tampoco nacieron excesivamente inquietos,
simplemente son niños reaccionando a un mundo y a unas circunstancias
que les obliga a subir los decibeles de expresión,
un mundo construido por nosotros los adultos
donde la tranquilidad y la paz
no encuentra muchas oportunidades y espacios donde anidarse.
Asi que....:
aumentemos nuestra atención y disposición para con los niños
para que no tengan que gritar o estallar.
Los niños (la palabra se refiere también
a las niñas) de hoy no encuentran calma suficiente. Les tocó vivir en
un mundo acelerado, cargado de estímulos, caracterizado por la prisa, la
rapidez, la urgencia.
El estruendo lo viven fuera de casa:
exceso de autos, cláxones furiosos, basura de todo tipo, inseguridad,
contaminación…; pero el estruendo también está en casa: gritos, estrés,
violencia, donde en ocasiones el recurso para protegerse consiste en
saturarse de otros estímulos muchas veces también dañinos provenientes
de los medios de comunicación, de las pantallas: computadoras,
televisiones, teléfonos.
Ruido, estruendo, presión, rapidez,
adjetivos que van en contra de las necesidades del desarrollo infantil,
el cual se cuece a fuego lento, en la tranquilidad de los entornos, en
los silencios que se intercalan con los sonidos de la infancia, en la
austeridad que genera el espacio para la creatividad, en el jugar, en la
pausa que posibilita el retraimiento al mundo interno donde se activa
la fantasía, la imaginación, la creatividad…
“Los niños no son como antes, ahora
están muy acelerados, excesivamente despiertos, precoces, no se están
quietos, parece que nacieron con el chip de hiperactividad”, es una
expresión cada vez más frecuente entre los adultos, enunciada con cierta
sorpresa, como si su personalidad “acelerada” fuera una cuestión ajena a
nosotros sus cuidadores y educadores y al entorno que hemos creado, y
en cambio se tratara de una cuestión genética, “un chip con el que
nacieron”.
La verdad es que hemos construido
ciudades grandes ajetreadas, estridentes que afectan de manera
importante a todos los seres vivos que las habitamos. Científicos del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España concluyeron
que los pájaros que viven en ciudades grandes pueden pasar más tiempo
cantando en respuesta a los elevados niveles de ruido.
Explicaron que los pájaros verdecillos
(Serinus serinus) que abundan en muchas regiones urbanas de Europa,
pueden emplear hasta el 60% del tiempo en cantar a niveles de 70
decibelios. Afortunadamente no sobrepasan este límite temporal, pues
hacerlo implicaría el riesgo de “dedicar más tiempo al canto que a otras
tareas tan importantes como estar atento a los depredadores”, de
acuerdo con investigador Mario Díaz.
El canto es a los pájaros lo que el
movimiento a los niños. Canto y movimiento son vehículos de expresión,
respectivos. De ahí que el aumento en el volumen y frecuencia del canto
de las aves como respuesta al ruido de las ciudades no deje de guardar
semejanza con el aumento y frecuencia del movimiento de los niños ante
el tipo de ciudades y dinámicas urbanas construidas.
Así como los pájaros tienen que
amplificar su instrumento de comunicación para hacerse escuchar, los
niños también tienen que amplificar sus recursos de expresión para
hacerse notar, para ser vistos, para ser tomados en cuenta en medio del
bullicio urbano, en medio de la desatención de los adultos.
En comunidades pequeñas, con
organizaciones que permiten el encuentro frente a frente, que no separan
demasiado a los padres de sus hijos en la vida cotidiana, a los niños
les basta con usar la palabra para ser tomados en cuenta.
En las ciudades grandes, en cambio, no
les está alcanzando el uso de la voz, y al no obtener retroalimentación o
respuesta de los adultos, se ven forzados aumentar el ‘volumen’ de
expresión al nivel que las circunstancias exijan: gritando, berreando…
moviéndose: agitándose, pataleando, golpeando… enfermando, y en casos
extremos (afortunadamente poco frecuentes pero dramáticamente cada vez
más presentes) dándose muerte, suicidándose.
Nuestros niños contemporáneos no son,
pues, niños enfermos de hiperactividad (los que tienen este trastorno
realmente, constituyen una franja muy baja en la población), tampoco
nacieron excesivamente inquietos (algunos nacieron temperamentales pero
esto no instala un destino de impulsividad cuando se les ayuda a
encauzar su torrente de energía), simplemente son niños reaccionando a
un mundo y a unas circunstancias que les obliga a subir los decibeles de
expresión, un mundo construido por nosotros los adultos donde la
tranquilidad y la paz no encuentra muchas oportunidades y espacios donde
anidarse.
Son niños que al invertir grandes
cantidades de energía, tiempo y movimiento para conseguir la atención,
el cuidado y el amor que requiere cualquier cría humana, no pueden
dedicarse a otras tareas importantes de vida, o que quedan expuestos a
los depredadores.
Bajemos el volumen a nuestras ciudades y
aumentemos nuestra atención y disposición para con los niños para que
no tengan que gritar o estallar.
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