Ciudadanía de la Niñez.

Hallazgos de Investigación sobre el Movimiento 
por una Cultura de Derechos de la Niñez y Adolescencia en Chile.


FIGUEROA GRENETT, CLAUDIO






diciembre, 2016, pp. 118-139
Centro de Estudios Sociales
Valparaíso, Chile

1. APROXIMACIÓN AL PROBLEMA

Los conceptos infancia y niñez presentan un sinnúmero de complejidades producto de las diversas perspectivas en el campo de estudios sobre la infancia, que conducen a caminos muchas veces divergentes. En el presente trabajo, cuando se habla de niños, población infantil y niñez, se hace referencia al colectivo humano (M. Liebel, 2007*) -si bien diferenciado- que comparte características contingentes como ser personas menores de 18 años, inscritas en el proceso de socialización escolar, económicamente dependientes y sometidas a la autoridad adulta (L.Gaitán, 2006*). 
Por su parte, la infancia como categoría social apunta al continente y no al contenido, es el espacio y tiempo socialmente construido en el cual el ser humano es tratado y habita como niño (Rodríguez, 2007). 

La psicohistoria enseña que los significados que hoy asociamos al significante infancia se remontan a dos fenómenos situados en el siglo XVII, a saber: el despertar de una pesadilla en la cual los niños eran objetos de violencia (De Mause, 1982) y el sentimiento propio de los moralistas y reformadores (Ariès, 1987). En lo sucesivo, surge la necesidad de controlar los movimientos de los niños y presionar su naturaleza maleable, para conseguir, a través de la familia y escuela, el proceso de reproducción social orientado por la emergente burguesía europea (Rodríguez, 2007). En este escenario, la sociedad progresivamente se va obsesionando por los problemas físicos, mentales y sexuales de los niños con el objetivo de adecuar una socialización que los convierta en adultos. 
Sobre estos supuestos se construye el espacio moderno habilitado para la niñez, el cual proyecta sobre ella una incapacidad para enfrentar la vida y, en coherencia, la somete a una régimen de cuarentena (Ariès, 1987) a través de instituciones disciplinarias y de control, responsables de moralizar y normalizar a este grupo social (Rodríguez, 2007). En opinión de Pilotti (2001) dicho proceso encuentra su fundamento en la tensión entre derechos individuales y autoridad estatal, que fue solucionado por medio de la invención de mecanismos de socialización capaces de producir autonomía, consciencia y las virtudes cívicas coherentes con el Estado moderno.

En el campo de las ciencias sociales los discursos tradicionales convergen en lo que Rodríguez (2007) denomina “la sociedad se apropia del niño”, es decir, producciones de sentido que sitúan a éstos en un lugar secundario, como objetos de socialización y existencias transitorias en el camino hacia la adultez. La sociología de Durkheim (2006) y Parsons (1998) y, por su parte, la psicología evolutiva de Erikson (1993) y Piaget (1975), se cruzan en una modalidad de saber en la que los niños constituyen una entidad pre-social que debe adoptar una forma moral, un depósito de las pautas de interacción del sistema social o un conjunto de etapas de maduración orientadas a integrar normas morales, roles sociales y habilidades cognitivas. En cualquiera de los casos se presenta una valoración del tiempo futuro de los niños -cuando ya no son- lo que invisibiliza su experiencia presente (Bustelo, 2011). 

Las instituciones y saberes que conforman la infancia moderna aluden a lo que actualmente puede ser definido con el término adultocentrismo. Dicho concepto hace referencia a un estilo de organización propio del capitalismo que otorga a las clases adultas la capacidad de control sobre quienes define como menores de edad (Duarte, 2012). Esto se expresa en una relación asimétrica y tensional entre los adultos y los “más jóvenes” que está montada sobre un universo simbólico y un orden de valores patriarcales (Arévalo, 1996). 

El adultocentrismo  indica la subordinación de la niñez a una cultura dominada por el mundo adulto, del mismo modo que el patriarcado subordina a las mujeres a los patrones culturales que reproducen la dominación masculina. El conjunto de prácticas discursivas y no discursivas propias de la matriz socio-cultural adultocéntrica sostiene la figura del adulto como modelo acabado al que se aspira para la consecución de tareas sociales y productivas (Kraouskopf, 1998), mientas tanto a los menores de edad se les atribuyen cualidades tales como dependencia, irracionalidad e incapacidad. Lo anterior implica desigualaciones etarias presentes en la elaboración de conocimiento, en el funcionamiento de las instituciones burocráticas y en las prácticas de la vida cotidiana, que tiene como efecto la producción de un espacio-infancia caracterizado por la negación de la visibilidad y el reconocimiento de los niños en las esferas socialmente significativas. 

Lo dicho conecta con la idea de un patrón de ciudadanía y ámbito público propio de las democracias occidentales que tiende a universalizar la figura del hombre, adulto, heterosexual y blanco como aquella que cuenta con las capacidades para discutir las cuestiones públicas, al tiempo que excluye a diversos “grupos minoritarios” (mujeres, niños, afrodescendientes, homosexuales, etc.) caracterizados por las pasiones, la irracionalidad y la dependencia (Fraser, 1997; Young, 2000). A contrapelo del universalismo moderno que admite mecanismos de exclusión situando a determinados grupos al margen de la humanidad (Balibar, 2013a), los movimientos sociales han desarrollado otras ciudadanías que buscan extender la esfera de la igualdad-libertad (Balibar, 2013b), haciendo de la ciudadanía una identificación que se debe construir y propiciar a pesar de que no se encuentre dada empíricamente (Mouffe, 2012).

 En consideración del clásico discurso de la ciudadanía como completa membrecía de la comunidad (Marshall y Bottomore, 2005), el adultocentrismo produciría una ciudadanía parcial para la niñez en tanto limita el ejercicio de los derechos que ejerce el mundo adulto. Por su parte, en los movimientos por la emancipación de los niños cabe  suponer experiencias que fragilizan el estilo de organización adultocéntrica, a través de producciones de subjetividad y, al mismo tiempo, de otras ciudadanías. El Movimiento por la Liberación de los Niños en Estados Unidos, el Movimiento de Adolescentes y Niños Trabajadores Hijos de Obreros Cristianos en Perú, el Movimiento Nacional de Meninhos y Meninhas de Rua en Brasil (Liebel, 2006) y el Movimiento por una Cultura de Derechos  de Niños y Adolescentes en Chile, adquieren una importancia decisiva a la hora de relevar las realidades sociales emergentes producidas en confrontación con el adultocentrismo.

 Las posibilidades teóricas de brindar visibilidad y reconocimiento para los niños puede encontrarse en el interaccionismo simbólico (Mead, 1999; Blummer, 1982) y en el construccionismo (Berger y Luckman, 2001). En estas perspectivas, la perpetua indeterminación de la construcción de sentido y la socialización como proceso conflictivo interminable exige dotar a la niñez de una potencia inventiva en lo que respecta a las significaciones instituidas de la sociedad. En coherencia con lo anterior, la sociología de la infancia (Gaitán 2006; Rodríguez, 2007), la psicología social crítica (Iñiguez, 2003; Garay, 2001; Ibáñez, 1997) y la noción de imaginario social (Fernández, 2007; Bergua, 2007; Castoriadis, 2010), presentan un conjunto de proposiciones que permiten concebir la infancia como una invención discursiva de los colectivos humanos que, sin embargo, no está exenta de sedimentaciones de sentido que promueven la subordinación de los niños al mundo adulto.

 El imaginario social instituido, entendido como el conjunto de significaciones que instituyen a los colectivos humanos, construyendo las relaciones sociales-materiales, las formas contractuales y los universos de sentido (A.M. Fernández, 2007), habilita una comprensión del adultocentrismo como una red de significaciones sociales que generan desigualaciones etarias, categorizando a los cuerpos, asignándoles una identidad y oponiendo una ley de verdad sobre sí mismo que se les obliga a reconocer y que otros deben reconocer en ellos (Foucault, 2011), no obstante la permanente existencia de una dimensión instituyente que, al momento de su emergencia, puede fragilizar las significaciones sociales instituidas. La fijeza relativa de lo que Duarte (2000) define como matriz socio-cultural adultocéntrica, abre la pregunta por la conceptualización de los elementos instituyentes que cabe suponer presentes en los movimientos sociales de reivindicación de derechos de la niñez.
 En este marco, el presente texto expone el análisis del relato de niños y adultos que han participado en el Movimiento por una Cultura de Derechos de Niñez y Adolescencia en Chile. Éste tuvo por objetivo reflexionar sobre la producción de subjetividad en el caso de una experiencia única de participación en la que se implican niños y adultos , considerando los elementos instituyentes que evidencia el Movimiento a pesar de habitar en un fondo simbólico adultocéntrico. En este sentido, el texto pretende ejercitar un gesto crítico-afirmativo abordando cómo el modo de hacer del movimiento, latente en la experiencia organizativa y en las formas de acción política, construye otras ciudadanías. Esto puede contribuir a problematizar las relaciones entre generaciones en instituciones, organizaciones y movimientos sociales......

Acceso al resto del Artículo  

*.- Ambos son miembros de la Asociación GSIA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Danos tu opinión, Escribe tu comentario, AQUÍ