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La Triste Herencia, Joaquín Sorolla.

La Triste Herencia,  pintura sobre la infancia más abandonada, 
fue el cuadro que consagró al pintor Joaquín Sorolla 
tanto en España como en el Mundo.

"Estaba yo un día trabajando de lleno en uno de mis estudios de pesca valenciana, cuando descubrí a lo lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar y, vigilándolos, la vigorosa figura de un fraile. 

Parecer ser que eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la sociedad; ciegos, locos, tullidos y leprosos...". Joaquín Sorolla.

El que ha sido pintor de múltiples escenas de la infancia más feliz y vinculada con la naturaleza, nos dejó la "herencia" del cuadro donde la infancia más doliente es la protagonista.

Un pequeño homenaje ahora que celebramos el Centenario de la muerte del pintor, 

Triste herencia fue pintado  Joaquín Sorolla  en el año 1899. 

"Sufrí terriblemente cuanto lo pinté. tuve que forzarme todo el tiempo. Nunca volveré a pintar una tema como este". Así habla J. Sorolla en 1.909 sobre "la Triste Herencia" en una de las entrevistas  que le hicieron.  Y efectivamente  Sorolla no volvió a pintar un tema social de tal magnitud.

Aunque J. Sorolla sufrió cuando lo pintó, La Triste Herencia fue el cuadro que consagró al pintor tanto en España como en el Mundocon este cuadro obtuvo los más altos galardones en París (el máximo galardón de la Exposición Universal 1900), Madrid ( la medalla de honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes 1901).

Y el cuadro se gestó de esta manera: "Estaba yo un día trabajando de lleno en uno de mis estudios de pesca valenciana, cuando descubrí a lo lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar y, vigilándolos, la vigorosa figura de un fraile. Parecer ser que eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la sociedad; ciegos, locos, tullidos y leprosos. No puedo explicarle a Ud. cuánto me impresionaron, tanto que no perdí tiempo para obtener un permiso para trabajar sobre el terreno, y allí  mismo, al lado de la orilla del agua, hice mi pintura".

A pesar de eso Sorolla estuvo a punto de abandonar la obra, le convencieron varios amigos, y trabajó para cubrir los dos metros (óleo sobre lienzo. 212 x 288 cm.) con diversas notas de color y aguadas a tinta sobre la composición general, e movimiento, las luces, así como los dibujos de las figuras individuales de los niños... Por lo tanto a pesar de la impresión que le produjo la escena, Sorolla trabajó con ahínco este cuadro.

Representa una escena de unos niños desastrados de la sociedad que sólo cuidaba la Orden de los Hnos. de San Juan de Dios, tomada al natural de la playa del Cabañal de la ciudad de Valencia (España), en la que se ven diferentes niños afectados de varios tipos de incapacidad que se disponen a tomar un baño en el mar como medida terapéutica para combatir sus problemas de salud.

Destaca la figura central de uno de los niños que se mueve con dificultad apoyado en unas muletas, en el que pueden apreciarse las secuelas de la poliomielitis, enfermedad por entonces muy frecuente y que producía graves afectaciones permanentes del aparato locomotor. Un religioso de la orden de San Juan de Dios le ayuda y vigila atentamente a los pequeños. La obra pertenece a la primera época del pintor en la que trató varios temas de interés social.

Sorolla siempre quiso que ese cuadro permaneciera en España, de hecho lo depositó en el Museo de Arte Moderno, pero el Estado Español no lo adquirió. Sorolla lo retiró de allí, tras varias vicisitudes  por Nueva York..., fue adquirido, en subasta, en 1981 a la Iglesia de la Asunción de Nueva York por Fundación Bancaja y así regresó a España​.


Cómo es posible que uno de cada cinco jóvenes españoles tenga un problema de salud mental!

Las cifras muestran que los diagnósticos se han disparado en el último lustro. 
Aunque la situación ha hecho mucho, 
también es posible que hayamos caído en un círculo vicioso.

“...la psicopatologización y psiquiatrización de la vida cotidiana es algo que viene de lejos”. El autor de Los peligros de la moralidad achaca a “la disolución de estructuras que antes nos ayudaban a manejar problemas de la vida diaria (la familia extendida, el sacerdote o la religión en general, los vínculos con la comunidad)”, esta mirada hacia la psicología como tabla de salvación en la ausencia de otras soluciones.


Foto: Istock/EC Diseño.

A finales de los años ochenta, la Asociación Americana de Psiquiatría dio un paso que cambiaría para siempre la historia de la salud mental. Aunque se había hablado de los problemas de concentración de los niños desde principios de siglo, fue entonces cuando se les dio el nombre “trastorno de déficit de atención con hiperactividad”, que puso sobre la mesa que si un niño se distraía demasiado, quizá no es que simplemente fuese un niño despistado, sino que sufría una enfermedad que podía (y debía) ser diagnosticada. En muy poco tiempo, el número de diagnósticos se disparó y cientos de miles de niños empezaron a ser tratados farmacológicamente.

Durante los últimos años, cada vez más evidencia científica apunta a la posibilidad de que, aunque el aumento de casos fuese razonable, se estuvieron diagnosticando casos que en otras circunstancias no habrían sido calificados de TDAH por distintos motivos. 

Por ejemplo, el pasado año, 30 años después, una metainvestigación  (Sobrediagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad en Niños y Adolescentes: Una Revisión Sistemática de Alcance ) señalaba que probablemente se había producido un sobrediagnóstico (y sobretratamiento) de los casos más leves: se consideraba enfermedad las que eran rasgos de personalidad, como impulsividad o falta de atención.

Saltemos a 2022. Hoy, alrededor de uno de cada siete adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo ha sido diagnosticado con algún problema de salud mental, como alertaba Unicef en su informe sobre el estado mundial de la infancia. En España, el país europeo con una cifra más alta de adolescentes diagnosticados, el porcentaje es aún más alto: el 20,8% (21,4% de las niñas y 20,4% de los niños), más de la quinta parte. Según la estadística y la forma de cuantificarlo, el número puede ser aún mayor. Hace menos de un mes, una encuesta realizada en EEUU mostraba que el 42% de la generación Z (los nacidos entre 1995 y 2010) está diagnosticado con un problema de salud mental. Ansiedad, depresión, TDAH (Trastorno de Déficit de Atención) y TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) son los más frecuentes.

Hoy, un 15,9% afirma padecer un problema de salud mental continuo; en 2017, era el 6,2%

La pregunta del millón es, por lo tanto, cómo hemos llegado hasta aquí. No solo es que hace unas décadas estos niveles fuesen impensables, es que hace apenas un lustro la percepción que teníamos sobre salud mental era muy diferente. El barómetro sobre salud y bienestar juveniles realizado por la FAD y el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud muestra cómo entre 2017 y 2021, los años en que la salud mental dejó de estar estigmatizada, la percepción ha cambiado por completo. Hoy, un 15,9% de jóvenes señala que ha padecido algún problema de salud mental continuamente o con frecuencia, cuando hace menos de un lustro era apenas un 6,2%.

¿Aumentan los casos o aumentan los diagnósticos, tienen los jóvenes cada vez más problemas o están sobrerrepresentados? El caso del TDAH da alguna pista. Si bien es cierto que los problemas de déficit de atención habían aumentado en las décadas anteriores por distintas razones, también era posible que se hubiese producido un diagnóstico equivocado al atribuir explicaciones patológicas a comportamientos en principio naturales. Pablo Malo, psiquiatra en el Servicio Vasco de Salud y divulgador psicológico, recomienda cierto escepticismo, especialmente con las cifras estadounidenses: “Algunas provienen de encuestas y por tanto son autorreferidos y algo menos fiables”.

Son los dos pilares de lo que algunos han llamado epidemia psiquiátrica. Por un lado, un empeoramiento objetivo de la salud mental de grandes capas de la comunidad, asociado a la incertidumbre, la falta de esperanza en el futuro o las condiciones sociales. Al mismo tiempo, una preponderancia de los discursos psiquiátricos que ha terminado provocando que la terapia, después de décadas de estigmatización, se haya convertido en la respuesta a problemas muy variados. Una mayor conciencia sobre la salud mental y un deterioro de las condiciones objetivas. Como señalaba recientemente Elisa Seijo, presidenta de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, “por un lado, la sociedad vende la necesidad de estar contento y feliz, una felicidad enlatada de frases fáciles; por otro, es cierto que las cifras de la OMS son rotundas”.

Malo habla del “contagio social” como algo plausible. “Una influencia de los medios de comunicación en sentido amplio (incluidas las redes sociales) y una magnificación del problema que permite que los malestares y las crisis vitales se conviertan en trastorno, que lo que ha sido siempre psicología sea ahora psicopatología”, valora. Además, la sobrecarga de la atención primaria en España puede haber influido en este boom. “Los médicos de atención primaria tratan ellos mismos estas patologías menores y es posible que ahora se vean desbordados para hacerlo y nos deriven más”, razona.

"Cuando estás en una consulta ves rápidamente si, por ejemplo, se ha publicado que un ibuprofeno ha salido caducado: lo que adquiere relevancia en la sociedad tiene un reflejo claro", explica Juan Antonio López Rodríguez, médico de familia del Centro de Salud General Ricardos y miembro del grupo de Salud Mental de SEMFYC. "Uno de los principios básicos es que parece que cada vez que vas a una consulta tienes que salir con un diagnóstico y un tratamiento". Sin embargo, en muchos casos se trata de malestares que no tienen por qué convertirse en enfermedades, explica.

López publicó un paper sobre sobrediagnóstico en salud mental que señalaba a los sospechosos habituales: el ya citado TDAH, ansiedad o depresión. "A medida que pasa el tiempo, se diagnostican más cosas, pero no solo en salud mental, sino también en otros campos; sin embargo, algunas no van a producir una enfermedad grave". Hay razones para este aumento de los diagnósticos. Generan más tranquilidad al paciente, pero también permiten gestionar bajas o proporcionar medicamentos. "Eso se deriva en que hay etiquetas que aparecen porque tienes que poner una etiqueta", añade. "Me pasó hace poco en una charla sobre el cáncer: es difícil decirle a alguien que tiene cáncer de tiroides que está mal diagnosticado, porque en realidad no iba a repercutir en su vida, que iba a morir con ese cáncer sin que le afectase. Las etiquetas no son todo, y en salud mental menos".

"En algún momento, parece que no eres nadie si no tienes tu diagnóstico"

Esto se acentúa aún más en el caso de los niños y adolescentes, que como señalan padres y profesores, han encontrado su identidad colectiva en el reconocimiento de determinados diagnósticos. “Todas las personas tenemos necesidad de ponerle nombre a las cosas que nos ocurren, porque si no, nos movemos en una experiencia emocional sin nombre”, valora Roger Ballescà, psicólogo del Hospital Sagrat Cor de Hermanas Hospitalarias. “Lo que es cierto es que se han popularizado determinados diagnósticos, en algún momento parece que no eres nadie si no tienes tu diagnóstico”.

El caso de los trastornos adaptativos

Si revisamos las pirámides de impacto de enfermedades mentales entre la población española, en casi todos los casos (de ansiedad a depresión) estas tienden a aumentar con la edad, tocando techo entre los cuarenta y los sesenta. Con una ilustrativa salvedad, la de los trastornos de personalidad, donde son mucho más elevados entre los cinco y los 25 años. Son los trastornos límites (esquizoide o histriónico), los relacionados con los impulsos (como la adicción al juego) o los trastornos de conducta.

Ocurre algo semejante con los trastornos adaptativos mixtos, ya que, como señala Malo, es “relativamente sencillo diagnosticar a alguien de un trastorno adaptativo con síntomas mixtos de ansiedad y depresión, que ya es un diagnóstico psiquiátrico”. Por eso los diagnósticos más comunes están relacionados con la ansiedad, la depresión y el TDAH, señala el autor de Psiquiatría evolucionista: una introducción. “Cualquier problema personal o estrés de la vida diaria, sea a nivel laboral o interpersonal, da lugar a una serie de síntomas como insomnio, ansiedad, bajo ánimo, preocupaciones obsesivas, etc., y ello ya cualifica para esta etiqueta diagnóstica”.

La tribu ha desaparecido

Los niños y adolescentes viven en una sociedad en la que la ansiedad al futuro es cada vez más fuerte. Pandemia, crisis económica, guerra y crisis energética, magnificadas por los medios de comunicación, generan el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de problemas mentales. “En general, no tenemos una sociedad demasiado amiga de la infancia ni de la adolescencia, sino que crea muchas presiones de todo tipo sobre niños y adolescentes”, explica Ballescà. “Somos una sociedad que tolera muy poco las frustraciones, les pedimos mucho pero acompañamos poco a nuestros hijos e hijas”.

"Tendemos a colocar el diagnóstico en los chicos, pero el diagnóstico es social"

Ballescà matiza que él no considera que haya un sobrediagnóstico como tal, sino “un desplazamiento del diagnóstico” que tiende a situar el foco en el individuo, en este caso, entre los jóvenes. No se trata de que haya un exceso de diagnóstico, porque como explica, “probablemente un chico que amerita un trastorno de ansiedad, lo tiene”, sino que el diagnóstico más preciso atendería también a lo social. “Tenemos tendencia a colocar el diagnóstico en los chicos y chicas, entre los que aumentan la depresión, la ansiedad y la hiperactividad, pero muchos de estos trastornos son adaptativos. Lo que hay que preguntarse es qué hace que esos chicos tengan tantas dificultades”.

A ello hay que añadir el elemento agravante de la pandemia y sus consecuencias. Como asegura Cristina Larroy, directora de la Clínica Universitaria de la Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, todos los estudios señalan en la misma dirección. No es casualidad, especialmente en lo que concierne a la ansiedad y los trastornos de los estados de ánimo, ni considera que haya un sobrediagnóstico. La investigadora apunta a la pandemia, con el vuelco de estilos de vida que ha provocado, como el gran catalizador. “En la adolescencia los jóvenes empiezan a tener otro rol distinto al que tenían en la niñez, y al que van a tener en las edades adultas”, explica. “Eso genera, como toda época de transición, incertidumbres y vulnerabilidad”.

La referencia ya no es tanto la familia como los amigos, y sin embargo, durante meses (o años) la socialización de estos con los adolescentes se ha reducido a lo mínimo. “La adolescencia y principio de la juventud es una época en la que puede haber muchos roces familiares, porque las personas están intentando encontrar su hueco y para eso tienen que enfrentarse a lo que hay”, prosigue Larroy. “Por tanto, imagínate que estás durante un mes y medio rodeado de tu familia y sin el apoyo de tus amigos. Esto ha hecho que los problemas emocionales y de estado de ánimo de los jóvenes, que ya están en una situación de vulnerabilidad, se hayan disparado”.

Entre los diagnósticos más comunes que se han encontrado están los de ansiedad y trastornos del estado de ánimo, que son los que, como explica la psicóloga, “aparecen después de una situación como la que hemos vivido”. Ya ocurrió después de las cuarentenas mucho más limitadas de SARS en Canadá y Hong Kong, añade, así que los efectos tras una pandemia que ha provocado el cambio en los estilos de vida de millones de personas es aún más agudo. “Entre las mujeres, lo que también han aumentado han sido los trastornos de conducta alimentaria”, explica.

La psicopatologización de la vida cotidiana

Una observación frecuente es que se han patologizado muchos problemas que simplemente formaban parte de la experiencia humana. Donde antes había una dificultad, ahora hay una enfermedad. “Otra de las problemáticas es el etiquetaje o la psicopatologización, que supone atribuir una casualidad patológica a algo que en realidad corresponde a un malestar asociado al hecho de vivir”, coincide Ballescà. “El problema no es el nombre que le ponemos a la cosa, sino el malestar que existe: ese malestar tiene que ser atendido, seguramente no necesita un diagnóstico clínico pero sí una atención, y no vivimos en un entorno social demasiado adecuado para hacerse cargo de esos malestares que forman parte de la experiencia de vivir”.

"Los psiquiatras cumplimos el papel que antes cumplían otras instituciones sociales"

Para Malo, “esta psicopatologización y psiquiatrización de la vida cotidiana es algo que viene de lejos”. El autor de Los peligros de la moralidad achaca a “la disolución de estructuras que antes nos ayudaban a manejar problemas de la vida diaria (la familia extendida, el sacerdote o la religión en general, los vínculos con la comunidad)”, esta mirada hacia la psicología como tabla de salvación en la ausencia de otras soluciones.

Hoy en día, los psiquiatras cumplimos ese rol que antes jugaban otras instituciones sociales y, por otro lado, animamos continuamente a la gente a recurrir a psiquiatras y psicólogos, así que tampoco es sorprendente que la gente lo haga”, añade con autocrítica. 

El círculo se cierra: cuando se abren las puertas a hablar de salud mental, es normal que muchas más personas acudan a consulta, lo que provocará que aumenten los diagnósticos

Pero también a que esta se convierta, en algunos casos, en una panacea que nos haga olvidar que nuestro problema no es solo nuestro, sino de todos; que el cambio no afecta únicamente al individuo, sino a una sociedad enferma.

Buscando un nuevo paradigma para la salud mental.

La Sociedad Británica de Psicología propone considerar el malestar emocional 
como una respuesta más o menos eficaz a adversidades o conflictos, 
no como la manifestación de una enfermedad o “avería” del sistema nervioso.

Ante la dura realidad que está padeciendo la Adolescencia en el tema del suicidio.., 
desde la Asociación GSIA consideramos de mucho interés este artículo.
Ya no nos vale la sola visión culpabilizadora en la persona que padece enfermedad mental, 
ni la mera administración de psicofármacos para encontrar una salida a semejantes realidades.
Debemos "construir un nuevo edificio sobre bases nuevas"..,
 


La niña enferma’, (1885) Edvard Munch.

Hoy tenemos muchas pruebas de que las hipótesis en las que se ha querido basar la corriente dominante en la psiquiatría desde los años ochenta no tienen ningún soporte empírico
Así lo han demostrado las revisiones más rigurosas de los resultados de la abundante investigación llevada a cabo con la intención de confirmarlas.

Lo que no es fácil es obrar en consecuencia. A lo que este conocimiento debería llevarnos es a construir un nuevo edificio sobre bases nuevas. Y esto requiere un esfuerzo inmenso. Además, el edificio anterior se construyó contando con la potente financiación de una industria farmacéutica a la que sus supuestos teóricos otorgaban un papel protagonista y la oportunidad de realizar unos beneficios inconmensurables. El nuevo edificio no va a encontrar un financiador tan generoso.

De momento se han desarrollado algunas iniciativas que apuntan en la buena dirección. La más conocida es la de la División de Psicología Clínica (DCP) de la Sociedad Británica de Psicología. Esta sociedad había publicado en 2013 una declaración afirmando la necesidad de buscar una alternativa a los actuales sistemas diagnósticos construidos sobre el supuesto infundado de que el sufrimiento de nuestros pacientes es un síntoma de enfermedades provocadas por un déficit o exceso de neurotransmisores en su sistema nervioso central de causa fundamentalmente genética. La declaración señalaba los problemas de las actuales clasificaciones y los efectos nocivos que su uso tiene sobre las personas a las que se les aplica.

Otro documento (Comprender la psicosis y la esquizofrenia) de esta misma asociación trajo de nuevo a la luz en 2014 la metáfora del pez que ha mordido el anzuelo, utilizada por el psiquiatra Karl Menninger a mediados del siglo pasado para referirse a las personas con problemas de salud mental. Visto por los otros peces, que no ven el sedal, el pez que ha mordido el anzuelo hace movimientos inexplicables, locos. Pero si somos capaces de ver el anzuelo y el sedal, entenderemos que lo que está haciendo el pez tiene un propósito: escapar de esa situación, cosa que, como señala Menninger, a veces consigue.

Visto por los otros peces, que no ven el sedal, el pez que ha mordido el anzuelo hace movimientos inexplicables, locos

El instrumento que la DCP nos propone para hacer visible el sedal que atrapa a nuestro semejante y da sentido a ese comportamiento que nos resulta tan extraño, lo ha llamado Marco de Poder, Amenaza y Significado.

El punto de partida es que los problemas de salud mental no son meras manifestaciones de una enfermedad o “avería” del sistema nervioso, sino respuestas que en determinados momentos pueden ser más o menos eficaces para intentar afrontar adversidades o conflictos. Son respuestas, por tanto, que tienen sentido y tienen un propósito. Y son respuestas guiadas por la misma lógica con la que que todos los seres humanos respondemos a la adversidad, y no se diferencian de estas por ninguna característica que las convierta en sí mismas en patológicas.

Este modo de ver las cosas modifica sustancialmente lo que podemos preguntarnos (y por tanto el modo en el que podemos responder) ante las manifestaciones del sufrimiento psíquico. La pregunta que promueve la corriente hegemónica en las últimas décadas es: ¿de qué alteración del sistema nervioso –de que avería– son síntomas estas manifestaciones? 

La propuesta de la DCP propone en su lugar cuatro preguntas
1) ¿Qué te ha pasado? (ahora y antes), 
2) ¿Cómo te afectó?, 
 3) ¿Qué significado le diste? y 
4) ¿Qué tuviste que hacer para sobrevivir? 
A estas preguntas se añadirían otras dos
5) ¿Cuáles son tus fortalezas, con qué recursos cuentas? Y 
6) ¿Cuál es tu historia? (¿cómo podemos entender esto en tu biografía?). 

Lo que hoy vemos –según este modo de mirar las cosas–  son manifestaciones directas del daño, respuestas que quizás en algún momento fueron las mejores posibles, pero hoy son problemáticas, atribución de significados que también pueden ser problemáticos, incapacidad de conectar con los recursos propios y del entorno y formas problemáticas de contarnos nuestra propia historia (que nos colocan por ejemplo en la posición de víctimas pasivas y no de personas que han sido capaces de sobrevivir).

En 2018 la DPC publicó dos versiones de este documento, que fueron traducidas al castellano y puestas a disposición del público hispanoparlante por la Asociación Española de Neuropsiquiatría - Profesionales de Salud Mental que agrupa a los profesionales críticos con la versión hegemónica de la Salud Mental en nuestro país. 

El primero, el documento extenso, revisa todo el conocimiento que podría sustentar este cambio de paradigma. Hay una publicación abreviada que no incluye la minuciosa revisión de la investigación que recoge el documento extenso, pero presenta una guía práctica para utilizarlo y una colección de apéndices con experiencias que apuntan en ese sentido. Incluye una versión que permitía autoaplicarse el marco.

El documento extenso comienza analizando críticamente los actuales sistemas diagnósticos y señalando su falta de validez, sus incoherencias y sus efectos nocivos. Plantea con seriedad la necesidad de buscar una base epistemológica para el nuevo sistema que no puede ser el positivismo ingenuo y los modelos lineales de causalidad que fundamentan los sistemas actuales, sino que tiene que ser capaz de dar cuenta de la experiencia de unos seres humanos cuya relación con su entorno está mediada por el lenguaje, que construyen activamente su mundo en colaboración con sus semejantes, sometidos a las normas y las limitaciones que han sido seleccionadas por la evolución de la especie, su contexto social y cultural y su propia historia de desarrollo personal que a su vez (re)modela el organismo heredado. El documento revisa las propuestas realizadas hasta el momento con una mención especial al constructivismo social y a las narrativas como forma de dar sentido a nuestras experiencias a través de lo que nos contamos sobre ellas, sobre nosotros y sobre los demás.

Con este punto de partida abierto, los autores revisan la muchísima investigación que demuestra el papel de la adversidad como causa de lo que consideramos problemas de salud mental, y cómo está modulado por los contextos sociales, el cuerpo, el desarrollo biográfico o el modo en que interacciona con las explicaciones con las que damos sentido a nuestras experiencias. Resulta que el papel de la adversidad en sus múltiples formas es innegable, aunque la respuesta que cada uno da a la misma está condicionada por muchos factores y no hay una alteración específica para cada tipo de experiencia, sino que todas pueden causar casi cualquier tipo de alteración de la salud mental. 

Los autores revisan la muchísima investigación que demuestra el papel de la adversidad como causa de lo que consideramos problemas de salud mental

Hay una interesada confusión que conviene aclarar. Así como lo anterior no supone negar la importancia de la biología, sino utilizar la biología de un modo diferente, convirtiéndola en un instrumento para entender los problemas y hacer a los que los sufren capaces de actuar sobre ellos, tampoco significa negar la utilidad de los psicofármacos. Aunque hay muchas personas con malas experiencias con ellos, hay muchísima gente que encuentra que les han sido de gran ayuda. Hay mucha investigación que, aunque sin llegar a los excesos de optimismo que ha financiado la industria farmacéutica, demuestra que ha sido así. Lo que se discute no es eso. Sino que para explicarnos por qué han sido útiles cuando lo han sido necesitamos una teoría sobre su funcionamiento diferente de la que venimos usando. Y hay propuestas muy interesantes al respecto.

Lo nuevo es que la DCP hace su propuesta sobre una revisión exhaustiva y actualizada de la investigación que permite sustentarla. Porque en realidad, la idea de que lo que llamamos alteraciones de la salud mental son respuestas con sentido a amenazas a la integridad de los seres humanos que las padecen ha sido más frecuentemente sustentada que la que las presenta como simples síntomas de una alteración discreta de su cuerpo, por mucho que esta última haya gozado de la aceptación de la que ha gozado en los últimos años. Es una idea que compartirían Freud, los conductistas, los fenomenólogos, los terapeutas sistémicos y casi todos los que hemos defendido que la forma de ayudar a las personas que tienen problemas de esta naturaleza no consiste en reparar o compensar un déficit somático, sino en posibilitar una visión del problema que permita una forma de afrontarlo más beneficiosa para quien lo sufre.

No sabemos cómo resistirá esta propuesta de la DCP su traslado a la práctica clínica. Algunos aspectos de la misma parecen bastante provisionales. Pero señala un camino que abre la posibilidad de una nueva forma de escuchar el sufrimiento psíquico e intentar ayudar a quienes lo padecen. Que falta hacía.

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Alberto Fernández Liria es psiquiatra actualmente jubilado. Ha sido presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y miembro de la Comisión Nacional de Psiquiatría y del Comité Técnico de la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud.

Autor >

Alberto Fernández Liria

FOESSA constata que la exclusión aumentó en la Comunidad de Madrid tras la pandemia, y ese Gobierno no lo ve..

Los hogares con más probabilidades de exclusión social son 
aquellos tienen personas menores de 18 años.
El 22% de los madrileños se encuentra en exclusión social, 
370.000 personas más que antes del Covid-19.


Fila para la entrega de comida en la asociación de vecinos de Aluche por la crisis económica, derivada de la crisis sanitaria de la covid-19

Los principales resultados de este trabajo de investigación alertan de que la cohesión social en nuestra comunidad ha sufrido un “shock” sin precedentes como consecuencia de la tensión que ha sufrido la actividad económica y el empleo a causa de la irrupción del SARS CoV-2.

El informe que se ha presentado, junto con el informe global de la “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España”, ha sido desarrollado por 30 investigadores de 10 universidades y entidades de investigación. Un equipo de encuestadores profesionales ha llamado a más de 90.000 puertas a nivel estatal y 7.000 hogares en Madrid, recogiendo la información de casi 19.000 personas en el Estado, y 1.600 personas en Madrid.

Los resultados de esta investigación reflejan que en la Comunidad de Madrid un millón y medio de personas se encuentran en situación de exclusión social. Esto supone cinco puntos más que antes de la pandemia (del 17% en 2018 al 22%), es decir, 370.000 personas más en exclusión social. Es especialmente grave el aumento de las personas en situaciones más difíciles, con un aumento del 25% de las situaciones de exclusión severa, que alcanza ya a 800.000 personas.

Los resultados también indican un aumento de la desigualdad entre los más pobres, que han visto reducidas sus rentas un 22%, que contrasta con el crecimiento del 18 % de las rentas de las personas con mayores ingresos. El desplome de rentas del quintil con menores ingresos explica el aumento de la pobreza severa.
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Cuando se niega esa realidad, sin tan siquiera leer ese Informe, se hace flaco servicio a la sociedad; si además se es un representante y gestor de la sociedad quien lo niega, mal vamos: Básicamente, lo indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y retirados de este otro Madrid que es real”, reflexiona Marta Domínguez*.
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Ocho expertos en exclusión social desmontan al consejero de Ayuso: 
Si no ve pobres, demuestra su ceguera”.

Catedráticos y representantes de organizaciones que trabajan con los más vulnerables
 destacan el valor técnico y metodológico del informe de Cáritas 
frente a los argumentos del portavoz del Gobierno ante la exclusión social.

Cualquier académico sabe que la exclusión es más que la pobreza. Lo sabe el Eurostat, el INE y cualquier estadística”. Quien habla es Pedro Cabrera, catedrático de Sociología en la Universidad Pontificia de Comillas, con más de 36 años de investigación sobre la pobreza y exclusión social. Él es uno de los ocho expertos consultados por EL PAÍS para tratar de aclarar si el portavoz del Gobierno regional, Enrique Ossorio, tenía razón cuando el miércoles menospreció un informe de Cáritas, organización ligada a la Iglesia Católica, que eleva la exclusión social en la Comunidad de Madrid a niveles de 2008, con millón y medio de afectados. ”¿Por dónde estarán?”, se preguntó el consejero con sorna. Un día después, la presidenta madrileña, Isabel Diaz Ayuso, lo respaldaba: “Empeñarse en dibujar a un Madrid como una región de pobreza es absolutamente falso”.

Pero ninguno de los consultados avala su tesis.Siendo consejero de educación, demuestra poco nivel técnico y bajo mi punto de vista un nivel ético ínfimo al descalificar el programa FOESSA, que es el más completo, objetivo e independiente que hay en este país”, señaló ayer Cabrera. “Participan 150 investigadores de ocho universidades e institutos, lo que le da un carácter de estudio independiente que no tiene otro, y además se prolonga durante décadas, lo que nos permite hacer una visión longitudinal sobre la pobreza masiva y la exclusión galopante de este país”.

El catedrático continuó: “Que [Ossorio] se permita decir que no ve pobres, demuestra su ceguera, y no hay peor ciego que el que no quiere ver. Es una persona culta que ocupa una posición de relevancia, y sus declaraciones no pueden ser más que un empeño de su voluntad de no querer ver la pobreza y además en querer matar al mensajero, respetada por todo el mundo académico. Los pobres existen. Si no los ve, es que no los quiere ver o que se mueve en espacios de privilegio, o donde no tiene ocasión de cruzarse con los espacios de la periferia, marginalidad y ocultamiento”.

Sí, señor Ossorio, en Madrid hay pobres”, recalca también Carlos Susías, presidente de EAPN-ES y EAPN Europa, (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español, por sus siglas en inglés). ”Es intolerable e inaceptable la forma en la que [el consejero] se dirige a las personas en situación de pobreza”.

Ossorio: "Dicen que en Madrid hay tres millones de pobres. ¿Pues por dónde estarán?"

“Los datos de Cáritas siempre son rigurosos”

En opinión de este experto, los datos de Cáritas “siempre son rigurosos”. Y añade: Nuestro informe AROPE los corrobora y se elabora con datos oficiales de Eurostat y el INE, con indicadores comunes para toda la UE. La Comunidad de Madrid es una de las comunidades más ricas de España y Europa, pero mantiene unos niveles de pobreza insultantes y nada dignos para una región en la que el señor Ossorio es un alto responsable”.

”Negar la objetividad y validez de los indicadores de pobreza constituye una temeridad”, afirma Alexander Elu, especialista en pobreza de la ONG Save the Children. “Las estadísticas oficiales de pobreza y exclusión social ofrecidas por la Encuesta de Condiciones de Vida del INE adoptan una metodología e indicadores comunes y estandarizados en toda la Unión Europea”, puntualiza. “328.873 niños, niñas y adolescentes en Madrid viven en hogares con unos niveles de ingresos por debajo del umbral de la pobreza”.

Mónica Martínez-Bravo, profesora de Economía en el Centro de Estudios Monetarios y Financieros, institución de investigación de economía del Banco de España, cuestiona la metodología usada por Ossorio. ”Afortunadamente, tenemos datos estadísticos y la evaluación del nivel de pobreza no necesita ser determinada sobre la base de impresiones subjetivas (cómo lo que vemos al salir a la calle)”, puntualiza. “El consejero habla de objetividad, pero se contradice cuando sugiere que las impresiones subjetivas de los ciudadanos pueden tener más peso que un informe de Cáritas”.

Daniel Sorando, profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza y doctor en Sociología por la UCM, trata de interpretar las declaraciones del portavoz regional: “Pueden entenderse desde dos lógicas compatibles entre sí: por un lado, su ignorancia de la metodología con la que se mide la desigualdad y la pobreza en ciencias sociales; y, por el otro lado, su ignorancia de la sociedad que gobierna el equipo al que da voz”. Él remite a los datos del INE: “El 38,3% de los madrileños tenían dificultad o mucha dificultad para llegar a fin de mes en 2020; el 28,8% no puede afrontar ningún gasto imprevisto; el 23,8% no se puede ir de vacaciones al menos una semana al año; y el 10,8% no pueden mantener la vivienda a temperatura adecuada”.

Básicamente, lo indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y retirados de este otro Madrid que es real”, reflexiona Marta Domínguez*, profesora de Sociología Urbana de la Universidad Complutense de Madrid e investigadora sobre vulnerabilidad. “La vulnerabilidad y la pobreza son realidades sociales. Negarlas es legitimar que se puede seguir haciendo política para las clases acomodadas”.

A lo que agrega: “Vemos que la población vulnerable está agotando sus vías de subsistencia y no hay políticas públicas que ayuden. La retracción del estado del bienestar deja en la estacada a gran parte de la población y, en Madrid, a muchos colectivos (mujeres, inmigrantes, mayores, jóvenes precarios) que malviven y subsisten gracias a las redes informales y de apoyo mutuo”.

“Ossorio dice algo correcto y, a la vez, comete un grave error, señala Gabriela Jorquera, asesora en el Alto Comisionado para la Pobreza Infantil. “Es correcto que Madrid es una comunidad rica, pero lo que registramos es una enorme desigualdad: hay gran cantidad de altas rentas y a la vez un grupo grande de personas que vive en condiciones de mucha pobreza y precariedad económica”. Ella se extraña de que el consejero no conozca esta realidad, porque, recuerda, se concentra en barrios extensos de Madrid. “Basta que se dé una vuelta por Vallecas, Carabanchel, Parla o Fuenlabrada, regiones y distritos que concentran altas tasas de precariedad, pobreza y exclusión”, agrega. En su opinión, las declaraciones de Ossorio reflejan “una percepción muy antigua y desajustada de lo que es la pobreza: no es una marca visible, tiene que ver con las condiciones del día a día”.

“Nosotros avalamos este informe porque se incluyen expertos en toda esta materia”. recalca también Ernesto Gasco, otro asesor del Alto Comisionado para la Pobreza Infantil. “Esta es una imagen real. Las administraciones deberían de ser más respetuosas con estas organizaciones. Hay que poner en marcha instrumentos para paliar la brutal desigualdad de la Comunidad de Madrid”.

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* Marta Domínguez, asociada de la Asociación GSIAProfesora Sociología Urbana UCM (Premio extraordinario 2003). Previamente, trabajó en la administración local (1987-2002). Directora de la Revista UCM Sociedad e Infancias y miembro del comité académico del Master de Políticas de Infancia y Adolescencia de la Escuela de Gobierno de la UCM.  Coordinadora local del Master Erasmus Mundus 4 cities y miembro del grupo coordinador de la FES de Sociología Urbana. Ha publicado artículos sobre infancia y ocio, infancia y formas familiares, y además, sobre las dimensiones culturales de la ciudad y la integración, segregación socioespacial, desigualdad social, identidad urbana, colectivos vulnerables, planificación estratégica, etc.



“Parad el asesinato de niños”: Todo empezó el 20 de septiembre de 1972...

  "Stop de Kindermoord",
así consiguieron los holandeses que la bici ganara al coche.
Padres indignados por los accidentes provocados por los coches, 
estudiantes, burgueses y anarquistas 
lograron hace 50 años que este medio de transporte se impusiera al auto.

Tráfico de vehículos y bicicletas en la plaza Dam de Ámsterdam en los sesenta.
 Archivo Nacional de los Países Bajos / National Archief, CCO.

Todo empezó el 20 de septiembre de 1972, cuando el periódico De Tijd publicó en su portada la crónica del periodista Vic Langenhoff con un gran titular que rezaba "Stop de Kindermoord" (Parad el asesinato de los niños), después de que su hija mayor muriera atropellada a los 6 años de edad y la segunda resultara herida en otro impacto contra un vehículo.

Denunció lo que muchos padres, de puertas para adentro, sufrían y temían. De las 3.264 muertes por accidentes de tráfico registradas en 1972, el 14% era de menores de 15 años. Muchos de estos niños se aventuraban a circular por su barrio en bici y, al igual que los viandantes, los ciclistas se habían convertido en víctimas directas del aumento del tráfico en las ciudades. Según la Asociación Nacional de Ciclistas de los Países Bajos, Fietsersbond, en los años 70 se producían de media 500 accidentes de bicis contra vehículos, una cifra que se había reducido a 200 en 2013, a pesar del incremento constante del parque móvil en todo el país.

"Todo el mundo podía reconocerse en ese artículo, en el drama que estaba ocurriendo, porque todos sabíamos de alguien cuyo hijo había sufrido un accidente de tráfico", explica Maartje van Putten, quien fundó y dirigió el grupo activista nombrado igual que el titular del artículo periodístico, "Stop de Kindermoord". Van Putten era una madre joven de 20 años que vivía en una calle de Ámsterdam con mucho tráfico. "El artículo fue lo que nos impulsó a crear un movimiento de padres indignados por esta falta de seguridad", comenta. "Y ningún político, de izquierda a derecha, podía estar en contra de este mensaje, de frenar el número de niños víctimas de accidentes de tráfico", indica.

Mientras el coche representaba el desarrollo económico y el futuro en la Europa que se levantaba tras las Segunda Guerra Mundial, en Holanda surgía un movimiento social sin cabeza, de anarquistas, burgueses, madres de familia y estudiantes que reclamaban con fuerza el espacio para la bici. Pero la conquista de las dos ruedas nunca fue algo que pudiera darse por hecho. El azar, un contexto histórico favorable y el pragmatismo que tanto caracteriza a los holandeses obraron el milagro.

Durante los años que el movimiento permaneció activo, el grupo de presión organizaba manifestaciones, recorridos multitudinarios en bici y jornadas lúdicas en los barrios para promover el uso seguro de la bicicleta. Padres con pancartas cortando el tráfico en las calles principales de la ciudad empezaron a captar la atención mediática y a obtener el apoyo improvisado de los que pasaban por allí de casualidad. Al mismo tiempo, movimientos anarquistas como el de los Provos denunciaban el protagonismo del coche, al que veían como la máxima expresión de una sociedad de consumo dominada por la élite capitalista. Para ellos, la bicicleta era un símbolo de igualdad social y de libertad.

No muy lejos de las plazas donde unos y otros se manifestaban, la élite burguesa y conservadora de Ámsterdam se alineaba con los padres preocupados y con los jóvenes hippies para frenar la incursión del coche en un casco histórico que debía ser protegido y que ellos sentían la responsabilidad de preservar. "Holanda llegó tarde en la introducción del coche y el movimiento hippy era muy fuerte, incluso con representación política", comenta Gertjan Hulster, director del documental Together We Cycle. "La presión social de aquellos años logró frenar los nuevos planes urbanísticos de Ámsterdam, pero por muy poco: la decisión final se aprobó por un solo voto de diferencia en el pleno del ayuntamiento, lo que muestra el enorme apoyo que tenía la otra manera de concebir la ciudad, donde el coche dominaba la movilidad urbana", apunta.

Antes que el autobús, la bici

En los 50 y 60 la bici ya era el transporte prioritario en las ciudades holandesas. Antes del desarrollo económico de finales de los 60, los holandeses preferían subirse a la bici para ir al trabajo en lugar de esperar el autobús o el tranvía. "No tanto porque Holanda sea un país llano, sino porque las distancias son cortas, muchos trabajadores alquilaban su vivienda a la fábrica o a la empresa que les empleaba y esta solía estar a pocos kilómetros del lugar de trabajo", explica Gertjan Hulster. Los centros compactos y salpicados de canales de ciudades antiguas como Ámsterdam o Delft se recorrían mejor en bici, evitando los atascos habituales, mientras que los nuevos barrios obreros distaban entre 15 y 20 minutos en bici, un medio de transporte que además de ser más flexible que el colectivo, era completamente gratuito.

La historia también se encargó de popularizar la bicicleta en estos años previos al coche. Desde la imagen de la reina Guillermina subida en el sillín a finales de los años 30 a otras muchas posteriores de la familia real pedaleando durante visitas oficiales por el país, la casa de Orange se ha empleado a fondo en despojar la bicicleta de su estigma marginal que impera en otros lugares del mundo. Era, además, un símbolo de libertad y de resistencia. "Durante la Segunda Guerra Mundial, la bici surgió como el medio de transporte de los holandeses que rechazaban la ocupación nazi", relata el cineasta Gertjan, e indica que "las bicis eran incontrolables y a los soldados alemanes les irritaba mucho".

Cuando Holanda fue liberada en 1945, la bici pasó a ser el emblema de la libertad ganada, una imagen que terminó de consolidarse con la aparición de las llamadas Bicicletas Blancas (wittefietsenplan). El proyecto, creado por el provo Luud Schimmelpennink, fue el precursor de los sistemas de bicicletas compartidas que han proliferado en numerosas ciudades: una bici que el usuario podía tomar prestada durante media hora y de forma gratuita para realizar un trayecto corto dentro del casco urbano, devolviéndola después en otro de sus estacionamientos. En contra de lo que uno pueda pensar, el sistema fracasó en Holanda. Porque todo el mundo ya tenía bici propia.

 Los amantes de la bici se ponen en marcha

En su libro Bike City Amsterdam, el escritor y periodista Fred Feddes desvela las claves que han convertido a la ciudad holandesa en la capital mundial de las bicis. Y entre sus argumentos, hay uno que cobra especial importancia porque ha definido el devenir de la movilidad urbana en Holanda desde los años 70: la influencia de la Asociación Nacional de Ciclistas (Fietsersbond) en la política municipal. Fundada en 1975, contaba entonces con 600 miembros, un número que se disparó hasta los 10.000 en tan solo cuatro años. Hoy suman 30.000. Nació para defender las mismas ideas que los distintos grupos activistas: la bicicleta debía ser un transporte seguro y había que fomentar su uso para hacer de la ciudad un espacio más amable y habitable. "En cada reunión de los responsables municipales de urbanismo, en cada nuevo plan que se diseñaba, la asociación de ciclistas presentaba sus iniciativas para mejorar el uso de la bici", comenta Gertjan Hulster, a la vez que indica que "sin ellos, Holanda no sería el paraíso de las bicis que es hoy". La asociación se convirtió así en un grupo influyente fuerte cuyo primer logro fue convencer a las autoridades municipales de que la seguridad de los ciclistas pasaba por la creación de una red de carriles bici.

Tras su creación hace más de cuatro décadas, la asociación ha logrado pasos de gigante en la incorporación de la bici a la vida diaria. Desde presionar para que los carriles bici se construyan de manera independiente de la calzada por la que circulan los vehículos hasta la creación de aparcamientos de bici en todas las estaciones de tren, la movilidad que hoy existe en Holanda ha dejado espacio a las dos ruedas, a pesar de que el número de vehículos particulares no ha dejado de aumentar.

Un cambio que no fue visionario

Sorprende cómo las fuentes consultadas coinciden en la misma idea de fondo al analizar el éxito de la bici: no había ningún plan. El carácter universal del activismo de los años 70 fue posible gracias a que antes de la llegada del coche no había ningún grupo social determinado que se identificara con la bici más que otro. El sillín valía tanto para el hombre de negocios que se desplazaba con su maletín en la mano como para la madre que cuidaba de sus hijos y les llevaba en bici al colegio o el joven estudiante para quien la bici era el primer signo de emancipación. Sin una vestimenta específica, sin casco, sin un culto al objeto, "la bici era y es para los holandeses como un paraguas", define Fred Feddes en su libro. Y ese fue el secreto de su éxito. "En Holanda siempre se ha considerado la bici un medio de transporte, no un hobby ni un deporte", detalla Gertjan Hulster. "No hay nada especial en ella, el culto a las marcas va por otro lado y, además, siempre han montado en bici más mujeres que hombres porque era la forma más rápida y sencilla de hacer los recados del día a día", dice.

Si bien es de uso individual, la bici es también un instrumento de socialización. Las primeras distancias que un chaval recorre solo suelen ser para ir de casa al instituto, un camino por el que se va encontrando con otros compañeros con los que acaba pedaleando en grupo. La imagen es tan habitual y los holandeses están tan orgullosos de la libertad que otorgan a sus adolescentes que la Asociación de Ciclistas ha propuesto a la UNESCO incluir la figura del escolar en bici en el Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad de los Países Bajos.

"La bici es algo tan natural para nosotros que se podría decir que nacemos pedaleando", comenta Maartje van Putten y agrega: "Todos tenemos un coche y una bici. Pero la bici siempre". A la pregunta de por qué parecen las dos ruedas un elemento intrínseco del ADN holandés, algunos de los entrevistados comienzan mencionando la superficie llana del país como un factor determinante para que la introducción de la bici en el siglo XIX se arraigara. Pero después reconocen que no es el único motivo, ya que en otros países como China, donde este vehículo a pedales vivió décadas de esplendor a comienzos del siglo XX, ha quedado relegada al último escalón, por detrás del transporte público, los coches y las motos.

A las distancias cortas que existen en Holanda, se sumaría otra explicación sociocultural vinculada a la religión. Según Maarjte, "en la cultura calvinista impera la no ostentación y el 'yo puedo solo'". Para Gertjan "el igualitarismo y la cultura del esfuerzo que promueve el calvinismo también puede haber influido" porque lo cierto es que a pesar de ser un país llano, los Países Bajos son conocidos por su mal tiempo, algo que no impide a los ciudadanos subirse a la bici a diario, contra el viento y la lluvia.

Para que Ámsterdam se convirtiera en la capital mundial de las bicis y la cultura del ciclismo se asentara en Holanda como lo ha hecho, ha sido necesario más de un siglo de convivencia permanente con las dos ruedas. Ha hecho falta también el drama de numerosas víctimas de tráfico y la presión social de cientos de miles de personas que supieron protestar a tiempo. Le ha beneficiado un cierto retraso en la modernización de sus ciudades, todas de tamaño medio, y que a comienzos del siglo XX seguían sin tener grandes bulevares y avenidas que poder reconvertir después en arterias para los vehículos. Ha sido necesario pasar la costumbre de pedalear de generación en generación y por último, ha hecho falta el azar, como siempre, para hacer realidad la visión bien encaminada de unos pocos. Y es que la crisis del petróleo provocó que en 1973 y durante cuatro domingos consecutivos, la ciudad estuviera prohibida para el tráfico de coches. Sus habitantes pudieron comprobar lo que era vivir sin ellos por un día. Gracias a todo esto, los Países Bajos cuentan hoy con más bicis que habitantes y 37.000 kilómetros de ciclovías que se recorren a diario. "No fue fácil, pero se logró, ahora hay que saber mantenerlo", concluye la activista y hoy abuela Maartje van Putten.


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Hablando sobre la muerte y el duelo con niños y niñas.

¿Qué significa morir?, ¿qué creencias religiosas, espirituales o filosóficas tenemos los adultos sobre el final de la vida?, ¿qué preguntas se hacen los niños?, ¿por qué hablar con ellos de este tema?,  ¿cómo lo hacemos si a nosotros como adultos no cuesta y nos angustia asumir este hecho vital? 


Los niños y niñas se hacen infinidad de preguntas sobre la muerte sin necesidad de haber vivido un duelo o haber sentido el dolor de perder a un ser querido. Intuyen, observan y se dan cuenta perfectamente de los cambios que experimentan las plantas, los animales y las personas. Preguntarse el porqué de estos cambios no responde más que a su deseo de aclarar y confirmar lo que ya desde muy pequeños intuyen y quieren saber, porque lo que realmente vive un niño con mayor angustia es que sus cuestiones queden sin explicación.

Comprender este concepto no es sólo un cuestión racional sino que la emoción tiene un papel fundamental. Nosotros podemos explicar a los niños lo que la muerte significa pero su asimilación dependerá de su edad, su momento evolutivo y grado de madurez, sus experiencias vitales, su desarrollo cognitivo así como el estilo de comunicación que utilicemos y la actitud que tengamos ante este tema. Y es que saber no es lo mismo que asimilar lo que se sabe.

No importa si tenemos dudas o no tenemos respuestas para todo. De lo que se trata es de saber reconocer nuestras propias limitaciones, de acercarnos al niño no como “sabedores” de todo, sino como personas también limitadas con dudas y con preguntas sin resolver.

Para ayudarnos a dar respuesta a algunas de nuestras inquietudes como educadores, ya sea en el ámbito familiar o escolar, hay publicada bibliografía muy interesante (en español y en inglés) que nos invita a reflexionar y nos acerca pautas básicas a tener en cuenta a la hora de abordar este tema con nuestros hijos o nuestros alumnos:

Hablemos de Duelo: Manual Práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes. Fundación Mario Losantos del Campo, octubre de 2016.

Un manual práctico que podéis descargar de forma gratuíta y que ayuda a los padres, profesores y adultos en general a solucionar sus dudas sobre el duelo infantil y a encontrar la mejor forma de explicar a los niños qué es la muerte en las diferentes etapas del desarrollo. Señala aquellas emociones y cuestiones que son más habituales y nos ayuda a identificar los signos de alarma que debemos tener en cuenta en caso de que el niño necesite ayuda profesional.

Incluye un apartado para abordar este tema con personas con discapacidad intelectual.

Recoge bibliografía recomendada para educadores, cuentos para leer con los niños así como películas y otros recursos didácticos.

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Los basureros de aparatos digitales ponen en riesgo la salud de los niños. Informe OMS.

Los dispositivos electrónicos viejos son la basura doméstica de más crecimiento en el mundo. 
Su desecho no regulado amenaza la salud de las mujeres embarazadas y los niños,
En 2019 se produjeron 53,6 millones de toneladas de esos desechos 
y sólo el 17% se procesó adecuadamente.

La salud de niños, adolescentes y mujeres embarazadas de todo el mundo está en riesgo por el procesamiento ilegal de dispositivos eléctricos o electrónicos viejos, alertó este martes la
Organización Mundial de la Salud (OMS), 
en un nuevo informe sobre la toxicidad de esos aparatos.


La OMS señaló que la basura de aparatos electrónicos es el desecho doméstico que crece más rápidamente en el planeta y detalló que los datos de la Asociación Mundial de Estadísticas de Residuos Electrónicos (GESP) indican que, en 2019, por ejemplo, se produjeron 53,6 millones de toneladas de esos desperdicios y apenas el 17,4% se registró como recolectado y reciclado de manera adecuada.


Si bien se desconoce el destino de los desechos electrónicos restantes, es poco probable que se hayan gestionado y reciclado respetando el medio ambiente, dice el estudio.

En este sentido, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirmó que la amenaza para la salud aumenta a la par del “tsunami creciente de desechos electrónicos”.

“De la misma manera que el mundo se ha unido para proteger los mares y sus ecosistemas de la contaminación por plásticos y microplásticos, debemos unirnos para proteger nuestro recurso más valioso, la salud de nuestros niños, del peligro cada vez mayor de los desechos electrónicos”, puntualizó Tedros.

Envío ilegal a países de renta baja

Aunque los desechos electrónicos generalmente terminan en vertederos, hay cantidades significativas que a menudo se envían ilegalmente a países de ingresos bajos y medianos donde los trabajadores informales, incluidos niños y adolescentes, recogen, desmantelan o utilizan ácido para extraer metales y materiales valiosos de esa basura.

De acuerdo con los datos de la OMS, unos 12,9 millones de mujeres trabajan en el sector informal de desechos, exponiendo su salud y la de sus hijos, que pueden nacer dañados por los productos tóxicos.

Además, el informe estima que más de 18 millones de jóvenes y niños, algunos de hasta cinco años, están involucrados activamente en el sector industrial, del cual el procesamiento de desechos electrónicos es sólo una pequeña parte.

Las evidencias han mostrado que los métodos informales de eliminación de materiales de los desechos tiene una variedad de efectos en la salud, especialmente en la salud infantil.

La OMS explicó que el reciclaje de desechos electrónicos afecta particularmente a quienes se encuentran en etapas vitales de desarrollo físico y neurológico, por lo que los niños, los adolescentes y las mujeres embarazadas los más vulnerables.

Los niños son más susceptibles a los productos químicos tóxicos porque absorben contaminantes en relación con su tamaño. Y como algunos de sus órganos no están completamente desarrollados todavía, son menos capaces que los adultos de eliminar las sustancias nocivas.


Problema no reconocido

“La gestión inadecuada de los desechos electrónicos es un problema creciente que muchos países aún no reconocen como una cuestión de salud”, apuntó la autora principal de la investigación, Marie-Noel Brune Drisse.

La experta advirtió que si no se toman medidas ahora, “su impacto será devastador para la salud de los niños y supondrá una pesada carga para el sector sanitario en los próximos años ”.

El informe “Niños y vertederos digitales” plantea las múltiples dimensiones del problema y recomienda acciones y prácticas que los gobiernos y otras partes implicadas pueden emprender para evitar los riesgos.

Instrumento vinculante

Entre otras disposiciones, pide un instrumento vinculante con el objetivo de que los exportadores, importadores y gobiernos garanticen que los desechos electrónicos se eliminen de forma racional y benigna para el medio ambiente, la salud y seguridad de los trabajadores y las comunidades.

También insta al sector de la salud a que reduzca los efectos adversos de los desechos electrónicos mediante la creación de capacidad para diagnosticar, monitorear y prevenir la exposición a tóxicos, y aboga por mejores datos e investigaciones de salud sobre los riesgos que encaran los trabajadores informales que lidian con desechos electrónicos.

“Los niños y adolescentes tienen derecho a crecer y aprender en un ambiente saludable, y la exposición a desechos eléctricos y electrónicos y sus muchos componentes tóxicos incuestionablemente impacta ese derecho”, sostuvo Maria Neira, directora del Departamento de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la OMS. .

Agregó que el sector de la salud puede proporcionar liderazgo y promoción, realizar investigaciones, influir en los responsables de la formulación de políticas, involucrar a las comunidades y llegar a otros sectores para exigir que las preocupaciones de salud se conviertan en un elemento central de las políticas de desechos electrónicos.
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