Queridos hijos míos:
Os
digo "hijos" porque por mi edad bien podríais serlo, aunque mis hijos
biológicos sean más jóvenes (tardé en formar una familia, como suele
pasarle a tantas personas que se dedican a la ciencia). Sois la gente
joven, los que tenéis veintipocos años o menos, que ahora estáis
saliendo a manifestaros a exigir que se adopten soluciones a la crisis
climática que vosotros no comenzasteis pero que sin duda vais a sufrir
con toda su intensidad. Sois los hombres y las mujeres, los chicos y las
chicas, que cada viernes os declaráis en huelga en vuestros estudios y
salís a la calle a reclamar lo que es de sentido común, lo que es
vuestro derecho.
Para
los que somos más viejos, de generaciones anteriores a la vuestra, sois
nuestra última esperanza de construir un mundo mejor y más justo. Pero
como somos más viejos y hemos visto pasar ya muchas cosas, no podemos
evitar sentir temor. Por vosotros y por nosotros.
No
quisiera ponerme demasiado paternalista y presuntuoso, diciéndoos que
solo veis una parte del problema; que el cambio climático, siendo como
es grave, no es más que uno de los múltiples problemas ambientales que
tenemos; que los problemas ambientales, siendo como son gravísimos, no
son más que una parte de los problemas de sostenibilidad a los que se
enfrenta la Humanidad. No creo que sea necesario: lo que no conozcáis,
ya lo conoceréis; y trataros con la arrogante suficiencia de la gente
más experimentada no es la mejor manera de apoyaros, cuando lo que todos
deseamos es que triunféis donde nosotros fracasamos.
Sin
embargo, os ruego que entendáis nuestros miedos, nuestros temores,
igual que el padre teme que el hijo cometa los mismos errores que
cometió él.
Cuando yo nací,
el Mayo del 68
estaba en sus postrimerías. En los años 60 del siglo pasado, la
creciente concienciación estudiantil explotó en un movimiento que fue
casi una revuelta, en contra del orden establecido. En contra de los
abusos de poder, de los privilegios de clase, de las guerras encubiertas
por intereses inconfesables. Este movimiento sacudió en mayor o menor
medida todo el mundo occidental, pero fue especialmente intenso en
Francia. "Seamos realistas: pidamos lo imposible", decían. Los jóvenes
de entonces querían cambiar el mundo, porque se daban cuenta de que el
mundo se dirigía hacia un lugar al que no querían ir.
El
movimiento se mantuvo con cierta fuerza unos pocos años, mientras los
poderes políticos alternaban la represión con la incorporación de
algunas reformas - mínimas - buscando hacerse más aceptables. Pero en
1973 comenzó una grave crisis económica, y las ilusiones juveniles
tuvieron que ser aparcadas. El idealismo está bien, vendrían a decir,
pero ahora tenemos que estar por las cosas serias. Con la actividad
económica cayendo en picado y un paro rampante las sociedades
occidentales tenían otras necesidades más graves a las que atender. Y
con las dificultades que experimentaba el ciudadano de a pie nadie osó
continuar cuestionando al poder. Eso tendría que quedar para mejor
ocasión. Y así se silenció el grito de una generación. Los años 70 y
principios de los 80 fueron años de mucho retroceso en lo social, del "
No hay alternativa" a las medidas neoliberales. El sueño del 68 murió.
Años
más tarde, cuando yo era un poco más mayor de lo que vosotros sois
ahora, hubo un nuevo movimiento, de nuevo fundamentalmente estudiantil,
de reacción contra el estado de cosas el mundo. Es el surgimiento de
los movimientos antiglobalización de finales del siglo pasado.
En aquella época era ya evidente que la globalización de la economía,
vendida por los medios de comunicación como el mayor bien deseable,
estaba exacerbando las injusticias y la destrucción de la Naturaleza.
"Otro mundo es posible", decían los manifestantes. En esa ocasión no
hubo negociación, solo represión. Pero aquellos jóvenes de entonces no
se arredraron y siguieron manifestándose. Hasta que estalló la burbuja
especulativa asociada a las nuevas tecnologías, entonces en plena
expansión, lo que se llamó la "
burbuja punto com",
y empezó una nueva crisis económica. De nuevo, no era momento para
perder el tiempo con idealismos. Acto seguido se cometieron
los atentados de las Torres Gemelas
en Nueva York y con una nueva legislación antiterrorista global las
manifestaciones al estilo de los años precedentes se volvieron
imposibles. Una vez más, el sueño de una generación de construir un
mundo mejor fue enterrado por el pragmatismo de la crisis económica, con
el añadido una vez más de un fuerte retroceso de las libertades
individuales en aras de la lucha contra el terrorismo.
Desde entonces, ha habido algunos intentos esporádicos de recuperar el espíritu altermundista, como fueron el
15M en España o
Occupy Wall Street
en EE.UU. A diferencia de los casos anteriores, estos movimientos de
protesta no se acabaron por una crisis económica sino que comenzaron
precisamente a raíz de una de ellas,
la Gran Recesión de 2008.
Y más que como búsqueda de una justicia global para todo el planeta,
surgen como una reacción más local y más egoísta, simplemente
denunciando el empobrecimiento de las clases medias. Por eso mismo, en
este caso no servían las llamadas al pragmatismo con las que se
desactivaron los movimientos de finales de los 60 y 90 del siglo pasado;
y solo se ha podido desactivar estos movimientos con la (pequeña)
mejora económica de los últimos años.
Y así llegamos aquí. Y así llegamos a vosotros.
Vosotros,
que estás viendo que el clima del planeta está cada vez más
desestabilizado, mientras que los poderes públicos hablan mucho y
pretenden hacer creer que están haciendo algo cuando en realidad no
hacen nada. Y una vez más surge un movimiento de reacción, de protesta,
que busca cambiar las cosas, que de una vez se haga lo que es debido.
Y
yo, y tantos otros como yo, miramos atrás al camino, y nos inunda el
temor de que, una vez más, con los argumentos de siempre, se pueda
desarticular vuestro movimiento, tan necesario como lo fueron todos los
anteriores.
En toda esta historia que os acabo de explicar, hay una clave a la vista y otra que se intenta ocultar.
La
clave a la vista es que los anhelos de cambio y de reforma son siempre
ahogados por la irrupción de una grave crisis económica, que obliga al
mal llamado "pragmatismo" de aceptar auténticas barbaridades para poder
salir adelante, para evitar caer en la miseria.
La
clave que se intenta ocultar, o como mínimo maquillar, es que detrás de
estas crisis hay siempre el mismo problema: el petróleo.
El
petróleo es un recurso finito y del cual depende críticamente nuestra
economía, pero, contrariamente a lo que se suele hacer pensar, los
problemas con el petróleo no comienzan el día en que se agota por
completo. Y es que el petróleo no se produce siempre a la misma
velocidad. A medida que vamos extrayendo más y más, lo que queda es más
residual y es más difícil de extraer. Por eso, en cualquier país hay un
momento en el que se llega al máximo de extracción, o peak oil, y
a partir de ese momento la producción de petróleo empieza a caer. Lo
cual es un problema grave para ese país, porque tiene que aprender a
pasar con cada vez menos petróleo: sus ingresos disminuyen, sus finanzas
se resienten y eventualmente entra en crisis.
En 1972 los EE.UU. llegaron a su peak oil. Un año más tarde se desencadenó una crisis global.
En 2001, varios productores importantes llegaron a su peak oil.
La producción de petróleo del mundo, que había crecido con fuerza desde
1980, empezó a frenarse, y se produjo una crisis global.
Análisis más detallados, como l
os que ha hecho el profesor James Hamilton
de la Universidad de California San Diego, muestran que el petróleo ha
estado siempre detrás de las grandes crisis económicas de los últimos
cincuenta años.
La
última de estas crisis, La Gran Recesión, fue tan profunda que hizo
tambalearse el actual sistema económico, hasta el punto de que el propio
presidente francés de entonces, Nicolas Sarkozy, llegó a plantear la
necesidad de refundar el capitalismo. El caso es que, tras la caída de
consumo de petróleo que supuso el inicio de La Gran Recesión, hacia 2011
el consumo se estaba recuperando... pero la producción no. Así que en
EE.UU. se sacaron de la manga el petróleo de
fracking: un petróleo de baja calidad, demasiado ligero y tan caro de explotar que las empresas que se dedican a ello
han perdido dinero desde el principio, apalancándose en cantidades monstruosas de crédito. Un esquema tan absurdo que
amenaza con derrumbarse en cualquier momento.
Para
acabarlo de agravar, el petróleo crudo convencional sigue bajando su
producción poco a poco, y los hidrocarburos líquidos no convencionales
que se han añadido para compensarlo son de tan baja calidad que en su
conjunto no son buenos para destilar diésel... y eso está haciendo que
la producción de diésel haya comenzado a caer.
El
diésel es la sangre del sistema, lo que mueve todo el transporte de
mercancías. Si la producción de diésel disminuye, el sistema amenaza con
derrumbarse. Y esto no es un detalle menor. No es algo que se pueda
resolver de manera sencilla.
Por
tanto, se tienen que hacer cambios mucho más profundos que lo que se
habla. No tenemos alternativas sencillas por delante. No se puede
mantener un sistema económico y social como el actual basándose en
renovables y coches eléctricos. De hecho,
no se puede generalizar el modelo del coche eléctrico. Nada es tan sencillo como se cuenta, y los cambios deberían ser muy profundos, no meramente cosméticos.
Ése es el reto que tenemos por delante. Ése es el reto que tenéis por delante. Y éstas son las dificultades.
Estamos
a punto de entrar en otra grave recesión económica, en la que el
petróleo y el diésel van a desempeñar un papel central. No podéis dejar
que os desactiven con el argumento habitual, el del pragmatismo, ése que
dice: "primero resolveremos la crisis económica, después ya vendrá lo
demás", porque la crisis económica a partir de ahora será la situación
habitual: el capitalismo se dirige a su fase final, porque los recursos
empiezan a fallar y no le permiten seguir creciendo. Así que la crisis
económica será en breve algo recurrente, continuo, instalado. Pero la
crisis ambiental tampoco va a parar, aún menos la de los recursos, ni
todas las otras crisis de sostenibilidad. No podemos esperar más, no
valen excusas. Y si el sistema no funciona, tendremos que cambiar el
sistema.
Y
si descubrís la trampa y reaccionáis ante eso, si sois capaces de
proponer soluciones que vayan a la verdadera raíz de los problemas, os
atacarán con furia. Es lo mismo que pasó en 1968. Es lo mismo que pasó
en 1997. Pero vosotros no sois los mismos que entonces fallamos.
Confiamos en vosotros.
Os deseo mucha suerte y mucho coraje.
Mis afectuosos respetos.
Antonio Turiel.