Ana Camarero
El País,
El
modelo urbanístico que fomentó la construcción de viviendas con grandes
patios interiores alejó a grandes y pequeños de estos sitios de
esparcimiento
Una peculiaridad que ha diferenciado a lo largo de los siglos la
cultura mediterránea, de la que formamos parte, de otras es el uso que
sus habitantes hacían de las plazas o los parques de las ciudades para
divertirse, establecer nuevas amistades o simplemente disfrutar del
entorno.
Quién no ha oído decir a nuestros abuelos, “antes la vida la
hacíamos en la calle”.
Sin embargo, en los últimos años, el desarrollo
de un nuevo modelo urbanístico en el que se fomentó la construcción de
edificios de viviendas con grandes patios interiores o de viviendas
unifamiliares alejó a las familias de estas zonas de esparcimiento. Los
parques y zonas verdes dejaron de ser sitios donde poder encontrarse con
el “otro”.
Esta tendencia parece que está cambiando y cada vez son más las
personas que disfrutan de los parques y zonas verdes urbanas de manera
colectiva. Es habitual ver a un conjunto de personas mayores paseando a
buen ritmo por sus caminos, familias celebrando los cumpleaños de alguno
de sus miembros, grupos de jóvenes reunidos escuchando música, grupos
de personas practicando deportes como el running, taichi o
pilates, grupos de mamás intercambiando experiencias de su recién
estrenada maternidad, o a un creciente número de dueños de perros que en
ocasiones ocupan importantes zonas, llevando, a veces, a conflictos de
uso con otros usuarios.
Nuria Bautista, consejera técnica de la Dirección General de Agua y Zonas Verdes del Ayuntamiento de Madrid,
apunta que ““los parques siempre han sido punto de encuentro, ocio y
esparcimiento para los ciudadanos, y esa es su función, además de
mejorar la biodiversidad y la calidad de vida de una ciudad. Hace ya
tiempo que se vienen utilizando como lugares para celebrar reuniones con
familiares y amigos”.
Según apuntan los expertos, la existencia de zonas verdes y parques
urbanos es un factor de suma importancia en la calidad de vida de las
ciudades, entendida como una combinación de las condiciones del medio
ambiente - calidad del aire y del agua, nivel de ruido, tipo de vivienda
o accesibilidad- y de los niveles de bienestar alcanzados en algunos
atributos intrínsecos de la persona –salud, educación, etc.-.
La
existencia de áreas verdes tiene efectos positivos sobre la conciencia
ambiental de la población además de ser un elemento de identificación de
los residentes de un barrio con sus espacios públicos, favoreciendo la
construcción de valores comunes y creando vínculos sociales entre los
ciudadanos. Una circunstancia, esta última, que según algunos estudios,
solo tiene éxito si la comunidad se ve implicada en la participación,
uso, disfrute y creación de estos espacios naturales.
Marta Domínguez Pérez*, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y presidenta del Comité de Sociología Urbana de la Federación Española de Sociología,
describe cuáles son actualmente las tendencias del uso de las zonas
verdes por parte de los distintos modelos de sociedad. Según Domínguez,
en el caso de las ciudades neoliberales, “los modelos desarrollados han
favorecido un repliegue social, fomentado el individualismo, la pérdida
del sentido de la calle como espacio de encuentro, y mostrando al otro,
al diferente, como aquella persona del que hay que defenderse. Además,
se ha favorecido la privatización del espacio público, de la vida social
y el individualismo como forma de vida. Como exponente diferenciador de
este tipo de modelos de sociedad está el desarrollo de las periferias
urbanas”.
Un modelo que difiere del desarrollado en países del sur de
Europa (Grecia, Italia, España y Portugal), en los que, según Domínguez,
“el carácter social de sus gentes, favorecido por el clima y el
familismo, genera diferentes manera de disfrutar de parques y zonas
verdes”.
*Socia de la Asociación GSIA
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