Elisa Corona Aguilar
Deleátur
Secretaría de Cultura
Mexico D.F., 2012
El censor es uno de los frutos podridos en el árbol de la vida. Su misión consiste en servir de escudo ante las irrupciones de aquello que rasgue las envolturas de la moral, la religión, la decencia o bajo la etiqueta que se ostente defender. Peor aún si se trata de asuntos relacionados con los pequeños. Entonces aparecen toda clase de grupos que velan por el orden establecido y se muestran perplejos ante las palabras y lo que dicen estas. Elisa Corona, ensayista privilegiada, observa el fenómeno de la censura a la literatura infantil en un recorrido que va de Huckleberry Finn hasta Harry Potter, sin olvidar a Roald Dahl con James y el durazno gigante, Charlie y la fábrica de chocolates y Las brujas. En una sociedad desmesurada y con sobrevivencias arcaicas, los “defensores” de la niñez observan como amenaza todo lo que parece “renovador”, “inentendible”, “grosero” o “exento de una religiosidad oficializada”.
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La lectura de Niños, niggers, muggles, de Elisa Corona Aguilar, fue para mí una magnífica noticia: alguien estaba pensando con inteligencia y sensatez en el tema de la censura aplicada a la literatura infantil y juvenil, y fomentando así una discusión necesaria en una democracia. Debo agradecer a Miguel Ángel Leal por haber puesto ese libro en mis manos, por invitarme hoy a hablar de él y por posibilitar así este encuentro con la (para mí, hasta ese día) desconocida ensayista, admiradora de Roald Dahl y Francisco Hinojosa, y en consecuencia aficionada a la mejor literatura escrita para niños (que coincidentemente es también la más subversiva).
El libro reúne, arropados entre una introducción y unas conclusiones, tres ensayos hasta cierto punto independientes sobre la censura que han sufrido tres conjuntos de obras literarias dirigidas a niños: Huckleberry Finn de Mark Twain, los cuentos de Roald Dahl y las novelas sobre Harry Potter de J.K. Rowling.
La elección de estos casos de censura es acertada: porque son paradigmáticos, porque revelan distintas (aunque emparentadas entre sí) motivaciones censoras y porque en los libros para niños el impulso censor está mucho más presente que en los libros para adultos o incluso que en otro tipo de productos culturales dirigidos a la infancia. Esos tres casos dan, pues, mucha tela de dónde cortar.