La pregunta que queda en el aire es quiénes y cómo vamos a acompañar
a nuestros hijos e hijas a una visión y vivencia positiva de la sexualidad, cómo
“una energía que nos impulsa a buscar afecto, contacto, placer, ternura e intimidad..,
influye en nuestros pensamientos, sentimientos, acciones e interacciones
y por tanto está relacionada con nuestra salud física y mental”.
Si seguimos eludiendo esta labor, sin abordar con ellos sus inquietudes y experiencias,
sus conocimientos, hábitos, riesgos, comportamientos, los dejamos solos.
Esperemos que a este escaparate no haya que ponerle “farolillos”
como a los del afamado barrio de Ámsterdam.
En un mundo hipersexualizado como el nuestro, con web de contactos,
cosificación de las relaciones, hiperexposición de los cuerpos…;
unir la palabra sexualidad a infancia y adolescencia causa estupor y escándalo.
Sin embargo, programas televisivos como “Generación porno”, noticias de prensa sobre el aumento de las agresiones en manada entre personas menores de edad están presentes en los medios y causan alarmismo, fomentando una visión negativa, agresiva y crítica sobre el ejercicio de determinadas prácticas sexuales en jóvenes.
En este contexto, decidimos embarcarnos desde GSIA, en el reto de organizar nuestra IX Jornada del GSIA con el tema de “Las relaciones afectivo-sexuales en la infancia y la adolescencia. Diálogos intergeneracionales”.
Queríamos construir con ellos otras narrativas y discursos diferentes a los que el mundo adulto construye sobre ellos sin ellos.
Si siempre nos es difícil su participación, al colisionar con el horario lectivo, en esta ocasión percibimos más obstáculos en la organización. El tema producía preocupación y rechazo. Sin embargo, el alto número de inscritos en las Jornadas y el hecho de que muchos de los participantes vinieran del mundo educativo, tanto de las entidades de tiempo libre como del entorno escolar, nos convenció aún más de que era necesario crear este espacio de debate respetuoso y libre.
Organizamos tres mesas de diálogo con expertos del mundo académico, profesionales de la atención directa, representantes de padres/madres y familias, chicos y chicas.
La primera mesa se centró en si existía o no educación sexual, sobre qué contenidos y quién debía impartirlos. La respuesta fue bastante unánime: no existe una educación sexual universal, pública, consensuada e integrada en la comunidad educativa.
Con ellos hablamos de la necesidad de recuperar la educación sexual como esa gran asignatura vital para la cual los padres y madres se sienten cohibidos, dando respuesta desde las propias demandas de sus hijos, que toman un papel más proactivo.
Los chicos acuden a internet, a las secciones de las revistas, al conocimiento de sus iguales… y a menudo ese acercamiento les causa frustración porque no obtienen el saber y el acompañamiento que necesitan. Tampoco la escuela ha asumido esta tarea, ya que la educación sexual que se recibe está centrada en lo biológico, la genitalidad, la salud reproductiva y la prevención de los embarazos no deseados o la ETS.
La formación afectivo-sexual que incluye poder hablar con ellos de temas de su interés como la identidad de género, la orientación sexual, las prácticas erótico-sexuales, la propia autoestima, la búsqueda del placer, las relaciones y vínculos que se construyen, el propio autoconocimiento…quedan, “con suerte” , incorporadas como tutorías, charlas de en muchos casos de entidades externas, no garantizando una equidad de acceso a un derecho reconocido por la Convención de Derechos del Niño y de la Organización Mundial de la Salud.
La transmisión de las expectativas, estereotipos, creencias sobre la sexualidad son culturales, están en lo
preverbal, en las conductas observables, en las pautas de crianza, los juicios de valor, las costumbres, la religión… están en todas partes desde antes de nacer. Por eso, convertir esto en una cuestión ideológica en la que hablar de “adoctrinamiento”, en vez de libertad de elección, autodeterminación y autonomía, donde los hijos y las hijas van a recibir de su entorno convivencial y de su contexto cultural diversidad de modelos sobre los cuales se afianzarán como personas, sorprende.
En la segunda mesa convenimos que este es un país que ha avanzado muchísimo en los últimos años en cuestiones como la igualdad entre hombres y mujeres, la transformación del marco legal sobre la elección de la identidad de género o sobre la salud reproductiva. Sin embargo, los datos de diversos barómetros anuncian que han aumentado los jóvenes que niegan la existencia de la violencia de género y se han incrementado los discursos de odio por ejemplo hacia la homofobia o la transfobia. Sigue pues existiendo una brecha entre los avances conseguidos y las repercusiones y trasformaciones sociales que han de acompañarla.
La discriminación sigue existiendo, la presión social, las burlas, las agresiones, la falta de empatía… pero al menos, ahora, determinados hechos no quedan impunes, son rechazados, tienen consecuencias. Es necesario reeducar desde el reconocimiento y la convivencia con el “otro” distinto que yo, salir del adulto-centrismo, generar conversaciones preventivas con los niños, niñas y adolescentes. En este sentido, las redes sociales han generado redes de apoyo a la identidad, a un posicionamiento activo, que ha servido para fortalecer a aquellas personas del colectivo LGTBQ+ que viven en otros contextos como el rural.
Existe un salto generacional y muchos de nuestros jóvenes tienen una visión de mayor libertad y diversidad, de ruptura de patrones patriarcales y heteronormativos.
¿Pero qué opinión tienen sobre el tema del consentimiento? Este tema lo abordamos en la tercera y última mesa de diálogo. El consentimiento es entendido como un acuerdo de intimidad, en igualdad, respeto mutuo y sincero, en el que creamos un vínculo de confianza mutua. Por eso puede ser reversible, porque los límites negociados pueden cambiar…, porque “no vale todo”, porque eso no me apetece, porque sé autocontrolarme en sintonía con el otro.
¿Y en el caso de las personas menores de edad cómo valorar la madurez para el consentimiento? El marco jurídico y social entiende que un niño o niña de menos de 12 años no puede dar su consentimiento, entre iguales entre 12-16 años si pueden establecer relaciones consentidas entre ellos y a partir de los 16 años también con adultos si no hay una relación de sumisión-poder, coacción o diferencia de edad de más de 4 años. Sin embargo, la pubertad según los pediatras se ha adelantado y la sociedad fuerza un acortamiento de la infancia y un alargamiento de la adolescencia y la juventud. No es de extrañar, por tanto, que el interés por la sexualidad omnipresente en el mundo adulto también esté en nuestra infancia.
La pregunta que queda en el aire es quiénes y cómo vamos a acompañar a nuestros hijos e hijas a una visión y vivencia positiva de la sexualidad, cómo “una energía que nos impulsa a buscar afecto, contacto, placer, ternura e intimidad…, influye en nuestros pensamientos, sentimientos, acciones e interacciones y por tanto está relacionada con nuestra salud física y mental”. Si seguimos eludiendo esta labor, sin abordar con ellos sus inquietudes y experiencias, sus conocimientos, hábitos, riesgos, comportamientos, los dejamos solos.
Y como sociedad y mundo adulto: ¿Cómo tener un análisis completo del fenómeno que permita diseñar políticas y actuaciones públicas que abarquen todas las perspectivas de dicho fenómeno y les incorporen activamente en la búsqueda de soluciones y en los procesos de prevención e intervención dirigidos a ellos?.
Nosotros desde GSIA creemos en la necesidad de esa escucha y en su capacidad de agencia en la
construcción colectiva y seguiremos impulsando espacios para conseguirlo.
Es muy necesario abordar este tipo de cuestiones, que son necesidades de la población infantil y juvenil, y por tanto también importan a sus profesionales de referencia y acompañantes. Gracias por hacerlo.
ResponderEliminarHola Iván puedes ver el contenido de toda la Jornada en el siguiente vídeo https://www.youtube.com/live/XiiOUA24kWQ?feature=shared
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