En San Francisco asistí a una (otra)
sesión muy interesante sobre “brechas de género en la infancia”, en la
que presentaron dos de las personas más relevantes de mi área (economía
laboral/pública aplicada): Raj Chetty (Stanford) y David Autor (MIT).
La idea principal de sus resultados es que en EEUU, el haber crecido
en un entorno desfavorecido (en una familia pobre, con una madre
soltera, en un barrio “chungo” o en un colegio muy malo) está asociado
con resultados negativos a medio y largo plazo (lo que ya sabíamos),
pero mucho más para los niños que para las niñas. A los niños de
familias de nivel socio-económico bajo les va peor en la vida que a las
niñas, en muchas dimensiones. Ambos estudios concluyen con el mensaje de
que a los niños les afectan más las malas condiciones (familiares o del
barrio y el colegio) durante la infancia que a las niñas, en términos
de resultados a largo plazo. Esto les lleva a afirmar que las brechas de
género en la edad adulta tienen sus raíces en la infancia.
Chetty y sus coautores
se centran en mostrar cómo las “brechas de género” en la edad adulta
varían mucho a lo largo de la distribución de la renta de los padres.
Entre niños/as de familias pobres, la brecha en, por ejemplo, tasas de
empleo, incluso se invierte (los hombres procedentes de familia pobre
tienen tasas de empleo inferiores a las mujeres).
Autor y coautores
estudian dimensiones como las tasas de graduación de la educación
secundaria, los resultados en tests estandarizados, los problemas de
comportamiento en el colegio, y la criminalidad juvenil. Analizan pares
de hermanos niño-niña (para controlar por características familiares), y
tratan de entender la medida en que la desventaja relativa de los niños
de origen pobre se debe a factores prenatales o a un impacto
diferencial del entorno socioeconómico durante la infancia, decantándose
por esta última hipótesis (ya que los hermanos de familias pobres no
difieren de sus hermanas en términos de salud al nacer).
El tema me pareció muy interesante, así que he aprovechado para
intentar realizar este tipo de análisis con datos españoles. La
dificultad estriba en encontrar bases de datos con resultados en la edad
adulta (tipo empleo o salarios), y que también incluyan información
sobre el nivel educativo o de renta de los padres o el barrio en el que
creció una persona. Finalmente, me he centrado en resultados educativos
de personas jóvenes (que aún viven con sus padres): el nivel de estudios
alcanzado por personas de 16 a 20 años en la Encuesta de Población
Activa (EPA), y los resultados en los tests estandarizados PISA a los 15
años (de los que ya hemos hablado muchas veces, por ejemplo aquí).
La figura 1 muestra los datos de la EPA (2º trimestre de 2015), por
separado para hombres y mujeres. El tamaño muestral es 8.144 personas.
El eje vertical muestra la proporción de jóvenes que han completado la
educación secundaria obligatoria en el momento de la encuesta, y el eje
horizontal agrupa a las personas según el nivel educativo de sus padres.
Figura 1. Proporción de jóvenes que han completado la ESO, según el nivel educativo de los podres (EPA 2015, edades 16-20)
Lo primero que destaca del gráfico es algo que ya sabíamos (ver aquí y aquí):
los resultados educativos de los hijos están muy relacionados con el
nivel de formación de los padres. Mientras que el 95% de los hijos de
padres universitarios ha completado la ESO, la cifra cae al 77% entre
aquellos cuyos progenitores no tienen un título de educación secundaria
de primera etapa. Se trata de una escandalosa brecha de 18 puntos
porcentuales.
Pero también destaca cómo la brecha de género varía con la
distribución de nivel educativo de los padres. Entre los hijos de
universitarios, la brecha es casi inexistente (menos de 1 punto a favor
de las niñas), mientras que ésta es mucho mayor entre niños con padres
de baja formación (ver figura 2). La brecha de género alcanza los 5
puntos en familias en que los padres no han completado el bachillerato.
Por tanto, los datos parecen ir en la misma dirección que los de
EEUU: la procedencia familiar parece afectar más a los niños que a las
niñas, al menos en cuanto a las tasas de graduación de la educación
secundaria. Esto queda confirmado en un análisis de regresión con
variables de control y medidas alternativas de desventaja socioeconómica
de las familias.
Figura 2. Diferencia entre las tasas de graduación
de la ESO de hombres y mujeres, por nivel educativo de los padres (EPA
2015, edades 16-20)
Para intentar entender mejor los mecanismos, he mirado también los datos
de PISA (años 2000-2012). En general, las niñas obtienen mayor
puntuación en las pruebas de lectura, y los niños en las de matemáticas.
Estas brechas, sin embargo, no varían significativamente con el nivel
socioeconómico de la familia (algo que también encuentran Autor y
coautores para EEUU). Es decir, parece que a nivel cognitivo (a los 15
años) la procedencia familiar no está asociada a los resultados de
manera diferencial por género.
Si el origen de la brecha educativa no es cognitivo, ¿qué puede ser
entonces? Donde sí se observa una brecha de género decreciente con el
nivel socioeconómico en los datos de PISA es en variables de
comportamiento. Los chicos de familias desfavorecidas muestran actitudes
mucho más negativas hacia la escuela y repiten curso con más
frecuencia, y este gradiente no es tan pronunciado entre las chicas.
Parece ser entonces que, también en España, el entorno familiar
ejerce una influencia importante sobre los resultados educativos, pero
esto es así especialmente para los niños. Es probable que esto tenga
consecuencias más a largo plazo, en términos de mercado laboral y renta,
y también sobre los resultados de la siguiente generación. No sabemos
bien a qué se debe esta brecha de género en la infancia, pero
seguramente merece la pena prestarle más atención.
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