Adolescentes y progenitores tienen una perspectiva distinta sobre la devolución de la capacidad de decidir abortar sin permiso de los progenitores que Igualdad plantea en la reforma de la ley del aborto, pero coinciden en algo:
lo importante es prevenir, para no llegar a esa situación.
María, de 18 años; Alba, de 16, y Rosario, de 19. El País. |
El aborto no está entre sus preocupaciones y esperan que siga sin estarlo. A todas, menos a una, les parece bien la bajada de la edad a los 16 para abortar sin permiso de madres y padres que el Ministerio de Igualdad ha incluido en la reforma de la ley del aborto que irá el próximo martes al Consejo de Ministros. Y todas añaden algo: “Se lo diría a mi madre”.
¿Y si sus madres no estuvieran de acuerdo? Casi todas acaban respondiendo lo mismo: decidirían abortar. Para madres y padres es distinto. Las posiciones van del rechazo frontal al apoyo, aunque deseando que nunca llegue el momento. Muchos se debaten entre el respeto a la autonomía de sus hijas y el miedo a no saber qué pasa en sus vidas.
Lourdes Gaitán, doctora en Sociología y fundadora de Grupo de Sociología de la Adolescencia y la Infancia (GSIA) incide en los cambios vividos por la sociedad desde la primera regulación del aborto, en 1985. “No es lo mismo ser niña hoy que hace 20 años o 50. Las jóvenes tienen ahora acceso a tecnologías y medios de comunicación que les permiten adquirir experiencias y conocimientos, tienen más elementos para tener criterio”.
“Decir que somos niñas dependientes a los 16 y que a los 18 es como si explotara un globo y ya no lo somos es una raya arbitraria que usamos para tener el control de quienes son más pequeños que nosotros”, dice Gaitán. De ahí las repercusiones en el ámbito familiar. “Si nuestras hijas legalmente nos tienen que pedir permiso para trabajar y no pueden votar... ¿Para este momento si consideramos que están preparadas?”, reflexiona Silvia, que es madre.
Sí hay otros ámbitos en los que los 16 años son el límite: es la edad de consentimiento sexual y la establecida por la ley de autonomía del paciente. Gaitán lo enlaza con los derechos de los niños: “Padres y madres, la niña no es suya, no les pertenece”, afirma la socióloga a sabiendas de que es un concepto difícil de encajar. También para las adolescentes. A pesar del tan repetido “hago lo que me da la gana”, llegado un momento crítico, como un embarazo con 16 años, el muro de contención que puede suponer la familia, importa.
“Seguramente me harían tenerlo”
Marta y Mía saben que la decisión de su familia pesaría más que la suya, y sienten además que así debe ser. Marta tiene 16: “Me parece bien [la bajada de la edad] por un lado, por otro no tanto. Al ser menor quizá el control lo deberían tener los padres”. Ella se lo contaría “primero” a su madre: “Sabría guiarme. Aunque seguramente me harían tenerlo”. Mía, que cumplió 18 en abril, es la única que no está de acuerdo con el límite en los 16: “Los padres están para algo. A la primera que yo avisaría sería a mi madre. A los 16 hubiese abortado seguro, ahora con 18… Creo que no”. Y Lucía, de 17, piensa “en todas esas que no tienen la confianza con sus madres”.
Esas, dice Ada Santana, presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes, son la parte vulnerable: “Es preocupante que una mujer de 16 años se quede embarazada, pero las que nos preocupan más son las que no podrán contarlo en casa, es a ellas a quienes tenemos que proteger”. Juan José, padre, le da vueltas a eso: “El problema está en familias en las que si el padre se entera de que la hija está embarazada, le pega una paliza... Y si el embarazo se vuelve peligroso, ¿depende de que ese padre la autorice?”. Pueden parecer situaciones extremas, pero ocurren.
Santana apunta a las muchas madres que defienden su derecho a “proteger a sus hijas”. ”¿Entienden que sus hijas no tienen capacidad para decidir abortar pero sí para ser madres a los 16?”. Marina, que cumplirá 16 años el próximo agosto, habla de “locura” y de cómo “es comprensible lo que sienten los padres”, pero “en ningún caso se puede permitir que decidan” sobre eso: “Me pongo en la situación de que me obligaran a tener un bebé el año que viene y se me viene el mundo encima”.
La rotura del patrón hogar y familia a favor del desarrollo personal
En las últimas décadas las generaciones han crecido y se han socializado de otra manera. Sobre todo las mujeres. “Las chicas jóvenes rompieron ya casi del todo con aquel patrón de que a los 18 el sueño es casarse y tener hijos”, expone Santana. Las mujeres han conquistado espacio público y libertad. “Las nuevas generaciones no están dispuestas a renunciar a eso, hay un cambio de concepción que pasa por crecer, desarrollarse profesionalmente, encontrar su autonomía...”, añade.
En las últimas décadas las generaciones han crecido y se han socializado de otra manera. Sobre todo las mujeres. “Las chicas jóvenes rompieron ya casi del todo con aquel patrón de que a los 18 el sueño es casarse y tener hijos”, expone Santana. Las mujeres han conquistado espacio público y libertad. “Las nuevas generaciones no están dispuestas a renunciar a eso, hay un cambio de concepción que pasa por crecer, desarrollarse profesionalmente, encontrar su autonomía...”, añade.
El estudio de maternidades juveniles de la Fundación Fad Juventud, de 2017, que recogió datos de mujeres entre los 18 y los 35 años, refleja que la inmensa mayoría entre los 18 y los 24 no querían ser madres en ese momento (64,8%), un 12,8% no sabía si le gustaría o no ser madre y un 10,2% tenía claro que no quería tener hijos. Solo un 8,1% respondía “pronto” a la idea de tenerlos. Rosario, que con la ley actual puede abortar desde el año pasado, tiene claro que hace tres años, cuando tenía 16, hubiese ido “de cabeza” a contárselo a su madre: “Y abortar. No tenía el cuerpo, ni la mentalidad, ni el dinero, ni nada para tener hijos. Si tengo uno para que lo cuiden mis padres no quiero”.
Según el último informe del Ministerio de Sanidad sobre interrupción voluntaria del embarazo, con datos de 2020, la tasa de mujeres por cada 1.000 que abortan por debajo de los 19 años es la segunda más baja, con un 7,41 y ha descendido a casi la mitad desde 2011 (13,68). Solo la de mujeres por encima de los 40, con un 3,97, es menor. Y la más alta está en la de 20 a 24, con 15,81.
Educar, prevenir, educar, prevenir
En el origen está la forma de evitar “algo que no es banal”, resalta Lourdes Gaitán: “El aborto es un riesgo físico y psicológico. Para prevenirlo es necesario promover el acceso de chicas y chicos a medios anticonceptivos y promover que los chicos los usen”. A veces, dice el informe Entre la confianza y la violencia: ambivalencias en las sexualidades juveniles, de Fad, tanto la píldora del día después como la interrupción voluntaria del embarazo “se plantean como atenuantes de la gravedad de un posible embarazo no deseado”. Y matiza: “Esta idea suele ser planteada por los chicos”. La clave en este punto es la educación afectivo sexual.
El borrador de la reforma de la ley del aborto de Igualdad tiene esta cuestión como prioritaria. Y no es nueva. Esta formación está desde hace años en la teoría y las políticas de los gobiernos progresistas. Sin embargo, en la práctica, jamás se ha materializado. En una entrevista con este periódico el pasado marzo, la ministra, Irene Montero, hacía referencia a esa educación con la palabra “fundamental” y “obligatoria”.
En el documento que maneja su área, se hace referencia a que la reforma “viene a cubrir las lagunas de la regulación anterior”. Y se lee: “Se amplía el objeto de la norma, dando un mayor peso a la educación sexual, que pasa a ser obligatoria en todas las etapas educativas”. También se alude a campañas periódicas institucionales y contempla “la incorporación de contenidos de calidad, adaptados y suficientes sobre salud, derechos sexuales y reproductivos en las carreras relacionadas con las ciencias jurídicas, las ciencias de la educación, las ciencias sociales y en los currículos de oposiciones vinculada a estas”.
“Lo que sí sé seguro es que una chica de 16 años no está capacitada para ser madre”
Álvaro García es profesor de secundaria en un instituto madrileño y cree que “hay niveles de madurez distintos a los 16 años”. Pero lo que “sí” sabe, “seguro”, es que una chica de 16 “no está capacitada” para ser madre. “Tiene que aprender y experimentar muchas otras cosas antes. Además, los cuidados no recaen solo en ella sino en la familia”.
Para este educador, “es preferible que con esa edad reciba atención psicológica pública de un profesional que la ayude a valorar su situación y tomar una decisión a que la familia, que muchas veces por convicciones no piensa en las consecuencias, decida por ella”. La confianza que se haya trabajado en cada casa es fundamental. Cristina, madre, tiene “abierta” la puerta a sus hijas, “para todo, y ellas lo saben”. Pero es consciente de que “no en todas partes es igual”. Gaitán, la socióloga, se decanta por que “no necesiten permiso pero sí consulta, apoyo”.
Paula, que cumplió en marzo la mayoría de edad, cree que “los padres son tutores y no estaría bien hacerlo sin que lo supieran”. Alba, de 16, “jamás lo haría” sin decírselo a su madre: “Ella me acompañaría, yo me sentiría más tranquila”. María, ya con 18, va más allá, pero también con su madre: “Eres tú quien tiene el bebé, es tu decisión. Eso sí, yo se lo diría a mi madre, sería la única persona a la que se lo diría”.
Hace unos días, Leslie Jamison, ensayista estadounidense, escribía en este periódico: “La crianza de los hijos cambia completamente los pilares básicos de la experiencia: tiempo, sueño, dinero, soledad. En otras palabras: cada momento del cuidado de los hijos —cada hora, cada día— es un argumento de por qué es importante que la maternidad y la paternidad sean una elección. El aborto no tiene que ver únicamente con el embarazo o el parto; tiene que ver con toda esa vida que le sigue: una vida de responsabilidad absoluta, sin paliativos, sin interrupciones; y también con la vida del niño”.
"La cosa es no llegar ahí"
“La cosa es no llegar ahí, digo yo”. Habla Bea rapidísimo, a punto de cumplir los 18, en un audio de Instagram: “A veces el problema es cómo no llegas ahí, porque no veas si hay trampas por el camino: cuando hay que convencer a tu novio, o no tu novio, de que o con condón o nada”, o “cuando te crees que porque estás enamorada ya no hace falta”.
“La cosa es no llegar ahí, digo yo”. Habla Bea rapidísimo, a punto de cumplir los 18, en un audio de Instagram: “A veces el problema es cómo no llegas ahí, porque no veas si hay trampas por el camino: cuando hay que convencer a tu novio, o no tu novio, de que o con condón o nada”, o “cuando te crees que porque estás enamorada ya no hace falta”.
El informe Entre la confianza y la violencia: ambivalencias en las sexualidades juveniles, de Fad Juventud, ahonda en “la carga que se traslada a las mujeres, en muchos de los casos, a la hora de conseguir que se introduzca el preservativo dentro de la relación sexual”. Eso genera, según el informe, “un escenario de fuerte desigualdad" a la hora de "abordar la prevención en el marco de sus relaciones sexo afectivas”.
Mercedes no sabe explicar “por qué, pero está como la cosa de que si le dices lo del preservativo se va a molestar” y “a veces, cedes”. Pero sí sabe que “al final, si pasa algo, a la que le caen las consecuencias es a ti”. El estudio de Fad constata “los procesos de dominación y las situaciones de desprotección a las que se enfrentan las jóvenes hoy día donde ellas aún siguen soportando, en muchos casos, todo el peso, simbólico y físico, tanto del uso del condón como de asumir las consecuencias”.
* Isabel Valdés: Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Danos tu opinión, Escribe tu comentario, AQUÍ