Buenos días, tristeza (Bonjour tristesse), un relato de verano?.

 ‘Bonjour tristesse’: la novela epicúrea de una  “encantadora monstruito de 18 años”.
 "Le diable au corps": escrito por Raymond Radiguet, igualmente de 18 años.

Éxito popular de la novela.

En 1954 se publicó en Francia la novela breve Buenos días, tristeza (Bonjour tristesse) de Françoise Sagan (1935-2004). Su autora tenía solo 18 años, en un momento en que la mayoría de edad estaba fijada en los 21. La obra conoció un éxito editorial tremendo, pero también suscitó un notable escándalo.

Con el transcurso de las décadas se ha convertido en libro de culto, especialmente entre la juventud francesa. Casi 70 años después de su publicación original, puede ser un buen momento para introducir el libro al lector actual y tratar sobre las razones de su éxito y del escándalo. Además, una lectura detenida de la historia revela que la novelista se basó, para la caracterización de los protagonistas, en la filosofía epicúrea clásica.

Cubierta traducción española
En 1954 la novela fue merecedora del prestigioso Premio de los Críticos franceses. Para finales del mismo año había vendido doscientos mil ejemplares en Francia. Solo cuatro años después de la publicación, en 1958, se estrenó una versión cinematográfica con el mismo título, dirigida por el director Otto Preminger.

El libro acabaría traducido a 22 idiomas, aunque en Portugal la iglesia católica vetó la traducción al portugués. En 1954, la editorial de José Janés imprimió una traducción española, obra de Noel Clarasó, pero solo se distribuyó en Hispanoamérica, porque el régimen franquista prohibió su difusión en España.

Un relato de verano.

La novela puede ser una buena lectura de verano, porque nos cuenta las vacaciones estivales de la protagonista. Su nombre es Cécile y tiene 17 años. Vive con su padre, Raymond, un viudo rico de cuarenta años, juerguista y mujeriego. Padre e hija disfrutan de los placeres mundanos de París: tabaco, alcohol, espectáculos, fiestas, ligues y juego. Aunque a Cécile le han quedado varias asignaturas del bachillerato para septiembre, han alquilado un chalé en la Riviera francesa. Allí se trasladan para pasar unas largas vacaciones en compañía de Elsa, la última conquista de Raymond. Cécile comienza un amor de verano con Cyril, un joven estudiante de derecho, también veraneante.

Esta felicidad idílica se rompe cuando los visita Anne Larsen, una antigua amiga de la familia, seria y responsable. Elsa abandona la villa, despechada, mientras que Raymond y Anne se prometen en matrimonio. Cécile toma la intrusión de Anne como una amenaza para su vida disipada, de modo que trama un plan maquiavélico para deshacerse de ella. Ejerce la manipulación psicológica, como en la novela clásica francesa Las amistades peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos.

El desenlace trágico, que no vamos a destripar aquí, motiva la tristeza del título. Ahora bien, al final padre e hija deciden continuar con su vida frívola, como si nada hubiera ocurrido. Incluso planean alquilar otra villa en la misma zona para el siguiente verano.
Cartel de la versión cinematográfica: Otto Preminger, Bonjour tristesse, Columbia, 1958.

Edición con la banda ‘le diable au coeur’ 
Montaje editorial

No es difícil imaginar las razones del éxito de la novela. Para empezar, algo de montaje editorial hubo. El editor, René Juillard, usó como reclamo la juventud de la autora. Así, añadió a los ejemplares de la primera edición una banda amarilla, que incluía una foto de la escritora con aspecto de colegiala y la leyenda “le diable au coeur” (el diablo en el corazón).

Era una alusión a otro libro escandaloso y de contenido atrevido, publicado en 1923 y titulado Le diable au corps (El diablo en el cuerpo), que había sido escrito por Raymond Radiguet cuando tenía igualmente 18 años.

La dolce vita antes de Fellini.

El escándalo también fue un factor del éxito. El escritor católico François Mauriac escribió una reseña del libro en Le Figaro del 1 de junio de 1954, en la que calificó a la escritora como “encantador monstruito de 18 años”. Lo que escandalizaba a la sociedad burguesa de la Francia de posguerra era el tratamiento desenfadado de la sexualidad femenina: Cécile mantiene relaciones sexuales plenas con Cyril, sin estar enamorada de él; no se queda embarazada y, por si fuera poco, no se avergüenza de compartir su disfrute con los lectores.

Por otra parte, la clase media y trabajadora francesa soñaba con el panorama presentado en el libro, de placeres, lujo y fiesta, para superar el trauma de la segunda guerra mundial y avanzar hacia la modernidad. Estamos en un período de la historia francesa, desde 1945 hasta 1975, que acabaría por conocerse como los “Trente Glorieuses” (los treinta gloriosos). La época se caracterizó por el crecimiento económico, el auge del consumismo, la influencia de la cultura americana, la relajación de las costumbres y la reivindicación feminista. Seis años antes de la película de Fellini, Sagan había inventado la dolce vita.
Otro cartel de la versión cinematográfica: Otto Preminger, Bonjour tristesse, Columbia, 1958.

Una novela epicúrea y moderna

En un artículo hemos investigado que la obra puede considerarse una novela filosófica, porque los personajes principales (Raymond y Cécile) adoptan, como actitud vital, una versión banalizada de la filosofía epicúrea clásica. Pretenden alcanzar la felicidad a través del hedonismo (búsqueda del placer). También son materialistas: el padre explica los estados de ánimo como consecuencia de causas fisiológicas. No creen en el amor, pero sí en la satisfacción sensual proporcionada por el sexo. Son ateos y no creen ni en la providencia ni en el azar. Todas estas ideas habían sido postuladas por la filosofía de Epicuro, a su vez difundida en la Roma clásica por el poeta Lucrecio mediante su poema didáctico De rerum natura.

Pero ¿cómo tuvo la joven autora conocimiento de la filosofía epicúrea? Aquí entra en juego el filósofo francés Henri Bergson, que es citado en numerosas ocasiones en la novela como autor que Cécile debe “empollar” para la recuperación de septiembre.

Bergson había publicado una antología comentada del De rerum natura de Lucrecio. Es verosímil que Françoise Sagan conociera el epicureísmo a través de este manual de Bergson. En cualquier caso, es relevante que la joven novelista recurra al epicureísmo antiguo como armazón ideológico de una novela que, con el tiempo, se iba a convertir en un texto de culto. También, lo que es más importante, en proclama por la libertad femenina, el amor libre y, en suma, la modernidad. ¿Necesitamos más razones para leer o releer esta novela?

La pseudociencia neurocientífica de Débora Gª Bello o los Adolescentes son unos irresponsables(?).


Fernando Cervera Rguez.*,
Por medio de JuanJo Monterrosa.
Recientemente, la química y divulgadora científica Deborah García Bello publicó en su blog de la cadena televisiva La Sexta un artículo que acusaba a los jóvenes de tener la corteza prefrontal subdesarrollada. El resumen es que no se puede esperar gran cosa de los jóvenes durante la pandemia por su poco desarrollo cerebral y que por eso se contagian, ya que no pueden actuar de manera responsable. El fragmento en concreto está a continuación [1].

Fragmento de la publicación

A pesar de que la categorización de algo como pseudociencia es bastante compleja, hay un elemento que es muy importante para poder afirmar que estamos frente a una afirmación pseudocientífica. En concreto, se trata de que algo que no es ciencia se intente hacer pasar por ciencia. Es decir, la mitología no es ciencia, pero tampoco es pseudociencia. Tampoco es pseudociencia cometer errores hablando de temas científicos. Ahora bien, lo que tenemos aquí es muy diferente.

La neurociencia es uno de los campos más fecundos para la charlatanería. Sin ir más lejos, los predatory journals —revistas que parecen científicas, pero que solo piden dinero para publicar en ellas— son un problema creciente en el sector [2]. Al final, ponerle el prefijo neuro a las cosas vende bien. Ya sea el neuromárketing, el neurotraining o el neurobrain (valga la “redundancia”). De esto ya han avisado numerosas personas dentro del sector [3]. El motivo de esta lacra es complejo, pero supongo que recurrir a los misterios del cerebro tiene cierto efecto legitimador frente a discursos vacíos.

La historia de amor del cerebro con las tonterías chovinistas viene de lejos. Desde los intentos de la frenología de justificar la clasificación social en función de la forma de cráneo, pasando por los intentos de relacionar los test de Coeficiente Intelectual con supremacías raciales o religiosas [4] [5] o terminando por el supuesto cerebro de reptil que todos llevamos dentro [6]. No es raro que los discursos vacíos y que aspiran a una superioridad moral recurran al cerebro. Y en esos casos entramos en el campo fértil de la pseudociencia, ya que intentar justificar posiciones ideológicas con cháchara neurocientífica encaja bastante bien en la definición.

Cabe decir que es obvio que existen diferencias en el cerebro humano en las diferentes etapas de su desarrollo, pero hay que añadir que el viejo truco de echar la culpa a los jóvenes de ciertos comportamientos por esas diferencias es un mito construido a base de simplificaciones y prejuicios desfasados [7]. 
Asumir que la corteza prefrontal del cerebro causa el comportamiento de los adolescentes es una falacia. De hecho, sabemos que la genética, el ambiente y el propio comportamiento del dueño del cerebro, lo moldean con el tiempo. Además, dentro de él se almacena información y códigos de conducta individuales, así que el papel de la educación es vital para entender el comportamiento, así como las posibilidades que da el entorno. Es decir, no es lo mismo tenerse que levantar para trabajar, tener que pagar una hipoteca y las facturas de la luz, que no tener responsabilidades y además tener un entorno social que comparte esa sensación de libertad.

El inicio del mito del cerebro adolescente comenzó —más o menos— con el psicólogo G. Stanley Hall en 1904 en su libro Adolescence. En él se defendía que, así como las membranas interdigitales de los fetos humanos correspondían a la etapa evolutiva de nuestros ancestros anfibios, el comportamiento rebelde de la adolescencia era un reflejo de los humanos en su etapa previa a la civilización. La idea de que la ontogenia —desarrollo embrionario— repite la historia evolutiva, es bastante vieja. No obstante, en la actualidad sabemos que no existe una tendencia natural a que esto sea así, sencillamente los fetos poseen algunas cualidades vestigiales porque la evolución trabaja sobre las piezas que ya tiene, así que es normal que en los momentos intermedios de la construcción de un ser vivo, las estructuras biológicas recuerden a las de algunos de sus antepasados. Pero a pesar de que esto ya era bastante comprendido décadas después de que Hall publicara su libro, su interpretación errónea del comportamiento adolescente siguió en vigor incluso hasta el día de hoy.

Ahora bien, gracias a enfoques modernos como el de los antropólogos Alice Schlegel y Herbert Barry, que publicaron en 1991 su libro Adolescence: An Anthropological Inquiry, sabemos que en las 186 sociedades preindustriales que estudiaron, el 60% de ellas no contaba con una palabra para definir a los adolescentes, ya que estos pasaban el tiempo con los adultos y sus responsabilidades. Otros estudios, como los del matrimonio de antropólogos Beatrice y John Whiting, han sugerido —de manera muy acertada— que los problemas típicos de adolescentes comienzan a registrarse en las culturas a partir de la influencia de la vida occidental como la escolarización masiva por edades o la cultura de masas enfocada al público juvenil.

En resumidas cuentas, el comportamiento adolescente no se debe a diferencias en el cerebro, sino que está fuertemente influido por la cultura y el contexto en el cual viven los adolescentes, por ejemplo la ausencia de responsabilidades, pasar tiempo con gente de su edad —lo que les facilita desarrollar una cultura común—, las posibilidades de ocio que les ofrece el mercado y así un largo etcétera. Achacar el comportamiento en los menores de 25 años a diferencias cerebrales, no solo es tirar por tierra cien años de estudios en la materia, sino que además es un ejercicio de chovinismo basado en la edad que recurre a terminología neurocientífica para parecer legítimo sin serlo. Es decir, pseudociencia.

En el contexto actual de pandemia lo fácil es señalar a un grupo y echarle la culpa de todo. Sin embargo, obviar que la cantidad de ingresados en hospitales depende de variables claras como la edad o estar vacunado, pero de otras menos claras y de sociología complicada, no ayuda a resolver ningún problema. Tampoco sirve de nada crear barreras desde las cuales mirar con superioridad a los menores de 25 años, porque en primer lugar esas barreras solo reafirman a los colectivos en sus decisiones sin hacerles recapacitar, pero además son clasificaciones artificiales que, si se construyen con argumentos vacíos y pseudocientíficos, ni siquiera sirven como ejercicio de reflexión teórica.

Referencias:

* Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Actualmente tiene una empresa biotecnológica donde realiza labores científicas y de divulgación. Adicionalmente, ha escrito contenidos para varias plataformas, como tubiologia.com o naukas.com, y es redactor de la Revista Plaza. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador y vocal de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.

Algunos hoteles o restaurantes prohíben el acceso con niños. ¿Es discriminatorio?.

Cartel restaurante en Alemania, 2018 prohibió el acceso a niños a partir de las cinco de la tarde. PICTURE ALLIANCE VIA GETTY IMAGES

Hay personas que no quieren que el llanto o el ruido de un niño les arruine una velada. 
Sin embargo, varios expertos afirman que en una sociedad democrática no es legítimo discriminar por edad. 
Al protagonista de Telmo no quiere ser un niño, de Carlo Frabetti, no le gusta caminar bajo un bosque de piernas ni que le regañen por hacer las cosas que hacen los niños. Para Telmo las personas mayores son “como sombras borrosas” que no entienden sus necesidades vitales. Soñar, crear, jugar. Su historia puede servir como ejemplo del espacio social que ocupan niños y niñas en nuestra cultura. 

¿Podemos hablar de niñofobia? ¿Existe?


Hace una o dos generaciones, lo habitual en nuestra sociedad era que los niños pasaran mucho tiempo en el exterior, jugando y relacionándose con niños de distintas edades, sin intervención de adultos, explica María José Garrido Mayo, doctora en Antropología y especialista en maternidad e infancia. Hoy los niños y los adolescentes “molestan en todas partes”, por eso creamos espacios específicos para ellos y no forman parte de la vida social de los adultos. Michaeleen Doucleff, corresponsal y autora de El arte perdido de educar, cree que la cultura occidental insiste en esta división porque se piensa que los niños no son capaces de aprender a participar en el mundo de los adultos hasta que son bastante mayores.

Espacios libres de niños.

 Restaurantes, hoteles, vagones de tren y celebraciones cuyo principal reclamo o atractivo es ser espacios libres de niños. No es un fenómeno nuevo. En el año 2000, un artículo publicado en The New York Times ya hablaba de un movimiento surgido en Estados Unidos que reivindicaba “childfree zones”, zonas libres de niños. En él se menciona a la organización No Kidding!, un “club social sin ánimo de lucro” para personas sin hijos. “Como individuos, los miembros del club estamos a favor de las zonas libres de niños, al igual que los no fumadores apoyan los lugares públicos y de trabajo libres de humo”, explica su fundador, Jerry Steinberg, por correo electrónico. Los cines con películas para adultos, los restaurantes de lujo y las salas de conciertos son espacios en los que, opina, los lloros o los gritos de un niño pueden arruinar la diversión. El fundador de No Kidding! no cree que su postura sea discriminatoria: técnicamente, cualquier restricción lo es, pero en muchos casos está justificado. “Las restricciones de covid discriminan a las personas que no están vacunadas, pero salvan vidas. Cuando vas a un hotel no quieres que los bebés que lloran, los niños pequeños incontrolados y los adolescentes detestables arruinen tu escapada”, afirma. Según datos del portal especializado en escapadas temáticas Weekendesk.es, las reservas de planes para adultos han aumentado un 34% con respecto al año pasado. Brigitte Hidalgo, directora de operaciones del portal, considera que en España se ha popularizado el concepto como respuesta a una diversificación en la demanda turística. “Hay momentos en los que además de conocer un destino queremos descansar y pasarlo bien. Estos establecimientos se han especializado en ofrecer servicios orientados a satisfacer ese deseo. El reclamo no es discriminatorio porque el 50% de las reservas las hacen personas con hijos”, señala.

Los que abogan por zonas libres de niños perciben a estos como un asunto privado”, asegura Lourdes Gaitán, socia fundadora de la Asociación GSIA. Para Gaitán es importante reflexionar sobre la posición de los niños en la sociedad, su invisibilidad, y la separación de los espacios públicos y privados, cada vez más marcada en las sociedades posmodernas. Los niños, sostiene Gaitán, están contenidos dentro de espacios particulares y rara vez se les permite expresarse en espacios públicos, que parecen pertenecer a los mayores.

¿Tenemos los adultos potestad para reservar espacios solo para nosotros
Si bien espacios como un hotel o un restaurante cuenta con derecho de admisión, normas claras y objetivas de obligado cumplimiento, estas afectan por igual a la persona que ocupa ese lugar, sea un adulto o un niño. Iván Rodríguez y Marta Martínez, sociólogos del grupo de trabajo por los derechos de la infancia Enclave y autores del estudio Infancia confinada, recuerdan que el artículo 14 de la Constitución Española señala que no se puede discriminar a nadie por razones de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, que es donde puede encajar la edad. “Los espacios libres de niños son una suerte de apartheid basado en la edad”, asegura Marta Martínez.

Sociedad “adultocentrista”.

Cabe preguntarse si el rechazo a los niños por ser niños es equiparable al racismo o la homofobia. Para el sociólogo Iván Rodríguez, en todos los casos se produce el rechazo hacia un colectivo basándose en rasgos innatos o adscritos o bien de los que el individuo difícilmente puede desprenderse: es el caso del color de la piel, el sexo o la orientación sexual y, tratándose de la infancia, de los años. La cuestión, según Rodríguez, es que el racismo, el sexismo o la homofobia acontecen en un contexto social en el que ya se es consciente del problema y hay un discurso explícito que los combate. En el caso de la infancia es diferente: “No tenemos desarrollada esa sensibilidad ni esa conciencia y hemos naturalizado representaciones de lo infantil en las que los niños son ingobernables, molestos o inferiores a nosotros, por lo que no nos pueden comprender ni respetar”, apunta. La experta Lourdes Gaitán, que recuerda que la sociología de la infancia ha estudiado ampliamente la “discriminación por motivo de edad”, invita a cuestionar estereotipos que establecen que los niños y las niñas son incapaces o carecen de habilidades.

Los adultos, como en el cuento de Telmo, desconocemos en realidad lo que es la infancia, ese “país extraño donde todo pasa de una manera diferente”, que decía Carmen Martín Gaite. Este “adultocentrismo”, para la antropóloga María José Garrido, es una consecuencia de una sociedad obsesionada por la productividad. “El sistema económico que determina nuestra organización social, basado en el capitalismo y el liberalismo económico, genera una sociedad muy estructurada y jerarquizada, marcadamente adultocéntrica”, reflexiona. Según ella, los grupos que no son consumidores no interesan: “Ni los espacios para niños se piensan desde la infancia. Tampoco se consulta a los niños en relación con cualquier medida que les pueda afectar. Un claro ejemplo de las prioridades sociales lo vimos el pasado año durante la pandemia, cuando las terrazas de los bares estaban abiertas mientras los parques infantiles seguían clausurados”.

¿Qué necesitamos para cambiar? Dice el reconocido psicopedagogo italiano Francesco Tonucci que los adultos somos muy egoístas pensando que podemos construirlo todo alrededor del mundo adulto. Nos equivocamos. Escuchar a la infancia significa abrir la política a las necesidades de todos. Es una cuestión democrática”, declara. 
Una sociedad que incluya a la infancia y que no la discrimine va de la mano del fomento de su participación y de dotar de valor sus capacidades. 

No se trata de que los niños se comporten como adultos, 
sino de que contemos con ellos. 
Dejar de ser el “bosque de piernas” 
y la “sombra borrosa” que ve Telmo.

La atención a los primeros meses de los recién nacidos: Primer año/Primera Prioridad.

Eurochild publica nueve perfiles de países en los que se destaca la necesidad de prestar más atención al desarrollo de la primera infancia en toda Europa, 
entre ellos está España.



Junto con los demás socios y coordinadores nacionales de la Campaña de Primera Prioridad/ Primer Año, Eurochild lanza una serie de Perfiles de País y un Análisis  que los acompaña, destacando la necesidad de mejores datos y una mayor inversión en políticas públicas para el desarrollo de la primera infancia (DPI).


Nueve perfiles de países comparten datos recopilados por los coordinadores de campañas nacionales en Bulgaria, Finlandia, Francia, Hungría, Irlanda, Portugal, Rumanía, Serbia y España. Cada perfil proporciona una instantánea del estado actual de DIT en el país e incluye secciones sobre seis áreas clave: pobreza infantil, salud y nutrición maternoinfantil, seguridad y protección del niño, aprendizaje temprano, incluida la educación y el cuidado de la primera infancia (AEPI), crianza de los hijos y apoyo familiar, y coordinación intersectorial para DPI. Estos Perfiles utilizaron los datos para enfatizar las prioridades del país relacionadas con el DPI.

Acompañando los Perfiles de País, el Análisis Cross-Country, Instantánea de datos y políticas de desarrollo de la primera infancia en nueve países, sintetiza los datos, brindando información esencial sobre los hallazgos en todos los países:
    .- La escasez de datos sobre los niños en sus primeros años, especialmente los niños menores de tres años, en todas las áreas de política, indica un conocimiento y una atención insuficientes sobre el desarrollo de la primera infancia.
    .- Los datos desglosados ​​limitados o inexistentes sobre la vida de los niños menores de seis años, especialmente los menores de tres, que viven en la pobreza y la exclusión social obstaculizan los esfuerzos para mejorar las políticas públicas y la inversión para los niños pequeños que enfrentan vulnerabilidades múltiples y entrecruzadas.
    .- Es necesario garantizar el acceso universal a la EAPI en todos los países, especialmente para los niños más pequeños y vulnerables.
    .- Es necesario un enfoque multisectorial integrado para las políticas y la financiación de la primera infancia, con liderazgo y coordinación que aborde las necesidades de los niños y las familias de manera integral.

Existe un reconocimiento generalizado de que los primeros años de los niños son fundamentales para su sano desarrollo y bienestar. Es necesario mejorar las medidas de política y la inversión pública en la primera infancia para garantizar que todos los niños tengan el mejor comienzo en la vida. El análisis destaca las prioridades que pueden ayudar a los responsables de la formulación de políticas a identificar dónde actuar. Los gobiernos deberían aprovechar iniciativas como la Garantía Infantil Europea, la Recomendación del Consejo sobre la educación y el cuidado de la primera infancia de alta calidad y la Estrategia de la UE sobre los derechos del niño para apoyar el desarrollo de la primera infancia como una prioridad nacional. 

Decálogo para la parentalidad digital positiva y el bienestar digital familiar.


La Escuela de Bienestar Digital para Familias, de PantallasAmigas,  tiene como misión apoyar a padres, madres y el resto de personas cuidadoras implicadas en la crianza digital de niños, niñas y adolescentes.

Cuenta con el aval de PantallasAmigas, entidad que desde 2004 tiene como misión impulsar la educación, la ciudadanía y el bienestar digital de las personas menores de edad. Esta Escuela pone a tu disposición información, recursos, asesoramiento y formación.

¿Te podemos ayudar?. Acceso al

Primer encuentro intergeneracional por el futuro, TELOS

Los Encuentros TELOS cierran la temporada antes del verano con una programación muy sugerente ligada a los contenidos del último número Creadores del Mañana en colaboración con la plataforma Talento para el Futuro. Durante los días 13 y 14 de julio  en el auditorio de Fundación Telefónica debatió a lo largo de cuatro sesiones sobre cómo la brecha intergeneracional existente entre jóvenes e instituciones crece día a día y requiere de soluciones.
 


Esta brecha entre los jóvenes y los adultos supone un enorme reto, pero sobre todo una oportunidad. Durante la pandemia se han creado plataformas para que la juventud tome acción e incida en los procesos de toma de decisiones. Las nuevas tecnologías, como aliadas, han permitido el empoderamiento de la juventud, a través de metodologías donde miles de jóvenes han sido capaces de aunar voces, encontrar vías de entendimiento y han definido y delimitado políticas públicas transversales para el escenario 2030 con medidas factibles, realizables y accionables.

A lo largo de estas jornadas, marcadas por el último número de TELOS 116 – Creadores del mañana contaremos con expertos en diferentes ámbitos, como Adela Cortina, filósofa y ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos; Antonio Garrigues, presidente de la Fundación Garrigues; Fernando Valladares, doctor en biología, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y profesor asociado en la URJC; Elsa Arnaiz, presidenta y directora general de Talento para el Futuro; María Benjumea, Founder & Chairman de South Summit; Marc Ibáñez, economista y experto en relaciones internacionales especializado en gobernanza global y comercio internacional; Ana Simoneta Rubido, Global legal and Public Affairs specialist en OEI, y Alejandro Rodríguez, co-fundador y coordinador de conocimiento en materia de Sostenibilidad, Innovación y Tecnología en Talento para el Futuro.

 

¿Cuál es la posición de los países ricos en el cuidado de los niños? .

Una clasificación de las políticas nacionales de cuidado infantil en países ricos-
Este informe de UNICEF Innocenti revela que el cuidado de los niños es inaccesible 
para muchos padres en los países más ricos del mundo.

Gromada, Anna ; Richardson, Dominic.


El cuidado infantil accesible, asequible y de calidad ayuda a los padres a volver al trabajo después de la licencia por paternidad, mejora el desarrollo social y cognitivo de los niños y promueve una sociedad más equitativa de género. Sin embargo, a pesar de sus muchos beneficios, el informe de UNICEF Innocenti revela que el cuidado de los niños es inaccesible para muchos padres en los países más ricos del mundo.

Este informe clasifica a los países de ingresos altos en función de sus políticas nacionales de permisos parentales y de atención infantil. Los países con mejores resultados combinan la asequibilidad con la calidad del cuidado infantil organizado, al tiempo que ofrecen licencias largas y bien remuneradas tanto a las madres como a los padres.

Legado de Observatorio Europeo de la TV Infantil (OETI) en el OCTA.


El Observatorio Europeo de la TV Infantil (OETI) lega al OCTA (Observatorio de Contenidos Televisivos Audiovisuales) un trabajo de 25 años en el campo audiovisual con la infancia, adolescencia y los distintos medios del sector.

El Observatorio Europeo de la TV Infantil (OETI) es una entidad independiente sin ánimo de lucro creada por la Asociación Comisionado de las Artes Audiovisuales de Barcelona en el año 1997. 
Son pues casi 25 años en la brecha del buen hacer entre la infancia y la adolescencia y las artes audiovisuales y sus soportes mediáticos. 
En ese tiempo el OETI ha marcado muchos hitos en pro de un relación positiva entre  los niños, niñas y adolescentes y los medios audiovisuales.

De la mano de Valentí Gómez i Oliver y su cualificado equipo, el OETI ha organizado año tras año el Festival Internacional del Audiovisual de Barcelona (FIAB), el Foro Mundial de la Televisión Infantil y las Jornadas del Observatorio, en el marco de la Semana de las Pantallas Sanas del OETI.  
El OETI  participa en iniciativas relacionadas con la alfabetización audiovisual; en ese sentido y a nivel mundial  participa enMedia Literacycuyo el objetivo principal es la férrea defensa de unos contenidos audiovisuales éticos y de calidad y de una infancia con criterio audiovisual.

OETI está, pues, consolidada como una entidad acreditada y reconocida internacionalmente en el mundo de la educación en valores y los MCS. 



Tras esta trayectoria hay contenidos de máxima calidad: conferencias, jornadas, cine, TV... con propuestas y contenidos que no han perdido actualidad...

Por eso para el OCTA, de la que forma parte la Asociación GSIA, es una enorme satisfacción poder ofrecer esos materiales a través de su web.







Abuso Sexual Infantil por Representantes de la Iglesia Católica: El caso chileno. Investigación.

 Lorena Contreras, Universidad Diego Portales,
    Francisco Maffioletti, Universidad Diego Portales,
    Noemí Pereda, Universidad de Barcelona,

  •                                                                   Revista Interamericana de psicologia 54 (2): 1-21
  • DOI: 10.30849 / ripijp.v54i2.1315.


    Fuente The Clinic.clPor Felipe González.

    Fernando Karadima. Créditos :Fco. Flores/Agencia1
    16 años toma la revelación de abusos sexuales infantiles por parte de miembros de la Iglesia, según estudio de la UDP y la Universidad de Barcelona

    El primer abuso se da, en promedio cuando las víctimas tienen 12 años. El 71,4% de ellas consideró que el abusador utilizó su fe para manipularlos con frases como “Dios así lo quiere”, y el 80% dijo haber hecho denuncias en la Iglesia.

    La historia reciente de la Iglesia Católica en Chile ha estado manchada por casos de abusos sexuales y de conciencia: se han revelado redes de poder dentro de la institución que favorecen al secretismo y que abogan por la impunidad para los acusados. Uno de los casos más sonados en la opinión pública ha sido el del expárroco de El Bosque, Fernando Karadima, quien murió el lunes, expulsado del clero por el Vaticano y sin haber pasado un solo día en una cárcel.

    Entre el estigma que estos delitos connotan en el ámbito social, la cultura del secretismo y la dificultad de obtener pruebas, estos casos han presentado grandes dificultades para el acceso a la información y a la justicia. 

    En este complejo escenario, los académicos Lorena Contreras y Francisco Maffioletti, de la Universidad Diego Portales junto a Noemí Pereda, de la Universidad de Barcelona, realizaron el estudio “Abuso sexual infantil por representantes de la Iglesia Católica: el caso chileno”, con el cual pretendieron dar cuenta de las características de los perpetradores de estos delitos, de las víctimas y de las situaciones de victimización que se producen en estos contextos.

    Para ilustrar la dificultad para acceder a la información relacionada con estos delitos, la psicóloga Lorena Contreras, una de las autora del estudio, comenta: “Hay algo que se llama la cifra negra, que son los casos de delitos que nunca llegan al conocimiento de las autoridades y en delitos sexuales es tan alta como el 90%, es decir: de lo que nos enteramos es 1 de cada 10 casos”.

    Los autores del estudio, Francisco Maffioletti, Lorena Contreras y Noemí Pereda.

    Lorena también indica que, probablemente, esta cifra tampoco sea representativa de todos los estratos socioeconómicos, porque, según dice, en los sectores más acomodados se tiende al secretismo y a buscar soluciones por vías privadas. “Los casos que ocupan la atención mediática suelen ser de los niveles socioeconómicos más acomodados, pero no es que esto no ocurra en niveles más vulnerables, ocurre muchísimo, pero no llama la atención de la misma manera”, dice, recordando casos como los abusos de Karadima, en Providencia, o de John O’Reilly, en Las Condes.

    El estudio concluyó que, en la muestra estudiada, que corresponde a 21 sobrevivientes de abusos por parte de miembros de la Iglesia, la edad de inicio del delito sexual está alrededor de los 12 años, y termina cuando las víctimas tienen aproximadamente 13 años. 

    En promedio, la primera revelación de los abusos se produce cuando las víctimas tienen 28,4 años, es decir, alrededor de 16 años después de que estos iniciaron. Entre los factores que explican esto, Lorena comenta: “Por una parte, está el vínculo que une a ese agresor y esa víctima. No es un desconocido quien ha cometido el delito, sino que es una persona relevante para ese niño y también para su familia porque es alguien que representa, de alguna manera, a dios en la tierra, es alguien importante para el desarrollo espiritual de ese adolescente, es una persona que tiene poder e influencia”.

    “Se necesita mucho trabajo personal y elaboración para darte cuenta, primero, que lo que ocurrió fue abusivo, dos, poder procesarlo, y tres, poder confiar para revelarle a alguien algo tan complejo como esto”, finaliza Lorena.

    “No es un desconocido quien ha cometido el delito, sino que es una persona relevante para ese niño y también para su familia porque es alguien que representa, de alguna manera, a dios en la tierra, es alguien importante para el desarrollo espiritual de ese adolescente, es una persona que tiene poder e influencia”, dice la investigadora Lorena Contreras.

    Sobre la notificación de los delitos, el 47,6% dijo haberlos puesto en conocimiento a las autoridades, y la mayoría, el 80% lo hizo ante un “representante de la Iglesia Católica”, la mitad de la muestra lo hizo ante el Ministerio Público y un tercio ante el Poder Judicial. 

    “Esa alta comunicación a las autoridades eclesiásticas habla de la alta importancia que sigue teniendo la iglesia para esas personas incluso después de lo que ocurrió. Pero también vemos que las notificaciones a las autoridades por parte de la Iglesia es cero”, comenta Lorena Contreras sobre el secretismo con que la institución maneja estos casos. “Es una revictimización por parte de la iglesia que con la cultura del secreto, y la negación participa en la revictimización de los afectados”, concluye.

    Sobre las características del abuso, el 66,7% dijo haber sufrido victimización sexual con contacto (tocaciones o masturbación, por ejemplo) y el 33,3% manifestó que hubo “introducción de objeto o parte del cuerpo del perpetrador en ano, vagina o boca de la víctima”, indica el informe. También, según se revela en el estudio, el 95,2% de los abusos fueron cometidos por hombres.

    En el informe, el 28% de los sobrevivientes reconocieron la utilización de algún objeto, símbolo o imagen religiosa en la perpetración de los abusos. Entre estos, mencionan el cáliz, el crucifijo y oraciones. En la misma línea, el 71,4% de las víctimas consideró que el abusador utilizó sus creencias religiosas para llevar a cabo los abusos. Con esto, refieren alusiones a dios de parte de los abusadores en el marco de las estrategias de victimización, como: “Dios así lo quiere”, “Eres un elegido de Dios”, “Eres un pecador y Dios te perdona”, o “Tienes que rezar porque me hiciste pecar”, según dice el estudio.

    Pegar a las criaturas: la cuestión no puede ser si “funciona”.

    De vez en cuando y de manera recurrente aparece algún texto sobre lo inconveniente que puede ser pegar a los niños y a las niñas,- uno de los últimos el de Carolina García en el país de título los azotes y las tortas a tiempo no corrigen ni mejoran la conducta de tu hijo, todo lo contrario (Julio 2021)-
    En éste y en otros artículos similares se referencian estudios de psicología y pedagogía que demuestran lo inefectivo de la práctica, se argumenta que puede ser contraproducente y que difícilmente se van a dar los efectos deseados, por lo contrario, va a haber más probabilidad de conductas disruptivas e indeseadas.

    A mí, estas reflexiones me provocan 
    un sentimiento contradictorio y bastante enfado.

    Por un lado está la constatación de que el castigo físico (y también el psicológico) está muy arraigado en nuestra sociedad. Toda la intención de erradicarlo es positiva, y si para ello hay que esgrimir argumentos instrumentalistas, pues vale.

    Pero por otro lado me indigna que podamos hablar de daño, violencia y maltrato a la infancia desde una perspectiva pedagógica, en nombre de la educación y como posibilidad aceptada en la tutela de los procesos de crecimiento de niños y niñas.

    Pegar a una criatura, ejercer violencia física o psicológica contra ella, es maltrato, e implica una vulneración grave de los derechos de la infancia así como la violación de la integridad de una persona.

    Funcione o no funcione, valga para aprender algo o para lo contrario, ayude a un buen comportamiento o provoque rebote. Esto nunca será la cuestión y no debemos dejar que el debate derive hacia ese lugar tan peligroso.

    Porque, en un momento dado, puede haber alguien, con doctorado o no, que en base a su experiencia, a sus creencias o a sus investigaciones argumente de forma solvente que sí que vale, que la disciplina y la educación son pareja de hecho, que en lo conductual está la solución y que a veces es imprescidible ejercer la fuerza para doblegar voluntades indómitas. Y puede ser incluso que demuestre con éxitos sus hipótesis. (la violencia es efectiva en muchas situaciones, por qué no lo va a ser también en adiestramiento humano)

    También puede darse quien desde una posición moral asuma el 100% el discurso anterior y deje fuera de la ecuación el castigo físico para cebarse en los castigos de índole psicológica.

    A estas alturas del partido los moratones están mal vistos, pero los castigos que no dejan marca y que se diluyen en propuestas pedagógicas innovadoras -como la economía de fichas- u otros engendros conductistas, sí que valen. Porque una cosa es no pegar a los niños y a las niñas y otra muy diferente es dejar que hagan lo que les dé la gana.

    Nos encontramos con dos problemas graves:

    1. El primero es que la pedagogía no ha tomado una distancia clara con respecto a la disciplina y el castigo. No renuncia a la coacción, no renuncia al ejercicio de autoridad, no tiene la suficiente autoestima para transitar exclusivamente por el terreno del respeto y del cuidado. Los métodos amables sí se reivindican, pero siempre queda guardada en la recámara la opción b para aquellas mal educadas que no se dejan seducir por la persuasión, que su autorregulación o sus circunstancias les impiden cumplir las expectativas.

    En estos casos el crecimiento se da en conflicto, y el conflicto poco tarda en visibilizar quién es el que manda y cuál es el marco que hay que respetar sí o sí.

    Por supuesto hay momentos que se ha de poner un límite, incluso usar la fuerza de forma contundente. 

    Enrique Martínez Regueraen sus charlas, solía comentar el caso de que si un chaval amenazaba con una pistola había que quitársela sin dudarlo, pero no podemos confundir esto con un acontecimiento educativo.

    Por lo contrario, nuestro sistema califica como intervención educativa a todo lo disciplinario, a los castigos, sin ningún pudor.

    Las cárceles de menores son centros de re-educación, la expulsión de un instituto por mal comportamiento es también una medida educativa que se hace por el bien del alumno/a, dejar a un niño sin salir con sus amigos también, y así sucesivamente...

    2. El segundo es que los derechos de las infancias parecen puro postureo. Si realmente tuviéramos claro de dónde emanan los derechos de las criaturas -y no es tan difícil, es el mismo lugar del que surgen los derechos humanos de las personas adultas- no nos perderíamos en los debates de qué circunstancias o qué contextos nos permiten relativizarlos por un bien mayor.

    Las personas adultas siempre nos quedamos con el comodín del público, con una carta bajo la manga que nos da derecho a una última interpretación de qué es lo que un niño o niña necesita, aunque esta inferencia sea contraria a lo que la criatura expresa, a su propia subjetividad, incluso a la Convención de los Derechos del Niño/a.

    Cualquier niño o niña en manos de una persona adulta con autoridad - padre, madre, jefe/a de estudios, juez- está en peligro de convertirse en esa excepción que confirma la regla, y con muchas posibilidades de que además lo responsabilicen de ello.

    Esto vale para todo, para desahuciar a una niña de su casa -aunque el derecho a la vivienda este reconocido-, para atar a una criatura a una cama en un centro de protección -las contenciones físicas no están permitidas explícitamente por la flamante Ley Rhodes, aunque se mantiene la excepción de sujetarles de las muñecas con “equipos homologados” durante una hora, y ojo, hablamos de protección no hay delito que medie-, o para justificar un porrazo en una manifestación o para explicar por qué una bofetada a tiempo conviene a una niña desobediente.

    La adultocracia es tal que sentimos que los niños y las niñas nos pertenecen y también sus derechos. Para que éstos tengan valor se han de dar en el marco que hemos establecido para ellos. Les exigimos dinámicas de aceptación y colaboración, y si no se dan, como adultas ejercemos el reservado el derecho de admisión, afianzando la exclusión social de las infancias y legitimando el castigo y la coacción.

    Así que nos vemos enredados en debates pedagógicos, técnicos o legislativos sobre si va bien pegar a las criaturas o ya no tanto, como un nuevo capítulo de la progresión histórica de la subordinación de las infancias.

    Se presenta como si las prácticas de dominación hubieran evolucionado -se hubieran actualizado y democratizado- y algunas personas todavía no se hubieran enterado, pero en ningún momento se expresa la necesidad de rendir el poder adulto y de relacionarnos con la infancia con respeto y sin jerarquías.

    Podría parecer ridículo que se estuviera debatiendo en medios y universidades si funciona un cachete a tu empleado para que te entregue el informe a tiempo, o si pegar a tu padre es una técnica efectiva para asegurar la herencia, o si un puñetazo sirve para aprobar la oposición o para saltarse la cola de vacunación. Pues esto está pasando en lo referente a violentar la infancia.

    El consenso adulto es que el fin no justifica los medios y que hay ciertas barreras que incluso con Estados de Alarma no se pueden traspasar.

    Pero en el caso de los niños y las niñas, sí podemos hablar de si pegarles es bueno o malo es porque, de alguna forma, esta opción sigue estando encima de la mesa y tenemos que generar un argumentario que nos convenza racionalmente a no ejecutar dicha opción. Hablar de empatía, alteridad, equidad e igualdad queda reservado solo para las adultas con derecho a voto.

    Defecto de fábrica y cambio de paradigma.

    Sería muy diferente si se hablara del maltrato infantil como un problema adulto, qué pasa, qué nos pasa individual y colectivamente para ejercer una violencia sistemática hacia las infancias, a veces sin querer y a veces sin poder evitarlo, de forma que ni las leyes de protección ni los marcos éticos y morales de nuestra sociedad son suficientes para evitarlo, más bien lo contrario.

    Sería indispensable tomar conciencia de la dimensión patológica de la adultocracia - las dinámicas de reproducción del maltrato, como explica Alice Miller en sus estupendas obras-,  para abrazar un proceso político-terapéutico de transformación hacia una sociedad de bienestar para la infancia, en un posicionamiento claro al lado de los niños y las niñas y en un compromiso de cada uno y cada una de las adultas de romper con la rueda de la violencia.

    Una comunidad dispuesta a asistir y a cuidar a aquellas personas que puedan tener más dificultades en controlar la agresividad y que focalizan su malestar en las criaturas más indefensas.

    Una comunidad que también reconociera el maltrato institucional a la infancia y no se dejara confundir por una administración pedagógica del daño infligido a los niños y las niñas.

    Pero para ello se tendría que partir de un análisis honesto y responsable, asumiendo la parte de complicidad que a cada una corresponde, en nuestros trabajos, en nuestras familias.

    De poco sirve señalar y demonizar a quien pega, a quien grita, a quien insulta cuando la institución lo hace de manera análoga, aunque sea de forma camuflada en estructuras de derechos y deberes, con las que muchas colaboramos.

    Es fundamental cambiar el paradigma, asociar de manera indisoluble la educación al cuidado.

    La letra con sangre NO entra, pero tampoco con pegatinas verdes y rojas en el cuaderno, con ratos interminables en el rincón de pensar, con castigos de no salir al patio o de no entrar al colegio por una expulsión. Y el portarse bien tampoco se consigue con castigos de no dejar quedar con los amigos, o retirar, a conveniencia adulta, la pantalla con la que estamos haciendo que crezcan los niños y las niñas.

    Conozco centros de menores (la mayoría, de hecho) en los que cuando un chaval se porta mal le castigan a no salir del centro o a no jugar a fútbol, privándole justo de aquello que más desea, -los sistemas de economía de fichas necesitan elementos sustantivos de la vida de los niños y niñas, no se conforman con las migajas-, cuando no, directamente, le prohíben ir a visitar a su familia biológica -vulnerando un derecho fundamental en el nombre de la protección- en un alarde de prepotencia al pensar que un marco normativo basado en protocolos infumables va a garantizar el amparo más que la socialización de la criatura en los espacios que pueda ofrecer la comunidad

    Igual que no vale desechar el castigo físico solo porque no funcione – de hecho a corto plazo sí podría funcionar-, tampoco vale aceptar ciertas medidas disciplinarias y correctivas porque sí funcionen.

    Madres, padres, profes, educadores y educadoras, no queda otra que ser más creativos, no valen los atajos por mucho que la institución dé palmaditas en la espalda y se encuentre la compresión y el beneplácito social en el ejercicio de la autoridad adulta.

    Respecto a la administración, el defecto de fábrica es muy grave, el adultocentrismo forma parte de su propia conformación y definición. Lo único positivo es que hay mucho margen de mejora, existe un lugar y una necesidad para una pedagogía social y política que transforme las instituciones.

    Lo que debiera ser un modelo político que diera ejemplo de un escrupuloso cumplimiento de los derechos de las infancias, se manifiesta día a día en el polo opuesto.

    Difícilmente se podrá promover desde la institución el respeto a los niños y las niñas cuando cotidianamente se hacen devoluciones en caliente, cuando se encierra en centros de menores con dinámicas carcelarias a niños que llegan solos al país, cuando se desahucian familias con hijos, cuando se priva del derecho a la educación a chavales que la lían en el instituto, o cuando en un centro de protección se castiga a un niño a no ir a casa el fin de semana por mal comportamiento. Por no hablar de los jueces que aplauden los discursos racistas contra los migrantes no acompañados vivos que llegan a las fronteras.

    Me temo que existen infinitas dinámicas institucionales de maltrato a la infancia que gozan de buena salud y que duelen tanto o más que los golpes que pueda darte tu madre o tu padre.

    Obviamente es una comparación tendenciosa, pero es importante asumir la responsabilidad social que tenemos todos y todas, también las instituciones, en sostener el marco de maltrato a la infancia. Al fin y al cabo se pega a los niños y se vulneran sus derechos porque se puede, porque hay un contexto permisivo que hace que esto siga siendo una opción.

    Muchas veces se plantea una confrontación clasista e hipócrita, entre quienes no se pueden controlar y quienes han alcanzado un lugar de superioridad moral y de confianza en el sistema de derecho que les distancia de ciertas conductas violentas reprobadas socialmente – una diferencia que se da en un nivel discursivo, porque pueden llegan a las manos si tienen que cenar juntos, como muestra estupendamente la obra de teatro de Yasmina Reza, “Un dios Salvaje”-

    De igual modo la hipocresía se expresa cuando los miembros de un gobierno se hacen la foto aprobando la Ley contra la violencia a la infancia a la vez que permiten que, por ejemplo, en la Cañada Real (Madrid) lleven cientos de familias con niños y niñas más de 10 meses sin electricidad sin que nadie mueva un dedo.

    Es una manipulación indecente condenar el maltrato físico y el abuso para salvaguardar todo lo demás y promover una adultocracia 2.0 en la que los golpes son menos visibles, pero la subordinación de la infancia sigue en vigor, consolidándose su lugar de indefensión y exclusión.

    Por supuesto que es injustificable el castigo físico y el maltrato, nunca y bajo ninguna circunstancia, pero tengamos en cuenta que cuando se plantea desde el sistema una respuesta punitiva al mismo estamos ofreciendo más de lo mismo. Responder al castigo con castigo confunde causas y consecuencias y nos aleja de la solución.

    Habrá quien diga que no es lo mismo maltratar a una niña que dar una bofetada puntual -habrá quien dirá incluso que puede ser merecida-, y quizá no sea lo mismo en cuanto a las consecuencias en salud mental de la criatura o en las consecuencias penales para la adulta, pero simbólicamente no cambia tanto, es una cuestión de grado y sobre todo de una jerarquía social que da legitimidad a una persona e indefensión a la otra más bajita.

    Y acabo recomendando el irónico e inmejorable artículo publicado hace ya 13 años en LA HAINE De cómo pegar a los niños (por su propio bien) por si, pese a los argumentos jugados en este texto, no se tiene claro si se quiere renunciar al privilegio otorgado.