Niño rico, Niño pobre


Heike Freire, socia GSIA.
Publicado en el periódico Escuela.   

 "mucha magia y mucha suerte tienen los niños de hoy 
que consiguen ser simplemente… niños".
Eduardo Galeano.

Hace unos años, en el norte de India, tuve una de las experiencias más difíciles de mi vida. Había donado una pequeña cantidad a una escuela para niños pobres fundada por un conocido gurú. Entusiasmada, la directora me invitó a repartir en persona, el fruto de mi generosidad: algo más de un centenar de zapatos y calcetines nuevos para proteger a sus alumnos durante los dos meses de crudo invierno. Impecablemente uniformados, al más puro estilo inglés, aquellos piececillos salían de los charoles de plástico pálidos, sudorosos, hinchados y arrugados. Al verlos, deseé con todas mis fuerzas que volvieran a ir descalzos, libres para sentir las texturas del suelo, para extender sus “raíces” y renovar su energía vinculándose al campo electromagnético de la tierra. Me pareció que la mayoría de las criaturas prefería también andar sin suelas. Pero todas callaban y sonreían, así que decidí hacer lo mismo. 

Meses después, durante una conferencia en un encuentro internacional sobre ecología y sostenibilidad, uno de los asistentes observó que les estaba mostrando imágenes de “niños ricos descalzos y subidos a los árboles”, mientras otros ponentes les habían enseñado niños pobres… en idénticas condiciones. Pobres niños pobres que no tienen escuela. 
Y pobres niños ricos que no pueden disfrutar de la naturaleza…Al final, todos pobres… 
No es fácil definir la pobreza. Y tal vez, con demasiada frecuencia, la confundimos con la sencillez y la simplicidad. 
Tendemos a pensar que todo lo natural es humilde, de alguna forma “insuficiente”. Lo fabricado, lo artificial resulta en cambio mucho más atractivo. 
Sin embargo, sabemos que una vez satisfechas necesidades básicas como agua, alimento y refugio, son los vínculos afectivos y las experiencias vitales (más que los bienes materiales) las que nos hacen felices. Un niño que juega con un palo o una piedra puede parecer pobre. 
Si se la cambiamos por un caballo de madera, un Ipad, o una muñeca que habla, lo convertimos en un niño rico. Pero también le estamos robando, aunque solo sea un pedacito de lo más valioso que posee: su capacidad de creación. Y una infancia sin imaginación es como un jardín sin árboles ni flores. 
Ya lo decía Eduardo Galeano: mucha magia y mucha suerte tienen los niños de hoy que consiguen ser simplemente… niños.

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