, mostrando los límites de las políticas públicas, y de las acciones profesionales y religiosas. 
Estas nuevas vivencias emergen relativizando lo que se creía absoluto y por sobre todas las cosas aparecen ‘pidiendo’ ser pensadas, respetadas, cuidadas, entendidas y no enjuiciadas. […] 
es importante avanzar en el corrimiento de velos de prejuicios que hacen suponer que las madres adolescentes maltratan a sus hijos, que todas son ignorantes o promiscuas, violadas o abusadas sexualmente, que sus hijos son objetos y no sujetos. 
Es importante ver que los problemas para la inserción laboral, para continuar los estudios, para conseguir una vivienda son problemas de injusticias de la sociedad y no consecuencias de la maternidad adolescente”

Fotos: Nahuel Alfonso
Durante la campaña electoral de 2015 (Argentina) circuló por las redes sociales una foto que mostraba a un grupo de tres jóvenes embarazadas y una leyenda que decía: “Heee Critina…y ahora que hacemos con los wachos”. 
Posteriormente, esa foto se transformó en un meme extendido, el cual proponía una comparación de cara al ballotage por lo menos controversial. Sobre la imagen de las jóvenes y sus panzas al aire aparecía la leyenda “Scioli 2015”, debajo de éstas, una familia tipo (padre, madre, hijos), sonriente, feliz, rubia y legítima se quedaba con la propuesta “Macri 2015”. Pasado ya el fragor del cambio de gobierno, pero también frente a los avances de medidas de fuerte corte anti-popular, surge la necesidad de ciertas reflexiones. No sólo sobre la fotografía en sí, su circulación o la carta de una docente que salió en defensa de sus alumnas, sino, en particular, sobre los modos en los que allí se condensan buena parte de los argumentos que el sentido común hegemónico suele utilizar a la hora de abordar temas complejos, simplificando el análisis, obturando los matices y las contradicciones. Y ocultando, claro, la ideología. Hacia ese norte, entonces, se dirige lo que sigue.

Autobiografiarse 

Mi vieja se casó a los 17, en 1958. Tardó tres años en quedar embarazada y en su entorno la miraban mal por ello. Cuando finalmente lo logró, tuvo siete hijos en dieciséis años. Le costó pero pudo demostrar que era una mujer completa. A nadie, por aquellas épocas, se le ocurrió pensar o decir que esa joven era irresponsable o que no estaba preparada para parir y criar a un hijo, hacerse cargo de una casa, un marido y una vida familiar. Mi vieja venía haciendo casi todo eso desde chica: empezó a laburar a los 9, crió a sus hermanos menores desde que tenía uso de razón y lidió con una vida familiar signada por dos condicionamientos tan determinantes como estructurales: la pobreza y el machismo. Ella desafió ambos por momentos, y en otros pereció ante presiones sociales y familiares imposibles de derribar.
A los 37 años fue abuela por primera vez. Mi hermana mayor quedó embarazada a la misma edad que su madre se había casado y a la misma edad que se esperaba, tuviera hijos. Pero en su caso fue un escándalo. La obligaron a casarse con su novio, gastaron lo que no tenían en una fiesta y un vestido blanco. Había que guardar las apariencias, incluso en un entorno social en donde los controles morales parecían ser más laxos. A partir de allí, los hijos de madres y padres jóvenes comenzaron a proliferar en mi familia, así como los prejuicios, los chismes y la devoción de nuestros vecinos y conocidos por juzgar la vida ajena. Otra de mis hermanas, la sexta de los siete que somos, también fue madre joven y presa de los chismes. Yo era la última de las mujeres, criada por una abuela postiza que condensaba todos los lugares comunes del moralismo más pacato. “Que no te pase lo que le pasó a tu hermana”, era una de las frases más escuchada por aquel entonces. ¿Qué le había pasado? Quedar embarazada antes de lo previsto, a los 13 años. Y ese escándalo fue mayor. Y mucho peor.
Yo tenía 7 años cuando mi hermana me lo contó. No sé cuáles fueron las palabras exactas, sólo sé que no llegaba a comprender lo que me quería decir. Me dijo que iba a tener un bebé, que estaba en su panza. Recuerdo que había un muñeco, suyo o mío, tratando, quizás, de representar lo que pronto iba a llegar a nuestras vidas. Su primer hijo. Al que le sucedieron muchos más. Mi hermana padeció la condena moral de mi vieja en una forma cruel y a veces desmedida. Tardé muchos años en comprender cuáles eran los cambios socio-culturales y políticos que habían legitimado la maternidad de mi vieja con los mismos argumentos que condenaban las de mis hermanas.
Hubo allí varios factores que se conjugaron. Uno de ellos fue el contexto histórico, cruzado por tres clivajes que resultan claves en el análisis: la clase, el género y la edad. Cada época moldea determinadas formas de comprender, definir y por lo tanto controlar las vidas de las mujeres jóvenes, sobre todo si son pobres. Como en la historia de mi madre, el destino de estas jóvenes no era la escuela secundaria ni la universidad, sino el trabajo precoz y precario, como empleadas domésticas o como obreras en diferentes rubros (a mi vieja le tocó el textil). El mandato social, que era transclasista, indicaba que debían tener hijos para realizarse como mujeres, y para tenerlos debían casarse, claro. Los hijos precisaban un padre que los legitimara, dándoles el apellido y en lo posible, casa, comida y abrigo. Solía suceder que lo primero no costaba tanto como lo segundo.
En el barrio y en la familia era más común que compartiéramos reconocimiento simbólico (que no es poco, claro) que material (la casa se mantenía a duras penas; la comida no abundaba, comíamos lo que había; y la ropa no se elegía, simplemente se heredaba). Pero mi vieja no se casó por amor, sino por necesidad. Quería escaparse del yugo de su padre, un hombre autoritario y tan violento como despreciable. Lo logró, y siguió trabajando igual que cuando era soltera. Continuó haciéndolo cuando fue madre, de uno, de cinco, de siete. Nunca dejó de trabajar; nunca, tampoco, de ser pobre. Pero sí creció, se transformó en una mujer adulta muy pronto, e impuso su palabra y su voluntad frente a cada uno de sus hijos e hijas. A la mayor la obligó a casarse, igual que a uno de mis hermanos varones cuando a los 19 dejó embarazada a su novia de 16. A la menor, sin embargo, se lo impidió, era demasiado chica para que el matrimonio legitime su “desliz”. ¿Cómo se le había ocurrido ceder a sus impulsos y acceder a lo que, por aquellos tiempos, se llamaba “la pruebita de amor”? Mi madre fue también madre de esos nietos, mi hermana, en parte, hermana de sus hijos.

Hace unos años, en medio de mis avatares auto-etnográficos, charlé con ella y una amiga sobre su maternidad. Recuerdo dos frases de esa charla-entrevista que quedaron especialmente grabadas en mi memoria: “me dediqué a tener hijos” fue la primera, y la dijo antes que pudiéramos preguntarle nada. “Yo no planifiqué a mis hijos, simplemente vinieron”, fue la otra. ¿Cuál había sido el pecado de mi hermana? ¿Tener hijos desde muy chica? ¿Tenerlos con distintos padres? ¿No comprender que si era pobre lo “ideal” hubiera sido tener pocos hijos para repartir mejor los escasos recursos disponibles? Esa mirada sobre la maternidad joven de mi hermana me enfrentó a una verdad insoslayable: estaba(mos) equivocando las preguntas.

Trabajo de campo

En los años de mi posgrado volví al barrio donde habitaba parte de mi familia a buscar respuestas. Académicas, socio-culturales, pero también, sin duda, familiares. Si bien mi interés se centraba en los significados que la cumbia adquiría para los jóvenes del barrio, el dato sobre los embarazos entre chicas jóvenes no paraba de aparecer, de imponerse como tema de debate, enfrentamientos y sanciones entre los miembros adultos y jóvenes del grupo. 
Al igual que había pasado con mi madre y mis hermanas,
 la mayoría se embarazaba de su primer hijo entre los 14 y los 19 años. 
La historia se repetía 
¿Los prejuicios también?

De forma semejante a mi vieja, mi hermana solía reaccionar mal (con enojos, gritos e insultos) frente a la noticia de los embarazos de sus hijas, o de las novias de sus hijos. En cualquier caso, las pibas salían perdiendo. Podían lograr un apellido, algunos regalos, un tiempo de compañía, apoyo o contención. Las cuotas alimentarias dignas y las figuras paternas eran escasas, casi tanto como el conocimiento amplio sobre sus motivos, sus deseos, miedos y prejuicios. Era más fácil, claro, juzgarlas que escucharlas. También resultaba tranquilizadora la compasión, la denuncia de diversas (y muchas veces hipotéticas) situaciones de violencia de género que podían explicar esos embarazos, que la mayoría daba por sentado, no eran deseados. También aparecía la ignorancia como otra gran matriz explicativa: “no se saben cuidar”, era una frase hecha que rondaba entre y sobre ellas.
En medio de ese torbellino que me obligaba a analizar la realidad como socióloga pero también como miembro (¿marginal?) del objeto a estudiar, me encontré con un hermoso libro de Ana Jusid titulado Cuadernos de la semilla. Historias de madres adolescentes. En él la autora insiste en varios puntos clave para el análisis del fenómeno. El primero es la necesidad, retomada como eje central aquí, de ampliar la mirada sobre la cuestión y tratar de colaborar en la construcción de una percepción “más comprensiva sobre la maternidad y la paternidad en la adolescencia”; es decir, evitar generalizaciones que simplifiquen cuestiones harto complejas. Detrás de cada embarazo suelen existir historias diversas, algunas signadas por la violencia, otras, por el amor, entre múltiples posibilidades. El segundo, gira en torno a la cuestión del deseo. Esos ánimos generalizadores suelen apuntar a dos cuestiones. Uno es que esos embarazos y esos hijos no son deseados, ni buscados “conscientemente”: ninguna “chica” de 15 años podría ejercer el pensamiento racional ni el análisis objetivo, la planificación familiar parece ser cosa de “gente bien”, educada, sensata, coherente. Y obvio, adulta… El otro, que las chicas quedan embarazadas para tener algo de qué ocuparse, algún “proyecto propio”. Es decir, engendran y paren hijos instrumentales. Jusid afirma “seguir hablando del hijo no deseado suma más condena… Muchas investigaciones demuestran el deseo de los hijos en un número importante de madres aunque quizás no del embarazo; continuar afirmando que muchas eligen ser madres porque no había frente a ellas otras oportunidades implica ya una minusvalía para la madre y no el mejor lugar para los hijos”.
Confieso que algo de ese sentido común me ayudaba a explicar situaciones (embarazos, hijos) que escapaban a mi capacidad comprensiva, ya no como analista de lo social sino como parte sensiblemente involucrada: un número importante de esos pibes que nacían eran mis sobrinas y sobrinos.
Una tarde llegué al barrio con la intención de entrevistar a Romina, una de las chicas del grupo. La Romi, como le decían allí, fue una de las jóvenes con quien había compartido noches de cumbia, baile, tragos, peleas, joda. Todo junto y todo a la vez. La primera vez que la entrevisté, apenas iniciado el trabajo de campo, me dijo, mientras hablábamos sobre su negación a ponerse de novia, que el riesgo mayor era quedar embarazada y resignar su espacio de libertad:
– Y sí, porque ya te quedás todo el día en tu casa cuidando al guacho, los otros se van a bailar y vos te querés re matar porque tenés que cuidar al pibe… Los pibes se hacen los boludos, te inventan cualquier chamuyo y se van [de joda] y te dejan, [en cambio las chicas] no van a bailar más…

Mientras la escuchaba justificar su posición con vehemencia, no podía evitar sentirme seducida por la esperanza de corte “progresista” que su testimonio despertaba en mí. Romina era mujer, joven, pobre, de tez oscura, iba encaminada a no terminar la escuela secundaria (lo que duplicaba sus posibilidades de mantenerse en ese espacio de la pirámide social durante toda su vida). Y sin embargo parecía haber sido atravesada por los discursos de un feminismo combativo que la había empoderado, enseñándole que un preservativo o una pastilla podían ser la clave que separara una vida de bailes, joda y disfrute, por una de sometimiento a una vida familiar y doméstica que no la seducía para nada. Libertad o dependencia.
Distintas circunstancias hicieron que entre la primera y la segunda entrevista pasaran casi dos años. Cuando volví a preguntar por ella me contaron que había sido mamá de una nena. La llamé. Me fui hasta el barrio un viernes lluvioso. Atravesé el barro de las calles que rodeaban su casa con la necesidad de escucharla contarme su verdad. Imaginé que su sonrisa y su desparpajo, ese que la diferenciaba por lejos de muchas pibas de su barrio, iban a estar aplacados. Que ahora su alegría ya no sería la misma.
Su casa había sido montada en el garaje de sus suegros. Un ambiente de 4 x 3 metros donde cabían la mesa, las sillas, el equipo de música y el televisor. La cocina estaba integrada a ese espacio. El dormitorio, que compartía con su marido y su hija, pegado al comedor. Apenas entraban el placard, la cama de dos plazas y la cuna. La Romi me recibió con una sonrisa, estaba contenta de verme. Me presentó a su hija con orgullo. Una beba cachetona y mamera que había heredado los rulos de su madre. Nos pusimos a hablar un poco de todo. Romina seguía pensando que la distribución de tareas domésticas era injusta entre ella y su pareja (a pesar de que el único que trabajaba fuera de su casa era él, aclaraba), y que estaría bueno poder completar la secundaria para salir a trabajar mejor preparada, aunque su horizonte seguía siendo, como años atrás, trabajar por hora limpiando casas “por la libertad que te da ese laburo”, sentenció. 

En un momento le traje a colación aquella charla que había quedado en mi memoria como argumento casi libertario.
– Hace un par de años me dijiste que no querías tener hijos porque perdías un poco de libertad. ¿Cómo lo ves ahora a eso?
– ¡Es verdad! (risas)
– ¿Seguís pensando lo mismo?
– Sí
– ¿Y eso te hace arrepentirte de haberla tenido?
– ¡No!… bah! En realidad nosotros la buscamos a ella, no es que vino así de…
– ¿Y cómo te dieron ganas de buscar un bebé?
– Y sí, porque ya no querés ir más a bailar, estábamos todo el día juntos entonces, ¿qué hacemos?…y ¡bueh! Vamos a hacer uno. Y así llegó ella.

Luego de eso recuerdo que ambas nos reímos. La risa era la mayor arma de seducción con la que contaba Romina. Su simpatía la distinguía incluso de su propio entorno, que parecía palidecer, gris, a su alrededor, sobre todo en un día de lluvia, donde la humedad, las goteras y las calles inundadas no ayudaban. “Vení que te muestro fotos de la nena”, me dijo. Me senté en su cama. Sacó una pila de fotos de su hija, desde que había nacido hasta antes del año. En la mayoría la nena estaba sola. Sonriente, feliz, haciendo pucheros, llorando, tirando los brazos. La mayoría estaba fuera de foco y no se distinguían bien los gestos, los colores o el ámbito en el que habían sido tomadas. Claramente eso no le importaba a Romina que me las mostraba entusiasmada mientras se ocupaba de su hija que le pedía upa.

Salí de allí contrariada. Mi conciencia feminista me decía que ahí había algo que no cerraba. Pero mi formación etnográfica me había enseñado que no podía describir como alienación, dependencia, sometimiento o violencia la alegría que esa joven tenía al hablar de su hija. La perspectiva nativa, como nos enseñaron nuestros maestros, debe valorarse, y nunca sobreimprimir la propia voluntad racional a las formas de experimentar la vida que tienen esos “otros”, por más distantes que éstas estén de lo que a nuestro juicio es el “deber ser”. Esa joven había sido consciente a la hora de querer quedar embarazada (como lo era antes, cuando decía no hacerlo). Su hija había sido una beba deseada, cuidada, rodeada de amor y alegría. Al menos en ese corto período que compartí con ella fue así. Si luego los avatares de la vida y la maternidad llevaron a Romina a arrepentirse, a enojarse con su elección, con su pareja o con su hija; a decidir tener otro o no tener más, a querer cambiar de vida o a continuar con esa, es algo que no puedo saber. Y es algo que, en todo caso, no se explica por las complejas combinaciones de posiciones subalternas de las que era deudora Romina. Cualquiera de nosotras, madres mucho más legítimas a los ojos de ese mismo sentido común que juzga a las pibas pobres que se embarazan (y no a los varones que “las embarazan”, claro), sufre esas mismas contradicciones en carne propia y casi todo el tiempo. Pero dispone de otras herramientas para procesarlas (psicoanálisis, yoga, terapias alternativas, amigas con conciencia de género convenciéndote de que es natural sentir rechazo por los propios hijos y las propias elecciones de vida en ciertas ocasiones). Y superarlas, claro. Convencidas, nosotras, madres conscientes, de que amamantar mucho, alimentar sano, jugar al ras del suelo a todo lo que los hijos proponen, escucharlos, explicarles todo lo que pregunten y darles todo el amor del mundo (ese que a veces no sentimos ni tenemos, siquiera, para nosotras mismas) es garantía suficiente de éxito. De que van a crecer felices y libres. Sin condicionamientos que los hagan inseguros, ni pesadas mochilas que los obliguen a repetir la historia de ser madres y padres adolescentes. Dios nos libre y nos guarde…
Estamos convencidos, muchos de nosotros, que nuestras mater-paternidades son mejores que las de las personas pobres. Que mientras nosotros damos amor, ellos propinan gritos y autoritarismo. Que no saben ser madres o padres buenos, amorosos, comprensivos porque todavía son “inmaduros”, porque “les falta”, porque al ser tan jóvenes “viven en estado de transición” hacia una madurez que llegará en algún momento. Todavía tienen que crecer, hacerse mujeres y hombres “de bien”. Y al decir eso desoímos, una vez más, que la maternidad y la paternidad para estos jóvenes es ya en sí mismo un rito de pasaje que los hace sentir, según sus propias percepciones, adultos responsables, más allá del grado de alcance de esa responsabilidad. Tampoco vamos a creer ahora que todas las madres y padres no-pobres y no-jóvenes del planeta ejercen el mandato de cuidar de sus hijos según un rictus de conducta intachable. Las equivocaciones y las irresponsabilidades atraviesan clases sociales, edades, géneros y territorios. La diferencia radica en que el ojo que juzga (sobre todo el mediático, mucho más el que se identifica con el sentido común) suele ser más benévolo con los “más cercanos”, y más cruel con esos “otros” a quienes en el fondo desprecia, no importa ya cuáles sean sus comportamientos.

Lo hacen por un plan”

Otra de las justificaciones predilectas de ciertos referentes del arco político (UCR y PRO,  es decir, la alianza “Cambiemos”) fue asegurar que la Asignación Universal por Hijo (luego extendida a Asignación Universal por Embarazo a partir del tercer mes de gestación) era el motivo por el cual muchas de estas chicas quedaban embarazadas. “Para cobrar la platita”, dijo del Sel simulando preocupación por esas “pibitas de 12, 13 años” a las que la medida, según el humorista devenido en político, “les está arruinando la vida”.
No es este el espacio, claro está, para discutir o ponderar el significado y los alcances materiales y simbólicos que representaron, para muchas madres de familia, los ingresos percibidos a través de esta política de fuerte impronta inclusiva, tanto por la ayuda económica en sí como por las contraprestaciones exigidas en materia de salud y educación pública. El punto a debatir se conecta, justamente, con la foto y el meme que dio origen a esta reflexión. La ridiculización y el oprobio al que se sometió a esas jóvenes (y no solo a ellas en tanto personas, seres humanos con derechos, sino a todo lo que ellas y sus panzas al aire simbolizaban, a la frase que se le agregó a la foto, mencionando directamente a la ex-presidenta Cristina Fernández, impulsora de la medida) fue ampliamente legitimada por discursos que se amparan, matices más, palabras menos, en lo mismo que dijo del Sel: se embarazan para cobrar la AUH o la AUE. Porque es claro, desde esta lógica, que con los $837 pesos que se cobraban por este concepto a junio de 2015 alcanza para criar, alimentar, vestir y mandar a la escuela a cualquier pibe pobre, sin importar el alcance de los condicionamientos estructurales que atraviesan cada situación particular. Ellos saben arreglarse con poco, muy poco.
Lo que ese sentido común no puede ni quiere ver, es, justamente, la complejidad y los diversos matices involucrados en el diagnóstico de esta situación. Como señalé, cada época histórica construye sus propios demonios, elige en qué territorios y en qué sujetos depositar todo lo indeseable. En el caso de los varones jóvenes, esa figura pareciera condensarse en el “pibe chorro”, quien desafía con sus actos delictivos, cotidianos el fundamento por excelencia de la sociedad capitalista: la propiedad privada. El pibe chorro se atreve a creer que hay objetos circulando a su alrededor, propiedad de otros, que él puede arrebatar, hacerse de ellos, “poseer para ser”, al igual que poseen quienes verdaderamente “son” a sus ojos desclasados. Para el caso de las mujeres, el riesgo mayor, quizás, es que se atrevan a experimentar una sexualidad libre, que no repriman su deseo, sino que lo saquen a la luz y lo expongan. Y si tienen ganas de cojer, cojan. Y encima tengan el tupé de mostrar orgullosas el fruto de esas relaciones: las panzas al aire. ¿O es que acaso el mandato debe ser que sientan vergüenza de esa condición?

Hay allí otra contradicción, que es más hipocresía que otra cosa. Una porción importante de la sociedad (clases medias y medias altas urbanas, pero también variadas fracciones de las clases trabajadoras-populares) condena a estas jóvenes por embarazarse, consecuencia, podría decirse, de tener relaciones sexuales sin protección –voluntaria o involuntariamente– pero a su vez, en muchos casos, no alientan ni promueven la educación sexual libre, abierta, democrática. La clave pareciera estar en que estos pibes se repriman, se aguanten las ganas de cojer como se aguantan las ganas de disfrutar de miles de cosas en la vida. Tampoco colaboran –y los referentes del campo de la salud menos que menos– en la entrega gratuita de diversos métodos anticonceptivos, para que evitar embarazos no deseados sea algo común y no un proceso engorroso, burocrático, atravesado por la moralina del padre, madre, vecino, médico o enfermero de turno. Y ni hablar del aborto, esa herejía, y una de las mayores deudas de esta democracia que ya lleva 32 años.

Para cerrar, vuelvo a Jusid: “Frente a las imágenes ‘ideales’ preexistentes, la madre adolescente aparece quebrando lo esperado, cuestionando el saber acumulado sobre el tema, mostrando los límites de las políticas públicas, y de las acciones profesionales y religiosas. Estas nuevas vivencias emergen relativizando lo que se creía absoluto y por sobre todas las cosas aparecen ‘pidiendo’ ser pensadas, respetadas, cuidadas, entendidas y no enjuiciadas. […] es importante avanzar en el corrimiento de velos de prejuicios que hacen suponer que las madres adolescentes maltratan a sus hijos, que todas son ignorantes o promiscuas, violadas o abusadas sexualmente, que sus hijos son objetos y no sujetos. Es importante ver que los problemas para la inserción laboral, para continuar los estudios, para conseguir una vivienda son problemas de injusticias de la sociedad y no consecuencias de la maternidad adolescente”

Sintetizando podríamos decir: el problema no es que las pibas se embaracen sino el contexto de enorme desigualdad social e injusticia distributiva en el que lo hacen. Todo lo demás, es puro prejuicio.