La sensación de aislamiento, ansiedad, tristeza, aburrimiento, soledad y desesperación causada por el Covid-19 ha dejado una huella importante en los seres humanos de nuestra generación. Una nueva etapa para la que no estábamos preparados, y donde nuestros mecanismos de resiliencia y afrontamiento han tenido que sacar todo su armamento para mantenernos a flote.
Mientras tanto la industria de la pornografía aprovechaba el efecto
virus para esparcir y contagiar su material sexual explícito a más
rincones, más hogares y más adolescentes. Utilizando estrategias de
marketing asociadas a bienes sociales o benéficos, como: “Si ves este
vídeo porno salvarás a las abejas de la extinción” o publicando de forma
gratuita algunos de sus contenidos Premium, como si fuera un regalo a
la sociedad, un consuelo a la tristeza para los que sobrevivían a los
días más duros de la pandemia.El Mundo.
Fue así como el consumo de pornografía se convirtió en una fuente de alivio o refugio para muchas personas que pasaban horas y horas en casa matando el tiempo. Un alivio fugaz y efímero, cortoplacista, que no alcanzaba a ver más allá del placer instantáneo, algo, desgraciadamente, muy común en los seres humanos. Según un estudio publicado tras el primer confinamiento en la Journal of Behavioral Addictions el consumo de pornografía se vio incrementado a nivel mundial en un 11% durante el mes de marzo de 2020.
De esta manera muchos adolescentes, encerrados en casa y con un acceso ilimitado a internet, donde padres y madres hacían malabares para conciliar la vida laboral, personal y familiar, se iniciaron en un consumo cada vez más rutinario de la pornografía.
“En la pandemia empecé con el porno, antes no lo veía de forma habitual, pero la soledad me llevó a consumirlo cada vez más. Ahora necesito más cantidad y porno más intenso cada vez. Creo que me estoy enganchando y no soy capaz de dejarlo” (Raúl 17 años)
Estas palabras las relataba el primer adolescente que atendí de forma presencial después del confinamiento, me entristeció, y me hizo pensar sobre los paralelismos que la pornografía y un virus tan letal como el Covid-19 tienen: el efecto contagio y el deterioro de la salud.
El efecto contagio
Una industria que ha conquistado de forma totalitaria el internet, donde podemos encontrar más de 750 millones de webs pornográficas, 230 millones de apps pornográficas descargadas cada año y más de 219.000 vídeos vistos por minutos. Su capacidad de esparcirse es realmente potente.
Tanto es así que, en España según el último informe publicado por la Universidad de las Islas Baleares, el 62,5% de los adolescentes entre 13 y 17 años ha visto pornografía en algún momento de su vida, con una edad media para el inicio de contacto entre los 9-11 años, adelantándose incluso a los 8 años en algunos casos.
Además a nivel internacional el 37,7% de los varones y el 19,3% de las mujeres son usuarios de riesgos, porque presentan una mayor probabilidad de desarrollar una adicción a la pornografía, un porcentaje que debería preocuparnos.
El deterioro de la salud
No seamos alarmistas, el porno no mata, pero sí puede convertirse en una crisis, una crisis de salud pública que ya se ha declarado en otros países del mundo, como EEUU. La pornografía puede generar adicción y otras consecuencias perjudiciales, deteriorando la vida sexual, académica, personal, familiar o social de los adolescentes.
Según estudios recientes, la pornografía puede alterar la visión que los hombres tienen en las mujeres en los más jóvenes generando una visión más machista, misógina y objetificante del sexo, favoreciendo los estereotipos de género. También diversos estudios argumentan que el consumo repetido de pornografía puede fomentar el desarrollo conductas sexuales de riesgo, aumentando las promiscuidad, el número de parejas sexuales y favorecer el contagio de enfermedades de transmisión sexual.
El reciente informe de Save The Children alerta sobre como el consumo de pornografía puede afectar a la satisfacción sexual de los adolescentes, donde el 36,8% no distingue entre la realidad o la ficción y entre el 14,4%-35,3% de los adolescentes consumen más pornografía de la que les gustaría.
¿Cuándo se convierte en un problema?
La pandemia y crisis de la pornografía ya es en sí mismo un problema. Un asunto que se debe llevar a debate desde un punto de vista clínico, educativo, social, político y legal. Sin embargo, desde un punto de vista clínico no toda persona que consume pornografía se vuelve adicta. Los criterios internacionales clínicos para determinar que se ha desarrollado un Uso Problemático de Pornografía (UPP) o una Adicción a la Pornografía en un adolescente son:
1.- Uso altamente frecuente, excesivo y compulsivo de pornografía.
2.- Urgencia para involucrarse en el comportamiento, con el objetivo de alcanzar o mantener un estado emocional positivo o para escapar/evitar un estado emocional negativo.
3.- Disminución del control sobre la conducta.
4.- Repetición de la conducta a pesar de las consecuencias adversas, que derivan en un malestar personal significativo y dificultades funcionales.
¿Cómo detectar la adicción en un adolescente?
Ante la sospecha, mejor preguntar, acercarse con cariño y con respeto, sin sorpresa y sin vergüenza y entablar una conversación con él o ella. Algunas claves que puedes tener en cuenta para detectar si existe una adicción a la pornografía o señales que pueden servir de alarma son las siguientes:
-Depresión y pérdida de intereses: el adolescente puede ir generando una conducta de auto-aislamiento social y familiar debido a su consumo de pornografía.
-Mentiras, robos y secretos: por vergüenza o adicción, el adolescente puede ir ocultando ciertas cosas, utilizando tarjetas de crédito para acceder a webs de pago y manteniendo en secreto su consumo de pornografía.
-Trasnochar: la persona adicta suele pasar gran cantidad de horas enganchada a la pornografía, alterando su ritmo normal de sueño.
-Debilidad para retrasar la gratificación: los niños/as con baja tolerancia a la frustración y alta impulsividad están en riesgo para desarrollar un uso problemático de la pornografía.
-Obsesión con la tecnología: la dependencia de la tecnología, estar todo el día pegado/a a la pantalla y la incapacidad para estar sin un aparato con conexión a internet, puede ser una señal de alerta del posible problema con la pornografía de mi hijo/a.
-Disminución del rendimiento académico: como consecuencia de la adicción y el deterioro personal, los cambios en el rendimiento escolar pueden ser una manifestación de un problema de mayor índole.
-Desarrollo de actitudes negativas o dañinas hacia el sexo: debido a la incorporación de modelos dañinos o poco saludables, si mi hijo/a, desarrolla conductas inapropiadas a nivel sexual es el momento de plantearse qué está pasando.
-Llevar el teléfono al baño o a pasar largos periodos en la ducha: suele ser un lugar en el que se sienten a salvos y tranquilos para llevar a cabo su conducta adictiva.
-Desarrollar comportamientos sexuales explícitos, sexting, abuso o e-mails con contenidos sexuales: en ocasiones la adicción se vuelve tan dañina, que desean realizar conductas sexuales explícita en la vida real y llegan a imitar o incluso a forzar a personas a realizar estos actos que ven en la pornografía.
-Lenguaje sexualizado no apropiado a su edad o dibujos de imágenes sexuales: ambas son señales de que el sexo está ocupando mucho tiempo en su cabeza y es importante saber por qué y de donde está empapándose de estas ideas.
* Alejandro Villena Moya, psicólogo general sanitario de la ONG Dale una Vuelta y miembro de la World Association for Sexual Health. Instagram: @daleunavueltaorg
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