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Ningún niño debería crecer con miedo, dolor y hambre.
08 Febrero 2024
(Traducción no oficial)
Sin embargo, hoy ningún niño en Gaza está libre del miedo, el dolor y el hambre.
De hecho, se les considerará afortunados si logran sobrevivir a esta guerra y tener la oportunidad de crecer.
Según las últimas cifras de la ONU, 27.585 palestinos han muerto y 66.978 han resultado heridos desde el 7 de octubre del año pasado.
Se estima que más de 7.000 personas quedaron enterradas bajo los escombros, lo que eleva el número total de víctimas a más de 100.000 personas.
Muchos de ellos son niños.
Algunos de ellos han perdido la vida, otros han perdido sus extremidades, sus padres, hermanos y amigos. Todos los niños que viven en la Franja de Gaza han perdido su infancia. Están traumatizados y vivirán para siempre con un impacto permanente en su salud mental.
Según Save the Children, más de diez niños por día, en promedio, han perdido una o ambas piernas en Gaza desde que estalló el conflicto hace cuatro meses. UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, estima que al menos 17.000 niños están solos o separados de sus padres, y casi todos los 1,2 millones de niños de Gaza necesitan salud mental y apoyo psicosocial.
Estos niños también necesitan atención y acción por parte de la comunidad internacional.
El fallo de la Corte Internacional de Justicia del 26 de enero de 2024 consideró “plausible” la afirmación de Sudáfrica de que Israel está cometiendo genocidio en Gaza y ordenó a Israel “tomar todas las medidas a su alcance para impedir la comisión de todos los actos dentro del territorio”. alcance del artículo II de la Convención”, incluido el asesinato de miembros del grupo; “prevenir y castigar la incitación directa y pública a cometer genocidio”; y “permitir la prestación de… asistencia humanitaria”.
El Comité –nuevamente– hace un llamamiento urgente a un alto el fuego inmediato, la entrega de ayuda humanitaria urgente y la liberación inmediata de todos los rehenes, en particular los niños y sus cuidadores. En este sentido, nos hacemos eco de la “grave preocupación por el destino de los rehenes” expresada por la Corte Internacional de Justicia, y también nos hacemos eco de su llamado a su “liberación inmediata e incondicional”.
En vista de las colosales necesidades humanitarias que enfrentan más de dos millones de personas en el enclave de Gaza, el Comité insta a todos los Estados donantes que han suspendido su financiación o financiación futura al UNRWA a reconsiderar su decisión de inmediato y proporcionar fondos suficientes para garantizar que todas las necesidades urgentes la ayuda se puede proporcionar a todos, a todos y cada uno de los niños.
Además, pedimos apoyo psicosocial masivo a los niños y las familias para aliviar los efectos traumáticos y duraderos de la guerra, incluidos los niños israelíes que fueron víctimas o testigos de los ataques y aquellos cuyos familiares han sido tomados como rehenes.
También enfatizamos nuestra grave preocupación por la situación de los niños que viven en Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental, que enfrentan detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales y violencia cometida por las fuerzas de ocupación y los colonos.
Hacemos un llamado al Estado de Israel a cumplir de inmediato el fallo de la Corte Internacional de Justicia. También hacemos un llamado a todos los Estados a tomar medidas para poner fin al conflicto estableciendo un alto el fuego inmediato, reanudando las negociaciones de paz y restableciendo la financiación de la UNRWA sin demora.
El Estado de Israel estaba en la lista de Estados a ser examinados durante esta sesión, el CDN debía haber examinado a Israel, pero lamentablemente el Gobierno israelí decidió posponer su participación.
El Comité lamenta profundamente no haber tenido la oportunidad de examinar a Israel cuando el tiempo apremia. Los derechos de los niños que viven bajo el control efectivo del Estado de Israel están siendo gravemente violados a un nivel que rara vez se ha visto en la historia reciente.
Esperamos con interés un diálogo interactivo con la delegación del Estado de Israel, que ahora está previsto para el período de sesiones del Comité en septiembre. Mientras tanto, el Comité enviará a Israel una lista adicional de cuestiones sobre la situación de los niños en Israel y el Territorio Palestino Ocupado desde el 7 de octubre de 2023.
Ante expertos del Comité de los derechos del niño de la ONU, representantes de organizaciones civiles y de la niñez en México expusieron los temas “más preocupantes” sobre esta población en el país, como los homicidios, las desapariciones y el reclutamiento forzado por parte del crimen organizado.
07 de febrero de 2024
Menores de edad en imagen de archivo. Foto Cristina Rodríguez |
Además, hicieron un llamado a fortalecer el Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna), para que se mantenga como un órgano desconcentrado y con las funciones que actualmente tiene, contrario a lo que plantea la iniciativa de reforma constitucional que presentó el presidente Andrés Manuel López Obrador, el lunes pasado, para incorporarlo como una unidad administrativa al Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).
El Sipinna, aseguraron, es la “institución que posibilita la realización del mandato de la Convención sobre los Derechos del Niño”, y con la reforma se retiraría el alcance de sus funciones, ya que el DIF “carece de la capacidad operativa, técnica, política y de enfoque de derechos de infancia”.
En conferencia virtual, desde Ginebra, Suiza, Tania Ramírez, directora ejecutiva de la Red por los Derechos de la Infancia (Redim), insistió en que la propuesta de reforma constitucional “es regresiva en materia de derechos” y que para su aprobación los legisladores deberán convocar a un parlamento abierto, pues la ley general actual contempla que se tiene que consultar a esta población.
Detalló que el encuentro privado con el Comité de la ONU se dio en una pre sesión, antesala el examen de México en septiembre próximo, para evaluar su cumplimiento sobre la Convención de los Derechos del Niño. Ahí, la Redim -integrada por diversas organizaciones- presentó un informe alternativo en el que se expone que entre 2018 y 2021 un total de 5 mil 819 menores de edad perdieron la vida a causa de la violencia homicida.
“Resulta preocupante observar que el 30.5 por ciento de estas víctimas son mujeres”, dijo Ramírez. En tanto que en materia de desaparición, aseguró que el 17 por ciento de las más de 110 mil personas en esta condición, son niños, niñas y adolescentes.
Respecto al reclutamiento forzado por grupos criminales, la directora de Redim indicó que si bien no existen datos oficiales sobre el número de victimas, se estima que entre 145 mil y 250 mil están en riesgo de ser cooptados, principalmente en entidades como el estado de México, Michoacán, Guanajuato, Jalisco y Tamaulipas.
En este sentido, señaló que las personas expertas del comité manifestaron interés para poder comprender “qué es lo que sucede con el reclutamiento, si es una especie de escuela militar o paramilitar, o qué tipo de ‘formación’ están teniendo estos chicos y chicas para ingresar a las filas del crimen organizado” y sobre el asunto de la participación en las policías comunitarias.
Además para los integrantes del Comité de la ONU, “hubo dificultad” en la comprensión de cómo un país como México, que forma parte de las 15 principales economías del mundo, “la pobreza existe de una manera tan profunda en niñez y adolescencia” y que en población indígena supera el 80 por ciento, mencionó Ramírez.
Este año, la Jornada Anual se organizará en 2 paneles con diferentes temáticas:
En ambos paneles habrá participación infantil, así que lea aquí nuestra Nota de orientación para los estados para recordarles sobre el proceso de participación infantil. También animamos a otros participantes a unirse a los enriquecedores debates.
Consulte también los documentos a continuación como preparación para el Día Anual:
El debate educativo se hace complejo, difícil de transitar. Tenemos ganas de encontrar formas de salir de la maraña, de huir a espacios más sosegados fuera del ritmo que nos marca la propaganda de aplicaciones y redes sociales, ganas de ir a lugares habitables donde conectar con lo humano en una forma tradicional en la que nos reconocemos desde una legítima nostalgia. Pero pronto vemos que no hay huida posible. No queda más remedio que gestionar la dificultad.
Y desde la honestidad las dificultades siempre se gestionan con más dudas que certezas. Ni idea de cómo desenredar el lío, ni idea de cómo escapar del secuestro, pero sí que tengo claro que, en términos de infancias y adolescencias, hay ciertos planteamientos que aparecen de manera recurrente en todos los debates y, se hable de lo que se hable, las criaturas terminan palmando siendo víctimas de los postulados adultocéntricos.
Hace pocas semanas salió a luz pública una iniciativa de familias preocupadas por el condicionamiento social a la hora de facilitar a los adolescentes su primer dispositivo móvil, cómo la presión de grupo y el contexto social dificultan que cada familia pueda tomar sus propias decisiones desde el diálogo. Y en el momento que este tema ha estado en el debate mediático, los discursos criminalizadores se han hecho hueco para acallar otras búsquedas, otras maneras de encontrar soluciones que a la vez nos lleven al respeto de la realidad adolescente.
Este texto pretende colaborar con dicha búsqueda dando cinco toques de atención, cinco coordenadas que pueden servir para generar diálogo en un intento de aportar a la conversación argumentos que valgan para reconfigurar una relación con las infancias y adolescencias en clave de respeto y antagónica a las dinámicas de represión y control social que, por desgracia, están tan presentes en el debate público.
1. Somos la generación que hemos abrazado (y seguimos abrazando) las tecnologías de manera generalizada, acrítica y consumista. También como proveedores e incitadores de su consumo a las infancias.
Miramos a las adolescencias enganchadas al móvil y vemos todos los riesgos y peligros que tenemos absolutamente integrados y normalizados en nuestro día a día. Desde que en la transición compramos el modelo del progreso y el desarrollismo capitalista como manera de huir de la miseria franquista, creemos que todo lo que pita y hace lucecitas nos va a mejorar la vida. Como padres y madres hemos elegido escuelas en las que daban una tablet a criaturas de 5 años para que aprendieran las letras o los colores, incluso hemos celebrado aplicaciones para comer o dormir en guarderías y en las cocinas de nuestras casas. Hemos regalado playstations a cascoporro y hemos ido cambiando de móvil cada 2 años al son de las campañas publicitarias de las multinacionales para no perder estatus y poder seguir alimentando la fantasía de control de tener el mundo guardado en nuestro bolsillo. Nuestros hijos e hijas han crecido viendo como estábamos pegados al móvil y cómo mirábamos la vida a través de las pantallas. Los álbumes de fotos familiares están en la nube, evaporados en la inmediatez de un wasap y sin posibilidad de cristalizar en una historia familiar tangible y respirable.
Todo esto, hoy por hoy, está lejos de cuestionarse. Los adultos con las tecnologías también nos enganchamos, también nos suicidamos, perdemos nuestro dinero jugando a la apuestas o cayendo en los timos, pero en ningún caso se nos plantea un uso restrictivo de las mismas o una demonización de nuestro estilo de vida. Es muy cuestionable por tanto cuando hablamos desde la superioridad moral o desde un paternalismo. Supone construir un muro y desechar la interesante posibilidad de dialogar con los chicos y las chicas desde la miseria que compartimos, desde ese lugar común en el que estamos perdidos, y del que podemos aprender juntos cómo recorrerlo. La realidad nos pone en bandeja una oportunidad de encuentro, no la fastidiemos ocupando un lugar de pedantería. Se nos nota demasiado la impostura y perdemos la opción de hacer algo lindo con nuestra legítima preocupación.
2. No tenemos resuelta la cuestión de la autonomía de los niños y niñas, ni sabemos cómo poder posibilitar las derivas propias de las adolescencias.
Móviles sí o móviles no, puede haber debate, pero autonomía sí, sin ninguna duda.
Tenemos un grave problema social con la fragmentación y el individualismo. Nuestras comunidades están rotas, erosionadas, desiertas, cada vez es más difícil encontrar a alguien dispuesto a ofrecer ayuda, disponible para la relación. La chavalería es víctima de esa desertificación. Los itinerarios por el cuerpo social frío y hostil se parecen cada vez más a deslizamientos por el hielo, sin agarres, sin posibilidad de frenada, cada vez con más riesgos y cada vez con menos probabilidades de amparo. La cosa está mal, pero no es responsabilidad de la chavalería el desastre que se encuentran cada día que pisan la calle. Y sí, podemos valorar que es una gran lástima que la autonomía vaya asociada a la tecnología, que da pena que un chico o una chica no se atreva a hacer determinadas cosas hasta que no tenga un móvil en el bolsillo, llorar que un papá o una mamá no autorice determinados planes si no se garantiza la posibilidad de contacto (o control) inmediato…
Añoramos aquellos momentos en los que lo social estaba regado por la confianza, por el apoyo mutuo y por una libertad que no fuera vigilada. Pero en el momento actual, si se ha de elegir entre móviles o autonomía, yo lo tengo claro. Ojalá seamos capaces de construir lugares sociales habitables en los que dicha disyuntiva no sea necesaria, ojalá lugares donde la autonomía no necesite muletas, pero, mientras, habrá que pagar el precio que cuesta salir de casa. Si retrasar el uso de móvil es también retrasar la adquisición de la autonomía y el disfrute de la libertad, no compensa.
3. El sistema educativo está absolutamente incapacitado e inhabilitado para intervenir en relación a las pantallas, en uno y en otro sentido.
Puede haber debate de si pantallas en los institutos (se acaba de firmar un manifiesto en este sentido) o, por lo contrario, si los centros educativos han de estar libres de móviles, de si las tecnologías se tienen que integrar en las asignaturas como un aprendizaje instrumental o trabajarse de manera transversal, de si sí o si no. Y como todo debate pedagógico y didáctico que se da en el marco de la educación reglada encandilará a unas y aburrirá a otras, pero, en todo caso, no es la discusión que necesitamos.
Sobre la cuestión fundamental de cómo afectan las tecnologías a los y las adolescentes, el debate en términos educativos es superficial. El uso que hace de los móviles la chavalería tiene que ver con temas vitales como “la importancia de la relación con los colegas”, “la necesidad de referencias culturales más allá de los entornos inmediatos”, “jugar y entrenar las identidades y las opciones sexuales”, “acceder a contenidos que desde la cultura adulta están denostados y repudiados”, etc. Y todo eso, hace tiempo ya, que queda fuera de los currículums y fuera de circulación en la estructura formal del sistema educativo. Por tanto, cuando un centro se autodenomina “un lugar libre de móviles”, o por lo contrario, vende como “innovación educativa” tener pantallas hasta en la sopa, estamos en ambos casos ante simples propuestas autorreferenciales, epidérmicas, que tienen un calado ínfimo en las vidas del alumnado.
Si se prohíbe el uso de los móviles no es para promover una sociabilidad alternativa con los alumnos y alumnas (que, por otro lado, ni se cuidan ni se sostienen desde lo humano) sino como un elemento de autoprotección institucional y de contención de la violencia. En los institutos de secundaria hay constancia de que la convivencia es precaria, que las agresiones pueden ser frecuentes y que haya una pantalla para publicar y publicitar los comportamientos indeseables dificulta la gestión de las vergüenzas. Pero su prohibición difícilmente erradica los problemas (que tienen causas sistémicas), solo traslada su expresión a otros espacios en los que los chicos y chicas dialogan con lo que les pasa con más libertad y menos control.
El sistema educativo debiera empezar por asumir su responsabilidad respecto a los marcos de violencia que construye para la chavalería, no olvidar tampoco las condiciones materiales que condicionan los procesos vitales del alumnado, y también hacer una evaluación honesta sobre qué ha mejorado en la convivencia de los centros desde el día en que sacar un smartphone formó parte del sistema disciplinario y del menú de castigos y sanciones. Y después de todo esto, cuando haya hecho los deberes, estará en condiciones de desempeñar un papel significativo en la solución del problema que nos preocupa.
4. Las redes sociales virtuales conducen a un consumo de relaciones, a una exposición nociva y unas relaciones basadas en el control y la inmediatez… ¿Y las otras redes saludables? ¿Dónde están y qué hacemos para que las adolescencias puedan explorar una sociabilidad alternativa a la digital?
Si ya había “temita” con la cuestión de la autonomía, si hablamos de la vida social de las criaturas en relación a las tecnologías la cosa también se presenta tiznada... Hay una preocupación general respecto al uso de las aplicaciones de las redes sociales como sucedáneo del encuentro con cuerpo y alma. El miedo que da normalizar relacionarse con avatares, hablar con emoticonos o follar por zoom. Mal panorama, sí, pero es un lío que no vamos a poder esquivar…
Las relaciones sociales son una necesidad básica en todas las edades, somos una especie mamífera, necesitamos roce y cachorreo, y nos lo estamos montando para exiliar esto de nuestro día a día. Cada vez nos vemos menos, nos tocamos menos y nos encontramos menos. Cada vez más solas, con más necesidad y con más carencia. Y ninguna de las instituciones pensadas para las infancias y adolescencias priorizan el abrazo. Pocos recreos, pocos espacios de juego liberados de la mirada adulta y pocos lugares donde experimentar la conexión con los demás. Precariedad psico-afectiva generalizada.
Cuando las criaturas son pequeñas aun les llevamos a planes con abuelos y abuelas, convocamos a tíos y tías en una fantasía instantánea de la familia extensa que ya no tenemos, vamos de peregrinaje a cumpleaños colectivos y hacemos fiestas de halloween o de pijamas… Pero claro, llega un momento que las criaturas crecen, pronto cumplen 12, 13 o 14 años y la sociabilidad que demandan y necesitan ya no se da de la mano de papá o mamá. Desde ese momento, y hasta que puedan conquistar la confianza de quienes les cuidan para tener libertad de movimientos y funcionar de forma autónoma ejerciendo de “adultas”, tendremos que asumir que van a tener que canalizar de manera precaria e insuficiente sus necesidades de socialización, “ni tan mayores como para quedar solos, ni tan pequeños como para verse en encuentros con familia encima”, que van a querer conectarse a juegos en red para chatear con colegas, o mandarse mil gifs por wasap para sentir que no están tan solas en el encierro de sus casas…
Porque, reconozcámoslo, la alternativa social que estamos ofreciendo a las adolescencias es de precariedad y encierro. Ni los horarios, ni los espacios, ni las ciudades, ni las dinámicas de relación que tienen con los adultos de su vida dan muchas posibilidades distintas al aislamiento. Y no parece que estemos muy dispuestos a cambiar nuestras prioridades, ni que el capital y la adultocracia nos lo vaya a permitir.
En este contexto, las aplicaciones y las pantallas son quizá más consecuencia que causa de lo que nos debiera preocupar.
5. La regulación y la prohibición ¿Dónde están los riesgos? ¿Es una cuestión de peligros o de necesidad de control adulto?
No es la primera vez que cuando nos asusta algo respecto a las infancias nos lo queremos quitar con educación punitiva o con represión. La educación y el castigo para salir del atolladero.
Somos conscientes de que el mundo que hemos construido, y que se expresa con toda su crudeza en internet, deja mucho que desear. Sabemos que no tenemos capacidad de control del capitalismo, ni del patriarcado ni de la violencia estructural que sufrimos, por lo que puede parecer una buena opción controlar a las adolescencias y así “defenderlas de lo que somos”. De esta manera, aunque la efectividad de nuestras medidas sea casi nula, seguimos demostrando quien manda y expiamos parte de las culpas. Reivindicar el privilegio adulto siempre será la mejor forma de acallar debates y de no asumir responsabilidades.
Pero desde una regulación ajena a las necesidades de la chavalería, y desde la prohibición en base a criterios moralistas y prácticas paternalistas, no se crece como sociedad, no se renuevan las alianzas intergeneracionales. Se culpabiliza a las adolescencias por “hacer lo mismo que los demás” pero a ellos y ellas no se les permite por las inseguridades y los miedos que las personas adultas les vuelcan.
Si pensamos en una tablet, para jugar, para aprender, o para matar el tiempo en una sala de espera o en un viaje, nos parece todo bien (aunque esté demostrado que es nocivo para los niños y las niñas, y nosotras justifiquemos “hacer la vista gorda” por nuestro bienestar), pero si proyectamos en los dispositivos y las tecnologías el acceso al porno o el que jueguen a las apuestas, nos parece mucho más peligroso en manos de la chavalería que en nuestras manos, cuando los riesgos son similares y las consecuencias negativas también.
Las propuestas punitivas, además de ineficientes, imposibilitan dialogar con el problema en clave de la responsabilidad que tenemos, lo que es muy inmaduro como sociedad y además injusto para aquellas personas que no viven en situaciones de privilegio y por tanto que no se pueden beneficiar de una mirada benevolente y comprensiva a sus conductas reprobables. Los y las adolescentes están lejos de poder ocupar ese lugar de reconocimiento y de poder disfrutar de los beneficios de la hipocresía social. Tienen todos los números para seguir siendo las dianas de nuestro malestar.
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Y así, como resumen y cierre, decir que, sin duda, en un ambiente sin pantallas que nos secuestran la atención, la vida y que instrumentalizan nuestros anhelos y necesidades, sería más fácil de cultivar la relación humana, pero más allá de ese marco, hoy por hoy lejano y artificioso, no nos queda otra que lidiar con las dificultades, y hemos de hacerlo en clave de respeto y responsabilidad, y no ahogar el debate en propuestas finalistas y simplificadoras que quizá nos ayuden a dormir más tranquilos, pero que distan mucho de colaborar con hacer un mundo más habitable para las infancias y adolescencias