Parece que hay toda una serie de ideólogos que solo leyeron de niños a Margaret Thatcher cuando contaba aquel cuento de que no existe la sociedad sino el individuo, y que es el individuo, solo ante el peligro, quien con su esfuerzo construirá su éxito o con su falta de ambición labrará el fracaso. Los lectores de Margaret Thatcher, esa autora para niños que leyeron los ultraliberales de hoy, están dispuestos a impartir la doctrina de su maestra en cuanto sale la educación a relucir. La presidenta Ayuso se crio a sus pechos, puede que incluso se llevara los cuentos de la amada líder a la cama y acariciara el sueño de vivir de la política desde su tierna juventud, como así fue. Esa es otra palabra pervertida en la vieja fábula del individuo que vence la carrera de obstáculos desde un origen humilde: sueño; cuando se tiene un sueño basta con no desfallecer. Si se entrega a un proyecto la vida entera, sin cansancio ni resuello, se llegará a la meta deseada. El que no lo consiga es porque ha sido torpe y haragán. Se merece el fracaso.
Debo decir que me entristece que cada vez que se contesta a esta perversa cantinela, a esta desfachatez con la que el privilegiado regaña al de abajo, se haga desde un punto de vista juvenil. Los jóvenes, con razón, se sienten atacados, reducidos a estereotipos, tachados de blandos o de cobardicas, y responden. Hacen bien.
Pero, ¿quién se ocupa de los niños?, ¿quién habla por ellos?, ¿quién levanta la mano para decir que eso de que los aprobados se regalan es bajuno y falso de toda falsedad, como decía Cervantes?.
Porque es ahí donde la desigualdad clava sus colmillos con más saña. Esos niños o esas niñas que van a la escuela sin haber desayunado no escriben columnas, no aparecen sus testimonios en las radios, no cuentan aún con las palabras necesarias para desafiar a quien profiere una sucia mentira sobre ellos. Se esfuerzan, claro que se esfuerzan los niños, pero a veces el esfuerzo no basta, no basta si no se tienen materiales necesarios, si los docentes han de sustituir las carencias, la precariedad o la desatención, si la escuela ha sido esquilmada, si han disminuido los maestros y suben las ratios, si se pasa frío en casa, si los profesores de apoyo no llegan, si en la familia no se lee para ayudar a la comprensión del mundo. Los que tanto hablan del aprobado regalado intentan desacreditar la enseñanza pública y envuelven su perversa intención en discursos morales.
Y es a los que carecen de voz a quienes debemos prestarles la nuestra.
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