La salud de los niños no solo está correlacionada con la educación,
la profesión y los ingresos de los padres, como ya se sabía.
También lo está con otros factores socioeconómicos:
la estructura de la familia, el origen geográfico de los progenitores, la situación o no de desempleo,
y la cantidad y calidad de las redes sociales familiares.
Los niños que crecen en las familias más vulnerables
tienen más probabilidades de crecer con peor salud física y mental.
Isabel Iguacel Azorín y Luis Alberto Moreno Aznar,
Observatorio Social de la Caixa.
Puntos clave
- 1 Uno de los condicionantes más importantes de la salud son los hábitos de vida y, en particular, los patrones de alimentación. Tanto unos como otros tienen mucho que ver con las desigualdades socioeconómicas.
- 2 Una red social de apoyo escasa es la variable más relevante respecto a problemas de salud, en especial cuando el aislamiento social de los padres persiste en el tiempo. Está relacionada con problemas psicosociales, pero también de dieta, ejercicio, sedentarismo o sobrepeso.
- 3 Una acumulación de vulnerabilidades sociales aumenta el riesgo de estilos de vida poco saludables. Los niños de 6 años que crecen en hogares con más de tres factores socioeconómicos en su contra (también llamados “vulnerabilidades”), muestran una tasa de sobrepeso y obesidad de más del doble que la del resto de niños.
- 4 Para niños nacidos en España, los datos muestran que los niños gitanos y los de padres latinoamericanos tienen, respectivamente, 4 y 3 veces más probabilidades de tener sobrepeso u obesidad a la edad de 6 años que los niños de padres españoles no gitanos.
- 5 Los niños cuyos padres son de origen inmigrante o no tienen trabajo pasan más tiempo ante una pantalla y participan menos en actividades deportivas que el resto de niños.
Relación entre vulnerabilidades sociales y dieta no saludable
Independientemente
de los indicadores socioeconómicos clásicos (educación, profesión,
ingresos), también hay diferencias en salud asociadas a otras
vulnerabilidades sociales. El 65,1% de los niños cuyos padres
manifestaron tener una red social escasa seguían un patrón no saludable,
frente al 38,7% de menores cuyos padres tenían una red social amplia.
El 57,4% de los niños con padres desempleados también seguían este
patrón, frente al 46% con padres con trabajo.
El gradiente de salud
•
La salud de una persona y su situación socioeconómica están
correlacionadas. En concreto, a mejor situación socioeconómica, mejor
salud; y a peor situación, peor salud. Se trata de una correlación que
se da tanto en España como en todos los países del mundo,
independientemente de su nivel medio de renta. A esto se le llama el
gradiente socioeconómico de la salud, y discurre desde la cúspide hasta
la base del espectro socioeconómico, afectando a toda la población. Por
supuesto, los niños no escapan a este fenómeno.
• Conocer las
causas del gradiente socioeconómico es el primer paso para resolver las
desigualdades de salud. Las intervenciones en este sentido deberían
tener en cuenta las diversidades étnicas, sociales y económicas de las
familias para reducir las desigualdades en la salud de los niños.
Las
desigualdades en materia de salud pueden surgir durante la infancia y
determinar la salud futura, especialmente si no se aplican medidas
correctoras. Además de los indicadores clásicos, existen otros
indicadores de carácter social, no tan estudiados, como son la cantidad y
la calidad de las redes sociales de apoyo, el tipo de estructura
familiar, el desempleo y el origen geográfico de los padres, que afectan
a la salud infantil independientemente de la educación, de la ocupación
y de los ingresos de los padres.
Los niños pertenecientes a
grupos vulnerables en estos aspectos menos estudiados suelen mostrar
peores estilos de vida, registran mayores niveles de sedentarismo,
menores niveles de actividad física, siguen una dieta menos saludable y,
por esto, mayores niveles de obesidad. En resumen, presentan peores
niveles de salud física y mental.
Sin entender cómo interactúan
estos factores no podremos comprender a qué se debe exactamente lo que
se denomina el gradiente socioeconómico de la salud: es decir, el
fenómeno según el cual un nivel socioeconómico más alto o más bajo
determina una salud mejor o peor. Se trata de una correlación que
observamos tanto en España como en todos los países de Europa. Conocer
las causas de este gradiente sería el primer paso para resolver las
desigualdades.
1. Desigualdades en salud al alza
Las
condiciones sociales y económicas de las personas inciden en el riesgo
de enfermar. Nuestra salud está determinada por la interacción de las
características personales con el entorno físico, familiar, social y
cultural, así como por factores políticos, como los servicios de salud a
los que podemos acceder.
A su vez, las desigualdades en salud
están causadas por la distribución desigual de estos determinantes de la
salud. Los datos indican que, en general, cuanto más baja es la
situación socioeconómica de una persona, peor salud tiene. Visto desde
la perspectiva contraria, un mayor estatus socioeconómico actúa como un
factor protector para la salud de los individuos. Este gradiente social
de la salud, según la OMS, discurre desde la cúspide hasta la base del
espectro socioeconómico. Se trata de un fenómeno mundial, observable en
los países de ingresos altos, medianos y bajos. Los niños no escapan a
esta evidencia.
En los últimos años, como consecuencia de la
crisis económica de 2008, las desigualdades en la salud en Europa se han
incrementado y el gradiente social se ha acentuado. Si consideramos que
la salud es un derecho universal que no debería estar sujeto a
condicionantes económicos o sociales, las desigualdades en salud, ya se
den entre grupos de personas dentro de un mismo país o entre países,
pueden considerarse injustas si con políticas adecuadas se podría acabar
con ellas. Además, la existencia de un gradiente social de la salud
implica que las desigualdades en salud afectan a todos.
Cuanto mayor es la desventaja social de una persona, peor es su salud.
La población infantil no escapa a esta evidencia.
Reflejamos
en este trabajo los resultados del estudio IDEFICS (Identification and
prevention of Dietary- and lifestyle-induced health EFfects In Children
and infantS), cuyo objetivo fue analizar la asociación entre las
vulnerabilidades sociales y los estilos de vida y la salud física y
mental en niños europeos. El estudio incluyó a más de 16.000 niños de 2 a
9 años de ocho países europeos (Bélgica, Chipre, Estonia, Alemania,
Hungría, Italia, España y Suecia). Para contar con datos prospectivos,
los niños fueron evaluados dos años después de iniciarse el estudio. En
el caso concreto de España, se realizó otro estudio, el CALINA, que
incluyó a más de 1.600 niños de Aragón.
Los niños objeto del estudio fueron clasificados en cuatro grupos vulnerables según:
1. Estructura familiar.
A efectos del estudio, se consideró familia tradicional a la que los
niños vivían con ambos progenitores. El resto de los modelos familiares
se consideraron familias no tradicionales.
2. Red social.
Niños cuyos padres carecían de una red social, es decir, que en caso de
necesidad no podían contar con nadie o con solo una persona de apoyo.
3. Origen étnico.
Niños cuyos padres eran inmigrantes, considerando tanto si ambos
progenitores o solo uno de ellos habían nacido en un país diferente del
lugar donde se realizó el estudio. Igualmente, en el caso concreto de la
obesidad, y con datos referidos a menores nacidos en España, se tuvo en
cuenta también si los menores eran o no de etnia gitana.
4. Situación laboral de los padres. Niños con uno o ambos padres desempleados o beneficiarios de alguna prestación social.
2. Sobrepeso y obesidad infantil
La
obesidad se ha convertido en uno de los principales problemas de salud
pública del mundo desarrollado y, de forma muy preocupante, entre la
población infantil. De hecho, la OMS considera la obesidad infantil uno
de los desafíos de salud pública más graves del siglo XXI.
Aunque
no es el único trastorno de la salud que presenta gradiente social, la
obesidad está muy condicionada por hábitos y estilos de vida que, a su
vez, se ven influenciados por vulnerabilidades sociales. Concretamente,
la dieta y los niveles de actividad física y sedentarismo son claramente
diferentes en los grupos socialmente vulnerables y los de nivel
socioeconómico más bajo, respecto al resto de la población. Los grupos
de nivel socioeconómico más bajo tienen aproximadamente dos veces más
posibilidades de convertirse en obesos, y por tanto de tener un mayor
riesgo de diabetes tipo 2, problemas músculo-esqueléticos, enfermedad
isquémica del corazón, infarto o problemas psicosociales, en comparación
con los grupos de nivel socioeconómico más alto. De hecho, muchas de
las mortalidades prematuras que se ven en los grupos de nivel
socioeconómico más bajo pueden ser explicadas por enfermedades
relacionadas con la obesidad (Robertson A., 2007).
La
prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños españoles es una de las
más altas
en Europa y varía entre minorías y grupos socioeconómicos.
Entre
las razones que se han sugerido para explicar estas diferencias,
aparece el hecho de que las personas de nivel socioeconómico más bajo
viven generalmente en barrios con una mayor densidad de establecimientos
de comida rápida, menor disponibilidad de frutas y verduras frescas y
de espacios inseguros para la realización de la actividad física
(Cummins & Macintyre, 2006). Sin embargo, es necesario un análisis
más profundo que permita desvelar las causas subyacentes.
3. Obesidad: desigualdades socioeconómicas y étnicas en España
La
mayoría de los estudios que han intentado describir los factores
socioeconómicos implicados en las diferencias en obesidad infantil se
han llevado a cabo en Estados Unidos. Los resultados han mostrado una
mayor prevalencia de sobrepeso y obesidad entre los niños afroamericanos
e hispanos en comparación con los niños blancos no hispanos. En Europa,
los estudios también han examinado las variaciones étnicas en el
sobrepeso/obesidad infantil. Los niños pertenecientes a minorías étnicas
(especialmente marroquíes, turcos, latinoamericanos, subsaharianos y
caribeños) son más propensos al sobrepeso y a la obesidad que los niños
no pertenecientes a minorías en algunos países europeos. Otras minorías,
como la etnia gitana, también presentan mayores tasas de obesidad en
comparación con los niños no gitanos.
La prevalencia de sobrepeso
y obesidad en niños españoles es una de las más altas de Europa y varía
entre minorías y grupos socioeconómicos. Nuestra investigación,
realizada con niños nacidos en España, mostró que los niños de etnia
gitana y los de padres latinoamericanos tenían, respectivamente, 4 y 3
veces más posibilidades de tener sobrepeso u obesidad a la edad de 6
años que los niños de padres españoles no gitanos. Como vemos en el
gráfico 1, a los 6 años los niños cuyos padres eran de origen español no
gitano tenían un porcentaje de obesidad del 28,6% frente al 72,4% de
los niños españoles gitanos y el 52,7% de los niños cuyos padres tenían
origen latinoamericano.
Los
niños pertenecientes a estos grupos minoritarios están más expuestos a
un mayor número de vulnerabilidades, lo que posiblemente conduce a
entornos que favorecen la obesidad, caracterizados por bajos niveles de
actividad física, dietas de alta densidad energética y un estilo de vida
sedentario en comparación con grupos no vulnerables.
Asimismo,
en nuestra investigación observamos que la tasa de sobrepeso y obesidad
en niños de 6 años era más de dos veces mayor en los que presentaban una
acumulación de tres vulnerabilidades (pertenecientes a un grupo
minoritario, con padres de baja ocupación y bajo nivel educativo) que en
niños sin vulnerabilidades. Una acumulación de vulnerabilidades
sociales aumenta el riesgo de estilos de vida poco saludables.
El
estudio evidencia que, a pesar de la estabilización de las tasas de
prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños en España y otros países
desarrollados, la población infantil de grupos vulnerables (los que
pertenecen a grupos minoritarios y de bajo estatus socioeconómico) no se
ha beneficiado de esta tendencia.
4. El patrón alimentario
Hay
factores que inciden directamente en la obesidad: la dieta, la
actividad física y el sedentarismo. El primer aspecto que debemos
analizar es el patrón alimentario y de qué forma las desigualdades
socioeconómicas en la infancia pueden determinarlo y, por lo tanto,
condicionar la salud futura de estas personas.
Para estudiar el patrón alimentario, se consideran tres patrones dietéticos: un grupo procesado, caracterizado por una alta frecuencia de consumo de snacks, comida rápida y carne procesada (por ejemplo, embutidos, hamburguesas, salchichas…); un grupo dulce, que muestra una frecuencia de consumo mayor que el promedio de alimentos dulces y bebidas azucaradas; y un grupo saludable, caracterizado por una frecuencia de consumo más alta que el promedio de frutas, verduras y productos integrales.
Una acumulación de vulnerabilidades sociales aumenta el riesgo de estilos de vida poco saludables.
Está
demostrado que las personas con estatus socioeconómico más bajo son más
propensas a seguir dietas de peor calidad nutricional. En un trabajo
reciente, basado en los datos del estudio IDEFICS, se constató que los
hijos de padres pertenecientes a los grupos de menores ingresos,
ocupación y educación tendían a seguir los patrones no saludables
(patrones procesado y dulce), mientras que los hijos de padres con mayor
formación y con ingresos medios eran más propensos a seguir el
patrón saludable.
Así, como se ve en el gráfico 2, el 56,4% de
los hijos de padres con estudios bajos seguían un patrón procesado,
porcentaje que disminuía al 40,1% si tenían estudios altos. En cuanto a
ingresos, y también para este tipo de alimentación, el porcentaje era
del 58,9% en el caso de hijos de familias con ingresos bajos.
Independientemente
de estos indicadores clásicos, nuestro trabajo observó diferencias
asociadas a otras vulnerabilidades sociales. Como se comprueba en el
gráfico 3, el 65,1% de los niños cuyos padres manifestaron tener una red
social escasa seguían un patrón procesado, frente al 38,7% de menores
cuyos padres tenían una red amplia, es decir, que en caso de necesidad,
podían contar con al menos dos personas. El 57,4% de los niños con
padres desempleados también seguían este patrón, frente al 46% con
padres con trabajo.
En
cuanto al patrón saludable, los datos también ponen de relieve las
vulnerabilidades sociales: este patrón se da en un 36,9% de niños cuyos
dos padres trabajan, frente a un 22,1% de los niños de familias con
algún miembro sin empleo; y se da también en un 32,5% de niños de
familias tradicionales, frente al 27,8% de los niños de familias
monoparentales.
Con respecto a los patrones dietéticos en los
diferentes países (véase el gráfico 4), el grupo procesado se observó
principalmente en España, Italia y Chipre, mientras que casi todos los
niños suecos estaban en el grupo saludable. El grupo dulce estuvo
representado mayormente por niños belgas y alemanes.
Las
razones que habitualmente se esgrimen para explicar estas diferencias
en los patrones dietéticos son el precio, la accesibilidad y la
disponibilidad de los productos. En un reciente estudio realizado en
Estados Unidos, también se ha señalado como una posible razón la
diferente exposición a los anuncios de televisión de comida basura y
refrescos. Concretamente, los niños afroamericanos están un 50% más
expuestos a este tipo de anuncios que los caucásicos (Fleming-Milici
& Harris, 2016).
5. Actividad física y tiempo frente a una pantalla
La
práctica de una actividad física regular durante la infancia se asocia a
una mejor salud músculo-esquelética y cardiovascular y una adiposidad
menor. Por el contrario, una actividad física insuficiente y una
exposición excesiva a pantallas (ya sea de televisión, ordenadores,
tabletas, móviles o consolas) se asocian a unos peores resultados de
salud. Por lo tanto, el aumento de la actividad física y la disminución
del tiempo sedentario son prioridades de salud pública.
La
Organización Mundial de la Salud establece unas pautas para niños de 5 a
18 años de al menos una hora de actividad física de moderada a vigorosa
por día (Organización Mundial de la Salud, 2010). Asimismo, la Academia
Estadounidense de Pediatría recomendaba, cuando se hizo el estudio
IDEFICS, limitar el tiempo de pantalla a no más de dos horas al día
(Academia Estadounidense de Pediatría, 2001). Sin embargo, el año pasado
esta misma institución redujo a una hora la recomendación de tiempo de
pantalla para los niños de 2 a 5 años. Para niños a partir de 6 años,
recomienda el establecimiento de límites coherentes sobre el tiempo
dedicado a las pantallas y los contenidos, de tal modo que se pueda
garantizar que su uso no acapare el tiempo para un sueño y una actividad
física adecuados, así como para otros comportamientos esenciales para
la salud.
Los
menores de grupos sociales más desfavorecidos suelen mostrar peores
estilos de vida
y tienden a registrar mayores niveles de sedentarismo.
A
pesar de los beneficios que comportan estas recomendaciones, muchos
niños no las siguen. Y, como se observa en el gráfico 5, los niños de
grupos vulnerables presentaron peores indicadores de actividad física.
Los resultados mostraron que los niños cuyos padres manifestaron tener
una red social de apoyo escasa tenían mayores probabilidades de no
seguir las recomendaciones de actividad física. Igualmente, los
resultados evidenciaron un mayor riesgo de tiempo de pantalla excesivo
en niños con padres desempleados y de origen inmigrante, así una menor
probabilidad de participar de manera regular en actividades deportivas
organizadas. Esta tendencia se pudo apreciar en todos los grupos
vulnerables, independientemente del ingreso familiar, ocupación parental
y educación de los padres (I. Iguacel, J. M. Fernandez-Alvira et al., 2017).
La
actividad física y el tiempo sedentario de los niños se monitorizaron
mediante el uso de acelerómetros (dispositivos que permiten registrar
objetivamente la cantidad y el nivel de actividad física) y de
cuestionarios contestados por los padres. Se les preguntó sobre el total
de horas y minutos que los niños dedicaban a jugar al aire libre, así
como el tiempo que los menores pasaban viendo TV, DVD, videos, o jugando
a la consola o al ordenador, entre semana y los fines de semana. Los
padres informaron, además, de la práctica deportiva en alguna entidad
organizada («pertenencia a un club deportivo»), ya que los niños que
pertenecen a alguna asociación deportiva tienen más posibilidades de
hacer ejercicio físico y probablemente de interactuar más con otros
niños. En este sentido, los porcentajes más altos de niños que no
pertenecían a un club deportivo se dieron entre los hijos de padres
desempleados (67%), con red social escasa (62,4%) e inmigrantes (61,5%).
6. Menores, salud mental y gradientes sociales
El
nivel socioeconómico y las vulnerabilidades sociales no solo afectan a
la salud física sino también a la salud mental de los niños. Diversos
estudios han evidenciado la relación entre bajos niveles socioeconómicos
y una peor salud psicológica (desórdenes de atención e hiperactividad),
dificultades emocionales (depresión, ansiedad) y problemas sociales y
de comportamiento (consumo de drogas, delincuencia) (Reiss, 2013). Entre
las razones de estas diferencias se ha señalado que las desventajas
sociales y económicas afectan a la estabilidad familiar, repercutiendo
negativamente en los estilos de crianza o en los estilos parentales.
En
el gráfico 6 se muestran las relaciones entre las distintas
vulnerabilidades sociales y los problemas psicosociales (problemas
internalizados, como la depresión y la ansiedad, y bajos niveles de
bienestar mental). Se observa que los niños pertenecientes a grupos
vulnerables presentan un mayor porcentaje de problemas internalizados y
niveles menores de bienestar mental en comparación con los niños de
grupos no vulnerables (I. Iguacel, N. Michels et al., 2017).
De
las vulnerabilidades estudiadas, contar con una red social de apoyo
escasa fue la más asociada con mayores problemas psicosociales,
específicamente cuando el aislamiento social de los padres persistía en
el tiempo. Esto podría explicarse porque los padres que tienen una red
social sólida pueden actuar como modelos para sus hijos en los patrones
de amistad, tanto por tener acceso a un mayor círculo de relaciones como
por poder beneficiarse de las diferentes experiencias que estas
amistades les aportan.
Con respecto a la estructura familiar,
los niños de familias no tradicionales tenían un mayor riesgo de sufrir
problemas psicosociales que los niños de familias tradicionales. En
cambio, aunque el 20,6% de los niños cuyos padres estaban desempleados
presentaron problemas internalizados, no se detectó una asociación
estadísticamente significativa entre la situación de desempleo y los
problemas de los niños.
7. Conclusiones
La
educación, la ocupación y los ingresos de los padres actúan como
factores predictores de la salud de sus hijos. No obstante, además de
estos indicadores clásicos, hay que tener en cuenta, también, otros
factores socioeconómicos, como la red de apoyo, el origen, la estructura
familiar y el estado laboral de los padres, que pueden afectar
negativamente a los niños a través de factores de comportamiento, salud
mental y biológicos. Los niños pertenecientes a grupos vulnerables en
estos aspectos presentan peores niveles de salud física y mental.
Concretamente, los estudios han mostrado que los niños de grupos
sociales más desfavorecidos tienen más problemas psicosociales y
muestran además mayores niveles de obesidad infantil, estilos de vida
menos saludables, mayores niveles de sedentarismo, menores niveles de
actividad física y siguen una dieta peor.
Por tanto, las
intervenciones a nivel de salud deberían tener más en cuenta las
diversidades étnicas, sociales y económicas para crear políticas
eficaces que lograran la reducción de las desigualdades manifiestas en
la salud de los niños. Así, un desafío futuro es trabajar sobre las
dietas y los entornos de los niños con vulnerabilidades acumuladas, para
hacer que los que crecen en entornos desfavorecidos tengan estilos de
vida más saludables, que les ayuden a disminuir los niveles de obesidad y
las consecuencias negativas derivadas de la misma. Igualmente, y para
contrarrestar los efectos negativos que las vulnerabilidades sociales
conllevan en la salud mental de los niños, las políticas sociosanitarias
deberían implementar medidas para fortalecer el apoyo social de los
padres que carecen de una red social adecuada.
La prevención de
la obesidad infantil es clave para la prevención futura de la obesidad y
los problemas y enfermedades asociadas, como la diabetes tipo 2,
problemas musculo-esqueléticos, alteraciones del sueño, hipertensión,
síndrome metabólico o problemas psicosociales, entre otros. Estas
enfermedades están asociadas a la mayoría de las muertes en los países
desarrollados y su prevención supone evitar mayores costes futuros tanto
directos como indirectos derivados del tratamiento médico.
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Iguacel, I., J.M. Fernandez-Alvira, K. Bammann, C. Chadjigeorgiou, S. De Henauw, R. Heidinger-Felso . . . L.A. Moreno (2017): «Social vulnerability as a predictor of physical activity and screen time in European children», International Journal of Public Health.
Iguacel, I., J.M. Fernandez-Alvira, I. Labayen, L.A. Moreno, M.P. Samper y G. Rodríguez (2017): «Social vulnerabilities as determinants of overweight in 2-, 4- and 6-year-old Spanish children», European Journal of Public Health, 27(5).
Iguacel, I., N. Michels, J.M. Fernandez-Alvira, K. Bammann, S. De Henauw, R. Felso . . . L.A. Moreno (2017): «Associations between social vulnerabilities and psychosocial problems in European children. Results from the IDEFICS study», European Child & Adolescent Psychiatry, 26(9).
Iguacel, I., J.M. Fernandez-Alvira, K. Bammann, B. De Clercq, G. Eiben, W. Gwozdz . . . L.A. Moreno (2016): «Associations
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McGill, R., E. Anwar, L. Orton, H. Bromley, F. Lloyd-Williams, M. O’Flaherty . . . S. Capewell (2015): «Are interventions to promote healthy eating equally effective for all? Systematic review of socioeconomic inequalities in impact», BMC Public Health, 15(457).
Organización Mundial de la Salud (2010): Recomendaciones mundiales sobre actividad física para la salud, Ginebra: OMS.
Reiss, F. (2013): «Socioeconomic inequalities and mental health problems in children and adolescents: a systematic review», Social Science and Medicine, 90.
Robertson, A., T. Lobstein y C. Knai (2007): «Obesity and socio-economic groups in Europe: evidence review and implications for action».
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