Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad de caracteres y actitudes.
Cultivar un cierto sentido de improvisación y experimentación infantil.
Más sabio de discutir, será divertirse.
Si a “juzgar” le quitas tan solo una letra, podrás jugar.
«Divididos por la espiral de ira, hijos de la hipérbole, creemos que solo nuestras normas permiten avanzar, mientras fuera de ellas imperan los intereses, las mentiras y las turbias complicidades. Nosotros tenemos ideas; los demás, ideología. Al negarnos a comprender al otro, alimentamos una tensión colectiva que nos vuelve más conflictivos y menos efectivos. En su libro La conversación infinita, Borja Hermoso entrevista a Inma Puig, psicóloga experta en contextos de alta tensión: “Estamos juzgando todo el tiempo a todo el mundo, sin pruebas. Y dictamos sentencias, de forma que cerramos ya toda posibilidad de seguir tratando de entender”. Quizá necesitemos redescubrir que cada mirada sobre el mundo es una peculiar aleación de deseos, experiencias, esperanzas y emociones. Las personas somos un material frágil y valioso.
Resulta paradójica esta afición universal al lanzamiento de jabalina verbal, cuando tanto nos irrita ser la diana. Es un hecho comprobado: hagas lo que hagas, siempre tendrás cerca a alguien dispuesto a opinar. Ese cuestionamiento constante erosiona nuestros intentos y nuestros encuentros, nuestros amores y esplendores. En la familia, los reproches crean fallas sísmicas entre generaciones. Cuando se supera el miedo a defraudar a los padres, surge el espanto por las miradas de piedra, los juicios explosivos y las frases letales de los vástagos adolescentes. La autora mexicana Rosario Castellanos escribió Autorretrato, un poema irónico sobre sí misma que retrata sus inseguridades con humor autocrítico e irreverencia. Los versos más desasosegantes los dedica a su hijo: “Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño que un día se erigirá en juez inapelable y que acaso, además, ejerza de verdugo. Mientras tanto lo amo”. En esas treguas, cuando aún se comparten las miradas risueñas y las bromas mutuas sin irritación ni enmiendas a la totalidad, la escritora sitúa los momentos más felices de la vida.
Nos ayudará, cuando los lazos se enmarañan, dejar de ver mala fe en la opinión ajena, evitar el juicio sumarísimo, aprender a confiar en la honestidad de los distintos. Y ante las torpezas y tropiezos, el dedo acusador casi nunca es la mejor medicina. Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad de caracteres y actitudes. Cultivar un cierto sentido de improvisación y experimentación infantil. Si a “juzgar” le quitas tan solo una letra, podrás jugar».
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