Y si no te gusta, te aguantas.


Mariano Fernández Enguita

en su blog,
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Publicado en FESyE,  


El protagonismo de las pruebas PISA en los últimos años ha tenido un tremendo efecto reduccionista y simplificador sobre el debate educativo. Primero, en lo que casi todo el mundo coincide, al reducir la complejidad del aprendizaje y la educación a unos pocos indicadores cuantitativos; segundo, en lo que suele poner énfasis el sector más innovador de la educación, al concentrar todo el foco sobre el desempeño en las tres disciplinas clásicas que mide (vía competencias, sí, pero disciplinas al fin y al cabo), lengua, matemáticas y ciencias, en detrimento de otras materias; tercero, al reducir la escolarización a la enseñanza y el aprendizaje académicos, ignorando la función de cuidado que igualmente compete a la institución escolar. Es este último aspecto el que trataré en estas líneas.

No es el cuidado la faceta más glamorosa de la escuela, pues prevalece en la profesión la tendencia a dejarlo a otras instituciones y profesiones o a las familias, pero es algo difícil de ignorar y eludir. Piense el lector, sin más, en la hipótesis de tener que elegir para sus hijos entre una escuela segura pero ineficaz y otra eficaz pero insegura. Más allá de la mera seguridad o de la custodia, cerca de la mitad de las horas de la mitad de los días de quince o más años de un menor típico transcurren en la escuela, por lo que ese tiempo, además de un medio, puede y debe considerarse un fin en sí mismo. Y sabemos también que, al final, cuenta menos la enseñanza que el aprendizaje y que este está condicionado por la disposición y el grado de bienestar del aprendiz, a la vez que influye en ellos (a día de hoy uno de los hallazgos más seguros de las neurociencias). Tanto es así que las pruebas académicas internacionales ya han comenzado a incluir indicadores al respecto. PISA (OECD, 2017) pregunta a los alumnos sobre su nivel de satisfacción general, su sentimiento de pertenencia en la escuela o su ansiedad ante el trabajo escolar. PIRLS (Mullis & al., 2017), prueba de la IEA menos conocida y centrada en lengua, lo hace también sobre este último y sobre la satisfacción con el propio desempeño, y ambas por el acoso escolar. Contamos, además, con datos procedentes de algunos otros informes, bien sean de carácter regular, como el Estudio sobre Conductas Saludables de los Menores Escolarizados que patrocina la OMS (HBSC, 2016), u ocasional, como el proyecto internacional Childrens’ Worlds Survey (Rees & Main, 2015).

El mensaje más importante no viene de la comparación entre países sino entre grupos de edad, y es contundente. De acuerdo con HBSC, el porcentaje de escolares que afirma que le gusta “mucho” la escuela desciende por doquier, de manera implacable, con la edad: en España, 54% de los alumnos y 44% de las alumnas a los once años, 23 y 20% a los trece y 17 y 13% a los quince
Hay sin duda muchas maneras de formular y, probablemente, de entender una pregunta sobre cuánto gusta o satisface la escuela, pero la caída es universal y se confirma en la Childrens’ Survey, en la que la satisfacción cae en todos los países analizados entre los diez y los doce años, en España de 8.8 a 8.0 puntos sobre 10. El mensaje es claro: tenemos a los menores cada vez más tiempo en una institución que les gusta cada vez menos. Es inevitable señalar que esa caída parece más radical en España que en otros muchos países. La pista más simple es que, de mayor a menor satisfacción, nuestro país ocupa, entre los 42 que participan en HBSC, el puesto 12º cuando los alumnos tienen once años, 26º a los trece y 31º a los quince.

La OMS pregunta si los alumnos se sienten presionados por el trabajo escolar y así es, de manera creciente, con la edad, pasando en grueso de uno a dos de cada tres. Llama la atención que España aparezca siempre en cabeza de esta clasificación, 4ª a los once años, 2ª a los trece y 3ª a los quince (entre 42 sistemas educativos participantes). En los datos de PISA 2015 también destacamos, por una vez en cabeza: sobre cinco preguntas relativas a la preocupación por exámenes, notas, tareas, etc., la OCDE elabora un “índice de ansiedad en relación con el trabajo escolar” en el que España, con 0.4, es segunda, por detrás sólo de Italia (0.5), entre treinta y cinco países de la organización.

HBSC les pregunta cómo juzgan su desempeño académico y, sin acercarse nunca demasiado a los extremos, los alumnos españoles empiezan siendo más optimistas que la media a los once años (87% de ellos y 83% de ellas lo ven bueno o muy bueno, frente al 79 y 74% de media internacional, 8ª posición entre 42) para terminar siendo más pesimistas a los quince (57 y 52% frente a 62 y 58%, 29ª posición).

PIRLS y PISA preguntan a los alumnos por su sentimiento de pertenencia a la escuela en que estudian. PISA muestra que la mayoría de jóvenes de 15 años tienen un alto sentimiento tal, pero también que en algunos países desciende desde 2003 y en el conjunto lo hace desde 2012 (la prueba es trienal). Los alumnos españoles presentan aquí un indice extraordinariamente positivo, 0.47, el más alto de la OCDE y de todos los participantes. PIRLS construye otro índice, a partir de tres preguntas, que atribuye un “alto sentido de pertenencia a la escuela” al 69% de los alumnos españoles, diez puntos por encima de la media y en la décima posición entre cincuenta participantes. Pero a escala regional llama poderosamente la atención el bajo índice obtenido por PISA para los alumnos de Cataluña, 0.18, el menor de todas las CCAA y muy inferior a la media –a pesar de que su ansiedad por el trabajo escolar es la segunda más baja, 0.32 frente al 0.40 nacional– algo que se compadece mal con la insistente proclamación de que se ha alcanzado una escolarización inclusiva.

Finalmente, estos informes recogen la incidencia de algo más infrecuente en términos agregados pero habitualmente mucho más grave como experiencia individual, el acoso escolar. El país presenta porcentajes e índices comparativamente favorables cuando se atiende a los casos más graves, que se dan con menos frecuencia (según PISA y HSBC), pero no tanto cuando se busca un alumnado enteramente libre del riesgo (PIRLS).
Los grandes grupos demográficos presentan las diferencias previsibles. Las alumnas aprecian la escuela más que los alumnos (HBSC y PISA) y se sienten menos presionadas por el trabajo escolar (HBSC), aunque sufren mayor ansiedad ante el mismo (PISA), valoran mejor su propio desempeño (HBSC) y se sienten en menor medida parte de la institución (PISA). Los inmigrantes aprecian la escuela algo menos que los nativos y se sienten bastante menos identificados con la suya (PISA).  Los alumnos de las escuelas públicas algo menos que los de las escuelas privadas (HSBC) y los de mejores notas algo menos que los de peores (PISA).

Hasta acabar la década de los noventa en inglés, y de entonces a mitad de la década pasada en español, hubo un ascenso imparable de la literatura académica sobre el teachers’ burnout o malestar docente, que llego a constituirse en un subgénero literario y quizá haya remitido sólo porque ya se considera simplemente parte del paisaje, o sea, fuera de discusión. Puede que haya llegado el momento de preocuparse del malestar de los otros, los alumnos, que a fin de cuentas son los teóricos beneficiarios del sistema.

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