¡CONFIAD EN LOS NIÑOS!


Lourdes Gaitán Muñoz*.

La infancia tiene un enorme valor simbólico para los adultos. Un simbolismo que se basa en una imagen idealizada del pasado (la infancia que nunca tuvimos) y en una proyección hacia un ideal futuro (el que construirán las incontaminadas nuevas generaciones). Las amenazas contra esa visión general hacen saltar las alarmas de nuestros mejores sentimiento, al grito de ¡salvad la infancia!.



Luna, 10 años.


Tal está sucediendo, de manera incremental en estos tiempos de pandemia, en lo que se refiere a las niñas y niños que, igual que las personas adultas y mayores,  se están conformando a permanecer en su casa, al entender que todos  lo hacemos en aras de un beneficio para nuestra comunidad, cual es el de reducir el riesgo de ser contagiados por un virus que al parecer encuentra un modo preferido para expandirse a través de las relaciones que, como humanos, mantenemos unos con otros.

Las niñas y niños no pertenecen a una especie distinta. Como nosotros, las personas adultas, sufren la incertidumbre del momento, pasan momentos de ansiedad, de enfado y de temor, pero también de empatía, sorpresa y bienestar, porque están teniendo la oportunidad de disfrutar de  experiencias que les están vetadas en su modo de vida habitual. Sin embargo los adultos, en lugar de ponernos a mirarlos, escucharlos y aprender de ellos, nos hemos lanzado, una vez más, a pensar por ellos, a sobre-protegerlos, a ponerles a salvo.


A salvo de la información, que sin embargo les bombardea, como a todos, a diario. A salvo del aburrimiento, para lo cual han surgido múltiples consejos, iniciativas y programas para que “se entretengan”. A salvo de bajar ni siquiera un peldaño en la carrera de conseguir metas, alcanzar resultados, triunfar en los retos, no bajar la nota, no perder el curso, no seguir en la rueda de un sistema educativo que hace tiempo que dejó de estar al servicio de sus necesidades de formación. A salvo de traumas y enfermedades sin cuento que, a no dudar, sufrirán después del confinamiento, y así mismo de riesgos a los que, sin duda, están ya sometidos. 

Para todo ello, ¡oh milagro! parece haber una misma solución: que los niños y niñas puedan salir a la calle un rato, eso sí, debidamente vigilados y protegidos.

A cada cual le tira su oficio y a mí, como socióloga estudiosa de la infancia y la adolescencia, me picó pronto la curiosidad de saber ¿cómo están viviendo esto los niños y niñas?.  

Un fenómeno de la magnitud como el que estamos viviendo sin duda producirá muchas investigaciones en el futuro, pero a mí me interesaba una cosa pequeña, fresca, del momento, que me ayudara a dar la vuelta a mi pensamiento adulto y aproximarme al punto de vista de ellas y ellos. Así, durante la segunda y la tercera semana del confinamiento (atención: los niños no dicen confinamiento, sino cuarentena “porque son cuarenta días ¿no?”) por el procedimiento de “bola de nieve” fui consiguiendo que niños y niñas de entre 4 y 14 años me hicieran llegar sus dibujos, redacciones, vídeos o audios, a través de los WhatsApp de sus madres, tías o abuelas, que concedían el oportuno permiso. En una segunda vuelta, pedí a otro grupo de niñas y niños de características semejantes que me dijeran cuáles eran, para ellos, las 3 mayores ventajas y desventajas de la situación actual. En total han sido 60 niños y niñas los que han querido manifestarse. 

Hoy quiero compartir aquí algunos de mis descubrimientos.
En primer lugar hay que señalar que, como el mensaje ha sido, para todos, el de no salir de casa, la percepción de los niños y niñas, especialmente de  los más pequeños, ha sido la de que el enemigo, el coronavirus, estaba fuera, mientras la casa constituía un refugio seguro donde la familia se había aprovisionado de todo. Desde esa perspectiva, salir a la calle no aparecía como opción o deseo. 

Estar en casa todo el día ha supuesto toda una recolocación y redefinición de los papeles en el grupo familiar, con la instalación de nuevas rutinas en las que ha habido que combinar los trabajos dentro o fuera del hogar de los mayores, las obligaciones escolares de los niños, la realización de las tareas domésticas, la elaboración de las comidas, el cuidado de los más pequeños, los tiempos de televisión o de videojuegos así como los hacer deporte, bailar, charlar, ver películas y series, jugar, disfrazarse, cocinar recetas, etc., etc. Hacer estas cosas, toda la familia junta, constituye sin duda y por encima de todas las cosas, lo más valorado por las niñas y niños que han participado en esta pequeña consulta. 


A juzgar por sus expresiones, en esta situación extraordinaria, los niños y niñas han logrado algo que es bastante inusual en su vida corriente, como ha sido ganar autonomía para la propia gestión de su tiempo libre. Frente al carácter semi-obligatorio y dirigido que suelen tener todas las actividades de ocio con las que se trata obsesivamente de llenar el tiempo de los niños, en las circunstancias actuales ellos sienten que pueden elegir e inventar qué hacer, e incluso pueden elegir no hacer nada.

La cara opuesta de esta libertad de elegir qué hacer con su tiempo, está representada en los deberes, en las tareas escolares. Hay preocupación entre los niños en esta cuestión. Se deduce, por sus expresiones, que ha habido muy diferentes formas de abordar el mantenimiento del ritmo de aprendizaje que tenían en el colegio. Así se manifiestan algunos sobrecargados de deberes, otros acusan el problema de entender algunas materias sin la presencia del profesorado, la dificultad en el manejo de las plataformas para la enseñanza on-line  o el temor a los malos resultados finales. No faltan, sin embargo, quienes relatan sus encuentros diarios en el aula virtual como una experiencia satisfactoria. 

Los niños y niñas de esta muestra echan de menos salir, claro que sí, por supuesto, y también dicen que se aburren, claro, pero esta queja está relacionada siempre y en todo caso, por no poder estar los sus amigos, charlar, jugar y hacer deporte con ellos. Algo similar sucede cuando se refieren a sus otros familiares, como abuelos, tíos o primos. Pero, como decía uno de ellos, “en el siglo XXI tenemos la suerte de contar con la tecnología”, y así pueden hacer video llamadas, jugar a la consola con amigos, tener video reuniones, etc. Todo esto tiene un valor emocionalmente muy tranquilizador para ellos. 


Una diferencia que se percibe, en comparación con lo que se suele observar en otras investigaciones, es un aumento del sentido de comunidad entre las niñas y niños participantes. No es solo la solidaridad y la empatía hacia los que trabajan, hacia los que cuidan, hacia los que sufren, es el sentimiento de un “todos” que juntos serán (seremos) capaces de superar la pandemia. 


El impacto de esta crisis en los valores y en las formas de vida propias de un mundo globalizado, interconectado y materialista está por ver, pero en la incertidumbre respecto al futuro, no estaría de más prestar atención a los valores prevalentes que están desvelando las actitudes y discursos de los niños. 



¡Confiemos en ellos!.



*Lourdes Gaitán Muñoz
Doctora en Sociología y Diplomada en Trabajo Social. Socia fundadora y ex-presidenta de GSIA. Miembro fundador de la Red Europea de Master en Derechos de los Niños, así como del RG Sociología de la Infancia de la European Sociological Association. Su vida laboral se ha desarrollado entre la docencia y la función pública, desempeñando distintos cargos...
Autora de: El espacio social de la infancia, Sociología de la infancia y De “menores” a protagonistas, así como de capítulos de libros y artículos en revistas especializadas. Coautora de: Para comprender el Trabajo Social, La intervención social con colectivos inmigrantes, Ciudadanía y derechos de participación de los niños. Áreas de investigación en infancia: políticas sociales, ciudadanía, participación, ciudad y migraciones.



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