Los alumnos de colegios con aire más contaminado desarrollan menos la memoria
15 JUN 2015
El Pais.com
La contaminación explicaría hasta el 50% de los problemas de atención y un 20% de los problemas en memoria de trabajo [los procesos mentales para almacenar temporalmente la información y manipularla]”, apunta Sunyer.
Su trabajo, que se publica hoy en la revista científica estadounidense PNAS, forma parte del proyecto Breathe, financiado con 3,5 millones de euros por la Comisión Europea.
“Nuestra conclusión es que hay que crear más zonas verdes dentro de
los colegios y alrededor de ellos”, expone Sunyer. Su equipo, con
investigadores de la Universidad de California (EE UU) y otras
instituciones europeas, señala a un posible culpable de este vínculo: el
carbono negro, unas partículas muy finas generadas principalmente en la
combustión de los motores diésel. Esta contaminación puede influir en
la maduración del cerebro y en el desarrollo mental de los niños, según
estudios realizados en animales. Los árboles la contrarrestan.
“Estas partículas miden menos de 0,7 micras [millonésimas partes de
un metro], entran hasta el fondo del pulmón y llegan a inflamar el
cerebro. La contaminación explicaría hasta el 50% de los problemas de
atención y un 20% de los problemas en memoria de trabajo [los procesos
mentales para almacenar temporalmente la información y manipularla]”,
apunta Sunyer. Su trabajo, que se publica hoy en la revista científica estadounidense PNAS, forma parte del proyecto Breathe, financiado con 3,5 millones de euros por la Comisión Europea.
El carbono negro, unas partículas muy finas
generadas en la combustión de los motores diésel, puede interferir en el
desarrollo cerebral de los niños.
Los 600 niños analizados en colegios con menos zonas verdes presentan
un 5% menos de desarrollo cognitivo que los 600 chavales en escuelas
más arboladas, subraya el epidemiólogo holandés Mark Nieuwenhuijsen,
coautor del estudio y también investigador del CREAL. “Un 5% de
promedio en una población es mucho”, valora. Los científicos no han
detectado ninguna influencia de factores socioeconómicos. En Barcelona,
los colegios con más zonas verdes no están necesariamente en los barrios
más ricos.
Los autores tampoco han observado en el fenómeno un papel importante
del ruido del tráfico o del mayor ejercicio físico asociado a las zonas
arboladas, aunque no lo descartan. “Desconocemos cuáles son los
mecanismos, más allá de la reducción de la contaminación. Podemos
especular con teorías neuropsicológicas, que sugieren que la naturaleza
tiene propiedades antiestrés, pero las evidencias científicas sobre ello
no son muy contundentes”, admite Sunyer.
Una de las principales limitaciones del estudio es que no ha
demostrado una relación causa-efecto, sino que solo ha detectado un
posible vínculo. “No podemos estar seguros de que las asociaciones
observadas entre el desarrollo cognitivo y las zonas verdes no estén
debidas a factores no considerados por los autores”, opina Andy Jones, experto en salud pública de la Universidad de Anglia del Este (Inglaterra), en la web Science Media Centre.
Jones, ajeno al estudio, recalca que los autores han medido las zonas
verdes mediante satélites. “Saben la cantidad de vegetación en el
entorno de los niños, pero no si los niños realmente entraron en
contacto con ella”, matiza. Otro punto débil del trabajo, según Jones,
es que solo tiene en cuenta el nivel educativo de las madres de los
niños. “Podría ser que otras características familiares no tenidas en
cuenta pudieran explicar las asociaciones observadas, al menos
parcialmente”, remacha.
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