De la infantoflexia a la participación infantil: microhistorias sobre proteccionismo ilustrado.



                            – A estos niños hay que sacarlos de esa casa.

                            – Y… ¿habéis hablado con ellos?

                            – No… ¿Para qué?

Breve contextualización histórico-biográfica

A mediados de los años 90 llevaba pocos años trabajando en el Sistema de Protección a la Infancia, pero los suficientes para ir observando que, muchas veces, en los informes sociales en los que se  proponían medidas de protección, los niños y niñas no estaban. Recogían las actitudes y los comportamientos de los padres y madres y su efecto sobre la crianza de sus hijos e hijas. Sin embargo, era difícil encontrar una sola referencia a la vivencia de los niños o niñas de su situación y a cómo vivirían una medida de protección u otra.

Este detalle me llevó a acuñar, para mí mismo, la expresión “proteccionismo ilustrado”, tomando como referencia el lema del llamado Absolutismo o Despotismo Ilustrado de la segunda mitad del siglo XVIII: “Todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. El Sistema de Protección a la Infancia de aquellos años parecía regirse por el lema “Todo por los niños y niñas, pero sin los niños y niñas”.Lo normal era pensar que el niño o niña igual que era víctima pasiva de la desprotección, también  era beneficiado o beneficiada pasiva de la protección.

Al mismo tiempo, cada uno de los intervinientes en la toma de decisiones sobre los niños, niñas y adolescentes nos situábamos como una especie de monarca absoluto en posesión de la verdad. El resultado: grandes dosis de energía gastada en discutir entre nosotros y nadie averiguando la percepción y el sentir de los niños, niñas o adolescentes.

– ¿Por qué lloras Kevin?

– Quiero irme ya a vivir con mi tía Cristina.

– Quiero irme ya a vivir con mi tía Cristina.

– Sí, lo sé. Y ella también quiere. Pero me dicen que, por unos tests que le han hecho, piensan que igual no sabe cuidarte bien.

– Vale…, pero… ¡le vais a enseñar!, ¿verdad?

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Han aparecido protocolos, e incluso instrumentos, para valorar el riesgo o el desamparo o para evaluar las habilidades de crianza. Se han creado recursos para la intervención familiar especializada. La literatura en castellano sobre apego y los efectos traumáticos de la negligencia y el maltrato han crecido exponencialmente en los últimos veinte años. Han aparecido profesionales y obras de referencia para guiarnos hacia la parentalidad positiva e incluso a la parentalidad terapéutica. El asociacionismo implicado en el Sistema de Protección a la Infancia ha pasado de posiciones bien intencionadas, pero sentimentaloides, a tener planteamientos jurídicos y técnicos infinitamente más sólidos. Parecería que el proteccionismo ilustrado ha ido diluyéndose poco a poco. Pero ¿es así? ¿O simplemente se ha transformado?

La tesis de este artículo es que eso que yo llamo “proteccionismo ilustrado” no ha desaparecido. Simplemente ha evolucionado y se ha transformado. Antes podías contestar simplemente con el “¿Para qué?” de la microhistoria inicial. Ahora, y precisamente por los avances técnicos y jurídicos, esa actitud o esquema mental que te hace pensar que los niños, niñas o adolescentes son solo proyectos de persona, y que poco tienen que decir sobre su protección, hay que camuflarla detrás de supuestos criterios técnicos.

Intentaré desenmascarar algunos de ellos. Los conozco bien porque llevo años participando en discusiones técnicas sobre la protección de niños y niñas concretas. He oído muchas frases que revelan el proteccionismo ilustrado. Incluso me las he oído decir a mí mismo. Y no puedo decir que no siga agazapado en mi pensamiento. Este artículo no pretende ser una crítica. O al menos no solo eso. Es una reflexión compartida.

“El Sistema”: técnicas avanzadas de infantoflexia

En el Sistema de Protección a la Infancia se están tomando decisiones continuamente. Hay que decidir si un niño o niña está en situación de riesgo o en desamparo; o si la situación de riesgo se ha superado o, por el contrario, hay que tutelarlo o tutelarla. Porque el sistema tiene puertas de entrada y salida. Como mantiene Hilary Cottam (1) los sistemas de bienestar social dedican la mayoría de su personal y presupuesto a mantener a la gente fuera del sistema. Es decir a valorar y filtrar los casos que deben entrar y a gestionar las colas de espera. Y una vez dentro: “el sistema es como ese giroscopio costoso que gira en torno a las familias, manteniéndolos atrapados en su interior, exactamente dónde están” (De su charla en TED). Y dentro del sistema habrá que seguir tomando decisiones. La principal es tan sencilla como dónde colocamos al niño, niña o adolescente. ¿En un centro? ¿En una familia? ¿En cuál? ¿Para qué o por cuánto tiempo? Pero también muchas más decisiones: quién puede hablar con él o ella, quién le visitará, dónde, cuándo, quién lo o la podrá sacar…

Y para todo ello el Sistema de Protección a la Infancia ha desarrollado técnicas avanzadas de infantoflexia. Si la papiroflexia consiste en el arte de plegar el papel para reproducir cualquier figura, la infantoflexia consiste en el arte de plegar al niño, niña o adolescente para que encaje en el sistema tal como lo tenemos organizado.

Nayara, de 7 años, se ha sentido a gusto con la familia que le acaban de presentar para iniciar un proceso de acogimiento. Sin embargo, cuando la familia sale del centro y se cierra la puerta, Nayara se vuelve hacia el psicólogo y, con una media sonrisa, le espeta:

– ¡Te dije que quería una familia con perro!

– Lo siento, Nayara, se nos han terminado las familias con perro.

Esta microhistoria es real y anecdótica, pero refleja una realidad a veces más seria. Como cuando mandamos a un chaval o chavala a un centro que está a 40, 50 o 60 kilómetros de su zona de procedencia y le dificultamos la única relación sana que tenía con un familiar. A veces parece inevitable. Pero ¿seguro que lo es? ¿O es falta de planificación? Porque una buena planificación de apertura y autorización de centros puede evitar el daño colateral de un desarraigo sociofamiliar.

A falta de previsión, o mientras tanto, es mucho más fácil plegar el niño, niña o adolescente al sistema que al revés. El proteccionismo ilustrado se infiltra en nosotros cuando ni se nos pasa por la cabeza lo que Alberto Rodríguez nos recuerda con frecuencia: que el sistema también daña. O cuando lo sabemos pero, quizá para proteger nuestra conciencia, y no queriendo, pudiendo o sabiendo cambiar el sistema, lo justificamos con supuestos argumentos técnicos.

Igual que la papiroflexia tiene unos pliegues básicos o esenciales, en el sistema circulan ideas que sirven para doblar al niño o niña según me interese. Señalaré algunas de ellas.


Pliegue 1: “Los niños y niñas se adaptan a todo”

Esta idea se camufla en otras formas y así recurrimos a la “plasticidad neuronal” del cerebro del niño o la niña, a la resiliencia, etc. El problema es que la idea, siendo probablemente cierta, es engañosa. La formulación correcta sería como la leí hace muchos años, aunque siento no poder recordar ni averiguar a quién: “Hay una buena noticia sobre los niños y niñas y es que se adaptan a todo. Hay una mala noticia sobre los niños y niñas y es que se adaptan a todo”. Me da la impresión de que muchos compañeros y compañeras que trabajan en el sistema se han apropiado como un mantra solo de la primera frase. La segunda, cuando nos interesa, la censuramos. Y sin la segunda parte, la primera se convierte en una idea perversa: la tragedia a la que te adaptas no es tanta tragedia.

Ver imágenes en la televisión de personas con bolsas de compra en ciudades bombardeadas en Ucrania no puede llevarnos a pensar que no es tan trágico que caigan misiles sobre ellas. O como suele decir Marta Llauradó: que el cuerpo sea capaz de soldar por sí mismo una fractura de hueso no justifica que le rompamos el brazo a alguien intencionada y gratuitamente.

El argumento de la adaptabilidad infantil es de una eficacia enorme para justificar las cosas que no podemos, no sabemos o no queremos cambiar. Los niños y niñas también se adaptan a la negligencia o maltrato de sus padres y no por ello los dejamos sin hacer nada. Sin embargo, para mover a niños y niñas protegidos de un recurso a otro, de una familia a otra, para separar hermanos –las decisiones de puertas adentro– parece bastar que será capaz de adaptarse. Si oyes a alguien, o a ti mismo o misma, diciendo o pensando “Bueno… se adaptará”, al menos pregúntale o pregúntate: “¿Pero es inevitable?”, “¿Para quién es bueno que se adapte?”. El sistema de protección debe perseguir el bienestar infantil, no la adaptación infantil a nuestra manera de organizar la protección.

Pero si no estamos dispuestos a cambiar el sistema este es, sin duda alguna, un pliegue de 1º de Infantoflexia.


Pliegue 2: “El tiempo es para todos el mismo”

Consiste en la negación de la afirmación de Albert Einstein de que el tiempo es relativo. Para el Sistema de Protección parece que el tiempo no es relativo. Es absoluto. Es el mismo para todo el mundo.

– Ismael… Esto no puede ser. Os dejamos al crío para ir a Francia a la vendimia y ahora volvemos y el niño no quiere venir con nosotros. ¡Os habéis apropiado de él!

– Roberto… ¿Pretendes convencerme de que en Francia la vendimia dura dos años?

El sistema, como Roberto, piensa que sus dos años son los mismos que los dos años de su hijo. El sistema sabe en realidad, como Roberto, que no es así. Para Roberto de 35, dos años no son mucho. Para el niño, de dos años, dos años es un muchísimo. Pero trabajar con los tiempos de los niños y niñas implica cambiar muchas cosas. Mejor convertir el tiempo en absoluto y así un año, que no es mucho para el sistema actual, tampoco es mucho para el niño o la niña.

Por mucho que a unos acogimientos familiares temporales les llamemos “de urgencia-diagnóstico”, y los limitemos a seis meses, si no activamos protocolos y competencias especiales es como si a un médico de urgencias una radiografía, o un análisis, le tardara cinco días en lugar de cinco minutos o cinco horas. ¿Nos gustaría estar en urgencias dos semanas simplemente porque las pruebas van a ir “a su ritmo”?

Hay otras formas de trabajar y solo hace falta que levantemos un poco la vista y veamos algo más que nuestro ombligo. En el mundo anglosajón se trabaja en protección con la idea de “Concurrent planning” y que podemos traducir por “Planificación simultánea” o por “Plan concurrente”, en un intento de minimizar los tiempos de estancia de los niños y niñas en recursos temporales. Consiste en trabajar al mismo tiempo el Plan A (retorno) y el Plan B (recurso definitivo). Sin embargo, en nuestro sistema intentamos primero el plan A (una, dos o tres veces si hace falta) y cuando tiramos la toalla nos ponemos con el plan B. Y pasa lo que pasa: el tiempo. Y cuando pasa el tiempo pasan otras cosas.

De hecho ponemos a los niños pequeños en familias temporales para que pasen cosas estupendas y les dejen una huella positiva. Pero cuando el sistema quiere cambiarlo de familia, no por imponderable sino por la manera en que está organizado, curiosamente se le quita el valor a la huella. Al fin y al cabo “una familia es una familia”. Es decir, todas las familias buenas son buenas. Pero esto en realidad es el pliegue 3. Volvamos al tiempo.

La variable tiempo casi nunca es la más importante. El tiempo es una variable intermedia que puede condicionar la relación, la integración, el apego, la pertenencia… Tomar decisiones con argumentos de “Solo/ya lleva X meses/años” es como pedir café para todos. Hay que valorar el efecto de ese tiempo en el niño, niña o adolescente.

Y el tiempo no lo podemos cortar alegremente a los cachitos que nos interesa. Hay que valorar la trayectoria: de dónde se viene y a dónde se va. Todos hablamos de nuestra “trayectoria vital” no de nuestro “caso”. Hablar de “casos” nos da sensación de control y nos quita responsabilidad: “¡Yo acabo de entrar en el caso!” (¿Cuántas veces has oído esta frase?). El problema es que el niño o niña lleva en el “caso” toda su vida. Los casos se solucionan y, aunque no fuera así, los de nuestros niños, niñas o adolescentes tienen un fin seguro: la mayoría de edad. Pero nuestras decisiones seguirán afectando a César, Sofía, Cosmin o Jesús durante toda o gran parte de su vida.

Es más fácil trabajar con fotos fijas que con películas. Cuatro años en su familia, dos años en una familia acogedora, tres meses en su familia, y ahora otra vez en un centro… es una película. Una película, por cierto, real y… de terror.

Ningún otro prisionero entendía por qué a aquel niño se le veía correr, jugar y reír sin parar por el campo de concentración. Solo el notaba la diferencia con estar seis meses escondido por unos vecinos en un cubículo de poco más de dos metros cuadrados.

(Microhistoria adaptada de un texto de Boris Cyrulnik)

En todo caso, los tiempos de los niños no son los tiempos del sistema. Un informe social en tres meses puede ser un logro o récord para el sistema y una eternidad para el niño.

 – Dime, Juana…

– Yo quiero quedarme a vivir con la familia acogedora de mi hermanito.

– Y nosotros también y ellos también, Juana.

– ¿Y por qué estoy aquí?

– Para que vayas tú se necesita un informe de que la familia puede acoger a dos niños o niñas. Y luego hacer una reunión para aprobarlo. ¿Lo has entendido?

– Sí.

– Perfecto. ¿Algo más?

– Por favor… ¿Podéis hacer el informe esta tarde y mañana la reunión?

En definitiva: Si queremos maestría en infantoflexia olvidémonos de los tiempos de los niños y niñas.


Pliegue 3: Trabajar con grandes categorías

– Entonces, Izan… ¿Quieres que te busquemos una familia acogedora?

– Sí.

– Perfecto. Te la presentaremos, si os caéis bien os cogeréis cariño y os querréis…

– Vale ¿pero me llevarán al Burger, al cine y a la playa? ¿Tendré consola?

Hace años escuché a Sonia, psicóloga de un centro de protección, explicarles a un grupo de futuras familias acogedoras que lo que tienen en la cabeza los niños y niñas de los centros cuando piden o aceptan una “familia acogedora” es lo que tiene Izan.

El problema es que los grandes sistemas sociales no solo tienen puertas (minusvalía sí o no, dependencia sí o no, familia numerosa sí o no…), sino que les interesa tener pocas habitaciones (mayor o menor del 65%, Grado 1, 2 o 3…). Es más barato y menos complicado de gestionar. En el sistema de protección, cuando separamos de la familia al niño, niña o adolescente, solo hay dos opciones: centro o familia. Y algunas pocas subdivisiones: extensa o ajena; especializada, de recepción, terapéutico…

Pero las categorías de los niños y niñas no son así. Las de ellos son mucho más específicas: “centro donde está mi hermano” versus “familia donde no está”. O “familia dónde está mi hermanito, me aburro y no puedo dejar de cuidarle, que es lo que he hecho siempre” versus “centro donde no está mi hermanito, hay niños de mi edad y juego un montón”. O “familia a la que quiero aunque me gustaría que no usen el cinturón para corregirme” versus “familia que dicen que no me pegará pero a la que no conozco y no sé cómo me llevaré con ella”.

Por tanto, para plegar al niño o a la niña al sistema tenemos que argumentar (para justificar) con categorías generales: “un centro siempre es mejor que una familia desestructurada”, “una familia acogedora siempre es mejor que un centro”, “una familia acogedora es lo mismo que otra familia acogedora”…


Pliegue 4: La implicación invalida los criterios técnicos

– Según mi experiencia como familia acogedora…

– ¡Perdona, Paco! En esta mesa estás como Trabajador Social no como familia acogedora.

Y Paco salió de la reunión cabreado. El resto no, porque habían conseguido la disociación perfecta: pensar que su experiencia como niño o niña, hijo o hija, se la dejaban tirada en su casa al ir tomar decisiones sobre niños y niñas, hijos e hijas.

Muchas reuniones profesionales acerca del caso de un niño, niña o adolescente son en realidad luchas encarnizadas por arrogarse la voz del niño. Y parece que todos están igual de cerca en la escucha de la voz del niño o niña. Pero no es así.

El educador o educadora del niño o niña probablemente esté más cerca para escucharle que el psicólogo o psicóloga del centro. Aunque sea porque el niño o niña le cuenta cosas mientras le pasa la lendrera. Y el psicólogo o psicóloga, trabajador o trabajadora social están más cerca que la persona que instruye el expediente de protección. Que a su vez está más cerca que el letrado o letrada que participa en la Comisión Técnica pertinente… Y esta cadena la podríamos repetir para los niños acogidos en familias: la familia más cerca que el o la técnico de seguimiento, y este o esta más que…

Así que si el otro está muy cerca del niño o niña y se arroga la defensa del interés superior del niño o niña, y te interesa, siempre puedes desactivarlo con un “Estás muy implicado con el niño o niña por lo que tu criterio no es objetivo”.

No se puede negar que, a veces, la excesiva implicación puede provocar sesgo. Pero una cosa es que las personas que están en posición más distante ayuden a controlar este posible sesgo (2), y otra cosa es que ellas tengan voto y las que transportan la voz del niño o niña solo tengan eso, voz, pero no voto. Y si lo reclaman igual pasan en un instante de “héroes a villanos” como muchas veces he oído a Javier Múgica decir de las familias acogedoras.

El problema es que el sistema pasa fácilmente de la pretensión de una “subjetividad controlada” a una “objetividad descarnada”. O lo que es lo mismo: decisiones tomadas por salvar el procedimiento administrativo, la interpretación de la norma o las propias espaldas.

El argumento de la descalificación de la implicación con el niño, niña o adolescente es la mayoría de las veces contradictorio con el superior interés del niño, niña o adolescente porque ¿qué mejor para ellos o ellas que personas implicadas en su bienestar?

Pero como argumento para el “interés superior del sistema”, lo de “Estás demasiado implicado o implicada”, es una verdadera maravilla.


Desactivando el proteccionismo ilustrado

Hasta ahora hemos visto cómo plegar al niño, niña, o adolescente a ese sistema que nosotros, que sabemos mejor que él o ella lo que le conviene, hemos creado con gran esfuerzo. Ahora se trata de sugerir algunas estrategias en la dirección contraria. No sobre como deberíamos rediseñarlo nosotros, sino cómo hacer para que se diseñe según los niños y niñas.

Pero previamente es importante constatar que la infantoflexia produce los mismos efectos que aquello que pretendíamos evitar.

“No saben responder sensiblemente a las necesidades de sus niños y niñas”

“No aceptan las orientaciones que se les dan”

“Anteponen sus propias necesidades a las de sus niños y niñas”

“Los y las dejan a cargo de desconocidos”

Estas frases aparecen frecuentemente en los informes sociales por los que, a veces, separamos a un niño, niña o adolescente de su familia. Pero podrían aparecer también en una auditoría, desde la perspectiva de los derechos de la infancia, que se le hiciera al propio sistema de protección.

Insisto que no se trata de una crítica. Es una reflexión compartida para invitar a revisar, a renovar. Y para poner a raya el despotismo protector que en cualquier momento, por inexperiencia, por agotamiento, o por falta de motivación, podemos encontrarnos en nuestra manera de pensar.

Usaré la metáfora del artificiero. Un buen artificiero no hará su trabajo sin traje de protección; ni rutinariamente, y pedirá ayuda a quien conozca el tipo de explosivo al que se enfrenta.


Revestirse de humildad intelectual.

Blanca, de 25 años, comenta tranquilamente con su familia acogedora, con la que sigue viviendo, circunstancias de su historia en común. En un momento dado comenta: “Porque vosotros tuvisteis relación con mis padres porque vosotros quisisteis, no por mí. Eso os hacía sentir bien, supongo…”. El acogedor que está mirando una cosa en el ordenador sonríe por dentro y piensa: “!Anda! ¡Y yo que creía que era lo mejor para ella!”.

La soberbia intelectual es tanto la de quien sostiene que sabe mucho como la de quien le importa tres pitos aprender. Por el contrario la humildad intelectual es la de quien sabe que tiene que aprender aunque nunca sabrá lo suficiente.

M. está escribiendo sobre su experiencia de haber sido una niña de acogida. Me dice que ahora está escribiendo sobre las visitas y los Puntos de Encuentro. Le pregunto qué le gustaría transmitir a técnicos y familias de acogida. Me contesta: “Si lo normal es que un hijo o hija quiera a su madre o padre, cuando un niño o niña dice que no quiere verle o verles, ¿a nadie se le ocurre pensar que será por algo? ¿Por qué no se le cree?”. Y yo, oyéndola, me recuerdo a mí mismo diciéndole que debía seguir yendo a las visitas. Porque yo, el Carlos III de la Protección a la Infancia, sabía mucho de esto, pensaba que era bueno para ella. Unos años después, con perspectiva y gracias a estar escribiendo este artículo, puedo pensar: ¿era bueno para ella o para nosotros, su familia acogedora, para que no fantaseara con una realidad de origen a la que retornar? Aún hoy no sabría qué pensar, pero lo que tengo claro es que yo pensé es que sabía más que ella lo que era bueno para ella.

Se ha avanzado mucho en el conocimiento de cómo pueden sentirse niños y niñas que han pasado por infancias difíciles. Tenemos acceso a muchas más obras de referencia y oferta formativa. Pero quizá por ello también seamos menos humildes intelectualmente. En cuanto aprendemos algo nuevo, o lo aplicamos a casi todo, o lo usamos para aconsejar a diestro y siniestro. Pero tan peligroso es que el niño o la niña no nos deje ver el trauma, como que el trauma no nos deje ver al niño o niña.

 Al acabar la visita de seguimiento María pidió hablar un momento con la niña acogida.

– Hola, Ana… Cariño… Me han contado Susana y Pedro que cada vez estás mejor con ellos.

– Sí.

– Me alegro mucho, cariño. Pues yo seguiré viniendo a ver cómo estás pero hoy me tengo que ir ya. ¿Hay algo que me quieras decir o preguntar?

– Sí… ¿puedo llamar mamá a Susana? Me ha dicho que te lo pregunte a ti.

– Cariño, ya sabes que tienes una mamá y que no es Susana.

– ¿Y cómo la llamo?

– Cariño, muy fácil… ¡Susana! Es un nombre muy bonito.

– ¿Incluso cuando venga a recogerme al cole?

– Sí, claro, cariño.

– El otro día un compañero me preguntó que por qué le llamaba Susana y que quién era.

– ¿Y qué le contestaste?

– Que vivo con ella y con Pedro.

– ¡Estupendo! ¿Lo ves, cariño? No hace falta llamarles…

– Hoy me ha vuelto a preguntar que por qué no vivo con mis padres. No quiero decírselo. ¿Puedo llamarles papa y mamá, por favor?

– Cariño…, no sé…, ya me lo pienso y te digo. ¿Algo más?

– Sí… No me llames “cariño”.

Formarse en apego, trauma o disociación, crianza terapéutica… es una maravilla. Pero no para tener respuesta para todo, sino para escuchar mejor al niño o niña y a las familias. Para ayudar al niño o niña a entenderse o para que lo entiendan mejor quienes le cuidan. No para decirles lo que tienen que hacer.

Por tanto la propuesta es que nos enfrentemos al “caso” no con lo que sabemos, sino con la curiosidad de lo que no sabemos. Y también para que, puesto que la humildad no está reñida con la asertividad, exijamos argumentos a quien nos propone un pliegue de infantoflexia.

También humildad intelectual para reconocer nuestra posición. Si no estamos en primera fila para oír la voz del niño o niña, reconozcámoslo y ya está. No pasa nada porque otro u otra lo conozca mejor que yo. No hay que saberlo todo. La obligación percibida de tener conocimiento y criterio siempre es una carga insufrible. No hay nada más liberador que decir “No lo sé”. Si además se le añade un “¿Y tú?” podemos sumar.


Salir del piloto automático

Hacer informes como churros; comisiones de 40, 50 o 60 casos en una mañana; coordinaciones por los pasillos; prisas por vaciar el centro; alarma por un caso que ha salido en prensa; valorar con una síntesis del caso por no poder leer tantos informes, etc. son cosas que no ayudan mucho a una protección de calidad. Quizá es inevitable, pero seamos conscientes de ello. No nos acostumbremos. Porque cualquier día nos descubriremos diciendo “Ya… pero se adaptará”, “¡Qué más da una familia que otra!”, o cualquier cosa por el estilo. Antes de esto tomemos consciencia de por qué pensamos lo que pensamos.

Los artículos de Javier Romeo y de Pepa Horno nos han guiado sobre cómo cuidarnos y revisarnos  a nosotros mismos para enfrentarnos a la atención al niño o la niña. Pero también para enfrentarnos, o mejor no enfrentarnos, a quien cuida al niño o niña o participa en su protección.

Y de la misma manera que Antonio Ferrandis nos ofreció una reflexión sobre los condicionantes de la toma de decisiones, ¿somos conscientes de nuestros condicionantes a la hora de pensar sobre el niño, niña o adolescente y su situación familiar? Como él también propone en su artículo, podríamos quizá hacernos algunas preguntas. Se me ocurren estas, pero seguro que hay otras mejores:

¿Sería capaz de explicarle al niño a la niña lo que pienso sobre él o ella, su familia, y sobre lo que es mejor para su bienestar y adecuado desarrollo?

En un hipotético sistema de protección ideal, ¿qué pediría para él o ella? ¿Lo mismo que en el real?

Si a la mayoría de edad lo o la tuviéramos delante de nosotros pidiéndonos razón de nuestros planteamientos, ¿seguiríamos argumentando igual o quizá acabáramos diciéndole que simplemente hicimos lo que pudimos con lo que teníamos? Y si es lo segundo, ¿por qué no se lo decimos así ahora en vez de justificarlo con argumentos?

Si ahora, o entonces, nos pregunta “¿Y cómo sabéis eso?”, ¿podremos dar una respuesta contundente o contestaríamos cosas como  “Me dijeron que…”, “Parece ser que…”?

Insisto que este artículo no pretende abordar el tema de las decisiones sino que el tema de que los argumentos que usamos para proponerlas revelan nuestros niveles de proteccionismo ilustrado.  Se trata de revisar la manera de mirar y de entender al niño o niña.

Pero nos queda el arma definitiva.


Pedir ayuda a quien más sabe sobre el niño o niña

A estas alturas del artículo ya debe estar claro a quién pediría ayuda el proteccionista ilustrado (a nadie) y a quién la persona que se cree de verdad que el niño o niña tiene mucho que decir sobre su protección.

En el anterior punto proponía imaginarnos lo que le explicaríamos al niño, niña o adolescente. Ahora se trata simplemente de hacerlo. De la imaginación al acto. Y así podemos intentar:

. Explicarle al niño o niña las propuestas que le afecten y recoger su parecer por escrito.
. Acostumbrarnos a leerle y explicarle todas las resoluciones sobre él o ella y que conste con su nombre que lo hemos hecho.
. Que nos ayude a redactar nuestro informe, si es nuestra función, o por lo menos que lo escuche o lea antes de firmarlo nosotros.
. Ponerle cara y que nos la ponga a nosotros si no estamos en su primera fila.
. Que nos ayude a hacer cualquier programación o plan que le afecte, o en la parte que le afecte directamente, y asegurándonos que los objetivos los formulamos de forma que los entiende.
. Que participe, de una forma u otra pero clara, en la evaluación de nuestro trabajo.

Quizá no sea posible en todos o muchos casos. Pero hacerlo de vez en cuando, o siempre que se pueda, es un antídoto espectacular contra la infantoflexia.

Concluyendo. Las historias que te hacen pensar

Para terminar es necesario aclarar una cosa. Puedes pensar que este artículo recoge ideas para las que he buscado historias simplemente para adornarlas, para hacerlo más ameno. Pero es justo lo contrario: para mí son el motor y corazón del mismo.

Para intentar convencerte te dejaré otra microhistoria que me contó el otro día una de sus protagonistas:

María ya tiene dos nietos de una de sus hijas. Pero otra de sus hijas y su pareja han acogido por un año a Enrique, de siete años. Un tiempo después María está con los tres niños y al saludar a una persona conocida se refiere a ellos como “mis nietos”. De una manera u otra Enrique se lo recrimina. Meses después vuelve a darse la misma situación y María dice:

– Estos dos son mis nietos… Y Enrique que te diga si hoy quiere ser mi nieto o no.

La próxima vez que quiera explicar qué entiendo por proteccionismo ilustrado no rellenaré doce o trece folios. Simplemente usaré las historias de las dos Marías (la técnico y la abuela) y luego preguntaría:

¿Cuál de las dos permitió al niño o niña participar en las cosas que le afectaban?

¿Cuál de las dos entendió mejor lo difícil que es para un niño o niña eso de estar protegido o protegida por “un sistema” o que tu tutor sea una “personalidad jurídica”?

Cottam, H. (2019). Radical Help: How we can remake the relationships between us and revolutionise the welfare state. Londres: Virago Press. (Traducción: Ayuda radical: cómo podemos rehacer las relaciones entre nosotros y revolucionar el estado del bienestar) Te recomiendo encarecidamente su charla TED: “Social services are broken. How we can fix them” (Los servicios sociales están rotos. Como podemos arreglarlos). Tienen subtítulos en castellano.
Sorprendente lo que cuenta que pasó cuando les dejaron a las familias con adolescentes problemáticos elegir a los y las técnicas que deberían trabajar con ellas.

Kahneman, D., Sibony, O., y Sunstein, C. R. (2021). Ruido. Un fallo en el juicio humano. Barcelona: Debate.
Mientras que el sesgo es la desviación sistemática en una dirección en la puntuación o valoración de algo, el ruido hace referencia a la arbitrariedad en el juicio humano, de forma que a situaciones prácticamente iguales le correspondan valoraciones muy dispares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Danos tu opinión, Escribe tu comentario, AQUÍ