Más escuela, Menos aula.
Mariano Fernández Enguita,
Gran
parte del debate sobre la vuelta al cole con pandemia, dejando a un
lado los aspectos puramente sanitarios (control de síntomas,
mascarillas, higiene, distancias, etc.), se centra ahora en las
proporciones entre enseñanza en línea, en casa, y presencial, en las
aulas: tertium non datur, no hay tercera opción, al menos si nos
limitamos al discurso público de la institución –por la que, de
momento, hablan las administraciones– y la profesión –por la que, de
momento, hablan los sindicatos.
Pero
el caso es que sí la hay: el aprendizaje en línea (en la internet o la
intranet) en vez de supeditado a la proximidad y la atención del
profesor, en colaboración con los pares o de manera individual en vez de
en sincronía con todo el grupo-clase. Me refiero a pasar, en parte, lo
que ya antes (las tareas escolares, el estudio individual) o desde el
estallido de la pandemia (las lecciones virtualizadas, el acceso a otros
recursos docentes) se hacía en casa (y que, en parte se seguirá
haciendo) a la sede y el horario escolares: más escuela (como poco la
misma, pero más si tenemos en cuenta el peso que ésta va a cobrar sobre
la oferta de docencia en línea) y menos aula (porque las exigencias de
distancia social no lo permiten, aunque algunos no quieran, o no sepan,
pensar en otra cosa), el título que di a mi último libro
y al que la pandemia ha dotado de rabiosa actualidad y pertinencia,
aunque sea por un triste motivo. Admitir esta tercera modalidad es pasar
a lo que en otro lugar he llamado una alternativa trimodal.
Pienso
en la variedad de espacios escolares, habitualmente poco utilizados en
comparación con las aulas ordinarias, en los que los alumnos pueden
trabajar individualmente o en equipos, con más o menos recursos
digitales y en línea (que no son lo mismo), guardando las distancias
requeridas pero pudiendo colaborar entre sí y con una supervisión ligera
y el apoyo ocasional de un elenco de educadores (profesores, monitores y
cuidadores, en la combinación adecuada para cada contexto). Esto
supone, por un lado, la recuperación y el uso intensivo de recursos de
aprendizaje de los que la escuela tradicional tiende a prescindir: la
colaboración entre iguales, que ya estaba en vías de rehabilitación tras
siglos de demonización, y los recursos digitales cada día más
interactivos e inteligentes, además del trabajo personal autónomo; por
otro, la posibilidad de acoger al alumnado en la escuela, con distancia
interpersonal y con elevadas ratios alumnos/educadores (profesores u
otros), sustancialmente mayores que las habituales en el aula ordinaria,
a cambio de lo cual, parte del tiempo, esos mismos educadores u otros
podrían interactuar con grupos más pequeños y ratios mucho más bajas. Se
trata, en suma, de deconstruir el trabajo del profesor (o de cualquier
otro educador) para combinar las economías de escala (ratios elevadas)
con la atención más personalizada (ratios reducidas), según lo permita o
lo requiera cada uno de sus componentes.
Esa
tercera vía facilita dos transiciones no siempre sencillas. En primer
lugar, el uso autónomo pero acompañado de medios digitales y en línea en
la propia escuela facilita la introducción a los mismos de los alumnos
y, no menos importante, de los profesores menos acostumbrados a ellos.
De los primeros, porque pueden ser directamente apoyados por adultos o
por sus compañeros más preparados; de los segundos, porque pueden
integrarse en pequeños equipos con colegas más expertos (por ejemplo,
los de tres a seis maestros asignados a un mismo curso en un típico
centro de primaria con de dos a cuatro líneas, por mencionar sólo la
combinación más elemental y menos innovadora). En segundo lugar, si una
parte importante del horario escolar se dedica a actividades
individuales y en equipo y sólo otra a actividades síncronas en gran
grupo (una clase o varias, reducidas o no), y si estas últimas se llevan
a la zona intermedia del horario escolar, ya no hay necesidad alguna de
entradas y salidas masivas, sino que pueden espaciarse sin disrumpir el
funcionamiento general y sin parafernalia alguna a las puertas del
centro.
Esta
tercera vía, o este tercer componente de la actividad escolar, ni surge
de la nada ni parte de cero. Por un lado responde a la simple
constatación de que la escuela es más que educación. Es también cuidado,
en el sentido más amplio, hasta cierto punto la mera socialización de
algo que todas las familias podrían igual o mejor por su cuenta, lo
mismo que podrían hacerse el pan, sólo que el conjunto de la sociedad se
beneficia de la división y especialización del trabajo que esa
socialización conlleva. La cuestión es que educación y cuidado venían
juntas e indiferenciadas, y la economía de la pandemia, que diezma
nuestros recursos pero los exige más, nos urge a diferenciarlos, pues
los medios que requieren son distintos. Por otro, podemos apoyarnos en
todo lo aprendido a través de experiencias innovadoras que ya habían
procedido a su desagregación en busca de una escolaridad más eficaz o
más eficiente (en particular lo que suele llamarse aprendizaje o
enseñanza híbridos, o blended).
Y la experiencia de la escolaridad es, también, formación para la
convivencia fuera de la familia: con los otros, los iguales y los
diferentes, los que nos importan y los que no, los que nos gustan y los
que nos disgustan, los que pasan a ser parte de nuestras vidas y los que
pasan de largo por ellas…: todo eso es presencialidad, pero es mucho
más que una lección en un aula y, a decir verdad, necesita muy poco de
esta, de modo que lo repetiré, ahora al revés: menos aula, pero más
escuela.
Nota: Todas las ilustraciones son anteriores a la pandemi