Cecilia y su familia han sumado un plato más a la mesa en cada cena. Solo hace unos días que llegó a casa un chico de catorce años tutelado por la Comunidad de Madrid. Que estudia en un instituto del mismo barrio, pero vivía hasta ahora en una residencia junto con otros menores tutelados. Se trata de un acogimiento durante el curso escolar dentro del programa 'Un curso en familia', organizado por las asociaciones Aseaf, Adamcam, Familias Para La Acogida y la Fundación Soñar Despierto, a través de un convenio con la Comunidad de Madrid.
En Chamberí hay tres residencias de carácter público (la residencia de Chamberí, la de Vallehermoso y El Valle), lo que convierte al distrito en el que más niños tutelados tiene. Menores de hasta 16 años cuyos padres han perdido la patria potestad por razones diversas, que van a los colegios de la zona donde son conocidos por sus compañeros como 'los niños de la resi'.
A pesar de ser unos vecinos más de Chamberí, su realidad y el día a día de los pequeños no siempre es bien conocida por quienes convivimos con ellos por las especiales medidas que precisa el cuidado de su intimidad (que hacen que los protagonistas de este reportaje estén presentes sin sus nombres propios), o las limitaciones para salir del centro fuera del horario escolar.
El primer topetazo de Cecilia con la realidad de los niños tutelados, de hecho, tuvo que ver con estas limitaciones:
“Como yo soy aficionada a la fotografía, durante varios cursos me ofrecí a hacer la foto clásica en las escaleras de entrada con cada grupo de curso. Todos colocados, y el primer comentario de la maestras: ”esta niña tiene que salir de la fotografía, es de residencia y no puede aparecer“. El mundo entero se me derrumbó. No puede ser, esto no me está pasando, creo que hoy no se me ha quitado aquel mal trago. La niña obedeció y tuvo que presenciar cómo el resto de sus compañeros se hacían la fotografía”.
'Un curso en familia' se presenta como un proyecto que ayuda a integrar mejor sus vidas en el entorno del barrio y que, a la vez, está nutriéndose de las redes de proximidad para ser posible. ¿Cómo conoció Cecilia el programa? No fue a través de información institucional sino de un mensaje en el grupo de Whatsapp de Meta-Ampa, la plataforma de coordinación de las Ampas de Chamberí (el relato completo de la incipiente experiencia de Cecilia se puede conocer en esta carta que nos ha enviado).
Hablamos con Adriana de la Osa, de ASEAF (Asociación Estatal de Acogimiento Familiar), que se acercó a la realidad de la custodia institucional como voluntaria en una residencia en Chamberí y se lanzó, luego, al impulso del acogimiento en familia y el desarrollo del programa de acogimiento escolar del que hablamos. Después de un tiempo sacando a los chavales semanalmente y dándoles apoyo escolar, reparó en que la Ley de la Infancia de 2015 dicta que hay que priorizar el acogimiento familiar sobre el residencial, lo que en la práctica no se hace:
“Hay estudios científicos que avalan que, desde luego, los niños hasta los tres años no deben estar en centros –esto lo recoge la Ley– por las consecuencias para su desarrollo neurológico o emocional (como el trastorno del apego y otros que pueden ser de por vida). Es una etapa fundamental para el desarrollo. De tres a seis años, la Ley afirma que los niños no pueden estar más de tres meses en los centros y, en general para todos, que se debe priorizar el acogimiento familiar”.
Sin embargo, en España hay ahora mismo más de 16.000 menores creciendo en centros. De estos, 1.307 tienen menos de seis años. “En Madrid hablamos de 1.500 niños, de los cuales 140 son menores de seis”, concreta Adriana.
Inés, que hoy tiene ya 21 años, fue acogida por una pareja a los 18 años. En la imagen, haciéndole un reportaje |
Es en este momento cuando desde el asociacionismo se dio un paso adelante para intentar mejorar la situación de los menores en las residencias. Plantearon a la Comunidad de Madrid hacer un llamamiento a las familias que ya contaban con el proceso de idoneidad para que se hicieran cargo de ellos durante el curso. La Directora General de Infancia de la Comunidad de Madrid, en este momento Ana Sastre, que venía de Save the Children, dio el visto bueno al programa, que comenzó en septiembre de 2020 con el nombre SOS Covid.
En este primer piloto salieron 12 niños, la mayoría mayores de diez años. Posteriormente, cuatro de ellos repetirían un año más (alguna familia incluso tramitó el acogimiento permanente). Los números de la experiencia son significativos porque en la Comunidad de Madrid más del 90% de los niños mayores de 7 años ni siquiera llegan a estar propuestos por la Administración para poder ser acogidos. La experiencia demostraba que dos mantras del sector eran falsos: sí hay familias dispuestas a acoger y los niños mayores también pueden ser acogidos.
Lo cierto es que el número de menores propuestos es pequeño, en opinión de las asociaciones por el acogimiento. Los profesionales de la administración deben valorar que están preparados para ello y, además, los propios menores deben querer. “Cuando los niños llevan mucho tiempo 'institucionalizados' a veces no quieren salir en acogimiento familiar porque tienen su colegio y no ven tan lejos el momento de volver con su familia, aunque lo cierto es que solo el 11% lo harán al cumplir los 18 años”, explica Adriana.
'Un curso en familia' –así se rebautizó la experiencia piloto SOS Covid– ayuda a que los menores tutelados más mayores se atrevan a dar ese paso. Al tratarse de familias del barrio –o del pueblo, pues el ámbito es la Comunidad de Madrid– se consigue que todo el mundo alrededor de la familia acogedora rompa la imagen estigmatizada que tienen los niños que viven en residencias, sobre todo los más mayores, y se acerquen a sus realidades. No se corta el cordón con su mundo en la residencia porque las visitas familiares se siguen produciendo allí, donde siguen también en contacto con sus educadores, y los menores saben que, si algo no funciona, siguen conservando la plaza en la residencia, que también es su casa.
En palabras de Adriana, “al fin tienen la experiencia de hacer lo que hacen sus compañeros, bajarse al parque a pasar la tarde, invitar a alguien a su casa, quedar con los compañeros, entender las relaciones entre los distintos miembros de las familias… Eso se lo van a llevar, aunque luego tengan que volver a la residencia”.
Cecilia, con quien empezábamos el artículo, está afrontando el descubrimiento de la experiencia. José María, en cambio, es el segundo año que participa en el proyecto y la presencia de un chico más en su casa es ya parte de su cotidianidad familiar. Vive solo con sus dos hijos y, según nos cuenta, está siendo una experiencia muy enriquecedora para todos por el desarrollo de un vínculo afectivo y la oportunidad de conocer otras realidades vitales. “Saber que no todos vivimos en una realidad de privilegio, y conocer la de niños que, desgraciadamente, están viviendo en los últimos años niveles muy altos de estigmatización, especialmente en el caso de los menores migrantes”. Vive la experiencia junto a sus hijos y asegura que “si podemos ayudar a mejorar la igualdad de oportunidades de los niños me doy por satisfecho”.
Del campo de fútbol al acogimiento durante el curso escolar
Hablamos con José Ignacio Arrufat, entrenador e impulsor de una auténtica obra social dentro del club. José lleva entrenando al Malasaña desde hace cinco años. El segundo año, su hijo, que jugaba en el equipo, le habló de un compañero de clase que quería apuntarse. “Dame el teléfono de sus padres”, le contestó, y al saber que el pequeño vivía en una residencia quedó descolocado: no era una realidad con la que estuviera familiarizado. Fue a la residencia, conoció lo que eran los menores tutelados y se ofreció a sacarle los martes y los jueves para entrenar, y los fines de semana para los partidos.
Después de este chico, llegaron otros menores tutelados al equipo. José fue conociendo la realidad de los menores tutelados y los límites de su vida en las residencias. “En los 20 minutos de ida caminando, y los veinte de vuelta, hablábamos mucho”.
Este año se “ha venido arriba”, dice, y ha ideado un proyecto con el equipo para que ningún niño, tutelado o con pocos recursos, se quede sin jugar por no poder pagar la cuota. Para ello, han puesto en marcha una campaña de socios, simpatizantes y espónsores. Los vecinos que quieran pueden pagar la ficha de uno de los chavales.
“El equipo en sí es ya una familia y como los padres y madres de los jugadores ya los conocen desde hace años, les hacen llegar grandes dosis de afecto. Muchas familias se han interesado y un par de familias se han involucrado con el acogimiento en el entorno del equipo”.
Aunque el curso ya ha empezado, aún hay algo de margen para acoger a niños propuestos en las residencias de la Comunidad de Madrid. El barrio se está moviendo –por eso decidieron también llamar a las puertas de la prensa del distrito– y tiene una deuda con ellos. Como dice Adriana:
“Los niños que viven en los centros no han hecho nada para estar allí, su situación es consecuencia de unas circunstancias de las que ellos no son responsables; la vida se lo ha puesto difícil desde muy temprano y es nuestra responsabilidad ayudarles. Son niños que están en nuestros coles, son del barrio. Aunque sean de sus padres y estén tutelados por la Comunidad de Madrid la responsabilidad es de todos”.