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En Chile, como en muchos otros países, celebramos en agosto el Mes de la Niñez con alegría y festividades. Sin embargo, nuestra realidad nos invita a reflexionar sobre si realmente existe algo que celebrar.
Mientras adornamos nuestras calles con globos y preparamos regalos, no podemos olvidar que hay una realidad país que entristece esta celebración. En nuestro país, miles de niños, niñas y adolescentes (NNA) viven en condiciones de vulnerabilidad en sus barrios, sus escuelas o en sus propias familias, y otros en una compleja atención del Estado que debería velar por su integridad y bienestar.
Las cifras son alarmantes y no pueden ser ignoradas. Según datos recientes, en Chile, más de 200 mil niños y adolescentes son víctimas de violencia física y emocional cada año. Además, otros miles se encuentran en hogares, o familias de acogida, muchos de ellos sin la atención y el cuidado adecuados porque la política pública especializada es aún deficiente.
La violencia contra los menores no es solo un problema social; es una crisis humanitaria que requiere nuestra atención inmediata. No podemos celebrar el Mes de la Niñez mientras sigan siendo víctimas de abusos, negligencia o de negar sus derechos.
Las familias son el agente clave, pero el Estado tiene la responsabilidad de proteger a nuestros niños y niñas y garantizar sus derechos. Sin embargo, las políticas actuales son insuficientes y, en muchos casos, ineficaces. Niños y niñas no son aún reconocidos como personas y sus voces son ignoradas.
En el Mes de la Niñez, en lugar de simplemente celebrar, debemos reflexionar y actuar. Necesitamos políticas públicas más fuertes, una mayor inversión en programas de promoción, prevención y protección infantil, y por supuesto, una sociedad comprometida con su reconocimiento como actores sociales, sujetos de derechos y también de protección.
No hay mucho que festejar mientras se siga invisibilizando y vulnerando los derechos de niños, niñas y adolescentes en Chile. Es hora de que tomemos medidas concretas para cambiar esta realidad y asegurarnos de que cada niño, niña y adolescente en nuestro país tenga la oportunidad de crecer en un ambiente seguro y amoroso.
La verdadera celebración será cuando podamos garantizar que todo niño, niña u adolescente pueda vivir una vida digna y plena.
Las directrices y normas para autores y autoras se encuentran en la página de la revista:
https://revistas.ucm.
Se aceptarán trabajos escritos en español, portugués e inglés en las condiciones señaladas.
al objeto de facilitar la previsión y la administración de sus tiempos a las autoras y autores interesados
en aportar sus trabajos de investigación, ensayo, proyectos o noticias de publicaciones.
A continuación Plan de publicaciones 2024 en el que se detallan los títulos de las secciones monográficas
previstas.
Volumen 8(1)
Publicación: Primer semestre 2024
LA INFANCIA Y LA CIUDAD, PERSPECTIVAS INTERDISCIPLINARES
Volumen 8(2)
Publicación: Segundo semestre 2024
ACTIVISMOS INFANTILES POR LA JUSTICIA SOCIAL Y POLÍTICA (CHILDISM)
No recuerdo bien la cita de Camus, ni dónde la leí, tal vez en El exilio y el reino, pero venía a decir (con esa belleza airada que siempre tiene la voz del autor de El primer hombre) que no hay crimen más deleznable que el que se comete contra la infancia. Creo que se refería a las guerras, pero podríamos extrapolarlo a cualquier situación de la vida: las hambrunas, los naufragios en el Mediterráneo a los que asistimos anestesiados o el día a día infernal en el que viven millones de niños, víctimas de todo tipo de abusos (son unos de los principales damnificados de la violencia de género). La infancia debería ser un territorio sagrado.
Y, sin embargo, desde el punto de vista literario, no abundan las novelas y las historias en las que los protagonistas sean niños. En parte, quizás porque muchos escritores no encuentran atractiva la niñez, ni como lectores ni por supuesto como narradores. También por la dificultad que supone adoptar el punto de vista de un niño. Suele abordarse de dos maneras. O bien el escritor se sitúa en el presente del niño, como narrador, algo que es francamente difícil, o bien cuenta la historia retrospectivamente, como el adulto que recuerda una época de su niñez.
La primera opción es todo un reto y a veces nos sitúa frente a un narrador poco fiable, como podríamos pensar de Huckleberry Finn, una de las novelas fundacionales de la literatura norteamericana. Desde el comienzo, el pillo Huck nos advierte de que no le creamos demasiado y alude a una historia anterior, Tom Sawyer, en la que gran parte de lo que se cuenta es mentira, por mucho que su autor, Mark Twain, la haga pasar por verdad. Muchos quisieron y aún hoy quieren ver en Huckleberry Finn una novela para niños, como si eso fuera un menosprecio por otro lado, aunque cualquier lector mínimamente avezado sabe que en realidad es una historia para adultos. Pero para poder madurar es imprescindible no matar al niño que llevamos dentro.
Esa fue además la intención de Mark Twain. Esta novela fundamental de la literatura, ese viaje a lo largo del río Misisipi (con esa variedad de acentos que se refleja en los diálogos) convierte a Huck en Ulises y a la novela en un canto a la libertad y la amistad, una crítica a un sistema que se sustentaba en el racismo institucionalizado. Aunque a Twain le encantaba el dinero y se casó con una mujer acomodada, fue anarquista toda su vida. Fue también, por cierto, uno de los primeros en defender los derechos de las mujeres. Mujeres y niños (y habría que añadir animales), ya se sabe.
La infancia y la adolescencia están infravaloradas, pero recordemos que una jovencísima, casi adolescente, Mary Shelley es la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, una novela visionaria que nos habla del mundo actual, dominado por la tecnociencia. Proust edificó En busca del tiempo perdido a partir de recuerdos de infancia. Delibes nos habló de esta España hoy vaciada a través de los ojos de un niño en El camino. Cuando era pequeña, la poeta Mary Oliver, víctima de abusos y condenada al ostracismo escolar, aseguraba que tenía muchos amigos (Whitman, Thoreau, Dickinson), pero que estaban muertos.
Precisamente, una cita de Mary Oliver abre En la boca del lobo, de Elvira Lindo, una novela que se adentra, sin decirlo expresamente, en el infierno en el que puede convertirse la infancia. Una historia envolvente, lúcida y penetrante, narrada con una prosa en estado de gracia que mantiene la tensión a lo largo de todo el relato y que, en la estela de Twain, solo podría escribir alguien con la madurez literaria suficiente como para no haber abandonado nunca la mirada de la niña que fue.
La trama de En la boca del lobo (Seix Barral) es sencilla: Julieta, una niña de 11 años, una niña herida y con la fortaleza de los frágiles, pasa las vacaciones con su madre, Guillermina, en La Sabina, un pueblo de Ademuz, una comarca real donde la autora veraneó en su infancia. Guillermina tuvo a Julieta siendo ella misma casi una niña, una adolescente. Y en cierta forma nunca dejará de ser esa adolescente, con el egoísmo y la falta de responsabilidad propias de la edad.
Ya desde el título la novela retoma algunos de los cuentos y los reinterpreta (la buena literatura no deja de ser un diálogo con los clásicos) con gran habilidad, pero uno de los grandes logros es la voz narrativa. La voz en primera persona de Julieta, la protagonista, se va desdoblando a lo largo de la historia con un gran virtuosismo, nos envuelve, y dosifica poco a poco la información necesaria para desvelar un misterio que se alienta desde el comienzo, que nos mantiene en vilo.
En algún momento, y salvando las distancias, En la boca del lobo me ha recordado a Pedro Páramo, por esa capacidad de Lindo de crear una atmósfera que, sin llegar a ser tan onírica como en el clásico de Rulfo, tiene la cualidad de situarnos entre lo mágico y lo real. Una atmósfera impregnada de la naturaleza viva y salvaje de Ademuz, un personaje más de la trama. La soledad de la España vaciada, con sus reglas y sus normas, habita también esta historia.
Como buena autora chejoviana, Lindo cuenta más de lo que dice. Por ejemplo, va más allá de las relaciones madre e hija, de la responsabilidad que supone ser madre pero, también, ser hija, un tema que, por cierto, explora también en su primera y magnífica película como directora, Alguien que cuide de mí, cuyo estreno ha coincidido en el tiempo con la promoción de la novela.
Me interesa mucho esa capacidad que tiene Lindo de penetrar en las grietas de los personajes, especialmente en el de Julieta, sin juzgarlos. El nombre de la protagonista, Julieta, ¿es un homenaje a la protagonista de algunos relatos de Alice Munro, como Escapada, con quien Lindo podría estar emparentada?
Marcos fue detenido a los 17 años, luego de una corta vida en la que perteneció a dos cárteles que operaban en el sureste del país. (Cuartoscuro) |