Entrevista a ALLEN FRANCES,
Catedrático emérito de la Universidad de Duke,
dirigió la considerada 'biblia' de los psiquiatras
Allen Frances, el pasado septiembre en Barcelona. JUAN BARBOSA |
Pregunta. En el libro entona un mea culpa, pero aún es más duro con el trabajo de sus colegas en el DSM V. ¿Por qué?
Respuesta. Nosotros fuimos muy conservadores y solo
introdujimos dos de los 94 nuevos trastornos mentales que se habían
sugerido. Al acabar, nos felicitamos, convencidos de que habíamos hecho
un buen trabajo. Pero el DSM IV resultó ser un dique demasiado
endeble para frenar el empuje agresivo y diabólicamente astuto de las
empresas farmacéuticas para introducir nuevas entidades patológicas. No
supimos anticiparnos al poder de las farmacéuticas para hacer creer a
médicos, padres y pacientes que el trastorno psiquiátrico es algo muy
común y de fácil solución. El resultado ha sido una inflación
diagnóstica que produce mucho daño, especialmente en psiquiatría
infantil. Ahora, la ampliación de síndromes y patologías en el DSM V va a convertir la actual inflación diagnóstica en hiperinflación.
P. ¿Todos vamos a ser considerados enfermos mentales?
R. Algo así. Hace seis años coincidí con amigos y
colegas que habían participado en la última revisión y les vi tan
entusiasmados que no pude por menos que recurrir a la ironía: habéis
ampliado tanto la lista de patologías, les dije, que yo mismo me
reconozco en muchos de esos trastornos. Con frecuencia me olvido de las
cosas, de modo que seguramente tengo una predemencia; de cuando en
cuando como mucho, así que probablemente tengo el síndrome del comedor
compulsivo, y puesto que al morir mi mujer, la tristeza me duró más de
una semana y aún me duele, debo haber caído en una depresión. Es
absurdo. Hemos creado un sistema diagnóstico que convierte problemas
cotidianos y normales de la vida en trastornos mentales.
P. Con la colaboración de la industria farmacéutica...
R. Por supuesto. Gracias a que se les permitió hacer
publicidad de sus productos, las farmacéuticas están engañando al
público haciendo creer que los problemas se resuelven con píldoras. Pero
no es así. Los fármacos son necesarios y muy útiles en trastornos
mentales severos y persistentes, que provocan una gran discapacidad.
Pero no ayudan en los problemas cotidianos, más bien al contrario: el
exceso de medicación causa más daños que beneficios. No existe el
tratamiento mágico contra el malestar.
P. ¿Qué propone para frenar esta tendencia?
R. Controlar mejor a la industria y educar de nuevo a
los médicos y a la sociedad, que acepta de forma muy acrítica las
facilidades que se le ofrecen para medicarse, lo que está provocando
además la aparición de un mercado clandestino de fármacos psiquiátricos
muy peligroso. En mi país, el 30% de los estudiantes universitarios y el
10% de los de secundaria compran fármacos en el mercado ilegal. Hay un
tipo de narcóticos que crean mucha adicción y pueden dar lugar a casos
de sobredosis y muerte. En estos momentos hay ya más muertes por abuso
de medicamentos que por consumo de drogas.
P. En 2009, un estudio realizado en Holanda encontró
que el 34% de los niños de entre 5 y 15 años eran tratados de
hiperactividad y déficit de atención. ¿Es creíble que uno de cada tres
niños sea hiperactivo?
R. Claro que no. La incidencia real está en torno al
2%-3% de la población infantil y sin embargo, en EE UU están
diagnosticados como tal el 11% de los niños y en el caso de los
adolescentes varones, el 20%, y la mitad son tratados con fármacos. Otro
dato sorprendente: entre los niños en tratamiento, hay más de 10.000
que tienen ¡menos de tres años! Eso es algo salvaje, despiadado. Los
mejores expertos, aquellos que honestamente han ayudado a definir la
patología, están horrorizados. Se ha perdido el control.
P. ¿Y hay tanto síndrome de Asperger como indican las estadísticas sobre tratamientos psiquiátricos?
R. Ese fue uno de los dos nuevos trastornos que incorporamos en el DSM IV
y al poco tiempo el diagnóstico de autismo se triplicó. Lo mismo
ocurrió con la hiperactividad. Nosotros calculamos que con los nuevos
criterios, los diagnósticos aumentarían en un 15%, pero se produjo un
cambio brusco a partir de 1997, cuando las farmacéuticas lanzaron al
mercado fármacos nuevos y muy caros y además pudieron hacer publicidad.
El diagnóstico se multiplicó por 40.
P. La influencia de las farmacéuticas es evidente,
pero un psiquiatra difícilmente prescribirá psicoestimulantes a un niño
sin unos padres angustiados que corren a su consulta porque el profesor
les ha dicho que el niño no progresa adecuadamente, y temen que pierda
oportunidades de competir en la vida. ¿Hasta qué punto influyen estos
factores culturales?
R. Sobre esto he de decir tres cosas. Primero, no
hay evidencia a largo plazo de que la medicación contribuya a mejorar
los resultados escolares. A corto plazo, puede calmar al niño, incluso
ayudar a que se centre mejor en sus tareas. Pero a largo plazo no ha
demostrado esos beneficios. Segundo: estamos haciendo un experimento a
gran escala con estos niños, porque no sabemos qué efectos adversos
pueden tener con el tiempo esos fármacos. Igual que no se nos ocurre
recetar testosterona a un niño para que rinda más en el fútbol, tampoco
tiene sentido tratar de mejorar el rendimiento escolar con fármacos.
Tercero: tenemos que aceptar que hay diferencias entre los niños y que
no todos caben en un molde de normalidad que cada vez hacemos más estrecho. Es muy importante que los padres protejan a sus hijos, pero del exceso de medicación.
P. ¿En la medicalización de la vida, no influye también la cultura hedonista que busca el bienestar a cualquier precio?
R. Los seres humanos somos criaturas muy
resilientes. Hemos sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad
para afrontar la adversidad y sobreponernos a ella. Ahora mismo, en
Irak o en Siria, la vida puede ser un infierno. Y sin embargo, la gente
lucha por sobrevivir. Si vivimos inmersos en una cultura que echa mano
de las pastillas ante cualquier problema, se reducirá nuestra capacidad
de afrontar el estrés y también la seguridad en nosotros mismos. Si este
comportamiento se generaliza, la sociedad entera se debilitará frente a
la adversidad. Además, cuando tratamos un proceso banal como si fuera
una enfermedad, disminuimos la dignidad de quienes verdaderamente la
sufren.
P. Y ser etiquetado como alguien que sufre un trastorno mental, ¿no tiene también consecuencias?
R. Muchas, y de hecho cada semana recibo correos de
padres cuyos hijos han sido diagnosticados de un trastorno mental y
están desesperados por el perjuicio que les causa la etiqueta. Es muy
fácil hacer un diagnóstico erróneo, pero muy difícil revertir los daños
que ello conlleva. Tanto en lo social como por los efectos adversos que
puede tener el tratamiento. Afortunadamente, está creciendo una
corriente crítica con estas prácticas. El próximo paso es concienciar a
la gente de que demasiada medicina es mala para la salud.
P. No va a ser fácil…
R. Cierto, pero el cambio cultural es posible.
Tenemos un magnífico ejemplo: hace 25 años, en EE UU el 65% de la
población fumaba. Ahora, lo hace menos del 20%. Es uno de los mayores
avances en salud de la historia reciente, y se ha conseguido por un
cambio cultural. Las tabacaleras gastaban enormes sumas de dinero en
desinformar. Lo mismo que ocurre ahora con ciertos medicamentos
psiquiátricos. Costó mucho hacer prosperar la evidencia científica sobre
el tabaco, pero cuando se consiguió, el cambio fue muy rápido.
P. En los últimos años las autoridades sanitarias
han tomado medidas para reducir la presión de los laboratorios sobre los
médicos. Pero ahora se han dado cuenta de que pueden influir sobre el
médico generando demanda en el paciente.
R. Hay estudios que demuestran que cuando un
paciente pide un medicamento, hay 20 veces más posibilidades de que se
lo prescriban que si se deja simplemente a decisión del médico. En
Australia, algunos laboratorios requerían para el puesto de visitador
médico a personas muy agraciadas, porque habían comprobado que los
guapos entraban con más facilidad en las consultas. Hasta ese punto
hemos llegado. Ahora hemos de trabajar para lograr un cambio de actitud
en la gente.
P. ¿En qué sentido?
R. Que en vez de ir al médico en busca de la píldora
mágica para cualquier cosa, tengamos una actitud más precavida. Que lo
normal sea que el paciente interrogue al médico cada vez que le receta
algo. Preguntar por qué se lo prescribe, qué beneficios aporta, qué
efectos adversos tendrá, si hay otras alternativas. Si el paciente
muestra una actitud resistente, es más probable que los fármacos que le
receten estén justificados.
P. Y también tendrán que cambiar hábitos.
R. Sí, y déjeme decirle un problema que he observado.
¡Tienen que cambiar los hábitos de sueño! Sufren ustedes una falta grave
de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad. Cenar a las 10 de la
noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando hacían la
siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme
poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos.
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