"Los últimos niños en el bosque’: Libro.
Salvemos a nuestros hijos del trastorno por déficit de naturaleza.
por
Javier Rico
“Si es verdad que la terapia de la naturaleza
reduce los síntomas del TDAH, entonces lo contrario también:
el TDAH puede ser un conjunto de síntomas agravados
por la falta de exposición a la naturaleza (…)
El trastorno real no está tanto en el niño como en un entorno impuesto, artificial”...
“Hoy en día un creciente número de médicos
está prescribiendo ‘recetas de parque’
tanto para prevenir como para curar”...
Los últimos niños en el bosque. Salvemos a nuestros hijos del trastorno por déficit de naturaleza no
es el último libro del escritor y periodista norteamericano Richard Louv. Su edición original data de 2005; con algunas actualizaciones, lo
ha publicado este año Capitán Swing. Da lo mismo, aunque desde 2005 se
han dado a conocer infinidad de informes que constatan, amplían y
proponen soluciones a los riesgos de ese déficit, todos van en la
dirección del séptimo libro de Louv. “Irónicamente, el desinterés de la
educación por el mundo físico no solo coincide con el impresionante
aumento de la obesidad infantil, enfermedad potencialmente letal, sino
con las crecientes pruebas acumuladas que vinculan el ejercicio físico y
la experiencia en la naturaleza con la agudeza mental y la
concentración”.
La obesidad y la falta de creatividad y concentración son algunos de
esos riesgos en los que Louv y numerosos estudios inciden por la falta
de conexión con el entorno, en especial con el más natural. Pero hay
algo más. “A menudo se ignora el valor de la naturaleza como bálsamo
curativo para las dificultades emocionales en la vida de un niño. Es
probable que ustedes nunca vean un hábil anuncio para terapia natural,
como esos que vemos para los últimos medicamentos contra la depresión.
Pero los padres, educadores y trabajadores de la salud necesitan saber
lo útil que puede resultar la naturaleza como antídoto para el estrés
emocional y físico. Especialmente en la actualidad”.
El autor destaca que “la tasa de prescripción de antidepresivos a
niños en Estados Unidos casi se ha doblado en cinco años”. Por mi
experiencia personal de seis cursos seguidos recorriendo la
biodiversidad urbana con escolares de Primaria y Secundaria corroboro
que esto es así. Resulta muy doloroso cómo cada vez se acercan más
docentes antes de las rutas y nos dicen: “Tenemos uno (o dos, o tres)
alumnos con medicación por trastornos por déficit de atención o
hiperactividad (TDAH)”.
Obesidad, estrés, TDAH…, enfermedades que afectan a la infancia y la
adolescencia y que Louv, tras muchas entrevistas y experiencias vividas y
reflejadas en su libro, y con su bagaje de periodista experto en temas
de infancia, no tiene duda sobre las causas: “Si es verdad que la
terapia de la naturaleza reduce los síntomas del TDAH, entonces lo
contrario también: el TDAH puede ser un conjunto de síntomas agravados
por la falta de exposición a la naturaleza (…) El trastorno real no está
tanto en el niño como en un entorno impuesto, artificial”.
“Los niños aprenden sobre la selva tropical, pero no sobre los
bosques de su propia región o, como dice Sobel, ‘ni siquiera sobre la
pradera que está fuera de su aula”. David Sobel es otro escritor
(publicó Childhood and nature: Design principles for educators
en 2008) que demanda una mayor conexión de la infancia con el entorno, y
defensor de “la educación basada en el lugar”. En España recomiendo
seguir la pista de Heike Freire *, escritora y referente de la pedagogía verde, y José Antonio Corraliza, profesor de Psicología Ambiental.
“La educación pública está tan prendada de lo que podríamos llamar la fe de silicio”,
prosigue Louv, que llega casi al embeleso; se trata de un enfoque miope
que se centra en la alta tecnología como salvación (…) Un movimiento
educativo basado en el entorno –en todos los niveles de la educación–
ayudará a que los estudiantes se den cuenta de que el colegio no tiene
que ser una forma educada de encarcelamiento, sino un portal hacia un
mundo más amplio”. De las críticas a la planificación educativa no se
salva ningún ciclo: “En el entorno de la educación superior, basado en
la disyuntiva ‘patente o padece’, asistimos a la muerte de la historia
natural, a medida que las disciplinas más prácticas, tales como la
zoología, ceden espacio a la microbiología y la ingeniería genética, más
teóricas y lucrativas”.
El libro está muy centrado en y desde Estados Unidos, con todos los peros
que ello supone: aparece mucha experiencia de clase media; no hay
tantas referencias a la función de la escuela pública y de integración;
defiende la caza y la pesca como formas de acercarse a la naturaleza y
mezcla la creencia en Dios con el disfrute y conservación de la
biodiversidad: “La naturaleza es un modo en que Dios se comunica con
nosotros de forma muy poderosa (…) después de todo, esta es la creación
de Dios que está siendo preservada para las generaciones futuras”.
No soy creyente ni comparto en absoluto las afirmaciones, pero no
pienso echar por tierra el libro por estas cuestiones. Prevalece su
potencia narrativa a favor de un cambio en los patrones tanto educativos
como de planificación urbanística para que niños y adolescentes entren
más en contacto con la naturaleza, aprendan de ella y con ella y les
valga no solo desde el punto de vista educativo, en cuanto adquisición
de conocimientos, sino también como mejora de las relaciones sociales
con las personas y el entorno, y como algo que mejora también su salud y
su creatividad.
Por ejemplo, me gusta que comience la lista de las “cien acciones a
emprender” para conseguir estos propósitos con la de “¿Ya te has
ensuciado?”. Tiene que ver mucho con la sobreprotección de la infancia,
en casa y en la escuela, con el ocio hiperplanificado y casi
siempre “encerrado” y con poca actividad física. Lo de ensuciarse vale
también para mojarse, pincharse, rozarse: “Permítanme ofrecer aquí una
hipótesis no convencional: para aumentar la seguridad de tu hijo,
anímale a que pase más tiempo a la intemperie, en la naturaleza. El
juego natural fortalece la confianza en sí mismos y estimula sus
sentidos; su conciencia del mundo y de todo lo que se mueve en él, lo
visto y lo no visto”.
Está acertado también cuando cuestiona el modelo de urbanizaciones en
bloques cerrados o de casas unifamiliares alineadas y alienadas: “¿Cómo
será para los niños crecer en entornos social y ambientalmente
controlados: bloques de apartamentos y urbanizaciones planificadas,
regidos por estatutos privados, rodeados de muros, vallas y sistemas de
vigilancia, donde los propios estatutos impiden que las familias planten
jardines? Uno se pregunta cómo definirán la libertad los niños que
crecen en esta cultura de control cuando sean adultos”.
Y continúa: “Los jardines de descubrimiento de los niños son muy
diferentes de las zonas ajardinadas diseñadas por los adultos, muchos de
los cuales prefieren céspedes cuidados y paisajes ordenados, limpios,
organizados, despejados… Los niños valoran los lugares que no sean
impecables y la aventura y el misterio de los sitios para esconderse y
las zonas salvajes, espaciosas, desiguales, interrumpidas por grupos de
plantas”.
Louv llega a proponer la creación de “zoópolis”, plantea una ciudad
con jardines salvajes; con espacios infantiles no acotados, vallados ni
teledirigidos por columpios y juegos que planteen siempre el mismo
principio y el mismo final; con urbanizaciones abiertas, en definitiva,
con más espacio para la naturaleza urbana y la interconexión entre ella.
“¿Qué pasaría si las ciudades por todo el mundo empezaran un día a
competir por el título de la Mejor Ciudad para la Infancia y la
Naturaleza?”, se pregunta.
Al final, vuelve a recetar naturaleza. “Hoy en día un creciente
número de médicos está prescribiendo ‘recetas de parque’ tanto para
prevenir como para curar”, escribía Louv en 2005. Trece años después, se
mantiene la tendencia al leer una noticia recientemente aparecida en The Guardian
que informa que en Escocia los médicos emiten “recetas de naturaleza” a
los pacientes para ayudar a tratar enfermedades mentales y cardíacas,
diabetes, estrés y otras afecciones.
Una salud que repercute de manera positiva en la naturaleza, porque,
según el escritor, “el apego a la tierra no solo es bueno para el niño,
sino que también es bueno para la tierra”. Pero advierte: “Solo se
producirá progreso a largo plazo cuando la conexión del niño con la
naturaleza se considere unánimemente como fundamental para el desarrollo
humano saludable, más que como un lujo disfrutado solo por unos pocos”.
En definitiva, para que las niñas y niños que viven alejados de Doñana,
los Pirineos o la Amazonia o no puedan viajar a estos lugares, tengan
permanentemente a su lado otras doñanas, pirineos y amazonias.
* Heike es miembro de la Asociación GSIA.
* Heike es miembro de la Asociación GSIA.
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