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Génesis de la profesionalización y el cierre ocupacional de la intervención con la infancia y adolescencia.

Exigencias a España del Comité de Derechos del Niño y la Niña, 
sobre la necesidad de especial cualificación profesional para todos los agentes 
que intervienen con niños, niñas y adolescentes.

Tomás Luis Martín Rodríguez*,
Artículo del Magistrado, 
  publicado en el Anuario Didania 2020.

La Ley Orgánica 1/1996 de Protección Jurídica del Menor, supuso en nuestro ordenamiento jurídico el avance más importante que en materia normativa de protección a la infancia y adolescencia se había producido en décadas. 
A la luz de dicho texto, y en el marco de cumplimiento de las obligaciones derivadas de la Convención de los Derechos del Niño, el Comité de los Derechos de Niños y Niñas (Aunque el propio Comité ha indicado: “In Spanish, chlidren should be rendered as niños, niñas y adolescentes”, considero igual de ajustada y más inclusiva la traducción mixta.), examinó el segundo informe periódico de España presentado en 1998. 
Del contenido de estas observaciones finales prestaremos especial atención a las exigencias de especial cualificación profesional a todos los agentes que intervienen con niños, niñas y adolescentes.
El Comité recomendaba que España debía emprender programas sistemáticos de educación y enseñanza de los principios y las disposiciones de la Convención a todos los grupos de profesionales que trabajan con y para los niños, profesionales del sistema de justicia, abogacía, policías, funcionarios públicos, personal sanitario, docente y del trabajo social. 

Las sucesivas normas autonómicas que siguieron a la publicación de la ley 1/1996 implicó un reforzamiento de los trabajos que se venían desarrollando en el abordaje del maltrato
infantil. En una de sus publicaciones sobre esta materia el Grupo de Trabajo sobre Maltrato Infantil del Observatorio de la Infancia incidía de forma particular en que la actuación en casos de maltrato infantil, independientemente del nivel en que se produzca, tiene que cumplir unos requisitos mínimos. Debe realizarse por un equipo de profesionales con formación específica en los problemas familiares y de la infancia, con conocimientos de recursos y estrategias propias de estas situaciones (equipo especializado, no por un conjunto de especialistas).  Lo que implica el desarrollo de un trabajo coordinado, en equipo y con bases científicas, y no desde el voluntarismo. 

El Comité en el informe del año 2010, recomendaba al Estado que prosiguiera su labor de asegurar la amplia difusión y comprensión de todas las disposiciones de la Convención.
A este respecto, lo alentaba a elaborar programas educativos sistemáticos sobre los principios y las disposiciones de la Convención dirigidos a las familias, niños y niñas y los
profesionales que con ellos trabajan.

Respecto al interés superior del niño solicitaba que se impartiera capacitación a todos los responsables de la adopción de decisiones (funcionarios públicos, órganos legislativos y de la Administración de Justicia). Igualmente recomendaba que intensificara su labor y promoviera el debido respeto por las opiniones de niños y niñas a cualquier edad en los procedimientos administrativos y judiciales sobre su custodia y las causas sobre inmigración, así como en la sociedad en general. Efectivamente una adecuada capacitación de los profesionales, parte de la comprensión del derecho de niños y niñas a ser escuchados. 

En el ámbito de la justicia juvenil instaba a mejorar los programas de capacitación sobre las normas internacionales pertinentes para todos los profesionales del sistema de justicia. Conviene recordar que es este informe el primero que recomienda que se apruebe una ley integral sobre la violencia contra los niños, texto en el que desembocaremos. 
En el año 2018, el Comité presentaba nuevas observaciones finales, reiterando que se intensificaran los esfuerzos para asegurar que el derecho de niños y niñas a que su interés superior sea una consideración primordial, esté incorporado de manera apropiada y sea interpretado y aplicado de manera consistente y en consecuencia que se impartiera a los profesionales formación sobre la manera de determinar ese interés superior.

Instó a que se promoviera el debido respeto por las opiniones de niños y niñas, se promovieran los conocimientos de los profesionales de distintos ámbitos que trabajan con la infancia y adolescencia, incluidos los jueces, juezas y fiscales de familia, y se impartieran programas de formación acerca de los derechos y de la aplicación del derecho de la infancia y adolescencia a ser escuchados, entendido como un derecho y no como una obligación. El Comité considera imprescindible que en España se emprendan programas y actividades de concienciación para promover la participación significativa, basada en el empoderamiento, de todos a cualquier edad, en la familia, en la comunidad y en las escuelas, prestando especial atención a las niñas y a los niños desfavorecidos o marginados. 
Son varias las materias en las que reitera esta necesaria mejora profesional, así para abordar casos de abusos y agilizar la elaboración de protocolos de atención. Con referencia a los derechos de los niños con discapacidad, insta a aplicar plenamente a las cuestiones de discapacidad un enfoque basado en los derechos humanos que garantice la igualdad de acceso a una educación inclusiva de buena calidad en las escuelas ordinarias, lo que incluye el funcionamiento de mecanismos apropiados que permitan recurrir contra decisiones de colocación en centros educativos y la imprescindible formación permanente de buena calidad a todo el personal docente.  Con relación al derecho de niños y niñas al disfrute del más alto nivel posible de salud, el Comité recomendó que se aumentara el número de pediatras y velara por que los médicos generalistas que prestan servicios de salud a la infancia adquirieran experiencia y conocimientos especializados adicionales y reciban más formación sobre la atención a los niños, niñas y adolescentes. 

En el contexto de la migración internacional y sobre las obligaciones de los Estados relativas a los derechos humanos en los países de origen, tránsito, destino y retorno, el Comité recomendó a España, impartir a todos los profesionales que intervienen en cuestiones de protección internacional y de migración formación sobre la Convención, los derechos de la infancia y el deber de proteger a los niños y niñas que solicitan protección internacional, ello implica mejorar la capacidad de guardias de fronteras y otros profesionales competentes para identificar adecuadamente a los niños y niñas y determinar sus necesidades de protección específicas, teniendo en cuenta su edad, género y diversidad, y asegurar una rápida transferencia a centros de recepción adecuados.

En materia de Trata requirió que se fortaleciera la capacidad de agentes de policía, guardias de fronteras, funcionarios de los servicios consulares, inspección de trabajo y trabajo social, entre otros, de modo que puedan identificar a las niñas y niños víctimas de la trata.
En la Administración de la justicia juvenil solicitó el aumento del número de jueces y juezas especializados en la infancia y adolescencia y que se disponga de juzgados especializados
en justicia de menores y de procedimientos que tengan en cuenta las necesidades de niños y niñas. En palabras del Comité, España debe fortalecer la capacidad y la concienciación
de la judicatura en lo relativo a la Convención y sus Protocolos Facultativos y velar por que se asignen a este respecto los recursos humanos, técnicos y financieros apropiados.
 
El Comité lamentó, ya ese año, la falta de progresos en la aprobación de una ley general sobre la violencia contra los niños. 
Dentro de las muchas novedades propuestas en el Proyecto de Ley Orgánica de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, una de las más relevantes es la
atención a los mandatos expuestos, más considerando que, en el actual trámite de enmiendas, parece admitirse la propuesta del texto en esta materia. Por ello incide de manera particular en elevar el nivel formativo y capacitación de los profesionales que trabajan, en todos los sectores, público o privado, retribuido o voluntario, con niños, niñas y adolescentes. 

Establece como uno de los Principios Rectores la especialización y capacitación de los profesionales que tienen contacto habitual con niños, niñas y adolescentes para la detección de posibles situaciones de violencia sufrida por los mismos. 
Prevé que las Administraciones Públicas, promoverán y garantizarán una formación especializada y continua a los distintos profesionales que tengan un contacto habitual con las personas menores de edad en materia de derechos fundamentales de la infancia y la adolescencia. Dicha formación comprenderá como mínimo: La educación en la prevención y la detección precoz de toda forma de violencia. Posibles actuaciones a llevar a cabo una vez que se han detectado indicios de violencia. Formación específica en seguridad y uso seguro de Internet para mejorar la prevención y detección de toda forma de violencia. El buen trato a los niños, niñas y adolescentes. Identificación de los factores de riesgo. Y mecanismos para evitar la victimización secundaria.  
Además, las Administraciones Públicas deberán desarrollar programas de formación inicial y continua destinada a los profesionales cuya actividad requiera estar en contacto habitual
con niños, niñas y adolescentes, con el objetivo de detectar precozmente la violencia ejercida contra los mismos. 
Se instaurará el Plan Estratégico Nacional de Infancia y Adolescencia con el objetivo de erradicar la violencia contra niños y niñas con especial incidencia en los ámbitos familiar,
educativo, de servicios sociales, sanitario, judicial, y de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. 

En el campo de los Servicios Sociales se incrementan las exigencias de formación inicial y continua toda vez que pasan a ser considerados autoridad. Para ello las Administraciones Públicas competentes dotarán a los servicios sociales de atención primaria de profesionales y equipos de intervención familiar especialmente entrenados en la detección, valoración e intervención frente a la violencia ejercida sobre la infancia y adolescencia.

En el ámbito escolar las Administraciones Públicas, deberán garantizar que los docentes y educadores reciben formación específica en materia de educación inclusiva. Se crea la figura del Coordinador de Bienestar y Protección (a la espera de su nominación final)  que deberá acreditar una particular formación, en relación con la discapacidad y la detección y prevención de la violencia. En el campo de la Educación superior se promoverá la inclusión en todos los ámbitos académicos de la docencia e investigación en derechos de la infancia
y adolescencia y en la lucha contra la violencia ejercida sobre la misma. Los programas de especialización de las profesiones sanitarias, del ámbito educativo, de Periodismo y Ciencias de la Información, del Derecho, y de aquellas otras titulaciones conducentes al ejercicio de profesiones en contacto habitual con niños y niñas, promoverán la incorporación en sus planes de estudios de contenidos específicos dirigidos a la prevención, detección e intervención de los casos de violencia.  

En el sector sanitario se concreta que las Administraciones sanitarias deberán garantizar la existencia de recursos especializados en el tratamiento de personas menores de edad
víctimas o agresores de violencia sexual y/o violencia de género. 

Estas exigencias también se trasladan al campo de la Administración de Justicia. Los Colegios de Abogados facilitarán a sus miembros el acceso a formación específica sobre los aspectos materiales y procesales de la violencia sobre la infancia y la adolescencia, tanto desde la perspectiva del Derecho interno como del Derecho de la Unión Europea y Derecho internacional, así como a programas de formación continua en materia de lucha contra la violencia sobre la infancia y la adolescencia. También deberán existir agentes de policía especializados en el abordaje de niños, niñas y adolescentes y en recoger su testimonio.  

Exigiendo la especialización en materia de infancia y adolescencia a tribunales y fiscales, en previsión de la creación de órganos especializados, se estructura todo un conjunto de acciones encaminadas a esta formación y a la de los miembros de los equipos psicosociales, cuyo número debe aumentar.  

En las actividades deportivas y de ocio se regula que quienes trabajen en entidades que realizan de forma habitual actividades deportivas o de ocio con niñas, niños y adolescentes, deberán recibir formación específica en la prevención y detección de cualquier forma de violencia, así como para atender adecuadamente las diferentes aptitudes y capacidades físicas e intelectuales y la discapacidad para el fomento y el desarrollo del deporte inclusivo.

En consecuencia y tras tanto tiempo, viene la nueva norma a suplir el gran vacío existente en nuestro país para una adecuada atención, con su participación, a niños, niñas y adolescentes, como es la exigible cualificada formación de los adultos que con ellos intervienen. 


*Tomás Luis Martín Rodríguez
. Magistrado de Carrera desde 1997, recientemente nombrado para poner en marcha el 1º Juzgado de España especializado en violencia contra los NNA.
Máster sobre “Necesidades, Derechos y Cooperación al Desarrollo de la Infancia” por la Universidad Autónoma de Madrid. 
Experto Universitario, con certificado de excelencia, en Aspectos Clínicos, Prevención y Tratamiento del Maltrato Infantil. Formación Continua en “Estudios Jurídicos Avanzados en Derechos Humanos”. 
Especialización en perspectiva de género y perspectiva de género, ámbito penal, del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial.  
Miembro del Grupo de Sociología de Infancia y Adolescencia (GSIA).

El coste emocional de las nuevas rutinas: La vuelta al cole más allá de las medidas de seguridad.


Patricia Gea,
Diario.es/Nidos .





Niños en un aula del Colegio Privado Alameda de Osuna
 en el primer día del curso escolar 2020-2021,
en Madrid Jesús Hellín / Europa Press
"Se ha venido enfocando esta vuelta a las clases desde un punto de vista adultocéntrico, desde las necesidades de los padres y adultos, pero ahora toca pensar en las necesidades de los menores, no solo desde la seguridad física sino también emocional", afirma Myriam Fernández Nevado, socióloga experta en infancia y adolescencia del Colegio de Politólogos y Sociólogos de Madrid (GSIA). Una mala gestión de las necesidades emocionales y afectivas puede provocar, según Nevado, un bloqueo cognitivo y repercutir en el fracaso escolar. "El niño ha de tener la suficiente estabilidad y seguridad en el entorno para afrontar los cambios que se están produciendo a su alrededor", añade.

Claudia es madre de dos niñas de cuatro y siete años. Cuenta que lleva un par de semanas hablándoles de la vuelta al colegio: qué van a tener que hacer, cuál es su parte de responsabilidad… “Preparando un poco el terreno de esta nueva normalidad, resume, y respondiendo a sus dudas. Me preguntan, por ejemplo, si van a poder jugar con sus amigos, salir al recreo o si las van a encerrar allí si se ponen malas". Esta información previa que Claudia está ofreciendo a sus hijas "es el primer paso para que los niños empiecen a normalizar la situación y se reduzcan por tanto la ansiedad y el miedo provocados por la incertidumbre", afirma Elena Daprá, psicóloga infantil.
"Hay que explicarles todo, desde lo que tienen que hacer y lo que no, a lo que pasará si hay un rebrote o cómo va a ser la relación con sus compañeros y profesores". En una situación de incertidumbre, explica Daprá, el cerebro "rellena" esos huecos de desconocimiento creando expectativas. "Si los resultados son buenos y se cumplen, me ilusiono y todo va bien, pero si son negativos aparece la frustración, la ansiedad, el miedo… Cuanta más información tenga el cerebro menos huecos tendrá que rellenar con expectativas".

Ansiedad de separación
El primer sentimiento con el que van a tener que lidiar los niños y niñas después de pasar los últimos seis meses en casa cerca de sus familias es lo que los expertos llaman "ansiedad de separación". Explica Nevado que "durante la pandemia sentían que estaban en un lugar seguro, con sus padres, que son sus figuras de crianza, quienes sostienen sus necesidades vitales, y de apego, que les aporta el sustento emocional. Después de todo este tiempo estas figuras van a ser sustituidas por otras que tienen que ganarse su confianza". Como Daprá, cree que para reducir esta ansiedad no valen las recetas generales sino que se debe tener en cuenta cada unidad familiar, cada niño, su edad, e incluso las características del centro, desde su construcción física a la diversidad de las aulas y profesionales que trabajen en ellas. Sin embargo, reconocen que se necesitan protocolos a los que recurrir ya que es un trabajo complicado.

El colegio San Cristóbal, situado en el centro de Madrid, ha elaborado en colaboración con un equipo de orientadores un Plan Emocional para guiar a padres y docentes en el proceso de reincorporación de los alumnos. En él se recogen las pautas para gestionar la ansiedad en los días previos, la separación el primer día de clase o el trabajo emocional que se puede hacer tanto en el aula como en la familia. Se trata de incorporar a la formación la educación emocional. "Creemos que en estos primeros días, además de interiorizar las medidas sanitarias, tienen que interiorizar la nueva forma de relacionarse. Además algunos de los alumnos han sufrido en sus familias el impacto más directo de la pandemia, con situaciones de sufrimiento y tensión", explica Manuel Coronel Hernández, director del colegio.
Cree que los padres "están muy perdidos" y por eso desde el centro han puesto a su disposición comunicados, protocolos, planos del colegio con el recorrido de entrada y de salida, circulares y el Plan Emocional que se irá poniendo en práctica a lo largo de este mes. 
"Lo que tenemos claro es que es importantísima la presencialidad del alumnado en los centros". La socióloga Nevado recuerda que la educación es un "derecho de los menores" y para Daprá "es fundamental reforzar en los niños la idea de que volver al colegio es bueno para ellos". Transmitir tranquilidad, hablar de otras cosas mientras se preparan para el primer día de clase, escuchar lo que nos cuenta al final del día, acompañarles a la puerta o hacer corta la despedida son algunas de las recomendaciones de los expertos para facilitar el regreso.

La nueva socialización
La socialización con los iguales en la infancia y la adolescencia es de vital importancia porque complementa el desarrollo personal tanto a nivel individual como colectivo. "Forma parte del ser humano, configura quién soy, mis habilidades sociales, de inteligencia emocional… Las habilidades para la vida, en general, se entrenan en nuestras interacciones con los demás", dice Daprá.

La socióloga Nevado explica que “el impulso más primitivo de niños y adolescentes es querer tocarse, abrazarse, contarse, compartir, por lo que van a tener que reprimirlo”. La forma en que se van a dar estas relaciones dentro del aula con las nuevas medidas de seguridad plantea un escenario nuevo para ellos que va a estar marcado por la distancia. 

En este sentido, las profesionales consultadas identifican dos conceptos que desempeñan un papel clave: el apego y el miedo.
“En la etapa de 0 a 6 años el apego físico es fundamental para el desarrollo de los niños, les da seguridad. No se puede dejar de atender y acompañar a un niño en el aula cuando llore o se sienta mal. Con 8 años puede mantener una distancia física con el profesor, pero en la etapa infantil necesita ser abrazado, con todas las medidas de seguridad, claro”, asegura Nevado. Sin embargo, puntualiza, el apego también se puede conseguir dando sustento a la parte emocional.

"La gestualidad va a ser muy importante", añade Daprá"Los niños, por muy pequeños que sean, son una esponja emocional, no entienden pero absorben. Si cuando le estoy hablando me tiemblan las manos, les voy a transferir miedo, o si llora y no me acerco puede sentir que estoy huyendo de él". Es aquí donde entra en juego el otro concepto clave en la nueva socialización: el miedo, a los otros y al rechazo. "En el colegio todo se vive de forma intensa, recordemos, por ejemplo, el drama que significaba que cambiasen a nuestra mejor amiga del pupitre de al lado. Pues imaginemos si veo que mi mejor amiga me rehúye, me tiene miedo". De nuevo, la forma de ayudar a los niños a adaptarse a las nuevas normas sociales es explicándoles por qué sucede: "no es porque no te quiera sino porque hay un virus y todos tenéis que ser responsables", recomienda Daprá.
"De cualquier modo, no debemos bloquear en los niños sentimientos como la tristeza. Esa emoción también hay que validarla diciéndole que no pasa nada y que no siempre podemos estar contentos. Validar una emoción es decirle: tienes derecho a sentir lo que estás sintiendo", explica la psicóloga. Esto no significa que no haya que observar el comportamiento de los niños y detectar las actitudes que hacen saltar las alarmas de que algo pasa. "Por ejemplo, que un niño que haya desarrollado el habla deje de hablar, o que tienda a querer estar solo demasiado tiempo, que se encierre mucho en su cuarto –excepto en el caso de los adolescentes que necesitan más intimidad… Cuando ves que hay algo que empieza a ser diferente, obsérvalo, si se mantiene en el tiempo, consúltalo con un profesional", recomienda. 
"Hay que ser conscientes de que tanto familias como profesores y niños van a experimentar emociones nuevas, es una circunstancia nueva y de mucha incertidumbre. Es un trabajo complicado el de todos los agentes implicados y es importante, en general, que desaparezca la palabra culpa en favor de la responsabilización", concluye la psicóloga. "Es el momento de trabajar de forma conjunta, padres y docentes, para incorporar cuando antes las nuevas rutinas y formas de socializar. Nos iremos acostumbrando. Pensemos, por ejemplo, en esos niños de países que sufren muchos terremotos y que saben perfectamente qué hacer sin perder la calma. Se normalizará".     

¡Desenchufa al niño! La desconexión digital en cinco pasos.

“una hora de naturaleza por cada hora de pantalla”. ¿Y en qué se basa esta recomendación? .
“Los ambientes naturales nos ayudan a descongestionar la vista y la atención 
que le prestas a un estímulo tan fuerte y tan conciso como es la pantalla. 
Ofrecen estímulos blandos, como el mar, las nubes o las puestas de sol,
que atraen la atención sin que tengamos que estar concentrados 
y eso permite descansar la mente de la fatiga que producen las pantallas o el trabajo”. 
Joan Amorós.



Beatriz Lucas,

Durante el confinamiento se ha disparado el consumo de pantallas y la sobreexposición entraña riesgos de ansiedad, sobrepeso o incluso pérdida de visión. Varios expertos marcan el camino para aparcar los aparatos de un modo saludable y en familia

La naturaleza te permite conectar pero también investigar y mantener activos los procesos de curiosidad. En la imagen una niña investiga un bicho que ha encontrado en un día de 'cole' en el grupo de juego en la Naturaleza Saltamontes, en Madrid (pie de foto KATIA HUESO).

A la consulta de la psicóloga María Guerrero, con el desconfinamiento ha llegado un nuevo perfil de paciente: niños que usaban muy poco o nada las pantallas y ahora no hay manera de que hagan algo sin ellas. En el caso de los adolescentes, la adicción les suele restar horas de sueño o les causa un gasto de dinero en juegos online o en mejoras de aplicaciones.

A María Guerrero, además del hábito, le preocupan las consecuencias para la salud física y mental. “Diversos estudios nos hablan de la relación entre el abuso de tecnología y aislamiento, problemas de obesidad, hábitos sedentarios con pérdida de masa muscular, pérdida de visión... Pero también puede ser detonante de ansiedad o depresión y, según un experimento realizado por la revista americana de pediatría, los niños que están en contacto de forma habitual con dispositivos móviles, tabletas u ordenadores son más irritables y muestran una menor capacidad de atención, memoria y concentración que los que no lo están”, apunta Guerrero, que es la psicóloga de la aplicación de control parental Qustodio.

Según Guerrero, el cerebro de un niño “funciona por hábitos y estos tardan en asentarse unos 21 días. Y la tecnología ha sido la única vía de comunicación y ocio durante más de 100 días”. A los padres, esta especialista les suele explicar que, si su hijo está más atrapado de lo normal, no es que sea un bicho raro, sino que es algo común: “La mayoría de los juegos, redes sociales y apps para niños están diseñados para que el cerebro segregue sustancias placenteras. Si para un adulto es difícil dejar un hábito, en el caso del cerebro de un niño, que es más inmaduro y con menor capacidad de autocontrol, es aún más delicado”.

Pero antes de que el lector se lleve las manos a la cabeza y se deje arrastrar por el catastrofismo, la psicóloga advierte: “Hay marcha atrás, pero no es fácil y habrá resistencia al cambio”, asegura esta experta en nuevas tecnologías.

Hay solución, coincide e insiste el profesor barcelonés y asesor de familias Francisco Castaño: “No somos supermadres ni superpadres. No tenemos la culpa de que se nos haya ido de las manos. Nos ha tocado estar en casa, teletrabajar y hacer la comida con hijos a los que atender y les hemos dejado olvidados frente a la pantalla... No hay que fustigarse. Son circunstancias sobrevenidas y vamos a darle la vuelta”, apunta este docente que acaba de publicar el libro La mejor versión de tu hijo (Plataforma editorial).

Paso 1: Calma, tus hijos seguramente no sean adictos a la pantalla
Antes del confinamiento, los expertos ya habían alertado del preocupante aumento del uso de las tecnologías en las niñas, niños y adolescentes.

Manuel Bruscas, vicepresidente del área de producto en Qustodio, una app de control parental que en España usan más de 50.000 familias, explica que en febrero ya había un uso medio de dos horas diarias de niños de 4 a 15 años, según los datos de uso de los usuarios de la aplicación. Y que en algunas aplicaciones como Youtube se había pasado de 39 minutos diarios en 2019 a superar los 63 antes justo del confinamiento y que se convirtieron en 75 minutos el 30 de abril. “Se ha incrementado un 180% la utilización de las tecnologías y va a ser difícil recuperar los números iniciales. Muchos niños notarán que les falta algo, las relaciones se construyen con miradas, con empatía, con relación física y eso la pantalla no te lo da, así que es ahí donde debemos incidir en el proceso de desconexión”, explica Bruscas.

Pero que se usen más las tecnologías que antes o que los niños y adolescentes se resistan a soltar la pantalla no significa que sean adictos. El psicólogo Garicoitz Mendigutxia, director del programa Suspertu, de prevención de adicciones del Proyecto Hombre Navarra, cree que con la vuelta al contacto social descenderán estos hábitos, que considera “coyunturales”. En su proyecto, las niñas, niños y adolescentes a los que atendían antes de confinamiento por estos usos conflictivos eran apenas un 10% del total de pacientes. “Y no hemos detectado un cambio de conducta alarmante a raíz de estos procesos”, explica desde Pamplona.

Aclara, además, que para que sea considerado una adicción, o más bien un “uso conflictivo de las tecnologías”, estas les deben restar tiempo e incluso dinero de otras actividades de su vida. “Deben darse situaciones de aislamiento social, afectar a sus dinámicas de vida —por ejemplo, que la familia no pueda salir a cenar porque el hijo prefiere estar conectado—, solo se relacionan con las redes o tienen problemas y conflictos familiares o porque están conectados hasta las cuatro de la mañana y afecta al rendimiento escolar”, explica el psicólogo. Si ese no es el caso, el plan de acción será más fácil que funcione, si además se le añaden cuatro palabras: tesón, constancia, límites y alternativas.

Paso 2. Habla con ellos y marca los límites para una desconexión progresiva
Educadores, psicólogos y expertos en adicciones coinciden en que estos hábitos saludables deben comenzar desde que los niños son muy pequeños y comienzan a tener acceso a las pantallas: hay que sentarse a hablar con ellos y establecer los límites de uso tanto de tiempos y horarios como de espacios. “Es un relajo dejarle delante de la pantalla cuando es pequeño y vamos a un restaurante, pero hay que pensarlo dos veces porque luego tendrá consecuencias”, señala el psicólogo navarro que es partidario de que los niños, niñas y adolescentes pasen la mayoría del día sin pantallas. Los gurús de Silicon Valey, por ejemplo, educan sin pantallas porque saben que es mejor para un crecimiento saludable. “Igual que educamos en la alimentación, o en el consumo, debemos educar digitalmente a nuestros hijos”, advierte Manuel Bruscas, de Qustodio.

“Hay que sentarse para explicarles las normas y por qué se deben cumplir. Si les haces partícipes, sienten que son parte del proceso y comprenden por qué, van a ser mucho más colaboradores. Ellos asumen las reglas perfectamente si las entienden”, explica Mendigutxia.

María Guerrero cree que hay que recurrir a los argumentos científicos y explicarles que las pantallas pueden perjudicar su salud. Los especialistas en visión han alertado de un empeoramiento de la salud visual de forma masiva durante el confinamiento y la Fundación Pau Gasol asegura que España es líder europeo en obesidad infantil. El exceso de pantallas genera estrés, irritabilidad, aislamiento y depresión... “A los niños no les vale cualquier argumento, necesitan datos concretos y gráficos para colaborar”, explica Guerrero. Y apunta: “Prohibir no sirve de nada porque van a tener que utilizar Internet para estudiar, mantenerse en contacto con sus compañeros... Y, cuando prohibimos totalmente algo, impedimos que nuestros hijos aprendan a establecer una relación sana con ello y eso genera problemas más graves a largo plazo porque se acaba convirtiendo en un objeto de deseo grande”.

Paso 3. Aquí sí, ahora sí
Los expertos también proponen que se limiten los espacios y momentos: “El móvil o tableta debe usarse en un espacio común de la casa, no debe usarse mientras estamos en familia en las comidas y tampoco dejarles solos. Igual que no dejas solo a tu hijo en una discoteca o en medio de Nueva York, no les debemos dejar solos en Internet, hay que estar a su lado, supervisándolos”, apunta. Las aplicaciones de control parental pueden ayudar en esos límites: si el dispositivo se apaga, no cargan contra los padres y además las familias pueden supervisar lo que ven sus hijos y conversar con ellos al respecto.

También recomiendan establecer tiempos máximos de uso, según la edad. Aunque Bruscas señala que no se trata tanto del tiempo como de la calidad de lo que ven en la Red. “Si tu hijo es un fanático del piano o de la programación y se pasa horas viendo tutoriales online, pues en realidad está cultivando una afición”, señala. Además, no recomienda la desconexión total: “No se pueden poner puertas al campo y pasar del todo a nada, sino educar en un uso saludable”. Y, aunque no se pueden establecer recetas para todos los casos, Francisco Castaño recurre a la literatura científica para argumentar dónde empieza a ser un uso poco recomendable y marca las dos horas como límite para los más mayores. La siguiente es una propuesta de uso de pantallas según la edad basada en las recomendaciones del profesor Castaño.

Paso 4: Sé su modelo
“Somos lo que nos enseñaron nuestros padres cuando intentaban no enseñarnos nada”. Esta frase del filósofo y escritor Umberto Eco es una de las favoritas del educador Francisco Castaño para explicarles a las familias que pasan por su consulta la importancia de lo que hacen las madres y los padres en los procesos educativos.

“Los menores acaban haciendo lo que hacemos los mayores. Igual que no puedes decirle a tu hijo que no beba alcohol con una cerveza en la mano, no puedes pedirle que apague el móvil si tú no dejas de mirarlo. Por eso la reflexión y el plan de acción debe ser en familia y con el compromiso de todos, de padres y madres, de preservar espacios sin tecnología”, concluye Castaño. Así que, madres y padres del mundo, preocupados porque sus hijos están enganchados, mírense al espejo y desenchufen también.

Paso 5: Tiempo juntos: alternativas de ocio, salir al aire libre y compartirlo con ellos.
Bruscas cree que las pantallas nunca deberían “sustituir interacciones ricas con otras personas, con la familia o los amigos”. Por ello, propone compartir deporte, paseos actividades al aire libre, actividades domésticas, hacer comidas, tareas de limpieza, organización de casa... “Hacer cosas con ellos también te da pie para hablar y te permite acercarte a las pantallas y ver qué le interesa a tu hijo y conocerlo y cuestionarlo”, apunta también Mendigutxia, psicólogo de Proyecto Hombre Navarra.

Para María Guerrero, la mejor alternativa es al aire libre, en familia. “Los niños necesitan jugar al aire libre porque su cerebro se desarrolla más”, explica. Un estudio realizado con 12.000 familias demostraba que los presos de EEUU pasan más tiempo al aire libre, en el patio de su cárcel, que los niños”. Existen incluso empresas que te ayudan a realizar desconexiones en la naturaleza, como Desconnexions, que ofrece actividades en toda España para que desenchufar de la tecnología y conectar con otras personas y la naturaleza, además de aprender del entorno medioambiental. Y son los mismos responsables de la creación del Día Mundial sin Móvil el 15 de abril.

El psicólogo y fundador de la compañía, Joan Amorós, asegura que la naturaleza puede mitigar la depresión y la ansiedad, ayudar a prevenir o reducir la obesidad y la miopía, reforzar el sistema inmune y reporta muchas otras ventajas para la salud física y psicológica. Precisamente, la mayoría de los problemas de salud que pueden generar las pantallas. Amorós propone “una hora de naturaleza por cada hora de pantalla”. ¿Y en qué se basa esta recomendación? “Los ambientes naturales nos ayudan a descongestionar la vista y la atención que le prestas a un estímulo tan fuerte y tan conciso como es la pantalla. Ofrecen estímulos blandos, como el mar, las nubes o las puestas de sol, que atraen la atención sin que tengamos que estar concentrados y eso permite descansar la mente de la fatiga que producen las pantallas o el trabajo”.

Manos a la obra, ¡tira del cable!.

Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en la era COVID-19. Informe

De la Plataforma de Asociaciones de Psiquiatría y Psicología Clínica por la Salud Mental de la Infancia y Adolescencia: 
Evidencias y Recomendaciones de las Asociaciones Profesionales de Psiquiatría y Psicología Clínica.

La Plataforma de Asociaciones de Psiquiatría y Psicología Clínica por la Salud Mental de la Infancia y Adolescencia  ha realizado este informe en relación a los efectos de la pandemia por COVID-19 sobre la salud mental de los niños, niñas y adolescentes de nuestro país.  

Este documento se ha  ha enviado tanto al Ministerio de Sanidad como a las autoridades sanitarias de las comunidades autónomas, y a diversos medios de comunicación.

En dicho trabajo hay un apartado que recoge los datos de la encuesta a profesionales que muchos de vosotros respondisteis sobre vuestra experiencia asistencial durante el reciente periodo de emergencia sanitaria.
Esperamos que sea de vuestro interés y que nos ayudéis en su difusión.
Descargar síntesis del informe
Descargar informe completo

Informe: Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en la era del COVID-19:
 Evidencias y Recomendaciones de las Asociaciones Profesionales de Psiquiatría y Psicología Clínica

Autoria: Este documento ha sido elaborado por La plataforma de Asociaciones de Psiquiatría y Psicología Clínica por la Salud Mental de la Infancia y Adolescencia de España constituida por las siguientes asociaciones:
• Asociación Española de Psicología Clínica y Psicopatología, sección de Infancia y Adolescencia (AEPCP)
• Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente (AEPNYA) • Asociación Nacional de Psicólogos clínicos y Residentes (ANPIR) • Sociedad Española de Psiquiatría (SEP) • Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA) La Asociación Española de Neuropsiquiatría- Profesionales de la Salud Mental– Sección Infantil (AEN-PSM) forma parte de la plataforma, pero por cuestiones de organización no ha participado en este trabajo.Elaborado por : AEPCP, AEPNYA, ANPIR, SEP, SEPYPNA

Aclaraciones:
Este es un documento realizado por profesionales de las asociaciones participantes y en los que se ha pedido opinión a otros profesionales o a asociaciones de familias con problemas de salud mental o sensibles a los problemas de la infancia y adolescencia y refleja las opiniones de los autores.

Las conclusiones, recomendaciones, investigaciones, necesidades o propuestas son fruto de un proceso colectivo de consenso de los miembros de la plataforma y ha sido consensuado por las Juntas directivas de las asociaciones participantes. Por lo que reflejan los elementos más significativos de la reflexión, fruto de la revisión y la experiencia vivida y percibida



Fuente Sepypna 

Apoyar a los niños a afrontar la pérdida de un compañero de clase por suicidio.

La pérdida de un ser querido por suicidio es un suceso muy doloroso, tanto para los niños como para los adultos. Reconociendo esta realidad, el Instituto de la Mente Infantil (Child Mind Institute) ofrece las siguientes recomendaciones para ayudar a niños y adolescentes a responder a una pérdida dolorosa de un modo saludable:
  • Es fundamental hablar del suicidio de forma clara, pero sin proporcionar detalles a los niños y adolescentes sobre el método específico del suicidio. Docentes y padres deben transmitir mensajes consistentes, para reducir la confusión, la información errónea y el “secretismo”.
  • El suicidio debe explicarse en términos de un trastorno psiquiátrico no tratado. En ocasiones, las personas ocultan el dolor emocional, incluso de aquellos que son más cercanos, lo que dificulta la ayuda. Es esencial no dramatizar o “sensacionalizar” el suicidio, pero no evitar hablar de ello.
  • Los padres deben animar a su hijo o hija a hablar sobre lo que ha oído y lo que está pensando al respecto, escuchándole sin juzgar. Es importante continuar verificando sus dudas, dado que a los niños les lleva tiempo procesar las experiencias perturbadoras, y puede que, más adelante, tenga preguntas importantes que hacerle. Si bien en el caso de los adolescentes, es posible que prefieran hablar de ello sus amigos, los padres deben transmitirles su interés por sus inquietudes y preocupaciones.
  • Si un niño o niña tiene depresión o tiene antecedentes de tentativa de suicidio antes del suceso, es prioritario que los padres tengan esta conversación, y no la eviten porque sea difícil hablar de ello o y porque les preocupe que su hijo/a pueda sentirse peor. Es fundamental ayudarle a exteriorizar sus pensamientos y sentimientos, haciéndole ver la conexión entre ambos. En estos casos, cabe señalar que hablar sobre el suicidio no incrementará el riesgo de que el niño/a con antecedentes previos pueda llegar a cometer otro intento, al contrario: hablar de ello, disminuye el riesgo.
  • Algunos niños pueden sentir culpabilidad, llegando a pensar que podrían haber hecho algo para evitar el suicidio de su compañero/a. Hay que hacerles saber que este es un sentimiento común: cuando una pérdida es muy difícil de aceptar, no podemos evitar pensar en lo que deberíamos o podríamos haber hecho de manera diferente. Hay que ayudarles a comprender que no son responsables, en ningún modo, de lo que ha sucedido, y que cuando sucede algo tan inesperado, el shock inicial tarda un tiempo en desaparecer, antes de poder comenzar a comprender lo que ha sucedido y finalmente lo aceptemos.
  • Es saludable para la comunidad educativa el responder a una pérdida de esta índole mediante una celebración u obituario sobre la vida del niño o adolescente que ha fallecido, así como el poder asistir al funeral, si así lo permite la familia.
  • A veces, los adolescentes pueden recurrir al consumo de alcohol y/o drogas u otras conductas de riesgo, como una forma de enfrentar la pérdida dolorosa. Hay que observarlos de cerca y explicarles que es normal experimentar una amplia variedad de emociones intensas (tristeza, enfado, confusión…), y, algunas veces, al mismo tiempo. Asimismo, es oportuno enseñarles algunas estrategias que les ayuden a controlar estos sentimientos, tales como hablar de ello con amigos o un adulto de confianza, correr o realizar otro ejercicio intenso, ejercicios de respiración, permitirse llorar, etc. Esto es lo que se conoce como “afrontar el problema”, o anticipar posibles dificultades y saber cómo tratarlas.
  • Hay dos factores clave que están involucrados en el suicidio (y ambos se derivan de la depresión). El primero es tener el deseo de morir, que surge de pensamientos negativos (por ej., cuando un niño o niña siente que es una carga, que está completamente solo o que todo el mundo estará mejor sin él o ella). Para contrarrestar esto, los adultos deben expresar de forma clara y concisa lo devastador que sería para ellos si el niño o niña desapareciera de su vida. El segundo factor de riesgo es la capacidad de morir, que proviene de la planificación y de la tolerancia al dolor y al miedo. Los niños que cometen autolesiones presentan un mayor riesgo de suicidio, porque anulan su impulso de autoconservación y se acostumbran a sentir dolor. En estos casos, conocer que otros menores se han suicidado y cómo lo han hecho, puede influir en esta capacidad e incrementar el riesgo de suicidio.
El Instituto concluye recordando que el dolor y la aceptación de una muerte repentina en tales circunstancias lleva tiempo, y no se puede evitar o acelerar este proceso. Sin embargo, ofreciendo a los niños la oportunidad de compartir sus sentimientos, podemos ayudarles a recuperarse de un modo saludable.

Fuente a través del Consejo Gral. de Psicología España

Los niños más expuestos a la naturaleza tienen mejor salud mental de adultos.

Los adultos que durante la infancia se habían expuesto menos a los espacios naturales 
mostraban peores resultados en los tests de salud mental.
"Muchos niñas y niños en Europa acostumbran 
a llevar un estilo de vida basado en espacios interiores, 
por lo que sería conveniente mejorar los entornos naturales al aire libre en las ciudades: 
aumentar su número, diseñarlos de manera segura y que inviten a jugar.
"Muchos niñas y niños en Europa acostumbran a llevar un estilo de vida basado en espacios interiores, por lo que sería conveniente mejorar los entornos naturales al aire libre en las ciudades: aumentar su número, diseñarlos de manera segura y que inviten a jugar"

Ver más en: https://www.20minutos.es/noticia/3647603/0/ninos-expuestos-naturaleza-mejor-salud-mental-de-adultos/#xtor=AD-15&xts=467263




Dos niños montando en bicicleta por un camino forestal. ARCHIVO


Las personas adultas que durante su infancia tuvieron más contacto con espacios naturales podrían tener una mejor salud mental que aquellas que estuvieron menos expuestas a la naturaleza, según un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). 
El estudio, que publica este miércoles la revista International Journal of Environment Research and Public Health, ha sido elaborado a partir de datos de cerca de 3.600 personas que viven en Barcelona (España), Doetinchem (Holanda), Kaunas (Lituania) y Stoke-on-Trent (Reino Unido). 

Los investigadores del ISGlobal, centro impulsado por La Caixa, han querido comprobar el impacto de los espacios verdes y azules en el bienestar mental y la vitalidad física de la población. Hasta ahora, la exposición a espacios naturales al aire libre se ha asociado con beneficios para la salud, como un mejor desarrollo cognitivo y un mejor bienestar mental y físico, pero pocos habían explorado el impacto de la exposición a entornos naturales durante la infancia en la salud mental y la vitalidad en la edad adulta. 
Además, los estudios sobre espacios verdes —jardines, bosques o parques urbanos— son más abundantes que en el caso de los espacios azules —canales, estanques, arroyos, ríos, lagos o playas—. 

Test psicológico 
Este nuevo trabajo, que forma parte del proyecto Phenotype, se basa en las respuestas de los participantes a un cuestionario sobre la frecuencia de uso de espacios naturales durante su infancia, incluyendo tanto las visitas intencionadas —por ejemplo, salidas a la montaña— como las no intencionadas —jugar en el jardín de casa—. 
También se les preguntó sobre la cantidad, uso y satisfacción de espacios naturales alrededor de su vivienda, así como la importancia que le dan en la actualidad. 
La salud mental de los participantes —nivel de nerviosismo y sentimientos de depresión en las últimas cuatro semanas— y la vitalidad —nivel de energía y fatiga— se evaluó a partir de un test psicológico. 
El índice de vegetación alrededor de la vivienda en la vida adulta se estimó a partir de imágenes de satélite. 
Los resultados mostraron que los adultos que durante la infancia se habían expuesto menos a los espacios naturales mostraban peores resultados en los tests de salud mental, en comparación con las que tenían más exposición durante la infancia. 
Myriam Preuss, primera autora de la investigación, ha explicado que, "en general, los participantes con menos niveles de exposición a entornos naturales durante su infancia valoraron menos los espacios naturales que aquellos con más niveles de exposición". 

Población cada vez más urbana.
La investigadora de ISGlobal Wilma Zijlema, coordinadora del estudio, ha destacado que las conclusiones "muestran la relevancia de la exposición a espacios naturales durante la infancia para desarrollar un estado psicológico saludable y una actitud que aprecie la naturaleza en la vida adulta". Actualmente, el 73% de la población en Europa vive en áreas urbanas —a menudo con acceso limitado a espacios naturales— y se prevé que este número aumente a más del 80% en 2050. "Por eso, es importante conocer qué implicaciones tiene que los niños y niñas crezcan en entornos con oportunidades limitadas de exposición a espacios naturales", añadió Zijlema. 

"Muchos niñas y niños en Europa acostumbran a llevar un estilo de vida basado en espacios interiores, por lo que sería conveniente mejorar los entornos naturales al aire libre en las ciudades: aumentar su número, diseñarlos de manera segura y que inviten a jugar", ha concluido Mark Nieuwenhuijsen, director de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud del ISGlobal.

Hace 70 años que un estudio que mostró que los bebés que no reciben amor corren riesgo de morir.

Por supuesto, no le creyó nadie, ni la "ciencia".


Sin embargo el trabajo del pionero René Spitz fue confirmado décadas después: 
los bebés que crecen sin amor pueden llegar a morir, 
y la mayoría de ellos crece con enfermedades físicas y mentales.

La importancia del afecto en la salud ha sido demostrada 
por estudios como este de Harvardpero nunca de manera tan radical 
como fue el caso de la investigación de Rene Spitz 
en la década de los años 50 del siglo XX.


Desde antes de Spitz se había notado que los orfanatos tenían un altísimo índice de mortandad, y a principios del siglo XX se creía que la causa debía de ser las enfermedades contagiosas producto de la falta de limpieza de estos lugares.

los infantes sufrían de falta de amor. 

Para probar esto, Spitz comparó un grupo de infantes que eran criados en cunas de hospital aisladas con infantes criados por madres en prisión. Si el problema eran los patógenos del lugar, entonces los niños criados en la cárcel debían de tener peores resultados. El estudio mostró que el 37% de los infantes criados sin madre en un hospital murieron, mientras que no se registró ninguna muerte entre los bebés encarcelados con sus madres. A su vez, los bebés de la cárcel crecieron más rápido y mostraron mejores resultados en diversas pruebas de salud. La investigación siguió algunos años más, y Spitz notó que los huérfanos que sobrevivieron tuvieron una tendencia mucho más marcada a contraer enfermedades y a tener problemas psicológicos.

En 1945, Spitz investigó el hospitalismo en niños en una residencia de menores protegidos. Encontró que el desequilibrio del desarrollo causado por las condiciones desfavorables ambientales durante el primer año de niños produce daño psicosomático irreparable a infantes (hijos) normales. 
Otro estudio de Spitz mostró que, en circunstancias favorables y con la organización adecuada, puede alcanzarse un desarrollo positivo infantil. 
Declaró que, por lo tanto, los métodos en hospicios deberían ser evaluados con cuidado.

Spitz también registró su investigación en filmes. La película "Enfermedad Psicogénica en la Primera Infancia" (1952) muestra los efectos de privación emocional y maternal sobre el accesorio. La película fue la causa de cambio principal, sobre todo en las secciones de cuidado de los niños de institutos, casas y hospitales, porque la gente ganó el conocimiento sobre el impacto de privació.

El trabajo de Spitz fue desprestigiado por la ciencia. Se argumentó simplemente que los genes de los padres que abandonan a sus hijos debían de ser deficientes en comparación, y otras ideas por el estilo. 
Sin embargo, la ciencia dio la razón a Spitz: en el 2007, un estudio controlado en Rumanía comparó el crecimiento de bebés en orfanatos y bebés que crecieron en hogares con padres adoptivos. Dicha investigación sólo tomó en cuenta a infantes sin defectos genéticos. En este caso el estudio probó que los niños de orfanato crecen menos, tienen un IQ menor y el 52% desarrolla una enfermedad mental, mientras que sólo el 22% de los niños con padres adoptivos lo hacen. Los investigadores explican estas cifras sugiriendo que este 22% podría deberse al hecho de que estos niños con padres adoptivos pasan tiempo en orfanatos antes de ser adoptados.

El doctor Bruce Perry lo dice de manera muy sencilla: "el problema básico de criar un infante en un orfanato es que la oportunidad de establecer una relación amorosa con un pequeño grupo de adultos es rara". Los bebés no están hechos para aprender a conectar con las personas cuando son expuestos a decenas de ellas durante períodos cortos. La realidad es que los orfanatos no son lugares sanos para que los bebés crezcan y esta información debe tomarse cuenta, para que en casos en los que no hay otra opción, se intente asignar a un adulto responsable que sea algo así como una madre temporal para el bebé, focalizando el tiempo y el trato e intentando prodigar afecto físico y emocional. Ciertamente es difícil encontrar muchas personas para hacer esto, pero hay que decir que aquellas que puedan llenar este vacío son verdaderamente heroicas.

Fuente web  pijamasurf.


Los niños necesitan ser felices, no ser los mejores:



Psicóloga de profesión y 
por pasión dedicada a hilvanar palabras. 




Vivimos en una sociedad altamente competitiva en la que parece que nada es suficiente y tenemos la sensación de que si no nos ponemos las pilas, nos quedaremos rápidamente atrás, siendo barridos por los nuevos adelantos. 

Por eso, no es extraño que en las últimas décadas muchos padres hayan asumido un modelo de educación sustentado en la hiperpaternidad. Se trata de padres que desean que sus hijos estén preparados para la vida, pero no en el sentido más amplio del término sino en el más restringido: quieren que sus hijos tengan los conocimientos y las habilidades necesarias para hacerse de una buena profesión, obtener un buen trabajo y ganar lo suficiente. 

Estos padres se han planteado una meta: quieren que sus hijos sean los mejores. Para lograrlo, no dudan en apuntarles en disímiles actividades extraescolares, allanarles el camino hasta límites inverosímiles y, por supuesto, empujarles al éxito a cualquier costo. Y lo peor de todo es que creen que lo hacen "por su bien".
El principal problema de este modelo educativo es que añade una presión innecesaria sobre los pequeños, una presión que termina arrebatándoles su infancia y crea a adultos emocionalmente rotos.

Los peligros de empujar a los niños al éxito
Bajo presión, la mayoría de los niños son obedientes y pueden llegar a alcanzar los resultados que sus padres les piden pero, a la larga, de esta forma solo se consigue limitar su pensamiento autónomo y las habilidades que le pueden conducir al éxito real. Si no le damos espacio y libertad para encontrar su propio camino porque le colmamos de expectativas, el niño no podrá tomar sus propias decisiones, experimentar y desarrollar su identidad. 

Por eso, pretender que los niños sean los mejores encierra graves peligros:

- Genera una presión innecesaria que les arrebata su infancia. La infancia es un periodo de aprendizaje, pero también de alegría y diversión. Los niños deben aprender de manera divertida, deben equivocarse, perder el tiempo, dejar volar su imaginación y pasar tiempo con otros niños. Esperar que los niños sean “los mejores” en determinado campo, poniendo sobre ellos expectativas demasiado elevadas, solo hará que sus frágiles rodillas se dobleguen ante el peso de una presión que no necesitan. Esta forma de educar termina arrebatándoles su infancia.

- Provoca una pérdida de la motivación intrínseca y el placer. Cuando los padres se centran más en los resultados que en el esfuerzo, el niño perderá la motivación intrínseca porque comprenderá que cuenta más el resultado que el camino que ha seguido. Por tanto, aumentan las probabilidades de que cometa fraude en el colegio, por ejemplo, ya que no es tan importante lo que aprenda como la nota que consiga. De la misma manera, al centrarse en los resultados, pierde el interés por el camino, y deja de disfrutarlo.

- Planta la semilla del miedo al fracaso. El miedo al fracaso es una de las sensaciones más limitantes que podemos experimentar. Y esta sensación está íntimamente vinculada con la concepción que tengamos sobre el éxito. Por tanto, empujar a los niños desde temprano al éxito a menudo solo sirve para plantar en ellos la semilla del miedo al fracaso. Como consecuencia, es probable que estos pequeños no se conviertan en adultos independientes y emprendedores, como quieren sus padres, sino que sean personas que apuesten por lo seguro y acepten la mediocridad solo porque tienen miedo a fracasar.

- Genera una pérdida de autoestima. Muchas de las personas más exitosas, profesionalmente hablando, no son seguras de sí. De hecho, muchas supermodelos, por ejemplo, han confesado que creen que son feas o están gordas, cuando en realidad son iconos de belleza. Esto sucede porque el nivel de perfeccionismo al que siempre han estado sometidas les hace creer que nunca será suficiente y que basta el más mínimo error para que los demás las desprecien. Los niños que crecen con esta idea se convierten en adultos inseguros, con una baja autoestima, que creen que no son lo suficientemente buenos como para ser amados. Como resultado, viven pendientes de las opiniones de los demás.

¿Qué debe saber realmente un niño?
Los niños no necesitan ser los mejores, solo necesitan ser felices. 
Por eso, solo debes cerciorarte de que tu hijo sepa:
- Que es amado, de forma incondicional y en todo momento, sin importar los errores que cometa.
- Que está a salvo, que le protegerás y apoyarás siempre que puedas.
- Que puede hacer el tonto, perder el tiempo fantaseando y jugar con sus amigos.
- Que puede elegir lo que más le gusta y dedicarse a esa pasión, sin importar de qué se trate. Que puede pasar su tiempo libre haciendo collares de flores o pintando gatos con seis patas si es lo que le apetece, en vez de practicar la fonética o el cálculo.
- Que es una persona especial y maravillosa, al igual que muchas otras personas en el mundo.
- Que merece respeto y que debe respetar los derechos de los demás.

¿Y qué no deben olvidar los padres?
También es fundamental que los padres sepan:
- Que cada niño aprende a su propio ritmo, y que no deben confundir la estimulación que desarrolla con la presión que agobia.
- Que el factor que más influye en el rendimiento académico infantil es que los padres les lean a sus hijos, que les dediquen un rato cada noche para cultivar juntos esa pasión por la lectura, no las escuelas carísimas o los juguetes hípertecnologicos.
- Que el niño que mejores calificaciones saca casi nunca es el pequeño más feliz porque la felicidad no se mide en esos términos.
- Que los niños no necesitan más juguetes sino una vida más sencilla y despreocupada, así como más tiempo con los padres.
- Que los niños merecen la libertad para explorar todo y decidir por ellos mismos que les gusta y les hace felices.

Alimentar la capacidad metafórica. Primera infancia y derechos culturales.






¿Cómo empieza lo que empieza? 
¿Qué sabe el que comienza sobre lo que comienza?, ¿cómo lo encara? 
¿quién lo acompaña?, ¿cómo funciona ese acompañamiento?, 
¿qué provoca o inhibe en el comienzo?

Desde hace más de 25 años, María Emilia López* describe la radiografía de una génesis. Observa, escucha, lee y habla con bebés y niños pequeños fascinada por su inteligencia y habilidad para integrarse a una cultura. 
Cercana también a los padres, interesada en la relación entre la calidad de la compañía de los adultos y las variaciones en el desarrollo psíquico de los bebés.

Desde ese lugar, uno que entrecruza la investigación y la proximidad: el trato cuerpo a cuerpo con los bebés y niños pequeños que asisten al jardín maternal que dirige, ha desarrollado programas de formación docente, mediación en primera infancia, ferias de libro, edición de colecciones y más… y ha escrito ensayos como el que leerán a continuación.

Tomado del libro Un mundo abierto. Cultura y primera infancia (CERLALC-Secretaría de Cultura de México, 2016), aborda diversos saberes de la cultura de la crianza -con su correspondiente dimensión política- en una dialéctica de preguntas sin respuestas fijas que desbarata prejuicios y extiende nuestra concepción sobre esta enigmática etapa de vida.

¿Cuántas historias de la infancia conviven actualmente en los contextos que nos convocan? 
¿Cuántas formas de ser niño, madre, padre, maestro, artista interpelan las prácticas de hoy? 
Si hacemos hincapié en la multiplicidad de culturas que conviven frente a una misma institución como es la infancia, es para mostrar ese carácter heterogéneo que construye sensibilidades, representaciones, afectaciones diversas, y disponernos a una búsqueda, a la creación de experiencias culturales más allá de la lógica cultura-mercancía, escribe María Emilia.

Desde la primera vez que escuché una ponencia suya me pareció revolucionario lo que decía sobre primera infancia, y cómo lo decía. Me emociona que podamos publicar uno de sus ensayos en este espacio. Agradecemos mucho su generosidad al compartirlo. ¡Que lo disfruten! 
Escena de lectura en la feria de libros para bebés y niños pequeños, organizada
por el Jardín maternal de la Facultad de Derecho (UBA),
los días 4, 5 y 6 de julio de 2018. Buenos Aires. Foto: Andrés Santamarina.


Alimentar la capacidad metafórica,

Por María Emilia López*

Introducción

“La infancia que no pasa es una seguridad y un gusto por ir a la vez en todas las direcciones que se abren, tomando cada una por sí misma y por sí sola, y yendo lo más lejos posible: tocar, olfatear, saborear, palpar, fijar la mirada o el oído, embargarse de lo que los penetra, formar, modelar, proyectar, sacudir, y las cien maneras de decir ‘jugar’…”.[1]

Jean-Luc Nancy

La infancia temprana constituye un territorio fértil y novedoso para las prácticas artísticas, educativas y culturales. Las investigaciones de los últimos años enfatizan el enriquecimiento de la experiencia de vida de los niños a partir de la intervención cultural desde que nacen. Por intervención cultural entendemos el acceso al juego, al arte, a la lectura, a la palabra y a la narración como hechos comunitarios, además de la ampliación del universo de prácticas familiares que acompañan espontáneamente a los niños desde su llegada.

Escena de lectura en el Jardín maternal de la
Facultad de Derecho (UBA). Foto: Andrés Santamarina.
En este texto buscamos elaborar un corpus de pensamiento alrededor de la idea de cultura e intervención cultural, así como un acervo teórico que reflexione sobre las prácticas lúdicas, artísticas y afectivas en la vida contemporánea, con el fin de discutir la posibilidad de construcción de nuevos dispositivos culturales como política pública hacia los bebés, los niños pequeños y las familias. Los más pequeños son los que están aprendiendo a expresarse, los que buscan afanosamente comprender el mundo, los que están urgidos de un entorno amoroso y dialógico para entrar en la cultura y construir su propio psiquismo; sin embargo pueden resultar los menos visibles de nuestra sociedad. Sobre esa paradoja también nos proponemos trabajar.

Para pensar las relaciones entre la cultura y la primera infancia es necesario definir los alcances del concepto de cultura, del que no haremos una historización (existe mucho material de consulta al respecto), sino que fundamentalmente plantearemos una interrogación.


1. Reflexiones sobre el concepto de cultura y su dimensión política

Refiriéndose a la infancia, Graciela Montes señala:
Las distintas maneras en que cada uno se relaciona con su propia infancia, el modo en que la repara y reconstruye día a día, esforzada y afanosamente, termina por dibujar, como demuestra el psicoanálisis, una historia personal. Del mismo modo, las distintas maneras en que se han relacionado los padres con sus hijos en distintos momentos de la historia de las culturas, la manera en que se plantan los adultos frente a los niños en una determinada sociedad, las variadas formas que ha ido adoptando esa relación fundamental, terminan por dibujar una historia de la infancia.[2]

¿Cuántas historias de la infancia conviven actualmente en los contextos que nos convocan? 
¿Cuántas formas de ser niño, madre, padre, maestro, artista interpelan las prácticas de hoy? 
Si hacemos hincapié en la multiplicidad de culturas que conviven frente a una misma institución como es la infancia, es para mostrar ese carácter heterogéneo que construye sensibilidades, representaciones, afectaciones diversas, y disponernos a una búsqueda, a la creación de experiencias culturales más allá de la lógica cultura-mercancía (por acumulación, por mera repetición). Se trata también de interpelar una concepción de cultura como cultura de masas o “máquina de producción de subjetividades capitalísticas”, tal como lo define la pensadora brasileña Suely Rolnik[3].

¿A qué nos referimos con esta expresión? Rolnik enfatiza la diferencia entre una subjetividad hegemónica, imbuida de sistemas jerárquicos, valores y sumisión, de aquellas otras subjetividades atravesadas por “procesos de singularización”[4], es decir, procesos en los que se forjan creativamente los modos de relación con el otro, con las cosas, con el mundo. La lógica del mercado apela al poder que la repetición tiene sobre los niños y los adultos para fijar o acuñar estereotipos. Con la insistencia de la publicidad, los productos que inundan el mercado de consumo infantil se instalan en la vida cotidiana a riesgo de saturar los espacios destinados al intercambio y a la comunicación, al juego y a la experiencia.

¿Cómo producir nuevos agenciamientos de singularización que trabajen por una sensibilidad estética, por la transformación de la vida en un plano más cotidiano y, al mismo tiempo, por las transformaciones sociales a nivel de los grandes conjuntos económicos?, se pregunta Suely Rolnik. 
¿Cómo hacer para que la música, la literatura y el arte en general pertenezcan de pleno derecho al conjunto de los componentes sociales? ¿Cómo hacer para que esos diferentes modos de producción cultural no se vuelvan únicamente especialidades, sino que puedan articularse unos con otros, entramados en la vida cotidiana y, a la vez, logren escapar a la posesión hegemónica de algunos grupos privilegiados?

“Cuando los medios de comunicación de masas o los ministros de cultura hablan de cultura, quieren siempre convencernos de que no están tratando problemas políticos y sociales”, dice Rolnik en su agudo análisis. Podríamos preguntarnos: ¿qué idea de cultura permea una visión que desmembra la política social y económica (alimentación, educación, salud) de la capacidad creadora, del derecho al arte, de las construcciones simbólicas que aportan sentidos a las prácticas sociales y comunitarias? ¿O acaso en la política económica y social no entran en juego pautas culturales?

Escena de lectura en el Jardín maternal de la
Facultad de Derecho (UBA). Foto: Andrés Santamarina.
Proponernos garantizar los derechos culturales de los niños implica una mirada amplia sobre las propias prácticas y también un esfuerzo por revisar reiteradamente cualquier señal de etnocentrismo o las marcas propias de vivir inmersos en nuestro tiempo, velados por un presente que dificulta advertir las sombras del propio contexto; porque pocas cosas son más complejas que ver las luces y las sombras de una realidad de la que se es parte y artífice. Agamben lo dice de un bello modo: “Contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces, sino sus sombras. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es quien sabe ver esa sombra, quien está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la tiniebla del presente”[5]. 
La contemporaneidad es la relación singular con el propio tiempo, que adhiere a éste, pero a la vez toma su distancia. En la distancia puede hallarse la luz. La intervención sobre el presente, para producir singularidad, requiere al menos la intencionalidad de volvernos contemporáneos.


1.1 La cultura en la crianza: cultura de cuidados, nuevas formas de familia y el niño mediático-tecnológico

Retomando a Graciela Montes, podemos decir que cuando hablamos de cultura de la infancia no nos referimos únicamente al arte, al juego, a las expresiones creadoras. La crianza en sus distintas modalidades y los vínculos entre niños y adultos constituyen un fondo cultural de alta densidad en la vida de los niños y las familias, por eso nos proponemos detenernos en las prácticas de crianza y los modos de acompañamiento que se ofrecen desde el punto de vista social.

¿Qué experiencias están contenidas en el concepto de “crianza”? Podríamos decir que la crianza se refiere al conjunto de tareas que prodigan cuidados para asegurar la supervivencia de los más pequeños. Podríamos objetar que con la supervivencia no es suficiente y que la crianza debe apuntar a mucho más. Sin embargo, cuando los contextos son muy complejos, casi podríamos decir que la supervivencia lo es todo y que en esa serie de acciones que las madres o los padres realizan están en juego valoraciones afectivas y de cuidado, aun bajo la rudeza de ciertas formas. Esas valoraciones pueden pasar inadvertidas si las observamos cómodamente desde una postura universalizadora. Muchas veces resulta complejo desvelar ciertas valoraciones, ciertas formas de ejercer la responsabilidad del cuidado.

El siguiente relato fue escrito por Irma Lilia Luna Fuentes, educadora del estado de Veracruz (México), y puede resultar iluminador para trabajar esta idea.

Las prácticas de crianza en el estado de Veracruz, como en el territorio nacional, son de lo más diversas y casi todas tienen un enfoque regional. Tomamos una experiencia de crianza en la región del centro del estado de Veracruz que específicamente nos llamó la atención, porque contrasta mucho con la idea que tenemos del cuidado y protección de los niños pequeños. Fue registrada en el año 1997.

La observamos en una comunidad llamada Duraznotla, del municipio de Tehuipango, perteneciente a la región de Zongolica. En ese momento este municipio estaba identificado en el ámbito nacional como el de menor desarrollo humano, el municipio más pobre del país.

En la modalidad de atención no escolarizada, en ese tiempo se hacían visitas domiciliarias a las madres participantes. Decidimos ir a buscar a las madres de familia en su actividad cotidiana. La lavada de ropa en el río: todas las señoras acuden de las 9 de la mañana a las 12 del día aproximadamente a esta actividad.

Los niños pequeños son cargados en la espalda de las señoras aun cuando están lavando, si requieren de alimento la madre da vuelta al rebozo y el niño se prende del seno, hay momentos en que la corriente del río hace que el agua suba de nivel y el niño se moja los piecitos que le cuelgan. Nos llamó la atención que los bebés (3 a 6 meses) no lloraran al contacto con el agua (la cual es muy fría, porque proviene de un volcán cercano). Las madres nos comentaron que desde que los niños cumplen la cuarentena son llevados al río y ellas inician un trabajo de “preparación de sus pies”. Este consiste en que estén en contacto con el agua un rato, para lo cual ellas juntan con sus manos algo de agua, la “entibian” y dejan caer en los pies de los niños, poco a poco van haciendo que los niños tengan contacto directo con el agua a la temperatura del río, hasta que ya pueden dejar sus pies un rato en el agua.

Este es el trabajo de inicio para algo más sorprendente: a partir del año de edad, las madres colocan los pies de los niños en las piedras calientes que sobresalen del río; cuando los niños protestan o lloran por el calor tan fuerte, ellas meten los pies de los niños al agua del río, este proceso lo hacen varias veces en el transcurso del tiempo que están lavando la ropa.

Esto hace que los pies de los niños se llenen de ámpulas, por el efecto de calor y frío, las cuales ellas rompen con cuidado, ponen árnica o manzanilla y “yerba de sanalotodo”. Repiten esta práctica hasta que se forma una callosidad en los pies y dejan de formarse las ámpulas (este proceso a decir de las madres se lleva casi un año).

Pudimos observar que los niños de dos años ya tienen sus pies con una callosidad tan gruesa que caminan en las piedras descalzos, sin lastimarse.

Esto podría verse como una directa agresión a la integridad física de los niños y a sus derechos, pero en este contexto es concebida como una medida de protección y de promover la independencia de los niños. Las madres saben que, ante la falta de calzado y de recursos para ello, el niño requiere desarrollar otros medios para poder deambular y ser visto ante la comunidad como un “niño completo”; también para la madre es un descanso que los niños puedan caminar en un camino tan difícil (sin pavimento), sin que estén colgados a su espalda. Esta práctica de crianza las coloca a ellas como “buenas madres”.[6]

Esta escena pone de relieve una forma de vida familiar contemporánea, nos habla de los modos en que estos niños construyen su relación con el mundo de los afectos, de la naturaleza, con su propio cuerpo, con el juego, con el tiempo y sus avatares.

Vivimos, sin embargo, una época de fuertes contrastes. Las formas familiares actuales hablan de modificaciones en los modelos tradicionales de variadas maneras, no sólo la relación básica de cuidados ligados a la supervivencia está en juego en los modos de construir subjetividad, sino también las constituciones familiares: familias monoparentales, familias con niños nacidos por inseminación artificial y con donante de esperma u óvulos anónimos, niños hijos de parejas homosexuales; todas ellas y otras hacen a la cultura de la infancia.

¿Cómo construir un pensamiento que aloje las preguntas nuevas que vienen con los niños, una escucha, una envoltura, un paño donde desplegar las incógnitas e incertidumbres del crecimiento, de la identidad, de la crianza? ¿Cómo pensar el acompañamiento de lo familiar en su singularidad? ¿Cómo incluir en el fluir imaginario de los niños las problemáticas que hacen a la vida contemporánea? Los libros infantiles, las películas, los juguetes, ¿deberían nombrar en su dimensión más amplia esa heterogeneidad propia de la cultura que habitamos? ¿Cómo desarticular los puntos de vista propios cuando estamos a cargo de un grupo de niños, para alojar lo emergente, lo disruptivo, lo singular?

Para la comprensión hace falta la empatía, es decir una disponibilidad. Un pensamiento sobre las nuevas modalidades subjetivas que pueden interpelar desde la infancia, o las disruptivas frente a lo homogéneamente aceptado, exige sobre todo ese ejercicio afectivo y epistemológico de poner en suspenso conceptos, certezas o gestos aprendidos como parte de la propia historia de infancia, para dar lugar a la diferencia y también a una lectura más ética del mundo. Una disponibilidad que, como diría Jullien[7], sea capaz de abstenerse de privilegiar nada, que pueda mantener en pie de igualdad todo lo que se escucha para no dejar pasar el menor indicio de sentido.

La semióloga Cristina Corea y el historiador Ignacio Lewkowicz escribieron ¿Se acabó la infancia? Ensayo sobre la destitución de la niñez. Según su hipótesis principal, debido a las mutaciones culturales los niños ya no se diferencian de los adultos (de allí la pregunta acerca del fin de la infancia) fundamentalmente por dos razones: la relación con el consumo y el acceso a la información a través de la tecnología. Su trabajo se inspira en un episodio muy mediático: el caso de los niños asesinos de Liverpool en 1993. Los asesinos tenían diez años cada uno; la víctima, tres. Los investigadores ahondan en la idea de que el concepto de infancia, tal como lo acuñó la modernidad, está agotado. Es decir, esa infancia frágil, inocente, carente del ser total, preparada para cumplir etapas y completarse en la adultez, ya no se ve reflejada en muchos de los niños de hoy. En ese sentido, los casos mediáticos de violencia infantil no serían índice de violencia social, sino síntoma de agotamiento de la infancia instituida. “Los cachorros actuales no se dejan tomar dócilmente por las prácticas y los saberes tradicionales del universo infantil. No porque desobedezcan a las instituciones; la sublevación es más radical: desobedecen a la operación de la institución misma”[8].

¿De qué nos hablan esos discursos que escuchamos reiteradamente sobre la “crisis de la autoridad”? 
¿Qué dicen los diagnósticos de hiperactividad, ADD y demás “patologías” contemporáneas acerca de los modos de leer la infancia? ¿Quién no ha abierto los ojos desconcertado frente a un niño pequeño usando con maestría aparatos tecnológicos complejos? ¿A qué velocidad perciben los niños la información a pesar de que parecen concentrados en otra cosa?

El filósofo italiano Franco Berardi investiga las mutaciones subjetivas en los jóvenes y adolescentes contemporáneos a partir de la relación con la tecnología; se centra fundamentalmente en la violencia y la apatía (también comienza estudiando casos de violencia escolar). Se refiere a los jóvenes como “la primera generación videoelectrónica”. Analiza cómo con la virtualización la presencia del cuerpo del otro se vuelve superflua, y sobre todo lo que llamará, siguiendo a Virilio, “la catástrofe temporal que se produce en el plano cognitivo” como consecuencia de un colapso entre la velocidad de la infósfera y los tiempos de la elaboración racional y emotiva. El número de palabras que usa un ser humano de la primera generación videoelectrónica, indica Berardi, está cerca de 650, frente a las 2000 que usaba un coetáneo suyo veinte años atrás. Pero la primera generación videoelectrónica ha adquirido competencias de elaboración sin precedentes en la mente humana y también la capacidad de moverse a gran velocidad en un tupido universo de signos visuales. No obstante, Berardi señala con preocupación lo que está sucediendo en la esfera afectiva y emocional de los niños. Niños medicalizados por hiperactividad o por trastornos de atención: “Cualquiera que por dedicarse a la enseñanza trabaje con niños sabe que los tiempos de concentración sobre un objeto mental tienden a reducirse progresivamente. La mente trata enseguida de desplazarse, de hallar otro objeto”[9]. Aumento de la agresividad y depresión en niños y adolescentes, sentimiento de inseguridad, miedo al futuro.

¿Pero cuáles podrían ser las causas de esta “epidemia psicopática” de la primera generación videoelectrónica? Al respecto, Berardi responde:

Hay una relación directa entre la velocidad de exposición de la mente al mensaje videoelectrónico y la creciente volatilidad de la atención. Nunca, en la historia de la evolución humana, la mente de un niño estuvo tan sometida a un bombardeo de impulsos informativos tan intenso, tan veloz y tan invasivo. ¿Cómo puede pensarse que eso carezca de consecuencias?


Foto: Andrés Santamarina.
El aspecto más misterioso e inquietante es la mutación que afecta a la esfera de la emoción. La transmisión del lenguaje siempre ha tenido relación con la carnalidad. El acceso al lenguaje ha sido siempre acceso a la esfera de la sociabilidad. Lenguaje y sociabilidad han estado mediados por la afectividad, por la seguridad y el placer que provienen del cuerpo de la madre. Pero el cuerpo de la madre ha sido sustraído, separado y alejado del cuerpo del niño de las últimas generaciones. En las condiciones creadas por el capitalismo liberal y por la privatización de los servicios sociales, las mujeres se vieron forzadas a asumir situaciones de doble trabajo, de estrés psicofísico, de ansiedad y de empobrecimiento afectivo. La presencia de la madre ha sido sustituida por la presencia de máquinas que se han entrometido en el proceso de transmisión del lenguaje. […] Las emociones sin palabras alimentan la psicopatía y la violencia. No se comunica, no se dice, no se pone bajo una mirada compartida. Se agrede, se estalla.[10]

Dada la envergadura de este cambio cognitivo, Berardi se pregunta si esta generación debería ser considerada “mutante”.

El lenguaje, el cuerpo y el tiempo son tres categorías profundamente afectadas por la variación socio-electrónico-informática. En sus pensamientos sobre lo posmoderno, Lyotard también problematiza este devenir: “La red electrónica e informática que se extiende sobre la tierra da origen a una capacidad global de puesta en memoria que hay que estimar a escala cósmica, sin punto de comparación con la de las culturas tradicionales. La paradoja que implica esta memoria reside en que en definitiva no es ya la memoria de nadie. Pero en este caso ‘nadie’ quiere decir que el cuerpo que sostiene esa memoria no es ya un cuerpo terrestre.”[11]


1.2 Expresión y creación como manifestaciones de una subjetividad activa y autónoma

Ya hace muchos años Walter Benjamin hizo referencia a la desaparición de la narración como uno de los costos del pasaje a las sociedades industrializadas, donde los espacios intersubjetivos, mediados por el lenguaje, se reducen[12]. La televisión y los medios reemplazan a la voz humana encarnada en otro real en simultaneidad de presencia, las nanas y arrullos hechos de voz, contacto y aliento son reemplazados por máquinas televisivas, la ternura desplazada por la imagen-mercancía que viene de la pantalla. Los finales del siglo XX e inicios del XXI suman a ritmo vertiginoso nuevas máquinas, y a la pasividad de la mirada frente a la televisión agregan la transformación cognitiva de un niño activo frente a la pantalla, incitado a la actividad frenética, de rápida resolución, lucha de poder frente a los aparatos que lo desafían.

Pensemos en la convivencia temporal de las pautas culturales de las madres de Veracruz (y en tantas otras prácticas diversas en las zonas rurales, en la selva, en las sierras, en los pueblos) con la máquina mutante-tecnológica de la ciudad en un mismo tiempo cronológico. Seguramente la lectura de Berardi produce resonancias con las imágenes de niños que nos han interpelado, con situaciones de la vida cotidiana que producen fisuras en las formas de crianza, con lo cual la pregunta por cada contexto, por cada situación particular, se vuelve necesaria. La cultura de crianza contemporánea aparece llena de matices y, en algunos casos, con convivencias de diferencias radicales. Todo ese abanico de subjetividades se nos ofrece como un territorio que es preciso acompañar desde el punto de vista de una política cultural.

¿Qué necesitan de nosotros los niños si tomamos en cuenta la tesis de Franco Berardi? 
¿Hay posibilidades de mitigar ese déficit de palabras, de caricias, de dialogía humana? ¿Cómo crearlas? 
¿Qué lugar ocupa el juego con los otros, la lectura, el canto, cuando el vínculo no es una condición dada, sino un desafío por conquistar? ¿Cómo alimentar la capacidad metafórica de las poblaciones más desfavorecidas social y económicamente, necesitadas también de bienes culturales y de experiencias simbólicas?

Sabemos que con los materiales a disposición no se genera necesariamente una experiencia. Benjamin, en un texto llamado “Experiencia y pobreza”, afirma que tenemos el conocimiento, pero como algo exterior a nosotros, como un útil o una mercancía. Hay infinidad de estímulos y, sin embargo, pobreza de experiencias, pues lo que consumimos no deja huella en nosotros, no se produce una relación íntima que altere la subjetividad, no hay apropiación sensible del objeto[13]:

¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos une a ellos la experiencia? Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombres añorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un mundo entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por último también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso. No siempre son ignorantes o inexpertos. Con frecuencia es posible decir todo lo contrario: lo han “devorado” todo, “la cultura” y “el hombre”, y están sobresaturados y cansados.[14]

¿Es posible asimilar esa saturación, de la que habla Benjamin en este texto de 1933, con algunas de las formas actuales de vivir la relación con el consumo, con la información, con la educación? ¿Hay en los niños de hoy marcas o signos de una pobreza de experiencias? ¿Podríamos leer en esa clave las preocupaciones de muchos maestros y padres frente a las dificultades para encontrarse con los niños y producir un común (de sentidos, expectativas, diálogo)? ¿Cuál es la pregunta por la experiencia que compete a una política cultural para la primera infancia?

Heidegger, citado por Larrosa, dice: “Hacer una experiencia con algo significa que algo nos acaece, nos alcanza; que se apodera de nosotros, que nos tumba y nos transforma”[15]. Cuánta potencia puede cobrar una política cultural para bebés y niños pequeños si construimos dispositivos que consideren el devenir cultural, cognitivo, social y económico de cada comunidad, lo que tiene de creador cada niño como sujeto que se abre al mundo, lo que hay de constructor en los niños que tienen a disposición materiales y oportunidades para inventar, para jugar en el territorio de la metáfora, que es fundamentalmente el campo de la narración en un sentido amplio. Los niños pueden ser grandes inventores; la relación con las palabras, con los juguetes, con la naturaleza, con los otros, es una relación de descubrimiento y creación. De allí que niño y artista construyan una relación de estrecha hermandad.

Félix Guattari se refiere al papel del artista de esta manera:

El artista, y en términos más generales la percepción estética, desprenden, desterritorializan un segmento de lo real haciéndole jugar un papel de enunciador parcial. El arte confiere una función de sentido y de alteridad a un subconjunto del mundo percibido. Este tomar la palabra casi animista de la obra tiene la consecuencia de modificar tanto la subjetividad del artista como de su “consumidor”. Se trata, en suma, de rarificar una enunciación excesivamente proclive a ahogarse en una serialidad identificatoria que la infantiliza y la aniquila. La obra de arte, para quienes disponen de su uso, […] conduce al sujeto a una recreación y a una reinvención de sí mismo.[16]

¿No es acaso esa relación del artista con el mundo comparable a la relación del niño con el juego? ¿No son el juego y el arte las formas básicas —en cuanto fundantes— de la experiencia de la infancia?


1.3 El derecho a la existencia de lo diverso

Existen otras formas de empobrecimiento de la experiencia, siguiendo a Benjamin. Al respecto, Vilma Amparo Gómez Pava, coordinadora del proyecto Raíz indígena en Colombia, realiza las siguientes reflexiones a partir de sus propias investigaciones:

En la mayoría de comunidades indígenas cumplidos los cinco o seis años los niños y niñas verán transformarse sus arrullos y sonidos por los silencios del recorrido que los llevará de su comunidad a la escuela o al internado. Entonces, el amanecer cambiará la tibieza de la vida en casa o en comunidad por la frialdad de una campana, un pito o un grito despertador. El día a día será partido en segmentos breves que transcurren en un aula de clase. Las palabras dulces, calientes o frías, según el idioma y la tradición, serán reemplazadas por vocablos desconocidos. La escuela, viva representación de imaginarios de prestigio y progreso, ocupa un lugar importante en la vida de toda familia indígena, aunque allí se aprendan las primeras rutas para dejar de ser hijo o hija de Juyá, el que llueve y Má, la tierra si se es Wayuu; hijo o hija del Tabaco, la Coca y la Yuca dulce si se es Uitoto.

Con excepciones que tienden al aumento, en algunas escuelas el contacto entre niños y niñas de diferentes pueblos refuerza la necesidad de comunicarse en su propio idioma, las preguntas que formula un maestro llevan a los niños y niñas a averiguar, a preguntar y a acercarse a sus sabedores. No obstante, la mayoría de los contenidos de la educación van tallando una trocha que en español va tomando un rumbo donde se relegan, invisibilizan y callan las palabras e historias propias, las celebraciones, los rituales con los que se ha iniciado la vida. El silencio será ahora el territorio de las lenguas maternas. La imagen de ancestros y sabedores no hará parte de los libros de texto. Los enunciados de un texto traerán voces y referentes ajenos como avenida, semáforo, fábrica, hotel, uva, calle, carro, etc. Mediará la palabra un tablero, una tiza o marcador y las palabras sin obra que la soporten serán como canasto de agujeros grandes por donde escapa su contenido.

Una de las principales rupturas con la identidad, la lengua y la cultura está mediada por el paso de los niños y niñas indígenas de la casa a la escuela. Un paso socialmente alentado entre las familias y comunidades sin que medie una participación en las decisiones que en adelante van a afectar la vida para siempre. Estas rupturas, en algunos casos, van acompañadas de migraciones constantes para alcanzar el ciclo escolar básico y medio completo. Así, los niños y niñas serán sujetos de fracturas en su socialización primaria y secundaria una y otra vez. Las mujeres que deciden acompañar a los hijos en edad escolar también verán fragmentada su vida entre los hijos pequeños que tienen en casa y los que inician la escuela; entonces sus tiempos y espacios vitales se verán forzados a migrar y cambiar sucesivamente. El cambio será ahora el que ocupe la cotidianidad y la velocidad de asimilación será menor que el vértigo de estar viviendo por fuera de la comunidad. Se rompen los vínculos con los ancestros y con ellos el respaldo para la crianza, cuidado, protección y educación propios. Los conflictos de identidad y entre generaciones empiezan a aparecer y sin red familiar o comunitaria no se hace fácil transitarlos.

¿Qué desafíos implican a las gentes indígenas estos cambios? Muchos más de los imaginados y por lo tanto poco aplicados a la hora de estar sumergidos en las nuevas situaciones, como por ejemplo el fortalecimiento del idioma. Aunque la escuela promueva su uso y lo enseñe, se pasa de las palabras-obra a las palabras-esqueleto, esas que son transmitidas en oraciones sueltas y no en narraciones vivas y completas. El desafío consiste en cómo seguir habitando los territorios lingüísticos en los espacios circundantes de la escuela, como continuar con prácticas como los ritos de paso, los bailes, la transmisión de historias orales, las labores de chagra, tejido, rezo y curación en los espacios donde conviven muchas familias en ritmos y asentamientos, que cobran imágenes y costumbres urbanas. ¿Cómo se asimilan las imágenes de la T.V. satelital? Supone un reto a la investigación incluyendo a sus televidentes indígenas. ¿Cómo se transforma la vida al ritmo de la escuela? Esta pregunta puede responderse mediante un diálogo sostenido en diferentes regiones donde habitan los indígenas. ¿En qué lugar quedan los derechos de los niños? ¿A qué tiene derecho un niño y una niña en sus propias comunidades? La indagación con sus familias en un intercambio intercultural podría esbozar algunas respuestas. ¿En qué idioma se piensa? ¿En qué idioma se habla cuando se traslada la vida alrededor de la escuela?[17]

El derecho a la identidad puede convertirse en mera retórica cuando la cultura dominante produce un desgajamiento de la cultura de origen. Recuperando palabras de Vilma Gómez, constituye un desafío enorme para la política cultural destinada a la primera infancia diseñar e implementar dispositivos de acompañamiento que permitan incluir a los niños en nuevas prácticas sin arrasar el bagaje de sentidos que los constituye como integrantes de sus pueblos, con el que son capaces de pensar, elaborar ideas, sentir, constelarse en el mundo.

¿Cómo enriquecer la experiencia sin abolir sentidos? ¿Cómo producir encuentros que estimulen el intercambio, y a la vez facilitar una práctica de cuidados que haga pie en la cultura de origen? ¿Qué desafíos plantea la intervención de Vilma Gómez a quienes diseñan programas para niños en zonas rurales o para las poblaciones indígenas?

“Un sentido descubre sus profundidades al encontrarse y al tocarse con otro sentido, un sentido ajeno: entre ellos se establece una suerte de diálogo que supera el carácter cerrado y unilateral de estos sentidos, de estas culturas”[18], señala Mijail Bajtín. Esta bella forma de pensar el carácter abierto e interrogador del encuentro con el otro es una hilera de luces reflectivas para nuestros interrogantes, es también una promesa de enriquecimiento mutuo que vale la pena investigar.
Escenas de lectura en la feria de libros para bebés y niños pequeños, organizada por el Jardín maternal de la Facultad de Derecho (UBA), los días 4, 5 y 6 de julio de 2018. Buenos Aires. Foto: Andrés Santamarina.

* María Emilia López
Especialista en Primera infancia. Investigadora. Asesoró Programas culturales para niños en Argentina, México, Colombia, Brasil. Consultora de CERLALC. Directora del jardín maternal de la Facultad de Derecho (UBA), una institución de educación artística para bebés y niños pequeños, donde creó y coordina el Programa de Lectura y Biblioteca y el Programa de Investigación y Formación docente continua.

NOTAS
[1]Nancy, Jean-Luc. La musas. Amorrortu: Buenos Aires, 2008, p. 141
[2] Montes, Graciela. El corral de la infancia. México: Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 34.
[3] Rolnik, Suely. En: Guattari, Félix y Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografías del deseo. Buenos Aires: Tinta limón, 2005. pag. 25
[4]“Lo que caracteriza un proceso de singularización es que sea automodelador. Esto es, que capte los elementos de la situación, que construya sus propios tipos de referencias prácticas y teóricas, sin permanecer en una posición de constante dependencia con respecto al poder global, a nivel económico, a nivel del saber, a nivel técnico, a nivel de las segregaciones, de los tipos de prestigio que son difundidos. A partir del momento en que los grupos adquieren esa capacidad de vivir sus propios procesos, pasan a tener capacidad para leer sus propia situación y aquello que pasa en torno a ellos. Esa capacidad es la que les va a dar un exactamente mínimo de posibilidad de creación y les va a permitir preservar ese carácter de autonomía tan importante”. Rolnik, S. Op. cit, p. 65
[5]Agamben, Giorgio. “Paradoja del tiempo que se escabulle”. Revista Ñ [Buenos Aires, Argentina] 21 de marzo de 2009.
[6] Registro del trabajo en Foro de Irma Lilia Luna Fuentes, cursante del Diplomado en Educación Temprana y Desarrollo infantil, dirigido por María Emilia López. Universidad Autónoma de Querétaro –UAQ- y Secretaría de Educación Pública –SEP-, México, 2011-2012.
[7]Jullien, Francois. Cinco conceptos propuestos al psicoanálisis. Buenos Aires: El cuenco de plata. 2013, p.26
[8]Corea, Cristina e Ignacio Lewkowicz. ¿Se acabó la infancia? Ensayo sobre la destitución de la niñez. Buenos Aires: Lumen, 1999, p.25
[9]Berardi, Franco. Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo. Buenos Aires: Tinta Limón Ediciones, 2007, p. 192
[10] Ibid, pp. 192-193
[11]Lyotard. Jean-Francois. Lo inhumano. Charlas sobre el tiempo. Buenos Aires: Manantial, 1998, p. 71.
[12] Benjamin, Walter. Sobre el programa de la filosofía futura. Buenos Aires: Planeta, 1986. p. 190
[13] Pienso en la cantidad de libros de buena calidad que suelen distribuirse en centros infantiles, escuelas, centros comunitarios, pero a los que, por estar guardados en los armarios o ubicados en estantes, los niños no pueden acceder libremente, por lo cual no producen ninguna posibilidad de experiencia. También pienso en los mediadores, quienes muchas veces no han tenido oportunidades propias de lectura y al encontrarse con un libro para niños no saben cómo ubicarse frente a éste en tanto objeto estético, y sobrellevan la situación —con la mejor intencionalidad— a la manera más escolarizada (sin poder entregarse a la aventura poética, a sus imprecisiones, a sus devenires). Pienso en la importancia de crear dispositivos que acerquen a los adultos acompañantes de los niños a la idea de experiencia, al reencuentro con su propia sensibilidad, con su permiso para jugar, pensar, sentir, hacer.
[14] Benjamin, Walter. “Experiencia y pobreza”. En Obras II. Madrid: Abada, 2007, p. 218
[15] Larrosa, Jorge. La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. México: Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 30
[16] Guattari, Félix. Caosmosis. Buenos Aires: Manantial, 1996, pp. 158-159
[17] Gómez Pava, Vilma Amparo. “Arrullos y silencios. Reflexiones sobre niñez y adolescencia en pueblos originarios colombianos”. Ponencia. Octubre 2012.
[18] Bajtin, Mijail. Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI, 1999. p.352

Fotografía de portada: Andrés Santamarina. Escena de lectura en la feria de libros para bebés y niños pequeños, organizada por el Jardín maternal de la Facultad de Derecho (UBA), los días 4, 5 y 6 de julio de 2018. Buenos Aires.