Niños hiper,
déficit de atención
y la importancia del vacío.
José Ramón Ubieto y Marino Pérez Álvarez, autores de
Ned Ediciones.
¿De qué nos habla el
diagnóstico de trastorno de déficit de atención e hiperactividad, una
verdadera epidemia a día de hoy entre los niños (y ya no sólo)? Dice más
de la sociedad en la que vivimos que del niño al que se aplica, afirman
José Ramón Ubieto y Marino Pérez Álvarez, psicoanalista y catedrático
de psicología respectivamente.
José Ramón Ubieto (izda)
y Marino Pérez Álvarez (dcha).
Foto (c): Sandra Vicente
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Una sociedad sometida al régimen de lo
hiper: rendimiento, consumo, resultados.
Y que patologiza los efectos
que provoca etiquetándolos como trastornos mentales, en lugar de pensar y
acompañar a los niños como sujetos singulares.
Lo argumentan
detalladamente en Niñ@s hiper: infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas publicado por Ned ediciones, en torno al que ahora conversamos.
Me parece que en vuestro libro, al trasluz de la crítica del "régimen
de lo hiper", se puede ver una cierta idea de la infancia. Me gustaría
empezar por ahí, ¿cuál es vuestra idea de la infancia?
José Ramón Ubieto: La
infancia, decía Freud, es un tiempo para comprender que un día se saldrá
de allí para hacerse mayor. Eso requiere jugar, curiosear y preguntar,
sin otras cortapisas que las defensas psíquicas (pudor, vergüenza) que
los propios niños/as van construyendo, cada uno a su tiempo y a su
ritmo. Eso sería una infancia “feliz y tranquila”, la que no está
demasiado invadida por especialistas ni acelerada, simplemente cuidada.
Marino Pérez Álvarez:
La infancia, por ser la primera etapa de curso de una vida, es
preparatoria para otras que se constituyen sobre ella. La estructura
psicológica, estilo de personalidad, modo de ser, pautas de apego,
vínculos afectivos, etc., se forman en la infancia. Aunque muchas
transformaciones ocurren después, en cierta medida la infancia es el
crisol de nuestra personalidad. La gran responsabilidad de la educación
parental y escolar es formar para la vida adulta con todo lo que depara,
pero sin dejar de ver que los niños son niños.
El régimen de lo hiper
Se ha hablado a menudo del "fin de la infancia", por el debilitamiento
de los ritos de paso, por la televisión que sustituye a los padres, etc.
Vosotros afirmáis que la frontera entre niños y adultos se desvanece
cuando todos estamos invitados a convertirnos en productores y
consumidores bajo el dominio del "régimen de lo hiper". ¿En qué consiste
ese régimen?
JRU:
Lo hiper es el exceso y la prisa por concluir, sin dar tiempo a mirar y
comprender. Las lógicas adultas suponen la conclusión, que siempre
implica cierta precipitación, pero la lógica de lo infantil es de otro
orden y no requiere concluir, permite equivocarse y fracasar más a
menudo. Cuando eso no se respeta, se produce la colonización de la
infancia por ese imperativo excesivo e hiperacelerado. Y, como dices, el
consumo nos infantiliza y nos iguala niños/adultos en el mismo modo de
satisfacción (devorar/tragar).
MPA:
El mundo de la infancia forma parte de la sociedad, no es un mundo
aparte. En una sociedad caracterizada por la producción y el consumo,
los niños están también bajo el régimen de rendimiento, competencias y
deseos. Desean objetos a menudo diseñados para su satisfacción inmediata
como las tabletas, los video-juegos, las golosinas y los comestibles.
Todo empieza cuando el marketing se dirige directamente a los niños que a
su vez influyen a los padres. Y tiene que ver con la pérdida de
autoridad y de sentido común de los padres, sin capacidad de poner
límites (quizá temerosos de hacerlo), ellos mismos influidos por el
mismo régimen consumista.
Hace poco
recordaba nostálgicamente con un amigo el tiempo infantil. Ese tiempo
dilatado en el que los veranos parecían no acabar nunca, tan distinto a nuestro tiempo acelerado
("no hay tiempo", "no me da la vida", "no llego a nada"). Este amigo me
dijo: "hoy ese tiempo no existe, los niños ya no se aburren". ¿Estáis
de acuerdo? ¿Qué hemos perdido, al perder el aburrimiento?
JRU:
El sujeto, infantil o adulto, necesita el intervalo, o sea, el vacío en
el cual alojar su pensamiento o su invención. El aburrimiento es ese
intervalo entre una cosa y otra, que causa entonces lo que Lacan decía:
“el deseo de otra cosa”. Cuando llenamos la infancia de objetos y
actividades, taponamos el vacío y abortamos también la creación. Hoy esa
maniobra está muy promocionada por un capitalismo pulsional que quiere
hacernos pensar que tiene la clave de nuestra satisfacción en forma de
objetos de consumo.
MPA:
Sí, estamos en un tiempo acelerado, hiperactivo, donde muchas
actividades se apelotonan. Es un tiempo distinto de aquel “tradicional”
que, quienes lo hemos vivido, echamos de menos con nostalgia. La
necesidad del encaje de varios tiempos en uno suele ser a costa del
tiempo familiar y del tiempo libre. Incluso el tiempo libre ya está
colonizado. Se ha llegado a esto por la conjunción de un régimen del
rendimiento (“sociedad del rendimiento”) y la tecnificación de la vida
cotidiana que ya incluye el juego, el entretenimiento y la diversión.
Así, los niños juegan con máquinas en las que todo ocurre al instante,
las imágenes cambian cada segundo y un minuto les parece una eternidad.
El aburrimiento es un sufrimiento, no un tiempo intermedio para pensar.
Escuché el otro día al pasar una ráfaga de conversación en la que una
madre le decía a otra: "¿cómo, que tu hijo tiene 8 años y no toca aún
ningún instrumento?" Ese régimen de lo hiper parece lo contrario del
antiguo régimen represivo: no nos prohíbe, sino que nos incita; y no lo
sufrimos, sino que nosotros mismos lo activamos y reproducimos, como un régimen de intensidad al que estamos enganchados. ¿Cómo explicar su influencia sobre nosotros cuando nos hace sufrir tanto?
JRU:
Freud hablaba de la pulsión de muerte como ese empuje del sujeto a
encontrar su satisfacción en la repetición de algo que va en contra
suyo. Étienne de La Boétie ya se refirió a ello tres siglos antes al
hablar de “servidumbre voluntaria”. Lo hiper es también el nombre actual
del superyó freudiano, la compulsión a la repetición de un imperativo
que nos produce una satisfacción paradójica, que siempre pide un
esfuerzo más. Gozamos con nuestros gadgets –los niños también-, pero
pasado el umbral del placer no podemos dejarlos y seguimos hasta el
hartazgo. Hoy los smartphones ya son la primera causa de los accidentes
mortales de tráfico.
MPA:
Este “régimen de intensidad” funciona como un sistema de fuga de uno
mismo, de centrifugación, uno siempre está alterado, sin capacidad de
pensar que es hablar consigo mismo en silencio. Ya no estamos en tiempos
de un superego freudiano “represor”. El superego hoy parece decirnos
“diviértete”, “sé feliz”. Este superego no es mejor, porque lleva
también su tiranía: la tiranía de la “euforia perpetua”, la búsqueda de
la felicidad y la centrifugación del yo. Al final, la vida real es como
es y el principio del placer (euforia, diversión) paga su tributo al
principio de la realidad en la forma de depresión, ansiedad, burnout, trastorno de déficit de atención, etc.
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)
Podría pensarse, después de hablar el régimen de lo hiper, que el
Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es su
consecuencia: la sobreestimulación provocaría ese trastorno de la
atención. Pero para vosotros no es así, es más complejo. ¿Creéis que la
sobreestimulación provoca realmente trastornos de la atención pero que
no pensables desde la etiqueta TDAH o cómo sería vuestro planteamiento?
JRU:
Hoy vivimos todos en la cultura del zapping y del multitasking: el
déficit de atención es generalizado. Cuando el rendimiento es evaluable,
como sucede en la escuela, ese modo ‘déficit atencional’ es etiquetado
como un trastorno individual. Y es cierto que, en algunos casos, hay
razones que justifican una valoración clínica, pero en muchos otros
casos se trata de un universo TDAH totalmente sintónico con la época.
¿Qué adulto esta hoy 50’ tras 50’ realizando una misma tarea, sin apenas
interrupción?
MPA: Como he desarrollado más específicamente en otro libro, titulado Más Aristóteles y menos Concerta®,
entiendo que el “TDAH” resulta de la interacción entre formas de
vitalidad (diferencias individuales caracterizadas por el movimiento, el
ritmo y la vitalidad) y formas de vida referidas al ritmo del tiempo
que hoy se plasma en “estilos parentales” multitarea e hiperactivos. Los
padres están desbordados por los propios niños cuyo estilo de
comportamiento no halla fácil acomodo en una sociedad que se ha vuelto
estándar y finalmente intolerante.
Utilizo “TDAH”
entre comillas porque no asumo que es una enfermedad o trastorno mental
como lo pintan, sino un modo de ser resultante de una forma de vitalidad
y una forma de vida que lo exacerba en vez de entenderlo, respetarlo y
reconducirlo. En su lugar, se prefiere, según parece, verlo como un
trastorno mental a través de un diagnóstico. No nos engañemos: el
diagnostico significa trastorno mental. Es necesario rescatar a los
niños del “fuego amigo” que los diagnostica.
¿Qué efectos tiene la etiqueta TDAH? Habláis de una "expropiación de la experiencia". ¿Qué quiere esto decir?
JRU:
Los veranos que añorabas eran una fuente de experiencias –y todavía lo
son para muchos/as adolescentes. Una experiencia es algo que te cambia
subjetivamente porque no es previsible del todo y exige que pongas el
cuerpo (consumos, sexualidad, riesgos). Tienes que hacerla tuya y
extraer alguna conclusión. Hoy vivimos “instantes de felicidad”,
“satisfacciones intensas de 2 minutos”, todo menos experiencias.
Etiquetar y protocolizar en modo prét-à-porter lo
que pasa por el cuerpo de cada uno es una forma de expropiarle de su
propia subjetivización de ese acontecimiento vital y corporal.
MPA:
La etiqueta empaqueta el modo de ser del niño y el problema que pueda
suponer en un diagnóstico estándar. El diagnóstico reduce el niño a unos
síntomas, como si todos los que reciben el diagnóstico fueran iguales,
lo que un psiquiatra infantil llama “macdonalización de la infancia”.
El diagnóstico expropia la experiencia del niño y su modo de expresión y
comportamiento al expropiar la posibilidad de los demás de entender su
modo de ser, convertido en un “trastorno”. Si se viera el “TDAH” como un
modo de ser y estilo de comportamiento (en vez de como una enfermedad)
entenderíamos mejor al niño y le ayudaríamos en los aspectos que fueran
necesarios, sin la macdonalización del diagnóstico y del tratamiento.
Las ayudas se pueden ofrecer sin necesidad de un diagnóstico formal, en
función de los problemas concretos en su propio contexto escolar y
familiar.
¿Cuáles son vuestras conclusiones sobre la medicación del TDAH? ¿Sirve, no sirve, para qué sirve?
JRU:
Servir, seguro que sí. La cuestión es para qué y para quien. Para
“curar” el TDAH no parece, entre otras cosas porque no sabríamos qué
debería curar (¿la agitación, el despiste, la impulsividad?). Lo que
sabemos, hasta hoy, es que los psicoestimulantes (anfetaminas) en
algunos casos ayudan a la concentración, pero lo hacen de manera
temporal y por un tiempo limitado, a partir del cual sólo tienen efectos
secundarios y adversos. En un número reducido de casos es necesaria,
bien prescrita y con seguimiento riguroso, para algunos niños que no
pueden alcanzar una mínima atención para conversar o aprender. Son pocos
casos.
MPA: El “TDAH”
es en mi opinión una etiqueta desafortunada que da a entender unas cosas
que no existen dejando fuera los aspectos esenciales. Da a entender que
es una enfermedad o trastorno del neurodesarrollo de origen genético,
de lo que no hay evidencia, por más que es la concepción oficial. A
parte de su insostenibilidad, el mayor problema de esta concepción es
que deja fuera el modo de ser del niño (vitalidad, expresividad, estilo
de comportamiento) y las circunstancias de cada uno (familiares,
escolares, sociales).
La etiqueta sirve a una
diversidad de intereses, cuyo mayor perjudicado a largo plazo quizá va a
ser el niño. Como quiera que el “TDAH” se refiere a un problema (un
problema no es una enfermedad), se debería hablar de ayudas referidas al
problema concreto (rendimiento, comportamiento, autocontrol, aprender a
esperar). Existen numerosas ayudas familiares y escolares sin pasar por
la macdonalización del diagnóstico.
Acompañar, escuchar, vaciar
Me gustaría hablar también de las "alternativas", de otras prácticas
posibles más allá de la solución médica. Habláis de "acompañar", de que
acompañar es precisamente no "etiquetar", sino acoger la singularidad.
¿Podéis contarme más y casos concretos?
JRU:
Acompañar es interesarse por lo que le pasa al otro y no sólo por lo
que hace o no hace. Ocuparse de lo que le angustia y le hace sufrir, más
allá de los ideales previos que tengamos sobre o para él.
Una historia: una adolescente viene a vernos porque no puede evitar
cortarse, en piernas y brazos. Su madre tiene muchos problemas con el
alcohol y su padre quedó lejos, en su país de origen. Esta chica se
encuentra muy desorientada y no puede evitar producirse esas heridas,
que luego enseña a los adultos. Hay que tomar eso como una demanda y
acompañar ahí es poner en valor sus invenciones. Ella dibuja muy bien,
en tonos góticos, pero le cuesta mostrar su obra. Yo le animo a hacerlo y
ella empieza a hacer fotografías en bosques donde recorta algo del
paisaje (ramas, lagos...) para crear una imagen propia, algo
fragmentada. Esos recortes le ayudan a frenar sus cortes y puede
entonces mostrar al otro su obra, separada del cuerpo. Ya no nos enseña
sus marcas/heridas, sino sus dibujos y fotografías. Es un progreso
importante para ella.
MPA:
Otro caso puede ser “el niño que cambió a su profesor”. Los profesores
suelen tener expectativas positivas o negativas de los niños, las cuales
funcionan a veces como profecías autocumplidas para bien y para mal. Si
un profesor no espera gran cosa de un niño puede que al final el niño
sea así en parte porque se le presta menos atención, no se espera que
sepa las cosas, etc. Los niños también tienen expectativas de los
profesores: que no le van a preguntar, que sólo se fijan en él cuando se
porta mal, etc.
El profesor y el niño pueden estar
en un bucle de negatividad, como un niño que vimos en el servicio de
psicología de un centro. Convenimos con el niño en que sorprendiera al
profesor teniendo las cosas hechas, mostrándose voluntario, atendiendo, a
ver si el profesor se daba cuenta. A la par, sugerimos al profesor que
observara posibles cambios en el niño. De esta manera, se rompió el
bucle de expectativas negativas mutuas en favor de una dinámica de
positividad. Entendemos que la clave estuvo en hablar con el niño,
comprender su posición, ponerse de su lado y acompañarlo en el
experimento convenido y experiencia resultante.
Ese acompañamiento pasa por otra relación con el "síntoma". ¿Qué es el síntoma? ¿Cómo sería esa otra relación?
JRU:
El síntoma es la “solución” singular no programada, la que cada uno
inventa para vivir. Tiene una clave de mensaje, cifra algo de nuestro
inconsciente, pero también indica un modo de funcionamiento y por tanto
de goce. Acompañar es ayudarles a descifrar algo de ese mensaje, pero
sobre todo a hacer de ese síntoma algo que les permita un lazo con el
otro y una satisfacción querida, evitando el aislamiento y la pulsión
más destructiva. Ser hiperactivo puede conducirte a lo peor (fatiga,
enfermedades, accidentes), pero si uno lo pone a trabajar, con ayuda,
ese síntoma puede terminar siendo su clave para relacionarse con los
otros y satisfacerse con su cuerpo.
MPA:
A diferencia de su sentido médico, un síntoma pide ser escuchado e
interpretado en el contexto de la persona y sus circunstancias, no
explicado en términos de mecanismos y eliminado como una mera molestia.
En una perspectiva fenomenológico-hermenéutica, el síntoma es una
anomalía (una formación de compromiso o un “arreglo neurótico” según la
magnífica expresión de Adler), pero no un fenómeno anormal, aberrante,
enfermo en un sentido médico. Más allá de su sentido médico, la noción
de síntoma también se podría usar como diagnóstico de una sociedad. Así,
por ejemplo, el “TDAH” dice tanto o más de la sociedad en la que
vivimos que de un niño al que se aplique.
Habláis también de la importancia de "vaciar": vaciar de actividades y
objetos que saturan los espacios para que los chicos puedan elaborar sus
experiencias, encontrar sus propia soluciones, experimentar positivamente el aburrimiento. ¿Cómo se vacía hoy en el régimen de lo hiper?
JRU:
Poniendo en juego la movilidad y el objeto ’nada’. Frente al
parasitismo de los objetos de consumo que nos alienan, hay que recuperar
la movilidad como una oportunidad de aprendizaje y de vínculo. Parte de
la “epidemia” del TDAH se debe a que la pasividad de muchos métodos de
aprendizaje convierte al movimiento en una conducta perturbadora y, por
tanto, susceptible de ser clasificada como trastorno, ¡cuando en
realidad debería ser un medio de aprendizaje! El objeto ‘nada’ es
sostener el intervalo, aguantar cierto vacío para confiar en que de eso
saldrá algo. Hace poco, el colegio elitista británico de Eton confiscó
los móviles a los alumnos por la noche. En lugar de un motín, los
docentes encontraron un alivio en los chicos que pudieron descansar sin
el imperativo de responder mensajes o likes.
MPA:
Elaborar experiencias siempre es un proceso intersubjetivo, en relación
con otros, con adultos y con otros niños. Las situaciones cotidianas,
los juegos y los cuentos infantiles son contextos naturales para el
desarrollo de la autorregulación emocional y de la relación con los
demás. “Que nos quiten lo leído” es el eslogan de una exposición de
treinta años de literatura infantil y juvenil en Asturias. Se echan de
menos la lectura y los juegos tradicionales, al aire libre, en grupo,
entre varios, donde los niños cooperan, compiten, resuelven conflictos,
se enfadan y hacen las paces, aclaran la reglas o convienen otras,
aprenden a esperar turno, algo que no está en los vídeo-juegos y las
tabletas.
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