HDIA, Hablando de Infancia y Adolescencia: Blog GSIA con información y reflexión sobre la realidad que viven millones de niñas, niños y adolescentes en el mundo.
La exposición a la contaminación atmosférica se relaciona con más de 700.000 muertes de niños y niñas menores de cinco años, lo que la convierte en el segundo factor de riesgo de muerte.
La polución no solo afecta al día a día de las niñas y niños,
sino que condiciona su desarrollo cognitivo, así como la memoria y sus procesos mentales.
Un nuevo informe ha confirmado lo que se sospechaba:
la contaminación atmosférica afecta especialmente a los niños y niñas.
Los niños y las niñas menores de cinco años son especialmente vulnerables.
La quinta edición del informe sobre el Estado del Aire en el Mundo, conocido como SoGA, realizado por primera vez en colaboración con UNICEF, concluye que la contaminación atmosférica causó 8,1 millones de muertes en todo el mundo en 2021. Además, concluye que los niños y las niñas menores de cinco años son especialmente vulnerables, con efectos sobre la salud como el nacimiento prematuro, el bajo peso al nacer, el asma y las enfermedades pulmonares.
En 2021, la exposición a la contaminación atmosférica se relacionó con más de 700.000 muertes de niños y niñas menores de cinco años, lo que la convierte en el segundo factor de riesgo de muerte en el mundo para este grupo de edad, después de la malnutrición. 500.000 de estas muertes infantiles estaba relacionada con la contaminación del aire en los hogares debido a la cocción en interiores con combustibles contaminantes.
La contaminación atmosférica procede de la quema de combustibles fósiles y biomasa en sectores como el transporte, los hogares, las centrales eléctricas de carbón, las actividades industriales y los incendios forestales. Estas emisiones no sólo afectan a la salud de las personas, sino que también contribuyen a los gases de efecto invernadero que están calentando el planeta. Las poblaciones más vulnerables se ven afectadas de forma desproporcionada tanto por los riesgos climáticos como por el aire contaminado.
Neumonía, asma y otros efectos
Algunos de los mayores efectos sobre la salud de la contaminación atmosférica se observan en la infancia. Los niños y las niñas son especialmente vulnerables a la contaminación atmosférica y los daños de ésta pueden empezar en el útero, con efectos sobre la salud que pueden durar toda la vida. La exposición de los niños y niñas a la contaminación atmosférica está relacionada con la neumonía, responsable de uno de cada cinco muertes infantiles en el mundo, y con el asma, la enfermedad respiratoria crónica más frecuente en los niños mayores.
En este mismo sentido, desde Children The City, advierten de que “la evidencia es absolutamente condenatoria: la salud de los niños se está viendo dramáticamente afectada por contaminantes del aire que tienen un impacto devastador en la salud de la raza humana y se convierten en el segundo factor de riesgo de muerte a nivel mundial”. En referencia al informe SoGA enfatizan que el grupo de edad de menos de cinco años es particularmente vulnerable a los efectos en cadena, entre ellos el nacimiento prematuro, el bajo peso al nacer y los problemas pulmonares. enfermedades.
“La salud de los niños se está viendo dramáticamente afectada por contaminantes del aire que tienen un impacto devastador en la salud”
“A pesar de los avances en la salud materno infantil, cada día mueren casi 2.000 niños menores de cinco años debido a los impactos en la salud relacionados con la contaminación del aire. Nuestra inacción está teniendo efectos profundos en la próxima generación, con impactos en la salud y el bienestar para toda la vida”, afirmó Kitty van der Heijden, directora ejecutiva adjunta de UNICEF. “La urgencia global es innegable -continuó-. Es imperativo que los gobiernos y las empresas consideren estas estimaciones y los datos disponibles localmente y los utilicen para informar acciones significativas y centradas en los niños para reducir la contaminación del aire y proteger la salud de los niños”.
Muchos países, particularmente aquellos que experimentan los niveles más altos de contaminación del aire, finalmente están abordando el problema de frente. Las acciones sobre la calidad del aire en regiones como África, América Latina y Asia, como la instalación de redes de monitoreo de la contaminación del aire, la implementación de políticas de calidad del aire más estrictas o la compensación de la contaminación del aire relacionada con el tráfico mediante el uso de vehículos híbridos o eléctricos, están teniendo impactos mensurables en la contaminación. y mejorar la salud pública.
Una preocupación también para ellos y ellas
Desde el Grupo asesor de Medioambiente de UNICEF, no pasan por alto esta realidad y se muestran preocupados de que no todo el mundo tenga en cuenta esta crisis climática. En concreto, piensan que en general muchos chicos y chicas no están interesados en el tema, no están suficientemente informados (convenientemente, tal vez por culpa de la desinformación) y también pueden pensar que no les afecta tan directamente. El negacionismo climático también preocupa a los jóvenes, niños y niñas más comprometido con este tema.
Desde el grupo quieren generar más conciencia sobre ello y reivindicar que el movimiento climático debe ser inclusivo. Entre los temas que quieren trabajar a partir de septiembre está reducir la desinformación o el desinterés sobre el cambio climático y generar contenido práctico para que todo el mundo esté concienciado.
Una realidad que concuerda con lo que advierten muchas otras organizaciones internacionales. Desde ISGobal advierte de que “nuestra población más joven y vulnerable, que es nuestro futuro, no dispone de los entornos que merece y que necesita para crecer bien. La mayoría de los niños y niñas viven en ciudades que son focos de contaminación atmosférica. Y, además, pasan hasta una cuarta parte del día en escuelas que suelen ser ‘puntos calientes’ urbanos de exposición medioambiental, en zonas densas y muy contaminadas. Esta situación en las ciudades es especialmente grave. Se calcula que el 33% de los casos de asma infantil en Europa pueden atribuirse a la contaminación atmosférica.
“La salud mental de los y las adolescentes también se ve afectada, ya que los estudios demuestran que la exposición a la contaminación atmosférica”
Los efectos más graves también pasan por la afectación de la memoria y las dificultades e el aprendizaje de los niños y niñas. Así lo constata un estudio realizado en Barcelona que relaciona directamente la contaminación atmosférica en sus escuelas con su desarrollo cognitivo. “La salud mental de los y las adolescentes también se ve afectada, ya que los estudios demuestran que la exposición a la contaminación atmosférica está asociada a síntomas de depresión, ansiedad, trastornos psicóticos y una peor salud mental general”, explican.
El camino a recorrer para mejorar eta situación puede verse en iniciativa de toda Europea como la campaña de Clean Cities, la iniciativas Streets for Kids o y Schools Streets. Trabajando en diferentes sectores para hacer frente a la contaminación atmosférica se puede marcar un cambio significativo en la infancia con beneficios duraderos.
La Triste Herencia, pintura sobre la infancia más abandonada, fue el cuadro que consagró al pintor Joaquín Sorolla tanto en España como en el Mundo.
"Estaba yo un día trabajando de lleno en uno de mis estudios de pesca valenciana, cuando descubrí a lo lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar y, vigilándolos, la vigorosa figura de un fraile.
Parecer ser que eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la sociedad; ciegos, locos, tullidos y leprosos...". Joaquín Sorolla.
El que ha sido pintor de múltiples escenas de la infancia más feliz y vinculada con la naturaleza, nos dejó la "herencia" del cuadro donde la infancia más doliente es la protagonista.
Un pequeño homenaje ahora que celebramos el Centenario de la muerte del pintor,
"Sufrí terriblemente cuanto lo pinté. tuve que forzarme todo el tiempo. Nunca volveré a pintar una tema como este". Así habla J. Sorolla en 1.909 sobre "la Triste Herencia" en una de las entrevistas que le hicieron. Y efectivamente Sorolla no volvió a pintar un tema social de tal magnitud.
Aunque J. Sorolla sufrió cuando lo pintó, La Triste Herencia fue el cuadro que consagró al pintor tanto en España como en el Mundo; con este cuadro obtuvo los más altos galardones en París (el máximo galardón de la Exposición Universal 1900), Madrid ( la medalla de honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes 1901).
Y el cuadro se gestó de esta manera: "Estaba yo un día trabajando de lleno en uno de mis estudios de pesca valenciana, cuando descubrí a lo lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar y, vigilándolos, la vigorosa figura de un fraile. Parecer ser que eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la sociedad; ciegos, locos, tullidos y leprosos. No puedo explicarle a Ud. cuánto me impresionaron, tanto que no perdí tiempo para obtener un permiso para trabajar sobre el terreno, y allí mismo, al lado de la orilla del agua, hice mi pintura".
A pesar de eso Sorolla estuvo a punto de abandonar la obra, le convencieron varios amigos, y trabajó para cubrir los dos metros (óleo sobre lienzo. 212 x 288 cm.) con diversas notas de color y aguadas a tinta sobre la composición general, e movimiento, las luces, así como los dibujos de las figuras individuales de los niños... Por lo tanto a pesar de la impresión que le produjo la escena, Sorolla trabajó con ahínco este cuadro.
Representa una escena de unos niños desastrados de la sociedad que sólo cuidaba la Orden de los Hnos. de San Juan de Dios, tomada al natural de la playa del Cabañal de la ciudad de Valencia (España), en la que se ven diferentes niños afectados de varios tipos de incapacidad que se disponen a tomar un baño en el mar como medida terapéutica para combatir sus problemas de salud.
Destaca la figura central de uno de los niños que se mueve con dificultad apoyado en unas muletas, en el que pueden apreciarse las secuelas de la poliomielitis, enfermedad por entonces muy frecuente y que producía graves afectaciones permanentes del aparato locomotor. Un religioso de la orden de San Juan de Dios le ayuda y vigila atentamente a los pequeños. La obra pertenece a la primera época del pintor en la que trató varios temas de interés social.
Sorolla siempre quiso que ese cuadro permaneciera en España, de hecho lo depositó en el Museo de Arte Moderno, pero el Estado Español no lo adquirió. Sorolla lo retiró de allí, tras varias vicisitudes por Nueva York..., fue adquirido, en subasta, en 1981 a la Iglesia de la Asunción de Nueva York por Fundación Bancaja y así regresó a España.
Las cifras muestran que los diagnósticos se han disparado en el último lustro.
Aunque la situación ha hecho mucho,
también es posible que hayamos caído en un círculo vicioso.
“...la psicopatologización y psiquiatrización de la vida cotidiana es algo que viene de lejos”. El autor de Los peligros de la moralidad achaca a “la disolución de estructuras que antes nos ayudaban a manejar problemas de la vida diaria (la familia extendida, el sacerdote o la religión en general, los vínculos con la comunidad)”, esta mirada hacia la psicología como tabla de salvación en la ausencia de otras soluciones.
A finales de los años ochenta, la Asociación Americana de Psiquiatría
dio un paso que cambiaría para siempre la historia de la salud mental.
Aunque se había hablado de los problemas de concentración de los niños
desde principios de siglo, fue entonces cuando se les dio el nombre “trastorno de déficit de atención con hiperactividad”, que puso sobre la mesa que si un niño se distraía demasiado, quizá no es que simplemente fuese un niño despistado,
sino que sufría una enfermedad que podía (y debía) ser diagnosticada.
En muy poco tiempo, el número de diagnósticos se disparó y cientos de
miles de niños empezaron a ser tratados farmacológicamente.
Durante los últimos años, cada vez más evidencia científica
apunta a la posibilidad de que, aunque el aumento de casos fuese
razonable, se estuvieron diagnosticando casos que en otras
circunstancias no habrían sido calificados de TDAH por distintos
motivos.
Por ejemplo, el pasado año, 30 años después, una metainvestigación (Sobrediagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad en Niños y Adolescentes: Una Revisión Sistemática de Alcance ) señalaba que probablemente se había producido un sobrediagnóstico (y sobretratamiento)
de los casos más leves: se consideraba enfermedad las que eran rasgos
de personalidad, como impulsividad o falta de atención.
Saltemos a 2022. Hoy, alrededor de uno de cada siete
adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo ha sido diagnosticado con
algún problema de salud mental, como alertaba Unicef en su informe
sobre el estado mundial de la infancia. En España, el país europeo con
una cifra más alta de adolescentes diagnosticados, el porcentaje es aún
más alto: el 20,8% (21,4% de las niñas y 20,4% de los niños), más de la quinta parte. Según la estadística y la forma de cuantificarlo, el número puede ser aún mayor. Hace menos de un mes, una encuesta
realizada en EEUU mostraba que el 42% de la generación Z (los nacidos
entre 1995 y 2010) está diagnosticado con un problema de salud mental.
Ansiedad, depresión, TDAH (Trastorno de Déficit de Atención) y TEPT
(Trastorno de Estrés Postraumático) son los más frecuentes.
Hoy, un 15,9% afirma padecer un problema de salud mental continuo; en 2017, era el 6,2%
La pregunta del millón es, por lo tanto, cómo hemos llegado
hasta aquí. No solo es que hace unas décadas estos niveles fuesen
impensables, es que hace apenas un lustro la percepción que teníamos
sobre salud mental era muy diferente. El barómetro sobre salud y bienestar juveniles
realizado por la FAD y el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y
juventud muestra cómo entre 2017 y 2021, los años en que la salud mental
dejó de estar estigmatizada, la percepción ha cambiado por completo.
Hoy, un 15,9% de jóvenes señala que ha padecido algún problema de salud
mental continuamente o con frecuencia, cuando hace menos de un lustro
era apenas un 6,2%.
¿Aumentan los casos o aumentan los diagnósticos, tienen los
jóvenes cada vez más problemas o están sobrerrepresentados? El caso del
TDAH da alguna pista. Si bien es cierto que los problemas de déficit de
atención habían aumentado en las décadas anteriores por distintas
razones, también era posible que se hubiese producido un diagnóstico
equivocado al atribuir explicaciones patológicas a comportamientos en
principio naturales. Pablo Malo, psiquiatra en el Servicio Vasco
de Salud y divulgador psicológico, recomienda cierto escepticismo,
especialmente con las cifras estadounidenses: “Algunas provienen de
encuestas y por tanto son autorreferidos y algo menos fiables”.
Son los dos pilares de lo que algunos han llamado epidemia
psiquiátrica. Por un lado, un empeoramiento objetivo de la salud mental
de grandes capas de la comunidad, asociado a la incertidumbre, la falta
de esperanza en el futuro o las condiciones sociales. Al mismo tiempo,
una preponderancia de los discursos psiquiátricos que ha terminado
provocando que la terapia, después de décadas de estigmatización, se
haya convertido en la respuesta a problemas muy variados. Una mayor conciencia sobre la salud mental y un deterioro de las condiciones objetivas. Como señalaba recientemente Elisa Seijo,
presidenta de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, “por un lado, la
sociedad vende la necesidad de estar contento y feliz, una felicidad
enlatada de frases fáciles; por otro, es cierto que las cifras de la OMS
son rotundas”.
Malo habla del “contagio social” como algo plausible. “Una
influencia de los medios de comunicación en sentido amplio (incluidas
las redes sociales) y una magnificación del problema que permite que los malestares y las crisis vitales se conviertan en trastorno, que lo que ha sido siempre psicología sea ahora psicopatología”, valora. Además, la sobrecarga de la atención primaria en España puede haber influido en este boom. “Los médicos de atención primaria
tratan ellos mismos estas patologías menores y es posible que ahora se
vean desbordados para hacerlo y nos deriven más”, razona.
"Cuando estás en una consulta ves rápidamente si, por ejemplo,
se ha publicado que un ibuprofeno ha salido caducado: lo que adquiere relevancia en la sociedad tiene un reflejo claro", explica Juan Antonio López Rodríguez,
médico de familia del Centro de Salud General Ricardos y miembro del
grupo de Salud Mental de SEMFYC. "Uno de los principios básicos es que
parece que cada vez que vas a una consulta tienes que salir con un diagnóstico y un tratamiento". Sin embargo, en muchos casos se trata de malestares que no tienen por qué convertirse en enfermedades, explica.
López publicó un papersobre
sobrediagnóstico en salud mental que señalaba a los sospechosos
habituales: el ya citado TDAH, ansiedad o depresión. "A medida que pasa
el tiempo, se diagnostican más cosas, pero no solo en salud mental, sino
también en otros campos; sin embargo, algunas no van a producir una enfermedad grave".
Hay razones para este aumento de los diagnósticos. Generan más
tranquilidad al paciente, pero también permiten gestionar bajas o
proporcionar medicamentos. "Eso se deriva en que hay etiquetas que
aparecen porque tienes que poner una etiqueta", añade. "Me pasó hace
poco en una charla sobre el cáncer: es difícil decirle a alguien que
tiene cáncer de tiroides que está mal diagnosticado, porque en realidad
no iba a repercutir en su vida, que iba a morir con ese cáncer sin que
le afectase. Las etiquetas no son todo, y en salud mental menos".
"En algún momento, parece que no eres nadie si no tienes tu diagnóstico"
Esto se acentúa aún más en el caso de los niños y adolescentes,
que como señalan padres y profesores, han encontrado su identidad
colectiva en el reconocimiento de determinados diagnósticos. “Todas las
personas tenemos necesidad de ponerle nombre a las cosas que nos
ocurren, porque si no, nos movemos en una experiencia emocional sin nombre”, valora Roger Ballescà,
psicólogo del Hospital Sagrat Cor de Hermanas Hospitalarias. “Lo que es
cierto es que se han popularizado determinados diagnósticos, en algún
momento parece que no eres nadie si no tienes tu diagnóstico”.
El caso de los trastornos adaptativos
Si revisamos las pirámides de impacto de enfermedades mentales
entre la población española, en casi todos los casos (de ansiedad a
depresión) estas tienden a aumentar con la edad, tocando techo entre los
cuarenta y los sesenta. Con una ilustrativa salvedad, la de los trastornos de personalidad,
donde son mucho más elevados entre los cinco y los 25 años. Son los
trastornos límites (esquizoide o histriónico), los relacionados con los
impulsos (como la adicción al juego) o los trastornos de conducta.
Ocurre algo semejante con los trastornos adaptativos mixtos, ya que, como señala Malo, es “relativamente sencillo diagnosticar a
alguien de un trastorno adaptativo con síntomas mixtos de ansiedad y
depresión, que ya es un diagnóstico psiquiátrico”. Por eso los
diagnósticos más comunes están relacionados con la ansiedad, la
depresión y el TDAH, señala el autor de Psiquiatría evolucionista: una
introducción. “Cualquier problema personal o estrés de la vida diaria,
sea a nivel laboral o interpersonal, da lugar a una serie de síntomas
como insomnio, ansiedad, bajo ánimo, preocupaciones obsesivas, etc., y
ello ya cualifica para esta etiqueta diagnóstica”.
La tribu ha desaparecido
Los niños y adolescentes viven en una sociedad en la que la
ansiedad al futuro es cada vez más fuerte. Pandemia, crisis económica,
guerra y crisis energética, magnificadas por los medios de comunicación,
generan el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de problemas
mentales. “En general, no tenemos una sociedad demasiado amiga de la
infancia ni de la adolescencia, sino que crea muchas presiones de todo tipo sobre niños y adolescentes”,
explica Ballescà. “Somos una sociedad que tolera muy poco las
frustraciones, les pedimos mucho pero acompañamos poco a nuestros hijos e
hijas”.
"Tendemos a colocar el diagnóstico en los chicos, pero el diagnóstico es social"
Ballescà matiza que él no considera que haya un sobrediagnóstico como tal, sino “un desplazamiento del diagnóstico”
que tiende a situar el foco en el individuo, en este caso, entre los
jóvenes. No se trata de que haya un exceso de diagnóstico, porque como
explica, “probablemente un chico que amerita un trastorno de ansiedad,
lo tiene”, sino que el diagnóstico más preciso atendería también a lo
social. “Tenemos tendencia a colocar el diagnóstico en los chicos y
chicas, entre los que aumentan la depresión, la ansiedad y la hiperactividad, pero muchos de estos trastornos son adaptativos. Lo que hay que preguntarse es qué hace que esos chicos tengan tantas dificultades”.
A ello hay que añadir el elemento agravante de la pandemia y sus consecuencias. Como asegura Cristina Larroy,
directora de la Clínica Universitaria de la Psicología de la
Universidad Complutense de Madrid, todos los estudios señalan en la
misma dirección. No es casualidad, especialmente en lo que concierne a
la ansiedad y los trastornos de los estados de ánimo, ni considera que
haya un sobrediagnóstico. La investigadora apunta a la pandemia, con el
vuelco de estilos de vida que ha provocado, como el gran catalizador.
“En la adolescencia los jóvenes empiezan a tener otro rol distinto al
que tenían en la niñez, y al que van a tener en las edades adultas”,
explica. “Eso genera, como toda época de transición, incertidumbres y vulnerabilidad”.
La referencia ya no es tanto la familia como los amigos, y sin
embargo, durante meses (o años) la socialización de estos con los
adolescentes se ha reducido a lo mínimo. “La adolescencia y principio de
la juventud es una época en la que puede haber muchos roces familiares,
porque las personas están intentando encontrar su hueco y para eso
tienen que enfrentarse a lo que hay”, prosigue Larroy. “Por tanto,
imagínate que estás durante un mes y medio rodeado de tu familia y sin
el apoyo de tus amigos. Esto ha hecho que los problemas emocionales y de
estado de ánimo de los jóvenes, que ya están en una situación de
vulnerabilidad, se hayan disparado”.
Entre los diagnósticos más comunes que se han encontrado están
los de ansiedad y trastornos del estado de ánimo, que son los que, como
explica la psicóloga, “aparecen después de una situación como la que hemos vivido”. Ya ocurrió después de las cuarentenas mucho más limitadas
de SARS en Canadá y Hong Kong, añade, así que los efectos tras una
pandemia que ha provocado el cambio en los estilos de vida de millones
de personas es aún más agudo. “Entre las mujeres, lo que también han
aumentado han sido los trastornos de conducta alimentaria”, explica.
La psicopatologización de la vida cotidiana
Una observación frecuente es que se han patologizado muchos
problemas que simplemente formaban parte de la experiencia humana. Donde
antes había una dificultad, ahora hay una enfermedad. “Otra de las
problemáticas es el etiquetaje o la psicopatologización, que supone
atribuir una casualidad patológica a algo que en realidad corresponde a
un malestar asociado al hecho de vivir”, coincide Ballescà. “El problema
no es el nombre que le ponemos a la cosa, sino el malestar que existe:
ese malestar tiene que ser atendido, seguramente no necesita un
diagnóstico clínico pero sí una atención, y no vivimos en un entorno
social demasiado adecuado para hacerse cargo de esos malestares que
forman parte de la experiencia de vivir”.
"Los psiquiatras cumplimos el papel que antes cumplían otras instituciones sociales"
Para Malo, “esta psicopatologización y psiquiatrización de la vida cotidiana es algo que viene de lejos”. El autor de Los peligros de la moralidad achaca a “la disolución de estructuras que
antes nos ayudaban a manejar problemas de la vida diaria (la familia
extendida, el sacerdote o la religión en general, los vínculos con la
comunidad)”, esta mirada hacia la psicología como tabla de salvación en
la ausencia de otras soluciones.
“Hoy en día, los psiquiatras cumplimos ese rol que antes jugaban otras instituciones sociales y, por otro lado, animamos continuamente a la gente a recurrir a psiquiatras y psicólogos,
así que tampoco es sorprendente que la gente lo haga”, añade con
autocrítica.
El círculo se cierra: cuando se abren las puertas a hablar
de salud mental, es normal que muchas más personas acudan a consulta, lo
que provocará que aumenten los diagnósticos.
Pero también a que esta se
convierta, en algunos casos, en una panacea que nos haga olvidar que
nuestro problema no es solo nuestro, sino de todos; que el cambio no
afecta únicamente al individuo, sino a una sociedad enferma.
Hoy tenemos muchas pruebas de que las hipótesis en las que se ha
querido basar la corriente dominante en la psiquiatría desde los años
ochenta no tienen ningún soporte empírico.
Así lo han demostrado las revisiones más rigurosas de los resultados de la abundante investigación llevada a cabo con la intención de confirmarlas.
Lo que no es fácil es obrar en consecuencia.A lo que este
conocimiento debería llevarnos es a construir un nuevo edificio sobre
bases nuevas. Y esto requiere un esfuerzo inmenso. Además, el edificio
anterior se construyó contando con la potente financiación de una
industria farmacéutica a la que sus supuestos teóricos otorgaban un
papel protagonista y la oportunidad de realizar unos beneficios
inconmensurables. El nuevo edificio no va a encontrar un financiador tan
generoso.
De momento se han desarrollado algunas iniciativas que apuntan en la
buena dirección. La más conocida es la de la División de Psicología
Clínica (DCP) de la Sociedad Británica de Psicología. Esta sociedad
había publicado en 2013 una declaración afirmando la necesidad de buscar
una alternativa a los actuales sistemas diagnósticos construidos sobre
el supuesto infundado de que el sufrimiento de nuestros pacientes es un
síntoma de enfermedades provocadas por un déficit o exceso de neurotransmisores en su sistema nervioso central de causa
fundamentalmente genética. La declaración señalaba los problemas de las
actuales clasificaciones y los efectos nocivos que su uso tiene sobre
las personas a las que se les aplica.
Otro documento (Comprender la psicosis y la esquizofrenia) de esta misma asociación trajo de nuevo a la luz en 2014 la metáfora
del pez que ha mordido el anzuelo, utilizada por el psiquiatra Karl
Menninger a mediados del siglo pasado para referirse a las personas con
problemas de salud mental. Visto por los otros peces, que no ven el
sedal, el pez que ha mordido el anzuelo hace movimientos inexplicables,locos.
Pero si somos capaces de ver el anzuelo y el sedal, entenderemos que lo
que está haciendo el pez tiene un propósito: escapar de esa situación,
cosa que, como señala Menninger, a veces consigue.
Visto por los otros peces, que no ven el sedal, el pez que ha mordido el anzuelo hace movimientos inexplicables, locos
El instrumento que la DCP nos propone para hacer visible el sedal que
atrapa a nuestro semejante y da sentido a ese comportamiento que nos
resulta tan extraño, lo ha llamado Marco de Poder, Amenaza y Significado.
El punto de partida es que los problemas de salud mental no son meras
manifestaciones de una enfermedad o “avería” del sistema nervioso, sino
respuestas que en determinados momentos pueden ser más o menos eficaces
para intentar afrontar adversidades o conflictos. Son respuestas, por
tanto, que tienen sentido y tienen un propósito. Y son respuestas
guiadas por la misma lógica con la que que todos los seres humanos
respondemos a la adversidad, y no se diferencian de estas por ninguna
característica que las convierta en sí mismas en patológicas.
Este modo de ver las cosas modifica sustancialmente lo que podemos
preguntarnos (y por tanto el modo en el que podemos responder) ante las
manifestaciones del sufrimiento psíquico. La pregunta que promueve la
corriente hegemónica en las últimas décadas es: ¿de qué alteración del
sistema nervioso –de que avería– son síntomas estas
manifestaciones?
La propuesta de la DCP propone en su lugar cuatro
preguntas. 1) ¿Qué te ha pasado? (ahora y antes), 2) ¿Cómo te afectó?, 3) ¿Qué significado le diste? y 4) ¿Qué tuviste que hacer para
sobrevivir? A estas preguntas se añadirían otras dos. 5) ¿Cuáles son tus
fortalezas, con qué recursos cuentas? Y 6) ¿Cuál es tu historia? (¿cómo
podemos entender esto en tu biografía?).
Lo que hoy vemos –según este
modo de mirar las cosas– son manifestaciones directas del daño,
respuestas que quizás en algún momento fueron las mejores posibles, pero
hoy son problemáticas, atribución de significados que también pueden
ser problemáticos, incapacidad de conectar con los recursos propios y
del entorno y formas problemáticas de contarnos nuestra propia historia
(que nos colocan por ejemplo en la posición de víctimas pasivas y no de
personas que han sido capaces de sobrevivir).
En 2018 la DPC publicó dos versiones de este documento, que fueron
traducidas al castellano y puestas a disposición del público
hispanoparlante por la Asociación Española de Neuropsiquiatría -
Profesionales de Salud Mental que agrupa a los profesionales críticos
con la versión hegemónica de la Salud Mental en nuestro país.
El primero, el documento extenso, revisa todo el conocimiento que podría sustentar este cambio de paradigma. Hay una publicación abreviada
que no incluye la minuciosa revisión de la investigación que recoge el
documento extenso, pero presenta una guía práctica para utilizarlo y una
colección de apéndices con experiencias que apuntan en ese sentido.
Incluye una versión que permitía autoaplicarse el marco.
El documento extenso comienza analizando críticamente los actuales
sistemas diagnósticos y señalando su falta de validez, sus incoherencias
y sus efectos nocivos. Plantea con seriedad la necesidad de buscar una
base epistemológica para el nuevo sistema que no puede ser el
positivismo ingenuo y los modelos lineales de causalidad que fundamentan
los sistemas actuales, sino que tiene que ser capaz de dar cuenta de la
experiencia de unos seres humanos cuya relación con su entorno está
mediada por el lenguaje, que construyen activamente su mundo en
colaboración con sus semejantes, sometidos a las normas y las
limitaciones que han sido seleccionadas por la evolución de la especie,
su contexto social y cultural y su propia historia de desarrollo
personal que a su vez (re)modela el organismo heredado. El documento
revisa las propuestas realizadas hasta el momento con una mención
especial al constructivismo social y a las narrativas como forma de dar
sentido a nuestras experiencias a través de lo que nos contamos sobre
ellas, sobre nosotros y sobre los demás.
Con este punto de partida abierto, los autores revisan la muchísima
investigación que demuestra el papel de la adversidad como causa de lo
que consideramos problemas de salud mental, y cómo está modulado por los
contextos sociales, el cuerpo, el desarrollo biográfico o el modo en
que interacciona con las explicaciones con las que damos sentido a
nuestras experiencias. Resulta que el papel de la adversidad en sus
múltiples formas es innegable, aunque la respuesta que cada uno da a la
misma está condicionada por muchos factores y no hay una alteración
específica para cada tipo de experiencia, sino que todas pueden causar
casi cualquier tipo de alteración de la salud mental.
Los autores revisan la muchísima investigación que demuestra el papel
de la adversidad como causa de lo que consideramos problemas de salud
mental
Hay una interesada confusión que conviene aclarar. Así como lo
anterior no supone negar la importancia de la biología, sino utilizar la
biología de un modo diferente, convirtiéndola en un instrumento para
entender los problemas y hacer a los que los sufren capaces de actuar
sobre ellos, tampoco significa negar la utilidad de los psicofármacos.
Aunque hay muchas personas con malas experiencias con ellos, hay
muchísima gente que encuentra que les han sido de gran ayuda. Hay mucha
investigación que, aunque sin llegar a los excesos de optimismo que ha
financiado la industria farmacéutica, demuestra que ha sido así. Lo que
se discute no es eso. Sino que para explicarnos por qué han sido útiles
cuando lo han sido necesitamos una teoría sobre su funcionamiento
diferente de la que venimos usando. Y hay propuestas muy interesantes al
respecto.
Lo nuevo es que la DCP hace su propuesta sobre una revisión
exhaustiva y actualizada de la investigación que permite sustentarla.
Porque en realidad, la idea de que lo que llamamos alteraciones de la
salud mental son respuestas con sentido a amenazas a la integridad de
los seres humanos que las padecen ha sido más frecuentemente sustentada
que la que las presenta como simples síntomas de una alteración discreta
de su cuerpo, por mucho que esta última haya gozado de la aceptación de
la que ha gozado en los últimos años. Es una idea que compartirían
Freud, los conductistas, los fenomenólogos, los terapeutas sistémicos y
casi todos los que hemos defendido que la forma de ayudar a las personas
que tienen problemas de esta naturaleza no consiste en reparar o
compensar un déficit somático, sino en posibilitar una visión del
problema que permita una forma de afrontarlo más beneficiosa para quien
lo sufre.
No sabemos cómo resistirá esta propuesta de la DCP su traslado a la
práctica clínica. Algunos aspectos de la misma parecen bastante
provisionales. Pero señala un camino que abre la posibilidad de una
nueva forma de escuchar el sufrimiento psíquico e intentar ayudar a
quienes lo padecen. Que falta hacía.
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Alberto Fernández Liria es psiquiatra actualmente
jubilado. Ha sido presidente de la Asociación Española de
Neuropsiquiatría y miembro de la Comisión Nacional de Psiquiatría y del
Comité Técnico de la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de
Salud.
Fila para la entrega de comida en la asociación de vecinos de
Aluche por la crisis económica, derivada de la crisis sanitaria de la
covid-19
Los principales resultados de este trabajo de investigación alertan de que la cohesión social en nuestra comunidad ha sufrido un “shock” sin precedentes como consecuencia de la tensión que ha sufrido la actividad económica y el empleo a causa de la irrupción del SARS CoV-2.
El informe que se ha presentado, junto con el informe global de la “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España”, ha sido desarrollado por 30 investigadores de 10 universidades y entidades de investigación. Un equipo de encuestadores profesionales ha llamado a más de 90.000 puertas a nivel estatal y 7.000 hogares en Madrid, recogiendo la información de casi 19.000 personas en el Estado, y 1.600 personas en Madrid.
Los resultados de esta investigación reflejan que en la Comunidad de Madrid un millón y medio de personas se encuentran en situación de exclusión social. Esto supone cinco puntos más que antes de la pandemia (del 17% en 2018 al 22%), es decir, 370.000 personas más en exclusión social. Es especialmente grave el aumento de las personas en situaciones más difíciles, con un aumento del 25% de las situaciones de exclusión severa, que alcanza ya a 800.000 personas.
Los resultados también indican un aumento de la desigualdad entre los más pobres, que han visto reducidas sus rentas un 22%, que contrasta con el crecimiento del 18 % de las rentas de las personas con mayores ingresos. El desplome de rentas del quintil con menores ingresos explica el aumento de la pobreza severa.
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Cuando se niega esa realidad, sin tan siquiera leer ese Informe, se hace flaco servicio a la sociedad; si además se es un representante y gestor de la sociedad quien lo niega, mal vamos: “Básicamente, lo indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y retirados de este otro Madrid que es real”, reflexionaMarta Domínguez*.
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Ocho expertos en exclusión social desmontan al consejero de Ayuso:
“Si no ve pobres, demuestra su ceguera”.
Catedráticos y representantes de organizaciones que trabajan con los más vulnerables
destacan el valor técnico y metodológico del informe de Cáritas
frente a los argumentos del portavoz del Gobierno ante la exclusión social.
”Cualquier académico sabe que la exclusión es más que la
pobreza. Lo sabe el Eurostat, el INE y cualquier estadística”. Quien
habla es Pedro Cabrera, catedrático de Sociología en la Universidad
Pontificia de Comillas, con más de 36 años de investigación sobre la
pobreza y exclusión social. Él es uno de los ocho expertos consultados
por EL PAÍS para tratar de aclarar si el portavoz del Gobierno regional,
Enrique Ossorio, tenía razón cuando el miércoles menospreció un informe de Cáritas,organización
ligada a la Iglesia Católica, que eleva la exclusión social en la
Comunidad de Madrid a niveles de 2008, con millón y medio de afectados.
”¿Por dónde estarán?”, se preguntó el consejero con sorna. Un día
después, la presidenta madrileña, Isabel Diaz Ayuso, lo respaldaba: “Empeñarse en dibujar a un Madrid como una región de pobreza es absolutamente falso”.
Pero
ninguno de los consultados avala su tesis. “Siendo consejero de
educación, demuestra poco nivel técnico y bajo mi punto de vista un
nivel ético ínfimo al descalificar el programa FOESSA, que es el más
completo, objetivo e independiente que hay en este país”, señaló ayer
Cabrera. “Participan 150 investigadores de ocho universidades e
institutos, lo que le da un carácter de estudio independiente que no
tiene otro, y además se prolonga durante décadas, lo que nos permite
hacer una visión longitudinal sobre la pobreza masiva y la exclusión
galopante de este país”.
El
catedrático continuó: “Que [Ossorio] se permita decir que no ve pobres,
demuestra su ceguera, y no hay peor ciego que el que no quiere ver. Es
una persona culta que ocupa una posición de relevancia, y sus
declaraciones no pueden ser más que un empeño de su voluntad de no
querer ver la pobreza y además en querer matar al mensajero, respetada
por todo el mundo académico. Los pobres existen. Si no los ve, es que no
los quiere ver o que se mueve en espacios de privilegio, o donde no
tiene ocasión de cruzarse con los espacios de la periferia, marginalidad
y ocultamiento”.
“Sí, señor Ossorio, en Madrid hay
pobres”, recalca también Carlos Susías, presidente de EAPN-ES y EAPN
Europa, (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en
el Estado Español, por sus siglas en inglés). ”Es intolerable e
inaceptable la forma en la que [el consejero] se dirige a las personas
en situación de pobreza”.
“Los datos de Cáritas siempre son rigurosos”
En
opinión de este experto, los datos de Cáritas “siempre son rigurosos”. Y
añade: Nuestro informe AROPE los corrobora y se elabora con datos
oficiales de Eurostat y el INE, con indicadores comunes para toda la UE.
La Comunidad de Madrid es una de las comunidades más ricas de España y
Europa, pero mantiene unos niveles de pobreza insultantes y nada dignos
para una región en la que el señor Ossorio es un alto responsable”.
”Negar
la objetividad y validez de los indicadores de pobreza constituye una
temeridad”, afirma Alexander Elu, especialista en pobreza de la ONG Save
the Children. “Las estadísticas oficiales de pobreza y exclusión social
ofrecidas por la Encuesta de Condiciones de Vida del INE adoptan
una metodología e indicadores comunes y estandarizados en toda la Unión
Europea”, puntualiza. “328.873 niños, niñas y adolescentes en Madrid
viven en hogares con unos niveles de ingresos por debajo del umbral de
la pobreza”.
Mónica Martínez-Bravo, profesora de Economía
en el Centro de Estudios Monetarios y Financieros, institución de
investigación de economía del Banco de España, cuestiona la metodología
usada por Ossorio. ”Afortunadamente, tenemos datos estadísticos y la
evaluación del nivel de pobreza no necesita ser determinada sobre la
base de impresiones subjetivas (cómo lo que vemos al salir a la calle)”,
puntualiza. “El consejero habla de objetividad, pero se contradice
cuando sugiere que las impresiones subjetivas de los ciudadanos pueden
tener más peso que un informe de Cáritas”.
Daniel
Sorando, profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza y doctor
en Sociología por la UCM, trata de interpretar las declaraciones del
portavoz regional: “Pueden entenderse desde dos lógicas compatibles
entre sí: por un lado, su ignorancia de la metodología con la que se
mide la desigualdad y la pobreza en ciencias sociales; y, por el otro
lado, su ignorancia de la sociedad que gobierna el equipo al que da
voz”. Él remite a los datos del INE: “El 38,3% de los madrileños tenían
dificultad o mucha dificultad para llegar a fin de mes en 2020; el 28,8%
no puede afrontar ningún gasto imprevisto; el 23,8% no se puede ir de
vacaciones al menos una semana al año; y el 10,8% no pueden mantener la
vivienda a temperatura adecuada”.
“Básicamente, lo
indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y
retirados de este otro Madrid que es real”, reflexiona Marta Domínguez*,
profesora de Sociología Urbana de la Universidad Complutense de Madrid e
investigadora sobre vulnerabilidad. “La vulnerabilidad y la pobreza son
realidades sociales. Negarlas es legitimar que se puede seguir haciendo
política para las clases acomodadas”.
A lo que agrega:
“Vemos que la población vulnerable está agotando sus vías de
subsistencia y no hay políticas públicas que ayuden. La retracción del
estado del bienestar deja en la estacada a gran parte de la población y,
en Madrid, a muchos colectivos (mujeres, inmigrantes, mayores, jóvenes
precarios) que malviven y subsisten gracias a las redes informales y de
apoyo mutuo”.
“Ossorio dice algo correcto y, a la vez,
comete un grave error, señala Gabriela Jorquera, asesora en el Alto
Comisionado para la Pobreza Infantil. “Es correcto que Madrid es una
comunidad rica, pero lo que registramos es una enorme desigualdad: hay
gran cantidad de altas rentas y a la vez un grupo grande de personas que
vive en condiciones de mucha pobreza y precariedad económica”. Ella se
extraña de que el consejero no conozca esta realidad, porque, recuerda,
se concentra en barrios extensos de Madrid. “Basta que se dé una vuelta
por Vallecas, Carabanchel, Parla o Fuenlabrada, regiones y distritos que
concentran altas tasas de precariedad, pobreza y exclusión”, agrega. En
su opinión, las declaraciones de Ossorio reflejan “una percepción muy
antigua y desajustada de lo que es la pobreza: no es una marca visible,
tiene que ver con las condiciones del día a día”.
“Nosotros
avalamos este informe porque se incluyen expertos en toda esta
materia”. recalca también Ernesto Gasco, otro asesor del Alto
Comisionado para la Pobreza Infantil. “Esta es una imagen real. Las
administraciones deberían de ser más respetuosas con estas
organizaciones. Hay que poner en marcha instrumentos para paliar la
brutal desigualdad de la Comunidad de Madrid”.
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* Marta Domínguez, asociada de la Asociación GSIA: Profesora Sociología Urbana UCM (Premio extraordinario 2003). Previamente, trabajó en la administración local (1987-2002).Directora de la Revista UCM Sociedad e Infancias y miembro del comité académico del Master de Políticas de Infancia y Adolescencia de la Escuela de Gobierno de la UCM. Coordinadora local del Master Erasmus Mundus 4 cities y miembro del grupo coordinador de la FES de Sociología Urbana. Ha publicado artículos sobre infancia y ocio, infancia y formas familiares, y además, sobre las dimensiones culturales de la ciudad y la integración, segregación socioespacial, desigualdad social, identidad urbana, colectivos vulnerables, planificación estratégica, etc.
Todo empezó el 20 de septiembre de 1972, cuando el periódico De Tijd
publicó en su portada la crónica del periodista Vic Langenhoff con un
gran titular que rezaba "Stop de Kindermoord" (Parad el asesinato de los
niños), después de que su hija mayor muriera atropellada a los 6 años
de edad y la segunda resultara herida en otro impacto contra un
vehículo.
Denunció lo que muchos padres, de puertas para adentro, sufrían y
temían. De las 3.264 muertes por accidentes de tráfico registradas en
1972, el 14% era de menores de 15 años. Muchos de estos niños se
aventuraban a circular por su barrio en bici y, al igual que los
viandantes, los ciclistas se habían convertido en víctimas directas del
aumento del tráfico en las ciudades. Según la Asociación Nacional de
Ciclistas de los Países Bajos, Fietsersbond, en los años 70 se producían
de media 500 accidentes de bicis contra vehículos, una cifra que se
había reducido a 200 en 2013, a pesar del incremento constante del
parque móvil en todo el país.
"Todo el mundo podía reconocerse en ese artículo, en el drama
que estaba ocurriendo, porque todos sabíamos de alguien cuyo hijo había
sufrido un accidente de tráfico", explica Maartje van Putten, quien
fundó y dirigió el grupo activista nombrado igual que el titular del
artículo periodístico, "Stop de Kindermoord". Van Putten era una madre
joven de 20 años que vivía en una calle de Ámsterdam con
mucho tráfico. "El artículo fue lo que nos impulsó a crear un
movimiento de padres indignados por esta falta de seguridad", comenta.
"Y ningún político, de izquierda a derecha, podía estar en contra de
este mensaje, de frenar el número de niños víctimas de accidentes de
tráfico", indica.
Mientras el coche representaba el desarrollo económico y el
futuro en la Europa que se levantaba tras las Segunda Guerra Mundial, en
Holanda surgía un movimiento social sin cabeza, de anarquistas,
burgueses, madres de familia y estudiantes que reclamaban con fuerza el
espacio para la bici. Pero la conquista de las dos ruedas nunca fue algo
que pudiera darse por hecho. El azar, un contexto histórico favorable y
el pragmatismo que tanto caracteriza a los holandeses obraron el
milagro.
Durante los años que el movimiento permaneció activo, el grupo
de presión organizaba manifestaciones, recorridos multitudinarios en
bici y jornadas lúdicas en los barrios para promover el uso seguro de la
bicicleta. Padres con pancartas cortando el tráfico en las calles
principales de la ciudad empezaron a captar la atención mediática y a
obtener el apoyo improvisado de los que pasaban por allí de casualidad.
Al mismo tiempo, movimientos anarquistas como el de los Provos
denunciaban el protagonismo del coche, al que veían como la máxima
expresión de una sociedad de consumo dominada por la élite capitalista.
Para ellos, la bicicleta era un símbolo de igualdad social y de
libertad.
No muy lejos de las plazas donde unos y otros se manifestaban,
la élite burguesa y conservadora de Ámsterdam se alineaba con los padres
preocupados y con los jóvenes hippies para frenar la incursión del
coche en un casco histórico que debía ser protegido y que ellos sentían
la responsabilidad de preservar. "Holanda llegó tarde en la introducción
del coche y el movimiento hippy era muy fuerte, incluso con
representación política", comenta Gertjan Hulster, director del
documental Together We Cycle. "La presión social de aquellos
años logró frenar los nuevos planes urbanísticos de Ámsterdam, pero por
muy poco: la decisión final se aprobó por un solo voto de diferencia en
el pleno del ayuntamiento, lo que muestra el enorme apoyo que tenía la
otra manera de concebir la ciudad, donde el coche dominaba la movilidad
urbana", apunta.
Antes que el autobús, la bici
En los 50 y 60 la bici ya era el transporte prioritario en las
ciudades holandesas. Antes del desarrollo económico de finales de los
60, los holandeses preferían subirse a la bici para ir al trabajo en
lugar de esperar el autobús o el tranvía. "No tanto porque Holanda sea
un país llano, sino porque las distancias son cortas, muchos
trabajadores alquilaban su vivienda a la fábrica o a la empresa que les
empleaba y esta solía estar a pocos kilómetros del lugar de trabajo",
explica Gertjan Hulster. Los centros compactos y salpicados de canales
de ciudades antiguas como Ámsterdam o Delft se recorrían mejor en bici,
evitando los atascos habituales, mientras que los nuevos barrios obreros
distaban entre 15 y 20 minutos en bici, un medio de transporte que
además de ser más flexible que el colectivo, era completamente gratuito.
La historia también se encargó de popularizar la bicicleta en
estos años previos al coche. Desde la imagen de la reina Guillermina
subida en el sillín a finales de los años 30 a otras muchas posteriores
de la familia real pedaleando durante visitas oficiales por el país, la
casa de Orange se ha empleado a fondo en despojar la bicicleta de su
estigma marginal que impera en otros lugares del mundo. Era, además, un
símbolo de libertad y de resistencia. "Durante la Segunda Guerra
Mundial, la bici surgió como el medio de transporte de los holandeses
que rechazaban la ocupación nazi", relata el cineasta Gertjan, e indica
que "las bicis eran incontrolables y a los soldados alemanes les
irritaba mucho".
Cuando Holanda fue liberada en 1945, la bici pasó a ser el
emblema de la libertad ganada, una imagen que terminó de consolidarse
con la aparición de las llamadas Bicicletas Blancas (wittefietsenplan).
El proyecto, creado por el provo Luud Schimmelpennink, fue el precursor
de los sistemas de bicicletas compartidas que han proliferado en
numerosas ciudades: una bici que el usuario podía tomar prestada durante
media hora y de forma gratuita para realizar un trayecto corto dentro
del casco urbano, devolviéndola después en otro de sus estacionamientos.
En contra de lo que uno pueda pensar, el sistema fracasó en Holanda.
Porque todo el mundo ya tenía bici propia.
Los amantes de la bici se ponen en marcha
En su libro Bike City Amsterdam, el escritor y
periodista Fred Feddes desvela las claves que han convertido a la ciudad
holandesa en la capital mundial de las bicis. Y entre sus argumentos,
hay uno que cobra especial importancia porque ha definido el devenir de
la movilidad urbana en Holanda desde los años 70: la influencia de la
Asociación Nacional de Ciclistas (Fietsersbond) en la política
municipal. Fundada en 1975, contaba entonces con 600 miembros, un número
que se disparó hasta los 10.000 en tan solo cuatro años. Hoy suman
30.000. Nació para defender las mismas ideas que los distintos grupos
activistas: la bicicleta debía ser un transporte seguro y había que
fomentar su uso para hacer de la ciudad un espacio más amable y
habitable. "En cada reunión de los responsables municipales de
urbanismo, en cada nuevo plan que se diseñaba, la asociación de
ciclistas presentaba sus iniciativas para mejorar el uso de la bici",
comenta Gertjan Hulster, a la vez que indica que "sin ellos, Holanda no
sería el paraíso de las bicis que es hoy". La asociación se convirtió
así en un grupo influyente fuerte cuyo primer logro fue convencer a las
autoridades municipales de que la seguridad de los ciclistas pasaba por
la creación de una red de carriles bici.
Tras su creación hace más de cuatro décadas, la asociación ha
logrado pasos de gigante en la incorporación de la bici a la vida
diaria. Desde presionar para que los carriles bici se construyan de
manera independiente de la calzada por la que circulan los vehículos
hasta la creación de aparcamientos de bici en todas las estaciones de
tren, la movilidad que hoy existe en Holanda ha dejado espacio a las dos
ruedas, a pesar de que el número de vehículos particulares no ha dejado
de aumentar.
Un cambio que no fue visionario
Sorprende cómo las fuentes consultadas coinciden en la misma
idea de fondo al analizar el éxito de la bici: no había ningún plan. El
carácter universal del activismo de los años 70 fue posible gracias a
que antes de la llegada del coche no había ningún grupo social
determinado que se identificara con la bici más que otro. El sillín
valía tanto para el hombre de negocios que se desplazaba con su maletín
en la mano como para la madre que cuidaba de sus hijos y les llevaba en
bici al colegio o el joven estudiante para quien la bici era el primer
signo de emancipación. Sin una vestimenta específica, sin casco, sin un
culto al objeto, "la bici era y es para los holandeses como un
paraguas", define Fred Feddes en su libro. Y ese fue el secreto de su
éxito. "En Holanda siempre se ha considerado la bici un medio de
transporte, no un hobby ni un deporte", detalla Gertjan Hulster. "No hay
nada especial en ella, el culto a las marcas va por otro lado y,
además, siempre han montado en bici más mujeres que hombres porque era
la forma más rápida y sencilla de hacer los recados del día a día",
dice.
Si bien es de uso individual, la bici es también un instrumento
de socialización. Las primeras distancias que un chaval recorre solo
suelen ser para ir de casa al instituto, un camino por el que se va
encontrando con otros compañeros con los que acaba pedaleando en grupo.
La imagen es tan habitual y los holandeses están tan orgullosos de la
libertad que otorgan a sus adolescentes que la Asociación de Ciclistas
ha propuesto a la UNESCO incluir la figura del escolar en bici en el
Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad de los Países Bajos.
"La bici es algo tan natural para nosotros que se podría decir
que nacemos pedaleando", comenta Maartje van Putten y agrega: "Todos
tenemos un coche y una bici. Pero la bici siempre". A la pregunta de por
qué parecen las dos ruedas un elemento intrínseco del ADN holandés,
algunos de los entrevistados comienzan mencionando la superficie llana
del país como un factor determinante para que la introducción de la bici
en el siglo XIX se arraigara. Pero después reconocen que no es el único
motivo, ya que en otros países como China, donde este vehículo a
pedales vivió décadas de esplendor a comienzos del siglo XX, ha quedado
relegada al último escalón, por detrás del transporte público, los
coches y las motos.
A las distancias cortas que existen en Holanda, se sumaría otra
explicación sociocultural vinculada a la religión. Según Maarjte, "en la
cultura calvinista impera la no ostentación y el 'yo puedo solo'". Para
Gertjan "el igualitarismo y la cultura del esfuerzo que promueve el
calvinismo también puede haber influido" porque lo cierto es que a pesar
de ser un país llano, los Países Bajos son conocidos por su mal tiempo,
algo que no impide a los ciudadanos subirse a la bici a diario, contra
el viento y la lluvia.
Para que Ámsterdam se convirtiera en la capital mundial de las
bicis y la cultura del ciclismo se asentara en Holanda como lo ha hecho,
ha sido necesario más de un siglo de convivencia permanente con las dos
ruedas. Ha hecho falta también el drama de numerosas víctimas de
tráfico y la presión social de cientos de miles de personas que supieron
protestar a tiempo. Le ha beneficiado un cierto retraso en la
modernización de sus ciudades, todas de tamaño medio, y que a comienzos
del siglo XX seguían sin tener grandes bulevares y avenidas que poder
reconvertir después en arterias para los vehículos. Ha sido necesario
pasar la costumbre de pedalear de generación en generación y por último,
ha hecho falta el azar, como siempre, para hacer realidad la visión
bien encaminada de unos pocos. Y es que la crisis del petróleo provocó
que en 1973 y durante cuatro domingos consecutivos, la ciudad estuviera
prohibida para el tráfico de coches. Sus habitantes pudieron comprobar
lo que era vivir sin ellos por un día. Gracias a todo esto, los Países
Bajos cuentan hoy con más bicis que habitantes y 37.000 kilómetros de
ciclovías que se recorren a diario. "No fue fácil, pero se logró, ahora
hay que saber mantenerlo", concluye la activista y hoy abuela Maartje
van Putten.
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