La pérdida de un ser querido por suicidio es un suceso
muy doloroso, tanto para los niños como para los adultos. Reconociendo
esta realidad, el Instituto de la Mente Infantil (Child Mind Institute) ofrece las siguientes recomendaciones para ayudar a niños y adolescentes a responder a una pérdida dolorosa de un modo saludable:
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Es fundamental hablar del suicidio de forma clara,
pero sin proporcionar detalles a los niños y adolescentes sobre el
método específico del suicidio. Docentes y padres deben transmitir
mensajes consistentes, para reducir la confusión, la información errónea
y el “secretismo”.
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El suicidio debe explicarse en términos de un trastorno
psiquiátrico no tratado. En ocasiones, las personas ocultan el dolor
emocional, incluso de aquellos que son más cercanos, lo que dificulta la
ayuda. Es esencial no dramatizar o “sensacionalizar” el suicidio, pero no evitar hablar de ello.
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Los padres deben animar a su hijo o hija a hablar sobre lo que ha oído y lo que está pensando al respecto,
escuchándole sin juzgar. Es importante continuar verificando sus dudas,
dado que a los niños les lleva tiempo procesar las experiencias
perturbadoras, y puede que, más adelante, tenga preguntas importantes
que hacerle. Si bien en el caso de los adolescentes, es posible que
prefieran hablar de ello sus amigos, los padres deben transmitirles su
interés por sus inquietudes y preocupaciones.
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Si un niño o niña tiene depresión o tiene antecedentes
de tentativa de suicidio antes del suceso, es prioritario que los padres
tengan esta conversación, y no la eviten porque sea difícil hablar de
ello o y porque les preocupe que su hijo/a pueda sentirse peor. Es fundamental ayudarle a exteriorizar sus pensamientos y sentimientos, haciéndole ver la conexión entre ambos.
En estos casos, cabe señalar que hablar sobre el suicidio no
incrementará el riesgo de que el niño/a con antecedentes previos pueda
llegar a cometer otro intento, al contrario: hablar de ello, disminuye
el riesgo.
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Algunos niños pueden sentir culpabilidad, llegando a
pensar que podrían haber hecho algo para evitar el suicidio de su
compañero/a. Hay que hacerles saber que este es un sentimiento común:
cuando una pérdida es muy difícil de aceptar, no podemos evitar pensar
en lo que deberíamos o podríamos haber hecho de manera diferente. Hay
que ayudarles a comprender que no son responsables, en ningún modo, de lo que ha sucedido,
y que cuando sucede algo tan inesperado, el shock inicial tarda un
tiempo en desaparecer, antes de poder comenzar a comprender lo que ha
sucedido y finalmente lo aceptemos.
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Es saludable para la comunidad educativa el
responder a una pérdida de esta índole mediante una celebración u
obituario sobre la vida del niño o adolescente que ha fallecido, así
como el poder asistir al funeral, si así lo permite la familia.
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A veces, los adolescentes pueden recurrir al consumo de
alcohol y/o drogas u otras conductas de riesgo, como una forma de
enfrentar la pérdida dolorosa. Hay que observarlos de cerca y
explicarles que es normal experimentar una amplia variedad de emociones
intensas (tristeza, enfado, confusión…), y, algunas veces, al mismo
tiempo. Asimismo, es oportuno enseñarles algunas estrategias que les ayuden a controlar estos sentimientos,
tales como hablar de ello con amigos o un adulto de confianza, correr o
realizar otro ejercicio intenso, ejercicios de respiración, permitirse
llorar, etc. Esto es lo que se conoce como “afrontar el problema”, o anticipar posibles dificultades y saber cómo tratarlas.
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Hay dos factores clave que están involucrados en el suicidio (y ambos se derivan de la depresión). El primero es tener el deseo de morir,
que surge de pensamientos negativos (por ej., cuando un niño o niña
siente que es una carga, que está completamente solo o que todo el mundo
estará mejor sin él o ella). Para contrarrestar esto, los adultos deben
expresar de forma clara y concisa lo devastador que sería para ellos si
el niño o niña desapareciera de su vida. El segundo factor de riesgo es
la capacidad de morir, que proviene de la planificación y de la
tolerancia al dolor y al miedo. Los niños que cometen autolesiones
presentan un mayor riesgo de suicidio, porque anulan su impulso de
autoconservación y se acostumbran a sentir dolor. En estos casos,
conocer que otros menores se han suicidado y cómo lo han hecho, puede
influir en esta capacidad e incrementar el riesgo de suicidio.
El Instituto concluye recordando que el dolor y la aceptación de una muerte repentina en tales circunstancias lleva tiempo, y no se puede evitar o acelerar este proceso.
Sin embargo, ofreciendo a los niños la oportunidad de compartir sus
sentimientos, podemos ayudarles a recuperarse de un modo saludable.
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