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FOESSA constata que la exclusión aumentó en la Comunidad de Madrid tras la pandemia, y ese Gobierno no lo ve..

Los hogares con más probabilidades de exclusión social son 
aquellos tienen personas menores de 18 años.
El 22% de los madrileños se encuentra en exclusión social, 
370.000 personas más que antes del Covid-19.


Fila para la entrega de comida en la asociación de vecinos de Aluche por la crisis económica, derivada de la crisis sanitaria de la covid-19

Los principales resultados de este trabajo de investigación alertan de que la cohesión social en nuestra comunidad ha sufrido un “shock” sin precedentes como consecuencia de la tensión que ha sufrido la actividad económica y el empleo a causa de la irrupción del SARS CoV-2.

El informe que se ha presentado, junto con el informe global de la “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España”, ha sido desarrollado por 30 investigadores de 10 universidades y entidades de investigación. Un equipo de encuestadores profesionales ha llamado a más de 90.000 puertas a nivel estatal y 7.000 hogares en Madrid, recogiendo la información de casi 19.000 personas en el Estado, y 1.600 personas en Madrid.

Los resultados de esta investigación reflejan que en la Comunidad de Madrid un millón y medio de personas se encuentran en situación de exclusión social. Esto supone cinco puntos más que antes de la pandemia (del 17% en 2018 al 22%), es decir, 370.000 personas más en exclusión social. Es especialmente grave el aumento de las personas en situaciones más difíciles, con un aumento del 25% de las situaciones de exclusión severa, que alcanza ya a 800.000 personas.

Los resultados también indican un aumento de la desigualdad entre los más pobres, que han visto reducidas sus rentas un 22%, que contrasta con el crecimiento del 18 % de las rentas de las personas con mayores ingresos. El desplome de rentas del quintil con menores ingresos explica el aumento de la pobreza severa.
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Cuando se niega esa realidad, sin tan siquiera leer ese Informe, se hace flaco servicio a la sociedad; si además se es un representante y gestor de la sociedad quien lo niega, mal vamos: Básicamente, lo indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y retirados de este otro Madrid que es real”, reflexiona Marta Domínguez*.
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Ocho expertos en exclusión social desmontan al consejero de Ayuso: 
Si no ve pobres, demuestra su ceguera”.

Catedráticos y representantes de organizaciones que trabajan con los más vulnerables
 destacan el valor técnico y metodológico del informe de Cáritas 
frente a los argumentos del portavoz del Gobierno ante la exclusión social.

Cualquier académico sabe que la exclusión es más que la pobreza. Lo sabe el Eurostat, el INE y cualquier estadística”. Quien habla es Pedro Cabrera, catedrático de Sociología en la Universidad Pontificia de Comillas, con más de 36 años de investigación sobre la pobreza y exclusión social. Él es uno de los ocho expertos consultados por EL PAÍS para tratar de aclarar si el portavoz del Gobierno regional, Enrique Ossorio, tenía razón cuando el miércoles menospreció un informe de Cáritas, organización ligada a la Iglesia Católica, que eleva la exclusión social en la Comunidad de Madrid a niveles de 2008, con millón y medio de afectados. ”¿Por dónde estarán?”, se preguntó el consejero con sorna. Un día después, la presidenta madrileña, Isabel Diaz Ayuso, lo respaldaba: “Empeñarse en dibujar a un Madrid como una región de pobreza es absolutamente falso”.

Pero ninguno de los consultados avala su tesis.Siendo consejero de educación, demuestra poco nivel técnico y bajo mi punto de vista un nivel ético ínfimo al descalificar el programa FOESSA, que es el más completo, objetivo e independiente que hay en este país”, señaló ayer Cabrera. “Participan 150 investigadores de ocho universidades e institutos, lo que le da un carácter de estudio independiente que no tiene otro, y además se prolonga durante décadas, lo que nos permite hacer una visión longitudinal sobre la pobreza masiva y la exclusión galopante de este país”.

El catedrático continuó: “Que [Ossorio] se permita decir que no ve pobres, demuestra su ceguera, y no hay peor ciego que el que no quiere ver. Es una persona culta que ocupa una posición de relevancia, y sus declaraciones no pueden ser más que un empeño de su voluntad de no querer ver la pobreza y además en querer matar al mensajero, respetada por todo el mundo académico. Los pobres existen. Si no los ve, es que no los quiere ver o que se mueve en espacios de privilegio, o donde no tiene ocasión de cruzarse con los espacios de la periferia, marginalidad y ocultamiento”.

Sí, señor Ossorio, en Madrid hay pobres”, recalca también Carlos Susías, presidente de EAPN-ES y EAPN Europa, (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español, por sus siglas en inglés). ”Es intolerable e inaceptable la forma en la que [el consejero] se dirige a las personas en situación de pobreza”.

Ossorio: "Dicen que en Madrid hay tres millones de pobres. ¿Pues por dónde estarán?"

“Los datos de Cáritas siempre son rigurosos”

En opinión de este experto, los datos de Cáritas “siempre son rigurosos”. Y añade: Nuestro informe AROPE los corrobora y se elabora con datos oficiales de Eurostat y el INE, con indicadores comunes para toda la UE. La Comunidad de Madrid es una de las comunidades más ricas de España y Europa, pero mantiene unos niveles de pobreza insultantes y nada dignos para una región en la que el señor Ossorio es un alto responsable”.

”Negar la objetividad y validez de los indicadores de pobreza constituye una temeridad”, afirma Alexander Elu, especialista en pobreza de la ONG Save the Children. “Las estadísticas oficiales de pobreza y exclusión social ofrecidas por la Encuesta de Condiciones de Vida del INE adoptan una metodología e indicadores comunes y estandarizados en toda la Unión Europea”, puntualiza. “328.873 niños, niñas y adolescentes en Madrid viven en hogares con unos niveles de ingresos por debajo del umbral de la pobreza”.

Mónica Martínez-Bravo, profesora de Economía en el Centro de Estudios Monetarios y Financieros, institución de investigación de economía del Banco de España, cuestiona la metodología usada por Ossorio. ”Afortunadamente, tenemos datos estadísticos y la evaluación del nivel de pobreza no necesita ser determinada sobre la base de impresiones subjetivas (cómo lo que vemos al salir a la calle)”, puntualiza. “El consejero habla de objetividad, pero se contradice cuando sugiere que las impresiones subjetivas de los ciudadanos pueden tener más peso que un informe de Cáritas”.

Daniel Sorando, profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza y doctor en Sociología por la UCM, trata de interpretar las declaraciones del portavoz regional: “Pueden entenderse desde dos lógicas compatibles entre sí: por un lado, su ignorancia de la metodología con la que se mide la desigualdad y la pobreza en ciencias sociales; y, por el otro lado, su ignorancia de la sociedad que gobierna el equipo al que da voz”. Él remite a los datos del INE: “El 38,3% de los madrileños tenían dificultad o mucha dificultad para llegar a fin de mes en 2020; el 28,8% no puede afrontar ningún gasto imprevisto; el 23,8% no se puede ir de vacaciones al menos una semana al año; y el 10,8% no pueden mantener la vivienda a temperatura adecuada”.

Básicamente, lo indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y retirados de este otro Madrid que es real”, reflexiona Marta Domínguez*, profesora de Sociología Urbana de la Universidad Complutense de Madrid e investigadora sobre vulnerabilidad. “La vulnerabilidad y la pobreza son realidades sociales. Negarlas es legitimar que se puede seguir haciendo política para las clases acomodadas”.

A lo que agrega: “Vemos que la población vulnerable está agotando sus vías de subsistencia y no hay políticas públicas que ayuden. La retracción del estado del bienestar deja en la estacada a gran parte de la población y, en Madrid, a muchos colectivos (mujeres, inmigrantes, mayores, jóvenes precarios) que malviven y subsisten gracias a las redes informales y de apoyo mutuo”.

“Ossorio dice algo correcto y, a la vez, comete un grave error, señala Gabriela Jorquera, asesora en el Alto Comisionado para la Pobreza Infantil. “Es correcto que Madrid es una comunidad rica, pero lo que registramos es una enorme desigualdad: hay gran cantidad de altas rentas y a la vez un grupo grande de personas que vive en condiciones de mucha pobreza y precariedad económica”. Ella se extraña de que el consejero no conozca esta realidad, porque, recuerda, se concentra en barrios extensos de Madrid. “Basta que se dé una vuelta por Vallecas, Carabanchel, Parla o Fuenlabrada, regiones y distritos que concentran altas tasas de precariedad, pobreza y exclusión”, agrega. En su opinión, las declaraciones de Ossorio reflejan “una percepción muy antigua y desajustada de lo que es la pobreza: no es una marca visible, tiene que ver con las condiciones del día a día”.

“Nosotros avalamos este informe porque se incluyen expertos en toda esta materia”. recalca también Ernesto Gasco, otro asesor del Alto Comisionado para la Pobreza Infantil. “Esta es una imagen real. Las administraciones deberían de ser más respetuosas con estas organizaciones. Hay que poner en marcha instrumentos para paliar la brutal desigualdad de la Comunidad de Madrid”.

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* Marta Domínguez, asociada de la Asociación GSIAProfesora Sociología Urbana UCM (Premio extraordinario 2003). Previamente, trabajó en la administración local (1987-2002). Directora de la Revista UCM Sociedad e Infancias y miembro del comité académico del Master de Políticas de Infancia y Adolescencia de la Escuela de Gobierno de la UCM.  Coordinadora local del Master Erasmus Mundus 4 cities y miembro del grupo coordinador de la FES de Sociología Urbana. Ha publicado artículos sobre infancia y ocio, infancia y formas familiares, y además, sobre las dimensiones culturales de la ciudad y la integración, segregación socioespacial, desigualdad social, identidad urbana, colectivos vulnerables, planificación estratégica, etc.



Los 5,2 millones de huérfanos de la pandemia: los niños y niñas en el mundo que perdieron a uno de sus padres, madres o cuidadores.

En comparación, tuvieron que pasar 10 años para llegar a los cinco millones de huérfanos por culpa del VIH, es uno de los datos que nos ofrece el estudio de la revista The Lancet: "Estimaciones mínimas mundiales, regionales y nacionales de niños afectados por la orfandad asociada a la COVID-19 y la muerte del cuidador, por edad y circunstancias familiares hasta el 31 de octubre de 2021: un estudio de modelado actualizado".

https://doi.org/10.1016/S2352-4642(22)00005-0.

Resumen
Antecedentes
En los 6 meses posteriores a nuestras estimaciones, del 1 de marzo de 2020 al 30 de abril de 2021, la proliferación de nuevas variantes del coronavirus, los datos de mortalidad actualizados y las disparidades en el acceso a las vacunas aumentaron la cantidad de niños que experimentaron la orfandad asociada a la COVID-19. Para informar las respuestas, nuestro objetivo fue modelar los aumentos en el número de niños afectados por la orfandad asociada con COVID-19 y la muerte del cuidador, así como la distribución acumulada del grupo de edad de la orfandad y las circunstancias (orfandad materna o paterna).

Métodos
Usamos datos actualizados de exceso de mortalidad y fertilidad para modelar aumentos en las estimaciones mínimas de orfandad y muertes de cuidadores asociadas con COVID-19 de nuestro período de estudio original del 1 de marzo de 2020 al 30 de abril de 2021, para incluir el nuevo período del 1 de mayo al 30 de octubre. 31, 2021, para 21 países. La orfandad se definió como la muerte de uno o ambos padres; la pérdida del cuidador principal incluía la muerte de los padres o la muerte de uno o ambos abuelos con custodia; y la pérdida del cuidador secundario incluyó a los abuelos o parientes co-residentes. Utilizamos la regresión logística y además incorporamos un efecto fijo para los países de Europa occidental en nuestro modelo anterior para evitar predecir en exceso la pérdida de cuidadores en esa región. Para todo el período de 20 meses, agrupamos a los niños por edad (0 a 4 años, 5 a 9 años y 10 a 17 años) y orfandad materna o paterna, utilizando contribuciones de fertilidad, y modelamos extrapolaciones globales y regionales de números de huérfanos. Se proporcionan intervalos de credibilidad del 95 % (CrI) para todas las estimaciones.
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Recomendaciones
Se estima que el número de niños afectados por la orfandad asociada a COVID-19 y la muerte del cuidador aumentó en un 90,0 % (95 % CrI 89,7–90,4) del 30 de abril al 31 de octubre de 2021, de 2 737 300 (95% CrI 1 976 100–2 987 000) a 5 200 300 (3 619 400–5 731 400). Entre el 1 de marzo de 2020 y el 31 de octubre de 2021, 491 300 (95 % CrI 485 100–497 900) niños de 0 a 4 años, 736 800 (726 900–746 500) niños de 5 a 9 años y 2 146 Se estima que 700 (2 120 900–2 174 200) niños de 10 a 17 años han experimentado la orfandad asociada a COVID-19. A nivel mundial, el 76,5 % (95 % CrI 76,3–76,7) de los niños eran huérfanos de padre, mientras que el 23,5 % (23,3–23,7) eran huérfanos de madre. En cada grupo de edad y región, la prevalencia de la orfandad paterna superó a la de la orfandad materna.

Interpretación
Nuestros hallazgos muestran que la cantidad de niños afectados por la orfandad asociada con COVID-19 y la muerte del cuidador casi se duplicó en 6 meses en comparación con la cantidad después de los primeros 14 meses de la pandemia. Durante todo el período de 20 meses, 5,0 millones de muertes por COVID-19 significaron que 5,2 millones de niños perdieron a un padre o cuidador. Nuestros datos sobre las edades y las circunstancias de los niños deberían respaldar la planificación de la respuesta a una pandemia para los niños en todo el mundo.

Fondos
Investigación e Innovación del Reino Unido (Fondo de Investigación de Desafíos Globales, Consejo de Investigación de Ingeniería y Ciencias Físicas y Consejo de Investigación Médica), Fundación Oak, Instituto Nacional de Investigación en Salud del Reino Unido, Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. e Imperial College London....

Extracto y Comentario del Diario.es

Por cada persona muerta con COVID-19 en el mundo, un niño ha quedado huérfano o ha perdido a una de las personas que le cuidaba. Tras veinte meses de pandemia, al menos 5,2 millones de menores de 18 años perdieron a su padre, a su madre o a uno de sus cuidadores tras infectarse de coronavirus. Esta es la cifra que aporta un artículo publicado en The Lancet sobre la salud de los niños y adolescentes, tras actualizar los datos de mortalidad de 20 países, entre los que se incluye a EEUU, India, España o Perú.

La investigación, que solo tiene en cuenta datos hasta el 31 de octubre de 2021 –por lo que quedaría fuera la gran ola de contagios y muertes provocada por ómicron– indica que dos de cada tres niños huérfanos por culpa de la COVID-19 son adolescentes de entre 10 y 17 años, y que en tres de cada cuatro casos fueron sus padres y no sus madres quienes fallecieron.

Desde marzo de 2020 hasta octubre de 2021, más de 3,3 millones de niños perdieron a su padre o a su madre y unos 1,8 se vieron afectados por la muerte de un abuelo o de un cuidador adulto que vivía en su casa.



El estudio alerta de que, de manera general, los niños que experimentan la pérdida de una de las personas que le cuidan "tienen mayor riesgo" de sufrir pobreza, explotación, violencia o abuso sexual, infección por VIH o problemas de salud mental y, en determinados contextos, "mayor vulnerabilidad a la participación en bandas". Por todo ello, los autores del estudio piden que los esfuerzos dedicados responder a la pandemia incluyan programas para niños huérfanos, tanto en lo económico como en los cuidados.

"Estar solo con niños supone estar desbordado, hiperexigido a la hora de realizar el aporte económico, la gestión del domicilio y la parte educativa", indica el director de Domínguez Psicólogos, Abel Domínguez, sobre lo que sucede cuando muere una de las personas encargadas del cuidado. "Una persona sobreexigida puede caer en el cansancio y, cuando esto pasa, cuesta más poner límites o entrar en una discusión. Esto puede provocar que se dejen de hacer labores de limitación de conductas adaptativas, por un lado. En cuanto a la violencia o a la probabilidad de entrar en bandas, se trataría de otro tipo de carencias afectivas", añade sobre los factores de riesgo a los que puede llevar la situación de orfandad.

Domínguez no distinguiría entre el impacto que supone la pérdida de una madre o un padre por la COVID-19 o por otras circunstancias. Sin embargo, el psicólogo sí que reconoce que un impacto emocional directo en las muertes que se dieron en la parte más dura de la pandemia, en los meses de confinamiento domiciliario, cuando los fallecimientos podían ser repentinos o sin despedidas. "Los niños de más de tres años, que sí que se acuerdan de sus papás y sus mamás, sí que van a notar mucho el cambio. Van a acordarse de que no se despidieron", apunta.

Prevención, red familiar y lucha contra la pobreza

"Calculamos que por cada persona que ha muerto como consecuencia de la pandemia, un niño ha quedado huérfano o ha perdido a su cuidador. Esto equivale a que, cada seis segundos, un niño se enfrenta a un mayor riesgo de adversidad a lo largo de su vida si no recibe el apoyo adecuado a tiempo", asegura una de las autoras del informe, la doctora Susan Hillis, miembro del equipo de respuesta contra la COVID-19 de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC, por sus siglas en inglés). Según Hillis, la respuesta debe centrarse en la prevención de la muerte de los cuidadores, en preparar a las familias para que se puedan hacer cargo de estos niños (otros miembros de la familia o en términos de acogida y adopción) y en la protección de los niños luchando contra la pobreza y la violencia.

El estudio indica que, antes de la pandemia, había unos 140 millones de niños huérfanos en todo el mundo. "Tuvieron que pasar 10 años para que 5 millones de niños quedaran huérfanos a causa del sida, mientras que el mismo número de niños ha quedado huérfano por la COVID-19", dice otra de las autoras, Lorraine Sherr, que pide "actuar con rapidez" para saber quién hay detrás de todas estas cifras y dar así apoyo.

"Las redes familiares van a ser fundamentales", dice el psicólogo consultado, que añade que una red de apoyo es fundamental y "a todos conviene tener una red o tribu" en el día a día, pero también en los momentos complicados. El apoyo económico por parte del Estado en forma de pensiones de orfandad, beneficios fiscales y supervisión psicológica adecuada deberían formar parte de la respuesta.

Otra de las autoras del estudio, la investigadora Juliette Unwin del Imperial College de Londres, considera que seguramente estas cifras estén muy por debajo de las reales. "La OMS estima que los datos precisos sobre las muertes por COVID-19 en África son limitados, y es probable que las estimaciones reales sean 10 veces superiores a las que se comunican actualmente".



Grandes diferencias entre países

Estos datos de orfandad varían en gran medida entre unos países y otros. Asia, América Latina y EEUU se llevan la peor parte según los datos de este informe, aunque los propios autores del informe reconocen que los datos para el continente africano están subestimados. En países como Perú, donde la COVID-19 se cebó con virulencia también con personas más jóvenes y en edad fértil, estiman más de 80.000 niños huérfanos, mientras que en países como España e Italia la cifra es mucho menor: 2.800 y 3.800, respectivamente.

El caso de India es incomparable por su cantidad de población. El estudio calcula que casi dos millones de niños indios han perdido a su madre o a su padre por la pandemia. En EEUU, por ejemplo, esta cifra asciende a 149.300.

El epidemiólogo Mario Fontán considera que ahora les toca a los países dimensionar y matizar el problema porque los impactos sobre los niños que se quedan sin tutores no será el mismo en cada territorio. "Este estudio hace una estimación global y ahora cada país tendrá que dimensionarlo. El impacto también será diferente dependiendo de la clase social a la que pertenece el niños y dependiendo de si quien muere es la madre o el padre. Tampoco será lo mismo para un niño migrante que no cuenta con red de apoyo", diferencia.

Según Fontán, la falta de datos oficiales en África supondrá un obstáculo a la hora de calibrar el problema real del continente. "En los lugares en los que falten infraestructuras sanitarias y haya dificultades de gestión de datos no se podrá dimensionar todo esto. La falta de estos análisis podrá hacer pensar que, si no existen, es que no hay ningún problema y de esto podría depender que se reciban o no recursos futuros", argumenta. Finalmente, el investigador piensa que estudios como este son necesarios para dejar de hablar en abstracto sobre la pandemia y poner el foco en realidades que generen debate.



Como parte del estudio, los investigadores han elaborado una calculadora a tiempo real que realiza estimaciones actualizada del número de casos de orfandad en todos los países del mundo. Para el caso español, la calculadora estima que 3.100 niños han quedado huérfanos por la muerte de uno de ambos progenitores; que 3.600 han perdido a uno de sus progenitores o a un cuidador; y que 7.700 han perdido a uno o ambos progenitores, a un abuelo que tenía su custodia o a uno de sus abuelos convivientes.

Los autores del estudio reconocen que la existencia de "algunas limitaciones" porque sus estimaciones se basan en modelos estadísticos y no en datos reales de niños afectados. Entre otras cosas, señalan que muchos países con cuentan con sistemas sólidos de notificación de muertes o fecundidad. El estudio se basa en un modelo estadístico que combina datos de fertilidad, exceso de mortalidad por la COVID-19, así como datos de Naciones Unidas sobre la composición de los hogares con adultos que conviven con menores de 18 años para establecer sus cálculos.

"Nuestros resultados sugieren la necesidad urgente de que las respuestas a la pandemia prioricen a los niños afectados por la muerte de sus padres o cuidadores", puede leerse hacia el final de artículo.


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«El trato y la atención a la familia de los niños, niñas y adolescentes en protección...". Renovando desde dentro nº5.

 "...Propuestas de cuidado e intervención social», 



Un poco de reflexión crítica y contextualización

Lo que en este artículo se expone tiene que ver con mi experiencia profesional y no tiene la intención de describir lo que no conozco. Trabajo fundamentalmente para las familias en el ámbito sobre todo del acogimiento y de la adopción, desde un recurso de iniciativa propia de mi cooperativa, Agintzari. La colaboración y la coordinación con los diferentes recursos comunitarios (protección, salud, educación) es constante. Creo que el trato técnico y los cuidados dados a las familias con las que he trabajado es mejorable. Mientras en la reflexión de enero, “Diseñando la mesa del cambio.¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños por desprotección infantil”, de Alberto Rodríguez, se ponía el acento en la necesidad de más intervención familiar en los procesos de protección a nuestros niños, niñas y adolescentes, en la reflexión de este mes yo quiero escribir sobre el trato dado a la familia o, mejor dicho, a las familias, en el sistema de protección y otros recursos comunitarios y proponer algunas mejoras de intervención psicosocial.

Siguiendo una de las máximas de este blog, Renovando desde dentro, comparto la idea de familia en sentido amplio y, por tanto, en el sistema de protección se trata no solo de la familia biológica de los niños, niñas y adolescentes, sino de la familia como un continuo que, partiendo de la familia biológica, puede pasar también por la familia de acogida y la familia adoptiva del niño, niña y adolescente, cuando estas se contemplen en su procedimiento de protección.

El sistema de protección debe contemplar a todas ellas, tenerlas en cuenta, hacerlas partícipes del proceso de protección de sus hijos e hijas en lo que a cada una de ellas le corresponda y respetarlas. El no hacerlo debidamente supone un desperdicio de recursos imperdonable, y además es inaceptable y reprochable para cuantos trabajamos en ello.

Con excesiva frecuencia las instituciones, las organizaciones, los y las profesionales de la protección, familiares y conocidos y técnicos del resto de recursos comunitarios hemos culpabilizado a las familias de los niños, niñas y adolescentes de los males originales, la falta de avances y hasta de los fracasos técnicos, cuando no cumplen con nuestras irreales y erráticas expectativas.

Se podría incluso pensar que nuestro sistema se asienta en muchos momentos sobre el señalamiento y el ensañamiento con los causantes del daño y sufrimiento causado a los niños, niñas y adolescentes a los que hay que proteger. No hay dudas a la hora de señalar que la familia biológica es la causante de los malos tratos y sufrimientos infligidos. Tampoco se le considera en demasiadas ocasiones capaz de contribuir en el proceso de protección y de haber aportado también algunas experiencias positivas constituyentes, de un legado, propiedad de sus hijos e hijas en protección. Lo que no alcanza los niveles exigidos en algunos manuales de evaluación y códigos de buen trato no suele ser considerado apropiado, ni digno de conservación. Pero lo cierto es que en las memorias de muchos niños, niñas y adolescentes de protección hay buenos recuerdos y buenas experiencias con sus familias de origen.

Pensábamos que las familias de acogida y las familias adoptivas de los niños, niñas y adolescentes del sistema de protección podían escapar a este trato y cada vez vemos más familias que se quejan del trato recibido cuando piden ayuda y recursos. Y reciben ese trato porque no pueden cubrir los objetivos de reparación deseados o señalados desde unos programas que contemplan sus dificultades como torpeza, fracaso y mala praxis. Y esto se produce cuando, además, el propio sistema de protección todavía desconoce y no se espera la existencia de ciertos conflictos, crisis y procesos identitarios de sus protegidos. Las expectativas de reparación y los logros esperables con ellos y ellas, víctimas de abandono y adversidades graves en edades tempranas, no cuadran, ni coinciden, ni son posibles con la inversión actual y los programas de seguimiento desarrollados para hacer frente a las secuelas. Son muchas las familias de acogida y adoptivas que con todo su potencial de “amor”, idoneidad y buenas prácticas se ven impotentes y solas ante el sufrimiento y daño de sus hijos e hijas. La incomprensión y la mirada sospechosa la reciben de sus entornos cercanos y de bastantes profesionales de los diversos recursos comunitarios.

En la protección de estos niños, niñas y adolescentes, con cierta frecuencia su familia, o sus familias en plural, no salen muy bien paradas, ni tratadas. Estas sienten que se les culpabiliza en exceso, que molestan, que no se les quiere cerca, que no se cuenta con ellas lo suficiente y no entienden ni por qué ni para qué las instituciones, las organizaciones y los profesionales les tratan de esa manera.

Pero como el objetivo de este blog no es solo la reflexión crítica o la queja, quiero dejar aquí de señalar los errores de trato a la familia o familias y a destacar algunas buenas prácticas de la intervención psicosocial que pueden facilitar su integración como protagonistas y artífices de la protección de sus hijos e hijas. A la vez que hemos visto cosas que no hay que hacer, hay también instituciones, organizaciones y profesionales capaces de incorporar a las familias al proceso protector y facilitar el que sean recursos imprescindibles, valiosos y válidos. ¿Qué hacen para ello?

Propuestas de intervención psicosocial con la familia de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes con medidas de tutela, acogimiento o adopción

Estas propuestas vienen sobre todo del intercambio con otros profesionales y del modo en que en nuestra cooperativa (Agintzari) queremos mirar y ver a las familias con las que trabajamos. Somos sistémicos convencidos, creemos en la fuerza de la comunidad y, por tanto, no podemos concebir la protección sin la participación de todos sus protagonistas. En el año 1991 fui becado por el Ministerio de Asuntos Sociales de Alemania para asistir durante cuatro meses a un curso internacional con otros veinte profesionales de muy diversos países. Los recursos y programas conocidos nos ayudaron a diseñar algunos de los proyectos y recursos que hoy gestionamos. Por otro lado, cuando en el año 2000 visitamos los servicios de protección a la infancia de Berlín (Alemania) de la mano de programas de intercambio para profesionales patrocinados por la Unión Europea, nos topamos con un sinfín de buenas ideas y de buenas prácticas que nos trajimos para Bilbao.

Un primer hallazgo que ya nos forzaba a cambiar de idea ante la concepción de la familia biológica en los procesos de acogida y adopción, fue la denominación como familia “donante” (abgebende Familie, abgeben es un verbo con los siguientes significados:entregar, dejar, dar, ceder, pasar). Usaban también la denominación de familia de origen (Herkunftsfamilie), pero la idea de donación sonaba provocadora y curiosa. Había modos de trabajar con la familia para que hiciera la entrega voluntaria de su hijo o hija y para que participara. La familia biológica como la que pone, dona, entrega al niño o la niña en las situaciones de acogimiento y adopción era un modo de trato, algo posible, que rápidamente nos pusimos a diseñar. Nos fascinó esta posibilidad y nos ayudó a proponer situaciones similares sobre todo en los procesos de acogida familiar, adopción y otros programas.

La experiencia nos permite asegurar que, en un contexto de acompañamiento profesional, las familias pueden perfectamente y legalmente cooperar en los procesos de protección (preservación, acogida residencial, acogimiento familiar, adopción, incorporación a la vida adulta…) de su hijo o hija. Esto implica, entre otras acciones, las tomas de decisión, las tareas auxiliares en la acogida residencial, la selección de la familia, la preparación del niño o de la niña que se va a entregar, la preparación de su futura familia acogedora o adoptiva, la entrega a su nueva familia, el seguimiento, el apoyo a crisis y conflictos con el sistema y, por supuesto, en futuras búsquedas de orígenes y relaciones posteriores.

En la visita-estudio a Berlín, en el año 2000, contactamos con una educadora social que había entregado de joven a su hijo en adopción. En aquellos momentos asesoraba a grupos de madres biológicas para acompañarlas en el difícil y doloroso proceso de entrega y encomienda de sus hijos e hijas a sus nuevas familias. Esta entrega y encomienda implica una concepción más amable y consciente del proceso de cesión y un bálsamo significativo para las familias del presente y del futuro.

Esta misma educadora nos dio información sobre una asociación de autoayuda de madres biológicas que informaban, preparaban, acompañaban a madres que quisieran entregar a sus hijos e hijas tanto en acogida residencial, como familiar o adopción. Lo hacían desde la convicción de que ellas eran así útiles para sus criaturas y sus futuras familias. Se sentían colaboradoras y partícipes de un proceso sin la perjudicial y traumática actuación de incógnito ni cesiones a la fuerza. El nombre de la asociación era muy curioso “Madres sin hijo” (Müttern Ohne Kind). Ellas consideraban su tarea como una responsabilidad maternal y colaboraban en el difícil proceso de transición entre unas y otras. Probablemente no es posible un proceso de entrega y donación más amable que este para los niños y niñas y sus diversas familias. A nosotros esta experiencia complementaria, nos inspiró y orientó considerablemente a mejorar el trabajo de información, preparación, acompañamiento, seguimiento y capacitación de las familias en primer lugar en el proceso de acogimiento familiar y posteriormente en las adopciones donde nos lo dejaron hacer.

Esto requiere también un pensamiento sistémico familiar de la transición de los niños y niñas entre sus diversas familias, además de estrategias y tiempo de trabajo con todas las partes. Siempre se nos ha mirado raro por tener esta visión y estas prácticas en nuestra cooperativa, Agintzari. El pensamiento y la consiguiente praxis de que unas familias son las sustitutas de otras nos parece inadecuado. Las familias son complementarias y cada una aporta a los niños, niñas y adolescentes sus diversos legados.

Es bueno informar, acompañar y pedir permiso a la familia que va a entregar a su hijo o hija siempre que se pueda, pensando que son muy pocas veces cuando esto no se puede hacer. Ayudarles a elaborar sus duelos, sus sentimientos de fracaso y pérdida, las bondades de la solución familiar frente a la residencial, que muchos familiares biológicos han experimentado…, todo ello les predispone a la colaboración en la preparación de sus hijos e hijas para ser entregados, les hace asumir responsabilidades para el futuro, aportar sus legados de una forma natural e incluso colaborar en las crisis y dificultades que sus hijos e hijas puedan tener a lo largo de las diferentes etapas evolutivas durante su acogida familiar o su proceso adoptivo. Teniendo estas praxis las familias pueden sentirse y ser consideradas competentes, útiles y protagonistas. Cada cual a su manera pueden también construir red de ayuda mutua ante las dificultades de los niños y niñas y no se desperdician energías en procesos estériles y letales de apropiación (considerar que la única familia aceptable es la de acogida o la adoptiva).

El acompañamiento a madres, padres y familiares de los menores tutelados en los momentos de progresar hacia el acogimiento residencial, familiar, o la adopción es una manera técnica de ayudarles a hacer una transición de la negligencia y desprotección hacia la responsabilización como “madres, padres, familiares sin hijo o hija a cargo”, pero presentes con sus aportes a su crianza. La superación de los prejuicios y recelos de los diversos integrantes de las diversas familias, de los profesionales y del sistema de protección tiene como consecuencia, no solo un modo de mirada distinta, sino además un buen trato y unos cuidados que redundan en el interés superior del niño, niña o adolescente.

Tareas de los padres, madres y familiares

Pensamos que estas son las tareas y funciones que pueden asumir las familias biológicas en las situaciones de acogimiento residencial, familiar o adopción de sus hijos e hijas como “madres, padres, familiares que ceden a su hijo o hija” cuando se les prepara y se les acompaña con respeto, solvencia y mimo:
.- Notificación al hijo o hija de la separación por parte de sus familiares biológicos, explicándoles los motivos e informándoles de su aceptación y permiso para convivir y querer a sus nuevos familiares. Esta notificación puede ser vivida con dolor, pero también como una encomienda y un permiso para vincularse con las nuevas personas
.- La transición entre familias y el consiguiente duelo adaptativo que sufrirán los niños, niñas y adolescentes tendrá menos riesgos de generar excesos de sufrimiento y la frecuente traumatización que han generado en nuestra cultura protectora las rupturas y separaciones abruptas. En el ingreso en centro de acogida residencial, el acompañamiento familiar por parte de la familia biológica se puede hacer también con estos métodos.
.- Rituales de entrega, presentación, encomienda y recomendaciones a los técnicos del centro residencial y a las familias acogedoras o adoptivas por parte de la familia biológica, con la colaboración y mediación de los profesionales, que ayudarán a rebajar la desconfianza mutua, tensiones y temores.
.- La elaboración del legado y de la historia familiar con aportes de datos reales de la biografía familiar y personal de sus miembros es una tarea progresiva y evolutiva que facilita en buena parte la reparación del abandono y de los malos tratos infligidos. La historia, por muy cargada que esté de experiencias de dolor y sufrimiento, debe ser narrada y explicada de forma coherente y cuidadosa, y para ello las familias necesitan ayuda y acompañamiento. La experiencia nos viene a confirmar lo que nos dice Boris Cyrulnik, que, aunque en las historias y biografías familiares de los niños, niñas y adolescentes víctimas de abandono en edades tempranas hay dolor y sufrimiento, este tiene una esperanza frente al horror total que generan los silencios y la falta de transparencia en torno a las adversidades y abandono sufridos. Así, hemos podido comprobar que las historias de vida malas y potencialmente patologizantes son historias y narraciones incompletas, mal elaboradas e incoherentes. Ayudarles a poner orden, lugares, personas, emociones, acontecimientos, fechas… con narraciones libres de juicios y prejuicios es algo que todos agradecemos y es la forma de que historias que podrían ser de terror tengan sentido, significado y aporten claves para reconciliarse con el pasado doloroso.
.- Las familias biológicas deben de poder dejar, con el debido acompañamiento profesional, documentos, fotografías, objetos, medallas, joyas, prendas, juguetes, recordatorios, cartas que posibiliten a los niños, niñas y adolescentes separados de sus orígenes construir su identidad sin trabas, tabúes y ausencias significativas.
.- El acoplamiento en familia de acogida o familia adoptiva se puede hacer mediante la colaboración de la familia biológica con las familias de acogida o adoptivas. Y se puede realizar desde sus respectivos hogares y lugares geográficos, donde las idas y venidas entre unos y otros, cuando sea posible, facilite la integración de los diversos mundos de referencia en la identidad de los niños, niñas y adolescentes. Es recomendable limpiar las dolorosas sensaciones de destierro que provocan las medidas protectoras y hacer lo imposible para que los cambios geográficos algún día puedan desaparecer porque nuestros niños, niñas y adolescentes encuentren y tengan su respuesta protectora en su propia comunidad, barrio, pueblo o ciudad. Lo familiar y lo local y comunitario son aspectos del legado y de la identidad que también deben ser cuidados y promovidos por el sistema de protección. Las visitas regulares a los hogares, barrio y lugares donde uno ha vivido y crecido con los suyos es una práctica muy tranquilizadora. Son lugares y espacios generadores de pertenencia e identidad y facilitan la aceptación de la medida protectora.
.- El seguimiento de los profesionales a las diversas familias y el aprovechamiento de las visitas y lugares de encuentro de los niños, niñas y adolescentes con sus familias biológicas sirve para la notificación de los progresos, las explicaciones y comunicaciones que sean precisas entre las partes sobre los progresos e incluso las dificultades y ayudas necesarias a los interesados y sobre todo para la coordinación interfamiliar. Para los niños, niñas y adolescentes ver coordinadas, juntas y verles actuar juntas en algunas ocasiones a sus familias les aporta seguridad, identidad y sobre todo un sinfín de oportunidades para la reparación y reconciliación.
.- La reparación es un deber significativo de quienes han causado los daños y se puede hacer de muchas maneras para los niños, niñas y adolescentes. En ocasiones puede ser interesarse por los resultados académicos y validar los avances y progresos. Se puede hacer con actividades de ocio y juego programadas, con celebraciones de cumpleaños y fiestas significadas. Con transmisión de historias y anécdotas de la vida familiar e incluso reconociendo explícitamente el daño causado y la culpa sentida por la ausencia de cuidados, malos tratos o situaciones de peligro vividas. Que las familias biológicas pidan perdón y disculpas a los niños, niñas y adolescentes protegidos por los errores, lesiones y daños causados, ayuda a los propios niños, niñas y adolescentes a no repetir los mismos errores de sus padres y madres y a afianzarse en los modelos funcionales de sus familias de acogida y adoptivas. Invertir tiempo y acompañamiento profesional en estos acompañamientos es una inversión que protege de forma considerable.
.- La búsqueda de orígenes y la mediación de orígenes entre la familia biológica y las de acogida y adoptivas tiene que tender hacia algo temporalmente más natural, continuo y permanente y dejar de ser ese acontecimiento vivido frecuentemente como puntual, extraordinario, peligroso y de alto riesgo. El silencio y la ausencia de relato causa más daño que las realidades vividas. Se tiene que tener un cuidado muy especial en los elementos constitutivos de una narración sana, que debe ser lo más completa posible, coherente, veraz y desprovista de juicios. Los juicios con sus correspondientes reacciones emocionales son la prerrogativa de los niños, niñas y adolescentes y les ayudan a integrar la complejidad de sus vida e identidades.

También las familias acogedoras y adoptivas son tratadas como maltratantes, negligentes y culpables de los males y trastornos de sus hijos e hijas

No hace muchos años, en un encuentro de la confederación de asociaciones de familias de acogida y adoptivas de Alemania (PFAD) tituló una de sus reuniones con el siguiente lema: “Familias de acogida y adoptivas, de la alabanza al reproche”. Tradicionalmente estas familias suelen jugar en el equipo de “los buenos”, pero dado el perfil de niños, niñas y adolescentes que se acogen o adoptan pueden llegar a cambiar al bando de “los malos”. Las secuelas y daños que sufren una buena parte de sus niños, niñas y adolescentes, junto con las dificultades propias de sus desarrollos alterados por las adversidades y la escasez de recursos especializados, hacen que sus crianzas y procesos educativos abunden en exceso de tensiones, o que algunos y algunas pasen por graves situaciones de riesgo, y que no pocas convivencias pasen por ruptura. Es en estas situaciones donde las familias acogedoras y adoptivas pueden ser cruelmente juzgadas y tachadas de incompetentes.

Los procesos de abandono y sus graves secuelas por las adversidades vividas en edades tempranas suelen tener un eco escandaloso en la pubertad, adolescencia y entrada en la vida adulta de los jóvenes tutelados, acogidos y adoptados. Son muchas las piedras en el camino que se encuentran especialmente sus familias de acogida y adoptivas por parte de sus amistades, familiares, profesionales de la enseñanza, de los servicios de salud e incluso del sistema de protección cuando acuden pidiendo ayuda con auténtica desesperación, agotados y sin recursos.

La adversidad temprana en combinación con la adolescencia, si además confluye la racialidad y otras posibles diversidades y acontecimientos como el fracaso escolar (causado por un sistema educativo que no les atiende ni entiende), las dependencias, los trastornos de salud mental no diagnosticados ni tratados, y cualquier conducta de riesgo posible… va a suponer una cadena de crisis y conflictos de toda índole que dificulta la integración personal, social, emocional y familiar de estos niños, niñas y adolescentes. La interacción de estos factores no es culpa de las familias. Son la consecuencia de una tribu, de una comunidad que no entiende, que no ayuda, que despista por ignorancia y busca siempre la culpa en los más cercanos, llegando a catalogar como fracaso lo que bien tratado es una crisis importante, que tiene que ser abordada con seriedad y compromiso por toda la comunidad.

Que los niños, niñas y adolescentes de acogida familiar o adopción vuelvan al sistema de protección es vivido como un fracaso de sus familias de acogida o adoptivas, del cual todos los demás recursos comunitarios son “inocentes”. Familiares críticos y distantes, enseñantes impotentes, psicólogos empoderados de nuevas técnicas parcialmente eficaces o inútiles, psiquiatras, educadores de preservación… Todos ellos y ellas desconocedores de las situaciones y necesidades de estos niños, niñas y adolescentes, con miedo en el cuerpo, movidos inesperadamente de sus zonas de confort, a menudo con cierto enfado y con una gran decepción por ver no cubiertas sus irreales expectativas de reparación y curación, pueden llegar a arremeter sin piedad contra familias comprometidas, vinculadas, pero también agotadas y sin recursos, que probaron de todo lo que ha circulado como solución en sus foros de referencia.

Estas familias dolidas y en soledad con frecuencia se plantean tirar la toalla y se llegan a creer lo que este contexto de protección y comunitario enloquecido les propone. No es raro que incluso se lleguen a dictar medidas protectoras contra estas familias como si de maltratantes se estuvieran ocupando. Estos niños, niñas y adolescentes no precisan ser protegidos de sus familias sino ser reconectados.

La mayor parte de los casos difíciles que conocemos, no se trata de fracasos, aunque puedan darse rupturas de convivencia. Estas pueden ser necesarias para recomponer las relaciones y reconducir algunos procesos de salud mental y los tratamientos oportunos. Algunas vidas familiares se han convertido en auténticos infiernos por la cantidad de conflictos acumulados por los adolescentes y jóvenes acogidos y adoptados. Y repito que no es culpa de sus familias ni de los niños, niñas y adolescentes.

En nuestra experiencia la distancia física provocada y acompañada puede ayudar a mejorar en relativamente poco tiempo la situación, si se actúa de forma coordinada y sin quitar a las familias de en medio. Con frecuencia estos adolescentes y jóvenes, víctimas de adversidades tempranas cuyas secuelas les impiden un adecuado autocontrol emocional en medio de una inmadurez generalizada, con falta de recursos personales, fracaso escolar, trastornos de salud mental, consumos de alcohol y drogas, relaciones de dependencia emocional de sus parejas, fugas del domicilio, comisión de hurtos y delitos… necesitan una contención, un control y unas terapias que las familias no tienen a su alcance.

En esta vorágine y situación de crisis generalizada, estos adolescentes y jóvenes necesitan límites, pero también la presencia afectiva y emocional de sus familias y personas acogedoras y adoptantes. A una distancia óptima que les facilite la reparación de las relaciones y la seguridad de que no van a volver a sufrir de otro abandono más y para siempre. Convivencia dañada e interrumpida no es sinónimo de ausencia e inutilidad del vínculo afectivo creado durante años de buenos cuidados y atenciones. La estrategia debería consistir en dar cobertura a las necesidades básicas de contención, salud mental, rutinas y orden para que los adolescentes y jóvenes puedan volver a reconectar y activar sus vínculos emocionales y superar las dificultades de la edad y el desarrollo disarmónico.

Propuestas de atención y cuidado a las familias de acogida y adoptadas que precisan la ayuda

Teniendo en cuenta lo dicho, ¿qué se puede hacer con las familias en la circunstancia de que se hace necesario un ingreso en centro de acogida de sus niños, niñas y adolescentes? Desde nuestra experiencia en rupturas proponemos las siguientes estrategias:
.- No dar crédito a ciertos mensajes de los chicos y chicas donde sus quejas están únicamente dirigidas a acusar a sus acogedores o adoptantes de padres y madres de exceso de rigidez. Sus quejas pueden y suelen estar lastradas por unos excesivos descontroles emocionales provenientes de sus adversidades tempranas y acompañadas de desacato a la autoridad parental, conductas de riesgo (absentismo escolar, compañías peligrosas, incumplimiento de horarios y rutinas, fugas…).
.- Evitar alianzas perversas con estos adolescentes en contra de sus acogedores o adoptantes. Pueden llegar a ser muy convincentes y seductores y defienden muy bien sus intereses y derechos, pero cojean en rutinas, elaboración de orígenes y cumplimiento de deberes.
.- Si se produce ruptura de convivencia, no aislar a los adolescentes de sus figuras parentales de acogida o adopción. Es útil programar visitas y encuentros breves, aunque el adolescente rechace dichas visitas. Hay que animar a sus acogedores y adoptantes a mantener la presencia y a no tirar la toalla.
.- Hay que pedir a los adolescentes respeto por sus acogedores y adoptantes y favorecer que la familia tenga actos de magnanimidad y oferta de continuidad de relación, confirmando su disposición a no abandonar a su hijo o hija con hechos y presencia.
.- Si hay internamiento en centro de acogida, es conveniente hacer a los acogedores y adoptantes partícipes de las tomas de decisión y de tareas de acompañamiento a su hijo o hija (gestiones, visitas médicas o psicosociales, compra de ropa…). Delegar en acogedores y adoptantes todas las tareas que se puedan. Lo que puedan hacer acogedores o adoptantes que no lo hagan los educadores.
.- Es fundamental también mantener bien informados a los acogedores y adoptantes de los acontecimientos relacionados con sus hijos o hijas, de las rutinas en el centro de acogida residencial, en el centro escolar y en las acciones de ocio. Convendría poner al adolescente normas y rutinas similares o idénticas a las de su hogar familiar.
.- Promover las visitas (en el centro o en el domicilio familiar) y contactos tanto presenciales como telefónicos y posibilitar reuniones familiares y relaciones con la familia extensa.
.- No ofrecer a estos adolescentes el recurso de los pisos de emancipación. Si debe iniciar su vida autónoma que lo haga con los recursos y el apoyo de sus familias.
.- No juzgar ni calificar a estas familias como “negligentes” o “maltratadoras” si no hay motivos: conviene centrar los esfuerzos en la reconexión y en la reunificación. La vuelta del joven a casa con sus acogedores o adoptantes tiene que estar supeditada al cumplimiento de las rutinas de la familia de acogida o adoptiva y de los tratamientos rehabilitadores, médicos, farmacológicos o psicoterapéuticos que se consideren oportunos.
.- Establecer una alianza manifiesta con la familia de acogida o adoptiva y que sea evidente la colaboración entre equipo educativo del centro y el padre o la madre para el adolescente. Es necesario empoderar a sus adultos de referencia todo lo que sea posible y promoviendo contactos, relaciones y presencia de las figuras de referencia del adolescente internado en centro de acogida.
.- Diseñar medidas e intervenciones específicas para fortalecer el papel y la participación de las familias acogedoras y adoptivas en el sistema de protección, fomentando su asociación y el que desarrollen programas que favorezcan sus propias necesidades y las de sus hijos e hijas.

Conclusión

La familia biológica puede ser el origen de los problemas de los niños, niñas y adolescentes necesitados de protección, pero también puede ser un recurso valioso cuando se le dedican cuidados y atenciones. El buen trato no cae nunca en saco roto. Con estas medidas tan sencillas puede ser los adolescentes acogidos en familias o adoptados reconectados con sus familias de referencia y acortarse la estancia en el centro de acogida residencial, cuando la ruptura de convivencia se considere necesaria. La interrupción de la convivencia no impide el mantenimiento de los vínculos y puede ser una oportunidad para una puesta a punto tanto de las familias como de sus hijos e hijas. Lo que con frecuencia el sistema de protección lo vive como un fracaso puede convertirse en una nueva oportunidad de cambio y mejora.

Es importante también recordar a las organizaciones de familias, especialmente a las de acogida y adoptivas, de su responsabilidad en el trato y los cuidados que reciben de instituciones, organizaciones y profesionales. Mientras no alcen la voz, den a conocer su situación y reclamen, promuevan y exijan otros modos de actuación, cuando algunas crisis adolescentes les desborden, habrá quien siga tratándoles como los causantes de los problemas de sus hijos e hijas y como familias fracasadas e incapaces de aportar soluciones.

A modo de conclusión es importante volver a insistir en que el trato y los cuidados a las familias de los niños, niñas y adolescentes en protección en los términos que proponemos pueden hacer que sus familias sean tenidas en cuenta como parte de la solución de las necesidades de protección y no como el problema que debe ser apartado. Desde estas páginas os invito a experimentar en vuestras intervenciones estas sencillas estrategias para romper los moldes con los que se forman nuestros prejuicios, ignorancias y temores ante las familias. También pongo a disposición de quien lo desee los materiales y documentos trabajados que os puedan servir de guía y referencia. Y ante todo no dejéis de compartir estas experiencias con todo vuestro entorno.

«Diseñando la mesa del cambio....». Renovando desde dentro nº4

¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños 
por desprotección infantil?.


Este artículo quiere plantear una reflexión sobre los tipos de intervención que se llevan a cabo desde los sistemas de protección a la infancia y adolescencia en general. Diseñar la mesa significa plantearse tres preguntas clave:
.- Quiénes deben participar en la intervención especialmente planteando si las familias negligentes y/o desprotectoras pueden y deben participar en el cambio de sus hijos e hijas.
.- Cómo debe ser esa intervención: si se debe priorizar el trabajo individual con los chicos y chicas, o si se debe privilegiar la participación tanto de las familias que han generado el daño como las familias de acogida y adoptivas.
.- Y qué papel deben tener los profesionales que participan en esa mesa.

La experiencia profesional y la literatura señalan dos claves que normalmente se repiten y que son determinantes en promover el cambio y la reparación del sufrimiento de muchos chicos y chicas:
.- La herramienta más eficaz para ayudar en el cambio es la relación con la persona que ayuda o acompaña.
.- El modelo de intervención a veces puede contribuir a generar cambio, pero también puede convertirse en un factor que mantiene el problema, e incluso puede dar como resultado en intervenciones que no dejaron ningún tipo de huella, que a veces es mucho peor.

Hablar de la mesa implica, a modo de metáfora, pensar en si debe ser una mesa redonda, una mesa larga o estrecha, una mesa de cristal o una mesa de madera robusta… Sea cual sea la mesa hay dos mensajes que queremos transmitir:
.- La reparación del dolor y el sufrimiento requiere la participación de la familia que ha generado desprotección, pero también de la familia que intenta desde el día a día reparar sus manifestaciones y emociones.
.- Que el sufrimiento concreto que se manifiesta a través de traumas, desregulaciones, sufrimiento, problemas de conducta, etc. debe ser un contenido que se trabaje con la implicación y participación de las familias[1].

Por tanto, no sirve cualquier mesa; necesitamos definir las claves que deberían ayudarnos a establecer qué tipo de mesa debe ser el soporte desde el que desplegar el trabajo técnico los y las profesionales, pero también en el que las familias de acogida, adoptivas y de origen sientan qué papel es el que deben tener en este proceso de acompañamiento emocional.

Intervención individual e intervención familiar

Existen diferentes formas del trabajo en protección a la infancia:
.- Intervenciones que se centran exclusivamente en el chico o la chica (psicomotricidad, logopedia, psicoterapia, atención psiquiátrica…), considerando que el cambio está en este principalmente para superar las consecuencias de la desprotección vivida. La denominaremos para facilitar la reflexión “intervención individual”.
.- Intervenciones que consideran la preferencia de fomentar la implicación y participación de las familias en el cambio.

Cuando hablamos de intervención “individual” o “familiar” incluimos todas las intervenciones o abordajes que puedan ser llevados a cabo por todo tipo de profesionales (educativa, psicológica, psicoterapéutica, acompañamiento…) y que se llevan a cabo tanto con familias de origen, como de acogida y adoptivas.

Sin duda, la respuesta equilibrada sería la necesidad de aunar ambas, pero la práctica dista mucho de esta realidad y no solo cuando se trata de plantear la presencia y participación de la familia que ha generado el daño sino de las familias de acogida y adoptivas.

A modo de ejemplo…

“No llevo encima ninguna cuchara” (Gila)

Un chiste gráfico de Gila presentaba a un abuelo pidiendo por la calle con su nieto pequeño que se encontraba por la calle con otro señor, supuestamente con medios económicos y esta es la conversación que tenían[2]:
“Por favor, ¿me podría dar algo para que mi nieto se tome una sopa?
Lo siento, pero no llevo encima ninguna cuchara”.

Sin ánimo de destrozar el chiste, el abuelo esperaba quizá dinero para comprar una sopa y la solución que aportaba el señor con medios no respondía a lo que realmente necesitaba el nieto, que era comer. Esto es lo que queremos plantear en este apartado, cómo a veces las respuestas profesionales no responden al problema real de lo que está pasando, sino que se aportan soluciones que lejos de resolverlos, contribuyen a mantenerlos.

Los últimos años ha emergido una cantidad de literatura especializada sobre las dificultades y necesidades de los chicos y chicas en el sistema de protección. Palabras como trauma, desregulación, disociación, resiliencia, vinculación, apego,… destacan en todas ellas y un sinfín de herramientas para su abordaje.

Pero resulta curioso cómo la mayor parte de los casos atendidos reciben normalmente un importante volumen de intervención individual y un bajo volumen de intervención familiar.

En una administración pública que por respeto no citaremos, menos del 8 % de las intervenciones psicológicas en 2020 correspondieron con intervenciones grupales o familiares, 530 sesiones frente a las 9.100 de sesiones individuales. Es llamativo cómo siendo la causa del daño el funcionamiento familiar, la solución se trabajaba de manera individualizada como si la familia no tuviera un papel en la solución del mismo.

Esto representa una gran paradoja en un sistema de protección cuyo origen está en el daño por situaciones de desprotección, negligencia o maltrato familiar. Es como si para trabajar la inseguridad emocional y el daño emocional, hubiéramos optado por hacerlo sin contar de alguna manera con la familia. Podríamos entender que se pudiera prescindir de la familia desprotectora (si bien es algo que queremos cuestionar en este artículo), al fin y al cabo, son los generadores del daño, pero lo común es que se prescinda en general de todas las familias, también de las de acogida y adoptivas.

Se prescinde de las familias cuando la prioridad en el trabajo técnico se hace con los chicos y chicas por separado de sus familias; cuando no se implica a las familias de origen en la reparación del daño generado; cuando no se realizan intervenciones para mejorar la vinculación con la participación de las familias (de acogida, adoptivas y de origen); cuando se tecnifica tanto el abordaje del trauma, la disociación y la desregulación que solo puede ser desarrollado por profesionales, mientras que el trabajo familiar implica pensar que se puede abordar todo ello en casa, en la vida cotidiana, en los espacios de encuentro familiares…; cuando en las visitas establecidas no se permite que se trabaje la historia de vida; cuando las familias no cuentan con toda la información que los profesionales recogen en las intervenciones con los chicos o chicas, entre otras.

Hace unos años en una mesa redonda un psicoterapeuta con mucha experiencia explicaba la filosofía de su modelo de intervención señalando que, para ayudar en el daño emocional a un chico acogido, él primero intentaba generar seguridad emocional en el chico, para, posteriormente, cuando las cosas fueran bien, transferir esta experiencia a la familia y ayudar a que se generalizaran esas habilidades en la familia. Igual la estrategia es efectiva, pero cuando menos es muy complicada, requiere mucho tiempo, demasiada transferencia de formas de relación, en vez de entrar en el centro de la cocina de la familia, abordar cómo se relacionan, se comprenden y se sienten, y que se pueda generar cambio desde el principio. Este debería ser el objetivo.

Una fragmentación de la intervención, ¿necesaria?

El trauma, la disociación, la inseguridad emocional y la desregulación no son problemas individuales, son problemas que afectan y pueden ser afectados en positivo o negativo por la familia. ¿Podemos intervenir sobre estos daños sin contar con las familias? Desde nuestro punto de vista, NO.

Carl A. Whitaker en su magnífico libro Danzando con la familia señalaba lo siguiente: “Cuanto mayor es la necesidad que siente el terapeuta [o cualquier otro profesional] de asumir la responsabilidad de un paciente, menor es su confianza en la capacidad del paciente para comportarse como una persona competente. Debemos evitar que la gente se convenza que es inepta[3]”. Plantea por eso que “la presencia de toda la familia es la única manera que conozco para generar la ansiedad y la motivación necesarias para el cambio”[4] Las familias del sistema de protección, así entendido, “necesitan experiencias reales (…), el estilo debe consistir en insistir en las experiencias emocionales, no en las enseñanzas educativas”[5].

La existencia de muchos abordajes individuales requiere un nivel de coordinación muy intenso entre todos los intervinientes, pudiendo hacer que al final los profesionales requieran tanto tiempo para ponerse de acuerdo y coordinarse, que no dé tiempo a atender a la propia familia. Recientemente en un caso de acogimiento familiar en familia ajena temporal se planteaban los siguientes recursos de intervención para poder evaluar un retorno:
.- Una figura psicológica para el tratamiento con la madre sobre sus dificultades (consumos de drogas, posible problemática de salud mental).
.- Otra figura psicológica para el tratamiento con el padre.
.- Una tercera, para trabajar la relación de pareja.
Y finalmente, sin contar la derivación a otros recursos como salud mental, punto de encuentro, se planteó incorporar una figura socioeducativa para temas de gestión económica, organización sociofamiliar, la red de apoyo, etc.

Demasiados profesionales trabajando en un mismo problema familiar hecho trocitos técnicamente. La fragmentación de los problemas, fragmenta la intervención y complejiza el trabajo porque requiere más tiempo casi para coordinarse que para intervenir. Todas las intervenciones son necesarias, pero la familia debe descubrir y entender qué parte de su problema puede ser atendido por cada agente interviniente. Es una solución muy compleja para familias en situaciones de crisis y alta inestabilidad emocional. Así planteado, es altamente improbable que se decida una reunificación, porque la familia debe cumplir las exigencias y mínimos de todos los recursos intervinientes, y, además, que todos los profesionales estén de acuerdo y compartan la visión de la familia.

Esto también sucede a los chicos y chicas acogidos en familia ajena del sistema que, por lo general, cuentan con diferentes profesionales en la intervención: técnico de seguimiento, psicoterapeuta, supervisor/a de visitas, intervención desde salud mental,… Decidir a quién tienes que contarle el recuerdo traumático puede ser de mucho interés (irónicamente hablando). Se lo puedes contar a todos, a uno de todos (pero no siempre se garantiza que la información fluya entre todos y al final termines fallando a una de esos profesionales que te ayudan), o decidir no contárselo a ninguno… Cuantos más profesionales, a menudo, peor. Quizá la única solución hubiera sido decidir entre todos que el sufrimiento de ese chico se ayude a que lo comparta con su familia de acogida… Pocas veces es así.

Así visto, algunas soluciones profesionales se pueden convertir en un factor que refuerce la imposibilidad del cambio. La fragmentación de los problemas hace más difícil comprender que todo está interrelacionado, que el cambio no está en la actuación profesional sino en la capacidad de la familia de recoger el dolor y el sufrimiento.

Una intervención profesional práctica que diluye a la familia

Si nos preguntáramos todos los profesionales del sistema de protección qué modelos teóricos son la referencia de la intervención, cuando menos, saldrían le teoría del apego, el modelo sistémico, la resiliencia… Todas ellas comparten de una u otra manera la importancia de la familia para modificar el tipo de vinculación, las dinámicas familiares o para activar los factores de protección y resiliencia.

Pero estos magníficos modelos se ven traicionados por una práctica muy centrada en el “Yo trabajo contigo lo que sientes y luego te ayudo a abordarlo con tu familia”, que normalmente suele ser más bien, “Yo trabajo contigo lo que sientes y después ya veremos lo que pasa, les daré unos consejos y más que suficiente…”. Es decir, que uno termina haciendo lo que un amigo denominaba un BLV, es decir “Búscate la vida”.

Jorge Colapinto habla del proceso de disolución familiar que pasa con la mayor parte de las familias de origen cuando entran en el sistema de protección. Las familias terminan siendo sustituidas en todas sus funciones a menudo por profesionales, generando “pocas oportunidades para interactuar [con la familia de origen especialmente], control exterior de la vida emocional, formación de relaciones significativas con profesionales a expensas de las relaciones internas de la familia y subversión de las relaciones jerárquicas entre padres e hijos”[6].

Si no lo remediamos de alguna manera, corremos el riesgo de generar el mismo proceso de disolución familiar con las familias de acogida y las adoptivas, cuando tenemos que ser capaces de ayudarles a que cumplan su función reparadora y de cambio.

¿Quién debe reparar el daño? ¿Quién se debe sentar a la mesa?

Un trauma se siente, se evoca, se intenta exteriorizar, mentalizar, perdonar, se llora, se silencia… Si este proceso lo tiene que hacer el chico o chica a solas con la ayuda profesional como principal referencia, sería como plantearse escalar el Himalaya. Se puede, pero hay que tener mucha fuerza, mucha motivación interna y mucha experiencia, y aun así tiene riesgos. La mayor parte de los chicos y chicas con los que trabajamos no tienen todas estas claves, pero las pueden tener cuando cuentan con el respaldo de una familia.

La clave para que muchos traumas puedan ser reparados es que dejen de estar silenciados, que dejen de estar solo en la cabeza del chico o la chica y sean compartidos con las personas significativas. No siempre es necesario que este proceso implique poner palabras, pero sí requiere cierta conexión emocional, y sobre todo la posibilidad de sentirse sentido, es decir de sentir que el otro siente lo que ese chico o chica está viviendo.

Sentirse sentido/a implica que los chicos y chicas puedan ver reflejado su dolor en sus familiares cercanos; pueden sentirse comprendidos cuando exteriorizan su dolor de buena o mala manera; pueden percibir que no están solos, aun cuando a veces su sufrimiento les sature y desborde; que la mirada de sus familias sigue observándoles de manera cercana y respetuosa y sigue transmitiendo esperanza; incluso que las familias reconozcan que no han sabido ayudarles en ocasiones o que les han hecho daño. Sentirse sentido ayuda a que el objetivo no sea poner palabras, sino minimizar la sensación de soledad y vivir que el dolor es compartido con su familia y que la familia conoce y reconoce el daño vivido.

Para reparar el daño necesitamos a menudo la implicación de toda la tribu. Pero hay algunas personas que tienen una mayor responsabilidad en el mismo y que sin su participación, se hace más difícil remontar en la vida. La familia puede ser tanto la que ha generado el daño, como la que acoge o adopta a ese chico o chica. Intervenir con la familia no es fácil, pero si no lo hacemos, dejamos la responsabilidad completa del cambio familiar en el propio chico o chica, la suerte o la improvisación.

Reparar el daño implica a las familias de origen, implica a las personas que generaron el daño. Esto implica en todos los tipos de desprotección, como mínimo, reconocer el daño realizado y ayudar a desculpabilizar a la víctima. Pero esta intervención, sin duda de alta complejidad en casos de maltrato y abuso, no puede llevarse a cabo de cualquier manera. Debe llevarse a cabo en condiciones protectoras: con el acuerdo del chico o chica, garantizando un trabajo previo intensivo con las personas responsables del daño; una actitud de colaboración clara y honesta mantenida en el tiempo y la ausencia de contraprestaciones por dicho reconocimiento; una planificación rigurosa; un acompañamiento a la persona menor de edad continuado y la participación de las figuras de referencia (familia de acogida, adoptiva, profesionales clave…). Se debe fomentar que repare el daño quien lo hizo.

No siempre ese daño será posible ser reconocido y reparado. Stefano Cirilo explica que “sin una intervención de coacción es imposible atrapar a la familia, es también verdad que, si no se consigue suscitar en la familia una genuina motivación para el cambio, se obtendrán resultados superficiales y efímeros”[7]. Por tanto, no podemos trabajar la reparación sin trabajar de alguna manera esta posibilidad, aunque no parezca ni posible ni viable.

Recientemente en una visita, una madre biológica le transmitía a su hija acogida en acogimiento permanente en familia ajena que sabía que le había hecho mucho daño, que como ella no había sabido cuidarla, ella había aprendido a cuidarse sola y no compartir el dolor que sentía y, le terminaba diciendo, “quiero que le cuentes a A [nombre de la acogedora] cada vez que sientes algo doloroso, para que entre ella y yo podamos ayudarte”. Este es el objetivo.

Intervenir así “no significa insistir en que todas las familias tienen que estar juntas sin considerar el destino de sus miembros individuales, sino que significa esperar que muchas familias negligentes sean capaces de romper el patrón complementario que ha diluido su propio proceso dentro del proceso de los servicios sociales”[8]. Implicar a la familia de origen, sentarla a la mesa del cambio, es una necesidad, sin que por ello esto suponga tener que promover la reunificación familiar.

Pero esta reparación también implica a las familias de acogida y adoptivas. Muchos chicos y chicas han tenido experiencias traumáticas, y ojalá muchos de estos daños pudieran ser reparables completamente, pero la experiencia muestra que, cuando la familia que lo generó no lo reconoce, se tiene que ayudar a que los chicos y chicas puedan aprender a vivir con ello, y aquí estas otras familias son claves.

Las familias de acogida y adoptivas, por lo general, son personas comprometidas, con alta motivación y disposición para poder ayudar, pero que se encuentran con el hecho de que recogen las consecuencias del daño que otros generaron, no siempre pudiendo hacerle frente, entenderlo o manejarlo.

Cuando la intervención es individual y no se cuenta con estas familias, estamos mirando a estos padres y madres de acogida o de adopción como si fueran simples cuidadores mientras que son los profesionales los que generan el cambio. Sería algo así como “Tú como familia dale de comer, atiéndele lo mejor que puedas, llévale al cole y del trauma nos hacemos cargo los profesionales”. Siempre es la familia la que contribuye al cambio, la que ayuda a disminuir la necesidad de disociación hablando de los recuerdos dolorosos sin miedo, la que ayuda a regular el descontrol emocional y la inseguridad a través de los abrazos, del contacto físico, de las actividades de ocio compartidas… y la que recoge una parte del sufrimiento y el trauma y lo hace propio para aliviar la carga de dolor que lleva a sus espaldas cada uno de los chicos y chicas.

El cambio, el sufrimiento, el trauma y la vinculación se reparan, se contrastan y se ponen en jaque en el sofá de casa, no en el diván de un gabinete ni en las mesas de los despachos. Y se hace viendo una película, cuando se colabora en actividades de la casa y la familia, cuando se cocina en familia, cuando se juega en familia… Es decir, se hace a través de las oportunidades que la vida cotidiana nos da cada día. Tenemos el riesgo de tecnificar en exceso una intervención ya de por sí compleja, cuando lo que la intervención debe promover son momentos para ayudar a que las familias reparen dicha relación, pero en casa.

Pero intervenir con la familia también supone devolverle la responsabilidad del cambio y su contribución al mismo. Es fundamental que en esta mesa se puedan reconocer los frutos de los esfuerzos, preocupaciones y actuaciones. Muchas familias piensan que el cambio del hijo o hija es fruto del apoyo profesional, que el hijo o hija ha cambiado él solo o ella sola, o que el cambio está causado por el azar o la conjunción astral, cuando en realidad son las familias las que, en casa, poco a poco y en esa vida cotidiana, son los auténticos artífices del cambio. Es necesario ayudarles a reconocer que los cambios los han provocado con sus esfuerzos, sus nuevas miradas, sus paciencia, su autocontrol… Si esto es importante para todas las familias, es fundamental para las familias de acogida y adoptivas, que ponen todo su esfuerzo y su presente para reparar parte de las consecuencias del pasado pudiendo ofrecer así la oportunidad de un futuro mejor.

¿Qué papel tienen los profesionales en esta mesa?

Sentar a las familias en la mesa del cambio implica que la figura profesional deja de ser la responsable del cambio, la figura central del proceso, para convertirse en alguien que establece las condiciones de seguridad para que se puedan activar las relaciones familiares sin riesgo para los niños, niñas y adolescentes y que acompañe el cambio.

“El rol de experto o gurú tiene cierto atractivo porque nos engaña haciéndonos creer que somos especiales. Que tenemos la sabiduría o la inteligencia necesaria para hacerles saber ‘a ellos’ algo más de la vida”[9].

“Si bien puede ser que las familias se acerquen a nosotros en medio de una crisis, no son de ninguna manera impotentes. En virtud de su interconexión, tienen tremendos recursos para explotar. El dicho ‘un beso de mamá vale por mil del terapeuta’ es cierto. Los miembros de la familia tienen el potencial de ser útiles entre sí, de inspirar el crecimiento. En comparación, nuestra potencia es demasiado débil”[10]

Los profesionales deben ayudar a que las familias pongan encima de la mesa sus recursos, sus miedos, su historia y se les ayude a pensar soluciones compartidas, se le ayude al sistema a pensarse a sí mismo. Podríamos concluir como decía Colapinto: “Una vez que el valor de la conexión familiar es reconocido, las ‘intervenciones’ no son tan complicadas de diseñar”[11].

No necesitamos profesionales especialistas en hacer el cambio, sino especialistas en acompañar a la familia en el cambio, ayudando a que los sistemas familiares se reorganicen y busquen soluciones compartidas, aunque lleven tiempo.

¿Qué mesa necesitamos?

.- Una mesa en la que el centro sea el niño, niña o adolescente, pero en la que estén sentadas sus familias (de origen, de acogida o adoptiva). No siempre podrá estar todo el mundo, pero debe ser una mesa que implique y favorezca la participación de las personas responsables del daño y de los familiares significativos para ese chico o chica.
.- Donde el foco sea el reconocimiento del daño por parte de la familia de origen; la búsqueda en familia de soluciones compartidas, y la creación de relaciones que ayuden a seguir reparando a través de la vida cotidiana.
.- Sin duda, una mesa fuerte de madera que pueda recoger, sin miedo a romperse, el enorme peso del sufrimiento, del trauma, la desregulación y el maltrato vivido.
.- Una mesa firme, que sea capaz de recoger el peso de todo el dolor, los enfados, los golpes en la mesa, y aguante el peso de la incertidumbre, las dudas o el impasse del tiempo cuando no se encuentran soluciones.
.- Una mesa redonda que favorezca la cercanía y evite juegos de poder.
.-Una mesa no muy grande, porque necesitamos a la tribu pero no queremos que la presencia de demasiadas personas diluyan las cuestiones clave que tenemos que trabajar: el sufrimiento, las emociones y el dolor.
.- Una mesa donde se pueda hablar, pero también donde se pueda escribir las soluciones y se pueda pensar en familia.
.- En la que las figuras profesionales garanticen unas condiciones de seguridad para todos, dinamicen y garanticen que todos se puedan sentir escuchados y respetados; el uso de un lenguaje que ayude a visibilizar el daño y favorezca la conexión emocional mutua.
.- Una mesa en la que puedan participar figuras clave como los educadores y educadoras de los chicos y chicas que viven en centros de acogida junto con la familia de origen, vertebrando una interrelación necesaria y focalizada en trabajar el dolor y el cambio.

Menos diván y más mesa camilla con brasero

Asumir el tipo de mesa que sugerimos implicaría algunos ajustes posibles y reales…
.- Que uno de los contenidos clave del trabajo sea fomentar la sintonía emocional en familia para disminuir el miedo y la ansiedad que muchos chicos y chicas presentan. Se hace necesario desarrollar más intervenciones que ayuden a mejorar la calidad de la vinculación en las familias atendidas, como un contenido transversal a lo largo del tiempo.
.- Poner en el centro de la intervención que las familias puedan hablar del sufrimiento y el dolor vivido y la búsqueda de soluciones.
.- Utilizar herramientas que ayuden a recoger las visiones diferentes de los adultos y los chicos y chicas y poder trabajar después con las diferencias que surjan.
.- Implicar en el abordaje del trauma, como norma general, el planteamiento de que debe reparar el daño quien lo hizo, reconociéndolo y siempre sujeto a unas condiciones mínimas.
.- No dar por imposible la intervención con una familia sin haberlo intentado suficientemente.
.- Promover que los espacios de visitas se conviertan en momentos clave para el trabajo de historia de vida con la presencia de la familia de origen y de reconocimiento del daño.
.- Favorecer la posibilidad de que las familias de acogida y de origen se conozcan, compartan la mesa para hablar de las necesidades y evolución de los niños y niñas… Ídem para los chicos y chicas en centros de acogida, favoreciendo espacios para la comunicación entre los técnicos del recurso residencial y la familia de origen, centrada en el cambio.
.- Ampliar el número de intervenciones y visitas domiciliarias donde se trabaje principalmente con todos los miembros de la familia
.- Y sobre todo que el principio del interés superior del menor no se focalice en una visión de derechos que sitúan a los profesionales como responsables de su garantía. Los profesionales deben ayudar a las familias a que garanticen esos derechos. Necesitamos un sistema donde los profesionales no tengan la responsabilidad en todas las decisiones, sino que tengan la responsabilidad de promover el diálogo, el cambio en las familias pensando en el futuro y en la necesidad de construir una tribu para cuando el sistema deje de ser el responsable del caso.

Mi experiencia profesional después de 25 años de trabajo intensivo, de multitud de cursos de formación, lecturas, supervisiones de casos, etc., me ha hecho darme cuenta de que lo más terapéutico para ayudar a disminuir el trauma, más allá de las tecnologías, los protocolos, las herramientas novedosas, es que los adultos y el chico o la chica puedan llorar en familia, compartir el sufrimiento, el dolor y sentirse sentidos mutuamente. Llorar en soledad genera rabia, llorar en familia genera alivio. He ahí el verdadero reto para las familias y también para los y las profesionales.

En resumen, 
necesitamos menos diván y más una mesa camilla con brasero que aporte calor y un sitio donde estar y mantenerse para seguir solucionando el dolor y el sufrimiento en familia. Necesitamos más intervención, implicación y presencia de todas las familias en el cambio.

[1] El concepto de familia incluye tanto a la familia de origen como a las familias de acogida y adoptivas, intentando transmitir, a través de esta reflexión, la importancia de la implicación y participación de todas ellas, porque todas ellas forman parte de la historia vital y el mundo emocional de cada niño, niña o adolescente en protección a la infancia.
[2] Por si alguien tiene curiosidad por el chiste gráfico https://www.elperiodico.com/es/fotos/ocio-y-cultura/mejores-chistes-graficos-gila-periodico-112975/4571353 (se encuentra a mitad de página)
[3] Whitaker, C. A., y Bumberry, W. M. (1991). Danzando con la familia. Barcelona: Paidós, p. 54.
[4] Ibídem, p. 55.
[5] Ibídem, p. 60.
[6] Linares, J. L., y Colapinto, J. (2020). Historias para no dormir. El maltrato institucional en la atención al menor. Barcelona: Gedisa, p. 76.
[7] Espina, A. et al. (1995). Problemáticas familiares actuales y terapia familiar. Valencia: Promolibro, p. 341.
[8] Colapinto, J. (1998) La dilución del proceso familiar en los servicios sociales: Implicaciones para el tratamiento de las familias negligentes. Redes: revista de psicoterapia relacional e intervenciones sociales, 1(2), pp. 9-36. Recuperado de: https://www.colapinto.com/files/Dilucion_Proceso.pdf
[9] Whitaker, C. A., y Bumberry, W. M. (1991). Danzando con la familia. Barcelona: Paidós, p. 49.
[10] Ibídem, p. 192.
[11] Minuchin, P., Colapinto, J., y Minuchin, S. (2013). Pobreza, institución y familia. Barcelona: Amorrortu.