Camilo 5 años OMEP. Argentina |
La primera infancia cuenta con un importante lugar en la agenda pública, en todo el planeta. Su identidad sigue siendo debatida por pedagogos, académicos, gestores de la política, legisladores, organizaciones sociales y no gubernamentales y organismos internacionales públicos y privados.
Bajo esta identidad se agrupa una amplia variedad de instituciones, programas, servicios y políticas que dirigen sus intervenciones a niñas y niños desde su nacimiento y durante los primeros años de vida, ese entramado reproduce heterogeneidad, fragmentación y una profunda desigualdad.
Heterogeneidad porque lo conforman instituciones y programas implementadas en múltiples capas históricas, desde la modernidad hasta estos tiempos pandémicos en que nos preguntamos sobre el destino de la humanidad. Un caleidoscopio de miradas y perspectivas que enriquece la construcción de ciudadanía desde el nacimiento. Lo heterogéneo es fruto de la necesidad y la demanda convertida en práctica, es lo opuesto a una respuesta única, uniformada y estandarizada, y es uno de los mayores aportes que tiene para ofrecer la educación inicial al mundo de la educación y al encuentro entre las generaciones. Los hay “formales”, “no formales”, “escolarizados”, “no escolarizados”, “estatales”, “privados”; dirigidos desde los más pudientes hasta los más pobres de los pobres. Las hay tradicionales, y las que confrontan con el status quo; poniendo en tensión saberes y modelos. Es un debate de sentidos profundos, se trata de cómo se identifica a los niños y niñas como sujetos, ciudadanos, seres humanos con derechos, y su lugar en el mundo.
Es fragmentado porque a lo largo y ancho del planeta, y en cada país, se organiza y gobierna desde múltiples dependencias institucionales, superpuestas y desencontradas; con vacancias normativas y opuestos criterios de regulación. Se observa fragmentación territorial y quiebres en la continuidad cuando hay cambios de gobiernos. Estas tensiones atentan singularmente contra la participación de las niñas, los niños, sus familias, educadores, instituciones, y áreas gubernamentales.
Sin embargo, la desigualdad es la madre de todas las inequidades en la niñez. La heterogeneidad es un valor a ser apropiado y aprendido, la fragmentación es un obstáculo que puede ser asumido y transformado. Pero la desigualdad, que no se refiere solo a la medición del ingreso y al índice de Gini, sino a ese fenómeno multidimensional, complejo y estructural del capitalismo es la manta que cubre, invisibiliza y condena para siempre, a millones de niños y niñas pequeños. La desigualdad en el mundo de la educación y el cuidado de la primera infancia se expresa en la calidad de los servicios (sea cual sea la perspectiva de la calidad que se asuma); la irregular e insuficiente cobertura (tanto en la oferta, como en la demanda por parte de familias y mujeres); y el financiamiento, cada vez más limitado y mal distribuido.
Nos enfrentamos, como nunca, a las “desigualdades”, en plural, (como expresión de múltiples asimetrías), y a la “desigualdad” en singular, como fenómenos específicos. Las desigualdades se expresan de manera jerárquica, organizadas por la clase social y los ingresos familiares; y de manera horizontal, a través de la nacionalidad y ciudadanía, lugar de residencia y origen, género, raza, etnia, edad, religión, idioma. Las horizontales se suman y entrelazan con las jerárquicas.
Este ordenamiento de la desigualdad: global, nacional, local, es el resultado de fuerzas institucionales y estructurales que produce el actual orden jerárquico y generan dinámicas multiescalares y relacionales, centrando la atención en las interdependencias entre fenómenos de diferentes niveles: desde las tendencias históricas globales hasta las negociaciones locales. Los patrones locales de desigualdad (hogar y comunidad), no están aislados de las fuerzas nacionales e internacionales. La producción y la reproducción -pero también la impugnación y mitigación de las desigualdades sociales- reflejan interacción de (inter) dependencias globales, políticas nacionales y negociaciones cotidianas. Las unidades geográficas o político administrativas (municipio, Estado nación) no siempre alcanzan para resolver las desigualdades entrelazadas y dinámicas. Las cadenas de cuidado, y las formas de organizar las políticas dirigidas a la educación inicial, son ejemplos de unidades relacionales entrelazadas.
Sin embargo, y como aliciente para justificar la intervención académica, profesional, pedagógica y política, cabe resaltar que las desigualdades son un poderoso motor que provoca y acompaña la evolución histórica y las luchas sociales e institucionales contra la discriminación y la exclusión.
Un llamado de atención: la intervención sobre las desigualdades se puede vincular tanto con las dinámicas de transformación y cambios emancipatorios e inclusivos; como con estrategias que dejen intactas las estructuras de la desigualdad.
La dinámica de la transformación implica luchas por recursos y por significados, pero es necesario tomar en consideración las maneras en que opera y se refuerza la disputa simbólica y material.
1-https://www.buenosaires.iiep.unesco.org/es/portal/analisis-comparativos-lo-no-formal-
en-la-atencion-y-educacion-de-la-primera-infancia
2- Repensar las desigualdades. Jelín, Motta y Costa. Siglo veintiuno. Buenos Aires. 2020
* Adrián Rozengardt. Docente, investigador, Magister en planificación y gestión de políticas sociales, FLACSO. Doctorando en Ciencias Sociales de FLACSO Argentina. Coordinador del Programa interagencial de Naciones Unidas “Primera Infancia y sistema integral de cuidados. Ex Director nacional de primera infancia. Especialista en proyectos sociales con especialización dirigidos a la primera infancia, consultor para UNICEF, BID y UNESCO.
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